Capítulo 6 - El peor primer día
Había exactamente mil cincuenta y cuatro pasos entre la casa de Christoffer y la parada de autobuses más cercana. Sonaba demasiado, pero la verdad es que no lo era. Él mismo se había sorprendido al ver la conversión de los metros que recorría diariamente a pasos en Google Maps. Siempre que hacía el recorrido se le hacía rápido de ida y lento de vuelta. Había muchas casas bonitas en el camino, árboles verdes y frondosos decorando la vereda y un montón de vecinos con mascotas, tales como perros o gatos que se le quedaban mirando con interés cada vez que pasaba. Le gustaba ver a las abejas junto a las pozas de agua que las regaderas dejaban tras de sí durante la mañana, junto a un fuerte olor a rocío que se impregnaba en el aire y lo perfumaba, dejando una sensación de que en su pasaje era primavera el año entero.
El primer día de clases en su nueva escuela fue la única vez en que sintió que lo único que quería era que el recorrido se le hiciera lento de ida y rápido de vuelta. Ya casi se iban a cumplir dos meses desde que se dieron inicio oficial a las clases en los colegios en Dinamarca, además de que él ya había dejado de ser Christoffer Dahl, el popular, a ser Christoffer Dahl, el compañero nuevo que no podía hablar nada de sí mismo si no quería que sus nuevos compañeros averiguaran su historial policial.
Su mismo padre le había dicho mil y una veces que no podía dejar que nadie se entrometiese tanto en su vida.
—Estás por comenzar un nuevo capítulo de tu vida. No podemos arruinarlo dos veces.
Si llegaban a saber sobre el caso, no solo corría el riesgo de ser expulsado nuevamente por tener a sus compañeros muertos de miedo, sino también que la investigación llegase a los principales medios de comunicación y su vida se volviese un infierno.
Por eso, cuando el reloj marcó las siete y veinte en punto, Christoffer y Misha salieron de casa sin dejar de hablar de la precaución y de no volver a cometer los mismos "tontos" errores, como su hermano mayor los calificaba.
—Recuerda. No quiero volver a saber de otro Fadil Haddad en esta escuela, ¿escuchaste?
Cuando Misha no tenía largas jornadas ni pruebas ni trabajos, conducía la moto que él mismo se había comprado después de trabajar varios veranos seguidos. A papá no le gustaba que la condujese, por lo que solo le permitía usarla los días en que sabía que no tendría ninguna preocupación en la cabeza. En cuanto a Christoffer, tenía prohibido conducirla por tres razones: No tenía licencia, no había más cascos en caso de que Misha condujese y estaba castigado hasta nuevo aviso dado su mal comportamiento escolar.
—¿No puedes darme un aventón a la vuelta? —intentó convencerlo con una sonrisa inocente —. Cocinaré para ti.
Misha sonrió y se colocó el casco. Llevaba una casaca de cuero para tirar pinta, lo que internamente hacía reír a su hermano menor. Su estilo cambiaba completamente, pasando de ser un abuelo a un Danny Zuko, solo por la existencia de la moto.
—Sabes que no puedo. Además, tú no sabes hacer ni puré, Chrissy —se subió a la motocicleta y encendió el motor, haciéndolo rugir por toda la cuadra —. Suerte en tu primer día, manipulador. No me decepciones.
Dicho esto, salió hacia la calle y tras mirar de un lado a otro, se abrió paso en la pequeña calle hacia la avenida principal con rapidez. En cuanto a Christoffer, disfrutó los leves rayos de sol que comenzaban a hacerse visibles conforme la hora avanzaba, para luego caminar en la misma dirección que su hermano se había ido, esperando que, por alguna razón, ocurriese algo que lo hiciese perder el autobús de las siete y treinta y cinco.
No hacía frío —o tal vez estaba acostumbrado a climas peores en invierno —, mas podía ver su aliento blanco salir por su boca. Las aves cantaban en el tendido eléctrico y una que otra vecina ya estaba regando sus patios delanteros o despidiendo a sus hijos que también iban camino a la escuela o a la universidad.
La corbata azul marino del uniforme la apretaba un poco. Su padre había puesto mucho esfuerzo en tener la camisa impecablemente manchada y que el uniforme de chaqueta, corbata y pantalones azules estuviesen en perfectas condiciones.
—No queremos que se arrepientan de haberte matriculado —había dicho, cuando había terminado de peinar su cabello con la partidura al lado, diciéndole que se veía bien así, mientras Christoffer pensaba que solo se parecía aún más al abuelo en su Primera Comunión.
Los zapatos también los tuvo que cambiar, pasando de usar zapatos grises a zapatos azul oscuro con cordones, que le quedaban algo sueltos en los talones si es que los usaba con calcetines no tan gruesos, lo que explicaba ese precio bajísimo en la tienda de beneficencia de 19,10 coronas danesas. Típico de su padre, que siempre repetía que los zapatos estaban demasiado caros, por lo que tanto él como Misha tenían dos pares de zapatos para salir, un par para deportes, otro par de botas para lluvia o nieve, los de la escuela y unas sandalias para días de piscina o mucho calor. Ni siquiera tenían pantuflas.
Dio la vuelta a la esquina mirándose los zapatos al llegar a la avenida, escuchando el ajetreo del tráfico mañanero, las bocinas que no dejaban de sonar y los pasos apresurados de la gente que buscaba llegar a tiempo a su destino. Había muchos como él que debían cruzar el canal para llegar.
Llegó a la parada y se quedó de pie en una esquina, mirando hacia la calle para ver si divisaba el bus a lo lejos, al igual que las otras ocho personas que esperaban con él, dos de ellas sentadas, todos los demás de pie y separados al menos tres pies de cada uno. El sol salía cada vez con más intensidad y comenzó a pegarle en la nuca, iluminando con su manto la capital.
Lo bochornoso para Christoffer no era que estuviera usando la camisa dentro del pantalón y que el vecino que lo reconociese lo tuviese que mirar dos veces —era usual verlo con esos suéteres gigantes o el cabello lacio despeinado e, incluso, hasta algo grasoso por el sudor y la falta de champú —, sino que tendría que prepararse para una presentación para la cual no se había ni puesto a pensar en.
Con todo eso del caso, ya se había hasta olvidado de quién era realmente. Pronto sería citado nuevamente para enfrentar el testimonio de Daniel y, si Fadil despertaba, tendría que enfrentarlo a él también y a sus padres que, donde sea que estuviesen, ya lo odiaban a muerte.
Una vez que el autobús llegó, logró sentarse en una de las sillas un momento, sintiendo que el cinturón le oprimía la vejiga y aumentaba sus ganas de ir al baño. Miró por la ventana, un poco mareado. Nunca había sido nuevo en una escuela. Siempre había sido un alumno conocido en St. Michaels Skole y había apostado internamente a que se graduaría ahí a pesar de que todos los profesores lo odiaban. Se habría convertido en el Al Capone de su escuela: Imparable.
Pero las cosas no siempre suceden como uno quiere; eso lo sabía desde la muerte de su hermana menor y la huida de su madre.
En cualquier caso, ¿qué debía decir frente a un nuevo salón? ¿Y si le pedían hacer un ejercicio matemático en la pizarra para saber su nivel? O peor, ¿y si se enteraban de la historia que había detrás de su nombre? Se imaginó a sí mismo ayudando a otros o haciendo voluntariados como Fadil Haddad lo hacía solo para aparentar ser un santo, lo que le sacó una risa que llamó la atención de una señora embarazada que venía desde hace un rato mirándolo feo por no ofrecer el asiento. Finalmente, no soportó su mirada y se levantó, aunque ella, obstinada, no quiso sentarse y en su lugar se sentó un hombre que venía con varias cajas y un maletín, que dio las gracias entre dientes.
Una vez estuvo de pie, intentando agarrarse del pasamanos y respirar entre tanto cuerpo con sobrepeso, logró escuchar que la embarazada le había dicho a otra señora: «Hay tantos vagos irrespetuosos en estos tiempos». En ese momento se arrepintió de haber cedido su asiento.
Cuando eran pequeños, Ingrid era la que cedía su asiento en el bus, ayudaba a ancianos a cruzar la calle y le cambiaba los pañales a Aina, dado que su madre nunca realmente tuvo un instinto maternal tan apegado con ellos y su papá se la pasaba trabajando en la Central Eléctrica por esos años. «Tu hermana es una santa», decía su padre a Misha y a él mismo, lo cual Christoffer venía a interpretar como que le limpiaba el culo a Aina sin salir corriendo de la casa entre alaridos, como él y Misha habrían hecho.
Por eso mismo, la admiraba, pero nunca se comportó como ella. Quería ser una versión original de sí mismo y que dejaran de compararlo con sus dos hermanos mayores. Sabía que, en su adolescencia, Misha se había sentido igual con respecto a Ingrid y por eso mismo no eran tan afectivos entre ellos.
Efterslægten skole, como ya había dicho, se encontraba al otro lado del río Havnebussen, el canal, cerca de la autopista y de varios barrios residenciales de casas más antiguas. Habría pasado por allí unas cien veces, pero sin mirar de verdad. Ahora, una vez que se bajó del bus, su andar fue un poco más pausado y con la cabeza siempre en alto, admirando la vieja fachada de su nueva escuela, que podría salir fácilmente en una revista de viviendas viejas, pero que tenían igual cierto encanto. Caminó por la vereda, notando que más alumnos, la mayoría hombres, se le iban uniendo en su recorrido hacia la larga entrada, todos metidos en sus cosas, nadie intentando impresionar a otros, como él solía hacerlo antes. Aun así, tenía la extraña sensación de que la gente se lo quedaba mirando y que incluso el rector podría tener la nariz asomada por la ventana esperando por su llegada. Nunca se había sentido tan ínfimo en su vida, por lo que intentó no pensar en ello y caminar bien derecho y entusiasta hacia donde se encontraba el director esperándolo en la entrada, más erguido que él y bastante serio, diferente a como lo había visto el día de la entrevista. Ahora sí que parecía un general de alto mando.
Mientras meditaba si apartar o no el mechón rubio de pelo que le había estado comenzando a caer sobre la frente dado el sudor que sus nervios provocaban, el hombre le hizo una señal con la mano de que se apurara, lo que lo sobresaltó.
—Christoffer, llegas temprano —revisó su hora en el reloj de pulsera y la comisura derecha de su labio se elevó sutilmente —. Eso es bueno. El uniforme impecable, cabello peinado y duchado.
Estiró su mano hacia él y Christoffer, un tanto tímido, se la estrechó para saludarlo tal como su padre le había pedido. "La educación hacia los adultos siempre va a ser un bien admirado", había dicho al desayuno.
No obstante, en cuanto sus manos se juntaron, el señor la agarró con fuerza y la volteó para comprobar el estado de ellas.
—Uñas limpias y sin marcas de lápiz en la piel —dijo, soltándole la mano en cuanto le fue humanamente posible —. Bien, pasemos, que tengo que presentarte al salón.
Entonces, le siguió el paso hacia el oscuro pasillo interior, dejando el canto de las aves y el ruido de las ruedas de automóviles contra el asfalto atrás. Adentro del edificio, las conversaciones eran más bajas que afuera, no había chicos correteando ni lanzándose papel entre ellos como en St. Michaels Skole. Realmente no sabía si había sido inscrito en una escuela de élite o en un campamento militar. Sea una o la otra, tenía mucho miedo.
Subieron al segundo piso, justo para el toque del timbre de inicio de jornada, donde según él estaban los cursos más grandes. Allí, había aún menos gente, todo parecía más silencioso, lo que le hizo pensar que ninguno de los estudiantes tenía vida y se la pasaban estudiando, o bien sabían que el rector estaría por allí a tal hora y eran actores de primera. Esperaba que fuese la segunda opción.
Se detuvieron entonces frente a una puerta al lado izquierdo del pasillo. Sentía ya que se le caería el techo encima y que en cualquier momento explotaría; sus ganas de ir al baño eran tan descomunales que sentía que todo el pantalón se había encogido.
—Espere aquí, señor Dahl. Iré a presentarlo. Cuando le diga, pase.
Sin esperar una respuesta de su parte, entró, dejando la puerta entreabierta. Escuchó su grito ronco que venía desde lo más oscuro de sus pulmones y a todos los alumnos levantándose y callándose en la fracción de un segundo. Mientras el rector decía algo que no lograba entender desde su lugar, él echó un vistazo disimulado al corredor vacío, donde todo era limpísimo y muy amplio, lo que le hizo pensar que las apariencias engañaban, porque dada la fachada por fuera y la oficina del rector, hubiese pensado que todo allí se caía a pedazos. Escuchó al curso contestando unánimemente y quiso curiosear, por lo que cambió de postura y se inclinó hacia adelante para intentar ver mejor hacia el interior, recargando su peso en una pierna.
Y fue entonces cuando oyó el inconfundible sonido de costuras rasgándose. Asustado, miró hacia abajo y vio el desgarrón entre las dos piezas de tela azul que se unían a un lado de la pierna derecha, dejando ver un buen pedazo de muslo allí. Sintió inmediatamente un colapso mental y las ganas inconfundibles de vomitar. No podía creer que tuviese semejante mala suerte. Las manos le temblaron y se quitó la chaqueta lo más rápido posible, sintiendo el sudor caer por su cara, conforme intentaba tapar la evidencia antiestética con ella.
Justo cuando terminaba de amarrársela con las mangas alrededor de su cintura, la figura de autoridad abrió la puerta para hacerlo pasar, más la sonrisa falsa y la postura erguida al máximo del adulto que lo hicieron dudar en su lugar. Le echó una rápida mirada de pies a cabeza. Christoffer notó cómo su cara se ruborizaba.
—¿Por qué te has quitado la chaqueta?
El muchacho intentó tragar saliva, pero solo logró toser, completamente avergonzado.
—Tengo... calor —logró decir.
—Póntela.
Miró hacia adentro y, acto seguido, salió al pasillo con él, cerrando la puerta tras de sí. Como el chico no se movió, repitió sus palabras, agregando que era una orden y estaba obligado a obedecerla.
—No puedo —siseó.
—¿Por qué?
Era hora de sacar a relucir su ingenio. Por nada en el mundo dejaría que los nuevos alumnos le viesen el hoyo en el pantalón el primer día.
—Porque siento que me voy a desmayar —lo miró a los ojos —. Si hace que me desmaye, será negligencia suya.
Tal vez era el primer alumno nuevo que le hacía ese tipo de espectáculos, pero dadas las circunstancias, se tragó la mentira. Asintiendo con la cabeza, el señor Bodilsen abrió la puerta nuevamente y le hizo un ademán con la mano para que pasase. Ya no había vuelta atrás. Debía enfrentar la situación, por lo que tomó aire y aguantó la respiración para no desmayarse de verdad.
Al dar un paso al frente y entrar, sintió una opresión en el pecho y que la cara se le volvía blanca. El salón era mucho más pequeño que su anterior curso. Allí dentro no habían más de veinte personas. Otra cosa que le llamó la atención es que había considerablemente más hombres que mujeres. Incluso, rápidamente logró contar en su cabeza y se impresionó de que hubiera siete niñas en el salón, cruzando su mirada con la suya.
—Buenos días a todos nuevamente, como ya les había dicho, tendremos un nuevo estudiante integrándose desde el día de hoy a nuestra clase. Su nombre es Christoffer Herman Dahl.
Pensaba que causaría más sorpresa, sinceramente. Él mismo sabía lo que era empezar el año: Otro año más de rutinas, de mirar al frente y poner obligado atención a explicaciones de temas que no le interesaban de algún profesor igual de poco interesante.
Pero las llegadas de compañeros nuevos siempre causaban revoluciones en St. Michaels Skole. Todo era monótono hasta que una nueva persona, ya sea hombre o mujer, cruzaba el umbral de la puerta acompañado de la directora Rask y era presentado o presentada frente al salón. Todo era inercia hasta que aparecía un desconocido que ponía a funcionar los ciclos mecánicos de sus cabezas otra vez.
Pero cuando el director Bodilsen pronunció su nombre, lo único que vio fue expresiones de aburrimiento, bostezos, chicas conversando de cualquier otra cosa menos él y una que otra cara curiosa, pero nunca demasiado curiosa. La monotonía no había muerto, como temía.
—Bueno, Christoffer, esta será tu nueva clase a partir de hoy. No es muy grande como ya vez, por lo que será fácil para ti aprenderte los nombres de los estudiantes —dijo el director, mientras todos lo escrutaban con cierto fisgoneo. Algunos lo miraban con desgano.
—Hum, hola —saludó, sin saber si tenía permitido saludar. Observó a cada uno de sus nuevos compañeros. Pudo notar algunos grupos ya formados de inmediato, el grupo de gente con la cual él se relacionaría seguramente y los que quizá nunca iba a entablar una conversación. Lamentablemente, la única silla vacía justo estaba al lado de uno de los chicos que claramente tenía una cara de nerd que ni el jabón podría quitársela. Cumplía tan bien con el estereotipo que llegó a sentir pena por él. No por el chico, por él mismo. Se iba a sentar justo al lado del salón que estaba lleno de nerds, todos observando con ojos inquisitorios.
Solo las chicas se salvaban. Y uno que otro chico de miradas resueltas y actitudes despreocupadas, que resaltaban en esa fila en particular. No se fijó mucho en ellos al sentirse incomodado por su miradas inquisitorias. De pronto pensó que había sido mala idea cambiarse de instituto, por lo que solo se miró los pies, esperando que terminasen con esa presentación terrible.
—Sí, bueno, como decía, Christoffer se unirá a la clase desde este mes. Sé que es un poco extraño cambiarse en octubre, pero ya podrá él explicarles sus razones. Sean buenos con él.
Christoffer frunció el ceño, decepcionado. Por un momento se le pasó por la cabeza que si su nombre hubiese sido Bashar al-Ásad, tal vez hubiese causado más curiosidad en ese instante. "Maldito Fadil", se le cruzó un pensamiento por la cabeza.
Como nadie dijo nada o parecía interesado en saber más del chico nuevo, el profesor a cargo de la asignatura de la primera hora, le apuntó el único banco vacío en la fila de al medio junto a ese muchacho que presentaba sobrepeso y que mantenía sus ojos fijos en su cuaderno.
—Bienvenido —le dijo el profesor cuando se sentó —. Espero te integres bien. Cualquier cosa, cuenta conmigo.
Christoffer miró a su compañero de banco y le sonrió cuando sus miradas conectaron, lo que le cambió en ciento ochenta grados el estado de ánimo al muchacho. Sin embargo, el maestro, que resultó ser el de filosofía, continuó con la cátedra, obligándolos a guardar silencio para que comprendiesen la materia que entraba en el siguiente examen.
Mientras el profesor hablaba, Christoffer se permitió observar mejor a sus nuevos compañeros, dado que creía que no lo habían observado bien a él. En su antigua escuela, él solía ser el chico apuesto y galante que tenía a todos a sus pies. Allí en cambio, sentía que nadie le daba ni una pizca de atención de la que merecía. Tal vez todos eran unos anticuados como su hermano Misha. Tal vez eran del estilo más estudioso y los que se las daban de skaters después de clases eran los perdedores. Fuese como fuese, tenía que sobrevivir al infierno escolar, por lo que apenas el profesor hizo una pregunta, aprovechó de contestar ya que ya había visto esa materia en su colegio. El maestro lo felicitó con muchas ganas, pensando que se trataba de un buen estudiante, llevándose una primera buena impresión de él. Las chicas comenzaron a voltearse y a algunos realmente pareció sorprenderles que hubiese dicho una respuesta correcta con tanta seguridad y en voz alta, siendo que la mayoría de los nuevos solo buscaban pasar desapercibidos la mayor parte del tiempo.
Solo un grupo, sentado adelante en la fila que daba a la puerta, se lo quedó mirando con extrañeza y comenzaron a hacer morisquetas. Eran tres y no dejaban de reírse entre dientes, especialmente cuando lo vieron sonriéndole a su compañero de banco y sacando sus libros para tomar notas. Allí, Christoffer se percató que no solo había juzgado mal a la clase, sino que había intentado impresionar al bando equivocado, al de los nerds.
La primera vez que vio al nerd de Fadil Haddad fuera de la escuela, fue a la salida de una estación de metro, apoyado junto a un pilar sin dejar de mirarse las manos morenas cubiertas de migajas de dulces árabes, mientras su padre desmontaba el carrito en donde vendía sus dulces, con cara de decepción por haber tenido un mal día de ventas. Nunca se había puesto a pensar en ello hasta ese momento en donde vio al grupo de populares riéndose de él, apuntando sin disimulo hacia su pantalón. Porque, sin darse cuenta, cuando se había sentado, su chaqueta se había removido dejando ver una buena porción de su muslo al desnudo.
Avergonzado, intentó concentrarse en la clase durante el tiempo que le quedaba, pensando en una estrategia para caerle bien a esos tipos. Ni de bromas pasaría su último año de escuela solo o siendo amigos de chicos que gustaban del ajedrez y de los libros.
Una vez que el primer timbre de la jornada resonó por cada pasillo, dándole el paso al recreo, Christoffer guardó los libros en su mochila y frunció las cejas, recordando que una vez Ingrid le dijo que se veía apuesto cuando parecía enojado.
—Entonces, ¿Christoffer? ¿verdad?
Mala suerte. El chico gordo que se sentaba a su lado se había inclinado hacia él con una sonrisa, esperando una sonrisa igual de amigable a cambio.
—Eh, sí.
"Buen comienzo, Christoffer", se acusó a sí mismo.
—Es la primera vez que me sientan al lado del chico nuevo —comenzó a reír —. Me salvaste. Por poco pensé que terminaría sentado solo el resto del año.
—Ah.
Intentó reírse, pero sus ojos lo traicionaron. Sin darse cuenta, ya estaba mirando al grupo de los tres chicos que estaban de pie junto a la entrada, lanzándole miradas raras como si lo creyesen ya un fenómeno. Su compañero de puesto se dio cuenta de aquello.
—¿Sabías que los chicos populares que molestan a otros tienen más posibilidades de morir atropellados?
Christoffer frunció el ceño, divertido.
—¿En serio?
—No —ambos rieron —. Pero sería divertido que les ocurriese como a Regina George de Mean Girls.
—Hum, no he visto esa película —mintió. Qué iban a pensar los populares si se enteraban que era capaz de ver Mean Girls ocho veces seguidas con Ingrid y Misha sentados en el sillón y atragantándose de palomitas.
—Oh.
Christoffer bajó la mirada, sonrojado. Se sentía estudiado por ese chico.
—¿Pasa algo?
—No, pero... —alzó la mirada y observó al que se veía líder de ese grupo de chicos populares —. ¿Quién es él?
El chico ese tenía un cabello de un color un tanto extraño, como castaño, pero con visos rubios oscuros. Podía ver cómo, en cámara lenta, se afirmaba de un banco y estiraba su cuerpo para poder subirse con la ayuda de sus fuertes brazos. Su sonrisa era encantadora y sus amigos lo sabían. Tanto como él, no podían dejar de mirarlo. Estaba seguro de que las pocas chicas que había en el salón estaban vueltas locas por él.
—Es Erik. El chico más popular de nuestra clase y... bueno, no sé. A las chicas les agrada—casi le dio urticaria decirlo —. Su padre es un ex deportista olímpico, por eso él también está tan metido en los deportes y tiene ese físico.
Se apuntó su propio estómago. Estaba bastante pasado de peso.
—En cambio, gente como yo solo come. ¡Aunque no me quejo eh!
Christoffer contempló a Erik desde su asiento y frunció labios y cejas.
—Sí, luce como alguien que debería ser popular.
El muchacho sonrió, enseñándole una hilera blanca de dientes bien alineados, aunque alcanzó a verle un fierro detrás de la hilera de los de abajo. Seguramente le habían sacado los frenos hace poco.
—Tú también, pero hasta ahora pareces bastante agradable. Dime, ¿por qué te cambiaste de instituto?
Había sonado un poco borde, obligándolo a poner un gesto de confusión.
—Eh... es que mi anterior escuela tenía una dificultad muy promedio, así que decidí cambiarme a una con un nivel académico más alto —mintió con la mejor de sus sonrisas y luego levantó ambos hombros, aguantando la risa. A veces se le salían risas nerviosas después de mentir sin premeditarlo.
—Oh, vaya, ¿también eres inteligente, eh? ¡Qué guay! Espero que esta clase te termine gustando. Y los compañeros también.
Una vez dicho eso, le dio una palmada en el hombro y se levantó con dificultad, avisando que iría a comprar bocadillos a la cafetería.
—¿Me acompañas? Podría presentarte a mis amigos. Están por allá.
Apuntó un rincón de la sala donde había tres muchachos, aunque solo podía verle la cara realmente a uno de ellos, moreno, flacucho y alto. Había un pelirrojo que podía ver solo su perfil y el tercero le daba completamente la espalda. Ni se acercaban al tipo de amigos que frecuentaba conocer.
—No, estoy bien. Es que... quiero ir al baño —le guiñó un ojo para que entendiese que estaba por tener una enfermedad urinaria de todo lo que había aguantado ya.
—Oh, vale —antes de irse, abrió los ojos y estiró su mano hacia él —. Por cierto, soy Magnus.
Se estrecharon la mano y finalmente el chico salió por la puerta, sin siquiera importarle que los populares se estuviesen riendo de él, muy parecido a lo que sucedía cuando él molestaba a Fadil.
Sin embargo, ni Fadil, ni su coma, ni el juicio, iban a distraerle de su cometido en ese momento. Con mucha seguridad y asegurándose que el pantalón no lo estuviese exhibiendo, se acercó al grupo que ya desde lejos le habían dado una mirada de repugnancia.
—Hola —saludó, sin saber si estaba conquistando a una chica o qué. Las expresiones de asco volvieron.
—¿Hola? —el que se veía el líder de la manada, le echó una mirada de arriba abajo. Jugueteaba con un lápiz en sus manos —. ¿Y tú quién eres?
—Christoffer Dahl, pero apuesto a que eso ya lo sabías.
El joven, de cabello de un color rubio oscuro parecido al de Misha, le alzó una de sus tupidas cejas.
—¿Tuviste un problema con tu pantalón?
Escuchó las risas de unos tipos sentados más atrás. Dahl se enrojeció de golpe e intentó cubrirse la pierna con su chaqueta.
—¡Já! —Sabía que estaba acalorado y que las risas falsas ni le salían —. ¡Eres muy malo...!
Se quedó con una mano alzada esperando que le dijera su nombre, pero no lo hizo. En cambio, Christoffer juntó las manos, nervioso, e intentó salvar la situación.
—Bueno, me fijé que ustedes se parecen al tipo de chicos que suelo frecuentar.
Los tres le alzaron las cejas. Aquello había sonado más comprometedor de lo que habría querido.
—Digo, como amigos...
—Nosotros no somos amigos de imbéciles como Magnus—le respondió fuerte y claro el líder —. Métete eso bien en la cabeza desde el día uno.
Una de las chicas, que se sentaba de las primeras en la fila de al medio, que se había quedado sentada en su silla durante el recreo leyendo el libro de filosofía y adelantando tareas, alzó la vista y colocó los ojos en blanco al escucharlo, como si no fuese la primera vez que viese ese espectáculo.
—¿Qué dices? Él y yo no somos amigos —la voz le temblaba en una desesperada búsqueda por ser aceptado —. Yo no ando con... con...
Intentó utilizar sus manos para describirlo, pero terminó diciendo lo mismo que él había dicho.
—...imbéciles.
El joven se rio y le apuntó su nuevo puesto con el mentón.
—Eso se lo dices a él, no a mí.
Christoffer asintió.
—Está bien, lo haré —sintió que se acobardaba y se le notaba —, creo...
—¿Qué? —Comenzó a reírse —. ¿Además eres una gallina, niño nuevo?
—No —tragó saliva.
Si seguía así, tendría que llamar a su padre para decirle que todo eso de la nueva escuelita había sido una pésima idea.
—Ándale —le tocó el hombro, empujándolo levemente. Christoffer se sonrojó e hizo un sonido raro con su boca que hizo que los tres se lo quedaran mirando con rareza.
—¿Te pasa algo? —le preguntó el de dientes de conejo.
—Alergias —contestó, rascándose el puente de su recta nariz y mirando hacia un rincón. Si seguía así, terminaría saltando él desde el cuarto piso de St. Michaels Skole.
—Como sea —volvió a hablar el líder, Erik —. Como dije antes, ándale. Nuestra conversación aquí está terminada. Estamos bien siendo tres.
Ahora sabía cómo se sentían las ventanas; nada bien.
—Vamos, sé que tú y yo nos llevaríamos bien —cambió a una postura más relajada, poniéndose en la posición de experto en relaciones sociales. Claro, porque si Misha tenía razón en una cosa, es que todo el mundo sabía cuan manipulador Christoffer podía llegar a ser con tal de conseguir lo que quería—. Además, ¿qué hacen cuando hay grupos en pareja? ¿Echan al más inútil?
Tanto el líder como el de las espinillas se fijaron en el de diente de conejo, que mostró una mala cara de rechazo. Christoffer infló el pecho. Lo estaba consiguiendo.
—Deberían conocerme un poco más antes de juzgarme tan rápido. Me gusta andar en patineta. La verdad es que soy muy bueno. Odio la clase de danés, juego a la pelota en la posición de medio campista y mi hermano mayor tiene una moto que me presta.
Habían fruncido la mirada como si no le creyesen nada.
—Puedes averiguarlo tú mismo —se acercó a él —. Me cambié de escuela porque los nerds se unieron en mi contra. ¿Puedes creerlo? Espero que aquí no haya un ejército de ellos.
—Está lleno. Pero el señor Bodilsen odia las peleas, así que simplemente nos ignoramos. Nosotros no existimos para ellos y viceversa.—estrechó su mano finalmente hacia él —Soy Erik. Erik Fisker.
—Christoffer. Puedes llamarme Chrissy-aaa... aunque, todos me llaman por mi apellido en la escuela. —Abochornado, miró hacia los otros dos chicos que se encontraban en silencio detrás de él —. ¿Y ellos son?
—Nikolai y Torben —nombró apuntando primero a un castaño claro, casi rubio, muy alto y delgado, de dientes separados a lo Bob Esponja y finalmente al otro rubio de cabello cortísimo, un poco pasado de moda para su gusto, y que tenía la cara tan llena de espinillas que le hizo sentir un poco de pena por él, por lo antiestético que se veía. La verdad es que el único guapo allí era Erik, a pesar de ser algo bajo y con cuerpo de corredor.
—Un gusto —pudo decir a medias —. Lástima que no nos sentamos más cerca.
—Si hubieses llegado el primer día, habrías podido elegir. Aunque de nada sirve, porque si hablas mucho te cambian igual —habló Nikolai, enseñando esas largas paletas de conejo, que llegaban a salírsele de la boca, incluso estando cerrada. Christoffer sonrió, pero la cara de asco casi le salió con naturalidad después.
—Bueno, y si se supone que eras tan machito —volvió a hablar Erik, alzando la ceja como si fuese un tic nervioso —. ¿Qué haces hablando con la albóndiga humana y sonriéndole como si fuese tu nuevo mejor amigo? Le estás dando la mano y te va a agarrar el pie, ya verás.
La muchacha de la primera fila volvió a levantar la cabeza, esta vez indignada. Sin embargo, no abrió la boca para decir algo.
—Bueno, es que aún no los conozco a todos.
Erik se encogió de hombros.
—Ya te vas enterando. Mándalo a volar o dile que no te hable más. Si quieres juntarte con nosotros, él no puede venir incluido.
—¿Por qué vendría conmigo?
Ellos se miraron y rieron ante su inocencia. El de la cara llena de espinillas sonrió de lado y habló por primera vez:
—Porque sabemos que lo único que quiere él es juntarse con nosotros. Siempre nos anda rogando que lo invitemos a nuestras fiestas o juntas en el campo de fútbol o en la plaza cuando vamos a hacer piruetas. Desde pequeños que quiere ser uno de nosotros, pero eso no va a pasar. Magnus es simplemente insoportable en todos los sentidos—Elevó la barbilla y sus ojos miraron algo que se movía en la entrada del salón —. Y hablando del rey de Roma...
Entonces, sin premeditarlo, Magnus volvió a aparecer en escena, no solo llamando la atención del grupo, sino también de la chica y unos cuantos alumnos más que ya se habían percatado del tema de la conversación. Para más mala suerte de Christoffer, el muchacho se acercó casi brincando hacia donde él estaba, dispuesto a compartir sus bocadillos recién comprados con él.
—Eh, Christoffer —ignoró completamente la presencia de los otros tres —. Compré estos empolvados. Seguro vas a enamorarte de ellos. Ni en toda Europa podrías encontrar unos igual...
Christoffer miró los dulces, que se veían aún más deliciosos que los de Ingrid, para luego mirar las caras de los chicos populares. La de Erik pasó de ver a Magnus a esperar una respuesta ingeniosa por parte del chico nuevo. Lo estaba poniendo a prueba, podía verlo en sus ojos cafés.
No estaba seguro de lo que estaba a punto de hacer. Nunca realmente había pensado en las cosas que le decía a Fadil, por ejemplo. Salían con tanta espontaneidad de su boca, que estaba orgulloso de ser tan creativo a la hora de humillarlo. No obstante, ahora estaba ahí, con tres personas testeándolo y la víctima sonriéndole de oreja a oreja.
—Ven, vamos a mi puesto. Quiero presentarte a mis amigos —repitió, exagerando aún más su sonrisa. Seguramente, la presencia de los muchachos que, tal vez, abusaban de él, lo ponían de los nervios.
—Sale de aquí, Magnus. Él quiere estar con nosotros, no con tus amigos raros que siguen jugando a los Lego.—dijo Torben, y los otros dos asintieron, aguantando las ganas de largarse a reír en su cara.
—No pongas palabras en la boca de Christoffer que no ha dicho. Él vendrá conmigo... Y no jugamos esas porquerías—lo calló el gordito, volviéndose hacia Christoffer con una sonrisa, aunque esta vez parecía algo desesperado al no ver señales en su cuerpo de querer moverse —. ¿Vamos?
Entonces, Christoffer se lo pensó una vez más. Estar con los populares no significaba llevarse mal con ese muchacho, pero sus insistencias lo estaban dejando en ridículo frente al exclusivo grupo. Sabía que Misha le había advertido sobre cuidar su comportamiento y sabía que el rector no era amigable, pero lo que más le importaba era el hecho de ser la cotilla de la escuela. No podía mentir, le encantaba que lo reconociesen, puesto que fuera de esas paredes, allí en la calle, era solo un desconocido más; un nada. Y, con lo poco que llevaba de pie en ese salón, podía sentir que nadie tenía realmente interés en conocerlo. Las chicas no hablaron de él en voz baja, los hombres no empezaron a compararse con él y el maestro fue amable, no pesado ni tampoco se mostró intimidado. ¡Todo estaba yendo al revés!
Por eso, olvidando los consejos de su hermano mayor y de su padre —y también los de su abogado —, alzó el mentón y las cejas y le dio una mirada de rechazo absoluto a Magnus.
—Vete y quédate con toda tu comida, gordo desastroso.
La primera risa que escuchó fue la risa tipo puerco de Nikolai, a la que siguieron risas más normales por parte de los otros dos. Erik sonrió de lado y disfrutó ver cómo la cara de Magnus pasaba de feliz a ofendido, para que luego sus ojos se llenasen de lágrimas y se diese media vuelta para irse a su banco.
Una vez se alejó, le llegaron a Christoffer las palmadas en la espalda, más risas y luego elogios. Lo había conseguido, estaba dentro, a pesar de haber sentido su corazón romperse al ver la cara de Magnus o la cara de la chica del asiento frontal que había agitado la cabeza en señal de desaprobación de esa actitud o al grupo de amigos de él que fueron a animarlo.
—Hey, ¿quieres venir a andar en patineta al parque esta tarde? —escuchó que le preguntaba uno de ellos. Ya no sabía quién. Solo tenía dignidad para mirarse las manos. Y esa fue la única razón por la cual dijo:
—Está bien.
Dicho aquello, rezó para que ese alumno no se quejara en rectoría. Si lo echaban de la escuela, ese tal Ulrik utilizaría aquello en su favor y podría terminar su último año tras las rejas sí o sí. Y peor que eso, su padre y sus hermanos sí que estarían muy decepcionados de él.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top