Capítulo 4 - Los primeros testigos
El miércoles llegó más rápido de lo que se esperaba. Georg Pettersen había entrado campante por la puerta giratoria de la Fiscalía Nacional, siempre caminando a buen ritmo, sonriente a quien se le cruzase. Se dirigía al ascensor cuando notó que una pareja conocida ya estaba esperando que bajase. Los reconoció a metros de distancia. Eran Simone y Ulrik, fiscales que trabajan allí desde hace tiempo y que ya se los había topado en varios casos. La pelirroja siempre era dócil, a pesar de que al principio creía que era doble estándar. El que era un sanguinario en los casos era Ulrik, por lo que siempre que le tocaba con él, un sentimiento de venganza surgía desde lo más profundo de su ser. Lo conocía desde que iban en la secundaria juntos.
—Ulrik, mi buen amigo. ¿Qué te trae por aquí?
El calvo se dio vuelta y no escondió la expresión de asco que le salió naturalmente al verlo.
—¿Tú aquí, Georg?
—Sí. Tengo un caso a las tres de la tarde —miró su reloj de pulsera —. Y ya voy un poco atrasado.
—¿Tres de la tarde? —la mujer parpadeó, mirando a su colega y luego a Georg —. Debes ir al mismo caso que nosotros.
—¡No me digas! —actuó como si la noticia lo pusiese feliz cuando en realidad se sentía el humano con peor suerte en el mundo —. ¿El caso de intento de homicidio frustrado?
—¿Christoffer Dahl? ¿No?
—Él mismo. Soy su abogado defensor.
—Qué maravilla —protestó Ulrik de repente con ironía —. Pero qué mundo más pequeño, abogado Pettersen.
El aludido solo pudo sonreír hasta que le dolieron las comisuras de sus delgados labios. Simone fue la que se vio obligada a romper el silencio.
—Es un caso muy complicado. Se nota que es un muchacho con muchas carencias afectivas.
El hombre no dejó de sonreír exageradamente.
—Oh, me encantaría opinar, pero mi información es confidencial.
Una risa falsa salió de la boca de Ulrik.
—Oh, no se esfuerce tanto, abogado, que yo soy el fiscal a cargo del caso y ya sé todo lo que tengo que saber del delincuente ese.
Georg quiso estrellar la cara contra la pared en ese momento.
—Oh. ¿No es Simone?
—No. Simone viene de acompañante para ver el caso desde lejos. Yo soy el que dirija esta investigación.
—Se dice dirige, en todo caso. Pero da igual, le aseguro que es un honor tenerlo como colega en este juicio, ¿no piensa usted lo mismo? —le corrigió con un gesto despectivo.
No quiso contestar, solo colocó en blanco los ojos. Entonces, el elevador llegó a la primera planta y las puertas se abrieron. Cinco personas, todas trajeadas, bajaron con rapidez de allí, para después dar el paso a que los tres pudiesen ocupar su interior. Sin embargo, Georg se quedó paralizado frente a las puertas. Ulrik sonrió desde adentro.
—¿No va a subir?
El hombre elevó su mirada para ver los ojos grises de quien fue su peor enemigo en la secundaria. Una vez lo culpó de haber hecho trampa en un examen cuando fue él quien había dejado caer el torpedo en medio del pasillo. Lo culpó para no aceptar que era él quien lo había hecho y no reprobar en el examen final. A pesar de los años que habían pasado, él jamás perdonaría un acto así.
—Esperaré a mi cliente aquí.
—Al acusado querrás decir —comenzó a reír y Simone volcó los ojos, apretando el piso cuarto —. Como quieras. Nos vemos.
Y las puertas se cerraron antes de que pudiese contestar. Ahí, con la pierna derecha temblando y mirando su reloj de pulsera, se quedó esperando a Christoffer, mientras oía llantos a lo lejos, conversaciones íntimas en susurros y los tacones de las mujeres contra el níveo piso al trasladarse de un lugar a otro dentro del edificio moderno.
Pasaron diez minutos y ya casi eran las tres en punto cuando Christoffer apareció con su padre y un policía en la entrada del lugar. Georg sonrió a lo lejos y les alzó la mano, fijando su mirada en el muchacho, que no dejaba de mirar a su alrededor con curiosidad como cuando había entrado a su oficina por primera vez.
—Llegan tarde —aseguró cuando estaban a cinco pasos de alcanzarlo, para acto seguido tocar el botón del ascensor, que aún se encontraba en el cuarto piso —. Pero su demora me ha dado tiempo de asimilar que nuestro fiscal es una de las personas que más detesto en la Tierra y que seguramente será más difícil de vencer.
—¿Quién es? —preguntó el padre, quitándole la chaqueta a su hijo. Allí dentro la calefacción estaba muy alta.
—Ulrik Lynggaard. Lo conozco desde hace años.
—¿Ulrik? —Christoffer parpadeó con la boca abierta de la sorpresa —. ¿El imbécil que me interrogó?
—Chris. Vocabulario, por favor —lo retó su padre. Eso solo le sacó una sonrisa al abogado, quien entró primero en cuanto las puertas se abrieron.
—Él mismo. Es el fiscal a cargo del caso, así que, si te declaras inocente, tendrás que ser muy consistente en tu historia, ¿estamos claros? Lo digo porque sé que él viene con toda la postura de que salgas con esposas de aquí.
Christoffer asintió, notando que las manos le habían comenzado a sudar de lo nervioso que estaba. Una vez llegaron al cuarto piso, le pidió por favor a su padre que esperase afuera. Tenía que entrar y confiar en sí mismo por primera vez para que todo saliese de acuerdo con el plan que tenía en la cabeza. No podía fallar.
—Si realmente quiero salir de ésta siendo inocente, necesito que te quedes afuera, ¿sí? No quiero sentirme presionado —le había dicho, a un minuto antes de entrar. Sabía que era un juicio privado, que no estaría la televisión afuera esperando y que, de alguna u otra forma, sea cual fuese el resultado, nadie sabría quién era él dentro y fuera de esas cuatro paredes. Aun así, sentía que mientras menos gente lo presenciara, mejor sería para su vida.
Su padre, conmocionado, asintió, repitiéndole que lo amaba y lo apoyaba, tal como lo había hecho desde el momento en que se destapó todo. Ahora, solo era él y los jueces. Ni siquiera ese tal Ulrik podría dar vuelta la tortilla.
Por ello, entró con la cabeza en alto y no dejó que ni un músculo le temblase mientras los jueces se ponían en sus lugares y los presentes callaban mientras el fiscal, Ulrik, quien lo miró con odio y arrogancia desde que se le vio la punta del zapato al muchacho, presentaba el caso. El juicio estaba en sesión. Ya no había vuelta atrás.
Había tres jueces en el estrado y dos mesones en el centro enfrentándose uno al otro. A la izquierda del estrado, estaba el fiscal, revisando sus papeles, todos ordenados en sus carpetas, que le hacían pensar a Christoffer, desde el mesón del frente junto a su abogado, que era un obsesivo compulsivo.
El silencio era doloroso, hasta que el juez principal, sentado al centro y con cara de póker, le pidió al fiscal que presentase el caso.
—El acusado aquí presente, Christoffer Herman Dahl, de dieciocho años, está en la misma clase de la víctima, Fadil Haddad, en el St. Michaels Skole, el que hoy se encuentra en un coma desde el pasado viernes donde sufrió la caída desde un cuarto piso debido a que, según testigos, el acusado lo habría empujado cuando estaba sentado en la orilla de la ventana por sentir celos y ser racista, debido a su etnia, cultura y religión, ya que la víctima es inmigrante de Arabia Saudita.
Después de todo su discurso sin dejar de mirar al juez, por fin se dio vuelta a mirar a Christoffer y sonrió al ver esa posición de hundimiento de hombros que había visto ya cuando lo interrogó por primera vez. Sabía que lo tenía en sus manos y que terminaría aceptando su culpabilidad.
—Debido a todo lo que acabo de presentar, a Christoffer Herman Dahl se le acusa de intento de homicidio frustrado.
Georg miró a su cliente y luego a sus papeles. Instintivamente, le tomó la mano a Christoffer cuando vio que no dejaba de temblarle.
—¿Estás seguro de que eres inocente? —oyó que le farfullaba de repente.
Christoffer abrió más los ojos y sintió humedad en ellos, justo cuando el juez a cargo del caso llamaba a su abogado. No obstante, Georg Pettersen ni se movió y solo se quedó allí, apretándole la mano a su cliente y esperando una respuesta.
—Abogado defensor, ¿acepta o no los cargos?
Entonces, el rubio asintió con la cabeza y le susurró que era inocente. Solo allí, Pettersen se levantó y, fulminando con la mirada a su enemigo de la adolescencia y ahora enemigo laboral, habló fuerte y claro que rechazaría todos los cargos contra el acusado.
—Mi cliente se declara inocente —concluyó cuando ya todos estaban boquiabiertos, incluyendo a Ulrik y a Simone, quien se encontraba de público en el salón. Dejó caer los brazos al oírlo, seguramente porque ni ella, con lo maternal que podría haber llegado a ser, defendería a un muchacho que no tenía ninguna prueba a su favor más que su propia palabra.
Entonces, comenzó el interrogatorio frente al juez.
Ulrik, al igual que cuando lo interrogó en la oficina del colegio, sacó de su maletín todos los papeles que usaría como material, incluyendo la testificación que dio ese día. Así fue como minutos después lanzó la primera granada:
—El acusado aquí presente testificó diciendo que él no molestaba a la víctima. Que solo le hacía bromas aun cuando Fadil Haddad denunció la situación al consejo escolar numerosas veces durante varios años, sin recibir una respuesta concreta. Las sanciones dadas a Christoffer Dahl solo llegaron a suspensiones, pero nunca a una expulsión, como indicaron los padres de la víctima.
Christoffer volcó los ojos al escucharlo declarar aquello con esa voz tan ronca que tenía, como si tuviese algo atrapado en la garganta. Había oído tantas veces el nombre de Fadil que ya lo odiaba de nuevo.
—Ahora, presentaré aquí algunos de los mensajes de texto que pudimos sacar del teléfono de Fadil, el cual fue entregado voluntariamente por sus padres para aportar a este juicio.
Tenía un papel con todos los mensajes de texto impresos, de los cuales dijo que iba a leer los que más le llamaban la atención.
"Bastardo infeliz", "eres un puto terrorista que debería estar muerto junto con los otros terroristas de tu clase", "confórmate con respirar, cara de perro", "ándate a tu país, negro mongólico", "¿es verdad que los musulmanes se comen el cerebro de los enfermos mentales?", fueron algunas de las cosas que leyó.
—Ante este último mensaje, Fadil le contestó que no era cierto, a lo que Christoffer escribió: "Ya me parecía, porque tú sigues vivo".
Para cuando terminó, levantó la cabeza y vio lo avergonzado que se encontraba el acusado. Sonrió al verlo. Todo el mundo lo estaba mirando con desagrado, como si no pudiesen creer que tamañas palabras salieran de la boca de alguien, menos de un joven de dieciocho años que no sabe nada del mundo exterior. Dicho aquello, miró al juez y cerró la carpeta con fuerza.
—Con eso, su señoría, queda claro que Christoffer Dahl marginaba socialmente a Fadil Haddad por diversión.
Y se fue a sentar cuando Georg se levantaba para la defensa, aunque todo el mundo podía captar que no tenía nada que decir. Estaba tan sorprendido con los mensajes de texto que hasta él sintió asco del acusado, mas no podía dejarse llevar. Tenía que mantenerse imparcial y defender a su cliente porque le estaban pagando por ello y afuera había un padre desesperado que contaba con él.
—El acoso escolar ha existido desde tiempos inmemorables. Creo que gran culpabilidad es de los padres y del colegio en sí. Como usted, fiscal, presentó antes, los padres de Haddad testificaron que el colegio no había hecho nada más que darle suspensiones a mi cliente. Eso quiere decir que el único que le veía gravedad a esto era el mismo Fadil Haddad. Si mi cliente hubiese tenido un castigo más severo, tal vez se hubiese dado cuenta de lo mal que estaba molestarlo y se hubiese detenido.
Dejó escapar una gran bocanada de aire, porque los nervios lo habían obligado a retener el aliento en la laringe. Al ver la cara del juez, supo que no había servido de nada lo que había dicho, por lo que volvió a su escritorio y se sentó con lentitud, esperando que no se le notase la actitud derrotista, menos frente a Ulrik, quien sonreía y negaba con la cabeza, pensando que terminaría ese juicio en veinte minutos como máximo.
—Cuando interrogamos al acusado ese día —Comenzó a decir Ulrik cuando le tocó volver a hablar —, Dahl aseguró que había ido a la sala de música solo porque mandaron un comunicado de que iban a cerrarla. Sin embargo, él tiene alrededor de veinte anotaciones de su maestro por no traer materiales ni participar en clases. Además de admitir que nunca había ido a la sala de música antes.
Ladeó su cuerpo para captar su imagen.
—Entonces, le pregunto a él: ¿Qué hacía realmente en el salón de música a las dos de la tarde en punto? ¿Tenía un plan perfecto porque sabía que Fadil Haddad, quien sí participa en clases de música y es un muy buen violinista, se encontraría allí?
Los labios de Christoffer temblaron, más su abogado se levantó con la mandíbula más tensa de lo normal.
—Mi cliente se rehusará a contestar, su señoría. Es especulación.
El juez le hizo un ademán a Ulrik y este entendió que debía alejarse, porque estaba perdiéndose en una hipótesis sin base real. Volvió a su escritorio, enfurecido. Anotó algo en su libreta y luego llamó al primer testigo al estrado, quien resultaba ser la alumna que llamó a la policía según testimonio del colegio. Se presentó como Hanna Skov, dieciséis años, segundo año de secundaria en St. Michaels Skole. Christoffer nunca la había visto en su vida, pero ya le causaba indigestión su presencia.
—Señorita Skov —Ulrik caminó en círculos mientras formulaba la pregunta en su cabeza —. ¿Usted vio cuando el acusado aquí presente empujaba a Fadil Haddad desde el salón de música ubicado en el cuarto piso de su escuela?
Hanna echó un vistazo al suelo. Parecía que sus pensamientos estaban muy lejos de ahí.
—Sí. Todos lo hicimos.
Christoffer sintió unas enormes ganas de pararse y matarla de verdad.
—¿Puede describirnos a todos lo que pasó ahí, señorita Skov?
La muchacha respiró hondo, recapitulando, sin mirar ni una vez a su compañero de colegio.
—Era el horario de almuerzo y estaba yo y mis amigas en el patio cuando escuché un golpe y vi a Fadil Haddad en el suelo, todo fracturado. Entonces, asustada por creer que estaba muerto, llamé a la policía sin dudarlo y les dije que había habido un intento de homicidio, ya que Christoffer estaba asomado en la ventana. Todos lo vimos.
Ulrik se sentó sonriente, asegurando que no tenía más preguntas. No obstante, se mostró anonadado cuando, muy por el contrario, el abogado defensor se levantó con su carpeta a hacerle preguntas a la niña, quien de solo verlo se puso algo tensa.
—Dígame una cosa, señorita. Usted dijo que escuchó un golpe y ahí fue cuando vio a Fadil Haddad en el suelo.
—Así es.
—Entonces, ¿no vio el preciso instante en el que Christoffer aventaba a Fadil por la ventana?
Se pudieron escuchar hasta los gestos de sorpresa proviniendo de la audiencia. El juez se acomodó para escuchar mejor la respuesta y los ojos de Christoffer brillaron ante la genialidad de su abogado. Nadie se había quedado pensando en eso. Al parecer, las habilidades auditivas de su abogado defensor eran brillantes. Hasta Ulrik se había quedado tieso como un roble en su silla, al igual que Simone en la audiencia, quien inútilmente estiraba su cuello para ver la cara de la alumna.
—Yo... —la chica se mostró insegura.
—Le repito la pregunta, señorita Skov: ¿Vio el momento exacto en que Fadil Haddad era empujado por la ventana o solo se acercó cuando oyó el golpe en el suelo?
Los ojos de la muchacha se movieron rápidamente y por un momento se enfocaron en la bandera de Dinamarca que reposaba a un costado del estrado. Sintió miedo, confusión y finalmente solo le quedó mirar al abogado que la interrogaba.
—Pensé que... era lo mismo. Yo... no, no lo vi hacerlo. Pero fue como si lo viera hacerlo. Él estaba asomado por la ventana.
—Pero no es lo mismo. Estar asomado y empujarlo son cosas diferentes —la calló, sonriéndole después al juez —. Es todo.
Con la testigo fuera del caso, Christoffer había sentido un alivio en el corazón. El juez había hecho un puchero como si realmente estuviese pensando que la defensa tenía un punto. Ulrik, por su parte, por primera vez se vio algo en aprietos. Volvió a atacar con los mensajes de texto, asegurando que Christoffer había manifestado en varios de ellos su intención de matar a Fadil. Sin embargo, Georg logró derrocar ese argumento rápidamente, diciendo que esa acusación era vaga, ya que todas las personas de la Tierra habían manifestado alguna vez sus ganas de matar a alguien o matarse ellos mismos, y no por eso todas esas expresiones deberían traducirse en asesinatos o suicidios. Cuando dijo eso, el juez asintió con la cabeza, lo que ya significaba una pequeña cuota de victoria para Georg.
Además de esto, también agregó que, según el diagnóstico médico, la mayoría de las fracturas de Fadil estaban en sus piernas.
—Él habría caído primero con sus piernas, fracturándolas por la velocidad de la caída, la posición de caída y la altura, lo que habría provocado que se fuese hacia adelante y se golpease la cabeza, provocándole el coma. Sin embargo, si la víctima hubiese sido empujada, y esto lo hablo en base a cómo funciona la física, sus heridas habrían sido todas en la cabeza, el tórax y los brazos y probablemente habría muerto en el acto, lo que indica que mi cliente no podría haberlo empujado.
El juez sonrió y Ulrik rebuscó en sus papeles la ficha médica con desesperación, mientras Georg se iba a sentar y se tomaba su minuto para sonreírle a Christoffer, quien había dejado de temblar y se mostraba un poco más tranquilo, creyendo que podría salir inocente del lugar e incluso recuperar su matrícula escolar.
Sin embargo, cuando Pettersen estaba listo para atacar cualquier otro argumento que saliese de la boca del calvo, Ulrik pidió al juez que se aplazara el juicio a otra sesión, dado que quería llamar al estrado a Daniel Terry, mejor amigo y compañero de clases de Christoffer, quien también había declarado en su contra.
Christoffer hizo una mueca con los labios y apretó los puños bajo la mesa, imaginándose ya la situación. Daniel lo odiaba y sería capaz de mentir en la Corte con tal de perjudicarlo. El mismo Georg lo sabía, pero aceptó la condición de aplazar el juicio, puesto que él quería que se aplazara hasta que Fadil Haddad testificara, porque su palabra valía más que cien testigos juntos.
Finalmente, el juez a cargo accedió a aplazar la reunión, quitándole además la orden de arresto domiciliario al joven gracias a los argumentos dados por su abogado defensor en la Corte, lo cual significó una maravillosa victoria para su padre, quien no dejó de abrazarlo hasta que decidió llamar a Misha para contarle.
—Lo de hoy fue memorable, Georg —Ulrik había salido de la sala del juicio y le sonreí al abogado con jactancia —. Me has sorprendido incluso a mí. No creí que lograrías formular argumentos en tu cabeza con tanta rapidez.
Christoffer miró atentamente al señor Pettersen que en ningún momento se vio achacado, un poco como la actitud que él mismo tenía dentro de la secundaria con los más débiles.
—Y yo no creí que siquiera te graduarías de la escuela. Ya sabes, copiando no siempre se llega tan lejos, ¿sabes? —Le golpeó el hombro con suavidad y se alejó con una sonrisa hacia donde Christoffer estaba, abrazándolo con un brazo y llevándoselo a través del pasillo sin mirar atrás.
El muchacho se mostró sinceramente sorprendido, aunque no dijo anda hasta que llegaron al elevador y el hombre rompió el silencio:
—Hemos tenido una pequeña victoria. Ahora puedes buscar matrícula en otro colegio y un trabajo durante el fin de semana para darte una buena imagen —Cambió el maletín de mano para no golpearle el muslo al chico —. Yo me encargaré de ese tal Daniel. Tenemos que jugar esa carta a nuestro favor.
Las puertas se abrieron y el abogado entró primero, sorprendiéndose al ver que el joven no entraba con él.
—¿No vienes?
—No. Esperaré a que mi padre termine de hablar por teléfono con mi hermano —lo apuntó con la cabeza. Se encontraba más atrás, caminando de un lado a otro con efusividad.
Georg asintió.
—Está bien. Me contactaré contigo después —mantenía la puerta del ascensor detenida gracias a su mano —. Buscaré los mejores argumentos para que no te vuelvas víctima de esta insidia y traición, ¿estamos?
Christoffer asintió y sonrió cuando las puertas se cerraron en su cara. A pesar de que las palabras de su abogado defensor sonaban muy bonitas, tenía miedo de presenciar lo que Daniel era capaz de hacer. Después de la discusión que habían tenido en la puerta de su casa esa fría noche, creía que su ex mejor amigo era capaz de hacerle cualquier cosa con tal de perjudicarlo.
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