One shot
Esto es una locura. Estoy perfectamente bien y si no lo estuviera ¿cómo es que un desconocido va a ayudarme?
Empecé a tamborilear mis dedos sobre la mesa. Media hora esperando y el dichoso psicólogo no aparecía. Era una falta de respeto. Volví a mirar mi ticket de atención: 9: 00 a.m.
En contra de mi costumbre, había llegado a la consulta quince minutos antes y ahora como premio a mi buena conducta, me encontraba sentada en una pequeña sala en compañía de una mujer mayor que apenas escuchaba, esperando por un desconocido al cual tendría que confesarle mis problemas.
_ ¿Cuál es su nombre? _preguntó por tercera vez la enfermera, al atraparme mirándola.
_Eliza_ empecé a sonreír, pero la anciana volvió a mirar su reloj.
Sí, ella estaba tan complacida como yo por la compañía.
_El doctor estará aquí a las 9:30 _anunció feliz. ¡Caramba! Yo no era tan difícil. Además apenas habíamos entablado conversación. Aunque fue realmente incómodo cuando se empeñó en explicarme su operación a la cadera.
Miré el par de revistas sobre la mesita, se notaba a leguas que eran viejas. Me arrepentí al instante de haber ido ahí en primer lugar. Si el consultorio no tenía presupuesto como para poner un par de revistas decentes y una buena recepcionista, ya imaginaba el doctor que me iba a encontrar.
Resoplé con fastidio, no tenía opción. Mi adorada madre me obligaba a hacerlo. En cierta forma.
_Señorita, puede pasar.
Salté del asiento en cuanto esas maravillosas palabras sonaron en mis oídos. Le entregué mi ticket.
La oficina del doctor era peor de lo que había supuesto. Las paredes estaban llenas de dibujos de colores, figuras y caricaturas infantiles.
Bajé la mirada, era demasiado vergonzoso. Apenas estaba superando el hecho que fuera mi mamá la que hubiera pedido la consulta, como para llegar y encontrar que el loquero era especialista en niños.
¡Muy bonito, mamá! Alguien iba a recibir un set de cubiertos esta Navidad.
Me quedé parada en mitad de la habitación sin saber qué hacer, el ansiado terapeuta no se dignaba en hacer acto de presencia.
_Puede tomar asiento. _instruyó una voz masculina tras de mí. Rodé los ojos, estando segura que no podía verme. Su voz se oyó agitada ¿Por qué? Claramente se había tomado su tiempo para llegar y cumplir con su trabajo.
Me senté en la silla, luchando contra el impulso de hacerla girar. Tenía ruedas.
>>Y bien ¿En qué puedo ayudarte?
Iba a decirle que en nada, que sólo estaba allí por complacer a mi madre. Sin embargo me quedé sin hacerlo al mirar su rostro. El impuntual loquero no pasaba los 25 años y para empeorarlo era sumamente atractivo. ¿Cómo se supone que iba a confiarle "mis dudas y temores" si casi tenía mi edad? Por un breve momento desee volver afuera, aunque eso significaba tocar el corsé de la enfermera.
_Uhm. En realidad no sé. Me dijeron que tenía que venir y aquí estoy. _Sonreí. Quise abrazarme a mí misma. Mi voz sonó segura y natural.
Por un instante dejó de revolver los papeles de su escritorio. Me observó por cinco segundos que se me hicieron eternos. Tenía el cabello y ojos negros, labios rellenos y rosados, nariz perfilada. Su camisa se ceñía a su torso, dando indicios de un pecho fuerte. Me empecé a imaginar cómo lucía su abdomen... ¡Rayos! Estaba demasiado bueno.
_Oh... Bien_ reinició el revoloteo. _Déjame encontrar tu historia clínica. ¿Ya tienes verdad?
_Sí.
_Por aquí tiene que estar..._ se paró a revisar un librero.
Junté los labios para no reír. El loquero estaba nervioso. Era eso o estaba más loco que yo. ¿No era más fácil llamar a la enfermera para pedírsela? También pudo revisar la computadora.
Al final se rindió.
_Okay no la encuentro. Mira...
_Eliza.
_Okay, Eliza vamos a empezar con preguntas básicas. Tomó una hoja y la dobló por la mitad, apuntó mi nombre y edad en ella. Bonita letra. Levantó la mirada para hablarme_ ¿A los cuantos meses naciste?
_ ¿Ah?_ fruncí el ceño. ¿En serio? Él continuó mirándome. Bueno, eso era en serio, tenía que dar una respuesta. Por suerte para él, a mi mamá le encantaba contar historias sobre mi nacimiento y el de mis hermanos._ A los nueve meses. _supongo. El embarazo dura nueve meses ¿no?
Tomó nota.
_ ¿A qué edad caminaste?
_A los doce meses...
Hizo un par de preguntas más raras que las anteriores. ¿Tipo de parto? ¿Para qué rayos necesitaba saber eso? Cuando preguntó si había sufrido de alguna caída o golpeado la cabeza, me sentí ofendida.
_ ¿Te sientes triste, molesta...? _la voz le tembló ligeramente. Otra vez tuve ganas de reír. Se veía adorable. Se aclaró la garganta para apresurarme. Me puse seria. Era él el que me había hecho esperar por cuarenta y cinco minutos ¿yo no tenía derecho a pensar bien mis respuestas?
_Estoy ansiosa_ respondí, mirándolo fijamente. Lo escribió cuidadosamente. Empecé a creer que todo eso de apuntar cada una de mis respuestas era sólo para evadir mi mirada. Estaba nervioso obviamente. ¿Yo lo ponía nervioso? Era casi seguro, tenía que sentirse presionado. Teníamos casi la misma edad.
Levantó la vista.
_Y...
_Nada más_ me encogí de hombros.
Él casi sonrió. Me molestó un poco que no lo hiciera. Tenía que ser más amistoso conmigo si quería conseguir algo. Diez segundos después, los conté. Volvió a hablar, pero con calma.
_ ¿Por qué estas ansiosa?
_Porque al terminar tengo que contar a mi madre de lo que fue esto. Todo_ enfaticé con las manos_ Con lujo de detalles. Y no tengo idea de que voy a decirle. Esto no está funcionando, claramente.
_ ¿Por qué dices que no está funcionando? ¿Esperas algo en particular?_ me examinó con curiosidad.
¡Genial! No esperaba eso realmente. No quería llamar su atención, sólo tenía que salir de esa.
_Se supone que vine aquí a encontrar respuestas. A aclararme el panorama...
Me callé. ¿Qué estaba haciendo? Se supone que no hablaría, al menos no con la verdad.
_Apenas estamos comenzando.
La actitud del psicólogo me sorprendió ¿Cuándo había descubierto su valentía? Me miraba directamente a los ojos, sus manos permanecían quietas sobre el escritorio. El destello de inquisición en sus ojos me fastidió. Entonces, todo eso del nerviosismo había sido teatro, para atacarme con la guarda baja. Oh, no. Nadie me engañaba de esa forma. No iba a salirse con la suya, no sin un dolor de cabeza.
_Yo creo que hemos terminado_ hice el ademán de levantarme, él me imitó.
_ ¿No necesitas mi ayuda?
_ ¿En que podría ayudarme? _terminé de levantarme. _Es un desconocido ¿No sería más fácil seguir haciéndome preguntas absurdas y agotar los veinte minutos de terapia?
Él abrió la boca. Reprimí mi risa. Un punto para mí.
_ ¿Por qué estás aquí? Tu arrogancia me dice que te sientes bien contigo misma. Una persona mezquina y cruel como tú no necesita ayuda para comprender sus emociones. Debes tratar con tu ego, sin embargo.
¡Auch! Eso era un punto para él.
_No soy egocéntrica_ el súbito deseo de defenderme me lanzó hacía adelante, aunque en el fondo sabía que el ataque era inmerecido. Puse las manos sobre la mesa_ Estoy aquí porque quiero darle paz a mi madre. No soy una buena persona, no pretendo serlo la mayoría del tiempo, no quiero serlo. Soy mentirosa, manipuladora. Fingir es lo mejor que puedo hacer y lo hago por su bien, para no decepcionarla. Es por lo que estoy aquí_ me encogí de hombros, con una sonrisa mordaz_ Finjo ser buena para ella. Ya tiene muchas cosas en que pensar. No quiero ser un dolor de cabeza más.
_Ya veo _sonrió. Se sentó y extendió la mano hacía mi silla, invitándome a hacer lo mismo. Aturdida por su repentina amabilidad, lo obedecí.
En verdad estaba rogando para que alguien entrara y nos interrumpiera. Ese silencio empezaba a ser terriblemente embarazoso.
Claro, él lo llevaba fácil. Se mantuvo escribiendo un buen rato, todavía sonriendo.
Mi rabia se había evaporado. Generalmente mi impulso para hacer algo provenía de ella. Así que sí, en ese momento estaba jodida.
Suspiré, resignada. Él levantó los ojos con curiosidad.
_Lo siento_ dije con sinceridad. _No era mi intención juzgar su desempeño como terapeuta.
_No, está bien. _expresó con calidez en su voz.
¿No lo había ofendido? Miré sus ojos con insistencia, tratando de descubrir el motivo de su tranquilidad. El brillo que hallé me perturbó.
¡Genial!
_Ok _hablé, enfurruñada _Me atrapó.
El psicólogo frunció los labios para no sonreír. Volvió a escribir.
_Lo siento. _se disculpó, sin mirarme _A veces hay que presionar un poco al paciente.
_Una táctica _agregué, más para mí que para él. Estaba jugando conmigo. Me sentí frustrada. Era irónico como yo, creyéndome una experta en manipulación, había caído tan fácilmente.
>>Está bien _concluí, sin dejarle ver mi enojo. Empezaba a ocurrírseme algo.
Tres meses después, había olvidado la vergüenza que suponía estar viendo a un psicólogo infantil. Mark, era así como se llamaba, persistió en su intento de convencerme que no lo era. Solo se trata de falta de infraestructura, me contó. Igual no me importó y seguí molestándolo con el tema.
Yo sabía que era un interno, que faltaba muy poco para que se graduara y se mudara a su propio consultorio. Hasta me ofrecí como su primera paciente.
Me sentí ridícula cuando él asintió levemente con la cabeza. Seguramente había un montón de chicas coqueteando con él y ofreciéndole lo mismo.
Asistí durante esos meses una vez por semana, los miércoles, para ser exacta. Lo suficiente para darme cuenta que la mayoría de sus pacientes eran chicas guapas; para mi pesar.
_ ¿Cómo te sientes hoy? _preguntó. Era así como empezaba siempre.
_Bien_ respiré cansada.
Él me observó escéptico.
>>Aburrida por la rutina_ confesé. No tenía sentido enfadarme con él por clientela femenina que aguardaba afuera.
_Lo mismo _torció el gesto, y empezó a escribir.
Era cierto, no avanzamos nunca. Yo siempre estaba aburrida por la rutina. Siempre se lo decía y él siempre lo escribía.
_Es la verdad.
_No voy a poder ayudarte si no me cuentas todo.
_Todo el mundo tiene derecho a guardar algunos secretos. _fingí una broma para aligerar el ambiente. Se sentía extraño ese día. Por alguna razón me sentía nostálgica.
_No con tu terapeuta _me contradijo con tristeza.
Al parecer mi humor era contagioso, o talvez Mark ya estaba así antes que yo llegara. De todas formas sentí algo cuando dijo terapeuta. Hablamos mucho esos meses que se sentía como si fuéramos amigos. El sentimiento no era mutuo por lo visto.
_Te he contado mucho de mí _mascullé. _Por hoy puedes revisar algo de lo que has escrito. No hay nada nuevo que decir.
Me miró con una sonrisa dolida. Estaba consiente de cuanto le afectaba que pusiera en tela de juicio su profesionalidad. Pero yo no estaba haciéndolo, no intencionalmente al menos.
No había nadie más profesional que él. Me costó mucho lograr que me tuteara. También evadía mis preguntas cuando se trataban de él y su vida privada. Y si recalcó que era mi terapeuta... Era obvio que solo se trataba de su trabajo.
_Sabes que no es tan fácil, de verdad quiero ayudarte.
Quería preguntarle por qué le importaba tanto, por qué no lo dejaba pasar por esta vez. Nadie podía amar tanto su profesión como para soportar horas de tortura conmigo. Esta claramente iba a ser una de ellas.
_Sólo por hoy _medio pregunté, enternecida por su expresión de abatimiento. _La próxima semana seré la misma loca de siempre y te daré algo bueno para tu tesis.
_ ¿Por qué haces eso? _cerró el cuaderno donde garabateaba, con demasiada fuerza.
_ ¿Hacer qué? _titubee. No entendí su molestia.
Se levantó y colocó el cuaderno en su escritorio.
_Expresarte de ti misma con rencor y desprecio.
¡Oh! ¿Hablaba así?
_El auto desprecio es mi marca personal _me encogí de hombros. La broma no funcionó. Frunció el ceño.
Tuve la intención de levantarme y sentarme en la silla frente a él. Pero Mark regresó hasta el sofá donde estuvimos sentados. La mayoría de las veces la sesión transcurría así. Ese cómodo sofá verde. Por eso era tan fácil olvidar que no se trababa de una charla entre amigos...
Era una técnica para infundir confianza al paciente. Hacerlo sentir cómodo. Me enojé ante el reconocimiento de eso. No había nada de especial en mí, era solo trabajo. ¡Oh, dios! ¿En que estaba pensando? Me acobardé totalmente ante el giro de mis pensamientos. No tenía por qué molestarme. Yo era el paciente, él mi psicólogo. ¡Soy trabajo! Me reprendí. ¡Es así como debe ser!
Mark era guapo, sin duda. Tenía una pequeño lunar en el mentón, al lado izquierdo. Su piel parecía suave. Tenía una barba de apenas un par de días. Deseé poder tocar su rostro, sentir como raspaba su barba. Sus labios estaban entreabiertos, rojos.
Me mordí el labio inconscientemente. Me gustaba tanto que no era seguro para mí seguir mirando de esa forma su boca. Dirigí la vista hacía sus ojos.
Él me contempló con una expresión en blanco.
No pude evitar sonrojarme. Sentí como el calor inundó, primero mis mejillas, luego toda mi cara.
_Dime _dijo lentamente _Que es lo que pasa.
Me mordí el labio, con más fuerza esta vez. Casi sentí dolor.
_Me tengo que ir _me puse de pie rápidamente. Él lo hizo conmigo.
_ ¿Por qué? Aún no...
_No voy a hablar. _aseguré _Es así como funciona, yo hablo, tú escribes. Pero ahora no quiero. No podrás escribir nada. Y yo necesito que alguien me escuche de verdad.
_Yo te escucho.
_Me refiero a un amigo de verdad.
_Ah _él retrocedió. Otra vez ¿era pesar lo que escuchaba en su voz?
_Tal vez algún día podemos vernos fuera de aquí y conversar como dos personar normales, sin cuaderno de por medio.
Soné patética. Quería golpearme y largarme corriendo del lugar.
_ ¿Es lo que te molesta? _lució esperanzado _ ¿El cuaderno? Podemos olvidarlo por hoy. Lo dejé_ señaló la mesa _ ¿Lo ves?
_ ¡Ay! _ahora quería llorar ¿Por qué no me dejaba ir y ya?
_Quiero ayudarte.
Eso terminó por hundirme. La tristeza que vislumbré en sus ojos no podía ser producto de mi imaginación. Yo no quería irme y dejarlo así. Entonces lo comprendí, Mark no solo me gustaba, sino que estaba enamorada de él.
Esos tres meses había coqueteado con él solo para fastidiarlo. Fue divertido ver su actitud nerviosa cada vez que decía cosas en doble sentido. Compartimos bromas. Me conocía más de lo que nadie más lo hacía. Sin darme cuenta me había entregado a él. Fue como un autogol.
Al final me senté al igual que él. Abatida, no sabía qué hacer ni que decir. Desde luego no declararía mis sentimientos. ¿Qué clase de idiota se enamora de su psicólogo?
_Me gusta alguien que jamás va a mirarme _confesé con la mirada baja.
_ ¿Cómo sabes que a él no le gustas? _inquirió serio. Su papel de doctor implacable otra vez.
_Ya me lo hubiera dicho. _sostuve _Además él es guapo, seguro de sí mismo. Sabe lo que quiera de la vida y sabe cómo soy yo ¿Por qué iba a fijarse en mí?
_Tú eres bonita _lo observé mirarme molesto. _Eres inteligente, intuitiva, divertida. Puedes gustarle a cualquier
¡JÁ! ¡Claro! Mi marca personal no le gustaba. Tuve que contenerme para no soltar una risa histérica.
_No a él.
Me sorprendí lo natural que salió mi respuesta. Teniendo en cuenta que me sentía rota por dentro.
_ ¿Por qué no? _se enojó más.
_Solo mírame. _me puse de pie para mostrar mi punto. Yo no era fea y tenía una figura aceptable. Mi busto no era muy grande, pero eso me gustaba, podía usar vestido sin sostén. Mi boca era bonita, apetitosa me habían dicho una vez. Y mis ojos negros eran grandes y lindos. ¿Entonces por qué me había puesto de pie? ¡Oh, claro! Para mostrarle que no había nada de espectacular en mí. Era bonita, pero muchas chicas lo eran. _Nada especial.
Mark recorrió mi cuerpo con la vista casi involuntariamente, pero rápidamente giró hacia otro lado.
Me había boicoteado a mí misma. Me volví a sentar, turbada. ¡Qué estúpida!
_Hay más que el físico.
Levanté una ceja. ¿Él estaba compartiendo mi opinión?
>>No estoy diciendo que no eres guapa. _pronunció con prisa. Me reí.
_Si tú no fueras mi psicólogo... _deslicé la posibilidad, cruzando los dedos por una respuesta clara.
_No puedo permitirme pensar en eso.
¿Qué significaba eso? ¿No podía permitirse? Eso no era un no rotundo.
_ ¿No puedes responder? _lo provoque, midiendo su reacción. Recordé el primer día. Conseguí ponerlo nervioso. Supuse que era por la edad, pero ¿Podría ser algo más?
_No sé a dónde quieres llegar con esto_ contestó nervioso. Otra evasiva. La esperanza empezó a florecer en mi interior.
_Sólo responde.
_No es profesional.
Por la forma en que lo dijo, adiviné que no iba a decir nada al respecto. Me alejé un poco.
Él me miró con detenimiento. Primero mis ojos, su mirada descendió a mi boca y se quedó allí. Tragó nervioso.
Me paré. Sabía que tentaba mi suerte. Pero él lo había dicho "A veces hay que presionar un poco"
_No tiene caso _pronuncié molesta. _Terminé aquí. Y voy a buscar otro terapeuta.
Caminé hacía la puerta echa un lío. Era más de lo que pretendía. No quería dejar de verlo. Las palabras habían salido sin que pudiera detenerlas.
Iba a girar el pomo de la puerta, pero algo me hizo girar con violencia.
Me encontré con la mirada furiosa de Mark. Antes que pudiera decir algo, tomó mi cara entre sus manos y me acercó a su rostro.
Su expresión cambió al instante. La intensidad con la que miraba mis labios provocó que mi corazón latiera desenfrenado.
Cerré los ojos por instinto y sentí como sus labios atrapaban mi labio inferior y lo succionaban con fervor. Me tomó unos segundos responder al beso. Estaba paralizada.
Sus labios se movían ansiosos, esperando una respuesta. Cuando el ritmo empezó a descender supe que iba a alejarse. Moví mis brazos alrededor de su cuello y el movió los suyos alrededor de mi cintura.
Correspondí al beso lo mejor que pude. Su lengua empezó a jugar en el borde de mi boca antes de entrar. Apreté más mi agarre, mientras él caminaba hacia adelante. Me acorraló entre su cuerpo y la puerta. Sus labios eran deliciosos, más de lo que imaginaba, eran suaves, aterciopelados. Su boca conservaba un toque de menta. No reprimí mis impulsos y enterré mis dedos en el pelo de su nuca al tiempo que jalaba con cuidado su labio inferior.
Un gruñido salió de su pecho y me aplastó más contra la puerta. Nuestras caderas se encontraron. Una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo al sentir su deseo. Gemí.
Mark liberó mi boca y recorrió mi cuello con pasión, mientras sus manos hacían lo suyo en el resto de mi cuerpo.
Me sentí desfallecer. Mi adorado psicólogo estaba cumpliendo mis fantasías.
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