Capítulo 14 - Chandelier

Como cada mañana en el autobús, Maja iba revisando los pasos y escuchando la canción. Solo por primera vez, Lian se colocó los audífonos y a todo volumen comenzó a escuchar ese ritmo argentino que ya estaba detestando. Cerró los ojos y se imaginó a él bailando con su hermana. Era fácil imaginarse a él mismo siendo fálico y sensual como Gijs quería, pero sabía que no era fácil hacerlo en la vida real. Se sentía tan fuera de lugar cuando le tomaba la pierna, le acariciaba la piel o intentaba besarle el cuello. Sentía que ese no era su destino; que estaba haciendo algo repugnante.

Y el sentimiento de náuseas no se le quitó, ya que apenas llegó al salón y vio a Ruth, que antes se sentaba con él, sentada ahora con Magnus y a Christoffer sentado en el banco que estaba junto al de él, supo que sería un día de mierda.

Llegó por su espalda y se sentó a su lado, dejando el bolsón de cuero sobre la mesa y disimulando sus gestos de dolor al tener los músculos tan tirantes todavía. Sabía que Dahl lo había visto ya y que le había echado una mirada desde su boina azul marino hasta sus zapatos, pero no dijo nada, por lo que no se molestó en intentar saludarlo, ni menos decirle que el puesto que realmente le correspondía a Christoffer era el que estaba junto a la ventana. Pero no iba a ponerse a pelear por unos centímetros. Desde ahora se sentaría junto a la ventana y no hablaría nada con él. Después de todo, según Gijs, le estaría haciendo un favor si eso no ocurría.

—¿Por qué el suspiro?

No se había dado cuenta que había lanzado un suspiro de hastío cuando lo escuchó mascar groseramente el chicle y golpear con uno de sus lápices repetidamente su mesa de madera. Era un muchacho realmente desagradable.

—¿Qué te importa?

—Ya sabes que me molesta.

Lian volcó los ojos, sardónico. Le molestaba su mirada a él también y no le pedía que se sacara los ojos, aquellos que parecían los de un gato brillando en la oscuridad.

—Bueno, a mí no me importa que te moleste —masculló, crispando los dedos para aguantar las ganas de estamparle una silla en la cara. Cómo extrañaba a Ruth como compañera de banco.

—Já. Ahora tienes agallas para decir las cosas que te molestan, ¿no?

—No —Sonrió ampliamente —. Siempre dije que me molestabas, si mal no recuerdo.

Christoffer se echó hacia atrás en la silla. Su presentación personal era una calamidad. Cabello sin peinar, camisa fuera del pantalón, manchas de comida en la ropa, chaqueta mal puesta y zapatos sin lustrar. Y la cara de adormilado rebelde no se la quitaba ni la cirugía plástica.

—No me sigas hablando entonces —masculló el rubio, enfadado.

—Tú empezaste.

—Cállate.

—Bien.

—Bien.

Christoffer infló las mejillas de rabia y se dedicó a trazar líneas en su cuaderno. Sabía que, si pensaba en Fadil, en teoría se había ganado gratuitamente esas faltas de respeto viniesen de quien viniesen, porque de alguna forma tenía que pagar por sus malos actos del pasado. Pero sentía que había cambiado y tenía sentimientos como cualquier otra persona. Siempre intentaba abstenerse de las peleas físicas y tampoco era como si le fuera muy mal en el colegio. La verdad es que su rendimiento era mejor que hace dos o tres años atrás. ¿Acaso no merecía segundas oportunidades? Si en el fondo, él mismo sabía que estaba dispuesto a ser muy simpático y amable si la otra persona cooperaba de la misma manera hacia él.

Lian Vaughan-Zhang, por ejemplo, no era ni simpático, ni amable. Si hubiese podido enterrarlo en un pozo junto con esa antipatía natural que le tenía, esos suspiros rendidos que pegaba al aire y lo tensos que siempre estaban su espalda y sus hombros, como si él fuese la reencarnación viva de Ted Bundy, lo habría hecho.

Pero no. Llevaba poquísimo tiempo sentado con él y ya no soportaba toda esa mierda de personalidad que cargaba sobre su cuerpo. Exhibía aires de supremacía y tenía una expresión de apatía en la cara constantemente, que, junto a sus ojos rasgados y oscuros, le daban un panorama mucho más tétrico. Si no fuese por todo eso, estaba seguro que habría podido llamar su atención de todas formas, como Erik lo había hecho en solo unos segundos con él. Pero ya no era así, porque con esa expresión de civilidad constreñida y el solo hecho de pensar que Lian era un reto hasta para saludarse en las mañanas, lo hacían alejarse.

—Christoffer, ¿podrías ponerte de pie y leer el texto en voz alta y hacer una reflexión sobre eso?

Se levantó al escuchar la orden del maestro, haciendo un chirrido innecesariamente desagradable y agudo con la silla y manteniendo esa postura de cansancio natural. Odiaba la escuela y odiaba mucho más participar en clases.

Lian alzó la barbilla y esperó pacientemente a que Christoffer terminase de leer, esperando que no le sangraran los oídos con sus tartajeos y las pausas eternas que se pegaba después de un punto aparte.

Con la discusión finalizada, la primera clase de filosofía transcurrió bastante rápido y se sintió afortunado de que Christoffer no interrumpiese su concentración con preguntas como si podía utilizar su borrador o si le prestaba sus apuntes. Ahí fue que se sorprendió que el platinado no tomase ninguna nota. Se dedicó a dibujar aviones por toda la hoja de su cuaderno durante toda la clase. Creía que nunca había visto a alguien tan distraído en su vida. Llegó a sentir un poco de rabia al ver que era un alumno tan descuidado de sus estudios, especialmente en el último año de colegio.

De repente, incluso, Dahl se reía de la nada; observando memes en Instagram, teniendo el celular guardado dentro de su estuche para que pasara sin notoriedad, aunque Lian podía verlo con lujo y detalles. Y qué aburridos que eran esos chistes que lo hacían reír entre dientes a éste.

—Christoffer —Le llamó la atención el educador, provocando que la mitad de la clase se diese una vuelta a comerlos con los ojos, algo que hizo encolerizar y enrojecer a Lian a la vez —. ¿Se puede saber por qué te da tanta risa el suicidio del filósofo Gilles Deleuze?

Estaban hablando de ese filósofo desde hace al menos quince minutos, pero por supuesto, Dahl no se había dado ni por enterado. Si le hacían una interrogación improvisada, seguramente estaba más que perdido. Por ello, su arma fue solo sonreír, como el niño bueno que estaba lejos de ser.

—No me da risa. Disculpe.

—Entonces, ¿podrías hacer el mínimo esfuerzo de sentarte bien, quedarte callado y tomar apuntes como el resto de tus compañeros? Por favor.

Dahl asintió, guardándose el móvil en el bolsillo trasero de su pantalón y tratando de poner atención a cómo Gilles se había lanzado desde la ventana de su apartamento en París en 1995, dando por consumada una vida llena de victorias en el área filosófica. Al escuchar qué había ocasionado su muerte, Christoffer arrugó la nariz y se puso a jugar con un pedazo de hilo que encontró por ahí, distrayéndose nuevamente.

Lian colocó en blanco sus ojos, odiando cada partícula de su ser. Realmente no lograba comprender qué veían en él las chicas que decían estar locas por él. Era descuidado con su apariencia física, no le ponía el esfuerzo necesario a las materias, tenía una sonrisa estúpida que le daban ganas de molerlo a golpes, y su diversión era faltarle el respeto a quien se le cruzase. ¿Cómo alguien podía desear algo así en su vida amorosa?

Lo único bueno de todo eso, es que sentía que le había quedado muy claro lo que le había dicho esa noche al bajarse de la moto y agradecía internamente su comprensión. Pero no entendía cómo Magnus se mostraba tan divertido con el hecho de que su mejor amigo se sentase con Dahl. No dejaba de mirarlos y de hacer muecas chistosas como si lo hubiesen sentado con un actor famoso o con el peor de sus enemigos. No le dio importancia, hasta cuando sonó la campana del recreo. No quiso creerlo, pero lo primero que hizo Magnus fue correr al puesto de ellos y hablarle a Lian, pero con la clara intención de que el rubio le dirigiese la palabra. Se notaba en su cara. Lo miraba de soslayo a cada rato.

—Eh, Lian, ¿te quedaste despierto hasta tarde anoche? ¿Qué hacías? —abrió la boca en forma de "O" al máximo —. ¡¿Te descargaste Tinder?!

—¿Tinder? —se mostró confundido, mientras metía ordenadamente sus libros al maletín. Christoffer lo escrutaba con la mirada, como si también estuviese invitado a opinar.

—Sí. Armin dijo que se encontró a Ruth anoche en Tinder y le dio un Super-Like, pero ella no le mandó nada de vuelta —comenzó a reírse como una ardilla —. Oh y Joachim se lo descargó también y ya está hablando con una chica.

—Bien por ellos.

—Uh, te levantaste con el pie izquierdo otra vez. Qué novedad—entonces, después de su espectáculo excesivamente exagerado, tanto en expresiones, palabras usadas y forma en la que las había dicho, miró a Christoffer que metía desinteresadamente sus libros debajo de la mesa —. Hola, Christoffer. Lamento que el profesor te haya reprendido en clases. Pero descuida, él no odia a nadie.

Levantó los hombros, como Lian suponía que haría.

—Da igual. De todas formas no me interesa lo que hizo o no con su vida ese tal Pierre.

—Gilles Deleuze —le corrigió Lian entre dientes, de pura rabia. Ni siquiera los había mirado al decirlo. Sabía que Christoffer se veía como que estaba a punto de replicar con saña, pero finalmente se rio con acritud, volviéndose hacia Magnus:

—¿Y qué me cuentas, eh? ¿Por qué estás aquí?

Desbordaba falsa cortesía de repente.

—Oh, estaba curioso por algo... Acaso ¿ya has pensado en tu traje de Halloween? Es que no quiero que el mío me lo repita nadie.

—Claro. Voy de vampiro, ya lo tengo seleccionado —miró por el rabillo del ojo a Lian para ver su reacción, pero él solo se dedicó a mandar mensajes a través de su celular. No puso ninguna cara, lo que lo disgustó, porque quería saber qué pensaba de ello —. ¿Y tú?

Los ojos de Magnus se iluminaron tras la pregunta.

—De vaquero.

—Es un excelente disfraz. Me muero por verlo.

Sabía que aquello estaba emocionando desesperadamente a Magnus. No pudo evitar darle una sonrisa socarrona, aunque con la emoción en sus venas, ni siquiera lo notó.

—Yo me muero por ver el tuyo. ¡Y gracias por invitarnos! Creo que no te lo he agradecido suficiente. En serio, me has cambiado la vida. No sé qué haría si...

—Magnus.

Lian lo miraba. Había dejado el celular de lado y su expresión era reprobatoria.

—Déjalo, Lian —aseveró Christoffer, alzando la barbilla con aires de suficiencia—. Magnus y yo estamos dejando nuestras diferencias de lado para ser amigos de verdad. ¿Por qué no haces lo mismo y te relajas? ¿O acaso es demasiado pedirte?

Lian apretó los labios y se colocó de pie, bien erguido, a pesar de lo mucho que le dolía la espalda y las piernas. Su cuerpo le rogaba por una silla, pero su rabia fue mayor.

—Dahl, ¿me acompañas al corredor?

Sin esperar respuesta—sabía que lo seguiría—, caminó rítmicamente hacia la puerta para salir al pasillo. Ante los ojos asombrados de Magnus, Christoffer se echó un nuevo chicle de menta a la boca y, muerto de risa como era usual, tomó su libreta y siguió a Lian hacia la salida.

Lo encontró de espaldas a tres o cuatro pasos de la puerta del final de la sala. No tuvo que decir nada. El joven sintió su presencia y se dio la vuelta, indignado.

—¿Qué crees que estás haciendo?

Se encogió de hombros, casi riéndose.

—Solo estoy siendo cordial. Aunque dudo que tú sepas lo que significa, ¿o sí, señor déspota?

—¿Yo? ¿Déspota? Tienes que ser el humano más hipócrita del mundo si crees que yo soy más déspota que tú.

El rubio intentó ignorar el hecho de que lo llamó "Neandertal" sin reparo alguno frente a varios grupos de estudiantes que se paseaban por allí.

—Quizás los dos lo somos... a nuestra manera.

Otra vez esa sonrisa de mierda. Lian prefirió ignorar el rumbo de esa conversación e ir directo al grano:

—Yo no me fío de ti, ¿sabes? Sé que le estás tendiendo una trampa a Magnus. Uno no cambia el trato hacia un tercero de un día para otro —echó un vistazo hacia sus lados para comprobar que nadie espiaba esa plática —. ¿Me intentas vender el teatro de que hace unas semanas le dices que para ti él ni existe y hoy mágicamente quieres volverlo tu mejor amigo? ¿Me crees suficientemente idiota como para comprarte eso?

El rubio se lo quedó mirando, con esa sonrisa sesgada que decía mucho y a la vez tan poco. El pasillo estaba lleno de estudiantes que corrían de un extremo a otro lanzándose rollos de papel higiénico o chicas que conversaban con los libros en sus manos.

—Pensé que no volverías a dirigirme la palabra, Lian. No te duró nada el intento.

El mencionado sintió una opresión en el pecho y las ganas intensas de gritar.

—No cambies el rumbo de la discusión. Estoy defendiendo a mi amigo. Así que deja de evadirme con respuestas toscas y contéstame.

—Magnus es lo suficientemente mayor para pensar por sí mismo. No eres su mamá —se cruzó de brazos sobre el pecho —. Y no volveré a escucharte ni decirte nada hasta que me pidas disculpas, al menos por lo que me dijiste ayer. Esta hostilidad tuya es innecesaria e injustificada.

—¿Eh?

—Hay formas y formas de decir las cosas. La forma en la que me hablaste ayer me ofendió. Si soy sincero, hasta me dolió —Apretó los labios, esperando una respuesta, pero no dijo nada. Solo respiró con fuerza—. Mira, no estoy pasando por un buen momento... familiar, y lo que menos necesito es llevarme mal con las personas en la escuela. Pídeme las disculpas que me corresponden y dejaré todo en el pasado.

—Perdiste tu chance de tregua entre nosotros en el momento en que creíste que me podías hacer el tonto.

—Lo de Magnus fue un error. No deberías hacer tanto escándalo cuando a ti, particularmente, no te he hecho nada.

—No. El error fue que creíste que te saldría barata. Ese es tu error de siempre. Eres el tipo de persona que cree que todo merece perdón y que los actos dañinos no tienen consecuencia.

—Entonces, si eres tan justiciero, Lian Vaughan-Zhang, ¿por qué me pagas de la misma manera? No suena muy maduro que digamos.

—Quiero que sepas lo que se siente que te traten como a un trapero.

A diferencia de lo que pensó, Christoffer sonrió.

—Bueno, lo lograste. Me hiciste sentir miserable. Ahora, pídeme disculpas. Prometo que no volveré a hacerle daño a tu amigo.

Lian le puso en blanco los ojos y bufó por la nariz.

—Bien, disculpa si te ofendió lo que te dije, pero no creas que eso significa que seremos mejores amigos. Mantendré mi distancia igual, te guste o no.

—Bien, solo no me lo digas —Le estrechó una mano —. Y disculpa si antes he dicho algo que te ha ofendido también.

Lian le estrechó la mano de vuelta en silencio y la retiró cuando le fue humanamente posible, colocando esa cara de póker de nuevo.

—No es que sea antipático contigo porque quiero, Dahl —quebró el silencio incómodo —. Me preocupa mi amigo.

—Ya te dije que no voy a hacer nada. Relájate un poco. Hasta Bodilsen vive la vida con más libertades que tú.

Si bien esto solo confirmaba sus sospechas, se quedó de piedra. Obviamente Dahl quería que se mantuviera lejos de sus planes malvados, pero no lo haría. No le daría en el gusto.

Hubo otro largo silencio, donde Christoffer se esforzaba en hacerle caras seductoras a las chicas guapas que transitaban de un lado a otro del corredor. Y entonces Lian, con la voz cargada de fastidio, habló de nuevo.

—Escucha, Christian.

—Christoffer.

—Lo que sea...

—Bueno, no es como si me molestara realmente. Tú mismo, sin darte cuenta ya nos inventaste un nombre de ship.

—¿Un nombre de qué?

—Christoffer y Lian... juntos. Es igual a Christian, de cierto modo.

Sonrió como si hubiese descubierto la pólvora. Lian no sabía si reírse en su cara por ser tan estúpido o seguir caminando hasta caerse de un acantilado y morir.

—¿Qué...? —Casi se burló de él, pero solo salió una tos pequeña de su garganta al estar tan atónito. Ni la boca lograba cerrar—. Qué... tonto.

Comenzó a burlarse un poco, pero terminó apretando los labios y negando con la cabeza como si fuese un caso aparte.

—Ignoraré lo último. Solo no tergiverses lo que digo. Quedas como demente. ¡En serio!

—Bueno, igual puedes llamarme como tú quieras.

Le guiñó un ojo, coqueto. ¿Esa era su forma de minimizarlo o confundirlo?

—En ese caso, te llamaré "imbécil", si es que así aprendes a escuchar cuando otro habla —le clavó una mirada intensa cuando el rubio comenzó a reírse hacia adentro —. Te lo diré despacio, para que lo entiendas de una buena vez: En esta historia tú eres el malo y Magnus es el bueno. Vas a comprender que yo estoy del lado de los buenos y no dejaré que alguien como tú se salga con la suya para hacer reír a sus amigos patéticos, ¿entendiste?

Lo miró de arriba abajo con desprecio.

—Deberías comenzar a comportante como un ser humano decente.

—Tú realmente no tienes nada bueno que decir de nadie, ¿verdad? —Se apuntó la frente con su propia libreta —. Me tienes hasta la coronilla. Todas las veces que te he escuchado, te estás quejando de algo. Eres un dolor de cabeza, Lian. No he conocido a nadie más terco, frustrante y enojón en mi vida. Eres más difícil de entender que el trinomio al cuadrado y eso ya es mucho pedir... Sin tomar en cuenta el hecho de que tus disculpas valen menos que comprar ropa usada en el mercado al aire libre.

—Ya.

Entonces, sin previo aviso, Christoffer tomó una punta de su boina y la bajó para lograr taparle los ojos.

—Deja vivir la vida a los demás —se mostró divertido cuando lo vio acomodarse la boina con enojo —. Y, por cierto, linda boina. ¿Podrías prestármela algún día? Seguro se me ve mejor a mí que a ti.

Lian elevó su mano como en señal de "pare" y acercó levemente su cara hacia él.

—Tienes que detenerte ahora que puedes, Christoffer.

—Ah —Se mostró enternecido, como si de pronto hubiese visto una cabrita bebé —. Sabes mi nombre.

—¡Hablo en serio!

El rubio volvió a distraerse al saludar a un conocido de una clase paralela. Seguramente algún otro pelafustán que jugaba fútbol. Lian le dio un topón con dos dedos en su hombro. Estaba tan enrabiado que se cedió un poco en su fuerza y Dahl puso un gesto de dolor y se giró a verlo.

—¡Ay! Eso duele.

—Ponme atención.

—¡Lo estoy haciendo! Joder. Habla más rápido y no vuelvas a enterrarme los dedos allí. Es mi punto débil.

—Estoy hablando bien. Te estaba diciendo que... deberías centrarte más en la vida.

—No entiendo lo que quieres decir —confesó, rascándose la sien.

—Estás perdiendo tu tiempo con Erik, Torben y Nikolai —alzó la barbilla, pero se veía incómodo y no hallaba qué hacer con las manos —. Eres muy actuado. Pareces un cliché andante.

—Escucha, Lian Vaughan-Zhang...

Sus ojos se encontraron, mientras Lian sentía su cuerpo encogerse y en su mente rememoraba todos los recuerdos que tenía con Christoffer hasta ese minuto. Casi todos lo hacían sentir descompuesto, por lo que no pudo evitar entrecerrar los ojos y obligarse a escuchar a un ente que se creía filósofo cuando en realidad era idiota.

—...eres un muchacho inteligente —prosiguió —, y debes comprender que cada vez que me vienes con estos discursos banales, solo me haces querer demostrarte más y más cuán equivocado estás sobre todo, incluyéndome.

Lian bajó la mirada a sus zapatos perfectamente lustrados y brillantes y pensó por un segundo en Magnus. Se sintió engañado, el cómplice tonto de Magnus que no sabía realmente si estaba ayudando o no a su amigo en el lío que se metía, con tal de querer alcanzar la popularidad. Imaginó que Erik y Christoffer se habrían reído todo ese tiempo en privado de sus tentativas de aconsejar a su mejor amigo o de apoyarlo cuando lloraba en el baño..., esas pequeñas cosas que creía que le harían sentirse mejor. ¿Qué sentido tenía todo eso al final?

—Así que, Vaughan-Zhang, si realmente quieres ayudar a tu amigo y deshacerte de mí, vas a venir con él a la fiesta de Halloween sin esperar que te chantajee o termine yendo con sus otros dos amigos mientras tú te quedas haciendo acupuntura en casa. Deja de hacerte el difícil.

—Qué gran lógica —satirizó, con una sonrisa que emanaba más animadversión que doblez —. ¿Eso es todo?

—Una cosa más.

Enarcó una ceja y esperó, mientras contemplaba la sonrisa que se le formaba en los labios al rubio poco a poco.

—No puedes seguir escondiéndote toda tu vida. Tus amigos ya han entendido que eso no funciona en la vida real —Le guiñó un ojo —. Tendrás que salir de tu burbuja por las malas. Ya te he visto.

Sonrió de lado al ver su cara sin reaccionar.

—Y espero verte en Halloween.

Lian ni siquiera pestañeó cuando recibió un pequeño golpecito en la cabeza con la delgada libreta que Christoffer llevaba en la mano. Solo pudo mirarlo con el ceño fruncido, mientras él le regalaba su clásica sonrisa torcida y caminaba hacia la puerta como todo un campeón, desapareciendo detrás de ésta y dejándolo solo allí, pegado junto a la pared sin saber si todavía entendía sus palabras, como si se las hubiese dicho en japonés.

Solo una cosa tenía clara: Qué antipático era con él.

—Lian.

"Oh, no. Gijs", pensó inmediatamente. Podía reconocer su voz en una marea de personas en hora punta. Con una sonrisa que llevaba años estudiando para él, se volteó, viéndolo allí de pie, con esos trajes a rayas súper anticuados que usaba él que le agregaban naturalmente más años de los que tenía.

—Hoy haremos tu presentación frente a la clase. Espero que al menos una cosa te salga bien, ¿hum?

Sin decir nada entró a la sala justo cuando la campana sonaba, haciendo que adentro los alumnos se quejasen sin disimulo de su puntualidad. Lian cerró los ojos y apoyó la espalda contra la pared, tomándose un momento de respiro para darse cuenta de que ahora no habría interrupciones y tendría que cantar una canción de Sia (cuando ni siquiera era fan de ella) frente a toda su clase, compuesta en su mayoría por hombres que se comportaban como primates.

Así fue como entró y ni siquiera se molestó en ir a su pupitre a hacer como que ordenaba papeles o libros. Se quedó de pie al frente de toda la clase, mirando el piso cubierto de motas de polvo y marcas de barro, mientras sus compañeros se alistaban rápidamente, siguiendo la orden del profesor de música.

—¡Profesor!

Lian levantó la cabeza y sus ojos se clavaron en Christoffer. ¿Otra vez comenzaría con su espectáculo? Gijs parecía odiarlo.

—¿Qué quieres, Dahl?

—No alcancé a ir al baño. ¿Puedo ir ahora?

Era profesor desde hace más de veinte años. En la escuela observaba toda la vida humana pasar ante él: Los granujas —especialmente varones, que ni siquiera eran capaces de tener un uniforme impecable ni la camisa metida dentro del pantalón—, la suciedad en patios y pasillos, las reincidentes malas calificaciones, incluso en un ramo tan desvalorado como música, y los padres agotados y con preocupaciones aún mayores. Era complicadísimo para Gijs mantener la calma y seguir comprensivo después de tantas horas laborales y la soledad que acarreaba tras el divorcio. Veía las mismas caras, tenía el mismo horario desde hace años y veía a alumnos como Christoffer Dahl a diario: Casos perdidos. A veces se lograba percibir la impaciencia en su voz, llegando a ser desalentadora hasta para él mismo, como si la negatividad de todo el mundo se apropiase de sus pensamientos y emociones, obligándolo a obrar mal.

—Está bien, pero no tardes —accedió, sorprendiendo a casi toda la clase —. Y cuando entres, no metas ningún ruido o te quedarás afuera.

—Kein Problem —respondió en un menesteroso alemán, tal vez para hacerse el graciosito.

Algunas sonrisas surgieron en las caras de las muchachas y algunos chicos comenzaron a hablar sobre él.

Como todo un campeón al ser el centro de atención, Christoffer salió sonriente del aula pegando saltitos. Lian no podía creerlo. A él lo habían dejado bailando casi hasta el amanecer. Había dormido con suerte tres horas y Gijs no lo dejaba ni siquiera comer lo que quería. Qué injusta le parecía la vida.

—Muy bien, como había dicho la clase pasada, Lian tenía una canción en honor a las víctimas del atentado...

Volcó los ojos y bufó descaradamente mientras explicaba lo mismo que había escuchado tantas veces. Sabía lo que se le venía. Esas canciones que le hacía cantar en público no era más que acoso escolar gratuito de su parte. Cuando cantaba, no dejaba de corregirle cosas, confundiéndolo y estresándolo, conforme los demás, detrás de sus cómodas mesas, se reían entre dientes, lo imitaban o miraban con temor a Gijs. Eso era lo que se debía aguantar, solo para demostrar que un hombre puede llegar a las notas altas también.

—Bien, Lian, comencemos.

Apenas sonó la música instrumental de «Chandelier», el grupo de Erik lanzó una risotada para nada disimulada y que solo le sacó una sonrisa malévola al tutor de Lian, que veía todas esas ocasiones como dificultades que su alumno debía superar. Algo hablaban de comparar los bailes de Lian con la niña de ese video musical en particular.

Entonces, mirando el suelo, comenzó a cantar, bajo y dulce, intentando controlar sus tonos. Como era una canción originalmente cantada por una mujer joven, había más posibilidades de que sus cuerdas vocales fallasen al tratar de imitarla.

—¡Más alto! —el primer grito y luego las sonrisas de las chicas, que a través de la mirada podían decirse de todo —. Es una canción con vida. Con sentimiento. ¡Me quedo dormido!

Ya iba por el pre-coro y se atrevió a levantar la vista. Se abochornó cuando solo sintió apoyo por parte de Magnus. Era el único que le sonreía y hacía gestos con las manos que aludían a la fuerza y el poder. Ni siquiera Armin y Joachim lo apoyaban. Estaban demasiado embobados en los exagerados gestos de Gijs al momento de retarlo.

—¡Más agudo! No llegarás con fuerza a las notas altas—dijo sin reparo cuando Lian comenzó el coro.

Intentó elevar el volumen de su voz y mantenerse tieso, pero los recuerdos de la noche anterior carcomían su cabeza como demonios. Le daban ganas de llorar, más con esa canción. Su cuerpo estaba agotado y tenía tanto sueño que sentía que, aunque quisiese, no podría dar lo mejor de sí.

Terminó el coro y comenzó la segunda estrofa, tratando de agudizarse más, mirando el primer pupitre que tenía en frente, de Liv, fijamente para concentrarse, cuando a la sala entró Christoffer, volviendo del baño. Lo observó mientras la letra salía de su boca casi robóticamente. Se miraba las manos, donde en su palma tenía una mancha de tinta de lápiz que no había salido del todo con el jabón. Se sentó en silencio como el tutor le había pedido y ni siquiera levantó la mirada, como si a él también le pareciese horrible y aburrida la presentación, a pesar de cantar como profesional.

¿Cómo podía ser? ¡Él jamás lo había escuchado! ¡Debía ser el primero en impresionarse! ¡El primero en aplaudirle y hacerle saber que lo estaba haciendo bien! ¡¿No?!

¿O era que en verdad lo estaba haciendo tan fatal que se merecía todos esos malos tratos de Gijs y las miradas acusatorias de sus padres y amigos?

Entonces, comenzó inconscientemente a subir el volumen y la intensidad de su voz, dejando caer las manos y relajando los músculos de su cuerpo, sin dejar de contemplarlo, como si lo estuviese llamando a la distancia. Era el único del salón que no podía permitirse no mirarlo.

One, two, three, one, two, three, drink
One, two, three, one, two, three, drink
One, two, three, one, two, three, drink

Apretó las manos hechas puño con fuerza.

Throw em back till I lose count...

Entonces, en el coro, logró desatarse, tal vez por primera vez en años. Cerró los ojos y dejó que la voz de su interior saliese de lo más oscuro de sus entrañas, sin desafinarse y cantando lo más alto que su garganta y cuerpo le dejaban.

I'm gonna swing from the chandelier, from the chandelier...

Y Christoffer elevó lentamente la mirada, con las pupilas más pequeñas y los ojos bien abiertos, al igual que muchos de sus compañeros, que parecieron impresionados ante un chico de corta edad que llegase a notas tan altas y sin desfigurarse.

I'm gonna live like tomorrow doesn't exist
Like it doesn't exist!

—Excelente —interrumpió Gijs de repente, con una sonrisa entre los labios, emocionando a Lian internamente. No escuchaba esa palabra salir de sus labios para referirse a él desde hace casi un año o un poco más. Si no hubiese estado tan concentrado, habría caído de rodillas y habría llorado de felicidad.

Incluso no pudo evitar que una sonrisa sincera se desdibujara en su rostro, conforme sus ojos rasgados brillaban y lagrimeaban de felicidad.

I'm gonna fly like a bird through the night, feel my tears as they dry

Sin darse cuenta, incluso había utilizado su cuerpo para transmitir el mensaje de la canción. Había elevado sus manos, las había llevado al pecho mientras ladeaba la cabeza o cerraba los ojos.

I'm gonna swing from the chandelier, from the chandelier

Y entonces, orgulloso de sí mismo, cantó el último coro con toda la energía restante que le quedaba, asombrado de que toda la clase estuviese seria, atentos a sus movimientos y acordes bucales. Todo por él y para él. Estaba agradecido y, después de mucho tiempo, sintió una felicidad indescriptible que casi le sonaba desconocida.

Finalmente, acabó. No esperaba que cuando dejase escapar el último suspiro, los aplausos de sus compañeros no tardasen en venir, incluidos los de su maestro. No dejó de mirarlo en todo ese rato con los ojos llorosos, como si esperase algún mensaje de apoyo de su parte. Pero no ocurrió así. Solo tuvo que conformarse con los aplausos y que caminase hacia él y lo rodease con su brazo, con una actitud extraña, como si quisiera que todos se dieran cuenta que el talento de Lian y su actuación le pertenecían; que, sin él, no era nada.

—¿Alguna opinión o sugerencia para su compañero? —El júbilo comenzó a disiparse —¿Alguien?

Magnus no tardó en levantar la mano.

—¿Sí, Magnus?

—Me pareció genial. Creo que hasta la misma Sia te felicitaría.

Lian se sonrojó y le dio las gracias, aunque su voz estaba tan cansada que apenas salió sonido de su boca. La siguiente en levantar la mano fue Ruth.

—Tengo que admitir que me tenías un poco enojada porque en todas las clases, mientras haces tareas, comienzas a cantar en voz baja y eso me desconcentra —algunas risas —, pero esta canción te salió tan bien que te perdono todo. Incluso ya empiezo a extrañar tener tus tarareos a mi lado.

Lian inclinó su cabeza hacia adelante como cuando su madre le daba las gracias a un tercero. Viejas costumbres orientales. Acto seguido, miró una vez más a sus compañeros, notando que ya no había nadie más que quisiese dar su opinión.

—Señor Dahl. Usted nunca lo había escuchado antes. ¿Tiene algo que decir?

Lian pestañeó dos veces y ladeó su cabeza para captar su imagen. Seguía en la misma posición en la que lo había visto la última vez: Erguido, congelado, con la boca semi abierta y los ojos enormes.

—¿Y bien?

Entonces, volvió a la Tierra. Parpadeó, nervioso, y miró a ambos lados para recién darse cuenta de que estaban todos pendientes de él.

—Este... —levantó su mano como si estuviese dando algo por hecho —. Nada, lo que dijeron los demás.

Lian aplanó los labios, decepcionado. Christoffer no tenía cerebro ni para formular una opinión propia y aquello no le asombraba.

—Excelente observación, Dahl. Te felicito —Se burló Gijs, volviéndose con cara de cascarrabias a Lian —. Yo solo quiero decirte que no apretes tanto los músculos cuando cantes. Y levanta más la barbilla. Más confianza y...

—...fue increíble —Christoffer llamó la atención de todos de nuevo ante palabras tan sinceras que además interrumpieron a Gijs—. He conocido a mucha gente en mi vida que canta fantástico. Siempre he sido un admirador de Sia como cantante y he vivido rodeado de música toda mi vida porque mi madre era violinista y... —miró a Gijs y luego, sus ojos, cargados de inocencia y de otro sentimiento nuevo, se fijaron en Lian —, y nadie me había sorprendido tanto como tú. Nunca pensé llegar a escuchar a un hombre cantando notas tan altas y con tanta facilidad. Fue genial, como Magnus dijo.

El profesor aplanó los labios en un intento de sonrisa y pidió últimos aplausos, mientras golpeaba suavemente el hombro de Lian y le pedía que volviese a tomar asiento. Así comenzó entonces la clase de música, donde el profesor comenzó a hablar de orquestas y de algunos artistas famosos dedicados a el área de la música clásica.

Lian se dedicó a escribir en silencio, recibiendo la tenue luz blanca de un rayito de sol que logró dejarse ver entre las nubes plomizas, dándole en una parte de su cara e intentando disimular que ya se había dado cuenta que Christoffer no dejaba de mirarlo descaradamente, como si hubiese descubierto un tesoro en bruto.

—¿Qué? —preguntó en voz baja, mirando fijamente su cuaderno para que no fuese captado hablando por Gijs.

No recibió respuesta, por lo que se giró impúdicamente hacia él, asustándolo.

—¿Qué quieres?

—Ah, es que... —se pasó una mano por su cabello rubio platinado, abochornado, para luego observar su reloj de pulsera y enseñárselo —. Faltan quince minutos para que la clase termine. Quería decírtelo porque pareces aburrido, aunque, bueno, yo... no, quiero decir...

—Tal vez podrías calcular cuántos minutos llevas mirándome fijamente —le susurró, volviendo a su cuaderno.

—Perdona. No quise...

—No quisiste. Pero lo hiciste. Y lo haces —Aclaró la garganta, sintiendo que unas pintas rosadas aparecían en sus mejillas—. Pon atención. La clase es al frente, no en mi cara.

Silencio. Los lápices de todos se seguían moviendo sobre los cuadernos y las partituras, mientras Gijs caminaba de un extremo a otro al frente de toda la clase, agitando sus manos como grulla en apareamiento y abriendo su boca e inflando su pecho como una paloma feliz, como si quisiera que todos se dieran cuenta que esa era su pasión.

Cuando les pidieron poner atención a un vídeo que iba a proyectar en la pizarra de una orquesta austriaca famosa, Christoffer, sonrojado hasta las orejas todavía, volvió a desconcentrarse mirando hacia el lado y se dio cuenta que en la libreta de Vaughan-Zhang había anotaciones en danés y en chino mandarín, con esas rayitas que nunca en su vida iba a entender.

—¿Hablas chino? —le preguntó en un murmullo, pero lo suficientemente alto para que notase su interés e incredulidad, y ladeando su cabeza lo necesario para que desde la posición del profesor no se viese su boca moviéndose. Era un experto. Adoraba hablar y mucho más en clases, donde la adrenalina se le subía a la cabeza.

Lian asintió.

—Sí. Mi madre es china. Nos habla a mí y a mi hermana en mandarín desde bebés.

—¡Vaya! —exclamó, tal vez un poco alto, porque Magnus se volteó a verlos con las cejas fruncidas —. ¿Y por qué escribes en mandarín?

Lian sonrió de lado, dándose vuelta a verlo con picardía.

—Para que nadie me pida los apuntes.

—¡Qué descarado!

Se sonrieron y comenzaron a reírse hacia sus adentros. Lástima que duró apenas dos segundos.

—Lian. Christoffer. —La voz del profesor hizo que ambos se irguieran de golpe con los ojos bañados en espanto —. ¿Quieren que los expulse o cuentan el chisme a toda la clase?

—Lo siento —murmuraron ambos, ruborizados ante las miradas de los demás estudiantes y el rostro reprobatorio de Gijs que, por un segundo, se preguntó a sí mismo si había sido buena idea cambiar a Christoffer a la mesa que daba al pasillo junto a Vaughan-Zhang.

Para cuando la clase de música terminaba, comenzaba el recreo de almuerzo, donde los alumnos tenían cuarenta y cinco minutos para comer y descansar antes de la siguiente clase de la jornada de la tarde.

Gijs salió de la sala rápidamente, como si ya detestase el aire de tensión y sudor que se formaba dentro del salón cada vez que terminaba su larga cátedra.

—Oye —masculló, ladeando su cuerpo hacia un lado. No recibió respuestas, así que giró su cabeza para mirar a su compañero de banco, quien metía rápidamente sus cuadernos con apuntes en mandarín dentro de ese bolso de cuero anticuado que llevaba a la escuela. No había dado muestras de haberlo oído.

—Oye —volvió a llamarlo, más alto, sin despegar su mirada de su perfil. Se giró torpemente para mirarlo, dejando caer uno de sus bolígrafos, por lo que volvió a distraerse para recogerlo del sucio piso. Fue demasiado tarde. Sus amigos de banda habían llegado a buscarlo para ir a almorzar, como era costumbre.

—Eh, Lian, apresúrate o nos van a robar la mesa —lo regañó Armin con una sonrisa entre los labios, para luego mirar a Christoffer que seguía allí, mudo. Joachim y Magnus hicieron lo mismo, para luego mirarse las caras con incertidumbre.

—¿Vienes a almorzar con nosotros? —le preguntó el pelirrojo, mirando a sus dos amigos, especialmente a Armin que le lanzó una mirada severa, ya que tenía entendido que Lian lo odiaba.

—Oh, no. Gracias. Ni siquiera traje almuerzo hoy y... —apuntó su celular en cuanto se lo sacó del bolsillo del pantalón —. Tengo que hacer unas llamadas...

Aplanó los labios y esperó que entendieran. Asintieron con la cabeza y comenzaron a retirarse. Sintió la silla de Lian chirriar al levantarse y siguió de reojo su silueta al pasar detrás de él y luego caminar hacia la puerta, esperando que se diese vuelta a verlo. En teoría lo hizo, aunque solo de lado. No se giró completamente y salió antes de que Christoffer pudiese devolver una mirada que lo cuestionaba. Así fue como Dahl se quedó solo en el salón, escuchando pisadas lejanas y voces que iban y venían desde el corredor.

Miró un rato la pantalla de su celular apagada sobre su desordenado pupitre, como si esperase realmente una llamada, que claramente nunca llegó. Hizo un ademán de levantarse entonces para ir a almorzar con Erik y sus amigos que se habían olvidado ya completamente de él, seguramente por los comentarios positivos que le había hecho a Lian o por el hecho de haber sido descubiertos conversando en clases, pero unas risas conocidas llamaron su atención. Venían desde el patio y una era bastante chillona, como la de Magnus, por lo que se apresuró a asomarse por la ventana. Allí abajo estaban los cuatro. Joachim, de cabello pelirrojo casi andrógeno, perseguía a Magnus que gritaba agudamente por el patio, asustando a las palomas que caminaban tranquilamente por la acera, mientras Armin llevaba en su espalda a Lian, que echaba su cabeza hacia atrás y se quejaba de un dolor en cierta parte que no logró descifrar por la lejanía, ya que los espiaba desde el segundo piso. De pronto, todo se volvió una secuencia en cámara lenta. Magnus destornillándose de la risa, mientras Joachim, riendo hacia adentro, intentaba hacerle cosquillas, sin importarle que las chicas, sentadas en una banca a unos metros, los estuviesen mirando con caras de repugnancia. Por su parte, Armin parecía ser el aburrido del grupo, un pequeño adulto, pendiente de la salud de Lian, mientras éste último se reía con las carcajadas de Magnus y echaba su cabeza hacia atrás, dejando caer su boina al suelo sobre una posa de agua.

Se escucharon gritos y caos y Christoffer comenzó a reírse solo en la sala cuando vio a Lian casi saltar como gato montés hacia la acera para recoger su boina, para luego lamentarse de que estuviese mojada y pegarle un codazo a Armin que se burlaba de él.

Sin darse cuenta, había comenzado a tararear «Chandelier » para sí mismo. Algo se decían. No alcanzaba a escuchar. Lian golpeó en el pecho con su boina a Joachim que también se burlaba de su mala suerte. Hizo un puchero y comenzó a caminar hacia el casino, siendo perseguido por Magnus. Se pusieron a correr y reír. Las risas se escuchaban como ecos que llegaba como música a sus oídos. Por un breve momento, deseó ser uno de ellos.

Había comenzado a cantar para él sin darse cuenta, con la nariz pegada a la vidriera, con el cielo gris sobre ellos y el viento soplando cada vez con más fuerza en ese día helado de octubre.

Le gustaba Sia. A Ingrid también le gustaba. A veces, de noche, cuando se colocaba audífonos para lograr conciliar el sueño, escuchaba algunos temas de ella. "Chandelier" nunca fue de sus favoritas, pero se le había quedado pegada en su mente después de oírla en clases.

—Linda voz, Dahl.

Casi le dio un infarto al escuchar a alguien tras él y su mano salió disparada hacia el borde de la mesa más cercana, haciéndose daño. Con la otra mano en el pecho y el sudor corriéndole por toda la cara, se volvió hacia la voz y miró con pasmo y terror al profesor de música, que había vuelto por un maletín que se le había olvidado. Se quedó ahí, extraño y radiactivo, mientras Christoffer no lograba canalizar su respiración por la nariz. Ambos se miraron fijamente por al menos veinte segundos.

—Algo me dice que ni tú te habías dado cuenta de que eras afinado.

Negó rápidamente con la cabeza.

—No, señor, no me gusta cantar. Lo detesto.

—Bueno, algo tendrás que hacer en clases de música, porque hoy, a pesar de que no utilizamos los instrumentos, no trajiste nada para tocar. Ni siquiera esa guitarra con la que ibas a tocarme una serenata en francés.

Christoffer tragó saliva. Era lo que le faltaba. Quería puro llorar de la vergüenza, por lo que le comenzó a pedir a Dios que, si realmente había planeado el fin del mundo, que fuese en ese instante.

—Tu voz... es distinta a la de Vaughan-Zhang.—Se acercó al mesón y dejó sus libros, lo que significaba el comienzo de una cháchara —. Lian es mucho más agudo. Tú tienes una voz masculina y otro semblante al cantar... algo melancólico, pero atrapante. No sé si es tu mirada o porque eres atractivo, pero logras convencer a quien te está oyendo.

Se sentó, con esa sonrisa diabólica que solo se traducía en problemas. Sabía que quería reclutarlo.

—Señor, con todo el respeto le digo que... yo jamás he cantado en mi vida. Canté un par de canciones en un funeral, para que le quede claro. No me gusta ser observado por todos y no tengo todo el tiempo del mundo para dedicarme a eso.

—Dime —le exigió —. Tendrás que tener una muy buena excusa para no reclutarte y hacerte cantar frente a todos.

Christoffer parpadeó y miró hacia la ventana. Los chicos ya no estaban a la vista.

—Para empezar, soy el menor de tres hermanos. Antes no lo era, pero... —se afirmó con las manos de la silla de Lian, para lograr estabilizarse —. Verá... mi hermana pequeña falleció en un accidente de coche hace unos años. Si le soy sincero, no lo he superado todavía y mi casa es un constante caos desde entonces porque mi mamá nos abandonó tras eso.

El hombre se había quedado callado y ya no pudo mirarlo a los ojos.

—Vengo llegando a esta nueva escuela y tengo problemas como cualquier joven de mi edad, además de otros... adversos. El punto es, señor, que al final del día, con suerte me queda tiempo para pensar en mí. No soy tan fuerte como parezco y definitivamente no tengo el aguante que tiene Lian.

Gijs bajó la mirada a sus manos y no halló qué hacer con ellas ni qué decirle. Pasaron casi cuatro minutos cuando por fin dijo:

—Lo siento mucho. No estaba al tanto de eso.

La respuesta de Christoffer fue un levantamiento de hombros. No andaba ventilando verdades de su familia con cualquiera.

—Aun así, creo que serías un gran apoyo para Lian. Se siente muy solo cuando le hago estos desafíos y puedo asegurar que me odia creyendo que lo humillo, pero no es así. Me preocupo y su padre me exige que le exija. Tal vez, cuando te sientas listo, puedo darte un dueto.

—Lo pensaré. Pero ahora no. Y si es muy amable, desearía que los demás no supieran que tengo talentos ocultos o como lo llame usted.

—Bien. Pero a cambio tendrás que prometer que te comprometerás con mi ramo. No quiero más conversaciones por aquí y por allá, o moviéndote como satélite por la sala ni masticando gomas de mascar durante mi cátedra. ¿Entendido?

—Sí, señor. Lo prometo.

Movió su cabeza apuntándole la puerta y sonriéndole, dándole a entender que habían terminado y podía irse. Así lo hizo, sin mirar atrás, esperando que Gijs entendiera. Para haberse portado fatal con él cuando lo conoció, resultaba desconcertante que fuese tan comprensivo y con los otros no. Tal vez se daba cuenta cuándo un alumno era un problema andante y, en vez de apartarlo, intentaba solucionarlo, primero por las malas y luego por las buenas, al más puro estilo Gijs.

O eso quería creer.

-xxx-

Parecieron un poco sorprendidos. En realidad, sorprendidos era quedarse cortos. Magnus se quedó con la boca abierta y el emparedado entre la lengua y los dientes observando a Lian, que le devolvía una mirada repulsiva.

—¿De verdad lo has considerado? ¿Qué te hizo cambiar de opinión?

Lian acababa de hacerles la pregunta de qué iban a ir disfrazados. Magnus respondió que iba de vaquero, Armin de zombi y Joachim de militar estadounidense. Fue ahí cuando Magnus se mostró desconcertado y su semblante entero se cerró como una puerta. Le preguntó qué le importaba a él, si es que ya se había decidido de quedarse en casa como los abuelos en un asilo. Lian lo miró con el ceño fruncido y admitió que lo había estado pensando y, aunque no le entusiasmaba la idea para nada, decidió que iba a acompañarlos para que estuviesen los cuatro. Gritos de alegría y festejos salieron de la boca de los tres cuando supieron.

—Nada. Tuve un día atareado con Gijs y creo que me vendría bien despejarme un poco.

Magnus lo miró sin creerle nada.

—Seguro por eso Gijs los retó hoy en clases. ¡Christoffer te estaba convenciendo!

—¿Qué? —Hasta él supo que se había sonrojado —. No, no fue así.

—¿De qué hablaban? Nunca te retan en clases por estar conversando.

Entonces, comprendió que los tres querían saber. Habían dejado de comer y todo.

—Nada. Me pidió los apuntes y le dije que no porque estaban en mandarín.

Armin comenzó a reír con ganas, pero Magnus no se tragó eso tampoco.

—Pero se estaban riendo.

Armin y Joachim hicieron gestos en silencio como si hubiesen pillado a Lian en una mentira. Por otro lado, éste, un poco desesperado al verse acorralado, se fue a la defensiva.

—Estabas muy pendiente de nosotros, Magnus. Un poco más y voy a pensar que estás enamorado de uno de nosotros.

—Enamorado, pff —se mostró ofendido —. No soy gay, qué insulto.

Lian le clavó la mirada, pero no dijo nada. Siguió revolviendo su ensalada, sin apetito, mientras Joachim le llamaba la atención junto con un chasquido.

—Eh, Magnus. Siglo XXl. Esos chistes ya pasaron de moda. Si es que algo de chiste tienen...

Pero el tema quedó allí. Varios sabían que, a pesar de estar en el año 2016, había mucha gente homofóbica de todas las edades rondando por ahí. Es más, Dinamarca seguía siendo uno de los países con rangos de más homofobia entre los países del orbe europeo, algo que Lian, personalmente, encontraba decepcionante. No le dijo nada a Magnus y tampoco lo miró durante todo el almuerzo. Él se dio cuenta, pero en vez de pedirle disculpas, entrecerró los ojos como si todavía pensara que algo se traía entre manos. El recreo de almuerzo terminó en silencio y sin comentarios. Ni los gorriones cantaron esa tarde. 

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