Capítulo 17: La historia de los perdedores

Cuarenta horas de vigilia.

Abrió los ojos. Lo primero que vio fue la blancura del techo del laboratorio, y justo durante ese memorable momento en que despertó, comprobó que alguien le achuchaba entre sus brazos como si se tratara de su propia madre. Sentía como si hubiera vuelto a nacer porque, de hecho, estuvo a punto de morir.

—¡Kurtis! ¡Hijo de perra! —exclamó Norak sin soltarle—. ¡Mírate! ¡Qué buena cara tienes ahora!

Kurtis, incrédulo, se incorporó de manera repentina. Empujó a Norak, y empezó a mirarse las manos y a toquetearse el pecho. Después, se levantó y fue corriendo hacia la primera superficie pulida que vio en la habitación para ver su reflejo en ella. Se estiró los párpados, y comprobó que su globo ocular no estaba rojo. Sus ojos tenían el blanco de siempre, y sus ojeras habían desaparecido.

El agente Slade se abofeteó la cara un par de veces. Creyó que estaba soñando.

—Tío, ¿qué haces? —Norak empezó a reírse—. ¿Te crees que has mutado como un plutioniano u algo así?

—Joder, Nor. —Kurtis carraspeó su garganta—. Estoy vivo. ¡Estoy vivo, Nor!

Compartieron un abrazo de emoción. Norak le dio unas palmadas en la espalda. El escándalo de esa celebración se escuchó incluso desde el hangar. Pronto, el resto de compañeros fueron a ver qué había pasado. Astridia fue la primera en entrar en el pequeño laboratorio, y cuando comprobó que Kurtis lucía con un aspecto tan sano, se puso a dar saltos de alegría.

—Doctora Orbon... —murmuró Vera—. Usted ha pasado oficialmente a la historia.

—¿Cómo está su presión arterial? ¿Y el nivel de glóbulos blancos en sangre? ¿Hay alguna concentración de Baggos? —Astridia bombardeó a Norak con preguntas.

—Todo está normal, Astride, tal como debe estar... —contestó con tranquilidad—. Además, mira esto.

Norak mostró a la doctora las lecturas de la máquina a la que Kurtis estuvo conectado mientras dormía. El artefacto, además de tomar muestras de su sudor, también lo hizo de su sangre mediante una lanceta que tenía incorporada en el pulsioxímetro.

—No hay rastro de los Baggos en su sangre —informó.

Astridia casi se desmayó.

—¡Lo has conseguido! ¡Sabía que podías, Astride! —Kurtis la abrazó.

—Pero, ¡agente Slade! —interrumpió Descabezado—. Permítame corregirle. Usted dijo antes de someterse a la prueba del Plan Morfeo que iba a morir. Le escuché decir eso desde fuera. Creo que no estaba usted muy convencido de los talentos de la doctora Orbon.

Todos rieron a carcajadas tras el comentario del robot. Tenía más sentido del humor que varios humanos juntos.

—Kurtis, has quedado retratado —mencionó Hanro en broma.

—Astride, entiéndeme un poco. Estaba... aterrorizado. Culpemos al miedo, ¿te parece? Sabes que te aprecio. Recuerda los viejos tiempos. ¿Quién era el que te invitaba cada vez que salíamos? Aparte de que siempre tenía buen gusto a la hora de escoger algo para beber —recordó Kurtis.

La doctora torció los labios. Rememoró todas esas noches de mucho alcohol y fuertes dolores de cabeza que se multiplicaban por cada gota bebida a la mañana siguiente.

—Te lo perdono, Kurtis. Solo porque eres tú. —Astridia soltó una risa pícara.

Entonces, Descabezado abrió un compartimento de su menudo cuerpo, del que salió una bandeja llena de pequeñas y alargadas copas con una botella de champagne. Unas gotas recorrían su cristal verde y frío. El robot empezó a servirlo, y lo entregó a sus compañeros mientras emitía un ruido para que captaran su atención.

No sé si esto de beber champagne está un poco anticuado, pero mis circuitos me dicen que es una tradición humana durante las celebraciones.

—¡Has acertado! —exclamó Enzo, y echó un vistazo a la etiqueta de la botella—. Pero... Descabezado, ¿de dónde has sacado esto? Es una cosecha del 3016, ¡que tiene más de cien años!

—Déjame ver, eso tiene que ser falso —supuso Vera.

Pues la encontré en el minibar del camarote del general Vlaj, en la Nostradamus.

—¡Descabezado! ¿Pero qué has hecho? ¿Tú crees que está bien que entres en habitaciones ajenas y robes cosas? ¡Eso no se hace! Voy a tener que actualizarte y revisar los comandos de tu código de conducta —habló Norak en un tono de reprimenda.

Hanro Vlaj cogió una de las copas, y se bebió el contenido dorado y burbujeante de un trago.

—Esa botella ha ido pasando por miembros de mi familia durante años. Creo que ahora tenemos un buen motivo para gastarla —dijo el piloto para apaciguar el ambiente, sobre todo para calmar a Norak—. Vamos, Ryder, no te cortes.

Norak cogió la copa que Hanro le ofreció a regañadientes, pero luego sonrió.

—No te creas que vas a librarte de esa actualización. Desde que te dejé en manos de Faith, te comportas de una forma un poco extraña, a veces... Me parece algo sospechoso —susurró Norak a Descabezado.

—Faith es entrañable, la mejor persona del mundo.

La copiloto se atragantó con lo que bebía.

—¿Ves? ¡Mira como no me equivocaba! Faith, ¿qué le hiciste? —Norak se enfadó.

—¡Nada! —Faith se rio—. Si me quiere más a mí que a ti, pues... no le culpo. Le cuidé muy bien cuando le dejaste conmigo. Si no fuera por mí, estarían vendiendo sus piezas en algún desguace.

Norak respiró con fuerza para calmarse un poco, y comprendió lo absurda que era la situación en general. Miró a Kurtis y Astride, o mejor dicho, observó cómo ella estaba mirando a su amigo. Aquella mirada le hizo recordar cómo le veía a él. Podía definirla como si estuviera viendo frente a ella algo que había creado.

Descabezado le dio un golpecito en el tobillo a su amo para que prestara atención a la conversación. Solo bastó con un momento para que una celebración se convirtiera en una trifulca.

—Pero si Kurtis ya ha ingerido la dosis del Plan Morfeo y ha superado la enfermedad con éxito... Eso nos da el derecho para tomar la cura —argumentó Faith, y arrugó el ceño mientras continuaba su discurso con esmero—: Nuestro deber como terrícolas es ofrecer nuestros servicios a la población, así lo dicta la Constitución Mundial. Lo sé muy bien. Pero también tenemos derechos como humanos que somos, y yo reclamo mi derecho a descansar. Si no, podría llegar a perder mi función en este equipo porque podría dormirme en cualquier momento.

—Cierto. Es injusto. —Hanro se puso de parte de su compañera.

El júbilo se transformó en un sentimiento egoísta. Pensar en la prosperidad de su especie les hacía humanos, pero dilucidar la posibilidad de asegurar su propia supervivencia les volvía más humanos aún. La situación se volvió tan ácida en cuestión de un momento, que el champagne parecía cianuro que les carcomía por dentro hasta convertir sus entrañas en cenizas.

Vera se posicionó en el mismo punto de vista de Faith y Vlaj mediante un tono irónico:

—Sí, claro. Bebamos un poco del Plan Morfeo y durmamos durante horas sin dar la más mínima importancia al resto de la gente del planeta que por cada segundo trascurrido se duerme para no volver a despertar. Hagamos eso, ¿qué más da? Mil millones de vidas humanas más o menos que podamos salvar... Unos cuantos ceros más al final de la cuenta tampoco suponen mucho, ¿verdad?

—No le pidas más a tu querida humanidad cuando está a punto de extinguirse, Vera.

Aquello lo mencionó una voz que parecía provenir del más allá, aunque toda esta ilusión la causó el eco que había en el pasillo contiguo al laboratorio:

—El miedo a la muerte es una obviedad del ser humano. Y cuando la inexistencia es casi una certeza, se desenmascaran los anhelos más retorcidos para sobrevivir. Aunque eso signifique dar la espalda a millones de los nuestros. Muchas veces el sacrificio no es el plato preferido por todos. Preferimos el bien propio antes que el bien común. Que no te cieguen tus fantasías utópicas.

Vera bajó la vista. Tal vez pedía demasiado.

El dueño de esa breve lección de su propia filosofía era Epicuro. Entró en el laboratorio mientras se frotaba las manos y cambiaba de tema para calmar a sus compañeros.

—Si estuviéramos en una situación un poco menos apocalíptica... Diría que desperdiciar una botella de champagne tan antigua es una auténtica tontería. Pero teniendo en cuenta que el posible lunático que diera su dinero por comprarla, ahora mismo estará muerto... No hay nada que perder. ¡Bebamos, pues! —dijo mientras se mojaba los labios con la bebida.

—¿Qué quiere decir con eso, Epicuro? ¿Es que es mejor celebrar este logro y beber esa botella para luego echarse una siesta? —discutió Somout.

—Para nada. De hecho, estoy de acuerdo con usted, señora presidenta —dijo mientras le ofrecía una copa casi a rebosar de alcohol y burbujas llenas de su propia arrogancia—. Todo el trabajo que estamos haciendo ahora contribuirá en la historia en algún momento, y para nada me gustaría que recordaran que pasamos ocho o nueve horas dormidos, ignorando al resto de personas que ansían hacerlo. Y usted tiene mucho interés por la historia, creo recordar que me dijo eso una vez.

—La historia, en su mayoría, solo recuerda a los que ganan —susurró Faith—. No podemos ganar si nuestra salud peligra igual que la de aquellos que están ahí fuera.

—Y eso sin tener en cuenta lo que valen ahora mismo nuestras vidas —completó Hanro.

Sin su intervención y trabajo en equipo, no habría ningún rescate a la Tierra o lo que quedara de ella. Solo existiría la resignación global y una espera dolorosa hasta que Krasnodario se dignara a detener la destrucción que él mismo creó.

—¡No soy humano, pero tengo entendido que los humanos pueden reflexionar y debatir! Ahora mismo solo recopilo información llena de ideas contrarias, y no hay ninguna puesta en común o solución. Ya estamos perdiendo el tiempo, incluso mientras discuten lo están perdiendo porque no están llegando a ninguna parte. Según las estadísticas demográficas que estoy recibiendo... por cada hora que pasa, fallecen doscientos mil humanos. Entre ellos están los que tienen más necesidad de dormir al día o los que no han recibido las Insomnias F-4 por estar en zonas pobres.

Qeri se puso las manos en la cabeza.

—¿¡No estáis oyendo eso!? ¿Quiénes son los que necesitan dormir más al día? —A la enfermera se le saltaron las lágrimas al pensar en su sobrina—. La mayoría de ese número son... niños. Vais a dejarles morir por el capricho de salvaros.

Descabezado realizó un sonido de aprobación. Epicuro le observó con detalle, y le vinieron muchos recuerdos a la cabeza. Sobre todo cuando era un adolescente que se pasaba las horas recaudando chatarra en su habitación para convertirla en algún ordenador con capacidades increíbles. No había cambiado mucho desde aquel entonces. Seguía siendo igual de ermitaño, y a pesar de estar muy enamorado de su trabajo y tener poco tiempo libre para dejarlo de lado, las pocas veces que salía de su cueva llena de metal, hologramas y cables, solía ser toda una enciclopedia sobre cómo ganarse a un hombre o una mujer. Era contradictorio, pero al mismo tiempo parecía toda una realidad. Tenía a Vera en el punto de mira, aunque eso era aspirar muy alto. Parecía un mérito inalcanzable para tipos como Enzo, no como él, o eso pensaba el excéntrico muchacho. Se había dado cuenta de que Villalobos seguía a la hermosa representante del mundo como un perrito faldero. Sin embargo, el coraje de Qeri le hizo descartar todo pensamiento hacia Vera tras escuchar lo que ella dijo.

—No pienso discutir más por esto —amenazó Qeri—. Tengo muchas personas que salvar ahí fuera, y superan con creces la cantidad de razones por las que seguir viva.

—Qeri tiene razón —afirmó Epicuro.

—Pues claro que la tiene... —Norak la defendió—. Los demás estáis equivocados. Tengo la posibilidad de descansar y asegurarme estar sano de una vez por todas, ¿y sabéis qué? Pienso rechazar eso. Porque durante cada segundo que mantenga los ojos cerrados, habrá alguien que los cerrará también en otra parte de este planeta consumido por el egoísmo. Con la diferencia de que esa persona... cerrará los ojos para siempre. No quiero tomar la cura. No quiero dormir. Porque no quiero despertar en un mundo que estará más vacío por mi culpa.

Sus compañeros le observaron, algunos estaban cabizbajos. No solo tuvieron que tragarse las palabras para dejarle hablar, también lo hicieron para replantearse todo lo que habían dicho. No tenía sentido dormir si al despertar lucharían por un mundo que podrían haber salvado antes.

—Tenemos el poder de remediar esta catástrofe, vamos a aprovecharlo —concluyó Norak mientras apretaba los puños.

El silencio ocupó la habitación. Una pausa llena de respeto. Hanro Vlaj hizo un mohín con la intención de decir algo. Parecía que iba a continuar con la discusión pero al final se limitó a levantar su copa para proponer un brindis.

—Por el sueño... de un mundo mejor.

Nadie dijo nada, tan solo imitaron a Hanro y bebieron a la vez de sus copas. Pero había un pensamiento al unísono.

«Ese sueño lo construiríamos nosotros.»

—Bueno, creo que ya es hora de ponernos en marcha. ¡Volvemos a ser un equipo! —dijo Epicuro en un tono amigable—. Tengo un par de noticias que deciros, ¿os digo primero la buena o la mala?

—La buena... —respondió Ima—. Aún queda bebida, y no quiero que el trago se vuelva amargo. Creo que hablo por todos.

—Pues la buena noticia es que os he conseguido más tiempo para llegar hasta la sala de los rotores. Tendréis una hora. Diez minutos más que antes, es todo lo que he podido hacer.

—Algo es algo... —contestó Ima, y extinguió el resto del contenido dorado que le quedaba en la copa—. Ya puedes seguir.

—La mala es que los niveles de contaminación de la zona a la que vais han aumentado. Si recordáis, la máquina filtró el aire por un tiempo, pero Pesadilla invirtió su mecanismo. Las zonas de sus alrededores tienen más toxicidad. La Antártida se está convirtiendo en una de las Zonas Hypo más peligrosas del planeta. Por eso hablé con Faith, porque ella ha coordinado todas las misiones del Sindicato a las Zonas Hypo. Necesitaba su consejo para saber cómo manejar la situación. Le dije que creí conveniente que se sumara otro enfermero especializado en ese tipo de cuidados. En principio será suplente, pero os acompañará en la misión si los niveles siguen aumentando. Lo más probable es que haya alguna emergencia.

Norak y Qeri se miraron entre sí, intrigados por conocer a su nuevo compañero. Faith observó su reloj holográfico, y anunció:

—El nuevo acaba de llegar. Está en el hangar. Podéis descansar para comer. Nos veremos allí en diez minutos. Realizaremos un último ensayo de la operación, y él estará con nosotros.

El equipo se desperdigó. Algunos siguieron con su trabajo, y otros fueron a sus habitaciones. El resto bebió unos brebajes energéticos o comieron cualquier cosa para hacer el intento de calmar su ansiedad.

Faith abandonó el laboratorio, y cruzó el pasillo hasta el hangar. Descabezado fue tras ella como un cachorro feliz, le faltaba agitar su antena para ser un perro en toda regla. Norak les persiguió, y comprobó que su amigo metálico cargaba un vasito para el nuevo integrante del equipo, que bajó de la nave para recibirles.

—Bienvenido —dijo Faith mientras le daba la mano con una sonrisa.

—¡Gracias! —respondió, devolviéndole el gesto—. Me enteré por la radio de la nave de que el experimento dio resultado, y ya tenemos la cura. Estoy deseando conocer a la doctora Orbon para darle mi más sincera enhorabuena.

El recién llegado dio un respingo de alegría. Parecía un fanático del trabajo de la microbióloga. Luego, miró a sus pies para encontrarse con Descabezado.

—¡Vaya! ¡Pero si hay bebida y todo! Veo que estabais de celebración. —El chico cogió la copa—. Gracias una vez más.

Norak se quedó boquiabierto al verle.

—¿¡Tú!? —gritó—. No sé si me alegro de verte o tengo ganas de darte una paliza. ¿Pero qué haces aquí? ¿Sabes dónde te has metido? ¡Y dame eso! —Le quitó la copa—. ¡Seguro que ni tienes edad para beber alcohol! ¡Teniente! —Se giró para enfrentarse a Faith—. Perdona que le diga esto... pero está usted loca. Este chaval está de prácticas, no sé cómo se le ha ocurrido reclutarle para esto.

—¡Eh, no te pases! ¡Ryder, ni que fueras mi padre! —exclamó el novato.

—¿Me permites que te corrija, señor psicótico? —Faith se dirigió a Norak—. Este excelente muchacho te acompañó durante el Código 3-12. También estuvo durante las guardias en cuidados intensivos y las primeras urgencias de la pandemia. Antes de que te marcharas de la Base Cerebro, te dije que debías hacer una evaluación sobre su comportamiento. Pedí que me la entregaras para enviar sus notas a su facultad. Quería tenerle en cuenta para futuros servicios.

El enfermero se dio una palmada en la frente al recordarlo.

—Escribiste en la evaluación que era un alumno ejemplar —recordó Faith—. Y que se había comportado como si fuera un enfermero graduado. Hiciste un énfasis en que tenía muy buena memoria para los procedimientos.

Ella mostró en su tablet el veredicto que escribió Norak. Él lo leyó con rapidez.

—Para que veas que no miento, Ryder —insistió la teniente.

Él se sentía orgulloso por un lado. Estaba feliz por ver a ese chico aprendiendo, pero sentía la necesidad de protegerle y de contradecir lo que escribió. Incluso pensó en decirle delante de Faith que le suspendía. Deseó que pudiera volver a casa para no contribuir en la misión, cuyo segundo nombre era «suicida».

Pero Norak vio un brillo en los ojos de ese muchacho que le recordó a su forma de ver el mundo cuando era más joven. El chico tenía una cara que mezclaba el miedo con un entusiasmo infinito. Sabía que si esas dos emociones formaban pareja en el corazón, estaban en la dosis justa para transformar en increíble a una etapa de la vida. Él lo sabía bien porque había vivido algo similar.

Ryder le dio unas palmadas en el hombro a su colega, y le dijo lleno de entusiasmo:

—Bienvenido a la Operación Omega, Nedi Monter.

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