Capítulo 7: Camino a la salvación

Veinte horas de vigilia.

Norak salió corriendo por el pasillo de su apartamento, aún con la vista borrosa, los músculos cansados y los ojos tan secos que hasta parpadear le molestaba. Cogió las llaves de su coche, cerró la puerta de su casa con llave, y bajó hasta el sótano. Descabezado le persiguió mientras se marchaba.

—Amo Norak, ¿dónde vamos? ¿Quién le ha hablado por el intercomunicador? ¿Se trata de algo urgente?

—Vamos al hangar. Hablaremos con Faith. Pesadilla ha capturado a Astride, y tenemos que ir a rescatarla. Así que sí, colega... Se trata de algo muy urgente —explicó, e invitó a su amigo metálico a colocarse en el asiento del copiloto—. Vamos, sube. Tenemos que irnos.

Mientras conducía, Norak comprobó que la pantalla del pecho de Descabezado tenía varias líneas verdes. El robot estaba recopilando información de su disco duro, y cuando asimiló lo que dijo su amo, le respondió al momento:

—¿La becaria Orbon? ¿A esa chica tenemos que salvar?

—Descabezado, tengo que reconfigurarte ese disco duro. Orbon ya no es becaria. Ahora es una de las mayores responsables de los laboratorios Krasnodario, dejó de ser una pringada hace mucho tiempo.

—Entiendo, amo. Y otra cosa... ¿No cree que es demasiado arriesgado ir a salvarla? ¿Quiere que avise a alguien más para que nos ayude en el rescate?

—Qué bien me cuidas, creo que eres el único que se preocupa por mí.

—Para eso estoy, amo Norak.

—Y ahora que lo has dicho, manda un mensaje a Faith y otro a Kurtis. Espero que Slade esté más repuesto y haya salido ya de la camilla del hospital. —Pensó en voz alta, y dictó el mensaje al robot—: Diles que les espero en la Nostradamus.

Descabezado recibió aquel comando y lo obedeció, aunque tardó varios segundos en enviar el mensaje a Faith y Kurtis, pero después informó a su amo de que sus destinatarios lo habían leído.

Minutos más tarde, Norak aparcó frente al hangar y vio a toda la tripulación de la nave correteando de un lado para otro. Entró en la Nostradamus, y fue directo al puente de mando, acompañado del incesante sonido de las ruedas de Descabezado. Allí se encontró con sus compañeros y otros sindicalistas.

—Gracias a todos por venir tan rápido —habló Norak.

—No hay de qué —respondió Kurtis, y le dio unas palmadas en el hombro—. Siempre que das la voz de emergencia, aquí nos tienes. Gracias a ti hemos salvado a muchas personas en las Zonas Hypo. Pero, cuéntanos, ¿qué ha pasado esta vez?

—Será mejor que lo veáis —murmuró, y señaló a Descabezado—: La llamada de Astride se registró también en su disco duro.

—Buscaré el archivo, y lo prepararé para su reproducción, amo Norak.

—De acuerdo. Voy a conectarte al monitor de la nave —contestó.

El enfermero sacó un cable de una pequeña puerta metalizada situada en el cuerpo del robot, y lo conectó en una entrada de los mandos de la nave.

—Está listo. Teniente, ya puede instalar el programa en Descabezado para que reproduzca el vídeo.

Faith toqueteó el teclado holográfico, y al instante, el vídeo se proyectó en el enorme monitor de la cabina de pilotaje. La tripulación se quedó sorprendida al comprobar que la situación no se trataba de una emergencia rutinaria, sino que tendrían que enfrentarse a Pesadilla.

—¿La doctora está en Geelong? —preguntó Hanro Vlaj, general y piloto, cuando comprobó las coordenadas.

—Sí —afirmó Norak.

—La única forma de llegar hasta allí tan rápido es usando la velocidad supersónica —repuso Faith.

—Estoy de acuerdo, pongámonos en marcha. Solo me queda una cosa más que añadir antes de programar la velocidad supersónica. —El piloto carraspeó su garganta, y miró a la marabunta de gente que había en el puente de mando—: Si alguien quiere abandonar esta misión, que lo haga ahora.

Los integrantes de la Nostradamus se quedaron inmóviles, y pasados varios segundos, el piloto Vlaj programó los mandos de la nave para que calentara los motores. Faith arrancó el enorme pájaro de fuselajes azul y púrpura hasta que lo sacó del hangar. Estaban colocados en la pista y preparados para el despegue.

—A vuestros puestos, y con los cinturones de seguridad colocados. Llegaremos hasta Geelong en cincuenta minutos si activamos la velocidad supersónica, pero el viaje de vuelta deberá ser en modo rutinario, o perderemos demasiada energía... —informó Hanro.

—Entendido —aprobó Norak, y se sentó en uno de los asientos situados justo detrás de la cabina de pilotaje. Descabezado se sentó a su lado, y su dueño le puso el cinturón.

—¡Gracias, amo!

—Yo siempre cuido de mis amigos —afirmó con una sonrisa.

De repente, les interrumpió la conversación de Faith con el controlador aéreo.

—Tenemos un problema —afirmaba Faith mientras cubría el micrófono que llevaba colgando de los auriculares—. Vlaj, vuelve tú a repetirles nuestra maniobra. Supongo que será un error...

—Control. Aquí, Nostradamus. Se solicita la pista vacía para un despegue dentro de treinta segundos —habló el piloto.

—Recibido, Nostradamus. Aquí, control. Acceso denegado. —Se escuchó la voz de algún funcionario de la torre de control del Sindicato.

Faith y Vlaj se quedaron boquiabiertos al comprobar que había un controlador aéreo en mitad de la pista, e indicó con unas luces reflectantes que el despegue estaría prohibido.

Mierda. —Norak se enfureció, retorciéndose en el sillón. Quería levantarse pero los cinturones de seguridad estaban bloqueados, y sintió cómo se grababan en su piel—. ¡Ese funcionario no es un miembro del Sindicato! Está fingiendo. Os está prohibiendo salir para que no salvemos a la doctora.

Nadie entendió nada.

Descabezado giró su cuerpecito hacia su amo, y le preguntó con una voz triste:

Amo, ¿se encuentra bien? Mis circuitos me dicen que está usted desvariando.

—Me encuentro bien, colega. Por ahora no me estoy volviendo loco —afirmó, y le ordenó al robot—: Enséñame el contenido del mensaje que escribió Astride, por favor.

Norak vio el texto que escribió la doctora Orbon, y se dio cuenta de que habían pasado por alto su última línea. Esa palabra era la clave de todo, incluso de la prohibición del despegue de la Nostradamus.

—¿Es que nadie recuerda que la doctora decía que el Partido Prospectivo estaba detrás de todo el atentado? —voceó desde su asiento—. Ese controlador aéreo podría ser un infiltrado del Partido Prospectivo, al igual que la gente de la torre de control. Podrían estar incluso dentro de la Bona Wutsa, y nadie se enteraría. Los verdaderos terroristas son ellos... Pesadilla solo es un teatro.

Faith se volteó para encarar a Norak desde la distancia, aún no le cuadraba la explicación que dio.

—Tengo buena memoria, Ryder —interrumpió Faith—. En su mensaje solo venía escrito que el Partido Prospectivo estaba detrás de todo, y la palabra «traición». O algo así. Ten en cuenta que el Partido Prospectivo está en sí tras este asunto... No es nada nuevo, ellos crearon el Surbiro.

—Creo que Astride lo ha dicho todo solo con mencionar «Partido Prospectivo» y «traición» en la misma frase —discutió Norak.

El general Vlaj se quedó callado, y miró al enfermero casi dándole la razón. Pero Faith no estaba conforme, y se negaba a despegar por falta de credibilidad ante lo que decía él.

—¡Piense mal y acertará, teniente! —defendió Kurtis—. Ese refrán nunca pasará de moda...

Faith torció su gesto, y agarró con fuerza los mandos de la nave. Después, miró a Vlaj, y ambos se dedicaron una expresión valiente mientras realizaban las maniobras de despegue. Se escuchaba la voz del controlador aéreo por el intercomunicador de Faith, mientras repetía una y otra vez que la Nostradamus no tenía permiso para abandonar el Sindicato. Las palabras de aquel hombre se perdieron entre el ensordecedor ruido de los motores puestos en marcha. El controlador se apartó de la pista, corría desesperado hasta echarse a un lado, y la nave pasó a escasos metros de su posición, casi reventando sus tímpanos y calcinando su piel por el calor que despedían los rotores.

El hombre miró a la nave púrpura mientras desaparecía en la lejanía, con unos ojos incrédulos y una mente escéptica.

—Co-control. La Nostradamus ha des-despegado —comunicó a la torre de control mientras temblaba.

—¡Despegue denegado! ¿Es que no nos han oído? —La torre de control se puso en contacto inmediatamente—: ¡Nostradamus! ¡Aquí, control! ¡Repito, el despegue no está autorizado!

—Control, aquí Nostradamus. Nunca obedeceremos las órdenes del puñetero Partido Prospectivo —dijo Hanro con una sonrisa burlona, y golpeó el intercomunicador. El aparato quedó hecho una bola de chatarra chispeante y con cables rotos—: Bueno, sindicalistas, ya podemos darnos por despedidos. Así que, vamos a darles su merecido a esos desgraciados. ¿Las armas delanteras están cargadas?

—Sí, pero el cañón izquierdo no funciona y el derecho no está calibrado. Si tenemos que atacarles, deberás apuntar de forma manual —murmuró Faith.

—De acuerdo —aprobó el general—. Programemos la velocidad supersónica y activemos el radar. Si vemos alguna nave no identificada en nuestra base de datos, les registraremos para comprobar si Pesadilla ha escapado del laboratorio.

Hanro inició una cuenta atrás, y en cuanto la Nostradamus alcanzó la altura suficiente, dio la orden para iniciar la velocidad supersónica. La nave aceleró, y los pasajeros se quedaron con las espaldas pegadas a los asientos durante varios segundos. La agobiante sensación que tenían no se detuvo hasta que la velocidad se normalizó en una alta cifra de metros por segundo. Lo que sintieron fue una mezcla entre el cansancio, la sobredosis de adrenalina que les hizo notar el estómago encogerse bajo el abdomen, y los ojos secos que parecían salir de sus órbitas.

Norak respiró con tranquilidad cuando Hanro informó sobre el trayecto de vuelo.

—Llegaremos a Geelong en cincuenta minutos, pero gastaremos más de la mitad de la energía...

—Tenemos cartuchos de reserva en la bodega, no hay problema —dijo Faith—, podríamos llegar hasta Johannesburgo sin tener que recargar si racionamos bien las energías. Evitemos entrar en batalla, porque las maniobras de ataque y defensa forzarán más el motor... Y moderaremos la velocidad cuando volvamos. Tardaremos tres horas como mucho.

—Me parece correcto —afirmó Hanro.

Norak se mantuvo callado durante todo el camino, y observó las monótonas vistas que tenía desde el interior de la nave. Parecía que alguien había pintado los cristales de la Nostradamus de un singular color azul, que vibraba y cambiaba con mil destellos y degradados de los débiles rayos de sol. También, empezó a crear un nuevo tic nervioso. Agitó sus piernas con insistencia, y se mordió las uñas hasta el punto de despellejarse la punta de los dedos. Pasados casi los cincuenta minutos, se observó a sí mismo en la cámara de su dispositivo móvil, y se percató de que tenía los ojos ensangrentados, y que una red de venas rojas rodeaba su iris. Aquel aspecto enfermo que tenía le asustó, y creyó ver algo en su propio reflejo sobre la pantalla luminosa. Vio que tras sus negras pupilas se asomaba un rostro inerte, de manos huesudas y una guadaña que le cortaba por dentro. Se dio cuenta de que la muerte le acechaba, pero... ella amenazaba tanto a él como al resto de sus compañeros, y en sus miradas, todos poseían esa misma calavera oculta que les arañaba por dentro, les tiraba por detrás de los ojos y les obligaba a cerrarlos.

Dormir para siempre.

Él se llamó a sí mismo «loco» por tener ese desvarío, por ver a esa muerte diminuta encerrada en sus pupilas y tirando de sus ojos, como si se tratara de un títere. El portador de la guadaña era su titiritero. Sin embargo, aquello no era una imaginación, o algo propio de locos...

«La muerte vivía en las mentes de todos, y muchas veces nos guiaba para terminar con nuestras vidas», pensó Norak.

Había visto situaciones así día tras día. Era enfermero, y trabajaba en las Zonas Hypo más conflictivas del planeta. Había visto morir a mucha gente, y nadie comprendía qué era la muerte mejor que él. Sabía que solo bastaba con dejar de luchar o rendirse para fallecer. Por eso mismo, siempre que trataba con pacientes terminales, les decía que tenían un desafío por delante. Los que decidían resignarse siempre morían, y por eso, Norak decidió seguir luchando, aunque eso significara no cerrar los ojos durante demasiado tiempo, y ver más miserias juntas que durante todos sus años vividos como enfermero.

—Reduciendo velocidad... —habló Faith, e interrumpió lo que pensaba Norak—. Comenzando con las maniobras de aterrizaje.

—Disminuyendo potencia del rotor central —avisó Hanro.

La nave llegó hasta los laboratorios de Geelong, y se toparon con un inhóspito hangar e instalaciones solitarias. No había ni rastro de Astridia ni de los terroristas. Pero Hanro se dio cuenta de que había varios tanques de carburante azul en el suelo. Uno de ellos estaba algo derramado. El sistema operativo de la nave hizo un zoom a las gotas de combustible, y mostraron un análisis del líquido a los tripulantes.

—Es un carburante que se usa en naves de tamaño medio. Podríamos programar el radar de la Nostradamus para que detecte solo a las naves que tengan un motor compatible con el tipo de carburante que hay aquí —explicó el piloto.

Faith toqueteó los mandos de la nave, y el radar se llenó de varios puntos verdes.

—Vamos a buscar las naves seleccionadas, y las registraremos —ideó Hanro.

La Nostradamus volvió a surcar el cielo, y a ganarse una vez más, su peculiar nombre. La habilidad por la que toda Sudáfrica conocía a ese armatoste, era por su sistema de detección. Estaba ubicado en un radar inteligente del puesto de mando, que instaló la propia Faith. Ese pájaro mecánico era casi capaz de predecir las posiciones de otras naves, lugares o incluso personas que el equipo del Sindicato buscaba. Esa habilidad de la nave les había ayudado a realizar muchas hazañas, y a practicar numerosos rescates exitosos en las Zonas Hypo. Aquella nave parecía el profeta flotante de los cielos de Sudáfrica, y por eso se llamaba como el antiguo Nostradamus.

Alcanzaron una de las naves señaladas, y con una orden de registro judicial que les acreditaba como un Sindicato que trabajaba para el gobierno mundial, pudieron observar la nave y comprobar que se trataba de un vehículo de uso particular. Repitieron el mismo proceso con varias, sin dar con alguna sospechosa. Hasta que se toparon con una de fuselajes rojos que viajaba a velocidad supersónica. La Nostradamus no tardó en ir tras ella, y se colocó justo en su cola.

De pronto, la nave roja abrió fuego mediante una metralleta trasera. Vlaj realizó una maniobra forzada para esquivar las balas. Norak sintió la comida digerida concentrándose en su estómago, que subió hasta su boca con un asqueroso regusto ácido. Desde luego, jamás sería capaz de superar su miedo a volar.

—¡Calibrando cañón derecho! —exclamó Faith—. ¡Cañón preparado!

—Pasando a modo manual... —dijo Hanro mientras realizaba los cálculos necesarios para programar su disparo—. ¡Les tengo a tiro! ¡Ahora!

Un rayo láser atravesó el aire, y cortó una parte del ala derecha de la nave escarlata.

—¡No sigáis disparando! ¡Astride está ahí dentro! —recordó Norak, alterado.

—Está controlado, Ryder —respondió Faith, y se dio cuenta de que la nave, a pesar de tener esos daños, estaba huyendo—. ¡Vlaj, se escapan!

—Suspende los sistemas de ataque —gruñó Hanro—, y pasa tus mandos al modo automático. Te encargarás tú de pilotar ahora.

—¡Vlaj! ¿¡A dónde vas!? —gritó Faith.

—A hacer una locura —ironizó el general.

Faith pataleó con rabia, y Hanro Vlaj salió corriendo mientras se quitaba el casco. Buscó con la mirada al agente Slade. Cuando le encontró, le hizo un gesto con la cabeza para que le acompañase. Kurtis accedió al momento. Ambos fueron hasta la bodega tambaleándose por la velocidad que llevaba la nave. Una vez allí, Hanro le mostró un anticuado panel de mando parpadeante, plagado de botones amarillos, verdes y rojos. El piloto introdujo una llave para activar el mecanismo.

—Sé que eres un hombre de acción... —argumentó Hanro—. Así que necesito que salgas fuera de la nave y reconfigures el arpón. Yo tendré que programarlo aquí dentro, les dispararé y les cazaremos...

—General, soy un tío duro, pero no un suicida. Vamos a velocidad supersónica, ¿cómo espera que salga ahí fuera sin quedarme hecho un puré? —preguntó Kurtis.

Hanro le dedicó una mirada irónica, frunció sus gruesas cejas castañas, y esbozó una sonrisa torcida.

—Para eso tengo esto...

El piloto le mostró a Kurtis un traje semejante al de un astronauta. Era de color negro, con una escafandra púrpura y unas gruesas botas azules que le mantendrían sujeto a la superficie de la Nostradamus. Además, disponía de un cinturón del que colgaba un potente cable de acero. Estaba enganchado en un anclaje metalizado dentro de la propia bodega de carga.

—Esto te mantendrá sujeto a la nave, Slade. Lo único que tienes que hacer es alinear el arpón y cargarlo. Solo tendremos una oportunidad.

Kurtis no tardó ni dos segundos en ponerse el exagerado atuendo, y caminó marcha atrás agarrándose a la cuerda de acero. Hanro también usó un traje parecido, con unos seguros que le mantendrían fijo al suelo y a la pared donde estaba el panel. Cuando abrió la bodega, la velocidad y el aire congelado podían sentirse vibrando a través de la piel.

El africano vio la nave roja haciendo barridos sin parar. Estaba a punto de estamparse contra el suelo. Descendió la trampilla abierta de la Nostradamus. Algunos restos de la otra nave caían en contra suya, y arañaron el cristal morado de su escafandra. A duras penas consiguió llegar hasta el arpón, que estaba justo debajo. Se agarró a las barras de metal de la nave, y sus pies se adherían a la superficie. Estaba posicionado de pie, a la inversa y a velocidad supersónica. En poco tiempo, la sangre se le subió a la cabeza, y las venas de sus sienes se hincharon de forma preocupante. Su vista se nubló, y decidió concentrarse lo máximo que pudo.

El proceso fue rápido. Usó todas sus fuerzas para alinear el arma de forma vertical con la nave, y luego, introdujo la misma munición que llevaba colgada en la espalda. Subió como un rayo a la bodega en cuanto acabó.

Cuando Hanro cerró la trampilla, Kurtis comprobó que apenas veía con el casco puesto. El cristal de la escafandra se llenó de los arañazos que provocaron los restos rotos que impactaron contra él. También estaba cubierto del vapor de su aliento jadeante. Unas gotas de sangre que salieron de su nariz adornaron el cristal mediante dos manchas irregulares y rojas.

—Bien hecho, Slade. —Hanro le felicitó—. Ahora tengo que dispararles...

El general introdujo una clave, y un botón verde se iluminó. La pantalla del panel se encendió, y apareció una diana junto al objetivo en movimiento. Tardó varios instantes en concentrarse, y disparó justo cuando el punto pasó por encima del objetivo. El piloto volvió a abrir la trampilla de la bodega, y comprobó que el tiro había sido limpo. La flecha metálica atravesó el ala restante de la nave roja.

Ambas naves estaban unidas mediante el cable de acero del arpón. Eso frustró la huida de Pesadilla. Durante ese mísero instante, la nave vecina también abrió su trampilla. Kurtis y Hanro vieron que sus enemigos estaban a punto de saludarles.

—No es necesaria más violencia —dijo Hanro—, entregaos como es debido.

—¿Entregarnos ahora que estamos disfrutando de nuestra gloria? Ni hablar. Tendréis que coserme los ojos y obligarme a dormir para que me entregue —respondió el terrorista del monóculo iluminado—. Dejadme proponeros algo, y haceros esa propuesta al revés. Os entregaré a la doctora Orbon. Pero yo me quedaré con la cura, y con su hijo a modo de incentivo. Si ella decide crear otra vez la cura por su cuenta, le mataré.

—Trato hecho —afirmó Hanro, y rechinó sus dientes por la tensión.

La Nostradamus redujo la velocidad poco a poco hasta quedarse parada en el aire, separada a escasos metros del vehículo de Pesadilla. El único puente entre ambas estaba formado por un fino trozo de acero y enormes ladrillos invisibles, cimentados con hostilidades, odio y miedo. Ambos sindicalistas vieron a la doctora Orbon agarrada a la cuerda para llegar hasta la nave.

—¡Tenéis que negaros a esto! ¡Negociad y quedaos con la cura, dejad que me maten a mí! Haced algo... Salvad a mi hijo... ¡Salvadle! —Astridia estaba tan nerviosa que ni siquiera sus palabras tenían sentido, y por su boca salían ideas contrapuestas.

La científica se encontraba en una enorme tesitura: salvar su vida, salvar a la humanidad o salvar a su hijo. Eligiera cual eligiera, alguien debía morir. Pero todo sacrificio poseía una recompensa. Ese premio podía ser la salvación del mundo u la posibilidad de ver a Tomkei crecer. Aunque para conseguir una de ambas cosas, ella tendría que estar viva. Astridia podía ser justa y desobedecer la amenaza del Líder REM, o ser egoísta, condenar al mundo y salvar a su pequeño.

El ser humano sentía la necesidad de sobrevivir. Era un atributo intrínseco que todos poseían como animales, pero además, tenían raciocino. Era la razón, la que a veces les empujaba a condenarse para salvar su especie.

Eso fue lo que hizo Astridia Orbon.

—¡Vamos, Astride! ¡Trepa por la cuerda! —insistió Kurtis.

La doctora temblaba mientras agarró la cuerda. Sus pies se encontraban sobre el vacío, desde ahí contempló a Tomkei. El terrorista le agarraba por el brazo, y el niño... bostezaba.

—Si vais a separarme de mi hijo... —Astridia volvió a cambiar de opinión, y soltó una de sus manos de la cuerda—. Voy a soltarme.

—Mejor así. Un problema menos, ¿verdad? —murmuró Delta.

—Si la doctora muere, ¿para qué nos sirven los rehenes? Vamos a dejar de hacer sufrir a estas pobres personas, están deseando echarse una larga siesta —dijo el líder terrorista.

Se situó tras la señora Kaijo, y le cantó una macabra sintonía al oído. La melodía se quedó grabada en el cerebro de cada uno de los presentes, y las notas se clavaron como agujas sobre sus acelerados corazones. Aquella macabra nana adormeció a la anciana.

La señora Kaijo cerró los ojos, y cayó al suelo sobre sus rodillas. Alfa dio una patada a su cuerpo muerto en una dirección inmediata hacia el abismo. Astridia gritó tan fuerte que ese alarido pudo llegar a oídos de Norak.

El enfermero se quitó el cinturón de seguridad, y corrió hacia la bodega. Justo cuanto llegó, se encontró con la misma desesperante situación de sus compañeros, además de las últimas palabras del Líder REM.

—Será mejor que pienses dos veces eso de suicidarse. Ya sabes que no me ando con faroles cuando amenacé diciendo que mataría a esa mujer y al niño. La anciana ya está muerta. No me obligues a asesinar al niño también. Dejaré que te vayas. A ver si puedes llegar a la Nostradamus antes de treinta segundos.

—¿Treinta... segundos? —preguntó Kurtis.

—Esta nave va a autodestruirse antes de medio minuto —dedujo Hanro cuando vio a los terroristas corriendo al interior de la bodega con el hijo de la científica.

—¡Tomkei! ¡¡Tomkei!! ¡No! —chilló ella.

El niño miró por última vez a su madre antes de irse.

—Mamá, tengo sueño —habló de forma débil.

—No te preocupes, chico. Yo tengo un grandísimo repertorio de cuentos para dormir que podría contarte. Lo haré en cuanto tu mamá no haga lo que le digo. —El líder se dirigió a Astridia—: Así que ya sabes, gran científica. No crees otra vez la cura, y procura mantener los ojos abiertos.

Tomkei volvió a bostezar, y desapareció con sus secuestradores dentro de la nave. Segundos más tarde, comprobaron que habían huido mediante una cápsula de escape.

Los motores de la nave de Pesadilla se apagaron. El artefacto se quedó suspendido en el aire, colgado del cable metálico del arpón. Astridia se mantuvo agarrada a la cuerda, pero estaba a punto de perder las fuerzas y soltarse. Las palmas de sus manos le ardían. Mientras tanto, Norak se colocó rápidamente un cinturón parecido al que llevaba Kurtis. Sin pensárselo dos veces, saltó al vacío con el arnés puesto. En ese instante no pensó en su vértigo, solo en salvarla a ella.

Norak cayó a la misma altura de Astridia. Ella soltó el cable. Él la agarró de la mano.

—¡General, desprenda el arpón de la Nostradamus! —gritó Norak.

El piloto hizo que el mecanismo del arpón se desanclara. La nave que colgaba de la Nostradamus, que se convirtió en una bomba flotante, se lanzó al vacío.

Explotó. El calor del estallido abrasó el cielo. Norak atrajo a Astride hacia sí mismo, y la abrazó con fuerza contra su pecho. Los restos de la explosión acariciaban cada trozo de piel desnuda que tenían, en forma de una calidez enfermiza con el nombre de Pesadilla grabado a fuego. Un pitido molesto se extendió por sus oídos, pero la visión de ambos continuó intacta, y se miraron a los ojos. Cada uno vio en el otro el paso de todos los años que habían pasado sin verse, pero también, observaron que solo bastó con un día de vigilia para transformar por completo sus vidas, y las del resto de todos los humanos.

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