El vecino
Cuando él escuchó que la puerta de su departamento se cerraba, supo que algo andaba mal. Debió tardar menos de un minuto en incorporarse y asomarse por la ventana. Miró el taxi y la vio subirse en él. - La quiero de vuelta - pensó. Ese era el momento de admitir todo lo que no había admitido antes. Sí, la extrañaba. No, no había sido lo mismo sin ella todo este tiempo. Sí, la quería de vuelta. En estos casos, el tiempo es un factor fundamental. Como cuando se está a punto de hacer algo de lo que no se está seguro, Y lo mejor es hacerlo sin pensarlo y lo más rápido posible. Si él le daba tiempo a ella para pensar las cosas, es como si esa noche nunca hubiera sucedido.
Se vistió lo más rápido que pudo mientras le llamaba por el celular. Una playera, unos jeans, tenis, pero ella no contestó. Bajó corriendo por las escaleras para salir un segundo a la calle, pero el taxi ya no estaba a la vista. Pensó seguirla en otro taxi, pero como sucede en estos casos, hay que lidiar con el fastidio del destino, así que no se veía ningún taxi cerca. Pensó en su bicicleta, así que volvió a entrar en el edificio para tomarla. Le había puesto el candado, en ese momento se odió a sí mismo por haberse convertido en una persona tan precavida, es más, había sido culpa de ella - cuando menos lo esperes te la van a robar - solía decirle. Vaya situación, la ironía era que cuando más necesitaba tomarla rápidamente, la misma persona que le enseñó a encadenarla era la que se le estaba escapando de las manos. Pensó que era más fácil robar otra bicicleta que no estuviera encadenada, tomarla prestada pues, pero entonces le estaría dando la razón a ella y tendría sentido todo dentro de una extraña paradoja, qué bueno que compré el candado, qué mal que ella tenga razón. Pero éste no era tiempo para discusiones filosóficas sobre las ironías, los candados y las bicicletas. Subió rápidamente por la llave del candado y tomó la bicicleta para alcanzarla.
Salió de ahí lo más aprisa que pudo, esquivando autos, personas, ignorando luces rojas de los semáforos. Ni siquiera se percató que ella ya iba en el mismo taxi pero rumbo a la central de autobuses. Llegó a su edificio, y esta vez ignoró la indicación de ponerle candado, botándola simplemente sobre la acera, empezaba a sentirse otra vez como él mismo, pero incompleto, sin ella.
Subió corriendo por las escaleras y tocó la puerta estrepitosamente. No sucedió nada. En eso, el vecino del fondo del pasillo salió. Era un hipster que a él le resultaba odioso, un hipster que siempre decía que todo era genial, que todo era original, artesanal, orgánico o no se qué, simplemente odiaba sus barbas. Salió sin camisa y le dijo:
- Qué crees bro, la acabo de ver salir con una maleta. Igual se fue de viaje, pero no lo puedo asegurar.
- ¿Hace mucho tiempo? le preguntó él.
- Para nada bro, un par de minutos, no sé. Pero no vino a dormir en toda la noche, estaba todo oscuro, apagado, sin luz bro.
En ese momento sintió que su mundo se derrumbaba, sintió frustración, desesperación. Pensó en llamarle una vez más pero con la prisa había dejado el celular en el departamento.
- Bro, estás bien? Estás un poco pálido ¿Quieres un té de jengibre? Es orgánico.
La resaca ya empezaba a cobrar factura, y con todo el ajetreo se sintió mareado.
- No gracias – respondió.
Bajó por las escaleras, ahí seguía su bicicleta, arrumbada en la acera, como si acabaran de atropellar a alguien. Se sentó y entonces se puso a pensar. Había llegado el momento que quería evitar, pues ahora todo dependía de ella, él no podía hacer nada mas que esperar a ver si ella, lo contactaba.
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