Capítulo dos: Recuperando relación.


El día en la escuela se pasaba rápido. Mi mejor amigo me acompañaba en este duro viaje emocional, luego de que mi hermano le hiciera frente agresivo a mi padre.

Ya habían pasado unos días del suceso, y aún así la ansiedad y los nervios que provocaron la discusión no cesaron.

Mi hermano se veía poco y nada. Llegaba por la noche, casi de puntillas, y se encerraba en su dormitorio. Mi padre estaba serio, distante— mucho más de lo usual—. Es como si ellos se debatieran por dentro acerca de algo de lo que no estaba al tanto. Esto lo deduje por el conjunto de actitudes entre ambos familiares. Siempre habían sido ataques unilaterales hacia Matt; pero ahora, con este cambio repentino de actitud, la hostilidad en el hogar se agravaba.

Además, me carcomía la intriga; mi hermano había hecho un comentario que ha rondado la cabeza desde entonces:

"¿Quieres que sea como mamá? Yo me puedo encargar de eso".

¿A qué se refería con eso? ¿Cómo se iba a encargar de parecerse más a mamá del modo tan agresivo y distante en el que actuaba? ¿O no se refería a él mismo? Si no era así, ¿qué quiso decir?

Su expresión y la reacción de mi padre indicaban que el comentario de Matt fue el disparador para que todo se fuera a la mierda. Mi efímera felicidad duró menos de dos horas, y aquí estaba ahora: por salir del colegio sin querer regresar a casa a enfrentar el desolado edificio que una vez fue mi hogar.

Troy, mi amigo de toda la vida, me observaba con preocupación. Yo le sonreí melancólica para tratar de apaciguar sus inquietudes.

El aula estaba silenciosa mientras los alumnos trabajábamos en una lectura sobre Maquiavelo y el profesor corregía algunos escritos. Afuera se podía ver cómo las primeras gotas de una tempestuosa tormenta comenzaban a repiquetear sobre el vidrio de la ventana.

Cuando el timbre sonó, tomamos nuestras cosas y caminamos casi corriendo en dirección a nuestras casas con Troy. La suya quedaba una manzana abajo, sobre la perpendicular, por la calle Cataleyos.

En la extensa y vacía entrada, nos despedimos sin muchos miramientos cuando el granizo se hizo paso violento sobre nosotros.

Cuando las piedras se hicieron más grandes, volví por Troy y lo tomé del brazo para dirigirlo y resguardarlo dentro se mi hogar.

Al ingresar nos sonreímos y dejamos las cosas a un costado de la entrada.

Sentimos un golpe tosco seguido de gritos y gruñidos de dos masculinos: mi padre y mi hermano.

Troy me miró con cierto susto.

—Si esos son tu padre y tu hermano peleando, creo que es más seguro para mí si me mata el granizo.

Hice una mueca de disgusto y caminé con paso sigiloso hasta la terminación de la escalera, frente a la entrada, para tener una mejor ubicación auditiva.

Troy me siguió y se pegó a mí tomándome del brazo como escudo anti-familiares-de-Belén.

Cuando agudicé el oído, pude distinguir las palabras.

—¡Esto fue tu culpa!— gritaba mi hermano—. Si tú la hubieses detenido, ahora no estaría enfermo.

—¡Tú siempre estuviste enfermo!— contestaba mi padre—. Los psicólogos y el psiquiatra no podían contigo. En todo caso, lo que te sucedió ¡fue tu culpa!

Otro golpe seco, seguido de un claro choque de cuerpos y varias objetos rompiéndose, se sintieron desde abajo de las escaleras.

—Quédate aquí— ordené a mi muy miedoso amigo, que asintió apretando la mochila mojada contra su cuerpo.

—¡Suerte!— susurró cuando yo iba subiendo las escaleras.

  En el segundo piso, a la izquierda, dentro del dormitorio de mi padre, se podía ver el forcejeo entre los hombres. De un momento a otro, Matt le ejerció una llave a nuestro padre, dejándolo inmóvil bajo él, apretándole el cuello con el antebrazo. La fuerza que Matt ejerció en el cuello fue tal que papá comenzó a quedar violeta por la falta de oxígeno.

Entré desesperada para intentar separarlos. Me colgué del brazo de Matt. Gritaba a más no poder. Desde mi perspectiva se podía vislumbrar que papá se estaba rindiendo a la muerte.

—¡Por favor, Matt!— le dije a mi hermano, tomándolo del rostro que curiosamente lo dejó girar en mi dirección, mirándome sobre su hombro—. Lo vas a matar, Matt. Por favor. No te puedo volver a perder.

A Mathews le brillaron los ojos con semblante intrigado, con ápices de desconcierto.

Soltó a papá, imperturbable porque cayera al piso y se lastimara.

Fui a socorrerlo, mientras él tosía con desasosiego.

Matt pasó sobre él, con sus botas negras militares embarradas, y sus jeans también sucios.

¿Dónde había estado para ensuciarse así?

Cuando papá logró incorporarse me miró con cierto pésame.

—Papa, ¿qué sucede?

No contestó, miró a un costado, desviando su rostro.

—Papá, ¡por favor! ¿Hay algo en lo que pueda ayudar? ¿Debo llamar a una ambulancia o a la policía?

—¡No!— negó con rabia—. ¡¿Quieres dejarme en paz?!— gritó—. ¿Qué no tienes tarea o algo qué hacer?

Lo solté con susto desmedido y me oriné encima. Odiaba cuando se ponía así, me provocaba un malestar tremendo.

Él observó el suelo y luego volvió la mirada con pena. Me abrazó con fuerza entre sollozos ahogados.

—Lo siento, Bel. En cuanto menos sepas, menos dañadas saldrás de esto.

Troy entró por la puerta esquivando el espejo rojo del piso.

—¡Santo Dios! ¿Qué pasó aquí? ¿Un huracán o un terremoto?

Papá suspiró con pesadez y se frotó las sienes. Me soltó e hizo un gesto para que saliéramos de allí. Entendí que quería estar solo, así que tomé a Troy y lo llevé a mi habitación.

Entrecerré la puerta para tomar ropa y cambiarme. Mi amigo tomó una toalla de mi baño con el fin de secarse la cabellera, algo larga y crespa, que se volvía rebelde con la humedad.

—¿Qué le pasa a tu hermano? Siempre pareció ser un chico de bajo perfil. Ahora parece un loco desquiciado.

—No lo sé— dije desde el baño, cambiándome de ropa. Visualicé el sarro de las paredes y el inodoro, sintiendo angustia de la dejadez del hogar—. Vino autoritario. Parece como si todos esos años de regaños los hubiese reprimido... hasta que volvió aquí.

Suspiré agotada y salí ya vestida.

—Extraño mucho a mi hermano, ¿sabes? Pero con el que me crié. El que me mimaba; El que me llevaba a al zoológico; El que me arropaba o se acostaba conmigo cuando mamá y papá peleaban.

Troy me miró con condescendencia.

—Creo que tu hermano se cansó de vivir en la sombra del recuerdo de tu mamá— respondió casi en un susurro.

—¿De qué hablas?

—No importa.

Su celular sonó.

—Es mi mamá. Debe de estar preocupada.

La mamá de Troy era una mujer muy atenta; muy animada. Tengo recuerdos hermosos con su familia. Viajes inesperados, de esos que no planeas. Escapadas ocasionales a heladerías, restaurantes. Inclusive, la ropa más nueva me la había comprado ella, para que tuviese con qué ir al colegio. De no ser por ella y mi amigo, tal vez la tragedia hubiese azotado a mi familia una vez más...

—Dice que va a venir a buscarme papá— avisó Troy.

Yo asentí y lo acompañé hasta la entrada.

Una vez vi el auto de su padre aparcado en la acera, nos despedimos.

—Si sucede algo de gravedad, por favor, no dudes en llamar— susurró en mi oído.

Me estremecieron un poco la seriedad de sus palabras.

Cerré la puerta con pésame, cuando logré distinguir la figura masculina de Matt, en la oscuridad de la cocina, reflejado solo por alos de luz proveniente de la pequeña ventana, apoyado en el lavabo, observándome con esa lejana mirada suspicaz.

Me indicó con un gesto de los dedos mayor, índice y pulgar, que me aproximara a él.

—¿Qué sucede?— pregunté con cierta cautela, al caminar hacia él.

Cuando llegué me abrazó con urgencia. Yo le correspondí. Extrañaba las demostraciones de afecto fraternal. Esas que te dan el alivio suficiente como para superar cualquier obstáculo. Esas que te dejan sin aire, por la urgencia de destilar todo lo malo, y disolverlo en un intercambio de sentimientos encontrados. Amaba a mi hermano. Era el ser más importante para mí. Y por más que hiciese lo que fuere, yo estaría allí para él.

—¿Me perdonas?— me preguntó. Cuando levanté la cabeza, una lágrima cayó en mi cara. Él miraba hacia el frente—. No quise que vieras eso.

—No pasa nada, Matt. Sé lo intenso que puede ser papá— justifiqué con pena por él.

—Lo es, sí.

Se alejó con brusquedad de mí y recogió los platos de la mesa, dándome la espalda.

La acción me agarró desprevenida. No había necesidad de ser tan grosero, pensé. Aunque, su acción brusca fue acompañada por sentimientos de comprensión cuando lo vi limpiar la vajilla. Lo ayudé a levantar los platos acumulados durante estos días y juntos, sin siquiera percatarnos, comenzamos a limpiar la cocina. Más hacia la noche, los muebles, el las baldosas del suelo, los electrodomésticos; inclusive la pequeña ventana que daba al patio de enfrente; habían quedado impecables en comparación los años previos al decaimiento del hogar.

Era un progreso. Era algo positivo.

Papá se aproximó a la habitación cauteloso. El rostro le temblaba de la impresión al tener un panorama más  completo. El ceño se le frunció y las lágrimas le empaparon el semblante angustiado.

Mi hermano se sonreía mientras que yo sentía que mi pecho se estrujía. Hacía mucho que no lo veía llorar por la emoción, muchos más de los que recuerdo.

Me aproximé con cautela y lo abracé. Mi hermano hizo lo mismo pero sin ese freno circunstancial que me bloqueaba. Nos abrazó fuerte a ambos. Fue un abrazo conmovedor. Fue un abrazo que quería fuese eterno.

Papá nos devolvió el gesto de igual modo.

Ahora seríamos los tres: papá y sus hijos.

La familia que necesitábamos.

Dejaríamos atrás todo lo malo para volver a lo bueno.

—Los amo— dije con fuerza y seguridad.

—Los amo— contestó papá, con la misma fuerza.

—Te amo— le siguió mi hermano.

Me extrañó que se dirigiera solo a papá, pero entendí que era un momento íntimo, y que tal vez era su manera de disculparse.

★★★

Nuevo capítulo.

¿Qué pedo con esta familia?

¿Por qué hay tanta tensión?

¿Comeré hamburguesa hoy?

Todo esto y más en el siguiente capítulo de "Insidioso Fraterno".

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