2. Trabajo duro.




Ya en el coche, a treinta minutos de la ciudad de Roma, conecto los datos de mi móvil para mandar un mensaje a mi madre y decirle que he llegado bien. Son las tres de la tarde y tengo hambre.

- Andrés, ¿paramos a comer o lo hacemos en el hotel?

- No vamos a un hotel Pau, tenemos un piso en el centro, cerca del centro de negocios.

- ¿Un piso? Gallardo esta que tira la casa por la ventana.

- Esto viene de Madrid.

- Ya veo ya, igual que tu vienes de Madrid, cosa que no entiendo.

- Este trato es muy importante.

- Y no se fían de mis capacidades - intento sonsacarle información.

- No es eso, te lo explicaré con calma.

- ¿La comida? - levanto la ceja, me interesa la información pero también tengo hambre.

- ¿Te parece si pido comida y cuando llegamos la tenemos allí? - me pregunta mientras mira su móvil.

- Vale, yo pasta por favor.

- Como no – sonríe levemente y me mira por un momento.

- Vaya si tienes dientes – digo burlona.

- Y no solo para morder – responde mirando su móvil de nuevo.

Veo que esta mirando una carta de restaurante.

- ¿Conoces algún sitio cerca? - este hombre es un enigma en si mismo.

- Realmente la comida decente se sirve en restaurantes algo mas alejados, pero esto para salir del paso esta bien.

- ¿Has venido mucho entonces?

- Bastante, de echo, estuve un año trabajando aquí.

Sigue mirando la carta mientras le observo. Pelo impecable, cara fina pero de ojos grandes, y azules. ¿Y sus manos? No deben haber tocado una herramienta en su vida, las tiene impecables.

Parece un modelo de revista con mal humor. 

- Elige que te apetece por favor – me pasa el móvil.

- Dame – cojo el móvil de sus manos y siento su calidez a través del breve roce.

Me mira fijamente mientras intento concentrarme.

- Yo voy a pedir esto – se acerca y me señala el plato en menú.

- Pues para mi lo mismo – respondo nerviosa.

Me doy la vuelta para devolverle el móvil y veo que lo tengo a apenas tres dedos de mi, mirándome fijamente. Un bache en la carretera nos devuelve de pronto a la realidad.

- Voy a hacer el pedido y con suerte lo tendremos al llegar.

Le pregunta al conductor cuanto tiempo nos queda para llegar mientras empezamos a entrar en la ciudad. Mucho trafico, cantidad de autobuses seguro llenos de turistas que entran en la ciudad.

De pronto nos detenemos.

- ¿Qué ocurre? - pregunto.

- Imagino que retención, es temporada alta – se desabrocha el cuello de la camisa exasperado.

- Desde luego, podríamos haber cerrado este trato en octubre.

- Pues la verdad es que el otoño en Roma es precioso – murmura en voz baja mirando por la ventana.

¿Tiene sentimientos? Puede que algo haya dentro de ese hombre con muros altos de hormigón.

Nos movemos de nuevo, escucho como mi móvil me avisa de notificaciones de mensajes, es el grupo de chicas de la oficina. Las tengo a todas alborotadas desde que saben que salía de viaje con Andrés, incluso me sugirieron que si podía hiciera algo con él, todo esto en plan cachondeo por supuesto.

Me arrancan una sonrisa sus mensajes, hay de todo, desde preguntas sobre que se ha puesto, hasta quieren saber como viste, increíble. Lo miro de reojo, ¿no es para tanto no?
Mando un mensaje a mi madre, para decirle que he aterrizado bien, y que la llamaré cuando tenga un hueco libre. Ahora no quiero llamar delante de Andrés. Lo miro de soslayo de nuevo, y indudablemente, Andrés tiene porte, elegancia y sobre todo se le nota a la legua que tiene clase. Solo que su humor conmigo hace que yo no pueda ver nada más de él, no soporto su actitud conmigo.

Otra cosa que me llama la atención es su reloj, o es falso y no lo parece realmente, o este chico tiene dinero. No tenemos un sueldo bajo, para que nos vamos a engañar, yo también me puedo permitir mis caprichos, pero realmente no creo que de para tantos trajes de marca.

Repaso mentalmente todo lo que llevo en mi maleta, pensaba estar sola en la habitación y ahora tengo que compartir apartamento con Andrés. Mi estilo es desenfadado pero cuando se trata de trabajo, saco las armas de guerra. Vestidos que son capaces de arrancar firmas de contratos imposibles, joyas que consiguen llamar la atención a cada paso que doy. Y es que forma parte de mi trabajo, Andrés es comercial y yo relaciones públicas, mi misión es causar buena impresión, abrir puertas que normalmente no se nos abrirían. Tener contactos en el cielo y el infierno. Conseguir no pasar desapercibida allá a donde vamos, y no es por echarme flores, pero soy buena en lo que hago.

Ahora me veo al lado de Andrés con mis pantalones vaqueros , mi blusa blanca y mis sandalias de esparto, y parezco su hija. 

Parece que nos adentramos en el corazón de Roma, ciudad a la que todavía no había visitado y que tenía muchas ganas de conocer. Tengo mi trabajo de campo echo, he buscado clubs nocturnos, restaurantes a donde podemos llevar a  nuestros clientes, tiendas para buscar regalos de cortesía...

Cruzamos el río Tíber y el chófer nos avisa de que hemos llegado.

- Estamos en pleno centro, tenemos todos los monumentos a un paso – digo emocionada.

- Así es – Andrés me mira fijamente.

- Aunque sea por la noche necesito recorrer el centro – digo en un susurro intentando ocultar mi emoción.

- Mientras hagas tu trabajo cuando toque, el resto de tiempo es tuyo – esas palabras suenan a Gallardo, ni que fuera mi jefe.

- Lo sé, siempre hago mi trabajo – no puedo evitar responder.

- Por eso estas aquí conmigo, no lo olvides – me levanta el dedo.

¿Pero bueno?

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