Capítulo 10 - Christian

La ciudad despierta. El aire sopla. La gente anda en bicicleta hacia sus destinos y comienzan sus rutinas. Una bandada de pájaros sobrevuela los cielos grises de København, los verdosos árboles se sacuden, los estudiantes se juntan en grupos para cruzar las calles y las tiendas comienzan a abrir su servicio al público. Se apaga el agua de las duchas, la gente mira sus rostros en el espejo vaporizado de sus baños. Prácticas monótonas. Nadie se sale de los márgenes.

Mientras él se echa desodorante en aerosol, el otro se cepilla sus cabellos rubios húmedos con cuidado.

Mientras uno se coloca la camisa recién planchada con cuidado, rozando lentamente cada centímetro de piel recién salida del agua caliente, para después abotonarla, él se abrocha el cinturón a la cintura, todavía con su torso desnudo.

Mientras uno de ellos deja su camisa y corbata mal puesta sobre su tronco, el otro ya se está acomodando y estirando la chaqueta azul marino del uniforme.

Mientras él se mira al espejo nuevamente con sus ojos rasgados bien abiertos, él se cepilla los dientes y escupe la espuma en el lavadero.

Y mientras éste sacude su cabello y se coloca la boina sobre sus cabellos lacios ya secos, él ya está saliendo de casa, ignorando lo que su padre dice sobre usar chaquetón, pues ya no está tan cálido como antes.

Ya cuando se mira con cara de ensoñación al espejo, ni cuenta se da cuando ya se ha colocado el maletín al hombro, el abrigo, y está saliendo de casa, como si viviese solo cuando no es así.

Y sutranquilidad se esfuma cuando llega al paradero que está a unas cuadras de sucasa, con las llaves revoloteando en su mano derecha y con la otra sosteniendola correa de cuero del maletín, cuando lo ve de pie allí junto a la parada, conuna sonrisa traviesa y las mejillas pálidas. Se detiene en seco.

—¿Qué coño haces aquí? —dejó escapar, entre miedo, sorpresa y aborrecimiento. 

Recibió una actitud toda borde de regreso.

—Estoy aquí para escoltarte —dijo Christoffer, observando la calle poco transitada como si esperase un bus. Tenía un cigarro sin encender detrás de su oreja derecha, como si se creyese bandolero.

—¿Con qué propósito exactamente? —habló Lian, entre tartamudeos. Casi no le quedaba oxígeno en los pulmones.

—Para la escuela... Obviamente.—Miró a una de las vecinas de Lian, que se cruzó en su camino con un carrito lleno de frutas, quien les dio los buenos días a ambos con bastante efusividad —. Buenos días, señora —respondió, llevándose juguetonamente la colilla a la boca.

Los ojos de Lian se ensombrecieron, para después levantarle el dedo del medio y caminar a la otra esquina del paradero, colocándose los auriculares y conectándolos a su celular para no darle chances a Christoffer de ni respirar cerca suyo. No sabía cómo se había enterado de dónde tomaba el bus para ir a la escuela ni a qué hora se había levantado para lograr llegar antes de él, pero ahí estaba. ¡Qué rabia surgía en su interior de solo verlo! Quería lanzarle el libro de biología por la cabeza.

Una vez llegó el autobús, Lian se subió sin siquiera prestar atención a si lo seguiría. Donde tomaba el autobús era una de sus primeras paradas, por lo que tenía la suerte de irse sentado la mayoría de las veces. Mas no era tonto. En cuanto se sentó, colocó su maletín a propósito en la silla que sobraba a su lado y se cruzó de brazos, esperando que arrancase. Christoffer sonrió y asintió con la cabeza al notar el propósito de su actitud. No dijo nada y solo se sentó justo tras él, al lado de las ventanas, observando el puerto nublado y algunos bosques lejanos humedecidos por las lluvias nocturnas, levantando un poco de neblina. El recorrido era de unos veinticinco minutos, contando los semáforos y el tráfico.

Lian llevaba más o menos diez minutos escuchando música aleatoria y observando los paisajes que su país le regalaba, cuando sintió el aliento de Christoffer en su nuca y pudo ver el reflejo de su rostro confundido en la ventana sucia.

—¿Vas a ignorarme todo el recorrido?

Se reacomodó de mala gana en el asiento para dejarle claro que no pensaba hablarle. Agradecía que Maja estuviese resfriada ese día porque o si no, no hubiese dejado de hacer preguntas sobre el compañero nuevo de su clase, a pesar de que no resultaba ni una pizca de interesante desde su punto de vista. Era solo un tipo flacucho, alto y muy rubio con aires de malo, pero cara de niño bueno, angelical. Esos eran los peores.

Una vez el bus eléctrico llegó a su destino y los estudiantes, en su mayoría, comenzaron a descender al paradero que estaba a unos metros de la escuela, Lian se levantó rápidamente y le detuvo el paso a Christoffer antes de que siquiera levantara el trasero de la silla.

—Esto ha sido más que suficiente y lo sabes.—Lo miró con resignación —. Dale a Magnus las disculpas que se merece y déjame solo. No creas que no sé lo que estás intentando. Haciéndome sentir incómodo para ceder ante tu dictadura insoportable. Lo sé porque tus nuevos amigos han hecho esto mismo antes. Así que además de poco creativo, ya sé lidiar con pestes como tú. No sigas intentándolo.

Iba a bajarse, pero Christoffer lo siguió rápidamente hasta ponerse a su lado.

—Puedo disculparme con él, ¿sabes? Pero tú me debes una disculpa a mí por lo que dijiste sobre mi anatomía.

Se apuntó la entrepierna cuando Lian pareció no acordarse de lo que había dicho y lo que no. Comenzó a reírse para sí mismo hasta que una sonrisa, acompañada de mejillas sonrosadas, aparecieron en su cara, como si se felicitase a sí mismo por ser tan ingenioso.

—Oh, lo siento, ¿herí tus sentimientos? ¿O tu orgullo? —Sonrió malévolo, mostrando una casi imperceptible margarita en una de sus mejillas—. ¿O definitivamente herí tu frágil hombría?

Christoffer infló los cachetes como un niño pequeño al que le prohíben ir a jugar al parque con sus amigos. 

Lian alzó la barbilla, esperando.

—No sé qué te habrán enseñado en casa, pero esa es la parte más importante de un macho.

—Uh —se burló —. Si esa es la parte más importante de tu cuerpo, no quiero ni saber lo inservibles que son las otras. 

Comenzó a reír otra vez mientras se alejaba, justo cuando sentía un tirón de brazo que lo atrajo al pecho de Dahl y lo obligó a mirarlo a los ojos. Pudo casi sentir la ira en su cargado aliento sobre su cara. Lo pasaba por como una cabeza y media de porte, si no más.

—Deberías darte cuenta que tú tampoco eres un santo —se defendió apenas sintió que Lian tiraba su brazo devuelta hacia su cuerpo con dominación, bajando del autobús inmediatamente, como si se alejase de un tornado —. Y no te sonrías así.

Sonreía como si se burlase de su existencia completa. Incluso tuvo tiempo de alzarle las cejas y mirarlo de soslayo.

—¿Por qué no?

—Porque no sé lo que significa.

Lian soltó una risa entre dientes, girando la cabeza hacia él, mientras se alejaban del paradero junto a la manada estudiantes, extrañamente animados para estar a puertas de entrar a clases.

—¿Sabes lo que veo cuando te miro, Christoffer Dahl?

—No digas "inmadurez".

—Inmadurez —acertó con seguridad —. Tienes solo una vida por vivir. Deberías ya tener una idea de qué quieres hacer con ella. Y ya te digo yo. Perseguirme de esta forma no te va a llevar a ningún destino.

—Dijo "el maduro" que se viste como duende transformista.

—Por favor, no me digas que también eres malo insultando.

—Solo con quienes se lo merecen. Apuesto a que te ha molestado. 

Lian arqueó su ceja. Bufó, negó con la cabeza, un tanto furioso, y siguió su trayecto a la escuela sobre el barro.

—¿Vas a dejarme hablando solo? 

No se dio ni un poco la vuelta, por lo que no dudó en seguir su paso.

—¡Eh, Cheng...Zhang... algo... no me sé tu nombre! —escuchó que lo llamaba. Lian volcó los ojos con hastío al sentirse observado por algunos grupos de personas. Se mordió la mejilla por el interior, escuchando a Christoffer abriéndose paso entre la gente hasta alcanzarlo. Intentó acomodarse con brusquedad el maletín al hombro para que comprendiera que no quería tenerlo cerca, pero no sirvió de nada. En pocos segundos ya lo tenía a su lado.

—¿Vas a ensañarte, verdad? Estoy ofreciéndote un muy buen trato, eh. Tú te disculpas y yo te dejo en paz. ¡Fin! No tenemos que ni siquiera mirarnos el resto del año.

Ni siquiera quiso contestarle. Christoffer volvió a quejarse con sus suspiros sobrecargados de energía. 

—¿Podrías cerrar la boca? —Le pidió Lian como si estuviese sufriendo los trastornos de una jaqueca con solo escucharlo respirar —. Tú recién llegaste aquí hace unos días. Yo llevo años. Creo que sé cómo funcionan las cosas con tu grupito de amigos.

—¡Pero!

—Deja de seguirme o te denuncio a la policía.

Aquello definitivamente iba a ser más difícil de lo que pensó, por lo que encaró a Erik apenas entró a la sala, quien se burló en su cara porque nunca pensó que iba en serio eso de amenazar a Lian. Le contó a todos sus amigos como si fuese el chiste del año. Sí, porque Torben le había hecho lo mismo a Magnus a los catorce años, no a los dieciocho. Aquello lo hizo sentir tan patético como un niño de primaria. Llegó a entender que Lian tenía razones durante el almuerzo de estar mirando hacia donde ellos estaban mientras se reía con su grupito de amigos. Mordisqueaba el popote de su caja de jugo y reía con lo que seguramente eran más insultos contra su pene. Llegó a permitirle que le diera miradas llenas de sorna, porque él hubiese hecho lo mismo. Qué chusco se sentía.

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En algunos lugares, los turistas son algo que no se ve todos los días. En København no era así. La capital danesa era una ciudad cuyas diferentes áreas tenían características muy definidas. Por un lado estaban los típicos barrios que nadie visita y por el otro estaba la turística zona del centro, allí con la peatonal Strøget, más conocida como la columna vertebral de la capital, el barrio residencial más pintoresco del mundo, Osterbro, el barrio multicultural de Norrebro  y, sin duda alguna, los pueblos situados al norte de København, ideales para excursiones de último minuto.

Algunos pensarían que, con la llegada del invierno, este fenómeno disminuiría. Pero no. No importaba el frío que hiciese afuera, las calles estarían repletas de grupillos cautelosos de extranjeros, que bajaban de esos buses de colores chillones, aferrados a sus equipajes y sus mapas, como si fuesen un grupo de escolares que visitan por primera vez el Museo de Historia Natural.

En los meses de invierno, eso sí, pocos locales permanecían abiertos, a excepción de los que se encontraban justo en Strøget. Los dueños de los negocios más prósperos aprovechaban esos meses de frío intenso y turbiedad para tomarse vacaciones y escaparse a otros sectores de Europa donde el invierno no fuese tan crudo. Otros, que se veían obligados a continuar las ventas, organizaban fiestas navideñas, concursos o conciertos dedicados a la juventud. Aun así, era difícil atraer al público cuando afuera hacían menos de cero grados y había una tormenta de nieve que no daba señales de parar. Así fue, como de un día para otro, las temperaturas cálidas comenzaron su viaje al hemisferio sur y el otoño tomó más cualidad de invierno. Las calles se llenaron de hojas rojas flotando sobre charcos de agua o sobre el asfalto por todo el bulevar. Los aparcamientos de las zonas turísticas dejaron de estar atestados, los bares comenzaron a cerrar más temprano y ya casi no había días soleados. Gran parte de la ciudad se había adormecido otra vez.

Lian bajó rápidamente por su calle en dirección a la parada de autobuses junto a su hermana melliza, la que se había puesto ya audífonos para escuchar la canción de tango que ambos preparaban para el concurso cultural que la escuela organizaba todos los años, compitiendo con otras escuelas de la región, antes de que comenzasen las vacaciones de invierno. A pesar de que Maja fuese cuatro minutos menor que Lian, eran muy diferentes en todo aspecto. En el físico, ella era casi tan alta como él. Su cabello era negro azabache y sus ojos eran aún más rasgados que los de su hermano, pareciéndose aún más a su madre, quien había nacido en China y había conocido a su padre mientras éste hacía su trabajo de misionero protestante allá. Aun así, sabía cómo sobresalir con el uso del maquillaje, provocando que sus ojos se viesen más intensos, algo que Lian nunca entendió cómo lo lograba. Su rostro era angular, su piel muy blanca y tenía un lunar muy mono al lado del ojo derecho. Casi siempre usaba su cabello amarrado en una coleta a mediana altura para la escuela.

En cuanto a personalidades, ella era mucho más atrevida que él. Debido a que no le fue tan bien en la prueba de ingreso, ella iba en un curso menor que él, pero eso no le molestaba. Era la mejor de la clase en matemática y en danés. Le encantaba leer libros policiales y era muy ordenada en cuanto a su agenda. Ambos eran artistas. Lian se iba por el baile y el canto y Maja se iba por el baile y el violín y el piano. Ambos eran muy buenos en lo que hacían. Ambos eran la pareja del otro en el tango, baile en el que se especializaban prácticamente desde que habían comenzado a caminar.

Sus padres eran muy estrictos en cuanto a la disciplina y el hecho de destacar en lo que hacían. Aquello Maja se lo tomaba muy en serio, por lo que no era raro para Lian ir en el autobús con ella al lado y que no le hablase absolutamente de nada porque se iba escuchando la canción escogida por el tutor y anotaba los pasos en su libreta y cerraba los ojos intentando imaginarse a ella y a su hermano en el escenario frente a más de 200 personas, intentando impresionarlos a todos con su estiramiento de pierna, sus movimientos rápidos de cabeza, su sensualidad y sus rítmicas caderas.

Por ello, Lian se iba con la mirada fija en la ventana, observando a los transeúntes que miraban con caras de disgusto hacia el cielo nublado, apostando si llovería o no, mientras intentaban cubrirse lo suficiente con sus abrigos largos, que siempre eran o marrones o de la escala de grises. Sonrió levemente cuando escuchó una grosería salir de la boca de Maja cuando pasaron muy rápido sobre un lomo de toro y su lápiz pegó un rayón en su libreta de Hello Kitty. Se giró a verla y arqueó una ceja.

—¿Todo bien?

Se quitó un auricular y lo miró, enfadada. Su coleta se movía de un lado a otro cada vez que movía la cabeza. Tenía el cabello más brillante y sedoso que jamás había visto en su vida.

—Tú estás muy tranquilo, pero sabes que Gijs me pone de los nervios con sus retos. Imagínate, estuve dos días en cama y él hizo un escándalo como si hubiese estado tres años sin entrenar.

—¿Tranquilo? Me reta a mí más que a ti. Lo que pasa es que ya me he acostumbrado —sonrió él.

Ella cerró su libreta con fuerza, maldiciendo al conductor, quien iba a todo trapo por la avenida, como si quisiese evitar a toda costa el tráfico de las 7:30.

—Como digas. Gijs nunca tiene nada bueno que decirnos. Realmente tenemos que ganar la competencia que se nos viene o es capaz de renunciar. Y anda a saber tú la cara que nos pondrá papá si eso ocurre —se acercó a su cara —. Yo quiero ser bailarina, Lian. Necesito esto para mi currículo.

—Yo también deseo esto, pero ¿puedes calmarte? Agradece que no lo ves para tus prácticas de piano y violín. Él es mi tutor de canto también, ¿lo olvidas?

—Es verdad, tengo más suerte. No sé qué haría si tuviese que ver a Gijs todos los días. Además, que el perfume que usa es inmundo.

Lian aguantó la risa y le hizo una seña para que comenzase a levantarse, ya que ella estaba en el asiento próximo al pasillo. Lograron pasar dificultosamente entre los cuerpos de las personas trajeadas que intentaron pelearse silenciosamente esos dos asientos ahora disponibles, mientras Lian y Maja descendían del autobús entre risas. Desde la parada debían caminar al menos una cuadra para llegar a la escuela.

—Hey, me he enterado de que tienes un compañero nuevo.

Lian volcó los ojos, observando hacia la calle. No le había contado a su hermana lo de su seguimiento estilo psicópata y no lo haría si es que no quería que su nombre comenzase a salir en cada conversación que tuviese.

—Dios mío, ¿hasta los de un año menor lo saben?

—Bueno, las chicas sí —Maja detuvo su andar y lo miró a los ojos, poniendo esa cara que ponía ella como de análisis que siempre hacía para conseguir información del otro —. Dicen que es muy guapo, aunque yo no lo he visto.

Una pareja de estudiantes pasó de la mano junto a ellos discutiendo sobre los atascos y los aseos públicos saturados. Venían a paso rápido y pasaron a llevar el hombro de Lian, quien casi dejó caer su bolso al suelo. Usaba un bolso de cuero de mano, como en las épocas de su abuelo, porque le gustaba. Muchos se habían reído antes de él por usarlo, aunque no le daba importancia.

—Mira, no me he fijado —parpadeó —. Lo único que sé es que es muy grosero. Insultó a Magnus frente a toda la clase por ser gordo. ¡En su primer día, eh! Si es un careta...

—¡No me digas!

Asintió, entrecerrando los ojos ante una ventisca de aire fresco, echando un vistazo a las personas que caminaban por su lado, con vidas tan lejanas a la suya.

—Entonces, ¿ninguna posibilidad de llegar a conocerlo?

Lian apretó los ojos, recordando lo sucedido. Cuando escuchaba cosas tan desagradables, lo hacía sentir mal a él mismo. Sabía lo que era sentirse rechazado por aspectos físicos de tu cuerpo. Eran momentos en los que todo se volvía oscuro y solitario y luego la única persona que importaba era la que tenía delante de ti... Tu propio reflejo. Y vaya que algunas veces llegó a odiarlo.

Y sabía que Magnus se había sentido así varias veces.

—Pareces desanimado —observó ella.

—Sí, no sé. Pensar en lo que le dijo me amarga la existencia. Magnus se la pasó llorando ese día y no creo que se sienta bien del todo aún. Ya sabes todo lo que sufrió en la primaria por el acoso escolar.

Magnus incluso había sido internado a los quince años en un hospital de salud mental por un intento de suicidio. Casi nadie sabía en la clase, porque la familia de él fue muy reservada al respecto y en su propio grupo de amigos decidieron que no se tocaría el tema a menos que Magnus lo tocase, porque no sabían cómo podría afectarle, lo que tampoco nunca sucedió. Había sido como si éste hubiese borrado ese periodo de su vida como si jamás hubiese pasado. Actuaba feliz, contento, como si lo hubiesen reconectado o hubiese vuelto a nacer una vez salió del hospital clínico. Sus amigos, obviamente preocupados de su salud mental, intentaron contenerlo y hablarle sobre las heridas de sus piernas y brazos o sobre las pastillas que debía tomar bajo supervisión, pero Magnus nunca cedió. Había pasado años y ya nadie se esmeraba en sacar a relucir el tema.

Por eso, Lian se tomaba las palabras de Christoffer tan en serio. No sabía hasta qué punto podría afectarle de nuevo a uno de sus mejores amigos.

—Bueno, allá está él —Maja lo apuntó con la frente.

Pensó primero que se refería a Christoffer y la respiración se le cortó. Con un nudo en la garganta y el estómago apretado, se volvió. Respiró profundo cuando vio que se refería a Magnus. Efectivamente estaba sentado en una banca junto al portón abierto de la escuela por donde entraban un montón de estudiantes, en su mayoría hombres. Tenía una cara de disgusto y observaba su emparedado con malos ojos, como si estuviese dispuesto a botarlo con tal de bajar unos kilos a la fuerza.

—No sé si quiera hablar conmigo...

—¡Venga! —su hermana le dio un palmazo en el brazo y sonrió —. La compañía de mi hermano favorito vale oro.

—Soy tu único hermano, Maja.

—Pero vales oro. Además, eres mi mellizo. Te conozco desde el útero. No todos tienen esa oportunidad —le guiñó un ojo y, pegando saltitos, se dirigió a la escuela, saludando a Magnus con una mano cuando sus ojos se encontraron.

Lian pegó un bufido y se acercó, dubitativo hacia donde él estaba. Se sentía observado y eso lo incomodaba. Sabía que Magnus ya lo había visto desde que se despidió con su hermana. Caminó entre los cuerpos de los estudiantes, escuchando distraídamente sus conversaciones acerca de las clases, las calificaciones o lo que harían el fin de semana si es que había tiempo. Y entonces, en menos de dos segundos, ya se encontraba mirando de pie a un Magnus encogido en su propio uniforme, todavía decidiendo si mascar el emparedado o no.

—Si no te lo comes, me lo comeré yo.

Levantó la cabeza, asustado al verse descubierto. No obstante, al notar que era su amigo, todo su cuerpo entró en paz. Sin dificultad, sonrió y le dio un mordisco, aunque fue pequeño como el de un pajarito y colocó una mueca de asco a pesar de ser uno de sus favoritos.

—Pareces animado —comentó con la boca llena. Lian sonrió. Su hermana había dicho lo contrario y Magnus había dicho aquello como si fuera un insulto.

—Es que es hoy.

—¿Qué cosa?

Se sentó a su lado y dejó el bolso de cuero sobre sus muslos, sintiendo un poco de frío.

—El día en que tú vas a comenzar a sonreír otra vez y ser ese Magnus que tanto apreciamos Armin, Joachim y yo.

—Este soy yo. Lidia con ello.

—No lo creo.

Volcó los ojos y le dio otro mordisco a su emparedado de carne, observando a Torben y Nikolai conversando en la lejanía. De algo reían entre ellos. Usaban unos abrigos largos hasta las rodillas que combinaban con el uniforme y que se les veía malditamente bien. Ninguno de los dos se hubiese sorprendido si desde detrás de los arbustos hubiese aparecido un cazatalentos para reclutarlos para Vogue.

—Eh, Magnus, deja de verlos. No son importantes para nosotros.

—¿Crees que nos inviten a la fiesta de Halloween?

Lian blanqueó los ojos también. A él le daba lo mismo asistir a esa estúpida fiesta que se asemejaba más a una orgía grupal, pero Magnus le daba mucha importancia a la popularidad en su vida. Se sentía un don nadie si no lo invitaban.

—No van a ni siquiera considerarlo si sigues poniendo esa cara de culo.

Magnus pegó un suspiro melodramático y miró la tierra con pena.

—¿Y si lo que dijo Christoffer es verdad? A lo mejor por eso Liv me rechaza. A lo mejor por eso tampoco soy cool. ¡Porque estoy obeso!

Lian sonrió hacia una bandada de palomas que sobrevolaba el cielo y se posaba en el edificio de la vieja fachada, mientras sacaba de su bolsillo sus auriculares como su hermana lo hacía cada semana en el trayecto de la escuela a la casa y de la casa la escuela. Los conectó a su celular y se colocó uno de ellos, justo cuando Magnus volvía a quejarse:

—Ya sé que te irrito, pero no puedo evitar pensar en Dahl y en lo que me dijo. Tal vez, debería hablar de nuevo con él y...

—Shush. Toma.

Le pasó un auricular que él tomó con cierta confusión, sin entender a qué punto quería llegar.

—Póntelo —lo incentivó su amigo, sin dejar de sonreír.

Con desconfianza, Magnus se colocó el auricular en su oreja derecha y se apegó un centímetro más a Lian, mirando el patio frontal atestado de estudiantes que no querían que la campana de inicio de jornada sonara aún.

—¿Y bien? —miró de reojo a su compañero, que buscaba una canción en su Spotify.

—Cada vez que te sientas mal, debes escuchar una canción que te anime. Como ésta. Eso hago yo.

Entonces, colocó "I Will Survive" de Gloria Gaynor, la que Magnus reconoció apenas sonó la primera tecla de piano, sonriendo con algo de molestia, como si le estuviesen jugando una broma pesada.

—Esa canción no anima a nadie, Lian.

—Si es que te la canto yo, sí.

Entonces acercó el celular a su boca imitando un micrófono y comenzó a cantar en un volumen medianamente bajo mientras escuchaban la canción con los auriculares.

"At first, I was afraid, I was petrified
Kept thinking I could never live without you by my side..."

Como Lian era cantante además de bailarín —y aquello no era un secreto entre amigos —, Magnus sonrió, porque se notaba que, a pesar de no estar en un escenario ni con su tutor personal, ni tampoco ser bueno con el inglés, ponía toda su pasión en sus expresiones faciales y en sus manos, además de tener un buen tono y ritmo, junto a un acento danés algo cargado que hacía la canción más divertida para él como oyente. Su voz era aguda para ser hombre, pero melodiosa. Le gustaba incluso más que la canción original.
"...but then I spent so many nights thinking how you did me wrong
And I grew strong
And I learned how to get along
And so you're back...
From outer space

Cantaba mientras movía los hombros y hacía reír a su amigo, con lo que se sentía por pagado. Cerró los ojos y se acercó a Magnus para hacerlo sentir incómodo y sacarle una sonrisa más grande, porque la canción lo requería. Era libre.
"...I just walked in to find you here with that sad look upon your face..."

—Excelente elección de canción.

Lian abrió los ojos con espanto y observó los ojos de Magnus, igual de impactados. No era la voz de él. Miró por encima de su cabeza con un movimiento rápido y allí de pie estaba el rubio que había hecho llorar a su mejor amigo unos días atrás, sonriendo descaradamente. Magnus se quitó lentamente el audífono y se miró sus zapatos llenos de polvo, mientras Lian se quitaba el suyo con rapidez y sus manos temblaban al parar la música del celular.

—¿Gloria Gaynor? —escuchó que el rubio preguntaba, alegre —. Genial.

—Sí —Miró al patio, escuchando las conversaciones lejanas y las pisadas en las veredas húmedas. Luego, tragó saliva con dificultad —. No es algo que suela escuchar, pero...

Lo miró y detestó verlo casi riéndose de él.

—Bueno. No importa. De todos modos no tengo que explicarte nada a ti.

Se quedaron silenciados. Magnus se miraba los muslos, avergonzado, y Lian intentó continuar con su vida hasta notar que Christoffer todavía no se había ido. Le levantó ambas cejas muy expresivamente, como si pidiese una rápida explicación de por qué no se había cambiado a otra escuela todavía más lejos de allí. Ojalá tan lejos como Croacia.

—¿Qué quieres? —preguntó, odiándose a sí mismo porque la voz le había temblado. Ni siquiera fue capaz de levantar la cabeza —. ¿Por qué todavía estás aquí? ¿Necesitas algo?

—También es lindo verte, Lian.

—Se dice Li án. No Lían como Liam —guardó el celular con cierta furia en lo más oscuro de su bolso, sintiendo que le habían arruinado el día desde ya —. Pregunté qué quieres. ¿Para qué nos interrumpes?

—Nada. Es solo que... venía a disculparme con Magnus por mi actitud del otro día.

Solamente Lian levantó la cabeza. Magnus se encogió todavía más. El rubio, por su lado, miraba en dirección a la entrada del colegio donde el guardia apresuraba a los alumnos a entrar. Solo quedaban cinco minutos o menos para que comenzaran las clases.

—¿Ni siquiera para pedir disculpas eres capaz de mirar a los ojos? —lo encaró, molesto y sonrojado todavía por haberlo pillado cantando tan ridícula canción.

No obstante, no esperaba que Christoffer sonriese de lado y, como si fuese realmente dueño y señor de todo, dio un paso al frente y se sentó entre los dos muchachos a pesar de que la banca no era lo suficientemente larga para que cupiesen tres personas cómodamente. Lian ni se movió, pero Magnus enseguida se hizo lo más al costado posible para que el rubio pudiese sentarse sin pedir ni permiso ni nada. Una vez sentado, su cara giró hacia Lian lo suficientemente cerca para que el corazón se le acelerase y lo detestase aún más. Lo miró directamente a los ojos con intensidad.

—¿Así?

—No es conmigo con quien te debes disculpar, genio.

—Lo sé —tenía una mirada coqueta, si hubiese podido describirla en una palabra —. Tal vez esperaba una disculpa de tu parte. No fui el único que dijo cosas fuera de lugar ese día. ¿Lo olvidas? Creo que ya te lo había dicho. En el autobús...

—Ya.

Christoffer volcó los ojos e intentó decir algo más, pero se dio por vencido al ver que ya lo ignoraba nuevamente. Sin más remedio, se dio vuelta hacia Magnus y tuvo que aguantar la risa al verlo hecho un ovillo, como si tuviese miedo de recibir una golpiza o algo por el estilo.

—Me siento fatal por la manera en la que te traté ese día, Magnus —dijo, aunque no sonaba del todo sincero, pero logró llamar su atención —. Y para que me creas... y, de cierta forma, compensarte, he hablado con Erik y los invitaremos a ti y a tus amigos a la fiesta de Halloween. ¿Qué dices?

Los ojos de Magnus brillaron, mas Lian los interrumpió.

—No iremos.

Dahl se dio vuelta a verlo, primero volcando los ojos ante su terquedad, pero después sonriéndole falsamente.

—¿Disculpa?

—Escucha, Christian...

—Christoffer.

Lian le sonrió de la misma manera ilusoria de vuelta.

—Ya. Eso te responde todo, ¿no? Ya hasta me olvidé de quién eres. No iremos a la fiesta de alguien que no conocemos. Yo no hablo con desconocidos.

—¡Lian! —exclamó Magnus, entre sorprendido e irritado. Para él, esa invitación, significaba todo y detestaba que su amigo no pudiese verlo.

—No. Tiene razón, Magnus. Me porté como un imbécil ese día, así que lo siento. Por eso los estoy invitando. Y Erik y los chicos están de acuerdo. Queremos hacer las paces. Después de todo, es nuestro último año y deberíamos pasárnoslo bomba para que quede en nuestro recuerdo. Eso incluye a todos.

Lian casi se ríe y asintió con la cabeza.

—Okay.

No lograba ofenderlo.

—Hazme saber si cambias de opinión, Li án—dijo en vez de cualquier otra respuesta.

—Está bien. Espera sentado en casa.

Christoffer asintió, conforme se levantaba de la banca y acomodaba su mochila al hombro, aprovechando de sonreírle a Liv que justo cruzaba el portón. Bajó la vista, sonrojada y comenzó a hablar más despacio con la chica que venía a su lado, Olivia. Afortunadamente, Magnus no alcanzó a ver eso.

—De acuerdo. Le mandaré la dirección a Magnus de todas formas, si es que acaban decidiendo que sí vendrán. Recuerden que es con disfraces y el disfraz más guay se lleva un premio.

—Bien —le cortó Lian otra vez, esperando que ya desapareciese de su vista.

—Bien —le contestó el rubio, incómodo, conforme retomaba su andar hacia el frontis del edificio donde sus amigos se encontraban, con ese andar seguro, el pelo brillando al viento y siendo seguido por la mirada de algunas chicas, incluyendo Liv y Olivia que se habían detenido junto al resto de grupo de chicas que conversaban animadamente sobre disfraces sexis de Halloween. Lian casi se reía para sus adentros, porque hasta él mismo debía admitir que, desde la primera vez que se fijó en él cuando salía de la cancha de fútbol con su nuevo grupito de amigos, era casi irónico que su forma de caminar y su belleza facial no te permitían hablar y caminar al mismo tiempo. Recordaba que él mismo, como un idiota junto a Magnus, Armin y Joachim se habían quedado de pie por al menos tres segundos, observando su caminar lento, su cabello mojado y el agua que le empapaba la piel y la camisa deportiva. Y así como esa vez, tanto él como Magnus y la mitad de la maldita escuela, se dieron cuenta de quién estaba cruzando el patio frontal diez para las ocho de la mañana. Llegó junto a Erik, se colocó de perfil e inclinó su cuerpo hacia adelante como si fuera a besarlo, mas solo le musitó algo al oído que le sacó una sonrisa. Luego se distanciaron para hacer chocar las palmas en el aire. Lian frunció los labios y dejó de mirarlos.

—¿Y a ti qué mosca te picó, Lian? —habló por fin Magnus, metiendo el resto de su emparedado en la mochila con brusquedad, para que se percatase de su molestia, aunque Lian ya se había percatado hace rato. Siempre antes de hacer esos espectáculos demostrando irritación, se rascaba la nuca, inquieto —. Por fin los populares nos hablan y tú lo arruinas todo con tu mal temperamento.

La campana sonó por todo el patio y las masas de cuerpos comenzaron a moverse en una misma dirección.

—No. Lo que pasa es que tú confías demasiado en la gente. Y perdonas muy fácil también.

—Y tú desconfías de todo y eres resentido. Diviértete un poco y anda pensando de qué te vas a disfrazar, porque conociéndote, eres capaz de ir disfrazado de ti mismo.

Se levantaron, acomodándose sus mochilas a los hombros.

—¿Y por qué lo has llamado 'Christian'?

Lian lució desconectado de repente.

—¿Ah?

—A Christoffer. Lo llamaste Christian cuando sabes que se llama Christoffer. ¿Por qué?

Entonces, su amigo pareció ver la luz. Incluso sonrió con orgullo.

—Oh, sí. Es una técnica de supresión. Deberías intentarlo alguna vez. Yo siempre quise hacerlo.

—Wow.

Caminaron juntos por la tierra mojada hacia la escuela. Lian asió el brazo de Magnus con el suyo y lo acercó a su cuerpo, sonriente.

—¿Impresionado?

—Más que nada impactado —Subían ya las escaleras del frontis —. Aunque no sé si me sorprende más que le inventes apodos estúpidos a la gente o que te guste Gloria Gaynor.

Lian arrugó la nariz y se acercó a su cara cuando ya estaban en el pasillo con alumnos que se movían agitadamente de un extremo del pasillo al otro para llegar temprano a sus clases, a diferencia de ellos. Sabían que les tocaba matemática y que el profesor de esa asignatura no era precisamente puntual.

—¿Hiciste una pequeña bromita, Magnus?

Su amigo se mostró ofendido al darse cuenta que en realidad sí había sido sarcástico.

—¡Esa es una buena señal! —Lo felicitó Lian, sacudiéndolo entre sus brazos —. Me gusta que haya vuelto Magnus.

—Déjame. Sigo enojado.

—Claro, claro.

Lian sonrió y juntos caminaron rítmicamente hacia el salón de clases, quejándose de la matemática. Tal vez Magnus no sospechaba de nada, pero el sexto sentido de Lian podía decirle que esos cuatro estaban planeando algo. Algo nada bueno.

-xxx-

Estaban en la mesa de siempre durante el almuerzo. Nadie estaba afuera porque hacían un frío terrible y los chicos no se habían abrigado realmente bien, a excepción de Magnus, que venía envuelto en una bufanda y gorro de lana, y Lian, que usaba suéter, abrigo y boina, lo que causaba risas en sus amigos. Aludían a que él era la versión masculina de Liv, siempre elegante para vestirse y, tal vez, algo anticuado. Tanto Joachim como Armin usaban solo los suéteres y desde hace rato venían haciendo tronar los dientes, colocando sus manos azules entre los muslos para entrar en calor. Todos los demás estudiantes almorzaban en el casino, por lo que el patio era silencio total.

—No entiendo por qué no quieres ir a la fiesta, Lian —confesó Armin, frunciendo el ceño —. Es nuestro sueño hecho realidad.

—Será el suyo. El grupito ese no me cae desde que tengo memoria. Son insufribles.

—Christoffer no te cae. Es diferente —dijo Magnus entre dientes, como si buscase ofenderlo, pero al mismo tiempo no. El silencio reinó un momento en la mesa. El moreno miró su tenedor y sonrió.

—Tal vez... Christoffer no sea tan malo, ¿saben? Si te pidió disculpas, ¿no? Y, por lo que veo, no ha intentado acercarse a Liv a pesar de que ya debe saber que a ti te gusta. Todo el mundo en esta escuela lo sabe.

Magnus apretó los dientes y sus mejillas enrojecieron.

—Estúpida Liv. ¿Por qué le gusta ese tipo?

Armin abrió la boca y miró a Joachim, su yunta. Casi siempre pensaban igual.

—Porque es guapo —observó a Lian poner los ojos en blanco y reírse sarcástico —. ¿Qué? No hay pecado en admitirlo. El tipo se ve como estrella de cine. Aunque igual es algo delgaducho.

—Ni se acerca, Armin.—farfulló Lian, jugando con un pedazo de lechuga. Se le había quitado el hambre, no solo por la conversación, sino porque estaba aburrido de tener que comer puras verduras todos los días.

—Vamos. Liv es preciosa y era obvio que se fijaría en un tipo como él. Aunque, según supe, lo rechazó también por la forma en la que te trató, Magnus, así que deberías tener una chance por fin.

—Cállate, Armin. Me rechazó hace menos de una semana, ¿te recuerdo?

Joachim empezó a reírse mientras masticaba una papa y tiritaba de frío, a pesar de que no corría viento.

—Vamos, amigo, supérala. Hay muchos peces en el mar.

—No sé. Tal vez en la fiesta, cuando me sienta parte de ese mundo, me lanzaré hacia ella de nuevo —bebió un poco de jugo y asintió con ganas —. Así será.

Lian dejó de masticar y le alzó una ceja. Estaba sentado junto a él y ya se había arrepentido.

—Magnus, ¿dónde está tu dignidad?

—Déjame. Tú nunca ligas con chicas. No me digas qué hacer.

—Ya te dije que no iremos.

—¿Qué? —se mostró indignado con que siguiera con esa actitud. Iba a reclamar, pero Joachim los interrumpió:

—O vamos todos o no va nadie, así de simple —los calló, siendo el primero en terminar su almuerzo, como siempre. Se pasó una mano por su cabello rojizo cuando creía que la discusión estaba por terminada, pero no.

—Ah, no. No, no. No perderé una oportunidad como ésta ni muerto —chilló Magnus, cerrando su pote de plástico donde antes había habido un guiso preparado por su madre, para luego colocarse los guantes —. Lo siento, Lian, pero yo voy.

—Bien por ti —le contestó cabreado.

—Oh, vamos, Lian. Sabes que el grupo no es lo mismo sin ti —dijo Armin.

—¡Claro que lo es! —graznó Magnus, con los ojos aguados por la ira al no sentirse apoyado por su amigo más cercano en el grupo —. De todas formas, nunca está con nosotros.

Lian lo miró mientras mordía la parte interna de su mejilla derecha. No pasó mucho cuando, irritado, se decidió por meter el resto de su almuerzo en su bolso y retirarse.

—Lian —lo intentó llamar Armin, pero el chico se levantó apresurado y se fue sin mirar atrás —. ¡Lian!

—No tiene caso —musitó Joachim, para luego observar a Magnus con desgano —. ¿Era necesario?

Magnus observó de reojo la figura de Lian de espaldas, alejándose con pasos largos y rápidos hacia la sala, asustando a un grupo de palomas que se estaba peleando por un pedazo de pan en medio del patio de cemento. Desapareció al rato tras las escaleras.

—No dije ninguna mentira.

—Sabes que Lian tiene una agenda ocupada por todas las prácticas musicales que tiene. Recuerda que se presenta con su hermana para invierno con eso del tango y que continuamente está ensayando el canto también. Es normal que no tenga tiempo para nosotros. Recuerda cuán estricto es su padre.

Magnus no quiso escuchar al pelirrojo y se cruzó de brazos, ladeando la cabeza y observando un punto fijo en la mesa.

—Además —comenzó a decir Armin, dado vuelta como si intentase divisarlo, aunque ya no estaba allí —. Su tutor ese... ¡Gijs! Gijs es un idiota con él. Le controla todo. Lo que come, sus tiempos, sus horarios para hacer tareas, todo. A que tú no podrías con eso. Tienes que entenderlo.

—¡Es solo una fiesta, joder! No es el tiempo, es que no quiere ver a Christoffer Dahl.

—Bueno, tendrá sus razones. No puedes obligarlo —lo defendió Joachim, observando cómo Armin lo apoyaba silenciosamente al asentir con la cabeza —. Recuerda que mientras tú llorabas en el baño, él te salvó la reputación y lo mandó a volar.

—Lo sé. Pero esta fiesta es importante para mí. Hasta ya decidí que me vestiré de vaquero —Armin comenzó a reír detrás de su mano —. Es en serio, Armin. Iré de vaquero y más le vale a Lian que se haga las ganas. No es como si fuéramos y tuviésemos que estar toda la noche pegados a Christoffer Dahl, ¿o sí?

—Allá tú si logras convencerlo —siseó Armin, primero mirándose las manos adoloridas por las bajas temperaturas, para luego observar la sonrisa pícara que se estaba formando en el rostro de Magnus —. ¿Qué?

Pero no dijo nada, solo siguió sonriendo hasta que pareció que sus dientes cobrarían vida propia.

—¿No estarás pensando en chantajearlo, no es así? —indagó Joachim, conociendo a su amigo. Era capaz de todo.

—Bueno, él siempre quiere que vayamos como grupo a apoyarlo a esas presentaciones aburridas que hace, ¿no es así?

—No son aburridas... tiene talento —lo defendió Armin, para luego fruncir las cejas —. Espera, ¿así quieres chantajearlo? ¿Tú no irás a apoyarlo si él no va a una estúpida fiesta de Halloween? ¡Magnus!

—Apuesto a que logro que acepte si le digo eso.

—Claro que va a aceptar. Para él es muy importante que vayamos los tres, pero... es muy ruin.

—Bueno, él se lo buscó, Armin.

Sonriendo todavía, tomó sus cosas y se retiró corriendo a duras penas, seguramente para buscarlo y chantajearlo ahí mismo en el pasillo.

Caminó rápidamente por el patio hacia la misma escalera que había ocupado Lian para subir. Respiraba con fuerza por la nariz, un poco incómodo por el frío. Se había levantado un viento ligero y sus mejillas y nariz estaban sonrosadas.

Cuando al fin llegó al segundo piso, tuvo que agacharse de cuclillas porque a unos metros estaba Lian dándole la espalda, conversando con Gijs, quien sería el profesor de música de todos ellos y, además el tutor personal de Lian. Gijs solo trabajaba ahí debido a que el padre de Lian, que trabajaba como profesor de historia en una universidad de prestigio, había solicitado por medio de una carta que Gijs fuese el profesor de música para la clase para que Lian entendiese realmente lo que era la disciplina y se sintiese presionado en cuanto a su futuro. Por lo poco que había visto, sabía que Gijs lo bombardeaba con tareas diarias y, cuando se enojaba por algún error, los trataba fatal a él y a su hermana melliza.

—¿Qué almorzaste hoy? —escuchó que el viejo le preguntaba con prepotencia. Gijs era canoso y ya algo arrugado. Usaba una barba corta y el pelo peinado hacia atrás con gel hasta los hombros. Unos años atrás, lo habían encontrado Erik y Torben arreglándose supuestamente el peluquín en el baño, por lo que, cada vez que lo veía, debía mentalizarse a no mirarle el pelo mientras hablaba.

No escuchó la respuesta de Lian, pero vio el gesto de aprobación en sus ojos. Había almorzado un pedazo minúsculo de pescado con lechuga bañada en limón, algo que Magnus, personalmente, encontraba que era poco para él y asqueroso.

—Hoy vas a presentar esa canción para probar tus notas altas. ¿Practicaste?

—Sí, señor.

—Bien. Quiero una presentación impecable o haré que te quedes dos horas extras hoy —iba a retirarse, pero algo lo detuvo. Chequeó su vestimenta de arriba abajo y finalmente le quitó la boina con un manotazo brusco —. ¿Qué es esto?

No hubo respuesta.

—Estamos a solo meses de tu presentación de tango y ¿andas usando estas porquerías? Te recuerdo que el tango es un baile sensual y lleno de pasión y la única que me ha estado dando eso ha sido Maja. Pon un poco de tu parte, ¿quieres? O pensaré que tienes problemas serios.

Le entregó la boina pegándosela al pecho y continuó su camino con la cabeza en alto y esa mirada llena de odiosidad al mundo. Era divorciado, así que Magnus podía entender el hecho de que nadie lo aguantase.

Una vez creyó que ya estaba suficientemente lejos para verlo, se levantó y salió de su escondite. Lian no se había movido y seguía con la mirada fija en su boina, tal vez aguantando las lágrimas ante tratos tan humillantes. Solo ahí supo que realmente había sido un egoísta durante el almuerzo y que Armin y Joachim solo tenían razón. Lian era un muchacho con una vida ocupada y estresante y su labor como amigo era comprenderlo.

Caminó hacia él y se colocó frente a frente. Sus ojos rasgados se elevaron lentamente y sonrió apenado al verlo, como si ya no se acordara de lo sucedido en el patio. Tenía los ojos cristalizado y un aura distraída. Magnus sonrió y le quitó suavemente la boina de entre las manos.

—¿Sabes lo que yo pienso? —sin pensarlo realmente, agarró la boina entre sus manos y se la colocó a Lian en la cabeza. Él se dejó —. Que Lian no es el mismo sin su boina y que Gijs es un obsesivo compulsivo.

Logró sacarle una sonrisa. Una pequeña margarita, casi imperceptible, se le formaba junto a la comisura izquierda de su labio cuando sonreía. Le sacó una sonrisa a él. Sabía que lo que sea que fuese a cantarles en clase, le saldría estupendo, porque a diferencia de Gijs, él sí se daba cuenta de todo el esfuerzo que Lian ponía en sus presentaciones.

No entendía en qué minuto al padre de Lian se le había ocurrido semejante idea de poner a Gijs en todas partes, como si buscase estresar a propósito a su hijo, el único hijo varón que tenía. No necesitaban controlarlo. Nunca había sido de esos chicos enardecidos y rebeldes que hacían lo que se les ocurría sin pensarlo dos veces.

Para cuando el horario de almuerzo había terminado y el salón se llenó de nuevo con el profesor Gijs en el frente con un sumiso Lian al lado, Magnus ya había dejado de pensar en eso. Seguramente Lian había dejado de cuestionárselo también.

El momento de tensión comenzó cuando el profesor explicaba lo que harían los demás después de la presentación musical de su compañero, cuando el director, Bodilsen, entró a la sala. De inmediato, como en un regimiento, todos se colocaron de pie detrás de sus sillas con los pies juntos, la cabeza en alto y rogando no tener manchas de lodo en sus zapatos o un calcetín más arriba del otro.

Sin embargo, no se molestó en verificarlo como siempre lo hacía en sus inspecciones sorpresa, sino que buscó a alguien con la mirada.

—¿A quién busca, señor? —preguntó Gijs. Quizás era a la única persona, junto al padre de Lian, a quien respetaba en el planeta.

—Busco al alumno Christoffer Dahl, ¿dónde está?

Se miraron las caras. No estaba en clases. Torben alzó la mano, algo intimidado.

—Creo que se quedó en el baño, señor.

El hombre hizo una mueca con la mandíbula de exasperación y fijó sus ojos en Magnus, mientras se acercaba lo más posible a Gijs:

—Recibí una queja de acoso escolar por parte de Magnus hace un par de días. Dijo que Christoffer lo molestaba y hoy recordé que se sientan juntos, por lo que venía a cambiarlo de lugar, pero...

Miró al maestro de turno.

—No tengo todo el día. Incluso, me esperan en una reunión para coordinar esto de la competencia musical que hay antes de las vacaciones. Gijs, si fueses tan amable, cambia de puesto al alumno.

—No lo conozco.

—No es difícil reconocerlo —le habló en voz baja para que nadie escuchara, aunque Lian sí podía hacerlo por estar al lado de su maestro —. Es alto, pómulos huesudos, muy rubio, flacucho. No tiene gracia alguna —le golpeó la espalda con la palma de su mano y salió de la sala a paso veloz, cerrando de golpe la puerta detrás de sí.

—Muy bien —irguió la espalda para continuar con la cátedra, ya que el alumno en cuestión no estaba por allí —. En honor a las víctimas del atentado de Manchester, ocurrido en mayo de este año, y en honor a que en esta clase hay pocas mujeres, hemos decidido con Lian cantar una canción de Sia para ustedes. En específico "Chandelier".

Dijo «Chandelier» como si estuviera en un concurso de oratoria. Lian colocó en blanco los ojos y sintió que las piernas le temblaban. Los hombres comenzaron a hacer gestos femeninos, riéndose de lo cursi de la canción para un hombre. Sintió vergüenza, porque esa canción no la había escogido él. Había sido obligado a aprendérsela. La única encantada con escucharlo tararear la canción todo el día había sido Maja.

—¿Por qué "Chandelier"? —interrogó Liv, ofuscada —. ¿No era de Ariana Grande el concierto?

—Lo sé —contestó Gijs, orgulloso de su elección de todas maneras —- Pero ninguna canción de Ariana me hace sentir lo que está canción hace. Entre tristeza, impotencia y melancolía. Eso era lo que quise trabajar con la voz de Lian, que como bien saben es un contratenor, por lo que no debería tener dificultad con notas altas.

Erik entonces le pegó un codazo a Torben a su lado y masculló:

—Claro, porque canta como marica.

Torben apretó los labios, aguatando la risa:

—Te juro que hasta mi madre es más grave que él.

Lian entornó los ojos, estiró los músculos de su cuello y espalda y se enfocó en un punto de la sala al final mientras Gijs terminaba de hablar.

Entonces, cuando el profesor se preparaba para poner la melodía instrumental y Lian miraba el techo para mentalizarse, Dahl entró por la puerta de atrás de la sala, obviamente haciendo un escándalo al tropezarse con una parte de la puerta y caer sobre una silla, causando un gran estruendo que luego se transformó en sonoras carcajadas.

—¡Silencio! —calló el profesor al salón y todos se quedaron mudos y perplejos mientras Christoffer se levantaba adolorido y no dejaba de pegar quejidos que sonaban como gemidos, por lo que sus amigos y algunas chicas se mordisqueaban los labios para evitar reír.

Un tanto cabreado, pero manteniendo su compostura, Gijs se separó de su escritorio y alzó el mentón para ver al muchacho de cabellos de oro que se erguía poco a poco, enseñando su rostro, tal como lo describió el rector hace un rato. Tenía cara de angelito, pero estaba seguro que era un demonio.

—Tú debes ser el famoso Christoffer Dahl, ¿no? —lo miró con desprecio y no esperó respuesta: —Estamos en medio de una clase. ¿Dónde estabas?

—En el baño —explicó, muerto de risa, lo que solo significaba meterse en problemas con Gijs —. Me cayeron mal las arvejas.

Erik no aguantó más la risa y le salió una especie de tos que fue contagiada a un grupo, lo que exasperó a Gijs.

—¡Callados! —posó su mirada otra vez en el nuevo, con sus ojos inyectados de odio —. ¿Y crees que puedes llegar y entrar? Porque tal vez en tu casa funcionen las cosas sin normas, pero aquí no. Te acabas de ganar una anotación negativa.

En vez de asustarse, levantó los hombros y sonrió de lado mientras masticaba groseramente un chicle de fresa. El más sorprendido con esa actitud era Lian. Ni siquiera Erik se había comportado así antes. Las mejillas rojas de furia de Gijs indicaban que estaba al borde con el estudiante, como un perro rabioso que quiere destruirlo todo a mordiscos y sacudidas violentas de cabeza.

—¿Te atreves a usar esa personalidad retadora? ¿Eh?

—Escuche, profe—se pasó las manos por detrás de la cabeza —. No volveré a llegar tarde, ¿sí? Me encanta la clase de música. Toco la guitarra y el piano. Si quiere le puedo tocar una balada en francés, ¿quiere?

Risas de nuevo. Gijs se mordisqueó una mejilla interna de rabia.

—¡No! ¡Silencio! —le lanzó una mirada asesina a la clase y después una severa a Christoffer —. Escucha, mocoso, no permitiré que llegues tarde nunca más. Y aprovecho de comunicarte que el rector vino para cambiarte de puesto por una queja de abuso escolar. Quiero que sepas que no tolero la indisciplina ni las faltas de respeto, por lo que además de cambiarte personalmente de puesto a un lugar donde yo te vea siempre, llamaré a tu apoderado para una reunión para informarle este vil comportamiento que tienes con tus figuras de autoridad.

Christoffer volcó los ojos y maldijo internamente, justo cuando Gijs sonreía por haberlo atrapado y le ordenaba retirar sus cosas del banco junto a Magnus, quien sonreía satisfactoriamente. Efectivamente, cuando sus amigos se habían ido a casa después de su lloriqueo en el baño, él había ido personalmente a dejar una queja. Estaba feliz de haber logrado su cometido.

—¿Dónde quiere que me siente? —preguntó distraído, rogando que lo sentaran al lado de Erik.

—Al lado de Vaughan-Zhang.

Gestos de sorpresa, risas silenciosas y miradas. Christoffer no entendió.

—¿Quién es ese?

Gijs terminó de escribir la anotación negativa en el libro de clases y apuntó con la pluma uno de los puestos de la fila junto a la ventana. Eran dos bancos vacíos a la altura de la mitad de la sala.

—¿Acaso es el hombre invisible? —preguntó para hacerse el gracioso, colocando sus libros sobre el puesto junto a la ventana, ya que la silla de la mesa junto al pasillo tenía un abrigo.

—Lian Vaughan-Zhang. Increíble que no conozcas a tus compañeros todavía —cerró el libro por fin y sonrió ante su cara de impacto. Sus ojos claros bien abiertos estaban mirando a Lian, todavía de pie junto a él, que le devolvía una mirada de descontento puro. Ambos se veían cabreados, especialmente éste último, que había comenzado a respirar con fuerza, como un toro enojado.

—Ah, ¿no se llevan bien? —sonrió punzante Gijs—. Mejor. Aparte de no quitarte el ojo de encima, estarás callado toda la clase. La mejor decisión que podría haber tomado.

Christoffer colocó en blanco sus ojos, dejando caer con evidente pesadez su mochila al suelo y dejándose caer casi como saco de papas, para que captaran su molestia.

—Este se acaba de volver mi puesto preferido —dijo con ironía, mirando de forma altanera a Lian, que bajó los ojos inmediatamente al chocar sus miradas. No le gustaba el cambio, era evidente.

Como si hasta Dios hubiese pronosticado un mal augurio, el cielo se oscureció y una borrasca se cernió sobre ellos. Hubo algunos quejidos, puesto que nadie había traído el paraguas.

—Ahora, bota el chicle —le dijo el profesor cuando lo vio inflar un globo enorme, como si no le importase ir contra el viento—. Y déjame comenzar con mi cátedra.

Creyendo que el rubio había aprendido la lección, tal vez no esperaba que se sacara el chicle de la boca y lo pegase en la ventana. Gijs no podía creerlo. Se tomó unos segundos para comprender bien lo que el muchacho acababa de hacer.

—¿Estás tomándome el pelo?

Tal vez esperaba una explicación, pero no, se había hartado de él.

—Suficiente. Sal del aula—le hizo un gesto con la mano como si se tratase de un perro —. Acompáñame. A la oficina del director. Vamos.

Christoffer dejó caer la cabeza hacia atrás y se levantó de mala gana, siendo seguido por las miradas de los curiosos, un tanto avergonzado que todos estuviesen observándolo en silencio como si realmente fuese la primera vez que veían a Gijs escoltando a un alumno a la rectoría por mal comportamiento.

—Uh, parece que alguien está en problemas —oyó decir a Magnus con sátira, sonriendo.

Y es que era la primera vez que eso sucedía con Gijs. Cuando la puerta se cerró, todos comenzaron a cuchichear con quien tenían más cerca acerca de lo ridículo que era todo, de las agallas de Dahl, del enojo incesante de Gijs y de cómo terminaría aquello.

El único que se mantuvo de pie junto al pizarrón fue Lian, que bufó, agitado, y se dedicó a mirar los nubarrones que tomaban posesión del cielo de København con rapidez. Gijs no alcanzó a llegar de vuelta antes del toque de timbre por culpa del actuar de Christoffer, por lo que no pudo cantar frente al salón.

Internamente, se sintió aliviado al escuchar la campana y pensó que, si algún día se volvía cercano a Christoffer Dahl, aunque lo dudaba por ser tan antipático, se lo agradecería.

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