Cuatro
La noche se fue volando aún tras la oscuridad del cuarto del muchacho, quien abrazaba la cobija con tal ahínco a que sus sollozos no pudieran ser audibles, pero ¿que ganaba llorando y lamentándose? Exacto, nada, sólo un par de cuencas enrojecidas y los ojos hinchados por tanto llanto, y no iba darle el gusto a nadie de verlo así, débil y sin ganas de continuar, él no era así; su madre no le enseñó eso.
Se dispuso a dormir y casi como ocurre en todos los casos, la noche terminó más rápido que el día, dejándole cuestiones de si en verdad el día estaba hecho para eso. Para sufrir.
El sonido proveniente de la planta baja hizo que abriera los ojos, despertando en la pesadilla que por fin lo alcanzaba. Dio un suspiro cansino, se levantó y calzó, bajando casi como caballo de carreras a donde se presentaba el escándalo. El hombre estaba sentado en el gran sofá de tela plateada, mirando al chiquillo pararse derecho frente a aquel intimidate hombre de ojos brillantes y sonrisa torcida en una mueca de disgusto.
—mande a traerte algo de ropa— dijo restándole importancia—. Pareces vagabundo así— resolvió con una mueca de asco, mirando como la expresión del muchacho decaía—. Quiero que friegues el piso de la cocina, Gloria ha tirado un poco del desayuno— ordenó—. Anda— insistió mirando los instrumentos de limpieza junto a un pilar que daba entrada a la cocina—. ¿Me estás desobedeciendo?— el chico negó buscando las palabras para decirle que nunca había fregado un piso, y que cuando lo hacía fallaba estrepitosamente.
—amo— pronunció con las piernas hechas gelatina—. Yo jamás he fregado un piso— tomó una bocanada de aire cuando el otro se levantó acercándose al muchacho, doblando las piernas para poder mirarle con claridad, Kyle no se atrevió a desafiarle, por lo que mantuvo la cabeza gacha.
—mírame— susurró usando su tono aterrador haciéndolo obedecer—. Si no sabes fregar con eso, hazlo con la lengua, me importa una mierda, quiero mi piso limpio— Kyle asintió tragándose las ganas de llorar. El otro pareció estar tan cerca del muchacho que percibió su aroma, dulce e inocente, el de un muchacho diferente a los demás, no era sumiso, eso se le veía a creces, pero él lo volvería tan solo una plasta con miedo incluso a respirar.
Se alejó de su presa regresando a sentarse a su sofá, mirándole con atención de arriba a abajo mientras el menor tomaba sus utensilios para trabajar.
—y no tardes, necesito que limpies mis zapatos también, están un poco sucios— esbozó una gran sonrisa que erizaría la piel de cualquiera que le tuviera miedo al mismísimo diablo, por qué parecía serlo en todos los sentidos, tenia el corazón tan podrido que pocas veces si le miraban a los ojos se podía ver el vacío de su alma, era un monstruo en todo el sentido de la palabra.
Kyle por otro lado se sentía herido, aún le temblaban las piernas, hasta que una mujer de atributos exuberantes se le acercó con una afable mirada y una sonrisa que lo hizo sentirse aliviado.
—mi niño, eres muy joven— atendió mirándole a los ojos concerniendole por completo—. Mírate nada más, eres demasiado bonito para llorar, mi niño— le limpio la lágrima que salía de su ojo al tiempo que veía lo que él intentaba hacer—. Deja que te ayude, tú puedes lavar los platos que sobran, anda— le sonrió palmeándole la espalda como una abuela preocupada—. ¿Cuál es tu nombre?
—Kyle— le sonrío de lado poniéndose los guantes para lavar.
—es una lástima que estés aquí, mi niño— dijo con una voz dolida, ocultando la lastima en lo más profundo de su corazón—. ¿Eres su nueva adquisición?— Kyle asintió mirando a la mujer con la vista perdida en el suelo, mientras fregaba los restos de la comida.
Ninguno dijo nada más hasta que los deberes de la cocina se terminaron.
—¡mocoso!— llamó la voz del tirano.
—tengo que volver— le dijo a la señora, quien solo asintió dedicándole una última sonrisa antes de que el niño saliera de nuevo a las fauces del lobo.
—lo zapatos, tengo que salir y aún no están listos— Kyle apretó la mandíbula, siguiendo el puro instinto que tenía desde pequeño.
—límpialos tú— dijo por lo bajo pero el otro lo escucho tan claro como el agua, levantándose de su lugar y con los ojos oscurecidos de la ira sujetó al muchacho por el brazo arrastrándolo con una fuerza inamovible—. ¡Lo siento! ¡Lo siento!— gritaba con los ojos llenándose de nuevo de ardientes lágrimas. Los oídos del tirano se llenaban con las súplicas y lloriqueos del muchacho, pues su voz no era irritante, tenía un timbre de voz bastante adictivo.
Abrió la puerta de una habitación aventando al niño adentro, mirándole con rabia que descargaría pronto.
—en cuatro— ordenó quitándose el saco. Kyle negó suplicándole clemencia, logrando que el otro le diera una buena patada en el rostro—. En cuatro— repitió está vez más severo que antes acercándose al armario y al abrirlo el niño de verdad pudo ver al diablo en la mirada del otro.
Una vara de madera de al menos cuarenta y cinco centímetros.
—pantalones abajo— Kyle obedeció sollozando como un niño desamparado.
—no lo haré de nuevo, por favor, no lo haga, amo— cerró los puños con fuerza.
—vas a obedecerme, mocoso, así tenga que arrancarte la lengua.
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