Capítulo cuatro: Fachada.
En el parque, frente a la casa de Troy, la nieve comenzó a adornar los cimientos con su brillante y blancuzco manto. Los faroles se encendieron para iluminar la prematura noche de invierno. Y los comercios de alrededor cerraban sus puertas para que sus empleados y patrones pudiesen terminar la jornada laboral.
Comíamos chocolate con mi mejor amigo, hablando de tiempos pasados, de cosas que nos gustaría hacer, y de cosas que no hemos hecho aún.
La situación en casa se había tornado tolerable de un modo que hasta parecía apetecible vivir allí. Matt tomaba la iniciativa en lo que a la limpieza se refiere, y nuestro hogar tenía un ambiente más pulcro y acogedor.
Estos últimos meses nos habían servido para unirnos más como familia, como nunca lo habíamos sido. Pero de algún modo extraño, Matt había dejado de ser él. Había algo más en todo su actuar que me provocaba cierto escalofrío; parecía, en parte, ser calculador y distante. Pero, de algún modo, siempre se las arreglaba para que ningún comentario, ninguna acción, resultara ofensiva. Estas inquietudes se las expresé a mi amigo, siempre perceptivo, siempre empático, siempre dispuesto a escuchar. Sin él tal vez estaría perdida; alejada de la realidad.
Con una familia tan desequilibrada no era fácil mantener una relación sana con otros individuos de la sociedad. Pero Troy es diferente. Troy siempre estuvo ahí, sin limitaciones, incondicional. Él se las arreglaba para estar presente en todos los momentos de vital importancia.
Recuerdo que, cuando viajó a Grecia con su hermano mayor, en cuanto se enteró que mamá había muerto, tomó el primer vuelo directo a la ciudad, y arribó en él sin estupor. Troy es mi confidente, mi mejor amigo. Sin él nada sería igual.
En cuanto el frío comenzó a penetrar nuestros sacos de manera casi agresiva, nos dispusimos a retirarnos a nuestros hogares.
Él, como siempre, insistió en acompañarme en la pendiente hasta mi casa, pero me negué rotundamente. En un Pueblo tan tranquilo como Midorín, lo que suceda aquí no será más que mero rumor. Las vidas en el pueblo siempre serán tan tranquilas y apacibles como lo son sus habitantes.
Nos despedimos con un amoroso abrazo y partimos hasta nuestros hogares con urgencia, una vez la nevada de tornó más intensa.
La pendiente hasta mi casa era muy empinada, tanto así que me costaba caminar cuando los vientos del oeste soplaban con fuerza colosal. El saco no parecía hacer más que entorpecer mi andar. Y el cielo se tornaba oscuro e inestable. Me tuve que localizar detrás de un árbol enorme que había frente a una casa vacía, porque me era imposible proseguir. Comencé a temerle a esa abrupta tempestad, pero un bocinazo me quitó las preocupaciones: Matt venía en una camioneta gris, de un modelo conocido de autos. Corrí en su dirección, y, al abrir la puerta de copiloto, me encontré con una chica demasiado llamativa. Una chica de sonrisa impecable.
—¿Qué haces, Bel? Sube por la parte de atrás— expresó cuestionado, Matt.
Acaté la orden y subí al muy espacioso vehículo.
Una vez llegamos a casa, Matt aparcó su auto afuera, debido a que en la cochera, por el lado derecho de la casa, estaba plagada de objetos innecesarios que papá había acumulado durante estos años que mi hermano no estuvo aquí. Arribamos al hogar ascendiendo por las escaleras del pórtico hasta ingresar por la puerta principal.
En la entrada, nos comenzamos a despojar de nuestras prendas mojadas por la nieve. Pude notar que emanaba un acogedor calor desde la sala de estar, por la entrada derecha del pasillo principal.
—Vamos a calentarnos, mujeres— expresó Matt con una alegría casi eufórica que no era propia de él, mientras se frotaba las manos para apaciguar el frío.
Cuando ingresamos a la sala de estar, los sillones viejos y derroídos ya no se encontraban allí; en su lugar, unos enormes sillones marrones que hacían juego con los colores opacos de la habitación decoraban el ambiente.
Nos sentamos sintiendo el calor de la chimenea que tiempo atrás había estado llena de objetos innecesarios. Cumplieron su ciclo una vez lo tiramos a la basura con Matt, debido a lo innecesario de su existencia en la casa.
La chica se acurrucó a un lado de mi hermano y lo tomó de su brazo para refugiarse en su calor corporal. Matt la envolvió en un amoroso abrazo, dirigiéndome una sonrisa ladina. Cuando la chica notó mi seriedad, que no percibí hasta que ella me miró, se sonrió y se excusó.
—¡Lo siento!— dijo con un tono suave—. Soy Caterina, la novia de Matty. Pero, bueno..., eso ya lo sabías.
Caterina extendió la mano y yo la estreché lanzando un gesto interrogativo a mi hermano que me guiñó el ojo como respuesta a mi aceptación a su novia. Una chica a la que casualmente jamás había mencionado.
—Eres muy linda, Belén— prosiguió ella—. Te pareces mucho a tu padre.
Se me hizo extraño que hiciera incapié en eso. «¿Conocía a papá y yo nunca había escuchado de ella?»
—No— negó mi hermano con un gesto de la cabeza—. Es igual a mi madre— aseguró finalizando con una innecesaria sonrisa.
—¿Estás seguro, Matt? Yo creo que tú eres igual a tu madre y tu hermana es igual a tu padre.
Matt volvió a negar con un gesto de la cabeza.
—Ella tiene rasgos idénticos a mamá. A pesar de que su pelo y su tez sean parecidas a las de papá, y yo tenga los ojos como los de mamá.
—Hermosos, por cierto— agregó ella mordiéndose el labio inferior.
Comencé a analizar el rostro de Matt: él se parecía a mamá —a mi parecer—, tenía ese no-se-qué distintivo que la hacía destacarse entre otros; además del aspecto físico. Mamá era una hermosa mujer caucásica, de ojos claros y cabello enrubiado y laseo. Tenía vagos recuerdos sobre ella, pero en las fotos más nítidas se apreciaba encantadora y despampanante. En cambio, papá y yo, con un perfil más bajo, portábamos una tez más morena y el pelo negro como el azabache. Nuestros rostros eran de aquellos que pasaban desapercibidos por lo cómun de los razgos. Tal vez Matt tenía alguna cosa de papá, como la nariz pequeña, pero con orificios nasales más abiertos; eso compartían en común; o esa mandíbula cuadrada, masculina, que no llegaba a ser ostentosa. Pero en esencia, era la viva imagen de mi madre.
Caterina miró a Matt con picardía y él le correspondió con un gesto que era bastante corriente en su forma de ser, pero que a ella pareció bastarle para sentirse satisfecha y querida. Parecía encantada, enamorada. Podría haberlo definido como algo que denotaba una relación que ya llevaba varios meses aflorando.
—Voy a preparar café— avisó Matt. Se incorporó para retirarse hasta la cocina con andar relajado.
Caterina me observaba con mirada angelical, mientras yo permanecía estática en mi lugar. Me sentía incómoda por lo extraño de la situación.
—Matty me dijo que ustedes siempre fueron muy unidos.
—Sí.
Mi sequedad la inquietó, provocando que se removiera en el sillón.
No tenía intención de hacerla sentir mal, pero no podía obviar el hecho de que su presencia era nueva en mi vida, y mi hermano dejó sobreentendido que se suponía que yo debía saber de su existencia pero no sabía nada.
—Lamento lo que le ocurrió a tu mamá— comentó ella tratando de ser amable, pero sonando condescendiente—. No merecía lo que le ocurrió.
Me levanté de abrupto del sillón y comencé a gritarle una sarta de insultos e improperios que la hizo horrorizarse.
Matt entró a los trotes cuestionando lo sucedido, cuando comencé a llorar debido a una crisis por regresión del pasado. Ambos miraron al piso, estupefactos. Seguí su mirada para notar que me había orinado, mojando la ropa y el piso. La vergüenza consumió todo mi ser y corrí hasta subir las escaleras, pechando a Matt en el camino.
Ingresé al dormitorio y luego al baño, despojándome de la ropa en el camino. Abrí la llave, y, con el agua aún fría, me metí para sacarme el olor de la orina.
Comencé a refregar el jabón en mi cuerpo con rabia, autoflagelándome. Sintiendo que no me merezco nada de lo que tengo. Escuché los pasos de Matt en el baño y me sobresalté cuando abrió la cortina. Intenté taparme, aunque él ya traía una toalla que me brindó para luego cerrar el grifo y sacarme de adentro de la ducha con dulzura delicada.
—¿Qué sucedió?— preguntó él con la mirada que parecía vacía.
—Es que...— Comencé a balbucear en un arranque de sollozos que provocaba que la saliva bloqueara mi habla—. ¡Mamá! ¡Ella mencionó a mamá! ¡... su muerte, Matt!
Matthews me abrazó con fuerza desprevenida. Quedé perpleja mientras mi espasmódico llanto no cesaba.
—Tranquila, hermanita. Yo le dije a Caterina que mamá había fallecido en un accidente automovilístico, y que tú habías enfrentado muchas cosas sola. Ella no tiene ni idea de lo que vivimos, porque me parece prudente no hablarle de cosas tan íntimas de momento. También pienso en lo que puedas llegar a sentir, hermanita.
A pesar de seguir con el ataque, comencé a tranquilizarme a medida que él hablaba. Nuestra conexión especial seguía ahí; lo sentía. Su forma de expresar y transmitir tranquilidad, se te pegaba como imán a refrigerador. Suspiré al terminar de comentar mis inquietudes, y Matty frotó su mano trabajada sobre mi brazo para apaciguar la angustia.
—Para que te quedes tranquila, yo sé que estás celosa, pero nadie te va a sacar el lugar.
Ese comentario me había descolocado. «No estaba celosa», pensé. «No fue eso lo que me alteró y él lo sabe. ¿Por qué dijo eso?»
—Te dejé el café en la mesita de noche. Y te hice un jugo de naranja, para que descanses: como en los viejos tiempos.
Los jugos de naranja que hacía siempre me reconfortaba. Me hacía sentir muy bien antes de ir a dormir. Tiempo después de que se fuera a la armada, jamás volví a conciliar el sueño de la misma manera como cuando él estaba en casa. Siempre se ocupó de cuidarme, y esa era una de las atenciones que tanto extrañaba.
—Gracias— dije con un tono más calmado.
—Te aparté un pijama que compré para ti. La ropa que tienes está muy vieja, y tú ya no eres una niña.
Realizó una veloz recorrida con la mirada hacia mi cuerpo y luego volvió la vista para dirigirme una sonrisa cálida. Me estrujó contra él como despedida, y se retiró del baño.
...
Estando en mi cama, una vez vestida con el pijama de pantalón y remera de manga larga, más calmada y calentita, bebí del jugo.
El día ajetreado me tenía cansada, y esa sensación se extrapolaba a través de divagues en mis pensamientos.
«¿Por qué había cosas que no recordaba? ¿Fue mi culpa lo que pasó? ¿Por qué papá mandó tan lejos a Matt en un momento de tanta vulnerabilidad familiar?»
Comencé a cuestionar la cordura de mi padre cuando caí en un profundo sueño.
★★★
Holanda, maquiavélicos.
Bueno, algo pasa; eso es seguro. Pero ¿qué?
Debemos recordar que Matt fue militar por seis años.
¿Les doy una pista?
Nah, mejor se quedan con la intriga.
¡Nos vemos en el próximo capítulo!
«Mamá merecía morir».
ಠಿヮಠ Se me escapó.
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