53.- Caminos de Michoacán
Siento todo mi cuerpo temblar sin control, no es la primera vez que pasó por un periodo de abstinencia pero cada que pasa es peor. Mi mente solo piensa en una cosa y en este momento es peligroso, si no he arañado las paredes por la desesperación, es porque todas están esperando que mi plan funcione, no les gusta, pero coinciden con Cecilia, no van a tener ninguna otra oportunidad de escape y yo tampoco.
Ya les expliqué en que consiste, con más gente resultaría tan fácil como un juego de niños, lastima que solo me tienen a mi, medio loca y con media fuerza. No estoy segura de cómo van a resultar las cosas, solo espero que si me atrapan no les hagan daño, ya les indique que deben decir si las cosas salen mal.
Inhaló una última vez antes de empezar con el tremendo plan suicida que voy a emprender, veo de nuevo a las chicas, están aterrorizadas, lamento que sea así.
-Escúchenme con atención, deben mantener la calma y no desesperarse -algunas asienten otras ni siquiera me ven a la cara-. Van a salir de aquí.
-¡Vamos a morir ahogadas! -exclama Miranda.
No he intentado hablar con ella de lo que pasó ayer, no tengo nada que decirle y así es mejor, no quiero tener otro ataque y tampoco quiero lastimarla más.
-No hay otra opción, lo lamento -todas saben que es verdad, además si no funciona no arriesgan nada-. Yo daré aviso, las sacarán.
Lo pensé mucho, no quería dejar rastro de mi parte en todo esto, sin embargo necesito refuerzos para que salgan ilesas y estén seguras. Ninguna de estas chicas sobrevivirá en la calle y, aunque dispongo de recursos, no puedo tocarlos sin correr riesgo.
-¿Y usted? -me pregunta Cecilia.
Me acerco hasta su cama, la fiebre le ha bajado un poco, quizá si recibe ayuda rápido pueda ser salvada, por eso también llamaré a la policía, alguien tiene que internarla de urgencia y las demás necesitan a sus familiares, para quienes no los tengan también pensé en algo.
-No me puedo quedar a esperar -nadie puede encontrarme hasta que no averigüe que fue lo que pasó-. Lo siento, si sirve de algo sepan que Rebeca va sufrir antes de morir y también Heriberto, no será suficiente, pero podrán vivir en paz.
Si logró llegar arriba entonces Rebeca se encontrará de cara con el mismísimo diablo, toda la ira que estoy acumulando es para ella y no se espera lo que le voy a hacer, su tormento eterno empezará conmigo.
-Gracias por todo, patrona -Cecilia me sonríe, hace el intento por besar mi mano, la aparto esas muestras de devoción están fuera de lugar.
-No te des por vencida Cecilia, aquí está todo lo que necesitas -dejo en sus manos un papel con la dirección y el nombre de la única persona que conozco en el mundo que la puede ayudar. Me pongo de pie y me giro para ver a Miranda-. Ayúdala en todo lo que puedas y a las demás, confían en ti.
-¿Es una orden? -sigue a la defensiva.
-No, es una petición, todas hagan lo que tengan que hacer -Miranda no voltea a verme nuevamente, las demás corren a fingir que están durmiendo y yo voy hasta la puerta a empezar con el espectáculo- ¡Abre, hijo de la chingada! ¡Abre de una puta vez!
Pateó la puerta con todas mis fuerzas, grito y grito hasta que por fin se abre y el perro que esperaba ver aparece delante de mi. Bruno es quien tiene las llaves de todas las puertas, eso es una estupidez, y si nunca me burle respecto a eso, es porque sabía que tarde o temprano me iba a servir.
-Ya te habías tardado en empezar con tus desmadres. -da un paso dentro de la habitación, no mira a nadie más que a mí- ¿Qué fregados quieres?
-Dile a Rebeca que me de algo, no puedo estar así.
Él mejor que nadie sabe que cuando me cortan el suministro de heroína las cosas se ponen mal, tiendo a ser agresiva y a destruir todo lo que tenga a mi paso, no es la primera vez que lo mando llamar a gritos.
-Nel chulita, el patrón llega mañana temprano y fue muy específico, te quiere bien despierta.
Por supuesto, no ha venido a verme desde que me abandonó con Rebeca, Heriberto no sabe cómo me afecta la abstinencia, debe creer que me la paso tirada en suelo sufriendo.
-Sabes que el efecto ya no me dura... Por favor, te doy lo que quieras.
Aún después de lo que ha pasado me cuesta muchísimo fingir que suplico, alguna parte de mi todavía tiene orgullo.
-Si ya no cargas con nada.
Le encanta burlarse de mí, ha visto a Rebeca infinidad de veces hacerlo, ambos se toman como reto personal el hacerme suplicar, se sentirá satisfecho un momento creyendo que por fin lo logro, voy a pretender que le daré lo que más desea de mí, lo único que me haría sentirme por completo humillada.
-Tu me quieres coger, me voy a dejar y hago lo que quieras pero dame algo...
-Yo creí que a la única que le aflojabas era a Rebequita -ella siempre me forzó, solo a dos hombres me entregué por gusto, los demás no me importan, si los tuviera enfrente los mataba por cerdos-. Sale, al fin ya es tu último día y por cómo andas se ve que te hace falta una buena cogida.
Me aguanto las ganas arañarle la cara, aún no, lo voy a matar, pero aún no.
Bruno me toma por las muñecas y se apresura a ponerme mis cadenas, todas las demás se nos quedan mirando, es la última vez que las veo. Al terminar de ponerme las cadenas, Bruno me saca de la habitación, me deja en el pasillo y cierra nuevamente la puerta, no hay nadie a esta hora vigilando, deben estar comiendo o durmiendo, lo que sea los mantenga ocupados no durará mucho tiempo.
-¿A dónde me vas a llevar? -pregunto cuando me va arrastrando por las escaleras.
-A mí cuarto, si nos ven nos matan -en efecto, que me saque de mi celda es un falta gravísima.
Me lleva por los pastillos, su habitación está en el segundo piso, es uno de los cuartos de servicio que no nos servían para las habitaciones de los clientes, me hace pasar, da un último vistazo y luego cierra la puerta con llave.
Me quedo en medio de la habitación mirando su desastre, por un momento pensé que sería difícil encontrar lo que iba a necesitar, pero en sus últimos minutos de vida, Bruno me facilita las cosas. Va a uno de los cajones de su mesita de noche y saca el remedio a toda mi ansiedad, una bolsita y una jeringa. Mi cuerpo se estremece, mis huesos incluso duelen y tengo la piel de gallina, siento como si las piernas me fallaran y lo están haciendo, yo necesito eso, lo ansió.
-¿Qué hacemos primero? -murmuro.
Bruno mueve la bolsita delante de mis ojos, yo la sigo como un perro, me obligó a concentrarme, debo ser fuerte.
-Quítate la ropa y ponte de rodillas.
Por supuesto, ya me lo imaginaba así, es justo lo que esperaba. Extiendo mis manos para que me quite las cadenas, él no se ve muy convencido pero al final abre el pequeño candado, liberando a una bestia sedienta de sangre.
A partir de aquí cada uno de mis movimientos se da de manera natural, no pierdo más tiempo, me acerco a él como si fuera a besarlo, le suelto un cabezazo en la nariz, Bruno de tambalea mientras tomo la cadena, rodeo su cuello y pateándolo en la parte trasera de sus rodillas, logro que caiga.
-¿Qué te creíste, pendejo? Yo no le ruego a nadie.
Jalo hacia atrás la cadena con todo mi cuerpo, el abdomen empieza a dolerme, antes esto no me hubiese costado nada, ahora jadeo cómo si hubiera corrido una maratón y la fuerza que estoy haciendo para mantenerlo quieto es demasiada. No puedo aflojar o se levantará y es imposible que le gane a puño limpio. El tiempo me parece eterno, no deja de intentar tirarme, no lo suelto hasta que está por completo morado de la cara y ya no mueve ningún músculo.
Caigo rendida al suelo, pienso que podría desmayarme por el dolor en mis extremidades y luego me recuerdo que no hay tiempo para descansar.
Busco en el armario de Bruno ropa que me pueda servir, todo me queda grande pero no importa, la ropa solo es para despistar si me ven subir. Me visto y me pongo un sombrero vaquero para ocular mi cabello, a los bolsillos me meto las bolsitas de heroína y unas cuantas sustancias más, tomo un cinturón de armas, el idiota solo tiene dos revolver apenas con las suficientes balas.
Con la misma cautela con la que Bruno me metió en su habitación me decido salir, no hay ni un alma, todos deben estar durmiendo, faltan solo escasas dos horas para el atardecer. Subir hasta la última planta constituye un reto para mí, no es fácil ir a hurtadillas y cuando por fin estoy delante de la oficina de Rebeca, vaciló.
Tengo miedo, está mujer me ha hecho mucho daño, cosas que avergonzarían a cualquiera y lo único que me impulsa al final es esa rabia. Al entrar noto la ausencia de Rebeca, casi se me cae el alma a los pies cuando no la veo, pero la vida no me podía fallar, Rebeca abre la puerta de su habitación.
-¿Qué chin...? -no espero a que termine de preguntar, me abalanzo contra ella.
Rebeca intenta gritar, forcejea conmigo, casi me quita el arma de las manos, pero yo soy más astuta, me enseñó el mejor a jugar sucio. Le doy un rodillazo tremendo en el estómago, Rebeca pierde el aire, su cara adquiere el mismo tono que la Bruno, es mi momento, traje un regalo especial para ello.
Le tomo por los brazos y con muchos esfuerzos la arrastro hasta su escritorio, ahí la encadeno y uso una de sus bonitas pañoletas para amordazarla, no es suficiente para tenerla quieta, voy hasta su habitación y ahí encuentro más de sus cadenas, me las llevo junto con otro de sus favoritos. Al regresar veo que se ha recompuesto un poco, se remueve como pez fuera del agua y mientras la encadeno de los pies me patea, es como si supiera exactamente lo que le espera.
-¡Ay Rebeca! Él te lo advirtió, te dijo que me mantuvieras dormida, pero ni tú ni tu perro supieron entender -le muestro las llaves, entiende que Bruno cayó, se remueve aún más, lo mismo hacia yo y jamás se detuvo-. En fin, tengo una llamada que hacer espero no te moleste.
Voy a sentarme en su escritorio, el teléfono fijo siempre tiene señal en este lugar olvidado de Dios y antes de empezar con la diversión tengo que asegurarme que la ayuda viene en camino.
-Novecientos once, ¿en qué podemos ayudarle? -me responde una mujer, que bueno que no es una maldita contestadora.
-Escúcheme con atención, quiero denunciar un prostíbulo en la carretera hacia ciudad Hidalgo, le pertenece al Comando de Sinaloa y es dirigido por Rebeca Ibarra -no puedo ver a Rebeca pero está moviendo mucho el escritorio, seguramente cree que la voy a entregar, pobre pendeja-. En este momento está empezando a incendiarse y hay una veintena de chicas en el sótano, mande a alguien por favor.
-Señorita, ¿me podría dar su nombre?
Eso es lo que me temía, no tienen porqué creer pero espero que lo hagan o habrá una masacre hoy.
-No, es una denuncia anónima, pero le juro que es cierto, las chicas están en el sótano, al fondo en una gran habitación, los necesitan -no me responde, solo escucho su rápido teclear-. Por favor, dense prisa o todas van a morir.
Cuelgo y espero que me crean, empiezo a llorar sin control, como una tonta, pienso en dar un paso atrás y solo esperar a que las autoridades lleguen, y no es tan fácil, no confío en ellos cuando se trata de mi, no me puedo entregar. Si la policía va a hacerme caso tengo apenas unos diez o quince minutos antes que aparezcan y todavía no termino con lo que tengo que hacer.
Me apresuró a abrir los cajones de Rebeca, encuentro unos cuantos fajos de billetes, un encendedor, un arma más, está cargada y lista, me pongo de pie y tomo el fuete que traje desde la habitación, Rebeca sigue luchando con las cadenas.
Me plantó delante de ella, como siempre lo hice, está vez está en lugar que me corresponde. Con el fuete le doy dos golpes en cada mejilla, llora por el dolor y me ve rabia, así debí verme yo muchas veces, si tuviera tiempo le dejaría con el rostro hecho jirones, haría derramar toda la sangre de su cuerpo, pero no tengo tiempo, tampoco fuerza, solo me queda mi imaginación y mi odio.
Tomo una de las botellas de coñac de su escritorio, la destapo y dejo caer el contenido completo sobre ella, me arrodilló para que me vea a la cara y prendo la esquina de uno de los billetes, sus ojos cambian rápidamente, ya no es irá sino miedo lo que los tiñe. Sabe que el infierno empieza aquí, conmigo.
-Esto no es por mi, sino por todas las niñas a las que dañaste -digo y dejo caer el billete.
No me detengo a verla retorcerse, salgo a prisa de su oficina y voy camino abajo derramando todas las botellas que me encuentro, al llegar al último peldaño prendo otro billete todo empieza a arder, no van a poder ir por ella y nadie podrá bajar tampoco. Reviento botellas contra las cortinas y sillones, prenden rápido, al igual que llegan los primeros guardias que no entienden que pasó o como paso, yo tampoco, les disparó por la espalda, caen, cada que uno sube, cae, sin embargo estoy perdiendo tiempo. Salgo de mi rincón seguro y como hace muchos años no lo hacía, avanzo firme y segura, la mano no me tiembla y tampoco fallo, me deshago de quién debo hasta llegar a la puerta o voy a caer dentro ahogada.
En el umbral la luz del sol me lastima los ojos, casi puedo sonreír, a mi espalda los vidrios de las ventanas se están reventado y escucha también gemidos y diversos alaridos de dolor, de nueva cuenta dudo, las chicas están allá abajo, necesitarán ayuda y no estoy muy segura que la estructura de la casa resista, pienso en regresar y sacarlas... No lo hago, me doy la vuelta y echo a correr, ellas estarán bien, la policía llegará, estoy segura.
Corro como si la vida me fuera en ello, no sé a dónde voy y tampoco importa, tomo el camino de terracería esperando que no sea muy transitado.
Cuando me detengo no estoy segura de si la distancia es suficiente o no, me dejó caer sin más en medio de la carretera, estoy agotada, enojada, confundida, entonces empiezo a llorar, porque sí, estoy libre, pero no tengo idea de que hacer ahora.
Lo único que me queda en este momento es encontrar un lugar en dónde pueda descansar, en dónde la heroína me quite la maldita ansiedad que tengo y en la que pueda dormir, quizá para siempre.
Por más que trato no puedo parar de observar las imágenes de ese lugar en llamas.
Para todos es muy confusa la manera en la que se dieron las cosas, la casa fue perdida total pero el incendio de alguna manera estaba controlado, se veía de inmediato que el incendio empezó y se delimitó a los pisos superiores, ya que las escaleras quedaron incomunicadas por completo, pero la salida y el camino al sótano estaban libres, los bomberos ni siquiera tuvieron tiempo para intentar llegar a los pisos de arriba, fueron por las chicas y todo se derrumbó después.
Las sobrevivientes pasaron la noche en el hospital y solo una permanece ahí en este momento, Cecilia Vivanco, quien antes del incendio recibió una paliza brutal, y no es la única con ese tipo de heridas. Uno tras otro checo los expedientes médicos, no voy ni por la mitad cuando empiezo a llorar de rabia, esa mujer era un mounstro, siempre lo supe.
Annelise y yo llegamos a México buscando la pista de Rebeca Ibarra, nunca tuve fuerzas para decírselo a Angélica, estábamos consientes de que tenía algún tipo de asociación con Heriberto y salió el plan de la infiltrada, por esa mujer empezó todo y ahora nunca voy a tenerle frente a frente para poder escupirle en la cara; puede que a mí hermana no le haya hecho nada pero si se lo hizo a Angélica y a muchas otras más, lo más lamentable es que de los cientos de niñas a las que hizo sufrir, solo salvamos a veintidós.
Me siento un inútil y quisiera partirme en mil pedazos para poder ayudar a las demás y no puedo, tengo que escoger y mi deuda con mi esposa me ata aquí.
Al llegar anoche corrí y vi los rostros de todas y cada una de ellas, casi muero al no verla pues estaba seguro que por fin la había encontrado. Angélica estaba en esa casa y lo sé porque escuché la grabación de la llamada al servicio de emergencia, nunca podría olvidar su voz; el único consuelo que me queda es que no está en la morgue con los otros cuerpos.
-¿Qué paso? -pregunto cuando León entra a la oficina que nos asignaron en la comisaría.
-El peritaje dio como resultado lo que ya sabíamos, el incendió fue provocado, empezó arriba con la Rebeca Ibarra, murió quemada viva.
No sé si llamar a eso justicia divina, no debería alegrarme pero así es, siento alivio y satisfacción, hay una psicópata menos en el mundo y eso lo único que importa.
-¿Qué hay de las sobrevivientes?
Anoche por respeto a su dolor no quisimos hacerles preguntas, esperamos pacientes a qué descansaran, pero no podemos detener los procedimientos para siempre, necesitamos sus declaraciones para poder seguir adelante con la investigación.
-No hablan ni de Rebeca ni de la Galereña, incluso les pasamos una fotografía de Angélica y no dicen nada, por sus expresiones creo que la están protegiendo.
Yo también, es obvio lo que pasó, necesito confirmar su presencia aquí para poder ordenar que se la busque por todo el estado, no importa si para eso la tengo que declarar como fugitiva, si la encuentro no importará nada.
-Voy a ir a hablar con ellas, tal vez... -me interrumpo cuando la puerta se abre y Frida asoma la cabeza.
-Cristopher, te hablan allá afuera -anuncia con hastío.
-¿Quién? -este no es lugar para visitas.
-Tu tormentito eterno, el doctor Alan Medina -dice y cierra la puerta.
-Cristopher, encárgate de ese hombre, no quiero espectáculos aquí -me advierte León.
Al igual que a mi no le gusta la supuesta conexión mágica que tiene con Angélica, no sé cómo llego hasta aquí, lo más probable es que los noticieros lo sepan todo y con lo del documental andan vueltos locos, no nos dan tregua y Alan tampoco. Es persistente en un límite que raya lo imposible, así que se le debe mantener bajo control.
Sin mediar un palabra más con León, salgo y Frida me está esperando, juntos vamos hasta la puerta en dónde Alan está discutiendo con un oficial, le gusta armar un alboroto a dónde quiera que va.
-¡Cristopher! -grita al verme.
Le hago una seña al oficial para que lo deje pasar y una vez que lo tengo delante de mi, lo jalo por el brazo hasta meterlo en una oficina, ni siquiera intenta zafarse, sabe lo que conviene.
-Maldita sea, Alan, ¿qué haces aquí? -lo suelto y se soba el brazo con expresión de niño regañado.
-Vi las noticias y escuche la llamada que se filtro, sé que es ella, dime qué está bien, por favor.
Lo siento mucho por él, de verdad me duele verlo tan desesperado y roto, me siento de la misma manera y solo por eso no lo saco de aquí a patadas.
-Angélica no está aquí, no sabemos si estaba o no en ese lugar, y no lo sabremos hasta que las sobrevivientes nos den su declaración, por ahora no pretenden hablar.
Asiente enojado, no va a darse por vencido y eso quizá me ayude.
-Déjame verlas.
-¿Bajo que jurisdicción?
Por más que sea mi amigo no puedo dejar que un médico civil se meta en una investigación de este tipo, es peligroso para todos.
-Como miembro de la fundación, Joanna estaría dispuesta a responder por mi -no lo dudo, sería algo digno de ella.
-¿Y que te hace pensar yo dejaré que eso pase?
No voy a negar que es una buena idea, solo que tampoco puedo dejar que el nombre de Joanna se vea implicado una vez más, no me perdono todo lo que ha sufrido.
-Que podemos ayudarlas, la fundación puede ofrecerles protección y asilo a aquellas que no tienen un hogar. Por favor.
Sé que estas chicas van a necesitar ayuda, no hay nadie mejor que Joanna para prestárselas y me sirve, quizá no hablen en este momento pero con un poco de tiempo quizá se apiaden de nosotros.
-No hables hasta que te lo diga -sonríe al verme abrir la puerta, espero no arrepentirme.
Frida nos lleva hasta el último piso de la comisaría, han adaptado una sala de administración para poder tener a todas las chicas juntas, al entrar todas se repliegan al fondo de la sala, no nos miran, siguen aterrorizadas.
Alan repasa todos y cada uno de los rostros en la sala, a lo mejor cree que no soy capaz de reconocer el rostro de mi esposa y quiere asegurarse por si mismo que no está aquí.
-¿Son todas? -pregunta con un hilito de voz.
-Si, estamos a la espera de sus familiares, pero no todas los tienen -le aclaro y hago que me acompañe al centro de la sala-. Señoritas, les presento al doctor Alan Medina, médico miembro de una fundación que quiere ayudarlas.
-¿Cómo? -contesta la única que habla, Miranda Hernández, una de las afortunadas que aún cuenta con sus padres.
-La fundación para la cuál trabajo cuenta con varios programas, desde ayuda psicológica, médica especializada, becas y cursos en los que se les puede enseñar un oficio, así mismo se les proporcionará asilo y ayuda legal si es necesario -comenta Alan un poco más decido.
-¿A cambió de que? -responde otra chica, me alegra que se interesen en su bienestar.
-Un compromiso, no con la institución sino con ustedes mismas, queremos que aprovechen cada oportunidad que se les de y cuando estén listas, también puedan ayudar a más personas -de su bolsillo saca algunas tarjetas, da unos pasos para entregárselas, Miranda no lo deja pasar y él lo acepta, le entrega todas a ella-. Estaré aquí unos días y quién guste acompañarme a la ciudad de México, será completamente bienvenida.
Por supuesto vamos a tener que escoltarlas, no vamos a permitir que vuelvan a intentar hacerles daño.
-¿Eso es todo? -pregunta Miranda escéptica.
Algo raro pasa cuando ve la tarjeta, abre los ojos sorprendida y me preguntó si reconoce el nombre que ahí aparece, Joanna no es famosa en esta parte del país, sería inusual que la conozca.
-Como médico privado sí, como persona civil, tengo que pedirles un favor -saca su teléfono y veo por encima de hombro que también tiene una fotografía de Angélica, no quiero saber cómo la consiguió-. Debo dejarles claro que nada de lo que pase a continuación condiciona lo que ya les ofrecí, la ayuda que se les va a proporcionar siempre estará en pie.
Me parece correcto que aclare eso, aunque nunca nos den una pista no vamos a abandonarlas.
-No le de más vueltas, doctor Medina -le pide Frida.
-Yo vine aquí buscando a Angélica Covarrubias Félix, conocida cómo la Galereña de Guanajuato -Alan le enseña la fotografía a todas, ni una levanta la mirada.
-No sabemos nada de esa mujer -replica Miranda.
-Yo creo que si saben -digo, tampoco me voy a dar por vencido-. Señoritas, quiero que sepan que no es mi intención hacerle daño a Angélica, no sé si lo sepan pero está casada, y yo soy su marido.
La noticia las sorprende a todas por igual, me veo en la obligación de sacar también mi teléfono y enseñarles la foto que nos tomaron el día de nuestra boda, me siento un poco mal porque ninguno de los dos es la imagen de la felicidad, basta para demostrarles lo que digo.
«-Llevo buscándola dos años sin descanso y sé que no tienen porqué confiar en mi, pero les juro que quiero ayudarla -guardo mi teléfono, no puedo ver esa imagen sin ponerme a llorar-. Angélica, o Celeste cómo ellos la llamaban, tiene familia que la quiere de vuelta, amigos que la aman tanto como yo, así que por favor si estaba con ustedes solo díganlo, no va a pasar nada malo.
Miranda voltea a ver a las demás, ya se delataron, saben quién es y todas parecen rendidas, asienten en dirección a Miranda y luego ella me ve a los ojos, está llorando.
-Se fue, dijo que nos ayudaría y luego se iría, no quería saber nada de la policía, no creo que quisiera verlo.
Le duele decirlo, me atrevería a decir que incluso se siente culpable, yo también. Angélica no confía en mí, lo sé desde el día que desapareció y espero poder encontrarla para demostrarle que no tiene nada que temer, nosotros no la traicionamos y jamás hemos dudado de ella.
-¿Dijo a dónde iba? -pregunta Alan, no debería dejarse ver tan desesperado.
-No, solo quería escapar -confirma Miranda.
Alan debe sentir el mismo dolor que yo, incluso está más afectado, no puede evitar derramar lágrimas, eso afecta a las demás chicas que, junto con él, empiezan a llorar.
-Gracias y por favor, piensen en lo que les ofrecí -dice Alan, no se limpia las lágrimas-. En las tarjetas que les di está la dirección del refugio del centro, en la cuidad de México, está cerca del antiguo colegio de San Ildefonso, a unas calles del centro histórico. Con su permiso
Alan sale de la sala corriendo, yo dejo a Frida a ver si puede averiguar otra cosa, busco a mi amigo y lo veo por uno de los ventanales en el jardín, no sé cómo salió tan rápido hasta allá, al llegar al jardín lo encuentro sentado bajo una estatua ornamental de bronce, parece tan desamparado y asustado como un niño perdido en excursión de escuela.
-¿Estás bien? -pregunto sin acercarme más.
-¿Qué crees que hará ahora? -no me gustan sus evasivas, aún así me voy a tomar la molestia de responderle.
-No lo sé, ¿ir con Aarón? -eso si tiene las posibilidades de llegar a la ciudad de México, no sabemos si está herida, pudieron pasar muchas cosas mientras escapaba- Es lo único que tiene, pero sabe que es peligroso, habrá que darle tiempo, por el momento vamos a buscar pistas aquí, vamos a levantar cada piedra del estado si es necesario.
Alan hace justo lo último que esperaba, se pone a reír de manera histérica, definitivamente lo voy a acompañar a un psiquiatra apenas regresemos a la ciudad de México, ni siquiera voy a preguntarle si está de acuerdo.
-Me la hiciste, solo que en Michoacán -dicen medio de un sollozo/carcajada, es un sonido muy extraño.
-¿De que hablas? -pregunto no muy seguro de querer saber la respuesta.
-Vamos a hacer lo que dice la canción -me extiende la mano para que lo ayude a ponerse de pie, lo ayudo y cuando estamos cara a cara me ve a los ojos, es muy extraño, hace que una energía rara recorra mi cuerpo, jamás lo voy a volver a ver a los ojos-. Cariñito donde te hayas con quien te anduvieras paseando, presiento que no me engañas por eso te ando buscando, vengo de tierras lejanas, nomás por ti preguntando. Caminos de Michoacán y pueblos que voy pasando, si saben en donde está, porque me la están negando... -tararea intentando que entienda algo, no lo hago y al final solo se resigna y continua murmurando las mismas preguntas que nos han atormentado por años- ¿en dónde estás? ¿En dónde?
Gracias por seguir leyendo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top