ཋྀ | Capítulo cinco.

Desde pequeño supo que las cosas en él fucionaban de forma distinta a los demás.

El mundo de ChanYeol giraba rápidamente, y a penas podía asimilar lo que sucedía a su alrededor. Un pequeño niño que anclado al suelo estaba, observando como el tiempo seguía corriendo sin detenerse; al igual que él.

Nunca dejó de correr, de perseguir aquella meta al final del camino, una que jamás pudo alcanzar. ¿Por qué sentía que con tan sólo dormir el tiempo se desperdiciaba? Él quería seguir y poder vivir cada segundo, por más que al final sólo hubiera una fría soledad en esos momentos.

Gozaba de una buena familia, padres que eran buenos y se preocupaban por él, y un hermano mayor que siempre le molestaba, como cualquier otro. Entonces... ¿por qué sentía que algo le faltaba?

Para ChanYeol, el estudio le resultaba algo sencillo, podía comprender en una sola lección cada tema que se le enseñaba, y tan sólo en primaria ya destacaba de entre sus demás compañeritos. Todas las maestras estaban encantadas con él, y siempre le repetían que tendría un gran futuro por delante.

Pero luego de las felicitaciones y festejos, venía su enfrentamiento con aquel paredón que había entre su yo interior y el otro lado. Sí, aquel lugar inexplorado del cual no sabría nada hasta que no cumpliera los dieciséis años y supiera con certeza su jerarquía.

Sentía la infelicidad emanar de ella, una nubosidad oscura que rodeaba esa puerta que mantenía en secreto lo desconocido. Y eso terminaba por quitar toda emoción en sus logros.

ChanYeol sentía que nada era suficiente, que debía intentar algo más.

Es por eso que en las clases, donde normalmente él era muy participativo ante el crudo silencio de sus compañeros de aula, intentó ser uno más de ellos. Quiso poder camuflarse entre los demás, pero ante su inminente luz, fue más que claro que no logró poder pasar desapercibido.

Parecía estar destinado a los reflectores, y no podía luchar contra ellos porque ya formaba parte de su naturaleza. Tampoco era que le gustara ir en contra de sus instintos, pero quería darle algún tipo de sabor a su vida.

¿De qué servía hacer todo eso, si al final del día se sentía peor que antes?

A ChanYeol le exasperaba en demasía el hecho de no poder encontrar una solución a su interminable agonía, y le hacía querer arrancarse los cabellos ante la inmensa frustración de sentir un ancla en su interior...

En poco tiempo llegó a la secundaria, todo fue bien como siempre, y aquel niño sin un verdadero motivo en la vida fue sustituido por un hombre que fingía tenerla. Con una sonrisa de par en par, ¿quién podría sospechar del vacío que yacía en su corazón?

Suelo que pisara, las personas quedaban cautivadas ante su atrayente presencia, más de la cuenta en algunos casos.

Podía encajar en cualquier lugar, y fue por eso que a mediados de cuarto año, cuando tuvo que ser transferido a un nuevo colegio debido a que se mudaba lejos de su antiguo instituto, a ChanYeol no le resultó demasiado complicado volver a ganarse los corazones de todos sus nuevos compañeros. Con una coqueta sonrisa y un par de guiños, ya tenía a varios omegas y betas suspirando, comiendo de su mano.

Todos, menos a uno en especial.

Antes de llegar a éstas instancias, cabe aclarar que su jerarquía ya había sido revelada al haber cumplido la edad requerida. No fue una sorpresa para su familia y conocidos que resultara ser un alfa, pues se veía venir.

A ChanYeol le extrañó que aquel extraño sujeto que emanaba un aroma a lluvia y sauce, no se estremeciera ante su impotente presencia y firme voz, una la cual gritaba por cualquier ángulo en el que se le mirase, que sedieras tu control y autoridad para estar de rodillas bajo su mando.

Capaz podía explicarlo el que fuera un alfa también, pues sus feromonas territoriales eran incofundibles, pero... ChanYeol había conocido a cientos de alfas, y su encanto también surtía efecto en ellos.

No era como ninguna otra persona que hubiera conocido en toda su vida, él es distinto, pensó.

Fue en ese momento que una chispa dentro suyo se encendió, y sintió a su gran lobo gruñir con diversión.

ChanYeol estaba mal acostumbrado a ser el completo centro de atención de cualquiera, de ser admirado y que pensaran en él como si fuera alguien perfecto, fue por eso que le chocó tanto que ese chico no hubiera caído ante sus encantos a la primera.

Ni tampoco la segunda vez que intentó llamar su atención.

Es más, recibió una advertencia de parte suya, gruñendo que si se acercaba una vez más, saldría lastimado.

Me desagradan las personas como tú, tan subidas a un pony que ni ven que a su alrededor hay muchas más cosas interesantes que sus estúpidos rostros. Escupió tajante aquel chico pelinegro, acomodándose su chaqueta de cuero, respirando agitadamente.

Pero sus palabras no habían hecho otra cosa más que aumentar el interés de Park sobre él. Quería saberlo todo.

ChanYeol aprovechó, y lo escaneó completamente. Por arriba, sus bonitos ojos que expresaban peligro por donde se los viesen, labios gruesos y rojizos que formaban una mueca de disgusto sumados a una tersa y nívea piel. Fue más abajo, y tuvo el pensamiento fugaz de que aquel jean negro ajustado a su trasero le quedaba exquisito, pero al subir su mirada y toparse con aquellos penetrantes ojos oscuros más un rostro completamente serio, supo que era mejor mantener distancias.

El misterioso chico se marchó del salón al decir esas terminantes palabras, aprovechando el receso a su favor, maldiciendo en voz baja.

Déjalo Chan, él siempre fue así de gruñón. ― Habló a su lado HyunJin, uno de los chicos que se había acercado a hablarle de manera sincera, no como algunos que sólo lo hacían por un interés sucio ―. Ya verás que en algún momento se calmará, y capaz hasta puedas convertirte en amigo de KyungSoo.

ChanYeol sólo sonrió de lado ante el pensamiento de que ya había descubierto su nombre, sentándose arriba de uno de los bancos libres en el casi vacío salón, mirando fijamente la puerta en la que aquel chico rudo había salido minutos antes.

"Con que te llamas KyungSoo, ¿eh?"

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