1. Déjà vu
Albert.
El momento se estaba repitiendo o simplemente era un "déjà vu"; el sentimiento, el sitio, las miradas y el contacto físico con sus manos, la cálida brisa que causaba un pequeño remolino en medio nuestro. Era algo que cualquier chico de mi salón habría deseado.
Mientras a lo lejos escuché una voz que me llamaba:
—Albert... ¡Albert! ¡Albert!
—¿Qué pasa? ¡No grites!
—¡¿Que no te grite?! —rió— Si estás ahí todo embobado mirando esos dibujitos sin sentido de tu libreta —La señaló, intentando entender mis jeroglíficos.
—¡Ah! —reaccioné completamente— Discúlpame Gabriel ¿Ya terminó la clase?
—Desde cuando terminó. El profesor dejó anotada la tarea para la próxima clase en la pizarra —Señaló con el dedo al momento que salía del salón.
—Aja... —No existió el interés por mí en ese momento.
Sin mucho entusiasmo, como si me encontrara en mi propio universo. Pensando en algo muy importante o quizás preocupante, no sabía con certeza, el remolino que recién había sentido en una ilusión, ahora lo sentía en mi mente, revolviendo todo a su paso, sin dejarme lugar como para querer y volver a ordenar.
Esa mañana salí de la universidad, me dirigía a mi casa; pero esta vez desvié la ruta y pasé por la calle donde vivía Sofía, que no era muy lejos de la mía. Era la chica que me hacia sonreír cada vez que le miraba, así ella no me regresara el saludo disimulado del mismo modo. La curiosidad de su hermoso nombre me hizo buscar su significado: Sabiduría. El nombre iba tal cual con la mayoría de sus actitudes, excepto que para ser proclamada sabia a través de su nombre, a veces la perdía y reaccionaba de extrañas y diferentes maneras, algo tajante, violenta y cortante.
Cuando me estaba acercando a su casa ¿Qué haría? ¿Debía llamarla y saludarla? La había visto hacía pocos minutos en clase, quizá podía llamarla y pedir como excusa la tarea que dejo el profesor o decirle que le presté el cuaderno a Gabriel y que olvidé que allí estaba anotada la tarea, pero no. No era una muy buena excusa como para que alguien la creyera. Dejé que mi baja convicción me hiciera seguir por la acera, camino a mi casa, como si nunca hubiese planeado pasar por casa de aquella chica. Solo había sido un desvió más.
Llegué a la puerta de mi casa, y mi mamá también estaba llegando en su auto color naranja, era imposible perderlo en un estacionamiento por más amplio que fuera, era un color único, naranja fuerte. Nuestra comunicación era solo la necesaria por lo que sin dar atención a su llegada seguí mi camino, entre unos metros por el corredor giré a la izquierda y subí las escaleras al segundo piso volviendo a cruzar a la izquierda donde estaba mi habitación cuya ventana daba hacia la calle del frente de la casa, y más al fondo podía ver la casa del árbol que estaba a dos calles más allá. Dejé la mochila al pie de la cama y me acosté en ella mirando hacia el afiche de Avril Lavigne que tenía pegado en el techo de la habitación, me quedé pensando unos minutos: tal vez debía de hablar con Sofía, invitarla a la casa, al cine, al parque, al cafetín de la universidad o siquiera acercarme un poco más a ella. Ya esa chica me traía pensando, solo que hasta ese momento era que quizás me daba cuenta que el amor había tocado mi puerta.
Posiblemente solo sentí que me atraía pero no puede que me guste, no debe gustarme. Me gritaba en mente.
—¡Albert! —la voz de mi madre interrumpió mis pensamientos. Interiormente lo agradecí.
—¿Qué mamá?
—Baja para que almuerces.
—Ya voy —Me cambié rápidamente la ropa que cargaba por otra cómoda un jean ligero y una simple camiseta negra unicolor. Bajé al comedor y me senté en una silla del costado derecho. Mi madre comenzó a servir los platos y colocarlos sobre la mesa, en donde le correspondía a cada uno. Mi padre, donde ella se iba a sentar y yo. Siempre quise que existiera alguien más en la familia pero no se dio, excepto por Matías, que estuvo viviendo en casa el último año de secundaria, tuvo problemas familiares. Pero ya no estaba, se había ido a México. Yo seguía aquí en Venezuela, y mi futuro lo forjaría en mi país.
Cuando mi madre terminó de servir los platos, se sentó en la silla.
—Vamos a dar gracias —Ya me estaba llevando una cucharada de la sopa a la boca. Me regañó con la mirada y como con poderes telequinéticos hizo que soltara la cuchara sobre mi plato, haciendo que un peso cayera en mi sopa, manchando mi camiseta y mesa, ella no dijo nada —Ten los honores de comenzar Albert —miré a los lados, mis padres ya tenían sus ojos cerrados esperando que yo comenzara.
—Señor... —Mi madre era cristiana, sin embargo yo... no pertenecía a ninguna estructura religiosa ni nada, si creía en Dios, pero mi religiosidad solo llegaba hasta ahí —te damos gracias por estos alimentos, provee a aquellos que no tienen. Amen —Mi madre levantó la cabeza esperando que continuara, cosa que no hice. Ella la terminó:
—Bendice aquellas personas que hicieron posible que estos alimentos estén aquí en este hogar, y que podamos consumirlos —¿Era idea mía o hablaba también hasta de los agricultores que quizá habían cosechado las verduras de nuestra sopa? ¿Además, ella se incluía también? No pude evitar sonreír por lo bajo—, amen.
Recuerdo una vez mi padre fue la iglesia motivado por la insistencia de mi mamá, esto hizo que fuera por cuatro domingos consecutivos en los que se le veía totalmente como otra persona, era extraño para mi verlo así, era de suponer que mi mamá estuvo muy contenta por esos cuatro domingos. La sorpresa inesperada para todos, más para ella, fue cuando llegó el quinto domingo y se alistaba para ir a la iglesia, yo desperté y me senté en el comedor a desayunar cereal con leche y él llegó como si no pensara ir. Me extraño, pero no era mi asunto y no quise atosigarlo con preguntas. A los minutos mi madre bajo y soltó un profundo «oh» cuando vio a mi padre en franelilla y short corto sentado frente a mi leyendo el periódico. Ella le preguntó que si no pensaba ir a la iglesia, el simplemente negó con la cabeza, yo deseé no estar en ese momento ahí, sentí estar presenciando una de esas conversaciones que deberían tener los matrimonios en privado, ella le volvió a insistir esperando una respuesta más certera, esta vez él dijo «no». Se negó rotundamente a no asistir más, nadie nunca supo cuáles fueron sus motivos. Se los reservó.
Pasaron varias semanas donde asistí a clases, aburriéndome, estudiando, reuniéndome para trabajos, antes de que Sofía se diera cuenta que todos los días en clases yo la observaba constantemente sin que ella lo notara. Hasta que un suceso poco agraciado sucedió en clases de recursos humanos con la profesora Carla Puerta.
Mientras miraba a Sofía, sutilmente la profesora Carla pudo notar que yo estaba muy distraído.
—Señor ¡Quintero! Deje de mirar a la señorita Sofía, y preste atención a la clase que la próxima semana habrá un parcial sobre la clase de hoy —Dijo la profesora en tono airoso.
Todos de golpe me miraron, incluyendo a Sofía que era la co-protagonista del hecho. No supe qué decir, solo miré a la profesora y como si no hubiese sucedido nada ella continuó con la clase y al final anunció:
—Bueno esto es todo por hoy, estudien para el parcial de la siguiente semana, y sobre todo usted joven Quintero. Enfóquese en lo que debe.
Haciendo caso omiso a lo que me había dicho la profesora me levanté, tomé la mochila del suelo y justo cuando me disponía a colocarla en el hombro izquierdo, alguien estaba levantando sus libretas y ¡Zas! Libretas, hojas y lápices fueron a dar debajo de la mesa y silla; para cuando voltee y vi el desastre que había ocasionado me agaché inmediatamente a recoger la libreta y lápiz que estaban a mi alcance, me levanté y coloqué los artículos en la mesa de la otra persona y para mi sorpresa, ella se levantó del otro lado de la mesa levantando las hojas y afirmándolas en su mesa.
—Disculpa, no fue mi intención fue que...
—Tranquilo —me interrumpió—, gracias por ayudarme a recoger.
Con una voz tan atractiva como su personalidad lo era, a pesar de las cosas no tan buenas que pudiera tener, aun así me gustaba. Sin poder decir más, me di media vuelta y salí del salón.
Afuera me esperaba Gabriel, me recibió en la salida con un golpe de broma en el hombro. Mi mejor amigo, aunque a veces me sacaba de mis cabales. Era un poco entrometido, usaba anteojos, cabello corto castaño, piel blanca. Muchas veces se burlaron de él por los lentes por su cabello, era un castaño claro, casi llegando a rojo.
—Así es hombre. Tienes a Sofía en tus manos —Dijo mientras nos abríamos pasó hacia afuera de la universidad.
—No digas eso, ella no me gusta —dije.
—¿Que no te gusta? Si te la pasas en todas las clases mirándola como si te tuviera hipnotizado —A la vez que soltó una carcajada.
—Deja de decir esas cosas que todo es mentira.
—Okey. Además se le ve en su cara que también le gustas —espetó Gabriel.
—¡Ya para! —Me detuve en el camino mirándolo a la cara. Me molestaba que me fastidiaran con esas cosas, a pesar de que pudieran ser verdad —Te dije que no me gusta, es más, ella no se fijaría en mí por más que me atraiga.
Todo quedo en silencio absoluto mientras ya habíamos llegado a las afueras de la universidad, esperando que mi madre pasara por mí. El sonido de una corneta se escuchó, era el auto de mi madre, me acerqué, me monté y nos alejamos en el horizonte soleado, el cual hacia ver el auto como un bombillito naranja fluorescente de navidad, en donde los demás bombillos se han apagado.
Por un momento me imaginé lo que podía y tendría que hacer para hacer que esa chica se fijara en mí.
Cuando llegué a casa subí sin pensarlo a mi habitación. Necesitaba sacarme a esa chica de la cabeza. Así que tomé el libro que tenía más cerca: Tocando fondo de Wally Lamb. Tenía tiempo que lo había comprado pero ya no recordaba de qué trataba, lo giré en mis manos y leí la sinopsis, era una chica que había pasado mucho trabajo, era gordita y superó todo eso. Claro sin antes enfrentarse a muchos obstáculos. Comencé a leer poco a poco, recostado en la cama boca abajo. Me movía aquí, allá, pies arriba, de lado.
Avancé cinco capítulos en tan solo dos horas y disfruté completamente de cada palabra que acababa de leer. Poco leía de ese tipo de libros, pero cuando lo vi en el estante de la librería, sentí que me atrajo hacia él y me susurró "cómprame, soy interesante" Si, parecía cosa de locos. Pero eso fue lo que me inspiró el libro cuando lo leí. A pesar que jamás había leído nada de ese autor.
Coloqué el libro sobre mi mesita, a lado de mi cama, seguí viendo aquel afiche en el techo. Avril tenía unos ojos admirables.
El cansancio de la mañana se agolpó en ese momento sobre mi cuerpo, en especial mis ojos. Comencé a cerrarlos y los abrí de golpe, como si me hubiera asustado el que estuviera cayendo en un profundo sueño. Luego cedí completamente bajo la anestesia de morfeo.
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Con este primer segmento comienza una novela que consta de 40 capítulos. Es algo nuevo para mi escribir romance —aquí en Wattpad— ya que siempre he escrito son relatos y la mayoría de suspenso y terror. Así que espero haber escrito algo que sea de agrado para algunos lectores.
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