Ángel

La maestra llama al orden a su clase.

Angie traga nerviosa el nudo en su garganta mientras aprieta más la hoja entre sus manos sudorosas. El papel casi va a romperse en los bordes y el temblor hace que sea más difícil mantenerlo entero.

Ella sabe que no es nada fácil estar al frente de todos, pero no hay otra forma de hacerlo. Ella merece que su historia sea contada.

Se aclara la garganta y se prepara mentalmente para dejarla ir.

-Gia y yo éramos muy buenas amigas... También era mi prima... -Suelta la respiración tratando de ignorar las miradas aburridas de sus compañeros-. Llegamos juntas a esa casa. Nuestra casa. Mis padres no podían alimentar una boca más y los suyos no sabían como lidiar con ella. Yo tenía seis, ella nueve. Yo era ruidosa y alegre, ella tranquila y apática. Gia siempre permanecía en silencio... Pensando, observando, desvaneciéndose... En realidad, creo nunca estuvo allí.

-Tómalo con calma, Angie - interrumpió la maestra, advirtiendo la debilidad de su alumna.
Angie asintió suavemente, con los ojos cerrados; no necesitaba leer el papel para recordar lo que decía. Su relato no era ninguna composición ficticia, era real y como tal, no era preciso recitarla.

-Siempre supe que ella tenía un secreto... Algo que la hacía sufrir.

Detrás de sus párpados las imágenes de una Gia de nueve años la hicieron sumergir en sus recuerdos.

-¿Por qué siempre estás sola? ¿No quieres salir a jugar afuera?

Gia sonrió tenuemente. Era más de lo que había hecho desde su llegada.
-Así como lo dices, suena como si tuviera opción.

-Ella siempre estuvo presa. Aunque en ese momento no alcancé a entenderlo, quise ayudar. Hablé con mis abuelos y les pedí que la perdonaran. Que lo que fuera por lo que había sido castigada fuera olvidado. -Angie suspiró observando las caras de sus compañeros, ahora llenas de curiosidad. -Pero el encierro de Gia era voluntario.

-Es que no lo entiendo. ¡Puedes salir! ¿No escuchas? ¡No estás castigada!
-Quiero salir pero... Eres muy pequeña para entender. Solo déjame en paz.

Ella era madura para su edad. Todo el mundo lo decía, pero ella odiaba oírlo. Yo pienso que al estar tanto tiempo sola aprendes a escuchar y a ver lo que los demás no. Ella sabía mucho de todos, de todo, ese era el problema. Los demás valoraban solo su capacidad para sentarse en silencio. Nunca comprendieron que ella los observaba y se decepcionaba.






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