Capítulo 5: Huyendo

Alexia

Sigo al teniente y lo detengo, justo antes de que entre a su camarote. Estoy decidida a mostrarle el medallón. Siento que puedo confiar en Iván. Me mira confundido al ponerme yo en frente de su puerta y luego entrecierra esos bellos ojos, intentando entender mis actos.

―¿Qué intentas hacer? ―Ve que muevo mi mano dentro de mi chaqueta, la cual se puede malinterpretar, pero rápidamente su mirada cambia cuando saco el medallón de mi bien guardado escondite―. ¿De dónde sacaste eso? ―Se sorprende. Mira a un lado y otro, entonces me agarra el brazo―. Ven aquí. ―Terminamos entrando a su camarote, él cierra la puerta, luego cuando se gira, exige―: Responde mi pregunta ―expresa determinado.

―Lo tengo desde antes de llegar aquí ―me limito a decir.

―Sí, ¿pero de dónde? ―vuelve a exigir―. No cualquiera tiene algo como eso. ―Parece nervioso―. Debes decirme exactamente de dónde lo has sacado. Es de vida o muerte.

¿Eh? ¿Tan grave es?

De igual forma, no puedo contarle que se lo robé a mi ex, eso sería completamente extraño, o inconcluso, tendría que agregar información que me traería más problemas.

―Lo tengo, es lo que me trajo hasta aquí, es todo lo que sé.

Sí, es la culpa de esta cosa que yo esté aquí, ya no tengo dudas, con todos los acontecimientos extraños y mágicos que me están pasando, es obvio.

―¿O sea qué no sabes de dónde ha salido? ―Levanta una ceja y asiento―. ¿Y dices que te trajo hasta aquí? ―Vuelvo a asentir y él hace una pausa que considero casi interminable―. Entiendo. ―Se mantiene pensativo―. No se lo muestres a nadie más. ―Lo señala―. Ni mucho menos al capitán, pensará que eres brujo.

¡¿Qué?! ¡¿Brujo?! ¡¿Acaso eso existe?!

Bueno, si hay un Kraken y armas extrañas, puede encontrarse un brujo también, ¿no? Todo depende de cómo se lo mire. Aunque sigue pareciendo un raro sueño del que no me puedo despertar.

―Pero teniente... ―exclamo nerviosa―. Necesito volver de donde vine. Creí que podrías ayudarme, tu espada también tiene una insignia, de hecho... ―Hago otra pausa―. Es la misma.

―No preguntes por la insignia, ocúltala. ―Bufa―. Y no, no puedo ayudarte, no soy brujo, ni mucho menos el que te la dio.

Quedo confundida.

―¿A qué te refieres?

―Estés enterado, o no, de cómo llegó a ti ese talismán a tus manos, solo el brujo al que se lo quitaste o el que te entrego el objeto, puede ayudarte.

¿A quién le pertenece?

Me lo pienso, esto debe ser una broma. Derek no es un brujo, ¿o sí? Esto es patético y no es posible, definitivamente, yo debo estar desmayada o algo. El estrés que he tenido ha sido muy grande, perder a mi bebé me ha vuelto completamente loca. Esto debe ser uno de esos sueños en los que te encuentras despierto. En cualquier momento despertaré y dejaré de sentirme extraña.

Me siento deprimida.

Oculto el medallón y salgo corriendo del camarote. Es definitivo, voy a llorar. Qué tonta soy. Me quiero morir, quiero regresar, despertar, cualquier cosa que no me haga tan miserable. Continúo corriendo y me detengo, agarrándome del borde del barco, que está en la cubierta del estribor, comenzando a gritar. Supongo que entré en pánico.

―¡Alex! ―Oigo a Iván llamarme.

―¿Qué hago? ―Escucho a otro pirata―. ¿Lo golpeo, teniente?

―Creo que ha perdido un tornillo. ―Percibo la voz de Hunter. De repente recibo un baldazo de agua fría en mi cabeza y reacciono―. Mucho mejor ―expresa el grandote, que parece tranquilo.

―Eh... pues yo... ―Me hallo avergonzada―. Lo lamento. ―Nunca he tenido una crisis o algo parecido.

Necesito vacaciones, pero de mi cerebro.

Reacciono y salgo corriendo, de nuevo. La ropa mojada puede traslucir tranquilamente mi identidad.

―¡Alex, regresa, deja de correr! ―Oigo como Iván me grita.

¡¿Dónde está el baño aquí?! Con tanto estrés, ya lo olvidé.

¡Bingo! Lo encuentro y entro rápidamente. Trabo con una silla la puerta y camino por el apestoso sitio. Seguro el capitán o el teniente, tienen mejores lugares para asearse, pero yo me vengo a encontrar con el de todos. Necesito hallar algo que me seque o me cubra y que sea discreto.

De repente oigo golpes, cuando estoy intentando secarme.

―¡Alex, abre la puerta! ―Reconozco la voz del teniente.

―¡Estoy ocupada...! ―me corrijo―. ¡Digo, ocupado! ―Muevo la chaqueta en un intento de secarla y con nervios veo como la silla se desplaza más y más, para comenzar a dar el paso a la puerta de abrirse.

Rápido, agarro una tela, ya que la chaqueta sigue mojada, y ato un nudo en la zona de mis pechos. Me quedo sin aire un segundo, luego me cubro con aquella ropa más fina, dejando la chaqueta, que sé que aún no puedo usar. La puerta se abre justo a tiempo, igual me sobresalto.

―¡¿No se puede tener privacidad?! ―Me hago la indignada y levanto la ropa mojada del suelo.

―El capitán oyó tu alboroto ―expresa seriamente―. Lo siento, pero irás al calabozo

¡¿Qué?! ¡¿Hay un calabozo?!

―¡Exijo un abogado! ―grito sin pensar.

Levanta una ceja al no entender.

―¿Abogado?

―¡Sí, alguien que defienda mis derechos! ―me quejo.

―Deja de decir bobadas y muévete. ―Frunce el ceño―. Nadie va a defenderte, menos con todo el lío que hiciste. ―Agarra mi brazo―. El capitán está muy enojado, será mejor que cooperes, y deja de correr para la próxima ―repite―: ¿No ves que esto no es una isla?

Otra vez con las islas. ¿Y dónde está la tierra firme? Digo, los continentes. Me lleva sin decir más nada y bajamos hasta el fondo de todo del enorme navío. Abre una celda y cierra la reja cuando entro. Me agarro de los barrotes con nerviosismo.

―Teniente, no me puedes dejar aquí, está feo y oscuro.

―Lo siento ―expresa sin mirarme―. No se encuentra en mis manos esa decisión.

Veo como se retira y lo llamo.

―¡Teniente! ―grito con fuerza, pero nadie me escucha, así que me agacho en el suelo.

No es justo, solo estaba depresiva, y terminé en un lugar peor del que me quejaba. Si me sigo lamentando, voy a acabar muerta. Mejor callarme, aunque me pese en el alma. No ha servido de nada huir, no he llegado a absolutamente ni un poco de comprensión. Solo hay silencio. Triste y solitario silencio que me corroe. 

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