Capítulo 5: Pastilla de vida
Seis horas y trece minutos de vigilia.
Qeri yacía sobre el colchón, y su cara estaba escondida bajo las sábanas. Su pelo espeso y claro estaba algo revuelto. Su cuerpo no se movía ni un centímetro. Norak se acercó paso a paso, pero, dominado por la desesperación, se abalanzó sobre ella y la zarandeó.
—¡Qeri! ¡Dime que estás despierta! ¡Por favor! —exclamó Ryder.
De repente, ella abrió los ojos, se quitó los auriculares luminiscentes de color púrpura que llevaba puestos, y cogió una bocanada de aire por el sobresalto.
—Pero, ¿qué? ¡Solo estaba descansando! ¿Cómo iba a quedarme dormida durante un turno, tarugo? Estaba escuchando música, no entiendo para qué has tenido que ponerte así. ¡Casi me matas del susto!
—Madre mía... —musitó Norak. Creyó que el corazón se le iba a salir del pecho.
—Tú nos has matado del susto, creíamos que estabas muerta —replicó Nedi.
Qeri enarcó las cejas y torció su gesto. No entendía a qué se referían sus compañeros porque no había visto las noticias de última hora.
—Mira, a Nedi se lo perdono, pero... Norak, tú pareces un novato. —Qeri se mantuvo en sus trece—. Llevas muchísimos años trabajando en hospitales, y sabes de sobra que en los cuartitos de descanso del personal, la gente nunca duerme. Es más, he visto a gente haciendo de todo menos dormir. Seamos claros, la única forma de dormir estando a cargo de la Unidad de Cuidados Intensivos es teniendo un ojo abierto y el otro cerrado.
—Tienes razón —habló Norak, y suspiró con alivio.
—Ahora, ¿me queréis decir qué pasa?
—Mira las noticias. Puedes consultarlo en Clocktick, seguro que es tendencia horaria —explicó Nedi.
Qeri miró su reloj, y un holograma con forma cuadrada desplegó un menú. Ojeó los temas más tratados por el mundo, y se tapó la boca con la mano al leer una y otra vez las mismas palabras. Insomnio. Atentado. Presidenta. Terrorista.
Extinción.
Había una buena cantidad de vídeos, imágenes y frases poco agradables que posteó la gente con pánico. Observó una breve secuencia que contaba con más de cinco millones de ticks. Era un trozo del discurso de la presidenta sobre el atentado.
—Esto se va a poner patas arriba —dijo Qeri—. ¿Tenemos seguridad?
—Sí. Nos comunicamos con el director del hospital para que nos mandara algunas tropas de la Base —respondió Norak—. Así tendremos la situación más controlada.
—Bien —aprobó Qeri mientras se levantaba de la cama—. Norak, mira en mi bolso, y busca un neceser blanco. Tengo ahí tres pastillas de almuerzo liofilizadas. No vamos a tener tiempo para comer así que... más vale tragarnos eso antes que nos desmayemos mientras atendemos en urgencias.
—Qué precavida —bromeó Norak.
Él rebuscó en el bolso de su compañera mientras ella se colocaba sus zuecos de plástico. Encontró el neceser, y tras abrir la cremallera, descubrió que Qeri guardaba ahí dentro suficiente comida liofilizada para suplir las necesidades calóricas de medio hospital.
—¡Nunca se sabe! —exclamó la muchacha.
El enfermero cogió tres paquetitos que indicaban en sus etiquetas que tenían el valor calórico de un plato de pasta, y que su sabor era de espaguetis con queso. Norak y Qeri se tomaron la pastilla, de un tamaño algo grande, acompañándola con un vaso de agua. Después, le dieron a Nedi su ración correspondiente.
—Acaban de llegar las píldoras que dijo la presidenta a la farmacia del hospital. ¿Os parece bien si pasamos allí el turno y organizamos las dosis?
—Buena idea, Monter —dijo Norak.
—Las dosis eran unitarias, ¿verdad? —preguntó Qeri.
—Sí, una al día. Deberíamos establecer un horario fijo para darlas a los pacientes. Tendríamos un registro más adecuado de la toma del medicamento. —Nedi tomó la iniciativa—. Además, la pastilla bloquea el sistema inmune, debemos estar atentos por si surgen infecciones adicionales...
—Y vigilar que todo el mundo la tome, por supuesto —insistió Norak.
—Es que no hay otra opción... —murmuró el chico—. Si no la toman, el sistema inmune atacará y se producirá el Ataque Somnoliento. Morirán dormidos sí o sí.
—Como Vera no sepa controlar la situación, ya puede despedirse de la presidencia... La gente va a echarla. Y si vuelve a presentarse a otras elecciones, ya puede olvidarse de mi voto. —Qeri protestó mientras salía del cuartucho—. A ver cómo piensa conseguir una cura en siete días...
Los tres sanitarios recorrieron el pasillo hacia la farmacia del hospital, pero se detuvieron cuando Norak reconoció la inconfundible silueta de su gran amigo, Kurtis. El ex agente de policía, y entonces, responsable de la seguridad del Sindicato, estaba en la central de enfermería preguntando por su compañero.
—Kurtis —habló Norak, y se saludaron con un abrazo rápido—. Los de seguridad habéis llegado pronto, ¿viste las noticias?
—Sí. La situación parece complicada. ¿Cómo estás? ¿Te encuentras bien?
—Intento estar lo mejor que puedo... —respondió Norak, cabizbajo, y echó un vistazo a la cantidad de armas que llevaba su amigo consigo. Cargaba un rifle con un cañón eléctrico—. Tú... estarás bien, ¿no?
—Digamos que... sí.
Norak resopló. El intercomunicador de su amigo pitó con insistencia, y no tardó en responder.
—Agente Slade, operativo. —Se escuchaba un murmullo ininteligible al otro lado de la llamada—. Bien, voy para allá... —Kurtis confirmó las órdenes de su superior—. Norak, tengo que irme, ya se están produciendo los primeros altercados en la planta baja. Trabaja duro.
—Lo haré, amigo mío. Buena suerte. —Ambos se dieron un fuerte apretón de manos como despedida.
Él miró a Kurtis mientras se perdía en la lejanía del pasillo. Su silueta contrastaba con la luminosidad de la estancia. Llevaba atuendos negros y un chaleco antibalas azul marino. Norak evitaba pensar si algún paciente o un familiar pudieran llegar a atacarle con armas de fuego, pero... no era la primera vez que los nervios traicionaban el sentido común de las personas. Dentro de un hospital era muy fácil perder la razón, sobre todo si había vidas humanas en juego.
Por eso mismo, el hospital había establecido muchos protocolos de seguridad y de emergencia, tanto por posible pandemia como por amenaza terrorista. Entre algunas de las principales medidas, se había bloqueado el uso de los ascensores y la salida o entrada de personas estaba siendo controlada con rigurosidad. Además, controlaban el número de pacientes por planta, y pidieron a muchos de sus familiares que se marcharan a casa en el caso de no presentar ningún síntoma grave.
Mientras los sanitarios corrían de un lado a otro preparando ansiolíticos para los que más sufrían el pánico, Nedi, Norak y Qeri bajaron escalera tras escalera para llegar a la farmacia lo antes posible, que se encontraba en una sección subterránea. Nedi terminó por saltar los peldaños de tres en tres para ser el primero en llegar. Descubrió que un sani-raíl lleno del cargamento de fármacos acababa de frenar.
Un hombre salió de la cabina, y se acercó a ellos para entregarles un informe.
—Ahí están los datos de las píldoras y su cantidad —dijo el señor mientras se quitaba su gorra roja, y rascaba su cabellera grasienta—. Llegarán dos cargamentos más, tengo que volver al hangar para recogerlos. Daos prisa para descargar todo esto.
—Entendido —respondió Norak, y fue directo al megáfono que había en la pared frente a la vía—: Atención, se necesitan diez sanitarios para la descarga y organización del cargamento farmacológico anti-epidémico. Gracias.
Nedi leyó para sí mismo los datos que figuraban en el documento:
«Nombre del medicamento: Insomnias F-4.
Forma: Píldora, vía oral.
Grupo farmacológico: Antagonista del sistema inmune y bloqueador de la cepa de Baggos, o causantes del Ataque Somnoliento.
Principales efectos adversos: Infecciones producidas por la bajada de defensas.
Distribuida por los Laboratorios Krasnodario & Empresa Onyria.»
—Este Krasnodario... Cualquier cosa que sea un avance médico, y... ¡pum! Siempre tiene las narices ahí. —Nedi se quejó tras ojear el prospecto.
—A estas alturas, yo confiaría más en ese científico loco que en Vera. Ella no tiene tanta formación en estos temas —repuso Qeri.
Nedi se quedó callado, prefirió guardarse su opinión. Norak incluso se sintió extraño al oír lo que pensaba Qeri. No entendió ese repentino cambio de parecer. Ella trabajaba para un Sindicato que formaba parte del Partido Retrospectivo. Era imposible que apoyara las ideologías de Dacio, siendo él quien estaba al mando del partido contrario.
En silencio, todos descargaron las numerosas cajas llenas de las Insomnias F-4, junto con la ayuda de algunas máquinas y varios sanitarios más que acudieron tras el aviso.
Justo al terminar, vieron la montaña formada a base de pilas y pilas de cajas, rellenas a su vez de los blíster transparentes que guardaban las píldoras bicolores, mitad negras y mitad moradas. El sani-raíl partió como una bala cuando vaciaron los vagones, y el director del hospital llegó a la zona subterránea para supervisar las tareas.
—Buen trabajo. —El director Oyane les felicitó—. Me han enviado el documento con la cantidad exacta de píldoras que tenemos a nuestra disposición. Junto a los dos cargamentos más que nos envíen, tendremos suficientes píldoras para suplir las dosis de todos los pacientes del hospital durante una semana —explicó mientras hacía un movimiento circular con sus dedos alrededor de su boca. Oyane realizó el mismo gesto varias veces como un tic nervioso, y de hecho, su expresión dictaba que estaba a punto de subirse por las paredes.
—¿Le parece bien si damos las dosis a las seis de la tarde? —preguntó Norak.
—Sí, está bien establecer un horario fijo para la toma del medicamento. —Oyane miró su reloj, eran las cinco y media—. Convocaré a otro equipo para que descargue los siguientes cargamentos, y quiero que vosotros mismos os ocupéis de la organización y reparto de dosis durante esta jornada.
—De acuerdo. —Norak asintió, y programó a los robots de carga para sostener la enorme cantidad de cajas con Insomnias F-4—. Una cosa más, director Oyane, ¿podrían quedar los ascensores operativos solo para los robots de carga?
—Sí. Avisaré al responsable del cuerpo de seguridad... —continuó Oyane—. Id subiendo a la primera planta. Tendréis allí mismo el cargamento dentro de unos minutos, ahora nos vemos arriba.
—Vámonos —insistió Nedi.
Subieron de nuevo las escaleras, y esa vez, fue Qeri quien comunicó por megafonía que los cargamentos habían llegado. Tal como Oyane les prometió, el ascensor volvió a quedar operativo, y cuando el pitido de la máquina cuadrada resonó por el recibidor de la primera planta, Nedi fue corriendo hasta allí. Algunos miembros del cuerpo de seguridad comprobaron que las cajas no contenían ningún material sospechoso, y justo después, hicieron el reparto de las dosis y anotaron la cantidad de las píldoras que iban a usar.
Cuando habían distribuido la medicación a todos los pacientes de la primera planta, eran algo más de las diez. Fueron a una sala de descanso en cuanto tuvieron un rato libre. Kurtis también se incorporó a aquel encuentro.
Todos se quedaron callados, rodeaban una pequeña mesa rectangular, de plástico y un color verde quirúrgico nada esperanzador. Había cuatro blíster individuales en el centro, uno para cada uno. Norak cogió un par de botellas de agua de la máquina expendedora de la salita, y ninguno se decidió a probar la pastilla.
Nedi Monter fue el primer valiente que se dignó a hacerlo. Rompió la parte trasera del blíster, empujando la superficie con sus dedos hasta que el papel plateado se rasgó, y la píldora negra y púrpura cayó sobre la palma de su mano. Después, sintió cómo su saliva se espesaba en su boca mientras tomaba la pastilla. No probó ni una gota de agua.
—A palo seco... —bromeó—. Vamos, tomad la vuestra. No os va a pasar nada.
Los tres que faltaban repitieron el mismo proceso, y a Kurtis le costó tragarse tanto la píldora por los nervios, que casi se bebió toda la botella para que la dichosa Insomnia F-4 bajara por su esófago. Empezó a sudar.
—Agente Slade, ¿se encuentra bien? —preguntó Qeri.
—N-no... —Kurtis tartamudeó mientras desajustaba un poco el cuello del chaleco que llevaba puesto—. Me duele la cabeza, y me siento como... exaltado, pero a la vez... estoy... cansado...
El africano perdió el equilibrio.
—¡Kurtis! —exclamó Norak, y le agarró para evitar que cayera al suelo de bruces.
Nedi le ayudó a sostener el peso lacio de Kurtis hasta una habitación desocupada del hospital. Ambos dejaron caer su cuerpo sobre la camilla, y vieron que seguía consciente. Tenía los ojos abiertos, pero parpadeaba con dificultad.
Kurtis miró de manera directa a la luz del techo de la sala, y Norak vio cómo su pupila se empequeñeció tanto, que pareció desaparecer sobre su iris marrón. El agente cubrió su mirada con la mano como en un acto reflejo.
—La... luz... Me molesta... ¡Apaga la luz!
Al instante, Nedi disminuyó la intensidad de las alargadas bombillas blancas, y Kurtis se tranquilizó un poco. Qeri le secó el sudor de la frente, y Norak le quitó el chaleco. Nedi le tomó la tensión, y comprobó que era normal. Los tres trabajaban con tanta sincronía que parecían una sola persona. Las mismas preguntas cruzaron sus mentes.
—¿Creéis que esto será un efecto adverso de la píldora? —preguntó Nedi.
—No tendría sentido... —murmuró Qeri, y masajeó sus sienes con la punta de sus dedos—. Esperad un momento, creo que sé qué está pasando... ¿Os acordáis de lo que dijo la presidenta sobre el Surbiro?
—Dijo tantas cosas... —Norak realizó un bufido.
—Sí, pero... ¿por qué lo dices? ¿Por los síntomas que producía el Surbiro y por consiguiente, el insomnio? —cuestionó Nedi.
—Además de eso —agregó ella—, lo digo porque Somout mencionó que los primeros síntomas de la enfermedad se producían a partir de las doce horas tras la exposición. Si nos ponemos a contar...
—Ya casi han pasado doce horas —completó Nedi.
—Entonces... Kurtis está experimentando los primeros síntomas —habló Norak en un preocupado tono de voz.
—Exacto. Pero lo peor es que tú también los tendrás dentro de... quién sabe, unos minutos. Y yo también, y él. —Qeri señaló a Nedi.
Norak se sentó en una silla de la habitación, y sintió cómo unas gotas de sudor frío le recorrían la piel de su espalda. Después, empezó a mover la pierna. Sus músculos desde el tobillo a la rodilla titubeaban, y se mordía las uñas. Creó una manía en cuestión de segundos. Más tarde, miró a la tenue luz del techo, y su visión se cegó por varios instantes. Cuando apartó los ojos del foco, varias manchas de colores se extendieron por su campo de vista.
«Las Insomnias F-4 no nos evitarán sufrir insomnio. Lo único que hacen es evitar que nos durmamos para seguir vivos. El insomnio seguirá ahí, torturándonos, hasta que no nos quede otra excepto cerrar los ojos y vencer al sueño cuando las píldoras se acaben, o el cuerpo no aguante un minuto más sin descanso. Es solo cuestión de tiempo», pensaba Norak.
Tanto él como Kurtis habían empezado a experimentar los primeros síntomas de la enfermedad: Manía, exaltación, sudoración, fotosensibilidad... Todo eso formó un cóctel en el interior de sus cuerpos que les impedía pensar en el mero hecho de dormir. Desde aquel momento, Norak y Kurtis tenían insomnio.
Pero Nedi y Qeri también empezaron a sudar, a temblar, a cegarse tras mirar el más mínimo foco de luz...
Porque tras esas doce horas, nadie se libraría del insomnio.
Clocktick: Red social mundial.
Insomnias F-4: Son unas píldoras que se encargan de bloquear el sistema inmune, e inactivan también la cepa de Baggos (glóbulos blancos especializados) que atacan contra el Surbiro. Evita la muerte por falta de oxígeno en el cerebro durante la fase cuatro del sueño, pero el insomnio y los síntomas del mismo continúan.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top