Cinco

La cuchara temblaba en su mano, dejándola caer sobre la mesa, siendo completamente ignorado por su amo, quien comía lo poco que había en el plato.

Gloria le miró con preocupación al ver cómo el chico suspiraba casi agotado de respirar tan estrepitosamente, arrugando sus pulmones, buscando oxígeno. Se removió despertando el dolor infernal de su trasero. Veinte azotes le bastaban para hacer sus piernas flaquear y que el apetito se fuera volando.

—¿que no vas a comer?— preguntó el otro limpiándose las comisuras con la servilleta en su regazo. Levantó la mano ante la acción de Gloria, haciendo ademán de levantarse para ayudar al muchacho—. Quédate sentada— sentenció mirando a su criaturita—. Si vas a estar aquí debes comer, no quiero verte en huesos— chasqueo la lengua recordando al último que tuvo, un chico escuálido y desgraciado, hacia todo por contentillo, pero al final de cuentas solo le sirvió de aperitivo—. Come.

—a-amo no tengo hambre— balbuceó mirando la expresión amargada del hombre.

—vas a comer o yo haré que comas a la fuerza, ¿cual de esas dos prefieres?— toda su atención estaba en el chico de mirada nublada, toda esa rebeldía se desvaneció después del castigo, ahora era un chico dócil, aunque no tardaría en volver a desatarse, esa era la naturaleza de los adolescentes—. Kyle— pronunció—. Come— dividió la palabra en sílabas pronunciándolas con severidad. El muchacho asintió y con la mano temblorosa tomó la cuchara hundiéndola en la sopa y llevándosela a la boca, logrando que su amo sonriera satisfecho levantándose para dejar la servilleta sobre la mesa—. Termina y levanta la mesa— ordenó dándose media vuelta para marcharse y perderse en la casa.

—¿es así de maldito siempre?— se quejó el muchacho dejando de lado la cuchara.

—no digas nada, el podrá escucharte, mi niño— habló en voz baja dándole a entender de que ese hombre no era para nada normal.

Al terminar el desayuno, recogió la mesa como le ordenó, encontrándose a la tarde con que no había otra tarea que el pudiera darle, pues no estaba en la casa, había estado fuera desde después del desayuno, así que decidió pasearse por los amplios pasillos de la casa, no había cuadros ni de el ni de alguna huella familiar, solo había rostros por todas partes, arte, lo llamarían algunos, pero para Kyle ver un montón de rostros sufriendo era repulsivo, casi inhumano.

—¿se puede saber quién te dijo que podías estar aquí?— pegó un salto viendo al hombre recargado en la pared con los brazos cruzados, se dichaba a ir y venir a su antojo, por qué claramente conocía los rincones de su casa a la perfección.

—lo lamento, no volverá a suceder— con el miedo subiéndole por la espina quiso pasarle de largo a la gran silueta, solamente consiguiendo que lo sujetara de una muñeca pegándolo con fuerza a la pared, atrapándolo, acorralando al ciervo con cada mano a los lados de su cuerpo, haciéndolo sentir pequeño y desprotegido ante ese par de ojos vacíos e incandescentes, una mirada que nunca conseguiría sacarse de la cabeza con facilidad.

—que ojos tan fascinantes— habló sintiendo la esencia del muchacho entrando por su nariz, el aroma de un alma inocente, una aguja en un pajar, y era sólo para él. El muchacho desvío la mirada sin decir nada—. ¿Ni un gracias? Tú en verdad necesitas lecciones, mocoso— vociferó reduciendo el espacio que quedaba entre los dos, poniendo al chico sumamente nervioso—. Pero esas vienen después— se empujó hacia atrás liberando al muchacho—. Largo, no quiero verte— una vez dicho eso, vio la melena rubia desaparecer en las escaleras mientras el se alejaba hacia la puerta, saliéndose al jardín delantero. La luz del sol ciertamente le incomodaba pero no era como si fuese algo más allá de eso.

—¿tomando el sol?— cuestionó uno de sus grandes amigos y compañeros, o al menos eso creía él sobre aquel hombre—. Jason, sigues igual cada día que te veo, los jovencitos te vienen bien— alardeó posicionándose junto a él, pasándose la mano por las hebras de cabello cobrizo, brillando como el oro bajo el sol.

—no te llamé, ¿que es lo que quieres?— le miró por le rabillo del ojo de manera despectiva, el otro se encogió de hombros seguido de una risilla socarrona que para nada le hizo gracia.

—creí que para estos días ya tendrías a una nueva mascota— esas palabras si que lo hicieron sonreír al tener que recordar al muchachito rubio de mirada retadora.

—este me durará más— confirmó—. Tiene un aroma adictivo, un alma tan pura y dañada— se lamió los labios pensando en todas las posibilidades—. Pero es un rebelde, necesito ponerlo en su lugar, pero no puedo sin romperle uno que otro hueso.

—diviértete, recuerda que los limitantes no existen, enséñale al muchachito lo que es el respeto— Jason bufó, dándose media vuelta, cansado de él y del asunto.

—ya márchate, que me amargas la tarde— hizo un gesto con la mano casi como si estuviera alejando a una molesta mosca de su lado.

—¿que es lo que no te amarga?— se burló

Posicionó su mirada gélida en el cobrizo cerrándole la boca por completo, regresando a la casa, tumbándose en el sofá  con ideas retorcidas por la cabeza, todas rondaban al chiquillo. Un alma por el deseo codicioso de su padre por tener más dinero.

—¡mocoso!— lo llamó saboreando con la mirada cada centímetro de su delicado cuerpo.

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