Capítulo 18: Heridas eternas
Cincuenta horas de vigilia.
El centro de operaciones de Bali tenía un túnel con forma vertical que conducía a un nivel subterráneo. Allí abajo se encontraba la zona de abastecimiento del agua. Epicuro ofreció esas instalaciones para realizar los ensayos. Eran las que más se asimilaban a la estructura de la máquina de limpieza atmosférica. No obstante, aquel túnel no sumaba más de cincuenta metros, mientras que la pared que debían escalar en el interior del artefacto triplicaba esa distancia. Tenían que repetir el recorrido varias veces para vivir la situación como si estuvieran allí. En condiciones normales, una persona podía subir cuatrocientos metros o más en vertical durante una hora. Pero ellos tardaban casi cuarenta minutos en recorrer solo ciento cincuenta metros. El cansancio les pasaba factura.
Faith sugirió que ensayaran solo una vez más y empezaran con la misión, pero pasaron una jornada de seis horas practicando para conseguir la bajada de su marca a treinta minutos. Así tendrían tiempo de sobra para instalar el tanque con la cura nebulizada y escapar de la máquina sin quedarse atrapados si se ponía en marcha.
Nedi Monter fingía su interés por los ensayos, incluso llevaba la voz cantante en la mayoría de los ejercicios que realizaron. Por dentro estaba exhausto, quizás él fuera quien estaba más cansado de todos, pero debía ser el mejor y el más participativo. El chico ponía tanta energía en los ensayos que su abatimiento le consumía luego. Sus músculos le dolían, sentía latigazos en las sienes y veía borroso por la sequedad de sus ojos. Pero su voluntad era más grande que todo el sufrimiento, tanto que no cabía la posibilidad de rendirse.
—Tengo que demostrar que sirvo. —Su voz se multiplicó en un eco dentro de aquel vacío baño en el que estaba encerrado—: No me rendiré. No cerraré los ojos.
El eco le recordaba lo que dijo. Esas palabras podrían parecerle huecas, carecían de algún consuelo. Provenían de alguien que estuvo roto desde que nació, pero él supo encontrar el aliento que le daba fuerzas dentro de su soledad.
Y también halló anhelo a través de su incomprensión.
Unos toques en la puerta interrumpieron sus pensamientos. Nedi realizó un movimiento reflejo. En cuanto oyó los insistentes golpes, se frotó los ojos con los puños de su sudadera. Recordó que había llorado, pero sus globos oculares estaban tan irritados que ni producían lágrimas. El chico, sentado en la taza del váter, se levantó de un salto y vomitó sobre la tapadera.
—Joder... —maldijo Nedi en un susurro.
Los restos de algún rincón de su estómago se quedaron inmóviles sobre la cerámica. Enrolló papel higiénico en su mano y lo limpió. Tiró de la cadena, y tosió con nerviosismo otra vez mientras se enjuagaba la cara bajo el grifo.
—¿Quién... eres? ¿Te encuentras bien?
Nedi reconoció la voz de su tutor tras la puerta. Cuando salió del baño, Norak se paralizó por un instante cuando vio su escuálido aspecto.
—Monter, ¿qué te ocurre? —insistió Norak.
—Nada. —Nedi se encogió de hombros—. ¡Estoy perfectamente! —exclamó para sonar un poco más convincente, y se fue mientras cargaba la bandolera azul con el símbolo de su universidad que siempre llevaba.
Algo cayó desde uno de los pequeños bolsillos de su bolsa. Nedi se marchó tan rápido que ni se percató de que lo había perdido. Norak se agachó para cogerlo con la intención de devolvérselo. Vio que era un trozo de plástico en blanco, y que había una fecha grabada en su esquina superior. Era del 15 de septiembre, en el año 3499. En cuanto volteó el pequeño documento, descubrió que había caído por su cara posterior. La superficie contraria tenía una imagen a color impresa. La foto estaba pixelada y contaba con una calidad pésima, incluso la tipografía de las letras era pobre. Era tan cuadrada que hacía las frases ilegibles. Había que forzar la vista para leer el rótulo escrito: «Para Nedarien. No olvides a tus amigos del Internado Robaffi».
Norak interiorizó ese nombre, le sonaba de algo y no recordaba la causa. Por eso miró la imagen con más detenimiento. Un grupo de jóvenes que no tenían más de doce años posaban en un descuidado jardín con algunos columpios oxidados. Todos tenían una pose recta, y a pesar de que apenas se veían sus caras por el pixelado, era sencillo intuir que ninguno de ellos sonreía.
—¿Qué hace Monter con esta foto? —Se preguntó en un susurro.
Aunque eso no era de su incumbencia.
Decidió actuar con integridad. Buscó a su compañero por el hangar y un par de sitios más del centro de operaciones, hasta que le encontró en su habitación. La luz roja de la entrada indicaba que estaba ocupada. Nedi debía estar dentro. Norak estaba preocupado por el aspecto que tenía el chico hace unos minutos. Aporreó el metal de la puerta con el corazón en un puño. Pudo oír a Nedi hablar con alguien ahí dentro, esa vez tenía la voz muy animada.
—¡Esperad un momento! Me están llamando...
—¿Quieres que hablemos un poco más tarde? —Una voz masculina le contestó.
—¡No, nada de eso! Estaré ocupado después —sugirió Nedi.
Sin dejar que la persona respondiera, Nedi abrió la puerta. La actitud del chico cambió de forma drástica, y recibió a Norak con una media sonrisa. Él escondió la foto en su bolsillo a la velocidad de una bala.
—¡Ryder, otra vez tú!
—Sí, venía a ver cómo estabas.
—¡Pero si estoy fenomenal! Anda, ¡pasa, pasa! —exclamó el chico.
Norak comprobó que Nedi tenía conectado su intercomunicador sobre el escritorio, y la pantalla holográfica proyectaba a un hombre trajeado y de mediana edad, acompañado de una señora algo más joven con un singular collar de perlas que rodeaba su cuello. Él incluso pensó en irse para no interrumpir, pero Nedi no le dejó ni un instante para quejarse.
—Papá, mamá, él es el Jefe Ryder —aclaró—. Vamos, Norak, acércate. Me hace ilusión que os conozcáis, aunque esto habría sido mejor en persona.
Norak obedeció, y se encorvó un poco para que la cámara del diminuto aparato enfocara su rostro. Los padres de Nedi le dedicaron un saludo formal y un par de sonrisas agradables.
—Encantado —murmuró en un tono cortés.
—Igualmente, Jefe Ryder —indicó el padre—. Soy Anto Monter, y ella es mi mujer, Loes. Nedi nos ha hablado mucho de usted.
—Vaya, me siento halagado —bromeó Norak—. Menuda suerte habéis tenido con este chico, es una auténtica máquina.
—Y usted es su héroe —completó Loes con una expresión nostálgica.
—Bueno, tampoco te pases, mamá... —replicó, pero hablaba con ironía—. Ryder me ha enseñado muchas de las cosas que sé. Nos conocemos desde hace poco, pero han sido experiencias muy intensas y he aprendido bastante. Antes no me atrevía ni a conectar un suero, y ahora he recibido oportunidades que solo les darían a los sanitarios más veteranos. —Nedi miró a Norak, le brillaban los ojos con entusiasmo—. Gracias a él me han concedido una misión con la que cualquier persona... soñaría.
—Creo que solo los más valientes sueñan con algo así —corrigió Norak.
—Y yo pienso que por eso es normal que te admire un poco, Ryder. Pero, ¡eh! No te sientas tan halagado. Ya sabes lo que siempre se dice de los buenos alumnos... Algún día pueden superar a sus maestros.
Él sonrió con amplitud tras oír lo que dijo Nedi, y lo hizo de verdad. Tenía un cariño especial hacia esa actitud. Era la misma forma de ver la vida que él tenía antes de que el tiempo y la rutina le arrebataran gran parte de su ilusión por ella.
—Así que... —insistió Nedi de forma sarcástica—. Mi admiración por tu trabajo tiene los días contados.
—Chico, te queda bastante camino por recorrer, aunque te veo dispuesto a sufrir para llegar hasta el final, de lo contrario no estarías aquí —comentó Norak.
—Jefe Ryder, no sabe cuánto me alegra ver lo convencido que está por las aptitudes de mi hijo —interrumpió Loes—. Fue difícil para nosotros dejarle marchar para esta oferta de trabajo, sobre todo tras la situación de ahora... La alerta por la repetición de los atentados está al máximo en todos sitios. Suerte que Rusia es un lugar tan poco habitado que lo más seguro es que no ocurra nada, pero lo que más me preocupa es el estado de la atmósfera.
—Publicaron un post en Clocktick hace unas horas. Decían que la Zona Hypo de Rusia ha alcanzado niveles tóxicos récord —informó Anto.
Nedi lanzó a Norak una mirada rápida. Ambos compartieron el mismo pensamiento como si un hilo invisible tejiera un vínculo entre sus mentes. Los padres de Monter no sabían nada acerca de la verdadera misión de su hijo. No conocían los riesgos, y ni siquiera su auténtico paradero. No eran conscientes de que su hijo estaba encerrado en una cueva de acero dentro de las entrañas de una selva perdida de Indonesia, bastante lejos de Rusia.
—Es comprensible, señores Monter. Pero pensad que por esa razón vuestro hijo estuvo entrenándose en el Sindicato de Paz y Salud Retrospectivo. —Norak disimuló para tranquilizar al matrimonio—. Se envían muchos grupos de paz a las Zonas Hypo, y él se enfrentó a una de las peores emergencias durante una de nuestras misiones a Moscú. Yo le vi con mis propios ojos. Está más que preparado.
—Entiendo... —aprobó Loes—. Pero entonces no había un grupo terrorista por ahí suelto ni personas que se duermen por las calles para no volver a despertar.
—Lo sé, mamá —dijo Nedi—. Me gustaría recordarte algo que tú me enseñaste, y es que todos los seres humanos merecemos las mismas oportunidades. Hay personas en algunos lugares de este mundo injusto que no reciben sus dosis de Insomnias F-4. Nosotros iremos allí para cuidarles.
Aunque Nedi mintiera, la misión alternativa que realizaba tenía el mismo objetivo. Todos los seres humanos merecían las mismas oportunidades para curarse, descansar y dejar al Insomnio S.B. como un amargo recuerdo.
—¿Sabes qué? ¡Bien dicho! —exclamó su padre.
Loes no parecía muy convencida, pero dedicó una sonrisa a su hijo.
—Solo quiero que vuelvas a casa de una pieza. ¡Debes cuidar al mundo, pero no olvides que debes cuidarte tú también! —Sus palabras rebosaban cariño—. Aquí estaremos bien, y aguantaremos lo que podamos. Por ahora no hay ningún problema con el reparto de las dosis diarias.
—Genial —afirmó Nedi—. Bueno, tengo que dejaros. Dentro de nada tendremos a Faith activando la sirena. Es nuestro toque de queda para volver al... trabajo. Ya sabéis.
Sus padres asintieron, pero ninguno sabía cómo despedirse del chico. A través de las luces azules que proyectaba el dispositivo, se podía comprobar que unas lágrimas luchaban por salir de los ojos de Loes. Pero la mujer encerró las gotas en su mirada. Se limitó a lanzar un beso a su hijo, aunque esa muestra de cariño solo la recibiera la distancia. Sin embargo, aquello se implantó en el corazón de Nedi, a pesar de los kilómetros y el vacío que componía la inerte compañía de ese monitor. El joven puso todos sus esfuerzos para aguantar el llanto. Norak vio cómo endurecía su garganta para reprimir, quizás, su arrepentimiento.
Loes detuvo a Nedi antes de que apagara su intercomunicador.
—Jefe Ryder, prométame que protegerá a mi hijo.
—Conmigo está en buenas manos, señora Monter —contestó Norak—. Lo juro.
Nedi cortó la llamada.
Norak colocó sus manos sobre los hombros del chico. Él le observó, desconcertado a la vez de acorralado. Tenía ganas de salir corriendo, pero su tutor le zarandeó para después apuntarle con su dedo índice de una forma amenazante.
—A mí no me engañas, Monter. He cometido un error al dar el visto bueno para que ingresaras en esta misión. Fui muy estúpido al creer que darías la talla. Esto es demasiado para ti. Mírate, estás desbordado.
El novato elevó sus cejas y curvó sus labios hacia abajo. Lloró sin lágrimas.
—No estoy siendo severo contigo, al revés. Te estoy haciendo un favor. —Norak dijo eso para sentirse algo mejor consigo mismo. No sabía cómo entender a Nedi.
—Ryder, no puedes hacerme esto. ¡Quiero quedarme! ¡Estoy muerto de miedo, lo sé! Pero quiero ayudar al mundo, quiero demostrar que sirvo para algo, quiero que mis padres se sientan orgullosos de mí...
—Vaya rabieta estúpida... ¿Qué intentas demostrar? ¿Eh? ¡Vamos, dime! —Norak se enfureció—. Lo único que vas a conseguir es que te mate esta enfermedad. Eso si no eres capaz de aguantar las condiciones pésimas de la Zona Hypo de la Antártida. Estás jodido, Monter. Vuelve a casa.
—¡¡No!! —Nedi dio un pisotón al suelo.
—No voy a discutir más. Hablaré con Faith. Ve haciendo las maletas.
Norak avanzó unos pasos para abandonar la habitación. Pero Nedi se lo impidió. En un arrebato de ira, le agarró por la capucha de su chaqueta. Todo sucedió tan rápido que no fue capaz de ver el puño del chico. Al siguiente segundo, él estaba en el suelo y le dolía la mejilla. Su piel le ardía tanto que parecía que le iba a reventar. Nedi se abalanzó sobre él, y le sostuvo por las solapas de su atuendo. Bajo una nublada visión, Norak comprobó que el chico tenía la intención de golpearle otra vez, pero desvió su mirada al suelo. La foto que antes guardó en su bolsillo se le cayó. Nedi la cogió en menos de un segundo.
—¿¡Qué hacías tú con esto!? ¡Contéstame! ¿Quieres que te parta la cara otra vez?
Ryder se incorporó de forma costosa mientras se tocaba la zona del pómulo dolorida por el puñetazo.
—Monter... Eso se te cayó al salir del baño, vine a dártelo pero estabas de charla con tus padres —explicó Norak.
El novato se acercó a su compañero para ayudarle a levantarse. Tenía el puño enrojecido, e hizo una mueca de dolor al cerrar la mano cuando asió su peso para que volviera a ponerse en pie. Tal vez se había hecho más daño él mismo al golpearle.
—Lo siento, Ryder... —Nedi se disculpó—. Lo he hecho sin pensar.
—Ahora entiendo... —Norak se tambaleó, y se sentó en una endeble silla giratoria de la habitación para no perder el equilibrio de nuevo—. Qué ciego he estado para no ver la obviedad de todo esto. Esa foto... es en ese internado de las afueras de Johannesburgo. Aunque, seamos sinceros, quieren camuflarlo como un internado de calidad, con niños felices y muchos arco iris pero en realidad es un orfanato para niños pobres que no son nativos de Sudáfrica.
Nedi arrugó la foto dentro de su puño. Sus nudillos estaban hinchados, y el más mínimo movimiento extendía un hormigueo hasta su muñeca.
—Y lo peor es... ¿quién tendría una foto de plástico a estas alturas? El papel es demasiado caro. Todo el mundo las guarda en su tablet o su intercomunicador de forma digital, pero claro, en orfanatos como Robaffi donde hay niños que no tienen ningún recurso, se carece del presupuesto suficiente para pagar tanta tecnología. Eso solo lo tienen personas las pobres, muy pobres —adivinó.
El chico bajó la mirada, le faltó taparse los oídos.
—He visto muchos niños como tú durante todos los años que he estado trabajando. Todos son iguales. Obedientes, inseguros... Tienen la mirada perdida, pero a la vez te observan de forma fija, como si fueran perros abandonados. La mayoría de esos niños no terminan bien. Como mínimo, se hacen drogadictos o terminan muertos en alguna cuneta después de haberse embargado con algún tipo nada legal... —Norak no estaba dispuesto a callarse lo que pensaba—. A no ser que tengan la maravillosa suerte de que les adopten.
Nedi aflojó el puño, miró la foto arrugada y la desdobló con cuidado para observarla una vez más. Tenía el objetivo de buscar a un niño en especial que vivía dentro de ese recuerdo y que reunía todas esas características que Norak mencionó. Leyó para sí mismo lo que la imagen tenía escrito en su parte inferior: «Para Nedarien. No olvides a tus amigos del Internado Robaffi».
—Eres huérfano —susurró Norak—. No te llamas Nedi, ¿verdad? Te llamas...
—No lo digas, Norak. Ya lo sabes porque lo has leído en la foto. No quiero que lo pronuncies —interrumpió con una voz severa—. Ese nombre me recuerda el hambre, la suciedad y la desesperación que viví siendo tan solo un niño. Ya no soy esa persona. Dejé de serlo desde que mis padres me adoptaron y me dieron una nueva vida, y... esta nueva identidad. Ahora quiero hacerles saber que me dieron esa oportunidad por una buena razón, y la única forma de demostrárselo es continuar lo que he empezado hasta el final. Me he comprometido a hacer esto y no pienso abandonarlo.
Norak se levantó para encarar a Nedi.
—Pues la única forma de olvidar quiénes fuimos es dejar de recordarlo. —Tiró la foto a la basura—. Y no necesitas demostrar nada para que tus padres te quieran más, o se sientan más afortunados por haberte escogido a ti en lugar de otro niño. Tus padres te querrán igual hagas lo que hagas, y créeme, lo que más quieren los padres es ver que sus hijos están a salvo. Sé de lo que hablo. Yo también soy padre, y pienso que cualquier padre se sentiría orgulloso por tener un hijo como tú.
—Entonces... enterraré para siempre a... —Nedi omitió el nombre—. A mi antiguo yo.
—Así se habla. —Norak le dio una palmada en el hombro—. No quiero verte flaquear una vez más. Y te repito, no tienes que demostrar nada. Aquí no estamos para hacernos los héroes. Hay muchos que se creen héroes como Krasnodario, y el mundo no necesita eso. ¿Estamos?
—Sí —afirmó Nedi, algo cabizbajo.
El sonido de la sirena se oyó por los pasillos y el interior de las habitaciones a modo de aviso.
—Andando, que este es el último ensayo —sugirió Norak—. Y vamos a buscar un poco de hielo para los dos, que nos va a hacer falta. Para haberme dado el puñetazo sin pensar, lo encajaste bastante bien. Te felicito.
—Ya lo veo. Se te va a quedar un moratón precioso. Parecerás un tío duro y todo. También tendría que felicitarte porque eres difícil de noquear. ¿Qué tienes debajo de la cara? ¿Cemento, acero...? Un poco más, y me quedo sin nudillos. —Ambos compartieron unas risas mientras dejaban la habitación.
Encontraron a Descabezado en medio del pasillo, que pareció más humano que nunca cuando les lanzó una mirada llena de preocupación, aunque eso se traducía en él como un barrido de los rayos láser que tenía en el pecho. Norak se rio por dentro, preveía lo que iba a decir.
—Amo Norak, ¿qué le ha ocurrido? ¿Se ha caído por las escaleras? Creí que ya había pasado usted esa etapa en la que no despegaba la nariz de su tablet mientras miraba fotos de Mishela Nuitt. Perdí la cuenta de las veces que se chocaba contra las farolas u otros obstáculos, ¡incluso una vez me pisó una rueda! Y para colmo no me pidió disculpas, solo me repitió que esa mujer era su amor platónico.
—¡Será mejor que no digas eso delante de Astride! —exclamó Kurtis desde su habitación, y asomó la cabeza mientras saludaba a Norak con un guiño.
—¿Mishela Nuitt no es la actriz de Mundos en silencio? —preguntó Nedi.
—Sí, la rubia que interpreta a una almirante. Se parece a Faith. No me digas que no es guapa... —respondió Kurtis mientras salía de su cuarto—. Entiendo a Norak, y a propósito... —Torció la cara cuando vio a su amigo más de cerca, y comprobó que una zona de su mejilla estaba hinchada y enrojecida—. Responde lo que te ha preguntado Descabezado, ¿qué es lo que te ha pasado? ¿Es que te caíste durante el ensayo anterior o algo?
Norak iba a asentir para ahorrarse explicaciones.
—Yo le he pegado —interrumpió Nedi.
—¿Qué? —Kurtis se sobresaltó.
—¿Con qué propósito has hecho daño a mi amo? ¡Si tuviera algún arma incorporada te convertiría en un filete!
—¡Eh, calmaos! —Ryder les tranquilizó—. Ya sabéis cómo soy, a veces hablo más de la cuenta. Nedi se enfadó y... pasó esto. Pero ya está solucionado.
Kurtis asintió sin un ápice de duda.
—Tienes agallas, novato. —Tocó en el hombro a Monter mientras hablaba—. Me alegro de que no haya sido nada, entonces. Me voy al hangar, ahora os veré en el ensayo. —Se marchó corriendo hasta que desapareció tras la puerta de cristal situada al final del pasillo.
—Hay hielo en el refrigerador del laboratorio. Y podéis encontrar vendas y un poco de ungüento muscular en el botiquín de la pared izquierda, en el mismo sitio —mencionó el robot, con retintín—. Yo me marcho con Kurtis y los demás. Espero que no os tiréis los trastos durante mi ausencia. A partir de hoy, no voy a quitarte la mira láser de encima, Nedi Monter.
Descabezado se alejó. El ruido que producían las ruedas que transportaban su pequeño cuerpo se escuchó durante unos segundos. Norak fue al laboratorio, y Nedi le siguió. El enfermero abrió el botiquín y aplicó un poco de ungüento en su mejilla herida. Su joven compañero se sintió arrepentido tras ver el daño que le había hecho, pero también aliviado al recordar lo que aprendió en sus clases de farmacología sobre los ungüentos musculares. El viscoso contenido retiraría la inflamación de su piel, y restablecería el flujo de los capilares dañados en cuestión de minutos.
Mientras se producía el efecto del medicamento, Norak se colocó unos trozos de hielo envueltos en un paño para calmar la hinchazón y acelerar el proceso. Nedi hizo lo mismo, con la diferencia de que envolvió su mano dentro de unos paños con hielo tras aplicarse el ungüento en la mano.
—Ryder, ¿cómo supiste que era huérfano? —Nedi reflexionó en voz alta—. ¿Es que eres adivino?
Él soltó una risa tímida tras oír la última broma que dijo el chico.
—Llevo casi toda la vida trabajando en una nave que tiene el nombre de un tipo que fue adivino, ¿qué esperabas? —Norak continuó la burla, pero al final se puso serio—. No es eso, Monter... Es solo que con la experiencia he aprendido a calar a las personas. ¿Y sabes qué tienen todas en común? Que mienten. Todas reniegan de una parte de ellos mismos. Huyen de cada recuerdo que alguna vez les hizo daño, e ignoran que muchas heridas forjan quiénes son ahora.
Norak retiró el frío trapo de su cara, que lucía curada. Nedi repitió el movimiento, y vio que la piel de sus nudillos estaba intacta, pero él veía la sombra de ese daño aunque hubiera desaparecido.
—Nedi, antes te dije que tenías que olvidar tu pasado para seguir adelante, pero no estoy del todo de acuerdo con esa premisa. Las heridas tienen que dejarnos cicatrices, y esas marcas sobre la piel son más relevantes de lo que tú piensas, porque gracias a ellas no solo se recuerda el dolor que nos produjo el daño que tuvimos, también se hace memoria de cómo conseguimos curarlo.
Monter sonrió a Norak. Había pasado de ser su tutor a su amigo.
El chico volvió a mirar su puño. Las señales rojas y la hinchazón se volvieron invisibles, pero él seguía viendo aquel daño, tanto el suyo como el que realizó. Pensó que ocurría lo mismo con su pasado. Dejó ir toda evidencia del niño que una vez se llamó Nedarien, hasta el punto de que caería en el olvido como la foto del Internado Robaffi.
No podía ignorar de dónde venía. Tenía presente su maldito origen. Un niño pobre que no tenía dónde caerse muerto se convirtió en una persona que no pensaba cerrar los ojos y rendirse, como otras muchas.
Norak dijo la verdad. Cualquier padre se sentiría orgulloso de tener un hijo como Nedi.
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