Capítulo 3: El mecanismo de la muerte

Dos horas de vigilia.

La sala de conferencias de la Bona Wutsa no tardó en llenarse. Estaban presentes los cargos más altos del Partido Retrospectivo, entre ellos el vicepresidente Udafor. Habían convocado también a varios representantes de los cuerpos de seguridad mundial, además de los científicos más brillantes del mundo que trabajaban en los laboratorios de Dacio Krasnodario.

El único que faltaba por venir era Dacio, que traería consigo a la mayor experta en microbiología que el mundo había conocido hasta entonces. Conforme esperaban, uno de los guardaespaldas de Vera le comunicó la información más reciente:

—El jet de Krasnodario está sobrevolando el norte del continente. Llegará en unos minutos.

—Bien —aprobó Vera.

—Acabamos de conseguir los restos del fuselaje del dron aéreo, y también las cajas negras —interrumpió Ima con urgencia—. Krasnodario se ha comunicado conmigo hace media hora.

—¿Qué ha dicho?

—Me ha informado que si ya han nebulizado el gas con la enfermedad, el dron también ha sido impregnado por el mismo. Su equipo de microbiólogos se está encargando de limpiar el fuselaje para encontrar algunas muestras y comenzar con las investigaciones lo antes posible.

—Perfecto, Ima. Muy buen trabajo. —Vera la felicitó, e Ima le dedicó una sonrisa forzada. No había tenido tiempo de echarse aquella siesta.

Vera se sentó en su sillón situado en un extremo de la mesa. Estaba rodeada de todas esas personas que debían ayudarla a salvar el mundo.

Ella carraspeó su garganta, y bebió un vaso de agua con incomodidad. Sintió cómo el líquido bajó por su esófago a través de una helada sensación. Percibió un regusto ácido, como si hubiera suciedad o veneno, pero entendió que la única toxina que recorría su interior era su propio miedo.

Un grupo de personas se incorporó a la reunión, y eso distrajo los pensamientos de la presidenta, que reconoció a una mujer custodiada por dos fornidos guardaespaldas. La señora llevaba el cabello mucho más corto que la última vez que la vio, y su pelo rubio se había teñido con varias mechas platinas. La mujer se acercó a ella, y le dio un suave y cortés beso en la mejilla.

—Clisseria. —Vera dijo su nombre con suavidad—. Cuánto tiempo sin verte. Me alegro de que hayas podido asistir.

—Dacio me dijo que era urgente —musitó Clisseria—. Si la situación lo requiere, estaré a tu disposición tan pronto como me sea posible.

—Lo sé, Clisseria.

Vera y Clisseria hablaron durante varios minutos, y aquella charla calmó un poco el ambiente. Sin embargo, Ima no tardó en interrumpir cuando informó de la llegada de Dacio a la Bona Wutsa. La sala se quedó en absoluto silencio, y Clisseria reservó un asiento vacío a su lado.

Dacio entró en solitario en la sala de conferencias, y cerró la puerta tras su paso. Las puntuales arrugas de las esquinas de su boca y sus ojos se acentuaron por su seriedad. Fue directo a saludar a Vera en primer lugar. Intercambiaron unas palabras amistosas pero el fondo de sus intenciones reflejaba la misma competitividad que compartieron hace una década, durante la campaña y las elecciones por la presidencia mundial.

—Querido, ¿qué tal el viaje? —cuestionó Clisseria.

—Estresante, Cliss —respondió Dacio, y le dio un beso en la frente.

Dacio se rascó la cabeza con nerviosisimo, y recolocó su pelo blanco detrás de su oreja. Tenía una franja canosa en los laterales de la cabeza, aunque el resto de su cabello era plomizo.

—¿Hemos entablado contacto con la Comisión Galáctica? —preguntó mientras se sentaba al lado de su esposa.

—Creo que esa medida es algo desmesurada todavía —opinó Vera.

—Señora presidenta, como Embajadora Terrestre me veo obligada a informar a Plutón de lo que sucede en la Tierra. Hay que pedir ayuda —explicó Clisseria—. Aunque el planeta se haya enfrentado a muchos problemas de este tipo, nunca está de más buscar apoyos en la Comisión.

—Lo sé, Clisseria, pero no quiero que la Comisión nos vea como un puñado de inútiles que no saben gestionar su propio planeta —dijo Vera, convencida—. Además, la situación es solucionable.

El semblante de Dacio se tensó con preocupación.

—Habéis dicho que el microorganismo causante de la pandemia ya estaba siendo investigado, por lo que en unas horas tendremos una solución... No es la primera crisis sanitaria a la que nos enfrentamos. El problema es solucionable, ¿verdad...? —insistía Vera.

Dacio se levantó de su asiento, y encendió el proyector de la sala. Una imagen se reflejó en la enorme pantalla, era el símbolo del Partido Prospectivo. Estaba compuesto por dos letras pe enfrentadas sobre un rombo blanco y rojo. La siguiente diapositiva presentó un documento con el título: Investigación realizada por los laboratorios Krasnodario y la empresa Onyria. Contenido catalogado como peligro biológico. Alto secreto.

—Onyria es una empresa pionera en la investigación del sueño. Hace un par de años, mis laboratorios y su empresa se fusionaron para realizar experimentos conjuntos. Investigamos sobre el mundo onírico, la impresión de imágenes que ocurren durante los sueños... y mucho más. También indagamos en el insomnio y los límites humanos de vigilia durante períodos semanales —explicó Dacio.

Un rayo del proyector cubrió la cara del científico, y Vera no pudo evitar fijarse en su expresión meditabunda. Parecía que el mero recuerdo de aquel documento u los experimentos le había abstraído en una burbuja de dolor. A pesar de aquello, Dacio camufló lo que sentía mediante un apaciguado tono de voz y unas medidas palabras.

—Creamos un microorganismo de forma artificial para inducir el insomnio en los sujetos de prueba, y ahondar en sus límites de vigilia. Mi equipo ya ha comprobado que el microorganismo que se encontraba en el fuselaje del dron es el mismo que creamos nosotros. Se trata del Insomnio SB.

—Entonces... ¿Pesadilla os ha robado las muestras del microorganismo para generar la pandemia? —preguntó Ima.

—Sí —gruñó Dacio—. Aún no entiendo cómo, pero lo han hecho.

—Los laboratorios Krasnodario tienen medidas de seguridad impenetrables. Es casi imposible acceder a las zonas experimentales, sobre todo si se trata de un microorganismo catalogado como Nivel de Bioseguridad 4 —interrumpió Clisseria.

—Lo que menos nos importa ahora es cómo han llegado a robarnos, y a usar nuestros experimentos para un atentado biológico —completó Dacio—. Centrémonos en solventar la pandemia.

—No entiendo toda esta preocupación, Dacio. Si habéis creado ese microorganismo, tendréis una cura, ¿no...? —supuso Vera—. Lo que haremos será repartir la cura a los afectados y la vacuna a los que no se hayan contagiado. Me han informado de las zonas geográficas del planeta donde no ha llegado todavía la infección. Allí administraremos la vacuna, y después de tomar esas medidas, organizaré una rueda de prensa para emitir un comunicado mundial. No quiero que se contacte con la Comisión hasta que tengamos el control de todo esto.

—Somout. —Dacio nombró a Vera por su apellido mientras arrugaba el ceño—. En ningún momento he dicho que tengamos la situación controlada.

—¿Qué?

—Por favor, ¿podrías decirle a todo tu equipo que se marche? —preguntó él, a punto de perder los nervios—. Este asunto es alto secreto, y solo debería estar aquí el personal necesario para que no cunda el pánico.

Vera recapacitó durante unos segundos.

—Tengo que pediros que os marchéis —mencionó la presidenta a los integrantes de la reunión—. Gracias a todos por la asistencia. Lamento que esta cita deba finalizar para ustedes.

—Llámenos si nos necesita de nuevo —dijo el vicepresidente Udafor.

—Claro —afirmó Vera con una sonrisa—. Por favor, Udafor, encárguese del comité del partido durante mi ausencia.

Udafor asintió, y la sala volvió a quedarse medio vacía. La presidenta, Ima Boscor y el matrimonio Krasnodario fueron los únicos en quedarse, pero había un par de personas más que ignoraron la advertencia.

—Disculpen, tienen que abandonar la sala —discrepó Vera.

—Son de confianza, Somout. —Dacio la tranquilizó—. Ella es la doctora Astridia Orbon, y él es...

—Enzo Villalobos, director de Fuselajes Villalobos —interrumpió él—. Aunque me dedico más a la biotecnología que a construir naves.

—Vaya, hacía mucho que no oía hablar de Fuselajes Villalobos —contestó Vera—. ¿Su sede sigue establecida en Argentina?

—Sí. En Buenos Aires, señora presidenta. Fuselajes Villalobos está realizando una iniciativa en contra de la contaminación, y esperamos que cuando se solucione el problema de la máquina, Argentina vuelva a reponerse —explicó Enzo.

Vera sonrió por dentro al escuchar las grandes esperanzas que tenía el muchacho puestas en su país, y mientras realizaron unas breves presentaciones, se preguntó porqué le resultaba familiar su apellido.

—Villalobos es un apellido algo...

—¿Peculiar? —Enzo previó lo que la presidenta quería decir.

—Antiguo, más bien.

—Sí —afirmó Enzo, y explicó algo más sobre su apellido—: Es de origen español, y su fundación se remonta a finales del primer milenio, pero la familia que lo llevaba terminó migrando a Argentina. Es una larga historia, señora presidenta.

—Me gustaría retomar esta charla en otro momento. Puedo llamarte Enzo, ¿correcto? —preguntó Vera de forma educada.

—Por supuesto.

La presidenta hizo un mohín mientras volvía a sentarse en su asiento, y la sala de conferencias se sumió en una penumbra más intensa. La luminosidad de las imágenes que transmitía el proyector contrastaba con la oscuridad de la habitación. La joven doctora Orbon, una eminencia en microbiología, dirigió las fotografías que se proyectaban en la pared.

—El microorganismo que creamos de forma artificial se llama el Surbiro de Baggos. —Astridia habló con las manos en los bolsillos de su bata blanca.

—¿Y cuándo se creó? —preguntó Vera.

—Pues... —La doctora dudó—. Creo recordar que lo creamos cuando yo ejercía de becaria en los laboratorios Krasnodario. Así que fue hace unos ocho años.

—Exacto —aprobó Dacio—. Después de ver que su uso no nos resultó fructífero durante la investigación, terminamos por sellarlo en un contenedor biológico de mi propio laboratorio, en Australia.

—¿Y por qué Pesadilla iba a usar un microorganismo que teníais casi olvidado...? —Vera lanzó la pregunta con un tono de intriga.

—Porque durante las investigaciones encontramos anomalías que no fuimos capaces de solucionar, señora presidenta —respondió la doctora Orbon—. No tuvimos en cuenta que ya vivimos en una sociedad cuyo sistema inmune es adaptativo a cualquier fallo del organismo.

—El fenómeno de la inmunidad colectiva lleva dándose desde hace unos seis siglos. ¿Desde cuándo el hecho de que la población sea inmune a casi todas las enfermedades contagiosas supone un problema? —interrumpió Vera.

—Desde que la misma inmunidad se convierte en un arma cuando interfiere este microorganismo —replicó Astridia, esa vez en un tono más dominante.

La doctora suspiró con frustración, y Dacio intentó hacer entrar en razón a Vera:

—Somout, no paras de hacer preguntas intentando contradecirnos. Me gustaría que dejaras a la doctora explicarte todo esto. Tú eres la presidenta, pero no eres experta en microbiología, y si no trabajamos bien, solo basta con unas horas para que el mundo que conoces se suma en la miseria.

—De acuerdo, Dacio. Disculpe mi intromisión, doctora Orbon. Prosiga, por favor.

La doctora siguió con su explicación, y mostró un dibujo esquematizado del Surbiro de Baggos.

—Creamos este microorganismo atendiendo a dos partes en su estructura: la cabeza y la cola. La cabeza está formada por una cápsula que cuenta con unos inhibidores de las hormonas del sueño, y la cola está formada por tres fibras cuyo extremo está diseñado con unos dientes proteicos.

El vídeo mostró cómo los filamentos puntiagudos del microorganismo se adosaban a una superficie.

—Los dientes proteicos encajan de manera irreversible a la célula sana que van a colonizar. Después, se inicia su ciclo infeccioso y se libera el contenido con los inhibidores de las hormonas del sueño.

—Estáis... ¿bloqueando el sueño de forma bioquímica? —agregó Vera.

—En efecto —confirmó Dacio—. Y cuando se completa el ciclo infeccioso, que suele tardar alrededor de doce horas en contaminar casi todo el organismo, el individuo no tiene la necesidad de dormir. Comienza a producirse el insomnio.

—Hasta aquí todo nos parecía que estaba controlado —dijo la doctora—. Nosotros solo queríamos inducir este microorganismo para explorar los límites del ser humano. Nuestro objetivo era documentar cuánto aguantaban las personas sin dormir. Además, teníamos incluso una cura de prueba para volver a reactivar las hormonas del sueño, y que los afectados volvieran a dormir con normalidad después del proceso...

—Y fue entonces cuando nos topamos con la respuesta del sistema inmune frente al insomnio —contestó Dacio.

—Observamos que los sujetos de prueba aguantaban períodos de tiempo moderados sin dormir, que variaban entre tres o cuatro días, y como mucho, ocho días. Pero llegados a un punto, todos presentaban un exceso de actividad en su sistema inmunológico. Vimos que el propio organismo ejercía un contraataque hacia la enfermedad.

Apareció la imagen de un hombre dormido. Tenía la cabeza llena de cables, y el pecho ocupado por electrodos de varios colores para realizar estudios cardíacos. Su piel estaba pálida, y tenía unas ojeras de un profundo color violeta. Su apariencia lucía inerte, casi cadavérica.

—El sistema inmune atacaba al Surbiro mediante una cepa desconocida de glóbulos blancos especializados, que bautizamos como Baggos. Los Baggos secretaban otra sustancia también nueva para nosotros, la Baggitorina, que inducía un profundo sopesar en los sujetos enfermos para que se durmieran.

—Y ese sujeto de prueba de la imagen estará dormido, ¿verdad...?

Astridia negó con la cabeza.

—Cuando los sujetos entraban en la fase IV del sueño, la Baggitorina bloqueaba la toma de oxígeno cerebral. Morían por hipoxia cerebral estando dormidos —informó la doctora.

—Lo llamamos el «Ataque Somnoliento» —dijo Dacio—. Decidimos sellar el microorganismo de forma permanente en un contenedor de bioseguridad. Lo mantuvimos en ese aislamiento, a la espera de encontrar algún día una alternativa para la investigación. Deberíamos haberlo destruido...

Clisseria acarició el hombro de su marido con ternura, y él cubrió su cara bajo las palmas de sus manos.

—El fracaso de una investigación, o la culpabilidad de haber matado a personas, no se puede aislar como hicimos con el microorganismo. Esa decepción no se pierde bajo mil protocolos de seguridad y los muros de hormigón de un laboratorio perdido en el océano índico. Ese pesar te acompaña día tras día...

Vera se mantuvo callada cuando supuso en sus pensamientos cuál era ese martirio del que hablaba su rival político.

—Los doce voluntarios fallecieron durante la investigación —concluyó Enzo.

La doctora Orbon mantuvo una expresión cabizbaja, y Dacio se lamentó una vez más al escuchar la cifra de fallecidos.

—Maldito sea ese día en que no mandé destrozar todas las muestras del Surbiro de Baggos...

—Dacio, deberías dejar de pensar en eso. —Clisseria intentó consolarle.

—Lo están usando como arma biológica. Pesadilla tenía todo muy bien estudiado. Han encontrado nuestro punto débil... —contestó Dacio.

Las cinco personas de la sala se quedaron calladas, sin saber qué decir o qué hacer. Sus miradas estaban perdidas en la diapositiva de aquel cadáver.

—Tenemos que conseguir la vacuna en menos de una semana como mucho... —dijo Ima.

—¿Entendéis por qué dije que no teníamos la situación controlada? —insistió Dacio.

«Si duermes, mueres...»,pensó la presidenta, y no quiso dar ni un parpadeo.

Astridia ❤

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