E P I L O G O

Pasan lentos los días y muchas veces estuvieron solos. Pero luego hay momentos felices para dejarse ser en amistad.

Son ellos, los perdedores.

Un destino condujo diestramente las horas, y brotó la compañía. Cuantas noches que pasaron con la ilusión de que si se iban de este mundo, una amiga o un amigo los iba a extrañar.

Un amor dentro de aquella amistad brotó. De ellas encendieron palabras, las palabras que luego abandonaron para subir a más: empezaron a ser los compañeros que se conocen por encima de la voz o de la seña.

Ahora sí. Pueden alzarse las gentiles palabras —ésas que ya no dicen cosas—, flotar ligeramente sobre el aire; porque estaban ellos enzarzados en el mundo, sarmentosos de historia acumulada, y está la compañía que formaron plena, frondosa de presencias. Detrás de cada uno vela su casa, el campo, la distancia.

Pero silencio. Quiero decirles algo. Sólo quiero decirles que estaron todos juntos. A veces, al hablar, alguno olvida su brazo sobre el otro, y aunque Stanley esté callado da las gracias, porque hay paz en los cuerpos desde que toda esa pesadilla terminó.

—Lía, corre saluda a tu tío Bill.

—¡Tío Bill!

La familia había crecido considerablemente.

—¡Y no te olvides del tío Richie, renacuajo!

—¡No soy un renacuajo, tío Richie!

Toda la tranquilidad estaba volviendo a cada una de ellos. Si bien el miedo seguía habitando en ellos, ya no les preocupaba tanto, pues habían descubierto que podían hacerle frente.

Alessia había dejado los medicamentos. Cuando derrotó a Pennywise, las voces en ella se esfumaron. Dejando totalmente en silencio en su mente, solo el eco de sus pensamientos.

—Ya no más temores. Ya no más.

Todos vivieron felices. Quizás si, quizás no. El destino es tan improvisto para tantas cosas, que nunca sabrán lo que viene.

Lo único que puede asegurar es que todos ellos vivieron una buena vida.






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