9. Volando
Nos movemos entre la multitud, con un par de helados, al más puro estilo italiano, como dos turistas más. Me está encantando, hemos visitado muchos lugares, y con la moto nos movemos con agilidad. Hemos comido en un pequeño restaurante escondido y la compañía de Andrés está siendo más que amena, parece otro.
Más relajado, más cercano, más accesible, mucho más normal.
Andando llegamos a la Fontana de Trevi, y allí, observamos a la gente lanzando sus monedas con la esperanza de que alguno de sus deseos se cumpla.
- ¿Quieres? - me incita Andrés.
- Vale, pero me termino el helado.
Asiente y poco a poco nos vamos acercando más a la fuente. Su cara de pronto se torna melancólica, se pierde su mirada en una pareja con un pequeño bebé. La pareja al ver que Andrés les esta observando y esta cerca, se unen a nosotros para pedirle que les haga una foto.
Andrés acepta y me pasa su helado. Papá y mamá felices, bebe sonriente, y Andrés con el rostro triste. Les devuelve el móvil y le dan las gracias. Le paso el helado y lo terminamos en silencio.
- ¿Tu vas a pedir un deseo? - le pregunto, a ver si consigo conocer algo más de él.
- Mi deseo es imposible de conceder.
- ¿Porqué?
- Porqué no se puede devolver a nadie a la vida.
- No, pero si pueden llegar a nuestras vidas personas que nos hagan felices aunque nos falte alguien.
Le veo cerrar los ojos y su cara se transforma en dolor. Ha perdido algo o a alguien, se le nota. Termina su helado y tira la cucharilla a una papelera que hay cerca. Tiro yo también la mía y nos sentamos a la orilla de la fuente.
-¿Quieres contármelo? - pregunto porque su expresión de dolor me causa angustia.
- Mejor no, vamos, lanza tu moneda.
- Si lo me lo cuentas no la lanzo.
Allí sentados, de repente la gente desaparece, nos miramos fijamente. Ha sido un día maravilloso, es como si otro Andrés se hubiera despertado hoy en el apartamento.
Sujeta mi mano y se la lleva al corazón, la coloca plana sobre su pecho y escucho el latir de su corazón.
- Hemos pasado una mañana increíble, hacía tiempo que mi corazón no se aceleraba así, no quiero estropearlo contándote mis penas.
- Andrés, quiero que sepas que si necesitas hablar estoy para escucharte – mis palabras salen casi sin pensar.
- ¿Lo sientes? - su corazón se acelera.
- Si – musito perdiéndome en el momento.
- Este corazón dejó de latir así de fuerte hace un tiempo cuando perdí a alguien muy importante para mí.
- ¿Qué pudiste perder que fuera tan importante? - Andrés cierra los ojos y aprieta mi mano contra su pecho con más fuerza.
- Perdí un hijo Pau, un bebé.
- Dios mío – siento un fuerte dolor en el pecho.
De pronto todo parece perder sentido, todo lo que hasta ahora creia importante cambia de color. ¿Que hay más duro en el mundo que perder un hijo? Y yo sufriendo porque no podía estar con mis amigas de vacaciones, o porque no conseguí entradas para el último festival, dios mío, que hipócrita soy. Esto es dolor, dolor de verdad, del que cambia a las personas.
- No se que decir Andrés.
- No te preocupes, no hace falta que digas nada.
- Pero puedo hacer algo.
Libero mi mano de su agarre, me levanto y sin pensarlo, me lanzo a sus brazos y aprieto su cuerpo contra el mío. Él, aún sentado al borde de la fuente, responde abrazándome fuerte.
- Siento haberte tratado así, perdóname.
- Si lo hubiera sabido Andrés... - musito sintiéndome una mierda.
- No tenías porqué saberlo.
Sujetándome la cintura me aparta y sonríe levemente mientra intento mantener la compostura.
- Vamos, lanza esa moneda – me incita.
- ¿Lanzamos una juntos? - asiente.
Y así, sentados en la fuente de los deseos, cada uno lanza su moneda, soñando.
Él no se que pedirá, yo, que él recupere la sonrisa.
Volvemos con la moto hasta el apartamento, ya no hemos hablado nada más. Yo sigo conmocionada, y él imagino que removerle esos recuerdos no habrá sido agradable. Pero tenemos que prepararnos, esta noche salimos a un club nocturno con nuestros amigos italianos, a ver si mi plan de ayer funciona o se va todo hacia inglaterra.
Entramos en el portal y Marco nos da la bienvenida.
- Señora, han dejado esto para usted – me entrega un pequeño ramo con seis rosas rojas.
- Tu enamorado, espero que tu deseo con él se vuelva realidad – espeta Andrés mientras se dirige directo al ascensor.
Recibo el ramo y le sigo. Mientras nos elevamos hasta el apartamento siento la necesidad de que esto no quede así.
- Que sepas que ese no ha sido mi deseo.
- Seguro que sí, al menos parece un tipo con éxito.
- Pero que no tengo nada con él, además no tengo que darte ninguna explicación Andrés – digo en voz baja.
- ¿Te gusta?
- Por dios, me he cruzado tres veces con él y solo nos hemos mandado algunos mensajes.
- Su cara se desencaja.
- ¿Mensajes?
- Algunos, me ha invitado a tomar un café.
- Pensaba que lo habíamos pasado bien – sus ojos son un ruego - , te he contado cosas que nadie sabe..
- Y así ha sido.
Se abren las puertas del ascensor y salimos para entrar al apartamento.
- Voy a arreglarme, nos vemos en una hora – dice mientras va a su habitación sin mirarme.
Intento seguirle pero cierra la puerta antes de que llegue. Me siento fatal, tiro el ramo a la basura.
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