56.- Lo que quedó de mí

Para mí buena suerte el viaje desde Apatzingán fue fácil cuándo Denisse apareció, contrato una avioneta que nos trajo aquí y con ella pagando con sus tarjetas, después de hacer los movimientos correspondientes, no tenemos nada de que preocuparnos. El hotel en dónde estamos es discreto, pero estamos atendidas a cuerpo de reinas y no hemos tenido necesidad de salir en una semana, en la cual he intentado desintoxicarme de forma fallida.

Quisiera más tiempo para poder presentarme ante él de una manera más decente, y no lo tengo, decir ir hoy, y por eso Denisse se ha dado a la tarea de hacerme ver como un ser humano.

Empiezo con un corte de cabello, me lo dejo hasta medio hombro y en capas, me exfolio el cuerpo entero, me dejó las manos de princesa y el problema empezó al momento de subir a mi cara. Logré la hazaña de no ver mi rostro en el espejo durante una semana, no quería ver lo que quedó de mi, ahora que lo hago, no puedo evitar sentir escalofríos y una profunda tristeza. Me siento humillada, rota. No importa los kilos de maquillaje que Denisse me ponga, el corte de cabello o la ropa, hay algo diferente y más frágil en mi, claro que eso no le parece a ella.

—Sigue estando bien chula, patrona.

Me acomoda el cabello hacia delante, me pongo de pie y ella ya está detrás de mi con el abrigo, me ayuda a ponermelo, afuera está haciendo un sol impresionante, pero en los últimos días me he dado cuenta que el clima de la ciudad es imprescindible, ahora está soleado, en dos minutos puede estar cayendo una tormenta o una ventisca, mientras que por las noches nos morimos de frío, así que prefiero ir preparada, capaz que si me resfrío me muero por lo bajo de mis defensas. 

Bajo la mirada, no puedo seguir mirándome, mejor me concentro en la pantalla del primer teléfono que es mío completamente.

Dom, 30 de mayo de 2021.

Es claro que es fin de semana, desde el balcón se puede ver el ir y venir de los capitalinos, están contentos y expectantes, según Denisse y los empleados del hotel, hoy es la final de la liga mexicana de fútbol, en el estadio Azteca, por lo cuál la gente estará tan ocupada que nadie me pondrá particular atención en la calle. 

—Ya te dije que no me digas patrona —respondo a Denisse después de un suspiro.

Denise hace un puchero, siempre es así. Su cariño por mi es sincero, me lo demostró en el momento en que me vio, me abrazó tan fuerte que creí que me rompería algo, lloró un rato y no me soltó la mano en todo el trayecto a aquí, tampoco me hizo ninguna pregunta, por eso la adoro. Denisse me conoce, sabe que no soporto la lastima o compasión; me río ante el pensamiento, no sé qué otra cosa podrían sentir por mi ahora si estoy hecha un guiñapo.

—Es la costumbre, decirle por su nombre me parece falta de respeto.

Siempre tan delicada, es igualita a Cecilia, siguen considerándome mejor que ellas y no me lo merezco.

—Ya hablaremos de eso —digo un poco derrotada—. Denisse gracias, de verdad lamento meterte en esto cuando tu ya tenías una vida derecha.

Hemos tenido mucho tiempo para ponernos al día, Denisse me hizo caso cuando le dije que buscará la manera de legalizar sus bienes, se compró la boutique en dónde trabajaba, tiene una casa y prospera poco a poco, dudo que tenga algún problema con hacienda más adelante, solo debe mantenerse al día con sus impuestos y todo estará bien.

—Todo eso fue gracias a usted, ayudarla es lo menos que puedo hacer. 

No debe nada porque no le regale nada, ella se arriesgo conmigo desde el primer día, si nos hubieran descubierto le habría ido peor que a mi. 

—En cuánto resuelva mis asuntos aquí, te regresas a Culiacán.

No voy a volver a poner en peligro su vida, tampoco quiero tener ninguna asociación con nadie; en Michoacán tenía muchas desventajas, todos me buscaban y no tenía la suficiente confianza para acercarme a un cajero, ahora estoy en la capital, ya accedí a mis cuentas, puedo valerme por mi misma hasta que encuentre a Heriberto.

—Yo no voy a volver, quiero quedarme aquí, con usted —suena decidida, no sé está pensando está muchacha, las cosas ya son muy diferentes a cuando nos conocimos, oficialmente soy una prófuga y si la agarran conmigo será mi cómplice—. Me necesita y yo no sé vivir si no es al margen de la ley.

Lo dice porque en realidad no conoce el negocio, todavía no experimenta el terror de verse perseguida y asediada por sus enemigos, antes yo podía protegerla, tenía respaldo y poder, mínimo pero bastaba para ocultar mis movimientos, ahora me convertí en una presa, me buscan mis enemigos, mis amigos, y estoy a merced de mis propios impulsos. Soy como una bomba, nadie me puede sostener sin un peligro mortal de por medio.  

—Mira lo que vivir así me hizo, vete en este espejo, Denisse, y recapacita —me mira y solo sonríe, ¿Qué me ve de bueno si parezco calaca de lo pálida y flaca que estoy?—. Nada más me estás dando el avión, vamos a hablar más tarde de esto —alguien debe aterrizarla—. Si vas a salir me llamas.

—Sí, patrona —pongo los ojos en blanco, no me hará caso.

Le doy un beso en la mejilla, ella me pasa la bolsa, tomo la tarjeta de la habitación y salgo, tomo el elevador para llegar al vestíbulo y cuando me dispongo a pedir un taxi en recepción, Avilés aparece delante de mi; se negó a dejarme sola, con la ayuda de Denisse me convenció para dejarlo venir conmigo, su pretexto y el mío, es que los medicamentos que me consiguió para mantener a raya mi adicción, pueden hacerme daño, lo que puede ser probable porque hoy abuse un poco de ellos, me sirven con una parte de lo que siento, sin embargo no es suficiente, no puedo dejar de pensar en dormirme con la heroína.

—Le haces honor a tu nombre, mírate nada más —me rodea como si fuera un perro olfateándome—. La bruja de Rebeca nunca supo hacerte justicia.

Rebeca era una vulgar que nos veía a todas como trozos de carne apetitosos y jugosos para hombres asquerosos como él, en cambio Denisse, es una mujer que sabe ver la belleza, que maximiza cada aspecto positivo del físico y además, la condenada tiene don de gentes, es una buena vendedora, no solo sabe de moda, también sabe hacerte sentir bien, siempre me sentí poderosa gracias a ella, el mundo me reconoce por aquel traje rojo.

—¿Por qué no se ha ido? —le pregunto harta de su presencia.

Reacia, pero confío en este hombre, sé que no me va a traicionar, también sé que no tiene ningún motivo para decirle a Heriberto que estoy viva, es más, no creo ni siquiera que sepa cómo comunicarse con Heriberto; el caso es que me incomoda su presencia. Avilés quiere algo de mi, mi cuerpo lo tuvo muchas veces, pero lo que él ansia, no se lo puedo ofrecer a nadie, porque una parte no me pertenece, y la otra murió y está enterrada en Apatzingán. 

—Porque quiero dejarte bien… —me intenta acariciar la mejilla, ni siquiera dejo que su mano toque mi rostro— Y voy a ver el partido, apenas y conseguí boletos, me salieron en un ojo de la cara.

Solo espero que el famoso partido sea bueno, todos están vueltos locos allá afuera y en el restaurante del hotel se tardaron bastante en la mañana para llevarnos el desayuno, están abarrotados de trabajo. 

—Apuesto a qué sabe mucho de eso —mi comentario no le hace mucha gracia, parece que solo trafica sustancias lícitas—. No quiero verlo cuando regrese.

A partir de aquí me las arreglo sola, no quiero tenerlo cerca metiéndome ideas en la cabeza que seguro nos van a lastimar a todos, además tengo que controlar mi adicción por mí misma, no me voy a dejar vencer por el maldito veneno al cual me hicieron adicta, Heriberto no me va a derrotar por eso.

—Por lo menos dame el gusto de llevarte a dónde vas.

Mi intención de primera mano es negarme, y luego volteo a ver el mostrador, hay mucha gente esperando, los recepcionistas no se dan abasto, nadie me hará caso en por lo menos media hora, si la información que conseguí es correcta, tengo menos de media hora para llegar a las oficinas, si no lo encuentro tendré que esperar hasta mañana lunes, y siendo así todos sus empleados estarán ahí y que menos quiero es una multitud presenciando su reacción al verme. 

—Está bien.

Volvemos al elevador y esta vez bajamos hasta el estacionamiento subterráneo del hotel, como si fuera un caballero me abre la puerta para que me suba al auto, lo rento para poder moverse a su antojo en esta ciudad.

Salimos a la avenida y por alguna razón toma el camino largo, si es que se le puede llamar así, no vamos muy lejos así que no podrá retenerme por mucho tiempo, si hay algo bueno en su tontería es que pasamos delante del monumento a la revolución y el ángel de independencia, no puedo evitar recordar los buenos momentos que viví aquí; en especial recuerdo una maravillosa noche de quince de septiembre, quizá la única fiesta que pase completamente feliz sin pensar en las consecuencias del mañana o de la noche inmediata.

Sin duda es el recuerdo más feliz de mi vida, si me esfuerzo puedo escuchar la música y olor de la pólvora en el aire por los fuegos artificiales, el sabor de la comida y el ardor del mezcal corriendo por mi garganta, incluso la alegría mientras Alan me estrechaba entre sus brazos. Al pensar en él, el corazón se me encoje y como siempre, y para empeorarlo el impertinente de Avilés empieza con sus preguntas. 

—Y este hombre, ¿qué es de ti?

Su curiosidad fingida no me engaña, a nadie lo haría. 

—Eso no le importa, es más, déjeme en la salida de la siguiente avenida —no tengo porque seguir dando más vueltas—. No pueden tener ningún registro de usted.

—¿Quién?

—La policía, es por su bien —es la única manera en la que le voy a agradecer todo lo que ha hecho por mí.

No protesta, hace exactamente lo que digo, estaciona y antes de bajarme me toma la mano, que manía de querer toquetearme a cada rato. 

—Voy a llamarte y puedes hacer lo mismo si me necesitas. 

Es un gesto noble de su parte, si estuviera en otro momento de mi vida tal vez lo consideraría, pero ahora no quiero más problemas, no los necesito, y creo que lo mejor para todos es que no nos volvamos a ver nunca. Pese a sus buenas intenciones, lo que me ha ayudado y lo que pretende y podría hacer por mí, sigue siendo un recordatorio de viviente del infierno que me hacía pasar Rebeca, y ya no quiero revivir eso. 

—Espere sentado —aparto mi mano de la suya, casi me regreso a darle un beso al ver sus ojos de borrego, no puedo.

Camino tranquila por la calle, los tacones de las botas resuenan en el asfalto y nadie me hace el más mínimo caso, me hace sentir bien y normal caminar sola por las calles, nunca lo había hecho, por lo general me seguían a distancia o iba a acompañada, ¿así se siente la libertad?

No me da mucho tiempo a seguir pensando en eso o regodearme en la sensación, llegó al edificio de oficinas de la empresa transportadora Montreal, veo por los ventanales las instalaciones, son sencillas y están desiertas, la única prueba de que él está aquí son los guardias en la puerta.

Pasó como Juan por mi casa, apenas y dirijo una mirada aireada a los guardias. Le pedí a Denisse que me vistiera como una niña rica precisamente por esta razón, no se van a negar a dejar pasar a una chica que parece inofensiva y además que nada en dinero, bien podría ser amiga o novia del jefe, uno nunca sabe.

Pasó libre hasta la recepción en dónde solo hay un muchacho, debe tener unos veinte años, levanta la mirada a mi y al ver sus ojos una punzada me hace doler todo el pecho, el pecho me duele, aún así hago de tripas corazón, me parece conocido, pero si lo hubiese visto antes lo recordaría, sobre todo la sensación de aparente cariño que despierta en mi. 

—Hoy no están abiertas las oficinas señorita, ¿puedo ayudarla en algo? —pregunta. 

Parpadeo varias veces, pese a todo sé que lo he visto antes, si mi mente no estuviera tan revuelta sabría dónde exactamente. Las puertas del elevador se abren, sale una mujer pero no la veo mucho, el chico es quien tiene toda mi atención. 

—Vengo a ver al señor Marcelo Montreal —digo con firmeza. 

—¿Y se puede saber para qué? —pregunta la mujer acercándose de prisa, al estar frente a mi me examina como si tuviera vista de rayos x— Soy Amber Carvajal, vicepresidenta de operaciones de la transportadora.

Ese nombre si lo he escuchado y puedo recordar con precisión fotográfica la expresión del señor Marcelo, estaba devastad al escuchar ese nombre, fue el dolor en su mirada lo que dejó grabado ese recuerdo en mi mente, y por eso también que tengo que salir de aquí de inmediato. 

—Amber… —murmuro como tonta, trago saliva, me alejo unos pasos de ella— Yo me tengo que ir, buscaré al señor Marcelo en otra ocasión.

Amber no parece conforme con mi decisión, se pone en medio del camino. 

—¿Puede decirme por qué vino a buscarlo? —pregunta en un tono amenazador. 

—Es un asunto privado, solo puedo discutirlo con Marcelo.

Solo espero que no piense que de verdad tengo algo con el señor Marcelo o podría tener problemas, lo más probable es que estén juntos ahora y es obvio que no le caerá en gracia que una mujercita como yo se aparezca de la nada preguntando por su novio.

—Marcelo no tiene asuntos privados conmigo, dígame.

Por un momento considero la posibilidad, pero dados los recientes hechos y todos los crímenes que he cometido a largo de mi vida, tampoco creo que se tome a bien que una criminal de mi talla se aparezca aquí.

—Lo siento pero no puedo decírselo, con permiso.

Intento pasar a un lado de ella, bajo la mirada en un acto de sumisión fingido, no me deja ir me toma por el brazo obliga a verla a la cara de nuevo.

—¿Quién la envío? ¿qué quiere? —pregunta furiosa.

El chico que estaba detrás del mostrador viene a nuestro encuentro, intenta tomar el brazo de Amber para que suelta, ella no lo permite, al contrario, toma al chico y lo pone detrás si, parece una fiera defendiendo a su cachorro.

—Irme, nada más.

Prefiero arriesgarme a que me vean todas las secretarias el día de mañana a seguir haciendo un escándalo, los guardias de la puerta ya han entrado y están esperando una orden.

—Yo creo que no se va a poder —Amber mira a los guardias y ellos comprenden que tienen que agarrarme.

—Si me ponen una mano encima no se la van a acabar —me suelto de Amber y doy unos pasos atrás, me acorralaron.

—¿Puede mostrarme su identificación? Solo eso y la dejaré ir —pide Amber, es razonable pero ni identificación tengo.

—No tiene porque retenerme y tampoco tengo porque identificarme, no he hecho nada malo.

Es cierto que vengo armada, no puedo salir sin esa garantía de que podré escapar o amenazar a quién intenté hacerme daño, sin embargo no pretendo sacarla para amenazarlos a ellos, el señor Marcelo no me lo perdonaría.  

—No voy a esperar a que lo haga, llamen a la policía.

Empiezo a temblar de miedo, no puedo esperar a que llamen a la policía, eso sería mi fin, por suerte el chico entiende que no estoy haciendo nada malo, o por lo menos eso debe parecerle porque se pone delante de mí, como queriendo protegerme.

—Amber, por favor —le regaña—. Todos vamos a mantener la calma, Marcelo bajará en unos minutos, él nos aclarara está situación —le hace una seña a los guardias para que se vayan a sus puestos y luego voltea a verme—. Señorita, no creo que venga a hacerle daño pero si es así, le advierto que no podrá tocarle ni un cabello a mi padre. 

—¿Tu padre? —escupo sin pensarlo.

Claro que sabia que tenía un hijo, pero no sé, me lo imaginaba distinto, quizá más pequeño, aunque hace sentido que sea casi un adulto, después de todo su madre debió quedar embarazada antes de la supuesta muerte del señor Marcelo.

—Sí, tome asiento —me guía hasta la parte de atrás del mostrador, tomo asiento y él toma el teléfono, llama a su padre—. Marcelo en recepción hay una señorita que quiere verte, por favor baja rápido o Amber llamara a la policía —cuelga, y nos quedamos mirando.

No sé qué me busca él a mi, pero yo solo me pierdo en sus ojos, son tan bonitos y tan parecidos a los de su padre que siento el impulso de saltar a darle un abrazo, mientras que el chico me ve con una expresión rara, como cuadrando algo en su mente, abre la boca para hacer una pregunta y en eso el elevador se abre. De el salen dos hombres, ambos con la expresión sería y preocupada, a uno de ellos no lo conozco, ni siquiera me importa una vez que fijo mi mirada en él.

La última imagen que vi de Marcelo Montreal fue igual de impactante que está, en esa ocasión estaba dando una entrevista, ahora lo tengo en vivo y a todo color delante de mi, se ve fuerte y sobre todo parece más feliz. 

—¿Qué está pasando, Amber? —pregunta el desconocido.

Amber me mira una última vez y va con ellos, todavía no reparan en mi presencia y ojalá nunca lo hagan, no quiero que Marcelo pierda la expresión que tiene en el rostro. 

—Te buscan, Marcelo, se ve peligrosa, así que… —no le da tiempo de terminar, él grita al reconocerme.

—¡Angélica!

Marcelo me ve, por su cara pasan todos sus sentimientos, veo la verdad de su cariño por mi en la manera en la que ignora a todos y aparta a su hijo para poder llegar a mi, me toma entré sus brazos y empieza a llenarme la cara de besos, algunos caen en mis ojos, en mi frente, uno que otro sin querer en mis labios, nada de eso importa al final, no reacciono, no puedo hacerlo sin llorar.

—Angélica, mi vida ¿estás bien? Estás completa y viva, ¡Dios mío, estás viva! —dice al dejar de darme besos, me toca los brazos y me mira con detenimiento, se asegura que este completa— Di algo, ¡por Dios niña, dime algo!

Pensé que quién iba a estar shock era él, me equivoqué y lo único que me sale de la garganta es:

—¿En dónde está mi hermano?

Aarón es la única razón para buscarlo, no vine a nada más aquí. 

—Muy cerca de aquí, y no te preocupes que está muy bien, estará mejor cuando te vea —toma mis manos y deja un beso en mis nudillos, sigo sin moverme—. Angélica, ¿por qué me ves así?

Debo estar con la mirada perdida, ni siquiera entiendo bien mis sentimientos. 

—No es la misma persona que conocí —murmuro, sueno tan triste que me doy lastima y coraje, no debería parecer que me incomoda su nuevo estado—. Ya nada es lo mismo, yo tampoco.

Nunca esperé que sus vidas dejarán de correr o qué no fueran felices, al contrario, cada que pensaba en la gente que quiero esperaba que estuvieran resignados y felices, es solo que ahora que estoy aquí, y lo veo, es como si no lo conociera y eso me desconcierta porque tampoco me encuentro a mi misma. 

—No importa, nada importa ya —suelta mis manos y toma mi cara, me acerca a su frente para que no mire a nadie más—. Mírame, no te voy a soltar, jamás volverás a sufrir. 

—No está en sus manos garantizarlo.

La felicidad, el dolor y cada cosa que pasa en nuestras vidas son para moldearnos, por eso aprendí a no creer ni hacer promesas imposibles de  cumplir, ni siquiera aunque vengan de un hombre como él. 

—Lo estará de ser necesario —asevera, suelta mi cara, me da un beso más en la frente y voltea a ver a los demás—. Amber, Esteban, váyanse con Guillermo al partido, no los voy a poder acompañar.

Los tres asienten, parecen desconcertados después de ver la escenita que armamos, espero que Amber no se enoje con él por esto que está pasando.

—No debe cancelar sus planes por mi, yo estoy bien.

Imagino que ya fue mucho el tiempo que perdió con su hijo, así que debe ir con él y aprovechar cada momento que tengan, y no cambiarlo por alguien como yo, que al lado de ese chico, no tiene la menor importancia. 

—No, no lo estás y tu hermano necesita verte.

—Pero no puedo verlo así, míreme.

Lo hace y, al igual que Denisse y Cecilia, no ven nada extraño en mí, para ellos sigo siendo la misma persona, lo importante aquí es que yo no me siento así. 

—Estás bien, a Aarón y Cristopher no les importara —si lo hará, les dolerá y a mi también—. Vayan sin cuidado por favor, más tarde les explicaré —pide otra vez.

—No es necesario, ya sabemos todo —se adelanta a decir Amber, la conmoción no pasa por ella y Guillermo, solo sigue mirándome, parece arrepentido de algo y yo sé porque, en su ignorancia e inocencia estuvo a punto de hacerme mucho daño—. Lo siento, pensé que usted venía a hacerle daño —se disculpa Amber conmigo. 

—Jamás le haría algún daño, no se preocupe —digo. Amber y los demás parecen creer en mi y salen de las oficinas, en el camino a su auto no dejan de verme, ni nosotros a ellos, creo que ese chico y yo tenemos una plática pendiente, nos volveremos a encontrar. Cuando por fin desaparecen me volteo al señor Montreal—. Es muy hermosa… Y su hijo se parece mucho a usted.

Balbuceo eso porque no tengo idea de cómo hilar mis pensamientos y mis palabras, tampoco es que tenga mucho que decir. 

—Si, todavía me cuesta creerlo… Pero no vamos a hablar de eso, tenemos que irnos.

Me toma la mano para llevarme a la salida, aquí si me resisto, no quiero ir con él.

—No, no quiero, yo solo vine a saber cómo está mi hermano, no a verlo.

Mientras sea una fugitiva solo pongo en riesgo a todos, los pueden convertir en mis cómplices o en víctimas, y no lo voy a soportar, ya mucha gente murió por mí.

—No les puedes hacer esto, ellos mueren por verte, te han buscado debajo de cada piedra, te necesitan. Yo también te necesito, quiero que estés bien.

Es que esto no ha terminado, Heriberto y Renardo Barbieri siguen vivos y esperando atraparme, no van a detenerse y debo seguir moviéndome antes que den con Aarón o que empiecen a seguir a Cristopher, si es que lo dejaron de vigilar alguna vez. Agitamos las aguas, ellos con el documental, yo con mi huida. No estamos a salvó. 

—Todavía no puedo verlos, aún tengo cosas que hacer. 

Si voy en este momento jamás me voy a volver a separar de ellos, no tendría las fuerzas suficientes para hacerme un lado, tampoco para fingir que estoy bien, que nada pasó o para ocultar en lo que me convertí. No puedo seguir escondiendo este dolor que traigo en el alma.  

—¿Cómo cuáles? Intentar matar a tu primo de nuevo, ¿cómo piensas hacerlo? Angélica, apenas tienes fuerzas para mantenerte en pie, déjame ayudarte —me súplica desesperado, llora por mi—. Te juro por mi hijo que Heriberto Félix ya no te puede hacer daño, mi vida, no tienes nada que temer.

El miedo no me va a abandonar, aún así esto termina voy a despertar por las noches gritando y temiendo que él este a mi lado, voy a ir por las calles mirando mi espalda, esperando encontrarlos y estará siempre en mi mente, corazón y espíritu. Al igual que yo en él, esto es así y no tengo oportunidad sola, también lo sé, sí, necesito ayuda, y sí, necesito de ellos, solo tenemos unas semanas, puede que menos de un mes, así que debo apresurarme.

Tengo dos objetivos, el primero es la persona que me entrego y les hablo de la doctora Carrasco, el segundo es Heriberto y si las cosas funcionan como creo, el primero inevitablemente me llevará al segundo, o no, pero quedándome aquí puedo protegerlos, adelantarme a ellos. Solo espero no fallar o si los perderé a todos. 

—Iré, solo deme un momento, por favor…  —hago el esfuerzo por tragarme mis lágrimas, si empiezo no voy a parar— Cuéntenme sobre su hijo, ¿Cuándo lo encontró? Y Amber, ¿ella lo perdonó? ¿están juntos?

Necesito calmarme y distraerme, mantener mi mente en otro asunto, o de lo contrario voy a salir corriendo de aquí y lo peor es que no tengo idea en dónde voy a amanecer si me vuelvo inyectar esa porquería. 

—Es una historia larga y no tan feliz como debes imaginar, pero ven arriba conmigo, te contaré todo lo que quieras saber.

Acepto, de la mano me lleva hasta el elevador, y por primera en mucho tiempo, me siento segura.

Llevo todo el día intentando no desmayarme y procurando que los demás no sepan que el aire me está faltando más que nunca. 

Estoy muy nervioso, las noticias no llegaron como yo esperaba, cuando Cristopher llegó a la Ciudad de México lo hizo igual lo derrotado que las otras veces que fue a buscarla. Barrio todo Michoacán y ella no apareció, así que solo nos queda aferrarnos a lo que Kate no ha parado de repetir, Angélica volverá sola y espero no tarde demasiado. 

Ahora más que nunca me esfuerzo por parecer normal, por disfrutar de una tarde de domingo con mis amigos, con la gente que se ha convertido en mi segunda familia, porque si algo positivo nos ha dejado está maldita tragedia son las amistades que construimos, la mía en especial con Adam y Kate.

Cuando los conocí, hace ya casi ocho años, nunca me hubiera imaginado en la sala de la mansión de Kate viendo un partido histórico en la liga mexicana, acompañado de Cristopher, Joanna, Marian, Jonathan y sus hijos. Ya que no tengo mucho tiempo para ir a mi pueblo pasar este día con ellos es lo mejor, no voy a negar que tenemos ciertas dificultades, a veces no nos ponemos mucho de acuerdo y al final terminamos todos estallando en risas, el día de hoy, y de un tiempo a la fecha sigo siendo el motivo de sus burlas.

—Entonces… ¿la bruja te dijo que le apostaras al Cruz azul porque iban a ganar? —pregunta por millonésima vez Jonathan.

Él más que nadie lo hace sin malas intenciones, creo que a su manera intenta reducir el hielo que se ha formado en torno a ese tema.

—Si, eso dijo y yo le creo.

Es la verdad, yo le aposté todo al equipo porque la bruja me dijo que lo hiciera, además esta temporada jugaron de maravilla, no tengo por qué desconfiar ahora. 

—Por lo tanto, ¿también crees que eras un antiguo guerrero azteca? —pregunta Adam sentándose al otro lado de mi.

—Sí, también lo creo.

Ambos ríen, incluso Cristopher que se encuentra en la otra esquina del sillón, Joanna llega a su lado, se le ve más relajada que otros días, imagino que la tensión y expectativa le han bajado después de los nulos resultados de la búsqueda. 

—No se burlen de él, que la brujita no estaba tan perdida, va ganando el Cruz azul —me defiende Kate señalando la pantalla.

Quedan apenas unos ocho minutos, luego de dos partidos vamos ganando, después de muchos años de no ver la luz y ser la burla eterna de liga por lo cerca que nos hemos quedado siempre, la famosa cruzazuleada.

—Pero, ¿sabes que si gana va habrá un desbalance en el mundo? —le cuestiona Jonathan— Rompen su maldición pero cosas malas van a pasar.

Todos nos volvemos a reír, no creo que el triunfo de un equipo determine el rumbo de la humanidad, si acaso solo traerá alegría a muchos aficionados que hemos soñado con esto desde hace muchos años, hay jóvenes que nunca han visto campeón a su equipo y se lo merecen, así como los jugadores que le han consagrado su vida a este equipo.

—Cuál desbalance en el mundo, no seas payaso —le riñe Kate—. Ya empataron y según lo que intentaron explicarme, van ganando, ¿o no?

—Pues si, pero todos aquí recordamos lo que pasó en el dos mil trece.

El torneo de clausura dos mil trece fue una de las derrotas más humillantes para el equipo, digamos que en los últimos cinco minutos del partido íbamos ganando, luego vino un gol por parte del arquero, el equipó se puso nervioso, aunado a la lluvia y las expulsiones, el otro equipo lo aprovecho, metieron un gol más y después de los tiempos extras vinieron los penales, y ellos ganaron. 

—Tenías que ser americanista —murmuro con hastío.

—Ódiame más —responde con suficiencia.

Es el lema del club, dicen que este país se divide entre los que le van a al América y los que no, pero creo que eso hoy queda de lado, hoy no importa a qué equipo le vayas, importa romper la maldición, eliminar un estigma.

—¡Ya cállense! —pide Adam, está igual de atento que yo a la pantalla— Estamos a punto de romper la maldición.

—Tú ni siquiera le vas al Cruz azul —le reclama su mujer.

—Pero me encantan los milagros.

Yo sé porque el porque de su repentino interés, yo no fui el único que le creyó a la bruja y le apostó está noche, medio hospital se metió en la quiniela e hicieron apuestas a parte.  

Algo pasa en una de las últimas jugadas, un jugador del Santos comete una infracción y antes que el árbitro pueda marcarla, otro de los jugadores lo empuja, acto seguido las dos bancas se ponen de pie y se arma una trifulca, suspiro algo molesto, eso no debería pasar en un momento tan importante y menos cuando la llevan de gane, solo van a empañar el triunfo. 

—No puede ser, ya se van a empezar a pelear, siempre es lo mismo —dice Kate poniéndose de pie—. Vámonos Joanna, mejor hay que salir con los niños, son más maduros que ellos —Joanna lo piensa y asiente, tampoco le gustan las peleas, antes que puedan salir al jardín con los niños, tocan el timbre, todos nos miramos esperando. 

—¿Vas o voy? —pregunta Adam a Kate, que bueno que no pretenden que nadie más abra las puertas de su hogar.

—¿Te quieres despegar de ahí? —Adam niega, Kate se rinde—. Te voy a hacer el favor.

La señora de la casa sale del salón y va hasta su puerta mientras tanto los niños han escuchado todo el ruido de la televisión y entran a la sala, Aarón y Vivianne se van a la cocina y Marian viene hasta nosotros, Jonathan hace espacio para su esposa y su bebé, el niño me sonríe, es tan lindo como el día que vino a este mundo.

Regreso mi vista a la pantalla, el árbitro y los jugadores se han organizado, agregaron los minutos de compensación y parece que esto jamás va a terminar, pasó mis manos por el rostro, me siento desesperado y otra vez la cabeza me da vueltas, es raro, tengo el corazón muy acelerado y muchas ganas de salir corriendo, sin embargo está vez no suena que vaya a desmayarme.

—Respira Alan, no va a pasar nada en menos de cinco minutos —me intenta tranquilizar Marian.

—Te digo, no se puede olvidar del dos mil trece —insiste Jonathan.

—¡Guarden silencio! —les grito, ya solo falta un minuto. 

—Míralo está temblando, ¿cuánto apostaste? —me pregunta Cristopher, le preocupa mucho mi histeria. 

—Media quincena y tres botellas de brandy.

Por lo menos en la licorería me van a hacer descuento después de todas las botellas que voy a tener que comprar, no solo para pagar la apuesta, si no también para la boda de mi prima, no sé en qué momento me apunte como padrino de licor.

—Kate ya se tardó —murmura Adam poniéndose de pie.

—¡Shh! —exclamo— ¡Pítale ya!

Como si fuera una respuesta divina, su mujer pasa a toda prisa con dirección a la cocina, Adam intenta detenerla, Kate no le hace caso, la sigue y lo siguiente que veo al voltear a la pantalla es al árbitro pitando, el partido termino. 

—¡Veintitrés años, cinco meses, veintitrés días, ocho mil quinientos setenta y cinco días. Doscientas cinco mil ochentas ocho horas…! —proclama el comentarista. 

—¡No puede ser! —grita Jonathan. 

—¡El azul por fin termina con la penumbra, con los fantasmas…!

—¡Ganamos! —respondo.

Me pongo de pie y los demás conmigo, no le van al equipo pero todos festejan, gritan, celebran.

—¡Termina con el oscurantismo. Es el campeón de México, él es campeón del futbol mexicano…! —con eso afuera escucho a los autos pitar como locos, también se escuchan algunos fuegos artificiales. 

Volteo a abrazar a Marian quien es a quien más cerca tengo, tomo a su bebé y lo lleno de besos y lo siguiente pasa muy rápido. Aarón sale despedido de la cocina, a su espalda vienen Kate y Adam, Joanna y Cristopher voltean a la entrada de salón, veo sus rostros sin entender nada.

—Pero, ¿qué…? —empiezo a preguntar pero Aarón grita, se le va la voz en ello.

—¡Angélica!

Mi cerebro no lo procesa de inmediato, sigo atento a los rostros de los demás, los gritos reprimidos, las miradas llenas de lágrimas, el latido frenético de mi corazón y el canto que resuena con mi alma, ahí es cuando veo al frente y mi vida vuelve a tomar color y dirección.

El ciclo se cerró, la maldición se rompió, y ella está aquí, lista para hacer chocar la tierra e iluminar los cielos.

Gracias por seguir leyendo.

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