Capítulo 15: Las cosas infinitas
Reserva de Niassa, Mozambique. Treinta y seis horas de vigilia.
La humanidad dormía, la naturaleza despertaba.
El cielo estaba despejado, y una tenue luz anunciaba un nuevo amanecer. Había un degradado que pintaba la atmósfera, desde un disimulado color rosa hasta un tono naranja intenso, que contrastaba con la enorme esfera amarilla. El Sol bañaba con sus rayos cada lugar de Mozambique. Los bramidos de muchos animales podían percibirse con facilidad, y era sencillo distinguir el rugido de los leones o el sonido que producían las trompas de los elefantes, acompañados del fino ruido del río que cruzaba la zona.
Tras los gruesos fuselajes de metal de aquella cápsula de escape que aterrizó en ese inhóspito terreno, se podía escuchar cada uno de esos sonidos, esa música desconocida por la mayoría de la población del mundo. Era la orquesta natural que el propio hombre había destruido, la que sustituyó por metal, luces artificiales y molestos pitidos.
Quizás, aquello que Pesadilla había originado también tenía sus ventajas. A veces, matar al hombre significaba salvar a la naturaleza. O eso pensó el Líder REM antes de que Theta interrumpiera las voces de su cabeza.
—Señor, ya hemos llegado. El sistema operativo del propulsor salvavidas nos ha traído hasta aquí, ya que es uno de los lugares más seguros, y tendremos suministro natural de agua potable.
El terrorista asintió sin decir ni una palabra.
—Activaré la baliza de rescate para que los hombres del presidente vengan a buscarnos —intervino Theta.
El Líder REM entrelazó sus dedos para crujir los huesos de sus manos, y después inclinó el cuello para estirarlo un poco y encontrar un poco de alivio para sus músculos cansados. Siguió en silencio.
—¿Señor? —preguntó Theta—. ¿Tengo su permiso?
El Líder continuó sentado y dándole la espalda a su subordinado. Había escuchado con atención cada palabra, pero mostraba una actitud indiferente porque pensaba en algo de suma importancia para toda la operación. Sin embargo, la siguiente frase que pronunció Delta, aparte de sacarle de la perplejidad, le enfadó sobremanera:
—Señor, el niño está muy deshidratado. Si quiere mantenerle con vida, necesitamos un rescate de inmediato. Su orden es imprescindible.
El terrorista se levantó de un salto, y solo con un par de zancadas cruzó la amplia cabina del propulsor salvavidas hasta encontrarse con Tomkei Orbon. El niño estaba tumbado en el suelo, tenía la boca seca, los ojos abiertos como platos y las cejas enarcadas hacia arriba. Su aspecto era deplorable, y su cara transmitía miedo, pero también daba lástima. Algo que ninguno de aquellos hombres supo captar. Y con una suma ausencia de escrúpulo, el jefe del atentado le apuntó con su pistola a la cabeza.
Tomkei se cubrió la cara con las manos, y desde su posición, podía ver el cañón del arma a través del hueco libre que dejaban sus dedos. No pensaba cerrar los ojos para dejar de verlo.
REM no tuvo el valor suficiente para apretar el gatillo, de hecho, le temblaban las manos, y terminó arrojando la pistola contra la pared con una fuerza tan abismal, que dejó grabada una abolladura con la forma de la culata sobre la superficie.
—¡Pe-pero...! —Alfa tartamudeó—. ¡Señor! ¿Qué le ocurre? ¡Matar al niño no entra en nuestros planes!
—Eso mismo estaba pensando antes de que abrierais la boca —espetó él—. Y es cierto que este niño nos vale más vivo que muerto, pero fuimos unos estúpidos al dejar a la doctora Orbon con vida. ¿Creéis de veras que no ha conseguido la cura de nuevo? Si lo hizo una vez, podrá volver a hacerlo, y eso fastidiará todos nuestros planes. El planeta está lleno de malas hierbas, que nunca mueren si no se arrancan de raíz. No servirá de nada perpetrar toda esta masacre si la acabamos antes de tiempo, de nuevo, esta inservible humanidad se extenderá como un cáncer.
—Eso podrá solucionarse en cuanto nos encontremos con el presidente —ideó Alfa.
—En la Bona Wutsa habrá sistemas para encontrar el paradero de Orbon y toda la gente del Sindicato que la ayuda —mencionó Beta.
—Bien —afirmó el Líder—. Activad la baliza de rescate, y Alfa, encárgate tú de enviar por radio un mensaje de socorro. Tardarán una hora como mucho en venir a buscarnos, tendremos que ponernos en marcha enseguida.
Alfa acató la orden. Primero, activó la baliza, que era una especie de tubo de un chillón color fosforito que se iluminó, y mediante ese cacharro, los hombres de Krasnodario sabrían las coordenadas de su posición. Tras eso, Alfa se acercó a los mandos de la cabina, y habló por el dispositivo de radio, que contactaba directamente con la centralita de la Bona Wutsa y los operadores de emergencia del gobierno:
—Control de la Bona Wutsa, solicito envío de mensaje encriptado solo para la escucha del presidente.
Al instante, le respondió una voz femenina:
—Recibido. Alerta por contacto no identificado. Identifíquese, por favor.
—Servicios especiales de alto secreto. Nuestra nave ha sido destruida. Estamos en la cápsula de escape, su código identificativo es Rabtd-6.
—Recibido. Permiso concedido para contactar con el presidente. A partir de ahora, el mensaje quedará grabado en un buzón personal del gobierno. Me informan de que el señor presidente no está disponible ahora mismo, y en cuanto lo esté, recibirá este mensaje de forma urgente.
Se escucharon unos pitidos en la otra línea, y en cuanto cesaron, Alfa dejó el mensaje:
—Señor presidente, la Hipnos fue destruida por una poderosa nave del Sindicato de Paz y Salud Retrospectivo. Perdimos a la doctora Orbon durante la operación, y hemos tomado a su hijo como rehén. Usamos nuestra cápsula de escape, que nos ha traído a la Reserva de Niassa, en Mozambique. Hemos activado la baliza de rescate donde se encuentran las coordenadas exactas de nuestra posición. Precisamos todos los servicios de detección disponibles cuando lleguemos a la Bona Wutsa. Necesitamos localizar a la doctora Orbon, en el caso de que haya conseguido una nueva variante del Plan Morfeo. Estamos a su disposición, y esperamos que usted esté a la nuestra. Le ha hablado Alfa en nombre del Líder REM.
De nuevo, la operadora con esa voz robótica le respondió con cortesía:
—Gracias por dejar su mensaje. El presidente le responderá lo antes posible.
Solo les quedaba la espera. Esperar a que les rescataran, esperar para vivir, esperar mientras estaban perdidos en un valle casi extinto de humanidad donde se respiraba una paz indescriptible. A pesar de los intentos de aquellos terroristas por, ni siquiera, parecer humanos, la humanidad conllevaba unas necesidades, que si no se satisfacían, terminaban con la muerte. Aparte de sus irremediables ganas de dormir, también estaban sedientos.
—Tengo... sed... —Tomkei se quejó.
—Deberíamos llevar al niño a beber agua al río de aquí al lado —mencionó Delta.
—Podríamos matarlo —gruñó REM—. Astridia Orbon nos habrá mentido, y pongo la mano en el fuego por eso. Ella se comprometió a no encontrar otra cura, y de seguro lo habrá hecho. Nosotros también podemos mentirle a ella, y decirle que su hijo está vivo cuando no es así.
—Estoy de acuerdo —afirmó Theta—. Si lo matamos será un problema menos.
Theta le apuntó con su peculiar arma, que tenía una punta electrificada en su extremo, y el jefe terrorista se lo impidió.
—¿No decías que era mejor matarlo? —preguntó Theta.
—Quiero que muera dormido. No merece la pena gastar balas, ¿no crees? Es un niño que nos resulta... inútil, que ya forma parte de una generación perdida, que no contribuirá en absoluto en la evolución de este planeta si sigue vivo.
El jefe se agachó hasta colocarse cerca del niño tumbado.
—Tomkei, morirás —confesó el Líder REM, aquello le puso al niño la carne de gallina—. Pero te daré a escoger cómo puedes morir. Tienes dos opciones, no te diré por las buenas o por las malas, ya que ambas son por las malas. Puedes simplemente cerrar los ojos, o puedo hacerte ver cosas tan horribles que te obligaré a cerrarlos.
Tomkei recordaba en su mente las palabras de su madre antes de que la nave ardiera y se separara de ella. Él siempre obedecía a su madre, que le enseñó normas como que no hablara nunca con desconocidos. Pero desde esa última vez que estuvieron juntos, también le enseñó una norma nueva: No te quedes dormido. Y el pequeño, a pesar de su cansancio, de la sed que tenía y de la falta de alimento que le restaba tiempo de vida, reunió todas sus energías para mirar al terrorista, a esa tenebrosa máscara con un monóculo brillante, cuyo destello le cegó por un instante, y no parpadeó siquiera.
—Lo haremos de otra forma, entonces —sugirió Beta con un tono amenazante—. Y no será contándole un cuento o cantándole una nana.
—Voy a pensarlo... —murmuró el Líder REM.
El terrorista salió de la cápsula de escape mediante la trampilla, y se llevó al niño consigo por la fuerza. Tenía un aspecto tan débil que apenas podía coordinar sus propios pasos. Ambos se dirigieron hasta el río, y el hombre le obligó a agacharse para que bebiera un poco de agua. Tomkei hizo la forma de un cuenco con sus manos, y las gotas se le escurrían entre sus dedos temblorosos. Tuvo que repetir aquel gesto varias veces para beber una cantidad de agua considerable y saciar la sed que tenía.
—No mires, niño —ordenó el terrorista mientras se quitaba el casco.
Tomkei desvió su mirada con rapidez. Pensó que bajo aquel casco se podía esconder un rostro monstruoso, tal vez con tiras de piel quemadas, cicatrices que le hicieron perder trozos de carne de su cara hasta quedar desfigurado, incluso supuso que bajo aquella máscara tenía enormes pústulas o tatuajes.
Sin embargo, una máscara no siempre se usaba para ocultar una fealdad o un complejo, sino para esconder una identidad.
Mediante el reflejo del agua, el chico pudo ver de soslayo la cara de su secuestrador. Solo tuvo tiempo para avistar algunos detalles, como los labios agrietados o la frente repleta de un copioso sudor que mojaba su pelo castaño y con enredadas greñas.
El terrorista bebió del río, y también se mojó la cara. Tomkei comprobó que se empapó el pelo, y que las gotas caían por su mandíbula. Por primera vez, el niño escuchó la verdadera voz de su secuestrador sin la distorsión del sonido que otorgaba su casco.
—¡Te he dicho que no mires! —respondió con insistencia una voz jovial, como si fuera la rabieta de un adolescente.
Él se puso el casco de nuevo, y encaró al niño mientras lo zarandeaba por los hombros.
—Voy a calmarme —dijo para sí mismo, y sonrió bajo la máscara—. No estarás vivo para describir lo poco que has visto a tu mamá y a los subordinados del cadáver de Vera Trêase Somout.
Estaban en la Reserva de Niassa, uno de los lugares con mayor población animal y un hábitat natural virgen. Había personas que se encargaban de que todo se mantuviera así, y los trabajadores de la reserva no debían de andar muy lejos. De hecho, el Líder se percató antes de ir que su mapa señalaba varios puntos a menos de unos doscientos metros de su posición.
El Líder REM llevó consigo a Tomkei Orbon a uno de esos puntos, el más cercano estaba cerca en el río. Era una descuidada casita que se veía desde dónde se encontraban, y no hizo falta andar demasiado para ver lo que se imaginaba.
Había una persona tumbada en el suelo, desde la lejanía se podía comprobar que era una mujer, que yacía dormida con tranquilidad. Pero eso no era todo, también había otro hombre tirado allí, tal vez fuera su compañero de trabajo. Tenía una pierna desmembrada, y había un charco de sangre bajo su cuerpo, salpicado con algunos restos de su tejido. Pronto, pudieron deducir qué había causado esas heridas tan desagradables. Una leona vagaba por allí, con las fauces bañadas de rojo y los ojos inyectados en sangre. Se acercaba de nuevo al hombre muerto para continuar probando su carne.
—En realidad, le estamos haciendo un favor al mundo —confesó REM—. La humanidad ha arrebatado tantas cosas a los animales... Su comida, su agua, su hogar, su vida. Ahora le estamos haciendo un regalo, y estamos siendo benévolos. Toda la carne que les hemos arrancado, para abrigarnos con sus pieles o llenar nuestras bocas, ahora se las estamos devolviendo a través de cadáveres humanos e inservibles.
Pasados unos segundos, apareció una manada de leones que acompañaron a la primera mamífera. Ninguno de ellos se quedó sin probar bocado. Pronto, ambas personas fallecidas, asesinadas por la propia humanidad, terminaron como trozos sueltos de piel, unos huesos que lo sostenían todo, músculos cortados y sangre que caía de los colmillos de cada rugiente león.
—Puedes cerrar los ojos ahora si no quieres ver esto, pequeño... —murmuró el terrorista con una amenazante dulzura—. Aunque, para mí, ser testigo de algo así me parece fascinante.
Tomkei empezó a llorar, intentó darse la vuelta para dejar de ver aquella carnicería, pero su secuestrador le obligó a observar de forma directa toda la escena.
—También puedes seguir con los ojos abiertos, de esa forma no solo salvarás tu vida, así podrás mirar y... aprender.
De repente, el ruido de las aspas de unos helicópteros se escuchó, y aquello espantó a los leones. Los hombres de Krasnodario habían recibido el mensaje por orden directa del presidente, y venían a rescatarles.
—No te mataré hoy, chico. Te has portado bien —dijo mientras volvían con el resto del equipo y sus rescatadores.
Tomkei aprendió algo que no se le olvidaría jamás: Los humanos no eran inocentes. Eran animales, y aún peor, eran caníbales. Devoraban su propio hogar, e incluso a su propia especie para tener un futuro mejor. No solo era instinto de supervivencia, era el ego, que junto con el universo y los números, también podía sumarse a la lista de las cosas infinitas.
Era obligatorio hacer este meme.
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