La fiesta

En serio se trataba de un gran evento. Habían asistido casi todos, más los invitados de los invitados que apenas cabían en su pequeño departamento. Él se veía contento y constantemente agradecía a su amigo por haberse encargado de todos los detalles. Incluso, también habían llegado personas que hacía mucho tiempo que no veía, junto con otros despistados que aún le preguntaban por ella. - Hace mucho tiempo no la veo, así que no sé nada de su vida - decía con un tono casual y cambiaba la conversación.

La fiesta transcurría naturalmente hasta que llegó el momento más incómodo: el pastel. Para una persona como él, que sabía encontrar las cosas extraordinarias en los objetos más ordinarios, el pastel era un reto. No encontraba nada que le gustara de esa situación. Había que cantar, se convertía en el centro de atención y además había psicópatas desquiciados detrás de él esperando el momento adecuado para hundirle la cara en el betún de chocolate, que quizá era lo único que le entusiasmaba, el chocolate. Empezaron a cantar las mañanitas y lanzó una mirada de venganza a la pareja de amigos que trajo el pastel, quienes sonriendo grababan cada instante con el móvil - todo mundo sabe que no me gusta esto - pensó. Pero aún y con la mirada no logró detener lo inevitable, nada podía detenerlo ya, el evento debía llevarse a cabo. Para colmo, todo era documentado también a través de los teléfonos móvil de todos los asistentes, algunos en video, otros en foto, con lo que le encantaba sacarse fotos, nada podía ser peor – tecnología, el fin de la humanidad – pensó. Terminada la canción que para él sonaba como una marcha fúnebre, sopló las velas. Ni siquiera pensó en un deseo, lo que deseaba era que pararan la tortura, que esto terminara pronto. Al instante, miles de manos aparecieron para retirar las velas y dejar el campo libre para el naufragio de cara: la mordida. Las multitudes vitoreaban, o así se sentía él, en un coliseo romano sediento de sangre. El castigo moderno por haber permanecido con vida durante un año más.

En ese momento, tocaron la puerta, y apareció ella. Rompiendo el momento perfecto. No fue así como si se hubiera rayado el disco y todos se callaron en ese instante, pero sí, él aprovechó la distracción para escabullirse de la tortura e ir a saludarla, algo que nadie se atrevió a interrumpir. Ella, lo había salvado.

Él se acercó a saludarla, un poco-demasiado efusivo diría ella, algo que la hizo sentir incómoda, pero ella no entendía que él estaba feliz dos veces, primero por verla y luego por haber sido rescatado, o viceversa, feliz al cuadrado.

- Sólo pasé a felicitarte y darte un abrazo, tengo otro compromiso - dijo ella mirando el reloj.

Los amigos se lamentaban de no haber hecho la quiniela, especulando quién hubiera ganado.
- Gracias por tomarte el tiempo -. respondió él.

- Hooola, qué milagro!! - se acercaron un par de amigos y amigas a recibirla, de esa clase de amigos que se pierden cuando se rompe con todo, de los que siempre se extrañan. No hubo preguntas incómodas, no hubo miradas extrañas, y en un par de minutos ella se sintió extrañamente cómoda, irreconociblemente bien, como si hubiera llegado a casa.





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