Capítulo 1: El planeta cadáver

Moscú. Un día antes del atentado.

El tiempo tenía el poder de cambiar el mundo, pero los humanos disponían de la tecnología para destrozarlo. Algunos países del planeta Tierra eran todavía habitables en el año 3510; otros, como Rusia, se habían convertido en territorios destinados al olvido.

Era de día en la Europa del este, pero el cielo estaba casi negro. Las nubes grises y la ligera neblina cubrían los pocos rayos de sol. La tierra estaba tan seca que había que caminar despacio para no tropezar con las grietas. Ese paisaje no parecía propio de un paraíso invernal como era Moscú. La nieve que acostumbraba a tener en esta época del año se había sustituido por arena y polvo.

Norak Ryder se encontraba en una de las numerosas Zonas Hypoxigenadas del mundo. La contaminación se había convertido en el problema principal del cuarto milenio. Apenas había concentración de oxígeno en esas secciones geográficas, y la capa de ozono se encontraba disminuida. Ese efecto traía consecuencias bastante malas para la población, desde enfermedades y hambrunas hasta la imposible posibilidad de vivir ahí. Los puntos más afectados eran el este de Estados Unidos, Rusia, China, Argentina y algunas ciudades concretas del oriente de Europa. La causa del problema se remontaba a siglos anteriores. La industralización sin límites parecía que solo traía ventajas para esos países y sus gobiernos. La vida diaria de sus habitantes era más cómoda si se contaba con la ayuda de las máquinas, pero la vida de la especie humana acabaría antes de lo previsto por el exceso de tecnología. Cuando se dignaron a buscar soluciones para revertir la contaminación, era demasiado tarde. Aquellas ciudades de ensueño se convirtieron en un infierno. La mayoría del planeta se encargó de aislar estas zonas, pero el gobierno mundial enviaba sus grupos de paz para ayudar a aquellos que vivían en esas pésimas condiciones. Norak formaba parte de uno de esos grupos, y le gustaba su trabajo, aunque odiaba llevar el incómodo uniforme del Sindicato.

Para caminar por una Zona Hypoxigenada sin riesgos de enfermar era necesario tomar precauciones, y el Sindicato no se quedaba corto. Los sindicalistas llevaban un mono con tejido aislante que, a la larga, era bastante caluroso. Llevar una máscara que filtrara el aire contaminado tampoco resultaba agradable, y el tinte oscuro que tenía el visor del casco provocaba una sensación agobiante.

Norak reconoció a Kurtis mientras custodiaba a unos refugiados rusos para subir a la nave.

—Estos son los últimos —informó Kurtis.

—Bien —aprobó Norak, y se giró para señalar la estructura que tenía enfrente—. ¿Reconoces ese edificio?

—Y pensar que eso fue el Kremlin... —agregó Kurtis en un tono apagado.

Ambos observaron la decadencia del palacio de Moscú. Antes, cada ladrillo que lo formaba relucía con esplendor por toda Rusia. Había sido el hogar de emperadores y políticos, pero se transformó en un edificio fantasma. Estaba tan desierto como el resto de la ciudad.

—Más que el Kremlin, parece una casa en ruinas tras una guerra nuclear —espetó Norak—. A veces, desearía creer que estas partes del planeta no existen.

Kurtis bajó la mirada con angustia.

—Este mundo es lamentable, Nor. Me siento fatal viendo esto.

—Ahora solo es un edificio abandonado más. Hemos visto cosas peores que esta, si te sirve de consuelo. Recuerda la misión de Kazán cada vez que te sientas así. Fue una auténtica pesadilla.

—Éramos unos novatos entonces. Las cosas nos impactaban más que ahora. Siempre es más de lo mismo.

—Hoy no ha habido ninguna baja. Es una diferencia, ¿no crees? —Norak le tocó en el hombro—. Ya tenemos un motivo para celebrar algo cuando volvamos a la Base Cerebro.

Kurtis no compartía la posición de Norak. Creía que si este problema no existiera, sí habría un motivo para festejar algo. El sufrimiento seguiría ahí fuera, y aunque el resto de sus compañeros lo olvidaban en cuanto regresaban de las misiones, él no. Kurtis había nacido en África, el continente más próspero en la actualidad. La historia del color de su piel le había enseñado lo importante que era que todos los humanos tuvieran los mismos derechos.

—Nada de esto me parece lícito —dijo Kurtis—. Si las mayores potencias mundiales no hubieran dado la espalda a Rusia hace unos años, no habría ocurrido una desgracia así.

—Ya sabes cómo somos los humanos... Nos equivocamos mil veces, y en el último momento nos damos cuenta de que debemos rectificar. Al menos, estamos aquí para ayudar. Ahora todos somos iguales, y nadie dará la espalda a nadie. No está mal regalar solidaridad de vez en cuando, ¿verdad?

—Nada mal —aprobó Kurtis con una sonrisa débil.

Esa ideología era la que más se ajustaba al grupo de paz enviado por el gobierno, y daba buenos resultados. Kurtis y Norak eran miembros de un grupo que recibía el título de «Sindicato de Paz y Salud Retrospectivo» (SPSR). El Partido Retrospectivo, ganador de las elecciones para la presidencia mundial, financiaba todas sus misiones.

—¡Sindicalistas! —gritó la teniente Faith—. ¡Subid a bordo! ¡Volvemos a la Base!

La Nostradamus, nave principal del SPSR, tenía un inconfundible fuselaje de color azul y púrpura. La aleta posterior tenía el emblema del Partido Retrospectivo. Era una mano morada extendida, y con un círculo gris de fondo. Un par de ramas de olivo adornaban el dibujo. Ese detalle fue una idea de la líder del partido y Presidenta mundial, Vera Trêase Somout, que era bastante aficionada a la historia. La ideología de su partido también se ajustaba a las suyas propias. Había que tener presente el pasado para avanzar hacia un futuro mejor. Sus raíces africanas la obligaban a no olvidar jamás lo que vivió su continente.

Kurtis y Norak se quitaron las máscaras cuando la trampilla de la Nostradamus se cerró. Los pitidos que producía la nave indicaban que el interior era seguro y disponía de abastecimiento de oxígeno.

Ambos compañeros se fueron a descansar al camarote que compartían. Una vez allí, Norak se miró en el espejo. Tenía ojeras, y su piel estaba más pálida de lo habitual. Pensó que debía recortar un poco su barba para no parecer tan descuidado. El casco que llevó durante las ocho horas de misión había revuelto su pelo negro. Hizo el intento de peinar su cresta con los dedos, y de seguido, utilizó el lavabo para enjuagar su cara. Ni siquiera el agua fría le sirvió para despejarse.

—He cumplido treinta y tres años, y volar me sigue dando pánico —bromeó Norak, y dedicó una risa a Kurtis.

—Menos mal que no te da miedo la sangre.

—Estaría apañado si fuera así —ironizó Norak.

—Por eso eres un buen enfermero. Tener el estómago resistente para eso es un requisito indispensable. Seguro que has visto cosas asquerosas. Yo no podría soportarlo ni de coña.

—Eso es información confidencial de los pacientes, amigo mío. Pero, créeme... he visto cosas que no he asimilado, aunque apuesto a que tú tendrás anécdotas igual o peores que las mías —contestó Norak—. Siempre he pensado que formamos un buen dúo. El enfermero y el poli. Te favorece ser el tío duro del rifle eléctrico.

—Si eso crees, seguro que te gano en anécdotas terribles que contar.

Norak asintió, y se tumbó en la cama superior de la litera.

—De todas formas, me gusta el trabajo que hago aquí —continuó Kurtis—. Prefiero patrullar para defender a un puñado de inocentes. Es mejor que detener a unos cuantos criminales que suelen reincidir cuando salen de la cárcel.

—¡Así se habla! —exclamó Norak—. Yo sigo teniendo el mismo trabajo de siempre. Al fin y al cabo, siempre me ha gustado la acción. Prefiero estar en contacto con la gente que me necesita aunque tenga que mancharme las manos de sangre. No me imagino trabajando en otro lugar, ni con otras personas. Esto es un hogar para mí.

El africano se tumbó en la otra cama, y encendió el dispositivo de su muñeca para distraerse con sus lecturas pendientes.

—Lo que importa ahora es que nos merecemos un descanso —dijo Kurtis mientras se ponía cómodo en su colchón.

—Avísame cuando estemos llegando a Johannesburgo...

Kurtis realizó un sonido de afirmación, y Norak no tardó en quedarse dormido.

Un par de horas más tarde, unos toques en la puerta interrumpieron la siesta de Norak. Kurtis recibió al visitante. Era Nedi Monter, un enfermero en prácticas que casi siempre tenía la frente sudorosa por los nervios. Era el chico de los recados de casi todo el Sindicato; uno de los inconvenientes de ser el recién llegado. Parecía listo y atento, pero era demasiado joven para asimilar ciertas situaciones con tranquilidad.

Nedi toqueteó su reloj de pulsera, y un holograma con la forma de un libro blanco emergió de él.

—Sindicalista Ryder, la copiloto Faith le reclama en el puente de mando...

—Copiloto Faith... —respondió Norak con recelo—. ¿Es que ahora la han destituido de su rango militar? ¿Qué me he perdido? Cuida esas palabras, novato. Sobre todo si estás hablando en nombre de tus superiores.

—Perdón, señor...

—¿Y para qué me necesita la teniente? —interrumpió Norak.

—Usted... es el único Enfermero Jefe que está de guardia.

—Y por eso deberías llamarme Jefe Ryder, no Sindicalista.

—Venga, hombre, no seas tan quisquilloso —replicó Kurtis.

Norak cruzó sus brazos sobre el pecho, y esperó una respuesta por parte del joven.

—Se trata de un Código 3-12. Categoría 3 de Emergencias Hypo. Se declara el estado de Emergencia para los refugiados que tenemos a bordo. —Nedi leyó la información que proyectaba el holograma.

—Ya sé lo que significa.

—¿Quiere que haga algo más por usted, Jefe Ryder?

—Avísales.

—¿A quién? —cuestionó Nedi con un tartamudeo.

—¡A todos los que estén de guardia!

Ese último grito provocó que Nedi se ruborizara. Norak sintió lástima de aquel confundido muchacho. Todo este jaleo era nuevo para él, y se armó de empatía para entender lo que pasaba por esa cabeza recién salida de la facultad.

—Bien, Monter —dijo Norak, y carraspeó su garganta—. Olvida lo que te he dicho. Vas a venir conmigo. Ahí parado no vas a aprender nada.

Nedi siguió a Norak en su acelerado trayecto hacia el puente de mando. No cruzaron palabra durante todo el camino. Nedi pensaba que se había precipitado al escoger esta misión como formación suplementaria en su expediente. Norak centró sus pensamientos en la noticia del Código 3-12. Creía imposible que el estado de los refugiados hubiera empeorado tanto durante un par de horas.

Nedi contempló embobado las mismas vistas que tenían los pilotos cuando llegó a su destino. Aún no se acostumbraba a esa imagen del cielo añil que se extendía frente a él como la secuencia de una película. La Nostradamus era capaz de dejar atrás kilómetros y kilómetros en cuestión de segundos. Podía recorrer el mundo entero en menos de seis horas, y sin recargar las baterías de sus motores.

Faith abandonó su puesto cuando comprobó que sus camaradas habían llegado, y activó el modo automático de sus mandos para suplir su ausencia. Unas pequeñas turbulencias hicieron vibrar la cabina, y Nedi cayó al suelo en redondo. Norak le ayudó a incorporarse de inmediato.

—Llegaremos en diez minutos a Johannesburgo —informó Faith—. Los demás ya están preparados en la Sección R, pero te necesito ahí abajo para que pongas un poco de orden. También he contactado con la Base Cerebro para que os preparen el sani-raíl, y os lleven hasta el hospital lo antes posible.

—Entendido —dijo Norak, con prisa. Iba a darse la vuelta para marcharse.

—Ryder —avisó Faith en un tono autoritario—, confío en que no sacarás del hospital de la Base a ningún refugiado cubierto con una sábana blanca.

—No es el primer Código 3-12 al que nos enfrentamos, ni tampoco será el último... No se equivoca al confiar en mí, teniente. He demostrado varias veces que puede hacerlo.

Faith asintió, e hizo un gesto con la mirada a Nedi que le incomodó.

—Monter, tú también formarás parte del personal sanitario durante el Código 3-12 —ordenó Faith.

—¿Cómo? —Norak se sobresaltó—. ¡Teniente, es solo un crío! No será capaz de...

Ella levantó su mano derecha para interrumpir la objeción de Norak. Mientras tanto, Nedi permanecía cabizbajo, casi al margen de una conversación que giraba en torno a él.

—Tú también fuiste un novato en su día, Ryder. Y no todos tuvimos a unos tutores tan buenos como los que tuviste tú. —Faith hizo una referencia a los padres de Norak—. Si Monter no se enfrenta cara a cara con la situación, jamás aprenderá.

—Teniente, se está precipitando... —insistió Norak, y acompañó en una voz más amable—: Faith, te lo digo como amigo. ¡Esto será demasiado duro para él!

—Dejemos que él lo decida. —Faith recapacitó—. ¿Y bien, Monter?

—Lo haré, teniente.

—Pues ya está todo dicho. No quiero ni una queja más. Monter trabajará contigo, y tú le enseñarás cómo actuar durante la emergencia.

Norak apretó los puños, y sintió cómo contraía cada músculo de sus brazos para retener la rabia. Parecía que era el único consciente del peligro de este turno en concreto, y que había vidas humanas en juego. No había tiempo para tratar con inexpertos durante casos así. Faith se había equivocado si no quería que las sábanas blancas ocuparan una sala llena de cadáveres.

—Procederemos con las maniobras de aterrizaje en unos minutos. Id a la Sección R tras el aterrizaje. Gracias por la colaboración, Ryder.

—Un placer, teniente.

—Gracias a ti también, Monter —mencionó Faith, y examinó a Nedi con una mirada rápida—. Puedes hablar, ¡eh! —bromeó la copiloto ante su silencio.

Los hombros de Nedi titubeaban, y respiraba de forma entrecortada. Intentó decir algo, pero sus labios estaban inmóviles por el nerviosismo. Al final, no pronunció ni una palabra, e hizo un forzado saludo militar antes de marcharse tras Norak. A Faith le causó gracia aquel gesto, pero también sintió compasión por él. Volvió a ponerse al mando de la Nostradamus con una sonrisa ladina.

Norak pulsó el auricular luminiscente que tenía en la oreja, y un menú de llamada se reflejó frente a sus ojos. Él activó el intercomunicador para contactar con el resto del equipo sanitario de la nave.

—Preparad a los pacientes en las camillas con el material provisional de ventilación mecánica —ordenó—. Iré a la Sección R cuando el cacharro aterrice. Nos veremos luego.

Varias voces aprobaron la orden de manera descoordinada, y en cuanto se apagó el aparato, Norak se dirigió a su camarote. Kurtis continuaba adormecido en su cama, y su compañero se movió sigilosamente para alcanzar una página de plástico situada en una estantería. La fina pantalla se iluminó, y apareció la portada de un libro. Cuidados al paciente de las Zonas Hypo, decía el título. Era un manual de enfermería redactado por varios autores que también fueron miembros del Sindicato.

Norak lanzó el fino volumen a Nedi, y él lo agarró al vuelo.

—Los Códigos de Categoría 1 y 2 corresponden a estado Leve y de Urgencia, pero el tercero es un estado de Emergencia. Eres consciente de lo delicado que será lo que haremos, ¿no? —preguntó Norak, y Nedi asintió—. Pues en ese manual tienes todos los Subcódigos dentro de la Categoría 3. Cada Subcódigo corresponde a una amenaza a la que nos enfrentamos normalmente durante las misiones a las Zonas Hypo. La información que te interesa está en el Subcódigo 12.

—Entiendo —afirmó Nedi mientras deslizaba el contenido del libro para llegar hasta la parte indicada—. ¡Lo encontré! Se llama... Atención al paciente con Síndrome de Hypox grave. ¿Es esto?

—Sí. No hace falta que me lo enseñes, Nedi. Me sé todo el manual de memoria.

Los ruidos estridentes de las sirenas de la nave advertían que el aterrizaje estaba a punto de comenzar. El botón que indicaba a los pasajeros que se abrocharan los cinturones se encendió con una luz amarilla y parpadeante. Los pasajeros salieron a los pasillos de un modo ordenado, abrieron los asientos plegables de las paredes, y se colocaron los cinturones de seguridad.

—Lee y memoriza todos los protocolos que vienen en la página lo máximo que puedas mientras aterrizamos —murmuró Norak al muchacho—. Si tienes cualquier duda sobre la marcha, no dudes en preguntarme. No hagas nada si no estás seguro.

—De acuerdo, Jefe Ryder.

Nedi se colocó al lado de Norak, que estaba bastante inquieto. No podía ocultar su pánico a volar. Sus rodillas temblaban de manera involuntaria al notar esos bruscos cambios de gravedad. Su frente se perló de sudor, y apretó los reposabrazos de su asiento hasta que le dolieron las manos.

—¿Miedo a volar? —supuso Nedi—. Tranquilícese, Jefe. Yo también tengo miedo, pero uno distinto al suyo. Temo lo que me espera abajo...

Norak cerró los ojos, y echó la cabeza hacia atrás. Observó a Nedi por el rabillo del ojo, y comprobó que se leía el apartado sobre el 3-12 una y otra vez para memorizarlo. Parecía que había experimentado un repentino cambio de actitud, y que había sustituido su inseguridad por concentración. Norak se alegró, y sonrió por dentro. La calma que desprendía Nedi consiguió tranquilizarle a él también hasta que sus piernas no mostraron ningún titubeo.

—Perdona si he sido muy duro contigo. Estoy seguro de que lo harás bien, chico.

Nedi Monter esbozó una amplia sonrisa.

La Nostradamus aterrizó con la misma suavidad de una pluma flotando en el aire, pero ni siquiera el manejo experto de un piloto como el general Vlaj haría que Norak venciera su fobia. En cuanto los motores se detuvieron, los pasarejos se desabrocharon los cinturones y cada uno regresó a la labor que le ocupaba, Norak caminó en dirección a la bodega como una bala. Nedi le siguió, aunque estaba más atento a ese manual que a los pasos de su nuevo tutor de prácticas.

Descendieron varias escaleras hasta llegar a la Sección R, que estaba cercana al compartimento de carga de la nave. Un buen número de trampillas rodeaban la zona, listas para comunicarse con el tren que llevaría a los refugiados más graves al hospital de la Base. Había unos cuarenta pacientes, pero la mayoría no tenía la bombilla roja encendida en el cabecero de sus camillas. Durante un vistazo rápido, Norak contó trece luces rojas. Bastaba con dos o tres pacientes en estado crítico para tener un turno ajetreado. Esa vez, la cantidad era mayor de lo habitual, pero contaban con más personal. Seis enfermeros estaban disponibles si contaba con él mismo, aunque excluía a Nedi. No pensaba contar con él hasta averiguar de qué pasta estaba hecho. También había tres médicos de guardia, entre ellos una Hypoxóloga, la doctora Ferra, pero Norak no pensaba recurrir a sus conocimientos a no ser que la situación le sobrepasara. La doctora estaba demasiado ocupada intubando a uno de los refugiados más graves. Algunos pacientes tenían instalados los respiradores mecánicos, y en la piel de sus extremidades se empezaba a distinguir un color amoratado. El déficit de oxígeno en su día a día provocaba, en los mejores casos, una necrosis en los tejidos blandos del organismo. Los peores ejemplos no llegaban ni a respirar sin la ayuda de una máquina.

Norak se puso sus guantes, y se colocó en el centro de la sala para organizar al resto de la plantilla.

—¡Escuchadme un momento, por favor! Quiero que nos focalicemos en los diez refugiados más graves. Ya pensaremos en trasladar a los demás cuando pasemos este mal trago —explicó, y dividió a sus compañeros—: Navas y Deil, encargaos de esos cuatro pacientes. Larta y Wandos, atenderéis a estos cuatro de aquí. Burneo ayudará a la doctora Ferra, puedes encargarte con ella de otros dos más. Yo seguiré con los que faltan.

—Jefe Ryder, pero serán tres pacientes para usted solo, si no me fallan los cálculos —señaló Burneo.

—Si quiere, puedo encargarme yo. —La doctora Ferra se ofreció—. Burneo podría echarle un cable, Ryder.

—No os preocupéis, tendré ayuda. —Norak se enfrentó a sus dudas, y se giró hacia Nedi con convicción—. Este es Monter, un chico con muchas agallas que está a punto de ser uno más de nosotros. Ya tendremos tiempo para las presentaciones cuando acabemos esto.

—¡Andando, compañeros! —exclamó Ferra—. ¡El tiempo es lo que menos debemos perder durante un Código 3-12!

Cada cual se dirigió a las camillas de sus respectivos pacientes, preparados para la inminente llegada del sani-raíl. Norak indicó a Nedi que se quedara a su lado para supervisar sus técnicas. Debía asegurarse de minimizar los riesgos aunque confiara en las buenas intenciones de su joven compañero.

Pronto, las tres trampillas de la Nostradamus se abrieron. El impoluto vagón del tren les esperaba en la salida. Todos los miembros del equipo se encargaron de apilar cada camilla con rapidez y coordinación. El sani-raíl partió como una bala cuando la doctora Ferra avisó de que los diez pacientes estaban listos para el traslado.

Norak empezó a tomar las constantes vitales de los pacientes que tenía a su cargo mientras el tren llegaba al hospital de la Base. Comprobó que Nedi se había quedado en blanco, y no sabía por dónde empezar.

—Monter, mírame —ordenó que mirara a sus ojos negros—. Recuerda las prácticas, y lo que has estudiado en la facultad. Recuerda lo que has leído en el manual. Puedes hacerlo, vamos.

Nedi arrugó el ceño. Estaba deshidratado por el estrés, el sudor le recorría la frente y las mejillas. Respiró hondo para volver a tranquilizarse, y escupió todo lo que había leído de memoria:

—Categoría 3 de Emergencias Hypo, Subcódigo 12: Atención al paciente con Síndrome de Hypox grave. Las Zonas Hypo tienen altas concentraciones en nitratos, dióxido de carbono y monóxido, a su vez, poca concentración en oxígeno. Los pacientes que hayan sufrido exposiciones altas a estos gases sufrirán el Síndrome de Hypox. El protocolo a seguir se inicia con la toma de constantes vitales del paciente para comprobar su saturación de oxígeno. Solicitar una ventilación mecánica si la cifra es menor al 80%. Comprobar si el paciente presenta cianosis o signos de hipoxia en los tejidos tras la oxigenoterapia. Si existe alguna zona de color negro es indicativo de necrosis. Se debe realizar una cura húmeda, y colocar apósitos de Ager para restringir la necrosis y prevenir la infección. Vigilar otras zonas con riesgo de úlcera y realizar cambios posturales durante la fase aguda de la enfermedad.

Norak se quedó boquiabierto. El resto del equipo observó a Nedi después de oír su monólogo. Habrían aplaudido si no hubieran tenido las manos ocupadas.

—Lo has dicho perfecto. ¡Ha sido perfecto, Nedi! Lo único que te falta es hacerlo. Si ya sabes cómo, estoy seguro de que podrás. —Norak le animó con unas palmaditas en el hombro.

—Voy a intentarlo, Jefe...

Nedi se limitó a imitar lo que hacía Norak al principio, pero luego consiguió llevar la situación por sí solo con éxito.

Cuando el sani-raíl llegó al hospital, se detuvo en una planta del edificio repleta de cabinas de color blanco. Monter dedujo que eran las cápsulas sanitarias para introducir a los pacientes, y dado el gran número de ellos, tuvieron que usar cada cápsula con varios dentro. Aunque aquellos pacientes más graves tendrían una cápsula para ellos solos.

Uno de los médicos tecleó en una pantalla de la pared para configurar cada cápsula de la misma forma, y administrar oxígeno a los pacientes.

—Listo —afirmó el doctor.

La enfermera Qeri Navas se acercó a Norak con la lista de resultados.

—Trasladaremos a la planta de Hypoxología a los refugiados de Categoría 1 esta tarde. Los trece pacientes de Categoría 3 que hemos ingresado están estables. Organizaré la medicación y las curas en unos minutos. Tendremos que llamar a Farmacia para que nos envíen más cajas de apósitos Ager —informó—. Por cierto, no ha habido ninguna baja hoy.

Norak dio un salto de alegría, y rodeó el cuello de Nedi para remover su escaso cabello cariñosamente.

—¿Has oído eso, chico? ¡Ninguna baja!

—Lo he oído.

El sindicalista pulsó de nuevo el auricular brillante, y activó su intercomunicador. La teniente Faith apareció en el pequeño holograma.

—No ha habido ninguna baja, teniente. Tal como le prometí.

—Bien hecho, Ryder. Le felicito —aprobó con una sonrisa noble, y colgó la llamada.

—¡Esto hay que celebrarlo! —exclamó uno de los integrantes del equipo.

La celebración consistió en una cena algo más copiosa de lo habitual en el comedor de la Base. Kurtis, que se había pasado al aprovechar la barra libre, llevaba la voz cantante en la reunión.

—¡Subid los vasos arriba por este de aquí! —Kurits señaló a Norak—. ¡Nada podría salir tan bien sin su ayuda! ¡Brindemos por el éxito del Sindicato!

—¡Por el éxito del Sindicato! —repitieron los demás de forma descoordinada.

Kurtis y Norak brindaron con sus jarras de cerveza roja hasta que la espuma rebosó por los bordes y empapó sus dedos. Luego, dieron un largo sorbo al líquido que entró por sus gargantas como la bebida de la victoria. Para entonces se unió Zenda Tribez a la fiesta, una vieja amiga de ambos que trabajaba en Asuntos Extraterrestres.

—¡Hola, Zenda! —exclamó Kurtis—. ¡Qué de tiempo sin verte! ¡Estás estupenda!

—¡Tribez! ¿Qué te trae al Sindicato? ¿No tienes a ningún plutoniano al que decirle que la Tierra les excluyó del Sistema Solar? Al final, el tamaño sí que importa, eh... Sobre todo si eres un planeta —bromeó Norak.

—Mira que sois idiotas. —Zenda rio a carcajada limpia—. Estoy muy bien. Vosotros estáis genial, por lo que veo... Así que ni pregunto. He venido por cortesía de Faith.

—¿A celebrar con nosotros el éxito de la misión? —preguntó Norak.

—No, no. He venido a ver con todos vosotros el discurso de la presidenta.

Kurtis se atragantó con la bebida, y Norak enarcó las cejas. No sabían a qué se refería.

—¡Vamos, hoy es el discurso de la presidenta mundial! Es la inauguración de la máquina de limpieza atmosférica —recordó Zenda.

—¿Y cómo voy a acordarme si hace diez años de las elecciones en las que se aprobó la construcción de la máquina? —Kurtis preguntó en un tono sarcástico—. Además, han tardado casi una década en construirla. Se han retrasado demasiado tiempo... La gente ha seguido muriendo por la contaminación, y por eso hay tanta miseria en las Zonas Hypo.

—Era la mejor alternativa contra la contaminación —discutió Zenda—. Merecía la pena esperar.

—Exacto. —Norak se puso de parte de Zenda—. De todos modos, la mayoría iba a votar a Vera y al Partido Retrospectivo. Su proyecto de Ley de Limpieza Atmosférica era una alternativa mucho mejor para terminar con la contaminación.

—No estoy del todo de acuerdo —discrepó Kurtis.

—¡Vaya, vaya, Kurtis! Solo había dos opciones para votar en las elecciones del 3501. Si no estás de acuerdo con el Partido Retrospectivo, eso significa que... —añadió Norak en un tono de intriga—: ¿Es que votaste al Partido Prospectivo?

—El voto es secreto... —interrumpió Nedi desde el lado contrario de la mesa.

—¡No, por supuesto que no! —Kurtis se negó al instante—. Trabajo para un sindicato del Partido Retrospectivo, ¿qué me estás contando? Además, el otro partido ofrecía una alternativa penosa contra la contaminación. ¿Instalar implantes biónicos en las laringes de la gente para que filtraran el aire contaminado? Habría sido una solución más rápida, pero la toxicidad seguiría ahí fuera aunque la gente pudiera vivir respirando toda esa mierda.

—El laboratorio de biónica del Partido Prospectivo fue un fiasco. Muchas promesas y pocas medidas reales. Ninguna novedad. Menos mal que Vera consiguió mayoría absoluta en las elecciones antes que el otro candidato... —Norak intentó recordar el nombre del otro aspirante a la presidencia mundial—. ¿Cómo se llamaba ese tío?

—Dacio Krasnodario —respondió Zenda.

El enfermero chasqueó los dedos mientras señalaba a Zenda.

—Qué mala memoria, no me parezco en nada a Monter. ¡El héroe del día! —Norak miró a Nedi, y los demás se rieron—. Y volviendo a la política, pues no pensaba votar a ese espantapájaros. El eslogan del Partido Prospectivo es «Innovación y progreso». ¿No se dan cuenta de que la tecnología fue lo que sentenció a este planeta?

—Estoy contigo —contestó Nedi, y chocaron las manos.

—Dicen que no se debe hablar de política en la mesa, y además... el discurso está a punto de empezar. —Zenda les mandó a callar.

Las luces del techo disminuyeron su intensidad hasta dejar un ambiente tenue en el comedor de la Base. Un foco de grandes dimensiones proyectó un holograma en una de las paredes vacías de la sala. Todos buscaron su respectivo asiento en el comedor cuando vieron que el símbolo del Partido Retrospectivo se había reflejado en la pared.

Segundos más tarde, surgió la imagen de Vera Trêase Somout. La presidenta mundial estaba acompañada por el vicepresidente y su jefa de gabinete, aparte de más personas relevantes. La cámara que retransmitía aquella noticia hizo una panorámica del sitio al completo. Parecía que se encontraban en un escenario alejado de la máquina, era una sala apropiada para celebrar una rueda de prensa. Había gran cantidad de público frente a la presidenta, que aplaudían a la espera de la inauguración.

La cámara mostró imágenes conceptuales del gigantesco artefacto. Los periodistas que estaban allí no tardaron en levantar las manos con preguntas.

—Antes de comenzar, responderé algunas preguntas... —dijo la presidenta.

Una mujer con un pase de prensa colgado en el cuello, levantó la mano y Vera le dio permiso para hablar.

—Larissa Wuon, del periódico Tierra Unida. —La periodista se presentó—. Señora presidenta, ¿por qué la inauguración de la máquina tiene lugar aquí, en Johannesburgo, y no en la Antártida, que es dónde está el artefacto?

—Verá, señorita Wuon, no puedo inaugurar la máquina de limpieza atmosférica como si fuera una aspiradora de treinta centímetros. Hablamos de una máquina que succiona el aire de toda la atmósfera durante horas. Su potencia es muy poderosa. Podría haber organizado esta rueda de prensa en la Antártida, debajo de la máquina. Pero si tras pulsar el botón de encendido, la máquina nos succiona como si fuéramos motitas de polvo...

La gente rio a carcajadas con la respuesta de Vera. Otro periodista levantó la mano, y la presidenta le cedió la siguiente cuestión.

—Mat Yameron, de la revista Políticos Hoy. —Hizo un ademán mientras revisaba sus notas electrónicas—. Usted reveló muy poca información durante su campaña sobre la máquina de limpieza atmosférica, aparte de su funcionamiento. ¿Por qué decidió construirla en la Antártida?

—Bien, caballero, pues principalmente porque la Antártida es el único punto del planeta que no pertenece a la jurisdicción de ningún país. Además, es la zona menos poblada del mundo. Necesitábamos establecer un radio de seguridad de doscientos kilómetros o más alrededor de la máquina cuando empezara a funcionar. Cualquier cosa podría ser succionada por ella si hay demasiada proximidad, dada su potencia. La Antártida nos ofrecía las mejores condiciones geográficas y climáticas para su instalación.

—Si no hay más preguntas, procederemos con el discurso y las primeras imágenes de la máquina —habló la jefa de gabinete.

Los periodistas se quedaron en silencio cuando aparecieron las primeras imágenes reales del artefacto. La máquina de acero tenía forma de torre, y su extremo más alto era de forma cuadrada. Esa zona estaba rodeada de rendijas de metal, y en su interior podían entreverse un gran número de ventiladores de aspas enormes, que succionarían todo el aire de la atmósfera con el fin de filtrarlo.

—El vídeo está siendo grabado en directo por un dron aéreo. El dron tiene un fuselaje especializado, con imanes de polaridad inversa a las aspas de metal de la máquina. Podrá mostrarnos imágenes durante el funcionamiento sin ser succionado —informó Vera—. Debajo de la máquina podéis ver el edificio que usaban los trabajadores como su residencia durante el período de construcción. Es un rascacielos de ciento veinte pisos, aunque las comparaciones son odiosas, como suele decirse. Pueden comprobar ustedes mismos el tamaño de la máquina...

Los gritos de asombro se extendieron por la sala cuando vieron la gran envergadura de la máquina de limpieza atmosférica. El edificio de ciento veinte pisos parecía un punto diminuto a su lado. Aquel artefacto era la imagen del cambio, parecía un rayo de esperanza para recordar a la humanidad los errores que no se deberían repetir. El escenario que rodeaba ese despliegue tecnológico era desértico y seco. El hielo de la Antártida se desvaneció hace demasiado, al igual que la vida de la naturaleza.

—Ya entiendo porqué han tardado una década en construirla —dijo Kurtis.

La cámara volvió a enfocar a la presidenta. Su tez se veía morena y joven, y tenía una sonrisa que transmitía confianza. Solía usar pendientes grandes, que casi llegaban a sus hombros, con un extravagante diseño.

—¡Saludos a todo el pueblo terrícola! —dijo Vera mientras colocaba sus manos sobre el atril de cristal del escenario—. Como ya sabéis, hoy se cumple una década desde que dos emisarios de Plutón vinieron a la Tierra para informarnos de que no estábamos solos en el universo. Más allá de nuestro Sistema Solar, o nuestra galaxia, había una agrupación formada por un representante de los planetas más prósperos que existen, donde la Tierra no formaba parte. Los plutonianos nos dijeron que la Comisión Galáctica había estado observándonos durante años. Vio cómo la Tierra superó veintiséis guerras mundiales hasta ahora, cómo el ser humano avanzó gracias a la ciencia, cómo ha lidiado contra los problemas climáticos de su planeta, y muchas cosas más... ¡Amigos míos, el ser humano es un superviviente! ¡Siempre hemos tenido la capacidad de apuntar más alto y de luchar para estar vivos!

Somout tuvo que parar su discurso durante varios segundos por los aplausos y los gritos de adoración hacia ella.

—La Comisión Galáctica nos colocó una cláusula para que la Tierra les demostrara que era un planeta lo suficientemente próspero. Los emisarios de Plutón nos comunicaron que debíamos escoger a un presidente mundial. No solo para que ese presidente fuera nuestro representante en la CG, sino para que encontrara una solución que terminara de una vez por todas con el problema de la contaminación. ¡Y eso hemos hecho! —Vera señaló las imágenes de la máquina conforme hablaba—. Durante las elecciones generales del 3501, votasteis al Partido Retrospectivo, votasteis su proyecto de Ley de la Máquina de Limpieza Atmosférica. ¡Obtuve una oportunidad para cambiar las cosas, y aquí estamos! ¡Siempre adelante!

Tanto la gente que integraba el público frente a Vera como los de la Base ovacionaron aquellas palabras. Incluso Norak se puso en pie mientras silbaba, y Nedi hizo un gesto parecido.

El vicepresidente le dio a Vera un pulsador rojo, y ella apretó el botón. La máquina hizo un estruendo enorme cuando las aspas comenzaron a succionar el aire. Según los pronósticos de los arquitectos e ingenieros, el artefacto podía filtrar toda la atmósfera en cuestión de horas. El aire estaría tan limpio después del filtrado que solo sería necesario repetirlo una vez cada diez años. La máquina no contaminaba durante su funcionamiento porque toda la estructura estaba revestida con las placas solares suficientes para abastecerla de energía.

—La Tierra podrá asistir con orgullo a la Comisión Galáctica —concluyó Vera.

—¡Somout, Somout, Somout! —Se escuchó a la gente que clamaba su apellido, y la emisión finalizó.

Tras el discurso y el abundante banquete, la noche no tardó en ocupar el cielo de Johannesburgo. Norak se fue a su apartamento dentro de la Base Cerebro, que se componía de paredes y mobiliario sencillo. Su piso estaba en una de las plantas más altas del bloque, y desde ahí se podía admirar a la ciudad sudafricana. Estaba plagada de enormes edificios que rozaban el cielo, eran de cristal y tenían armazones de acero. Las luces brillaban, los trenes corrían por las vías como si fueran balas. Había naves de todo tipo que cruzaban el cielo nocturno. Todo se componía de colores azules o plateados.

Al otro lado de Johannesburgo, que se convirtió en la capital mundial desde que Vera se proclamó presidenta, estaba la Bona Wutsa. Esa era el nombre de su residencia oficial y centro de operaciones mundiales. En cuanto salió de la sala donde se organizó la rueda de prensa, fue directa a una habitación muy distinta a la de Norak. Había suelos de mármol, cortinas de seda sintética y una decoración minimalista. Ella también se asomó a la ventana, y vio el mismo paisaje pero desde otro punto de vista, en una zona aún más alta de la ciudad.

Norak se acostó en la cama, y se quedó mirando al techo unos minutos. Vera también se tumbó en su mullido colchón mientras reflexionaba. Norak cerró los ojos, y Vera también. Ni uno ni otro tardaron más de cinco minutos en quedarse dormidos, ni tampoco en soñar. Soñaban con un mundo mejor del que sentirse orgullosos de formar parte.

Ninguno de los dos era capaz de prever que esa era la última noche en la que iban a poder soñar, o la última noche en la que iban a poder dormir.

Zonas Hypoxigenadas: Son los puntos del mundo que tienen mayor contaminación, y son casi inhabitables. Este efecto se debe a que fueron lugares demasiado industrializados.

Sani-raíl: Es un rápido medio de transporte similar a un tren que conecta todas las instalaciones de la Base Cerebro.

Síndrome de Hypox: Es la enfermedad que suelen padecer las personas que viven en las Zonas Hypoxigenadas. Tienen desde problemas pulmonares por la inhalación de gases tóxicos hasta alteraciones en los tejidos por el déficit de oxígeno.

Bona Wutsa: Es la residencia oficial de la presidenta del mundo, y un centro de operaciones a nivel mundial.

Os presento a Norak ❤

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