Juntos por la eternidad

No tuve el valor para decir algo, aquella mujer seguía repitiendo lo mismo, mientras  no dejaba de deslizar sus dedos con delicadeza por cada una de las cuentas con rosas grabadas, tenía la sensación de que estuviera rezando, pero era algo que dudaba, creo que era más bien una manía, algo que ella no podía evitar.

Su mirada estaba fija en mí, pude ver sus ojos verdes con claridad, que apenas embellecían su mirada triste,daba la impresión de que hubiera pasado una eternidad llorando. Sentí un hueco en el estómago. Había algo inexplicable en su mirada, que me hacía sentir un vacío enorme en mi ser.

— ¿Me vas a ayudar? Él me esta esperando, necesito... Yo necesito llegar. Es mi boda, es mi día.—  Escuché que decía aquella mujer, ahora con tanta insistencia que daba miedo.

No podía reaccionar, estaba llena de miedo. ¿La boda me había enloquecido? Estaba viendo alucinaciones, quizás nervios prenupciales. ¿Los nervios provocaban alucinaciones? Mi mente trataba de buscar una razón lógica a lo que estaba sucediendo.

—¿También vas a casarte?—  Me preguntó cuando vio que no iba a obtener ninguna respuestas mía. Y apenas arrastrando las palabras le contesté. — Yo voy a casarme, así es.— Dije dudosa. ¿A quién le estaba contestando?Quizás le estaba hablando a una alucinación.

—¿Lo amas?—  Me preguntó, mientras sentí su mano delgada y fría sobre la mía. Sus ojos verdes se oscurecieron. Mi garganta se quedó seca, apenas pude contestar. 

— Lo amo, por supuesto que lo amo.— Contesté pausadamente, mi garganta se sentía rígida.

— Yo no lo amo, yo no lo amo. Esa es la razón por la que debo casarme con él, antes de que me obliguen a casarme con alguien que no amo.—  Dijo con la mirada extraviada. Mientras trataba de mantener la calma. Bajé la ventana del auto y vi como había personas que me miraban, las personas siempre tienen curiosidad por ver a la novia y eso es lo que hicieron, sentí las miradas curiosas voltear al auto que había sido arreglado por la mañana con listones blancos y ramos de rosas blancas naturales. Era la tradición, arreglar el auto en el que viajaba la novia, para anunciar por el el camino que en ese auto iba una novia camino a la iglesia.

—No comprendo que es lo que dices. Tú no estas aquí, solo te estoy imaginando— dije al voltearme. Pero estaba ahí, podía sentir su presencia que tenía un extraño efecto en mí. Traté de respirar profundamente y soltar el aire despacio, quizás mis alucinaciones se irían.

Escuché murmullos de las personas que estaban afuera en la calle, mientras el coche estaba detenido. Tomé aire y cerré de nuevo la ventanilla, prefería eso a que me miraran de la forma en la que lo hacían, aunque sentía esa sensación de claustrofobia.

— Ellos creen que estoy loca. Estoy loca ¿no es así? Estoy loca por hablar contigo. Tú no eres real, estás muerta. Es lo más probable que estés muerta. 

— Créeme no estás loca. Ambas sabemos que soy real. 

— ¿Quieres que te ayude? ¿Así me dejarás en paz? Pero no sé como ayudarte. 

— ¿Lo harás? 

— ¿Tengo opción?—  Dije con miedo y resignación.

— Me liberaste, cada vez que una novia me libera tengo la oportunidad de encontrarlo. Así la novia también sabe si es amor verdadero. Si no lo es... Yo soy la novia. Es mi día, ese día que nunca llegó.

— ¿A que te refieres?

— En unos minutos llegaremos, sólo que no serás tú la que baje y camine hasta el altar, si no yo. Él decidirá si quiere casarse conmigo, si el lo hace su alma es mía. Juntos para la eternidad— Dijo lo último como una loca. ¿Quién estaba más loca de las dos?

  — No tienes opción, nunca la tuviste desde que abriste mi cofre. Pero no me culpes a mí Carissa. Yo no fui la que me liberó, fuiste tú. Y tu amiga me ayudó, ella dejó mi rosario ahí, con tu nombre. ¿Sabes la razón?

Ella sabe Carissa. Ella sabe que tú rechazaste a su esposo y por eso se casó con ella. La condenaste a un matrimonio infeliz.

  — Eso no es cierto, entre él y yo nunca hubo nada y si no dije nada fue porque no había razón para ello. Yo quería que ella fuera feliz.

— Pero no lo fue Carissa. Le quitaste al hombre que ama y ella piensa quitarte al hombre que tú amas. Por eso me trajó.

— No, no eso... no es posible ella es como mi hermana.

— Una hermana que traicionaste.

— No es así, nunca fue así.

— Ella cree que sí. Por eso dejó mi rosario en la habitación.

Sentí que el auto frenó, al mirar por la ventana ví que habíamos llegado a la iglesia. Empecé a llorar con desesperación. Bajé corriendo hasta la iglesia pero parecía que nadie se daba cuenta, mientras fui directo con Oliver mi prometido que estaba enfundado en un espectacular traje gris. Jamás lo había visto tan emocionado.

Traté de pedir ayuda pero nadie parecía verme.

Entonces me vi a mí misma entrando a la iglesia, la marcha nupcial empezó a sonar y todos se pusieron de pie. 

— Ahora es a ti a quien nadie ve. Es mi día Carissa, es mi boda.—  Escuché la voz de aquella mujer.

Vi que que en las manos llevaba el rosario de plata. Mientras sonreía. Traté de detenerla pero no pude, yo era como un fantasma, solo un alma.

No podía hacer nada. Así transcurrió la ceremonia, hasta que llegó la parte final. El intercambio de votos, y de decir sí acepto.

Me puse frente a Oliver. Pude ver sus hermosas facciones, sus ojos verdes y su cabello castaño. 

  — No lo hagas Oliver, por favor no lo hagas.

Esa yo me miró con satisfacción, estaba tan cerca de lograr su cometido.

— Si acepto.—  Escuché que dije.

—¡No Oliver! ¡No lo hagas! ¡No puedo perderte cariño!

El padre volvió a repetir lo mismo pero está vez era el novio quién debía de contestar.

— Si, acepto.—  Se escuchó.

Todos en la iglesia aplaudieron y el sacerdote pronunció la frase final.

— Lo que Dios ha unido, no lo separé el hombre. Puede besar a la novia.— 

Traté de frenarlo, de jalarlo e incluso usar la fuerza pero fue inútil, estaba presenciando como Oliver se estaba casando con alguien que no era yo.

Al momento del beso ocurrió, parecía que Oliver se había convertido poco a poco en un cuerpo momificado. Aquella mujer se había llevado su vida.

Todo había terminado. Volví a mi cuerpo y vi a Oliver tirado en el suelo. Con una mueca de dolor.

  — No, no. Esto no esta pasando. Es solo una pesadilla.—  Decía repetidamente, hasta que empecé a gritar su nombre en medio de las lágrimas.

Al voltear a ver la salida, me di cuenta que estaba aquella mujer parada en la entrada de la iglesia con Oliver a su lado.

— Lo siento tanto, lo lamento cariño. —  Le dije.

Sólo escuché un te amo antes de desaparecer. Se había ido, aquella mujer se había llevado su alma.

Mientras yo estaba frente al altar y junto al cuerpo de Oliver. Los invitados habían salido corriendo horrorizados. Y me culpaban por su muerte, incluso el sacerdote salió con el rostro desencajado por lo que acababa de presenciar.

No supe cuanto tiempo pasó, sólo recuerdo el frío metal de las esposas alrededor de mis manos. Una novia iba en la parte trasera de la patrulla.

Eso es lo último que recuerdo, ahora sólo recuerdo estar vestida de blanco, encerrada y siendo maltratada en lo que llaman psiquiátrico.

Quizás si lo había matado, quizás esa fue la historia que me había inventado. No sabía distinguir la realidad de lo que había pasado, pero todos decían que yo lo había matado, que lo había asesinado el día de nuestra boda.

  — Yo no recuerdo nada, ya les dije que fue ella. Ella sigue aquí.—  Le dije a la doctora que vestía una bata blanca.

— Creo que no hay mejoría.—  Concluyó ella, mientras cerraba la libreta de apuntes.

Mientras miraba a través del cristal que nos rodeaba, seguro era más plástico que cristal, para evitar que nos lastimáramos.

Y la vi, de nuevo la vi con esa mirada triste y sus ojos verdes.

  — Es ella ¿no pueden verla? Son sus ojos verdes, su tristeza... Es ella—  Repetí.

— Carissa, tú tienes los ojos verdes.—  Escuché que dijo la doctora.

Sentí un hueco en el estómago. Y recordé lo que había sucedido, recordé que ella estaba ahí susurrándome. Había sido yo quién lo había matado, yo había clavado en él un abre cartas que llevaba en el vestido. Lo había matado yo.

  — ¡No! ¡No! Yo lo amaba, yo no lo hice fue ella. Fue ella.—  Dije mientras me arrastraban por el pasillo largo, y me encerraban en una habitación acolchonada, blanca. 

  — Fue ella.  





FIN

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top