23. PRETIUM
(23)
ÁNGELES
Cuatro...
Norte, sur, este y oeste...
Dos pares de gemelos...
Cuatro veces...
Lo primero que oí fue el pitido de la máquina a mi lado. Abrí los ojos con lentitud, la habitación estaba vacía, la luz de la luna colándose por la ventana. Mis músculos estaban adoloridos y rígidos. El escozor en mis muñecas era imposible de ignorar.
¿Qué ha pasado?
Casi muero, eso es lo que pasó. Aunque estaba confundida, mi mente ya no estaba borrosa. Aún podía saborear el dulce contacto de los esos labios helados.
Dagon...
Por instinto, levanté una mano a mis labios. Dagon me había salvado. ¿Por qué haría algo así? ¿Por qué desafiaría a su amo? Era obvio que Madness me quería muerta.
¿Por qué interferiría Dagon?
Ángel...
Mi pecho se apretó cuando recordé a uno de mis hermanos. ¿Por qué no recordaba a los otros dos? Solo a Ángel, ¿Raven sabía de ellos? ¿Por qué nunca los mencionó?
Sentada, miré hacia abajo a mis manos y fruncí el ceño cuando vi un crucifijo de oro en mi regazo. Lo toqué ignorando el dolor en mi pecho.
El silbido del viento me llamó la atención; era casi como un susurro. Pude ver las cortinas de las ventanas moviéndose lentamente. Juro que podría sentir que la temperatura baja unos grados. Sabía que esto no era una buena señal. Apreté el crucifijo. La habitación era demasiado oscura para mi gusto, la única luz venía de la ventana. Las cortinas formaron sombras aterradoras en el suelo.
Volteé la cabeza hacia la puerta cuando empezó a abrirse lentamente... haciendo ruidos espeluznantes. Apreté el crucifijo y la puerta se abrió hasta la mitad de camino; sólo había oscuridad más allá de ella.
―¿Hola? ―Pregunté con voz temblorosa.
Me congelé al ver como una mano oscura se agarraba del marco de la puerta. Tenía garras largas; un líquido rojo goteaba de ellas.
¿Qué estaba pasando?
Escuché un gruñido bajo y fue lo que necesité para reaccionar y saltar de la cama. Mis pies se encontraron con el suelo frío mientras retrocedía rápidamente lejos de la puerta. Arranqué la vía intravenosa conectada a mi brazo y los cables pegados a mi pecho.
Algo entró a la habitación.
Mi mirada cayó al suelo y grité porque vi oscuras serpientes de todos los tamaños deslizándose lentamente hacia mí, emergían de la oscuridad detrás de la puerta.
―¡Oh, Dios mío! No, no ―exclamé cuando mi espalda golpeó el marco de la ventana de metal detrás de mí, sus cortinas se enredaron a mi alrededor. No tenía escapatoria, podía sentir algo más mirándome.
Sabía que había otra presencia grande y eminente en la puerta. Todavía podía ver las garras en el marco de la puerta. Pedí ayuda, gritando tan fuerte como pude, pero nadie vino. Las serpientes continuaron acercándose a mí.
―¡No! ¡No! Por favor ―Supliqué mientras las lágrimas me rodaban por las mejillas. Mis ojos captaron movimiento por encima de mí. Miré hacia arriba y grité aún más fuerte―. ¡Dios mío! ―Había arañas arrastrándose por el techo dirigiéndose hacia mí. Salté cuando sentí una serpiente deslizándose alrededor de mi pie subiendo mi tobillo, se sentía fría y pegajosa.
―¡No! ―Sacudí el pie fuertemente tratando de quitármela. Apenas podía respirar y de pronto un recuerdo me invadió la mente:
―Mamá, tenemos que ayudarla ―Había dicho cuando era una pequeña niña, señalé a una señora que gritaba descontrolada en medio del parque.
―¡No! ¡Quítenmelas! ¡No! ―Gritaba la señora con desesperación.
Mi madre apretó mi mano con fuerza y me jaló en la dirección opuesta.
―No podemos ayudarla, no debemos.
Miré a la señora por encima del hombro, y a simple vista, no tenía nada encima, pero de vez en cuando al parpadear, pude ver los insectos sobre ella.
―Mamá...
―Nos vamos de aquí.
Eso me dejo confundida, pero me llevó a recordar que me había prometido a mí misma que me defendería, no más llanto y suplicas. Apreté el crucifijo.
Sentí otra serpiente rodeándome la pierna. Mis ojos se ensancharon en shock al ver al monstruo oculto salir de las sombras. Era mi madre, pero parecía muerta, estaba pálida. Su cabello estaba desordenado, había un corte importante cruzando su cara. Llevaba una bata de hospital; rasgado y con manchas de sangre por todas partes. Ella estaba sosteniendo un cuchillo afilado largo en su mano derecha. El olor a carne putrefacta golpeó mis fosas nasales y luché contra el impulso de vomitar. Ella inclinó la cabeza y me sonrió.
―Has sido mala, Annie ―susurró. Su voz carecía de dulzura, sonaba inhumanamente gutural―. Siempre has sido una mala hija. ―Levantó el cuchillo—. Mamá necesita castigarte.
Una araña cayó sobre mi hombro y luego otra; ahogué otro grito mientras me la quitaba.
―¡Para! ―Podía sentir más serpientes enroscándose en mis piernas.
Mi madre se me acercó con entusiasmo. Cerré los ojos y apreté el crucifijo contra mi pecho. Necesité todo mi autocontrol para no gritar porque estaba aterrorizada, con serpientes y arañas por todas partes. Lo más difícil fue cerrar los ojos cuando vi que mi madre venía hacia mí con un cuchillo. Tragué con dificultad.
―Annie, abre los ojos, nena. ―Resonó la voz de mi madre cada vez más cerca.
―Padre nuestro, que estás en el cielo. ―Comencé a llorar, lágrimas cálidas bajando por mi rostro―. Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino. ―Una araña caminó por mi rostro, todo mi cuerpo temblaba de desesperación e impotencia―. Hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día-
―Annie... ―susurró mi madre, pero ya no sonaba como ella, su voz ahora era demoníaca.
―Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
―Abre los ojos, Annie... ¡abre los ojos!
―No nos dejes caer en la tentación ―Chillé al sentir como algo me cortaba la cara lentamente―. Y líbranos del mal. Amén.
Abrí los ojos, mi vista estaba borrosa por las lágrimas. Todo se había ido.
La habitación estaba vacía, las serpientes, las arañas, mi madre, se habían ido. Me derrumbé en el suelo sollozando incontrolablemente. Sentí el ardor en mi brazo, estaba sangrando por sacar la intravenosa tan abruptamente. Mi pecho subía y bajaba mientras arrancaba un pedazo de mi bata de hospital y lo presionaba contra la vena.
―¿Ann? ―La voz de Raven llenó la habitación―. ¿Estás bien? ―Estaba de pie en la puerta sosteniendo una taza de café en una mano―. ¿Qué estás haciendo en el suelo? ―Colocó el café sobre la mesita y corrió hacia mí. Ella me ayudó a volver a la cama―. ¿Ann?
―Estoy bien ―mentí; mi voz todavía débil y temblorosa―. ¿Estabas llorando? ¿Qué pasó?
―Tuve una pesadilla ―Raven me miró con las cejas surcadas.
―¿Te has sacado la intravenosa? ¿En qué estabas pensando? Llamaré a la enfermera para que pueda―
―Raven. ―La interrumpí―. Tenemos que hablar.
―Hablaremos, pero primero-
―Ahora. ―Exigí.
―Muy bien.
―Raven, ¿por qué no me dijiste que teníamos hermanos?
―Porque no los tenemos.
―Sí, los tenemos o teníamos, no te atrevas a mentirme a la cara, Raven.
―Ann, cálmate.
―¿Cálmate? ¡No! Ahora los recuerdo, es confuso, pero-
―Ann. ―Puso sus manos sobre mis hombros. ―No tenemos hermanos.
―Estás mintiendo.
―No estoy mintiendo. Has pasado por muchas cosas; entiendo que estás confundida-
―¡No estoy confundida! ―Exclamé con enojo―. Sé lo que recuerdo claramente, Raven.
―Annie.
―No me llames así.
―De verdad no tenemos hermanos ―declaró con firmeza.
―Tienes que estar mintiendo.
La expresión de Raven se suavizó.
―Nunca te mentiría y lo sabes. Nunca tuvimos hermanos. Siempre fuimos sólo nosotras dos. ―Me acarició la mejilla suavemente.
―Pero yo... Dios, ahora estoy aún más confundida. ―Me sostuve la cabeza.
―Todo va a estar bien. Te lo prometo, no estás sola, Ann. Estoy aquí y no voy a ninguna parte, ¿recuerdas aquella vez que te rompiste varios dedos cuando tenías siete años? ―preguntó con tristeza.
―Sí, me caí de un árbol.
―Estabas tan asustada. Seguías diciendo que ibas a morir, pensaste que te ibas a desangrar. ―Le volví a sonreír recordando eso.
―Hice un gran espectáculo, ¿no?
―Estabas tan asustada. ―Negó con la cabeza mientras hablaba―. ¿Recuerdas lo que te dije?
―Dijiste que ibas a compartir el dolor conmigo para que doliera menos.
―Fingí estar sufriendo durante semanas. Pero eso te calmó ―dijo.
―Eso fue muy dulce de tu parte.
―Tu dolor siempre será mi dolor, Ann. Somos hermanas; si estás sufriendo, entonces yo también estoy sufriendo. Yo sólo...― Ella suspiró bajando la mirada―. Siento que no me estás dejando ayudarte esta vez.
―Raven, ¿realmente crees que estoy loca?
―No, creo que estás confundida.
―Me gustaría que pudieras creer en mí. Eres mi hermana por el amor de Dios ―dije honestamente―. Adriel me cree a pesar de que solo es mi amigo.
Su expresión se endureció.
―Sí, él te creyó y casi mueres a causa de ello.
―Él no tuvo nada que ver.
―Te puso en peligro. No debería haberte sacado del hospital. Estabas a salvo allí, él-
―¿Segura? Estaba en un maldito hospital psiquiátrico en contra de mi voluntad.
―Era el mejor lugar para ti.
―¿Para mí? Creo que ese fue el mejor lugar para ti, no querías lidiar conmigo, ¿verdad?
―Estaba tratando de ayudarte.
―No, sólo estabas tratando de deshacerte de mí.
―Estás siendo injusta.
―Oh, ¿de verdad? ―No me había dado cuenta de lo enojada que estaba con ella por meterme en ese hospital en contra de mi voluntad.
―¡Trataste de suicidarte! ―Gritó con enojo―. Casi saltas desde el balcón de tu apartamento. ¿Qué se suponía que debía hacer? No sabía qué hacer. ¿Tienes idea de cómo me sentí? Me sentí como una mierda, Ann. Sentí que te había fallado como hermana. Nunca pensé que harías algo así. Entonces, empecé a culparme por ello, pensé que era mi culpa por dejarte sola por tanto tiempo. Todo lo que quería era que estuvieras a salvo, quería asegurarme de que no ibas a intentarlo de nuevo.
―No intenté suicidarme ―dije y Raven ojeó mis muñecas.
―Sí, lo hiciste. Lo has intentado dos veces, Ann. Tienes que dejarme ayudarte, no quiero perderte. Eres mi única familia.
―Quiero estar sola ―exigí con frialdad.
―Ann...
―Llama a Adriel, por favor, necesito hablar con él.
―Es medianoche, probablemente está durmiendo.
―Dile que venga a verme por la mañana. ―Ordené rodando a mi lado, dándole la espalda.
―Muy bien.
Oí sus pasos hacia la puerta.
Después de que una enfermera me pusiera la intravenosa en el brazo y reconectara los cables, me quedé sola. Me cubrí con las sábanas hasta el cuello. Los destellos de lo que pasó hace unos minutos invadieron mi mente, pero por alguna razón, me sentí segura. Yo había orado y parecía funcionar. Mis párpados se sentían tan pesados. Cerré los ojos lentamente y estaba a punto de dormirme cuando ese olor dulce invadió la habitación. Lo vi apoyado casualmente contra la pared.
Dagon...
Estaba todo de negro y llevaba su gorro habitual. Las hebras de su cabello oscuro se pegaban a sus mejillas pálidas y a su frente. Estaba chupando una piruleta; sólo podía ver el palo blanco saliendo de sus labios manchados de púrpura. Tenía tantas preguntas para él, pero no podía pronunciar una palabra. Sus ojos rojos me miraban en silencio. Una sonrisa se formó en sus labios.
―Los vestidos de los hospitales no te van bien. ―Su voz juguetona llenó la habitación silenciosa, estreché los ojos. Estaba a punto de decir algo malo, pero luego recordé que me salvó la vida―. ¿Quieres una piruleta? ―Me quedé en silencio, así que simplemente me lanzó una. Aterrizó en mi regazo―. Nunca entendí por qué ese sabor es tu favorito. ―Sacó la piruleta de su boca y la tiró―. Sabe a medicina. ―Él sacó una roja de su bolsillo y se la metió en la boca.
―Quería darte las gracias... ―Me aclaré la garganta―. Por salvarme ―dije torpemente.
Dagon notó mis mejillas enrojecidas y me sonrió.
―No me gusta realmente la fantasía médico/paciente, pero podría hacer una excepción por ti. ―Sugirió, guiñándome un ojo y luego dio unos pasos hacia mí―. No sabes cuánto me provocas cuando te ruborizas así.
Me acomodé en la cama, evitando su mirada.
―Yo... ―Me estremecí cuando sentí sus dedos fríos sosteniendo mi barbilla. Me obligó a mirarlo; él estaba de pie frente a mí.
―¿Estás bien? ―Preguntó.
―Sí.
―Bien. ―Soltó mi barbilla y dio un paso atrás.
―¿Por qué? ―Tuve que preguntar―. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me salvaste?
―Tengo mis razones.
―¿Por qué lo desafiarías por mí? ―Sabía que me refería a Madness. Dagon dudó.
―Ya no es mi amo ―dijo casualmente.
―¿Qué quieres decir?
―Lo traicioné. Estoy, como dicen los humanos, irrevocablemente despedido.
―¿Te lastimó? ―Me sorprendió saber que Madness no le rompió el cuello o algo así.
―No.
―¿En serio?
―No pareces entender nuestro mundo, dulce Angeles ―dijo serio.
―¿Qué quieres decir?
―No es importante. ―Volvió hacia mí y se inclinó para besarme la frente. Sentí una sensación de hormigueo alrededor de mi cuerpo cuando sus labios fueron presionados contra mi piel―. Tengo que irme, él ya viene.
―¿Qué debo hacer?
―Ten fe en ti misma o lo que sea que se dicen los humanos en momentos difíciles ―dijo antes de desaparecer.
Cerré los ojos y por un momento, recordé todas esas veces que Dagon me había ayudado desde que era sólo una niña, siempre había sido tan amable conmigo. Una brisa fría se coló en la habitación y la temperatura bajó de inmediato, mi respiración se volvió visible al salir de mi boca.
Está aquí...
―Besando demonios, ¿eh? ―Su fría voz sonó a un lado, giré la mitad de mi cuerpo. Las sombras que rodeaban al demonio de la locura se ondeaban alrededor de su figura que parecía estar sentado en la silla de los visitantes―. Eso es bastante imprudente, ¿no crees?
―Supongo―respondí.
―¿Fue bueno? ―preguntó―. Imagino que no fue tan agradable para él. Pobre, sacrificando su vida por un beso frígido.
―¿Sacrificando su vida? ¿Vas a hacerle daño?
―¿Hacerle daño?― Madness dejó que su risa diabólica resonara a través de la habitación―. ¿Crees que mancharé mis manos con esa basura?
―Déjalo en paz.
―Oh, lo dejé en paz. No le he hecho daño, ¿o sí? ―Me asqueó la diversión con en su voz. Todo era un jodido juego para él.
―¿Qué le vas a hacer?
―La vida está llena de hechos curiosos, ¿no crees? ―Comentó levantándose, sus ojos rojos brillaban, parecía emocionado por algo―. ¿Sabías que los demonios jóvenes necesitan un amo que les proporcione energía y experiencia? ―Dio un paso hacia mí―. Los jóvenes demonios que no tienen amo enlazado están destinados a morir de hambre.
―¿Los demonios pueden morir?
―Sí.
―Quieres decir... Dagon va a...―No podría decirlo. ¿Dagon iba a morir por mi culpa?
―Te estás volviendo más inteligente cada día, Ángeles. ―Su sarcasmo era repulsivo―. Eso no es todo. ―Continuó mientras se acercaba a mí―. No será una muerte rápida, será lenta y dolorosa. ―Mi corazón se hundió en mi pecho―. Me aseguraré de ello.
―No lo hagas. No ha hecho nada malo, él solo trató de ayudarme, él― Madness puso una garra sobre mis labios.
―No trates de defenderlo, no cambiará nada ―murmuró―. A menos que...
―¿A menos que qué? ―Sus ojos rojos estaban tan cerca que pude ver el círculo oscuro que le rodeaba las pupilas.
―A menos que hagas lo que digo, pero sé que no lo harás.
―¿Qué tengo que hacer?
Esa sonrisa se ensanchó diabólicamente, sus dientes afilados brillando en la oscuridad.
―Entregarte a mí.
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