18. POENA
Dolor...
Gemí en agonía mientras mis pies golpeaban rocas, hielo y nieve al ser arrastrada sin piedad por el patio trasero de este lugar. Al llegar al borde, el bosque oscuro y terrorífico nos tragó por completo, en la distancia podía ver ya solo la silueta de la casa oscura de Adriel ya que la electricidad aún no volvía. Madness seguía su camino sin mirar atrás. Su agarre en mi cabello era firme y cada vez que tiraba de el, hilos de dolor se desplegaban por todo mi cuero cabelludo.
Resiste...
Recordé al niño, y sus palabras sin sentido. Cada cosa que pasaba era como una pieza de un rompecabezas que yo jamás vi terminado, y ahora era forzada a unir partes a ciegas. Mis extremidades se estaban entumeciendo, la temperatura estaba probablemente bajo cero.
—Por favor... —rogué con voz apagada porque sabía que no serviría de nada.
Las lágrimas que me rodaban por las mejillas empezaron a congelarse sobre mi piel. Madness se detuvo bruscamente y me lanzó hacia adelante. Aterricé sobre rocas heladas, hiriéndome las manos y rodillas, sin embargo, el frío parecía haberlo entumecido todo porque apenas lo sentí. Todo mi cuerpo se estremecía ante la brisa helada, me eché hacia atrás hasta que quedé sentada porque dudaba que mis piernas me respondieran.
Madness me rodeó, lo que apenas podía distinguir en la oscuridad, era su figura borrosa, moviéndose a mi alrededor, como un depredador jugando antes de su banquete.
—¿Cuál debería ser tu castigo, Ángeles? —Su tono, aunque divertido, no ocultaba la oscuridad de la amenaza detrás de esa pregunta—. ¿Qué regla rompiste?
—Por favor —supliqué—. No he hecho nada, por favor, déjame en paz.
Sus ojos rojos aparecieron justo frente a mí, salté un poco, asustada, confundida. Sus colmillos fueron los siguientes en resplandecer en la oscuridad.
—Responde la pregunta.
—Por favor. —Mis dientes rechinaban, ya no sentía mis extremidades, ni sabía lo que decía. Quería estar a salvo, cálida y lejos de él.
Su garra se enroscó alrededor de mi cuello, clavando sus afiladas puntas en mi piel. Mi cuerpo despertó al sentir punzadas de dolor tan intensas y luché, golpeando, pateando a la nada, porque mis ataques solo encontraban el aire. Sangre cálida se deslizó por mi pecho, mis hombros. Y en ese momento, consideré mi muerte. ¿Esta sería la forma miserable y sin lógica alguna en la que me iría? ¿Sin entender nada? ¿Sin alcanzar nada en mi corta existencia? ¿Vendría Pierre a mi funeral?
Resiste.
La voz del niño volvió. Y en medio del caos, de mi cuerpo casi congelado y ensangrentado, entendí algo. Luchar no servía de nada, físicamente nunca podría vencerlo. Si Madness era de verdad el demonio de la locura, mi confusión y mis suplicas lo fortalecían. Recordé a Dagon, y como casi me mataba la vez que no quise recibirle un dulce.
Es un juego.
Son juegos mentales.
Si quiero sobrevivir, tengo que aprender a jugar.
—La regla número... tres... —murmuré, tosiendo, desesperada por aire—. Esa fue la regla que rompí, no debo provocar a un demonio.
Su agarre en mi cuello se aflojó.
—Muy bien, Ángeles. —Su garra liberó mi cuello, y luego sentí como su figura se esparcía encima de mí, obligándome a quedar acostada de espaldas sobre la nieve—. Si sabes las reglas, ¿por qué escapaste del psiquiátrico? —Sus ojos rojos me miraron directamente, como si quisiera leer mi alma.
—No fue mi idea —dije, y lo menos que quería era poner a Adriel en peligro, pero necesitaba una salida—. Adriel me convenció.
Madness siseó, una de sus garras trazó el contorno de mi cara.
—Oh, ¿haces todo lo que ese humano te dice? —Su garra bajó por mi mentón y luego se quedó en mi pecho, donde estaba su marca—. Si te dice que abras las piernas y le dejes hacer lo que quiera contigo, ¿también lo harías? —Hice una mueca—. ¿O ese privilegio solo lo tiene Pierre?
Me tensé de inmediato y fue un grave error porque Madness estaba observando cada expresión, cada reacción. Sus colmillos se hicieron visibles nuevamente cuando sonrió victorioso.
—Oh. —Su tono burlón estaba de regreso—. Así que Pierre es el que debo eliminar, no Adriel.
—Si tu objetivo soy yo, aquí me tienes —dije entre dientes, ya harta de que otras personas pudieran salir heridas—. Rompí una regla, merezco un castigo.
Intenté entender la lógica de los juegos mentales de Madness, esperaba que por más dolorosos que fueran sus castigos, no fueran la muerte.
—Haré que duela... —murmuró—. Mucho.
Y entonces, la hoja afilada de una daga brilló en la oscuridad. Por instinto, intenté escapar, pero él me sostuvo ambas manos por encima de la cabeza contra la nieve y la daga cortó la piel de mi muñeca. Un grito desesperado dejó mis labios y por unos segundos, solo fui agonía y dolor. Él siguió hasta que llegó hasta el antebrazo y alejó la daga, complacido.
—¡No! ¡No! —La sangre empezó a brotar de la cortada por montones. Me iba a desmayar, iba a morirme, eso era seguro. Fui una idiota al creer que podía vencerlo en su propio juego. No había forma de razonar las locuras que él hacía.
—¿Te duele? —preguntó sádicamente el bastardo.
Iba a rogar, pero luego recordé que estaba intentando seguir su juego.
Responde sus preguntas.
—Sí, duele mucho. —No podía soportarlo más. Me estaba retorciendo de dolor.
—No deberías haberme desobedecido.
—No debí —jadeé, adolorida, el corte ardía, el frío quemaba, hasta respirar se me hacía difícil.
Madness soltó mis muñecas y como pude, presioné mi brazo contra mi pecho, intentando hacer presión para ralentizar el sangrado. Sus garras estaban llenas de sangre, y cuando levantó una de ellas, pensé que me golpearía, pero no fue así. Su garra acunó mi mejilla, y se transformó en una mano cálida, humana.
—No eres nada, Ángeles. —Sus ojos rojos había perdido esa forma ovalada y eran un poco más humanos—. Nadie se preocupa por ti, a nadie nunca le has importado. Tu propia madre no te quería, ¿qué se siente? ¿qué se siente ser abandonada? Nunca fuiste suficiente, nunca lo serás.
—Para. —Mi voz no fue una súplica, fue una orden.
—Te dejó en medio del bosque —Sus colmillos fueron reemplazados por una sonrisa normal—. Sin tener ni idea de si sobrevivirías.
¡Mamá! ¡Espérame! ¡Mamá!
Casi podía escuchar mis propios gritos.
—Y tu padre... también te abandonó ¿no? ¿Sabes por qué?
—Detente.
—Porque no eres suficiente. —Su voz resonó en mi oído como un susurro maldito—. Arruinaste los sueños de tu madre y ella te odió desde que supo que venías a este mundo. Pocas criaturas son odiadas desde que están en el vientre, Ángeles.
—¡Cállate! —grité.
—Admite que tengo razón y pararé.
Mis labios temblaron mientras lloraba en silencio porque sus palabras ardían, pero no le daría la satisfacción de escucharme sollozar. Me armé de fuerza, me enfoqué en mi objetivo, Madness estaba victorioso encima de mí, parte de él se había humanizado y aunque no lo entendía del todo, quizás se debía al hecho de que llevaba tiempo sin alimentarse de mí.
Tenía unos segundos de ventaja, mi siguiente movida tenía que ser rápida y precisa. Con cuidado, solté mi brazo herido y levanté la mano hasta que toqué su rostro, el cual al contacto se materializó de inmediato frente a mí.
—¿Eso es lo que tú eres? —dije, acunando su mejilla de la misma forma que lo hizo él—. ¿Una criatura que fue odiada desde que estaba el vientre? ¿Una criatura que nunca ha sido suficiente?
Por unos miserables cuatro segundos, me sentí victoriosa porque él se quedó callado, procesando mi osadía.
Luego, las pocas facciones que podía ver de su rostro se tensaron, líneas rojas emergieron de su cuello y le cruzaron las mejillas y la frente. Estaba furioso y aunque, había logrado un respiro de victoria, eso no había sido inteligente.
Madness volvió a ser garras, colmillos y oscuridad.
—¿Cómo te atreves a retarme, humana miserable? —gruñó en mi cara y la daga volvió.
—¡Lo siento! ¡Lo siento! —rogué, el miedo volviendo a circular por mi cuerpo.
Esta vez no tuve tiempo de prepararme para el ataque. La daga cortó piel y tela por igual hasta que me quedé sin voz por los gritos, hasta que perdí el conocimiento por un par de segundos y volví a seguir soltando incoherencias, suplicas y sollozos.
Mi pecho subía y bajaba lentamente como si ya no me quedara aire que exhalar, Madness soltó la daga, pero permaneció encima de mí como una nube negra que me impedía ver el cielo.
—¿Sin palabras, ahora? —Se burló.
Mis manos descansaban a mis lados.
La daga...
—Yo... —Fingí hablar con lentitud, Madness escuchaba atento mientras yo estiraba la mano para tomar la daga.
—¿Tú qué? —preguntó, curioso.
Con la daga en la mano, la moví tan rápido como pude y lo apuñalé en lo que pensé sería su estómago. Madness cayó hacia atrás y no dude en levantarme. Mis músculos seguían entumecidos, pero necesitaba correr.
Ahora.
No podía ver nada, el bosque era el mismo a donde lo mirara. Corrí sosteniendo mis ropas rasgadas contra mi pecho. Choqué con varios árboles, pero seguí adelante. No podía parar.
—Ángeles. —Escuché sus susurros divertidos.
Miré a mi alrededor desesperada y asustada. La risa demoníaca de Madness resonó a través de la oscuridad.
Tienes que seguir moviéndote, Ángeles.
Presioné mi brazo herido contra mi pecho, por esa pérdida de sangre podría matarme mucho más rápido que el demonio que me perseguía. Me tropecé y caí hacia adelante, golpeando mi frente contra el suelo. Parpadeé, no podía desmayarme, no ahora. Me puse de pie, y me sostuve la cabeza, tambaleándome, un recuerdo lejano llegó a mí:
—¡Eso dolió! —Exclamó una niña, sobándose la cabeza. Otra niña apareció a su lado, recogiendo la pelota con la que le había pegado.
—Debes prestar atención —respondió la niña con la pelota.
Al verlas juntas, era imposible no notar su parecido, eran gemelas. Estaban cerca de la orilla de una playa solitaria y era la puesta de sol.
—¿Quieres la pelota, Ángeles? —Preguntó ofreciendo la niña que la sostenía, su sonrisa era...
—¡Sí!
—Entonces, ¡Atrápala! —Y le lanzó la pelota a la niña con mucha fuerza. Vi como la niña trató de atraparla, sin éxito. La pelota le golpeó la cabeza y cayó hacia atrás con un chillido de dolor. Observé con horror cómo la otra niña sonreía con maldad—. Pobre hermanita.
—¡Mamá! —La niña se sentó a llorar frotándose la cabeza—. ¡Mamá! ¡Anya me golpeó! —acusó. Anya se arrodilló frente a ella y le limpió las lágrimas con sus pequeños dedos que luego se lamió con una risita.
—Dulces lágrimas —susurró.
Abrí los ojos, volviendo a la realidad. Estaba recostada contra el trono de un árbol y fue en ese momento en el que vi una figura acercándose a mí.
Madness...
Él intentó agarrarme, pero lo alejé.
—¡No! ¡Fue suficiente! —dije, defendiéndome.
Levanté la daga e intenté cortarle, me sorprendió cuando la hoja encontró resistencia y efectivamente lo corté, sin embargo, no fue un gruñido o amenazas lo que recibí en respuesta, fue un chillido adolorido femenino.
—¡Maldita sea! —Parpadeé, tratando de aclarar mi vista y la sangre se heló aún más dentro de mis venas. Gina, el ama de llaves de Adriel, estaba frente a mí. Parecía aterrorizada, se estaba metiendo la mejilla, la sangre goteando de sus dedos—. ¡Estás loca! ¡Me cortaste! ¡Dios mío!
—Yo... pensé... —Mi cabeza era un desastre—. Lo siento... pensé...
Oí pasos pesados. Adriel apareció entre las sombras.
—La encontraste —dijo aliviado, pero sus ojos se abrieron en sorpresa cuando vio la mejilla de Gina y luego su mirada fue a mi mano izquierda donde sostenía la daga.
—¡Me cortó! ¡Me cortó la cara! —Gina gritó, señalándome—. ¡Está loca!
—¿Qué diablos pasó? ¿Estás bien? —Gina le respondió y hablaron por lo bajo, cuando Adriel me miró, no pude evitar notar el enojo emanando de él, no le culpaba, Gina era alguien que él apreciaba y conocía de toda la vida. ¿Yo? ¿Qué era yo? —. Ann, ¿qué hiciste?
—Yo...—No sabía que decirlo o cómo—. Pensé... que ella era... —Solté la daga—. Lo siento mucho.
—¡Estás loca! ¿Qué carajo te pasa?— Gina intervino.
—Gina, cálmate —ordenó Adriel.
—¿Qué me calme? ¡Esa loca me cortó! ¡Me arruinó la cara!
Gina estaba histérica con toda la razón.
—Lo siento mucho —susurré—. No quise hacerlo, no te reconocí... lo siento.
La expresión de Adriel se suavizó.
—Está bien, ¿estás herida? —Él ojeó la cortada en mi brazo.
—No lo sé. —Adriel se acercó a mí, y estiró su mano hacia mí, pero yo retrocedí—. No, no puedes tocarme.
—Ann, déjame ayudarte.
—Te matará si me tocas —murmuré—. Está enojado, lo hice enojar, pensé que podía jugar, pensé que podía ganar...
No podía dejar de hablar.
—Ann, respira, estoy aquí, no dejaré que te lastime.
—¡Qué está loca, Adriel! —La voz enojada de Gina me retroceder de nuevo.
—La estás asustando, Gina, cállate. —Adriel me sonrió—. Déjame ayudarte, has estado expuesta al frío por mucho tiempo.
—Él... Ya no más... es suficiente —supliqué, aún sentía la daga cortándome, las palabras crueles de Madness, el duro golpe que me di en la cabeza contra el suelo, y ese recuerdo extraño.
—No te haré daño, puedes confiar en mí. Te protegeré. —Adriel se acercó. Mi cabeza se sentía tan pesada.
—No... —Mis párpados comenzaron a cerrarse. Me tambaleé hacia adelante y Adriel me atrapó en sus brazos.
—Eso, estarás bien, Ángeles, ahora descansa.
Mis ojos luchaban por mantenerse abierto y vi un par de ojos rojos observándome desde la oscuridad; sus dientes afilados brillaban mientras me sonreía con la promesa de mucho más dolor.
—Dulces sueños, Ángeles. —Su fría voz fue lo último que escuché antes de desmayarme.
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Nota de la autora: ¡Buenas, llegamos tarde, pero seguro este finde!
Este capítulo me dejó más preguntas que respuestas, ¿que les puedo decirtsh?
¿Cómo van esas teorías?
Recordatorio de que Madness es un demonio (si es que es real) ¿OKAY? Sí, les hablo a ustedes, las del dark romance que ya se han imaginado cosas LO SÉ.
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Muakatela,
Ariana G.
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