Capítulo 22: La cuna del sueño

Setenta y cuatro horas de vigilia.

Sí que había visto esos ojos, solo entonces estuvo seguro de haberlos contemplado antes. Nedi recordó lo que había sucedido hacía tan solo unos minutos. Cuando escaló la pared y desde el vacío se encontró con ella. Halló la mano que le ayudó a ascender y la mirada que le dio un trozo más de las esperanzas que perdió durante el viaje.

Pero ese recuerdo no era del todo nítido. Parecía vacío, perdido en un limbo. Era algo similar a esos sueños maravillosos que tenía pero olvidaba a lo largo del día, aunque solo bastaba con el detalle más insignificante para reencontrarse con ese sentimiento que alcanzaba al vivirlos. Él sintió lo mismo que aquella vez en el pasado.

Se sintió a salvo.

—Doctora Orbon, ¿quién soy?

La identidad de Nedarien era tan desconocida para ella como para él.

Astridia cerró los ojos. Creía que durante el lapso de ese parpadeo viajaría a otra dimensión o se desvanecería para ahorrarse responder esa pregunta. Pero cuando volvió a abrirlos se encontró de nuevo con Nedi Monter, y su idéntica expresión que pedía ayuda a gritos.

No era el momento para recordar lo que sucedió. No era el lugar idóneo para que ella le mirase a la cara y le dijera la verdad. Tampoco había tiempo suficiente para explicar el sentido de toda una vida. Él siempre estuvo perdido. Parecía imposible que la única manera de encontrar su camino fuera en aquel sitio dejado de la mano del hombre, o del Dios en el que antes creían. Solo había una dirección para volver a casa. La única manera de encontrarla era echando la vista hacia atrás.

Nedi agarró a la doctora de la mano.

—Por favor.

Astridia iba a cometer el mismo acto sucio que realizó tantas veces con Norak:

—Toda esta presión y el cansancio me habrán jugado una mala pasada, Nedi. Olvídalo, ¿vale? Creo que me he equivocado.

—Está mintiendo, doctora —dijo Monter.

Los pasos de Enzo aproximándose hacia ambos les obligaron a permanecer en silencio.

—Tenemos los diez minutos extra. Epicuro me lo acaba de confirmar. Si ya has terminado, Astridia, podemos marcharnos en cuanto tú lo digas.

—Ya está todo —contestó la científica.

Villalobos asintió, y retrocedió hasta colocarse en el filo de la sala. Desde allí veía el techo de la nave y al resto de sus compañeros esperándole. Dedicó una media sonrisa al novato y a la doctora, se colocó su arnés y saltó un par de metros hasta que la cuerda frenó su caída.

Nedi se dispuso a repetir el mismo proceso. Enganchó el aplique de metal en el cinturón de su arnés, pero la doctora Orbon le detuvo justo antes de bajar.

—No puedo callarme. —Astridia se quejó—. Sé que eres un chico listo, Monter, de lo contrario no estarías aquí. Sé que lo entenderás.

Él dejó que la científica siguiera hablando.

—¿Qué sabes de Dacio Krasnodario? —preguntó ella.

—Que es un manipulador y un...

—Ahórrate el insulto. —Orbon le contradijo—. No me refiero a eso. Quiero que me respondas lo que sabes de él dentro del campo científico. ¿O es que en tu facultad nadie hacía tesis y trabajos sobre sus experimentos?

El chico enarcó las cejas. No sabía qué relación guardaba Dacio con su historia, pero se vio obligado a continuar la conversación por la insistencia de Astridia.

—Sí, claro que sí —afirmó Nedi—. Hace varios días le comenté a Norak que muchos de mis compañeros se peleaban para tener las prácticas en sus laboratorios. Sé que han indagado en la biónica. Siempre que le mencionaban en clase citaban también la empresa de Villalobos. Hicieron trabajos y proyectos conjuntos. Aunque su especialidad era la genética. —Nedi escupió lo que sabía, pero continuó buscando motivos—. Doctora Orbon, ¿para qué me pregunta todo esto...?

—La genética, te vas acercando. —Astridia desvió el tema—. ¿Y con qué objetivos investigaba la genética?

—¿Qué? Estamos perdiendo el tiempo...

La microbióloga ladeó la cabeza e hizo un ligero sonido de desaprobación.

—Nunca nos dijeron si eran experimentos oficiales. Solo escuchamos unos rumores, ya sabe —continuó Nedi—. Decían que experimentaba con los genes para modificar las características humanas. También rumoreaban sobre la clonación y concepción artificial. Por aquel entonces nadie se lo creía, pero después de haber comprobado hasta dónde ha sido capaz de llegar Dacio, me espero cualquier cosa.

—¿Sabes que Krasnodario tiene un hijo, verdad?

—Sí, aunque le tienen bastante protegido ante los medios. La prensa no habla mucho de él.

—Nedi, ¿y si te dijera que la esposa de Dacio no tuvo a ese niño de manera natural? —espetó Astridia—. ¿Y si te dijera que fue Krasnodario quien experimentó con úteros artificiales y ese niño fue el resultado?

—Pero... si Clisseria apareció embarazada en muchas fotos. No puede ser. —Monter intentó buscarle sentido.

—Trucos publicitarios. Propaganda electoral para fingir que son una familia feliz. Es muy fácil fingir un embarazo —explicó la doctora.

—No quiero que pienses que voy a defender a Krasnodario, pero, ¿cómo puedes hacer acusaciones de ese tipo? ¿Acaso tienes pruebas? —preguntó Nedi en un tono severo.

—Trabajé de voluntaria cuando solo tenía dieciocho años. Le dejé tan impresionada que financió mis estudios universitarios y me ofreció trabajar con él. Casi me trataba como a su hija, hasta el punto de que ahora me ha perdonado la vida. Con dieciocho años... es muy sencillo dejarse influenciar. Supongo que yo no lo hice. Escogí fingir. Así ha sido hasta ahora, que tengo treinta y ocho años.

—Han pasado veinte años. Mucho tiempo, toda una vida... —Nedi hizo un ligero cálculo mental.

—En efecto —aprobó la doctora—. Casi toda una vida como la tuya. Tú tienes veinte, ¿no es así?

Nedi asintió.

La doctora suspiró. Demasiadas coincidencias.

—Nedi, cuando yo tenía dieciocho años... participé en la investigación que realizó Dacio. Vi crecer cuatro fetos dentro de los diferentes úteros que él mismo confeccionó. Recuerdo perfectamente cómo eran. Tan pequeños, tan idénticos, tan débiles. Dos niños y dos niñas que al nacer serían sometidos a estudios genéticos para ver quién de todos ellos reunía los mejores atributos en su ADN. Y pensar que dentro de nuestras células esté escrito quiénes somos... Así venía inscrito en las células del hijo de Krasnodario: el liderazgo, el carisma, la inteligencia emocional... ¿A qué te suena alguien así? A presidente, líder de masas. Las características necesarias del futuro mesías de este mundo al que Dacio entregaría el testigo si alcanzaba la presidencia, cosa que ha hecho, aunque no del modo más limpio. Nuestra futura historia se podría haber escrito de cuatro formas distintas, porque cualquiera de esos cuatro bebés podrían haber sido los amos del mundo. Pero no todos tenían las características que ellos buscaban. ¿Y sabes qué ocurrió con los tres que no superaron el estudio? Las dos niñas fallecieron durante el mismo. Y el otro niño... aunque estaba sano, no lo superó. No tenía madera de líder. Iban a practicarle la eugenesia.

A Nedi se le saltaron las lágrimas.

—Y la chica de dieciocho años fue la elegida para hacer esa atrocidad junto a otro científico más. Recuerdo cómo lloraba ese pequeño. Aprendí de memoria la misma nana que Clisseria le cantaba a Reiseden para tranquilizarle. Y se la canté al niño. —Los ojos de Astride se perlaron, y cantó con voz ronca—: ¿Quién es la madre de este niño? Madre que le llevó a la cuna del sueño. Madre que le cuidó aun siendo un extraño...

Aquella melodía enlazó todas las memorias perdidas en ese recuerdo oscuro. Era el laberinto de una vida. A Nedi solo le faltaban unos pasos más para encontrar la salida.

—A espaldas del insensible Dacio, esa chica y el otro científico llamaron de manera anónima a un orfanato para niños pobres. Uno llamado Robaffi. Te suena, ¿verdad? ¿Quién iba a buscar al niño allí? Aunque la vida de ese pequeño fuera difícil, por lo menos tendría la oportunidad de vivirla.

—¿Qué estás diciéndome...?

—Creí que jamás volvería a ver a ese niño desde que le dejamos en ese orfanato. Hasta hoy.

Monter empezó a llorar.

—Dime cómo se llamaban esos cuatro niños...

Astride le abrazó.

—Vinea, Aneiva, Reiseden y... Nedarien.

Con los ojos ahogados en las pocas lágrimas que tenía, distinguió la familiar mirada de Astridia a través de las gotas que empañaban su visión. Recordó que estudió en la facultad algo sobre la memoria durante la infancia. Los apuntes decían que nadie podía recordar nada de su vida antes de los seis años. Pero la teoría se convirtió en algo refutable. Para él fue imposible olvidar la mirada que pertenecía a la persona que le salvó la vida.

Sintió una profunda agonía. Ese llanto le carcomía por dentro, cada lágrima que aguantó parecía cristalizar dentro de sus paredes internas. Lágrimas que eran un bálsamo para sanar la enorme herida con la incógnita su pasado, pero que también eran puñales que abrieron nuevos cortes tras resolver su propia historia.

A los ojos de la gente, sus padres parecían personas respetables, pero para los suyos eran unos criminales. Si condenaron la vida de unos niños inocentes porque no reunían los dones necesarios para alcanzar sus objetivos, era lógico que no les temblara el pulso al condenar a la humanidad tal como hicieron. Eso pensó Nedi tras recordar su fotografía. Se visualizó una vez más: el rostro enjuto, las raspaduras en las rodillas, el barro entre las uñas. Recordó el hambre que sentía cuando saltó el flash de la cámara, ya que solo comían una vez al día y era un menú bastante repetido. Notó que se le revolvía el estómago. Se prometió a sí mismo que no volvería a hacer memoria de aquello. Pero entonces esa imagen no le evocó el dolor al que estaba acostumbrado, sino todo lo contrario. Se sintió afortunado, como un auténtico superviviente. Y supo que aún existían buenas personas en el mundo que arriesgaban su vida por los demás, como Astride y el misterioso científico que también la ayudó.

—¿Cómo podré agradecerte lo que hiciste por mí? —cuestionó Nedi.

—No tienes que hacerlo. —La doctora negó con la cabeza—. Te salvé y tú también me has salvado, al igual que has salvado al mundo entero. Con eso me basta. Mereció la pena salvarte. Ellos no te merecen. Eres una bendición, Nedi.

Esas últimas cuatro palabras se amoldaron en su corazón. Nedi permaneció en silencio, tan sorprendido como orgulloso. Agarró a la doctora con fuerza de la mano mientras sostenían sus miradas. Pero la advertencia que recibieron en sus intercomunicadores de parte del general Vlaj les interrumpió, al igual que paralizó su sensación mutua de victoria.

La misión aún no estaba terminada para celebrar que habían ganado.

—Bajad. ¡Rápido! Ya está preparada la nave para salir. Las lanzaderas también están listas por si tenemos cualquier problema.

—Recibido, Vlaj. Ya vamos —mencionó Astride—. ¿Listo, Nedi?

—Listo —corroboró el chico.

Dieron un salto al vacío a la vez. La cuerda se tensó, y les permitió descender poco menos de un metro. Desde esa posición, aún tenían una reducida vista de la sala de los rotores. Los ojos de ambos se encontraban a la misma altura del borde, y la pared cubría parcialmente su campo de vista. Antes de volver a soltar la cuerda para bajar unos metros extra, escucharon un ruido.

Primero fue pequeño, casi como el delicado sonido de un tornillo impactando contra el suelo de metal. Después, sintieron que la pared comenzó a vibrar. Nedi se fijó que había una especie de reflejo incandescente sobre una de las rejillas de la sala. El destello parecía de un rayo láser, que dibujaba una enorme forma cuadrada entre un hueco de las aspas de la máquina. El trozo de metal cortado cayó. Sintieron que el estruendo atravesó sus tímpanos. Aturdidos, volvieron a asomarse para ver qué ocurría. El morro de una nave negra, de envergadura parecida a la Nostradamus, entró en la rendija. Los cristales opacos de la cabina se abrieron. Salieron de allí cinco inconfundibles siluetas.

Los miembros de Pesadilla.

Sin mediar palabra, Astridia y Nedi desplegaron el seguro de sus arneses para bajar con más rapidez hasta su nave. Tardaron pocos segundos en colocarse a una altura prudente para saltar hasta la Nostradamus. Sintieron un estridente dolor al volver a fijar el cinturón del arnés, que se clavó en sus caderas y la parte trasera de sus muslos cuando frenó la caída.

Astride fue la primera en reunirse con sus compañeros. Norak y Qeri la esperaban en el techo de la nave. Antes de que la doctora pudiera alertarles de lo ocurrido, escucharon al general Vlaj, que estaba preparado en el puente de mando.

—¡Orbon! ¡Monter! ¿¡Qué acaba de pasar ahí arriba!? —gritó Hanro por su intercomunicador—. ¡Descabezado ha grabado algo! ¡Parece que ha entrado otro grupo más en la sala de los rotores!

—Nedi y yo lo hemos visto todo. Es Pesadilla. Dacio les habrá enviado. Tenemos que salir de aquí ahora mismo. Y nos quedan cinco minutos... —Astride se lamentó—. Esperad un momento. ¡Nedi! ¿Dónde está Nedi? —La doctora le buscó con la mirada.

Monter seguía colgado en la pared, pero su cuerda se movía de manera pendular.

—¡No puedo soltarme! —exclamó el chico—. ¡Parece que alguien está moviéndola desde arriba!

—¡Nedi, suéltate! ¡¡Suéltate!! —gritó Norak.

Pero antes de que se soltara, cortaron la cuerda. Nedi gritó mientras caía al vacío, y el resto de sus compañeros corrieron hasta el filo de la Nostradamus.

—¡No! —Norak se tiró al suelo y estiró el brazo para agarrar la cuerda.

La rozó con la punta de sus dedos. El cuerpo de Monter atravesó el abismo, pero escucharon un golpe seco pocos segundos después. Qeri se asomó por otra parte de la nave y descubrió de dónde procedía el ruido.

—¡Está aquí! ¡Está vivo! —celebró Qeri.

La enfermera señaló un saliente de metal que estaba en la pared, tal vez unos cinco metros más abajo de la nave. Monter estaba allí, tumbado boca arriba e inconsciente. Su pierna izquierda temblaba. Se veía que respiraba con dificultad y de forma entrecortada.

—¡Tenemos que bajar! Si permanece mucho tiempo así... —murmuró Ryder—. Se quedará dormido.

El piloto habló de nuevo por el canal de radio:

—Descabezado está descendiendo, lo estoy viendo por vídeo. Será mejor que él baje a ver cómo está el chico. Vosotros id a las lanzaderas. Yo me quedaré en la Nostradamus. No nos van a dejar escapar en nuestra nave. No son estúpidos. Usarán la suya para hacer que volemos en mil pedazos mientras huimos.

—Hanro... ¿estás loco? —Se oyó la fatigada voz de Enzo.

—No podemos permitir que tú te enfrentes solo contra su nave mientras nos largamos en los salvavidas —rebatió Faith.

—¡Esta es la única manera! —dijo Vlaj—. ¿Queréis salir vivos de esta o no?

Silencio.

—¿Y no puedes usar el piloto automático? —preguntó Villalobos, a punto de perder los nervios.

—El piloto automático no sirve para el modo de combate. No podría maniobrar ni apuntar al objetivo sin alguien que lo maneje. No es tan sencillo como decir «preparados, apunten y disparen». Alguien debe quedarse aquí. Y seré yo. No hay más que hablar. Soy el capitán de esta nave y esa es mi orden. —Vlaj insistió—: ¡Moveos! ¡Vamos!

Faith, Enzo y Kurtis se vieron obligados a salir de la Nostradamus sin rechistar. Fueron hasta las lanzaderas, situadas en ambos laterales del techo. Desde allí vieron al robot de Norak cuando se reunieron con sus compañeros, que se aproximó hasta sus posiciones.

—¡Amo Norak! ¡Son ellos, los terroristas! No me han visto. Pero... ¡mire esto!

Descabezado proyectó una pantalla holográfica con una luz de su cabeza. Vieron que los terroristas estaban preparando sus arneses para descender. Sus posibilidades se acababan.

Y también el tiempo. Faltaban tres minutos.

—La máquina de limpieza atmosférica se reanudará otra vez... A este paso vamos a quedarnos aquí encerrados y con ellos dentro —masculló Astridia.

Los intercomunicadores de todo el equipo parpadearon con una luz amarilla. Era una alerta especial. Se trataba de un mensaje de otra nave aliada a larga distancia. Tenía que ser la Zurloo Iganda. Epicuro iba a contactar con ellos.

—¡A-aquí, Nostradamus! —Faith respondió en primer lugar, tartamudeando.

—Buenas y malas noticias —contestó Epicuro—. Si apenas teníais tiempo para salir de la máquina, ya no tenéis porqué preocuparos. Mi ordenador me indica que los rotores se han paralizado de forma permanente. Pero la mala es que no sé cómo volver a reiniciarlos cuando salgáis de allí para nebulizar la cura... Parece que alguien o algo... ha interferido en mi programación.

—Pesadilla está aquí, Epicuro. Les hemos visto, y también a su nave —dijo Enzo como en una sentencia.

—¡Eso no puede ser...! —escupió el informático.

—Pues ya ha sido, y sirve de poco lamentarse. Tal vez nos alcancen en unos minutos. Vamos a escapar en las lanzaderas en cuanto rescatemos a Nedi, hemos tenido un... pequeño incidente. —Villalobos carraspeó su garganta—. Hanro se quedará. Tendrá que cubrirnos con la Nostradamus mientras escapamos.

La conexión se perdió durante varios instantes. Enzo se lamentó, pero la causa de las interferencias no eran las que él pensaba. No tenían nada que ver con la falta de cobertura o la baja calidad del canal de radio. Escuchó unos fuertes golpes. Era Epicuro, tal vez estaba dando puñetazos al volante para exteriorizar su rabia.

—Después os mandaré la posición a la que nos dirigimos. Corto la conexión. Aunque, de todas formas, esto fue idea de Enzo. Así que podéis haceros una idea de adónde vamos. Él os lo explicará con más detalle —respondió Epicuro con una voz serena.

—Y así lo haré —contestó Enzo—. Recibido, Zurloo Iganda. Corto.

Faith tomó la iniciativa:

—Iré preparando las lanzaderas. Quedaos aquí y usad las escopetas si se da el caso de que llegan y os atacan. ¿Alguien tiene algún rifle láser francotirador?

Kurtis dio un paso al frente. Cargaba un arma con las prestaciones que pedía la teniente. Al siguiente segundo, escucharon un ruido que procedía de arriba. Faith corrió hacia el lateral derecho de la nave, y dio una patada a un resorte que sobresalía del fuselaje. Un capó de cristal se desplegó para descubrir el interior de la lanzadera. Enzo se dirigió al otro departamento salvavidas de la parte izquierda.

—¡Kurtis! ¡Allí! —señaló Norak, y sacó su escopeta.

El agente Slade apoyó la culata del rifle sobre su hombro, y observó a través de la mirilla. Dos líneas de color verde fluorescente se unían en un punto. El mismo punto que se fijó en cada miembro de Pesadilla que descendía la pared en su busca. Kurtis desvió la mirada hacia su compañero, que cargó su escopeta, aunque dispararla le iba a servir de poco a tanta distancia. Qeri usó su revólver reglamentario del Sindicato. Norak tuvo que prestarle una pistola a la doctora Orbon, aunque temblaba tanto que no sería capaz de disparar otro sitio que no fuera el aire.

—¡Descabezado! ¡Ve a por Nedi! —ordenó Ryder cuando estuvieron preparados.

El robot bajó la intensidad de su propulsor para descender y encontrarse con Nedi. El muchacho respiraba, pero parecía exhausto. Sus labios estaban agrietados y apenas tenía fuerzas para abrir los ojos después del golpe.

—¡Señor Monter! ¡Vamos, tiene que levantarse! Hoy no puedo ofrecerle ninguna copa para subirle los ánimos, como cuando usted llegó al hangar... Pero...

Descabezado no obtuvo respuesta.

—¡Pero si usted no despierta, me veré obligado a usar la violencia! Y créame, no me gusta que mi fuselaje tenga abolladuras. Se ve horrible.

Nedi apretó los párpados, y abrió los ojos mientras cogía una bocanada de aire. Hizo una mueca de dolor, y se incorporó. Descabezado se colocó tras su espalda y le impulsó para levantarse. Él se puso en pie con dificultad, y se aferró a la pared de metal. Unas cuantas zancadas más de distancia hacia cualquier lado del saliente en el que estaba, y no llegaría a contarlo. El vacío negro e infinito que había bajo sus pies le impresionó. Ya no tenía miedo a las alturas, pero su respeto a la muerte continuaba intacto. Podría haber muerto si no hubiera sido por ese trozo de hierro que le separaba del abismo.

—No habría hecho falta que me pegaras, Descabezado... —murmuró Nedi, que se encorvó por el esfuerzo—. Por hoy ya tengo demasiados golpes. Mañana voy a estar lleno de moretones. Voy a parecer un trozo de fuselaje de la Nostradamus.

El chico miró hacia arriba. Escuchó disparos. Vio a Norak asomarse desde la nave. Alzó su pulgar para indicarle que estaba bien. Comprobó que Ryder sonrió con alivio. Segundos más tarde, Enzo usó uno de los arpones de la Nostradamus para engancharlo en el extremo del saliente. La robusta cuerda de metal serviría para que Nedi volviera con ellos.

—¡Corre! ¡No aguantaremos mucho tiempo! —gritó Norak.

Nedi quitó la cuerda sobrante que tenía en el arnés, y cuando iba a enganchar su aplique en el nuevo soporte que instalaron sus compañeros, el poco trozo de esperanza que tenía se desvaneció.

Los disparos se multiplicaron. No solo había una línea de fuego por parte de Kurtis y los demás, también les atacaba Pesadilla. Y desde allí abajo, no podía saber quiénes llevaban ventaja. Solo conseguía ver la enorme silueta de la parte inferior de la nave, los reflejos incandescentes de los láseres y los estridentes sonidos de las balas que chocaban contra el acero de las paredes.

El chico entrecerró los ojos y divisó a un miembro de Pesadilla colgado en la pared. Estaba señalándole. No escuchó lo que dijo desde la lejanía, pero distinguió el eco:

—¡Hay otro más allí abajo! ¡Liquidadlo!

Monter retrocedió, y se pegó a la superficie. No tenía armas para defenderse. Con suerte, Descabezado podría ayudarle. El robot permaneció a su lado, en el hueco formado por su cadera y la palma de su mano que desprendía un copioso sudor.

El temido terrorista que había visto en las noticias apareció frente a él. Llevaba una fina mochila con unos propulsores que le permitían flotar en el aire. Al apagarlos, cayó frente a Nedi. El suelo de metal que les sostenía vibró por el exceso de peso. Parecía inestable pero se equilibró pasados unos segundos. De seguido, el Líder REM agarró a Nedi por el cuello. Levantó su peso entre sus puños a un palmo del suelo.

Entonces, el criminal tuvo tiempo para observar la cara de Nedi con más detalle. Un rostro que era idéntico al suyo. No podía ser posible, o eso le prometieron sus padres. Se quedó bloqueado. Soltó a Nedi.

El chico respiró. Una vez, otra. Hasta que consiguió el aliento suficiente para contraatacar. Fue él quien le agarró por el cuello entonces, hasta sentir su tráquea, el pulso de sus arterias y el duro tacto de su nuez bajo la yema de sus pulgares. Pero era incapaz de cometer esa atrocidad.

—Quiero pensar que esto es una coincidencia —dijo el terrorista, y Nedi aflojó la tensión de sus manos para dejarle hablar—. Pero ya han muerto tantas personas... que la posibilidad de encontrarme con alguien tan parecido a mí se reduce al cero.

Monter sintió lo mismo que él. Estaba petrificado, y le soltó. Pero cogió la pistola del cinturón del terrorista en un acto reflejo.

—Quítate la máscara —ordenó Nedi, y le apuntó tras cargar el arma.

Ambos estaban separados por un escaso metro. A Nedi le temblaban las manos mientras aguantaba el revólver. Su acompañante dudó por un momento. Pero sus ansias de saciar su curiosidad le superaban. Ese motivo tenía más prioridad que ocultar su verdadera identidad. Obedeció. Se desprendió del casco. Se miraron el uno al otro, absortos, como si estuvieran contemplando su reflejo. Pero no tenían ningún cristal enfrente, un metal pulido u algún espejo que les devolviera su propia imagen. Solo veían a otra persona opuesta a sí mismos, aunque su físico fuera comparable a dos gotas de agua.

—Tú, Reiseden... Dacio no solo te hará su predecesor... También te ha convertido en esto —confesó Nedi.

—Esta catástrofe solo ha formado parte de mi entrenamiento. La política no tiene porqué ser justa. El progreso implica arrancar las malas hierbas, de lo contrario el jardín nunca florece. En este caso han sido millones de vidas humanas, pero, ¿qué más da? La gente lo olvidará con el tiempo si se les da lo que quieren para callarles. Tendrán una mejor calidad de vida y una buena posición galáctica. En realidad, hemos sido generosos —declaró Reiseden.

Nedi iba a apretar el gatillo. Estaba a punto de hacerlo. Podía acabar con todo, con la progenie de Dacio y con toda esa pesadilla.

—Baja el arma. Deja de engañarte. Tú no naciste con el valor para apretar ese gatillo. Yo sí. Por eso me escogieron.

No bajó el arma. Reiseden se rio.

—Mis padres me dijeron que habían practicado la eugenesia a los tres sujetos descartados. Supongo que a ti te salvó alguno de los desgraciados que ahora ha desertado de nuestro partido —adivinó Reiseden—. Dime, ¿quiénes de esos traidores te ha dicho que eras un hijo no deseado de Dacio Krasnodario?

—¿Y tú me hablas de traición? —Monter desvió la pregunta—. ... que has traicionado a tu propia especie.

—Es lógico que no te escogieran, Nedarien, con esa moral y tu integridad... Además de tu exceso de bondad. Así no se llega a ningún lado. No esperes que todo el mundo responda igual que tú si les tratas bien en primer lugar —afirmó Reiseden, arrastrando las palabras con despotismo.

—¡No me llames así! ¡Yo no soy Nedarien! ¡¡Nunca lo he sido!! —gritó Nedi, lleno de rabia.

El revólver se le resbaló de las manos. Sus dedos titubeaban. El arma quedó en el suelo, justo a la mitad del espacio que había entre ambos.

—Yo fui descartado —gruñó Nedarien—. Mis padres biológicos me rechazaron. Y a pesar de no saberlo hasta hoy, de no tener ni la menor idea de que... estar vivo es una suerte para mí, aun así, sin deberle nada a este mundo que tan mal me ha tratado, yo he intentado salvarlo. Y eso he hecho. Salvé el mundo que tú destruiste.

—Y yo fui el elegido. Obtuve todo cuanto quise. Destrocé el mundo que tú salvaste —rebatió Reiseden—. Y también voy a destruirte a ti.

Se observaron de nuevo, esa vez como si tuvieran todo el tiempo de mundo para encontrar alguna diferencia mínima en sus rostros. Miradas iguales pero con expresiones distintas. El miedo a hacer daño estaba grabado en unos ojos, mientras que en los otros, las ganas de atacar estaban escritas a fuego. El arma también parecía mirarles, imploraba su presencia, pedía que alguien la usara para que solo quedase uno. Ambos permanecieron inmóviles, tan inertes como el metal de ese revólver, tan quietos como las balas de su recámara.

Y solo uno de los dos contaba con la suficiente sangre fría para disparar.

Primero que nada: fernanda902 ¡Feliz cumpleaños!

(Por cierto, si hay alguien por aquí que por casualidad no ha leído nada... que no mire la imagen que dejo aquí al final. Voy a dejar también un bien grande: ALERTA SPOILER).

Sois libres para descargar la imagen, usarla como fondo de pantalla, banner, lanzarle besos... lo que queráis. Es para vosotros. ♥

(¡Ojo! No sé si os habéis fijado, pero los nombres que aparecen en esa imagen son distintos a los de la novela. Eso es porque he corregido y editado algunas cositas. No me gustaba que los nombres fueran tan parecidos, y por eso los cambié. Pero no he querido quitar esta imagen porque me gusta mucho.)

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