16. Absolutamente insignificante
Sofía
¿Qué estaba pasando? Iba saliendo y casi no vi venir a Gabriel hacia nosotras, solo pude escuchar un murmuro opacado que éste le dijo a Gisell, seguido la tomó por el brazo y se la llevó adentro de la universidad. Y ahora... Albert quería hablar conmigo ¿De... algo? ¿Qué cosa podría ser tan importante como para que él apareciera así de la nada?
Solo me quedé mirando su rostro decisivo, justo frente a mí. Su voz un poco temblorosa. Pero su mirada algo nerviosa. La brisa correteaba entre nosotros como niños, después de todo estábamos debajo de "El gran árbol" —Como yo lo llamaba—. Por un momento pensé en dejarlo allí de pie e irme, pero obstruía mi paso, y si lo intentaba se vería de mal gusto.
Hasta que al fin logré reaccionar de mis pensamientos respondí:
—¿Sobre qué?
—Sobre algo que no sale de mi cabeza desde que sucedió. Y que necesito aclararlo ahora mismo, no quiero cargar con las dudas que se agolpan en mi mente —dijo.
Creo que no había estado tan equivocada como lo supuse. Él hablaría de ese día. ¿Estaba yo lista para hablar de eso? No lo creo. ¿Lo estaría luego? Lo seguiría dudando, a pesar del tiempo que pasara siempre estaría modificando la respuesta que quizá podría dar. Así que... nunca estaría lista para hablarlo.
Solo seguí mirándolo, inanimadamente. No quise mostrar sorpresa —Aunque la sentía— porque daría lugar a que él podría tomar la dirección de la conversación, cosa que no quería. Intentaría dirigirme a donde inclusive yo pudiera controlarla, a pesar que no fuera yo quien comenzaría a hablar. Mi silencio pareció ser su respuesta para comenzar a hablar, con su voz nerviosa, pero igual lo pude escuchar. Allí de pie los dos, uno frente al otro. Él comenzó a hablar:
—Y no mires como si no lo supieras Sofía —me acusó.
Solo quedé allí callada, mirando su pupila. Muchas veces había leído que si mirabas fijamente entre los dos ojos, podías intimidar a la persona, haciéndola desviar su mirada de la tuya. Así que lo intenté, pero fue inútil. Él era quien estaba logrando intimidarme, pero no se lo hacía saber. Seguí mirándolo. Y el continuó:
—¡Por favor! No te quedes en silencio. Di algo.
—¿Qué quieres qué diga?
Dio un largo suspiro mientras bajaba las manos a los lados, serenándose.
—No creo que de un segundo a otro hayas olvidado el beso que nos dimos ese día.
—De un segundo a otro, no. De un par de días a otros, sí —dije con desinterés. Quería hacerlo molestar, de manera que no siguiera con el tema y se fuera. Pero no fue así.
—Cómo es posible que digas eso. ¿Sabes qué Sofía? Desde ese día me has tenido pensando. No sé si ese beso se debió o no de dar. Simplemente no he podido olvidarlo. ¿Qué fue solo una tontería? No, para mí no lo fue, porque tú me gustas y me has gustado desde hace un tiempo, que no te lo hubiera dicho antes era por que creí que nunca hubiéramos llegado a estar tan cerca como estuvimos.
Mi corazón se detuvo unos microsegundos. No sé porque ya venía presintiendo todo lo que me estaba diciendo, pero el efecto de las palabras que hacía en mí, fue como si no lo supiera. Sorpresa. Seguí mirándolo, pero comenzó a perder debilidad mientras lo oía hablar. Continuó:
—¡Y no te imaginas lo que ese beso significó para mí! Fue... fue... —Creo que no encontraba las palabras para describir la situación. En ese momento me sentí totalmente vulnerable. Por lo que contraataqué con toda la pena y fuerza verbal a la vez.
—Fue absolutamente insignificante, sin sentido. Sin ningún color. Sin ningún sentimiento. Nada. No entiendo cómo puedes darle tanto significado a un simple hecho que no duró ni un minuto.
Quedó perplejo, mudo, le robe las palabras en ese momento. Incluso yo me sentí tensa diciendo esa mentira.
Bajó la cabeza, miró al suelo, dio otro suspiro más fuerte que el anterior y levantó la cabeza mirándome, reprimiendo un tsunami de lágrimas. Quizá pensó que no lo noté, pero sí. Me miró con ojos vidriosos, su mirada todo me lo decía. Y mi mirada estuvo a punto de contestarle. Pero logré reprimirla.
Una vez más fui presa de su mirada, hasta que dijo unas palabras que inmediatamente marcaron mi mente:
—Sofía, tu... me gustas. —Volvió a recalcar, pero esta vez me llegó. Se internó en mí. Luego que lo dijo mirándome a los ojos, soltó el aire que había retenido para hablar, se dio la espalda y avanzó. Esas palabras parecieron el botón rojo de mi autodestrucción.
Me quedé allí de pie sin saber qué hacer. Igualmente en ese momento me estaba comenzando a dar cuenta, que él estaba construyendo un sentimiento en mí sin hacer la mano de obra directa también. Pero no quería, no debía aceptarlo. A pesar que el sentimiento se estaba sosteniendo con una fuerte base: El beso.
Él ya iba saliendo del instituto, interiormente estaba paranoica por detenerlo y pedirle disculpas. En vez de hacerlo sentir mal a él, hice sentirnos mal a los dos. Pero... no podía dejar que el me envolviera con sus palabras. No debía. Si no sería una mujer débil que cae ante las simples palabras de un hombre. Miré a mí alrededor, nadie estaba cerca. Nadie había oído la respuesta que había dado. Mucho menos la capa de lágrimas que intentaba desbordarse a través de mis ojos. Con la manga de mi blusa intenté hacerla desaparecer, cuando justo escuché la voz de Gisell.
—¡¿Aún sigues aquí?! Pensé que ya estarías en tu casa. —Volteé bajando la manga de mi cara y dando un respingo.
—Sí, sigo acá. Estaba...
—Hablando con Albert, lo sé.
—Sí —Dije una vez más—, estaba hablando con él.
—Parece que... ¿Estabas llorando?
—No, no, como se te ocurre. Estaba mirando hacia arriba y algún sucio del árbol cayó sobre mis ojos —Mentí.
—Ummm. Bueno ¿Nos vamos?
—Claro. Vamos.
Comenzamos a caminar a la calle, ella me iba hablando, intentaba darle atención aunque fuera difícil. Mi cuerpo estaba allí, pero no mi mente. Llegamos a la parada del bus, había otras tres personas de pie. Gisell de pronto comenzó a hablarme de Gabriel, algo de que la había invitado a salir, que le dijo que era bonita y otras cosas.
—¿Sabes que fue mentira? —Le dije y me miró perpleja, ella sabía que lo hacía referencia a que él estaba mintiendo al hacer parecer que Gisell le parecía atractiva. Pero ella simplemente ignoró mi comentario y continúo hablando. Por una de esas tantas razones es que me había dispuesto a reservar mis palabras, las personas reciben muchas verdades que ignoran porque quedan encerradas en su propia opinión, en su mundo; hasta que las mentiras se les presentan tal cual y les hace saber que alguien le dijo la verdad mucho antes que viviera y se ilusionara con la mentira.
Unos minutos después ya íbamos en el bus camino a nuestros hogares. En cierto modo me agradó que Gisell se tuviera que sentar al fondo y yo a la mitad junto a la ventana. A pesar que tenía una conexión con ella, en ese preciso momento quería perderme en lo mío. Miré mi rostro reflejado en el vidrio de la ventana, pude notar que mi ojo parecía cristalizado por las lágrimas que amenazaban con salirse de su sitio. Mi manga se volvió mi pañuelo de consuelo.
La señora que se había sentado junto a mí, unos minutos después de haber tomado mi asiento, la cual podría tener unos sesenta y tanto, me miró.
—¿Niña, estas bien?
—Sí, gracias por preguntar —Respondí.
—¿Estás segura?
—Sí, sí, gracias. Solo es una tontería lo que recordé.
—Recuerda que hasta las simples tonterías traen consigo un significado importante en nuestras vidas, ya sea del pasado, influye en nuestro presente. —Asentí a la vez que sonreía. Las personas mayores, han sido siempre sabias. Recuerdo que mi padre me contó en un tiempo sobre ello. Siempre me leía algunos versos de la Biblia, y ese nunca se me olvidó:
«Levítico 19:32 Te pondrás de pie ante lascanas y honrarás al anciano; así temerás a tu Dios: Yo soy el Señor.»
Mi padre me contó que existen muchas interpretaciones de cada versículo de la biblia, pero éste en específico, hacía referencia a las personas mayores, que muchos comentaban que era por estrés, esto o aquello. Pero bíblicamente era sabiduría adquirida a través del tiempo. Y he pensado que simbólicamente, es cierto. Además dicen que antes escogían a las personas mayores para tomar decisiones por lo mismo, ya que consideraban que una persona mayor había vivido mucho más tiempo y la vida le había enseñado cosas, que a los jóvenes no.
—Muchas gracias, tiene usted razón —Dije de nuevo pero con gran amabilidad. Ella sonrío y señalo su cabello.
—Este cabello medio blanco no es porque sí, es porque aprendemos —Le devolví la sonrisa. De seguro ella conocía algún dicho o conocía el verso que mi padre me había enseñado.
Cuando me di cuenta Gisell se puso de pie, estaba ya llegando a su parada. Se despidió con un gesto de manos, yo le guiñé el ojo. La próxima parada era la mía. El bus se detuvo y bajé.
Caminé hasta la casa y entré. Subí directamente a mi cuarto, le pasé pasador a la cerradura. Me dije que tendría que dormir un rato para que se me pasara un poco de lo que me había dado, me cambié de ropa y me puse unos shorts cómodos y una franelilla amarilla, me tiré en la cama mirando hacia la ventana. Sentí mi cuerpo comprimirse por sí mismo, un sentimiento recorría todo mi ser. Pero antes de que me envolviera y apareciera por completo cerré mis ojos y me dejé caer en el sueño.
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