Capítulo 2 - Daniel Terry
Mikhail Dahl se quedó un rato mirando a su hijo, sentado frente a él en la mesa. Tenía los ojos abiertos y fijos en su plato de comida, viendo el vapor caliente que salía de las papas. No tenía apetito, se notaba en su aspecto malogrado y pálido, pero Mikhail sabía que tenía que hacerlo comer de alguna forma.
—Vamos, hijo, tienes que comer algo.
Christoffer parpadeó y alzó un poco la cara para poder verlo a los ojos.
—Papá, tú... —apretó los labios y aclaró la garganta cuando notó que no le salía con fuerza la voz —. ¿También crees que intenté matar a Fadil?
—No creeré eso hasta que se demuestre lo contrario.
—Hay muchas pruebas en mi contra.
—No una que lo demuestre.
—Aun así... son suficientes para que el juez decida algo.
Una lágrima cayó desde su ojo derecho. Había llorado tanto que ya presentaba síntomas de jaqueca y náuseas. Sus ojos estaban rojos e hinchados y sus ojeras aún más marcadas.
—Chrissy. No voy a creer nada sin pruebas. Estaré aquí para ti —le tomó la mano sobre la mesa y se la apretó —. Lo juro.
—Mamá jamás te creyó cuando el accidente que mató a mi hermana ocurrió —Hizo una mueca con los labios —. Siempre te creyó culpable y nunca te dejó explicárselo. Por eso se fue.
Tragó saliva con dificultad. Sabía que aquel tema seguía siendo complicado de hablar, especialmente para su padre.
—Está claro que ella no me creería. ¿Por qué tú sí?
Mikhail le soltó la mano lentamente y sintió una opresión en el pecho. Ya se habían cumplido tres años desde el fatídico accidente de tránsito que se llevó la vida de su hija menor, Aina, de entonces diez años.
Mirando a Christoffer, veía mucho de ella en él. Eran más cercanos por ambos ser los hijos menores del entonces matrimonio. Ambos, junto a su madre, eran los rubios platinados de la familia, mientras sus dos hijos mayores tenían un cabello rubio más oscuro, como él mismo.
Sintiendo un poco de pena, volvió a tomarle la mano, hasta que sintió un sonido en la puerta. Luego, el ruido de un conjunto de llaves y finalmente la puerta cerrándose. Sabía que se trataba de su otro hijo.
—¿Misha? ¿Eres tú, cielo? —preguntó, afirmando con más fuerza la mano de Christoffer.
—Sí, soy yo —se escuchó un bostezo proviniendo del oscuro pasillo —. El bus se demoró en pasar.
Finalmente, su figura apareció en el umbral. Era mucho más alto que ellos dos. Había sacado la altura y figura de su abuelo paterno. Ambos eran delgados como espárragos y altos como edificios. Tenía unos ojos un poco grandes para su delgado y pequeño rostro y las ojeras marcadas por las largas horas de clase en la universidad, donde estudiaba para convertirse en abogado.
—Miren esas caras —dejó el maletín donde llevaba su computadora a un lado y se apoyó contra el marco de la puerta de la cocina —. ¿Pueden explicarme ahora con más detalles lo que sucedió?
Silencio.
—¿Nuestra hermana lo sabe ya?
—No, Ingrid no lo sabe y no lo sabrá todavía —le cortó su padre, mirando un punto fijo en la mesa —. No quiero que su embarazo se vea perjudicado con este tipo de noticias. Se preocupará demasiado.
Misha formó una sonrisa, pero se notaba molesto. Transmitía un carácter imperturbable como siempre.
—No sé por qué siempre lo defiendes tanto, papá. Christoffer es conocido en todos lados por ser un problema andante —apoyó su mano en el pecho —. Estudio leyes y te puedo asegurar que las pruebas son suficientes para dejarlo pudriéndose en la cárcel el resto de su vida.
—Gracias, Misha. Si no te habías dado cuenta, estoy aquí. No tienes por qué hablar como si yo no estuviera. No soy un asesino. Todavía.
—Sí, bueno, si vas a ser tan insensato, Christoffer, creo que es mejor que vayamos acostumbrándonos a la idea de que vas a comenzar a dormir tras las rejas.
—Tu hermano se declarará inocente, Mikhail —su padre le clavó los ojos de manera intensa —. Por favor, no hagas de esto un nuevo problema.
—Misha, papá. Misha. Sabes que detesto llamarme igual que tú —miró a su hermano y notó que solo se miraba las piernas y no había ni tocado su plato de comida —. Hoy me quedaré estudiando hasta tarde, para que no se asusten si escuchan ruidos.
Su padre asintió y se llevó una mano a la frente, que hervía como tetera. Christoffer ni se movió.
—Y tranquilo —volvió a hablar su hermano mayor, pensando que realmente estaba muy afectado —. Si realmente eres inocente, el abogado que te defienda sabrá sacarte de este embrollo. Lo prometo.
—Vale —salió de su garganta como un graznido.
Misha parpadeó y, sin decir más, tomó su maletín y se alejó por el pasillo hacia las escaleras. No obstante, al minuto regresó con cara de pocos amigos.
—Hay un muchacho afuera que ha tocado la puerta. Pregunta por Chris.
Su padre levantó la cabeza y negó con ella.
—No, no. Él no hablará con nadie. Puede ser una trampa.
—Es Daniel —aseguró Misha, dándose cuenta de que Christoffer había levantado la frente al oír ese nombre —. ¿Están seguros de decirle que se vaya?
El señor Dahl había decidido ya que él mismo le pediría amablemente que se fuera, pero cuando su hijo lo detuvo del brazo y le pidió por favor que lo dejase conversar un momento con su mejor amigo de la escuela, no le quedó más remedio que dejarlo. Estaba tan mal de ánimo, que todo lo que quería era ver a su hijo feliz otra vez.
—No hables nada —le dijo en voz baja antes de que saliese a la calle —. No vayas a contar lo que hablaste hoy con los inspectores. Ni se te ocurra. Ahora todo el mundo es tu enemigo, ¿entendiste? No vayas a meter la pata.
Al decir aquello, le miró el tobillo derecho, donde tenía una maquinita negra que le habían puesto los policías con una luz roja intermitente, por si se atrevía a arrancar.
—Y cuidado con alejarte de casa. No vayas a hacer creer a todos que estabas intentando escapar.
Christoffer asintió y caminó arrastrando sus viejas zapatillas contra el piso flotante hacia la puerta que se encontraba ya entreabierta. Una vez la empujó, sintió el frío de acero sobre su piel y tembló. Afuera todo estaba muy oscuro, dado que el alumbrado público se encontraba en mal estado y no iluminaba como debiese ser. Así, abrazándose a sí mismo, caminó a través del camino de piedras por su descuidado patio delantero hasta la calle, donde Daniel se encontraba de espaldas a él, temblando de frío a pesar de venir usando una chaqueta de nieve.
—Pensé que no te aparecerías —soltó a la oscuridad lúgubre, obligándolo a darse la vuelta. Tenía un aspecto horrible, como si también le tuviese miedo —. Hola.
Daniel Terry era hijo de ingleses, pero debido al trabajo de su padre vivía en København desde los cuatro años. Se conocieron a los seis o siete años cuando se cambió de escuela porque en su escuela anterior lo molestaban mucho por su divertido acento. Allí, Christoffer se interesó en él y desde entonces se consideraban el mejor amigo del otro.
—Supongo que te enteraste de todo, ¿no?
Daniel sonrió a medias, dejando escapar una nube de frío por su boca. Tenía los labios partidos del frío que hacía, a pesar de que estaba recién comenzando el otoño.
—Fui uno de los que vio a Fadil en el suelo —musitó, mirándose las zapatillas, que hace tiempo habían dejado de ser blancas por su desmedido uso.
—Ajá —el rubio alzó la barbilla y se fijó mejor en su expresión. Llevaba un gorro negro y una bufanda a juego que le cubría gran parte de la cara, como si lo hubiese intentado a propósito. Ya no podía verle ni el cabello castaño, ni las delgadas cejas que tenía, ni las orejas ni parte de su mandíbula y barbilla.
—Escucha, Dahl...
—Hoy me mostraron la lista de testigos y tú aparecías ahí —entrecerró los ojos, sintiendo los pómulos doler por las bajas temperaturas —. ¿Testificaste contra mí?
Daniel parpadeó en la oscuridad. La luz amarillenta del farol apenas lograba iluminar sus rostros.
—No...
—No mientas. Vi tu nombre y apellido en la hoja. Testificaste que había empujado a Fadil por la ventana. ¿Por qué lo hiciste?
Después de un silencio, solo obtuvo un levantamiento de hombros.
—¿Así que esa es tu opinión sobre mí? Pensé que éramos mejores amigos, que me ibas a apoyar en las buenas y en las malas.
—Tenía que decir la verdad, Dahl.
—Claro, verdad que tú eres tan sensato —sacó las manos de sus bolsillos a pesar del frío que tenía, puesto que no estaba tan abrigado como Daniel —. ¡No seas mentiroso! Tú también pasabas molestándolo. La semana pasada incluso le dijiste que su madre parecía una prostituta.
Daniel bajó la vista y escondió un poco más la cara detrás de su bufanda. Parecía incómodo, pero había algo extraño en su expresión. Christoffer sentía que había algo más detrás de todo.
—¿Cómo pudiste jugarme tan chueco, Terry? ¿Cómo pudiste hacerme esto? —sintió ganas de llorar otra vez —. Testificaste en mi contra y me llamaste asesino igual que todos los demás. ¿Cómo puedes mentir tan descaradamente?
Entonces, Daniel levantó la cara otra vez. Su mirada era inaccesible, como la cara que había puesto su madre cuando decidió irse de casa.
—¿Mentiroso? ¿Me estás llamando a mí un mentiroso? —dio un paso al frente para acorralarlo contra la pequeña cerca de madera que separaba la acera del patio delantero de su casa —. Te aseguro que esto es solo tu karma después de lo que me hiciste.
—¿Qué te hice?
—No te hagas el que no sabe nada. ¿Mentiroso? ¿En serio? —entrecerró los ojos y abrió más la boca —. Esto lo decidí después de que me tocaras la cara el día que te quedaste a dormir en mi casa. ¿Quién te crees? ¿Viniste a mi casa solo para poner en práctica tus asquerosas prácticas de conquista homosexual?
Lo había dejado callado.
—¿Cuánto de nuestra amistad fue una mentira, Dahl? ¡Quiero oírlo! —sus mejillas hervían de rabia —. ¿Mejores amigos? ¿Estaremos en las buenas y en las malas siempre? ¡Debiste haber pensado en eso antes de actuar como un demente!
Christoffer frunció las cejas y la derecha se alzó un poco por la confusión.
—¿Tocarte la cara?
—Así es, el último día de verano. Creíste que estaba dormido, pero no lo estaba —lucía realmente afectado y, a pesar de ser más bajo que él, sus sentimientos del momento lo hacían ver imponente —. Colocaste tus dedos sobre mi mejilla y me acariciaste hasta intentar alcanzar mis labios. ¡¿Por qué hiciste eso?!
El rubio parpadeó, intentando comprender sus palabras. Como tardó tanto, volvió a hablar:
—Exacto, ni siquiera tienes argumentos, al igual que con lo de Fadil —ladeó su cabeza y lo miró casi con asco —. Será mejor que vayas preparándolos, porque en la Corte no te van a dar tiempo de inventarlos.
Intentó irse, pero Christoffer lo tomó del antebrazo con fuerza para retenerlo. Sus ojos volvieron a encontrarse y Daniel pudo sentir la tensión y la desesperación en el ambiente.
—¿Estás haciéndome esto solo por ese detalle? ¡¿De verdad vas a arruinarme la vida entera por un roce?!
Vio algo en su cara que lo hizo tambalearse y soltarle el brazo poco a poco. Daniel tenía la mirada clavada en sus ojos verdes y un tic nervioso le recorría el ojo derecho.
—Así es. Y si mi llaman a testificar de nuevo, diré que tú lo empujaste porque lo odiabas demasiado que no podías aguantar verle la cara todos los días. Y todo por ser musulmán. Sucio racista.
—¡Tú también lo odiabas por eso!
—Lo sé —sonrió de lado —. Y también odio a los homosexuales.
Le dio dos palmadas fuertes en la cara y comenzó a retroceder, sin dejar de sonreírle lleno de hipocresía.
—Me das asco, Dahl. Será mejor que te escondas —miró hacia el cielo oscuro sin ninguna estrella en él —. Ah, cierto. No hay necesidad de eso, porque te darán cadena perpetua por asesino y por hipócrita.
Esta vez el silencio fue doloroso. Christoffer sintió que su existencia era engullida poco a poco por el silencio, ya que esa noche en particular, ni siquiera los grillos de los setos cantaban. Miró el suelo y no halló qué hacer con las manos, que volvían a temblarle como cuando estuvo encerrado en esa oficina sin oxígeno.
—Tú... —respiró entrecortado —. No te rocé esa noche con otras intenciones. Pero gracias por ser tan claro...
—Lo que sea, ya no me importa lo que digas.
—Podrías haberme arruinado la vida de manera distinta —habló con más claridad, aunque no sentía realmente una actitud eficaz en sus venas —. O haber conversado conmigo si tenías algún problema. Eso es lo que hacen los amigos... no actúan como si fuesen hermanos un día para luego apuñalarte por la espalda al siguiente.
Se encogió de hombros y abrió la puertecita de madera para entrar a su jardín, sintiendo un peso sobre la espalda.
—Solo digo —concluyó, dándole la espalda y volviendo a entrar a la casa de madera entramada estilo inglés, de colores blanco descuidado y café.
Daniel se quedó mirando su espalda y se sintió engañado y asqueado. Negando con la cabeza, metió aún más al fondo las manos en su chaqueta y, aguantando la respiración para lograr entrar en calor, retomó su andar por la solitaria calle, mientras se escuchaba el ruido del tráfico proveniente del centro de København y al perro de uno de los vecinos ladrándole al ver su sombra pasar.
Cuando Christoffer entró a su casa al borde de las lágrimas, se dio cuenta que su hermano lo estaba esperando sentado en la escalera que dirigía al segundo piso, la que se encontraba al lado de la puerta de entrada.
—¿Todo bien?
No quiso contestar. Después de todo, tenía arresto domiciliario y no podía alejarse del perímetro de su casa. Subió un escalón más, pero Misha lo detuvo.
—Quiero que recuerdes una cosa, Christoffer. Prométeme que siempre lo tendrás presente.
Su hermano menor asintió sin ganas.
—¿Qué es? ¿Sabes cuántos años me darán de condena, señor abogado?
No le gustaba que su hermano utilizara la ironía cuando estaba enojado, por lo que respiró profundo y continuó con lo que planeaba decirle:
—Mientras algunos buscan hacer daño para conseguir lo que quieren, una buena persona busca lo que te puede entregar sin nada a cambio.
Le dio un apretón de manos.
—Tenlo siempre presente —Lo miró con pena y se alejó—. Ve a dormir ya. Es tarde.
Subió las escaleras y se fue a esconder a su cuarto, pegando su espalda contra la puerta y mirando el techo oscuro por unos minutos, sin saber realmente qué pensar al respecto. Tenía tantos sentimientos encontrados, la mayoría malos, que supuso que lo mejor era recordar la frase de su hermano, pero acostado; durmiendo. Allí al menos, en la seguridad de su desordenada habitación, era un buen sabedor de que allí al menos nadie lo consideraba asesino.
-xxx-
Me habían estado preguntando y sí, esta es una historia chicoxchico. ¡Gracias a todos los interesados! Voten, comenten y compartan.
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