45.- La misma sangre

He vuelto a oírlo, al despegar de la pista en Sonora escuché su cantó, lo sentí retumbando en la piel, resonando en mi alma, un quetzal me acompaña, lo cual según los sueños de mi tía significa que ahora voy a caer, y es verdad, ya casi puedo sentir en mis manos mi propia sangre caliente, derramándose.

No me asusta, la muerte y yo somos viejas amigas, aliadas, me ha permitido seguir aquí a cambio de mandarle innumerables vidas, hoy no podía faltar su presencia a mi lado. Estamos a punto de cerrar la segunda fase de este plan y pretendo que el final sea espectacular, con una bodega volando en mil pedazos, ardiendo hasta los cimientos.

Los fuegos artificiales van dedicados especialmente a Marcelo Montreal, imagino que él también querría quemar todo. Espero que después de esto me cumpla la promesa de buscar a la mujer que amo, ya no corre ningún peligro, hoy mi primo y todos nosotros dejaremos de ser una amenaza. 

Bajo del avión, en la pista ya está Renardo esperándonos, luce satisfecho el día de hoy, creé que sus planes ya se concretaron, lo que no sabe es que ya los he frustrado. 

—Celeste, Heriberto, se nos hace tarde, vámonos —suena a una orden. 

Hago lo que dice, correspondo su sonrisa y dejo que nos lleve al lugar en dónde el día de hoy tendrá lugar una masacre.

En el camino me dedico a ver por la ventana, ignoro por completo a los hombres a mi lado, todo se siente pacífico, por lo menos hasta que estamos a dos minutos de la bodega. 

Tampoco es nuevo para mi, después de todo mi vida cambio una noche con los mismos sonidos, siempre retrocedo a voluntad al día que mataron a mis padres, aprendí muchas cosas esa noche, las más importantes, el miedo y el instinto.

—¿Escucharon eso? —pregunto despegándome de la ventana.

Heriberto y Renardo hacen silencio, ordenan que detengan la camioneta y también lo escuchan, decenas de pequeñas detonaciones, una tras otra. 

—Son disparos —resuelve Heriberto sacando su teléfono, marca a toda prisa, le responden con la misma premura— Irma, más despacio chinga, ¡no te entiendo ni madres! —exclama bastante exaltado— ¡Por ningún motivo dejes que se acerquen, mátalos a todos!

Esa es una excelente orden, solo que no creo que Irma pueda con tantos agentes, Cristopher llevo el doble de gente está vez. Le pedí que no dejará nada al azar, no nos podemos permitir que vuelva a salir herido, no lo puedo perder y tampoco a León, los necesito bien porque muy pronto tendrán que arrancarme de los brazos de Heriberto. 

—¿Qué paso? —pregunta Renardo cuando Heriberto avienta a un lado el teléfono. 

—Los gringos lo saben, ¡¿a quien le diste el trabajo Renardo?! —mi primo le toma por el cuello de la camisa y lo zarandea un poco. 

Así precisamente quería que pasaran las cosas. El primer culpable evidente tiene que ser Renardo Barbieri, ya que es él quién coordino todo el movimiento de las aduanas, esto solo es transitorio, ya que pretendo cargarle el muertito a Irma, después de todo es ella quien custodia los insumos, vino en carretera cuidándolos y ya está allá. Caerá, no importa si no queda mal a los ojos de todo el mundo ella ya está condenada, ya van dos pilares, Octavio e Irma están fuera de la jugada.

A mi me habría encantado que Alfonso también saliera del juego el día de hoy pero para mí mala suerte a él lo enviaron para recoger a los iraníes, de hecho él no tarda en darse cuenta que nuestros amigos extranjeros ya se encuentran camino a una celda.

—A la misma gente de siempre, esto… —voltea a verme, no me gusta que de primera mano sospeche de mí— Alguien tuvo que decirles, esa es la única manera.

—Si, pero, ¿por qué no nos detuvieron en la frontera? ¿Por qué dejaron que llegará aquí? —me adelantó a responder.

No me va a agarrar de bajada, yo también puedo hacer ruido en la cabeza de Heriberto para que desconfíe de él.

—Eso lo vamos a averiguar —sentencia mi primo solo dirigiendo su mirada a Renardo—. Mocho llama a todos los que estén cerca Irma, necesita ayuda, háblale a Alfonso que se venga en chinga con los iraníes —mi amigo asiente y la sale de camioneta para empezar a hacer las llamadas— Ayúdame Celeste.

Voy con él y retiramos juntos los asientos de la camioneta, se empieza a armar. 

—Heriberto, ¿no crees que es mejor que no vayamos? —pregunto inocentemente— Por lo menos ustedes no, si los detienen...

—No te preocupes, eso no va a pasar —asegura cortando el cartucho de un revolver. 

—Entonces voy contigo —no me voy a perder la caída de Irma. 

—Por supuesto que vas a ir, no podemos prescindir de nadie —responde Renardo. 

Que bueno que sepa que las cosas están bien cabronas, y si de casualidad no lo supiera bastaría con oír los disparos a lo lejos y las camionetas que van a toda prisa por el camino, deben ser los trabajadores de las demás bodegas, espero que ningún inocente salga herido.

Cuando Heriberto siente que ya va por completo seguro se adelanta con Renardo para llegar por el otro lado de la bodega, a mi me deja con el Mocho y dos personas más, a todos nos advierte que debemos salir con vida y que lo más importante son los insumos, nadie, más que nosotros sale de ahí con ellos.

El Mocho nos anuncia que Alfonso no responde, acto seguido sube a la camioneta y nos lleva a toda prisa, como si de verdad le interesará llegar. Vamos derrapando el último tramo de camino y apartamos a los agentes de la entrada aventándoles la camioneta, los descolocamos lo suficiente para que podamos bajar, mientras que Heriberto vuelve a arrancar camioneta, él va a la parte de atrás. 

Él Mocho y yo analizamos la situación, tenemos que entrar por aquí y ayudar a Heriberto a despejar el frente, elegimos un camino, cuando empezamos a avanzar noto que varias balas me pasan de largo, casi puedo asegurar que están fallando a propósito, pero lamentablemente la protección que pueda tener no se le extiende a mi jefe de seguridad, quién, solo por dos pelitos de rana calva esquiva las balas. 

—Vienen bien bravos estos cabrones —dice apenas nos podemos refugiar detrás de una pared.

—Pues vamos a ver qué chilito verde pica más —digo, me asomo para disparar, tengo que mantener la farsa mientras haya gente que pueda estar mirándonos.  

Desde nuestra posición vemos muy bien el interior de la bodega, la nave está llena de contenedores industriales apostados a las esquinas, el centro es un pasillo largo y abierto, en el medio se encuentra el camión en dónde venían los insumos, imagino que apenas los bajaron la poli llegó. 

Sé el camino que tengo que recorrer, está atestado de agentes y cualquiera, con o sin conocimiento de causa me puede hacer daño, sin embargo tengo que seguir avanzando, salgo yo primero corriendo hasta donde se encuentran algunas tarimas, no me detengo a disparar pero el Mocho sí, descarga todo el cartucho sin mucho éxito, no sé a qué está jugando pero tiene que terminar.

Lo jalo por el brazo antes de volver a dar la vuelta por las tarimas. 

—Suéltame, tenemos que seguir adelante.

—Si, pero sin terminar como coladera, por favor sosiégate, los polis no son nuestro objetivo —asiente no muy convencido.

Sé que le tiene algo de tirria a los azules, muchas veces se ha topado con ellos y ningún encuentro fue amistoso, está vez lo es mucho menos pero tiene que entender que nosotros somos los malos, que estás reacciones son naturales. 

Seguimos por delante, esto parece un jodido laberinto, quién quiera que haya preparado la nave de esta bodega no tenía nada que hacer para divertirse. En el camino nos encontramos con más agentes, unos nos dejan ir casi sin disparar, a otros lamentablemente tuvimos que dejarlos fuera de combate, solo lo suficiente para escapar, casi hemos llegado al fondo, aquí los disparos son atronadores y la vista mínima, Irma debió mover los contenedores para evitar que se acercarán, y aún así ella no está en medio, es gente de Heriberto quien protege los insumos. 

El Mocho se ve obligado a subir a uno de los contenedores para ver mejor, yo quería hacerlo pero no me lo permitió, después de algunos sustos por fin baja y me señala al este, está justo en una de las puertas que dan a las oficinas, no le dieron tiempo de llegar al medio. 

—Ahí está esa hija de la chingada —murmuro para tranquilizarme, va bien lo que planee.

—¿Ahora como le hacemos para que Heriberto la vea? —pregunta el Mocho.

Si las cosas van como creo, Heriberto tendrá que subir primero por la parte de atrás de las oficinas y luego volver a bajar, estará arriba lo cuál facilita mi tarea, si lo ve desde el cielo solo asumirá y no escuchará la voz de Irma dando órdenes, pidiendo a los agentes que supuestamente la están ayudando avancen. 

—Tienes que subir a las oficinas, encuéntralo ahí y dile que me tienen rodeada.

No puedo dejarle esto a la casualidad, la única manera de que vea a Irma en medio del maldito desmadre que hay es señalándola, ya después veo como le hacemos.

—Y que me mate por dejarte sola —no lo hará, no por mi.

Heriberto no es idiota, sabe que si le hace algo se las tendrá que ver conmigo, si me quiere tener contenta y vigilada solo cuenta con el Mocho, no hay nadie más con quien andaría tan tranquila. 

—Dile que andaba de chiva loca y que me avente, por favor, que pase por aquí, asegúrate que la vea.

Asiente y mira las escaleras, ya tronaron la pared de vidrio que las protegía, no se quién fue el inútil que hizo esa pared, igual ya no importa, yo lo voy a cubrir hasta que llegue arriba y él es rápido, estará bien.

—Y por última vez —aprieto su mano y echa a correr.

Llega con bien hasta el segundo piso, en el tercero es cuando me veo obligada a disparar, él también lo hace desde arriba, apenas hay espacio para que se cubra.

—¡Angélica! —esa voz me hace perder la atención, volteo a mi espalda. 

—Soto, ¡no mames! ¡¿Qué estás haciendo?! —él se acerca a mi, viene solo y parece que tuvo una pelea, está sangrando, lo único bueno de que esté aquí es que me puede ayudar— El hombre que está subiendo las escaleras es importante, va por Heriberto, por favor diles que no le disparen. 

—Atención a todos los efectivos, no disparen a las escaleras, repito, ¡no disparen a las escaleras! Es importante que ese hombre llegué al objetivo —por suerte le hacen caso y el Mocho alcanza a subir sin un rasguño, solo espero que nadie repare en ello. 

—Gracias, ahora, ¿qué pasó? ¿por qué viniste por mi?

Es muy peligroso, cualquiera puede vernos y sería mi fin, o el suyo, no me quedaría más que terminar con su vida. 

—Smith me mandó, teníamos que cubrirte la espalda, no todos están muy convencidos de dejarte ir así nada más —bueno, eso era de esperarse.

Lo agradezco, por lo menos su ayuda sirvió para que mi amigo resultará ileso y yo también, tengo que ir a un lugar más.

—Esta bien, ahora tengo que llegar a dónde están los insumos.

No importa que llegue por el lateral, corro mucho riesgo, y como ya dijo, no todos confían lo suficiente en mi como para dejarme ir ilesa, para su mala suerte solo hay un hombre aquí al que le dejaré herirme. 

—Lo sé, daré el aviso  —asiento y espero—. Gutiérrez, Covarrubias va para allá, que Smith y los demás tomen su posición.

Llegan las respuestas afirmativas, me preparo para correr.

—¿Listos? —pregunto para confirmar.

—Adelante —me doy la vuelta pero Soto me toma por la muñeca, vuelvo la vista a él—. Covarrubias, no mueras.

Le sonrió, es lo más que puedo hacer en este momento, ni él ni yo tenemos tiempo para más.

Echo a correr, con ganas y con esperanza en que Soto no me dejara, apenas me ven, la gente de Heriberto hace a un lado uno de los contenedores que los ayudan a medio protegerse, no soy quién ellos esperaban como milagro pero es lo mejor que tienen, mientras esté con ellos no van a poder matarlos.

—¡Patrona salga de aquí! —me grita uno de ellos.

Se sostiene el brazo y no tiene mejor la pierna, veo a mi alrededor y la escena me pone los nervios de punta, hay muchos muertos, por el piso blanco de esta bodega ya corre un río de sangre. 

—No los voy a dejar. 

Ni esos pinches gringos, ya están encima de nosotros y de no ser por los tiradores que están en las oficinas de arriba ya estarían todos muertos.

—¡Cuidado!

Apenas me alcanzan a quitar del camino de una bala, ya me quedó claro que no pretenden dejar a ninguno con vida, que lastima que yo tampoco, ayudo a mi gente, disparo a diestra siniestra hasta que se terminan las balas, me pasan un rifle de asalto pero los gringos ya avanzaron lo suficiente para ser un problema, necesito terminar con esto. 

—Turn in your weapons and surrender, now!

Mis compañeros se ponen más nerviosos, saben que ya nos tienen contra la pared y si seguimos disparando los insumos detrás de nosotros nos van a mandar directito al infierno. 

—¡Nel carnal!

Me río de mi misma, sonó como quería y además estoy haciendo enfadar al güerito a cargo, eso me da un poco de vida, me gusta hacer enfadar a la gente, se me da como un don.

—Is the last chance, turn in your weapons!

Ya casi no tenemos armas y sí una última oportunidad, ya perdimos a muchos, ya tengo la suficiente sangre en mis manos, es momento de salir huyendo. 

—In your dreams, motherfucker! —eso si lo entendieron. Volteo a ver a mi gente, están tan preocupados como yo— Díganme la verdad, ¿alguna vez han salido de una parecida a esta?

Son gente que lleva en esto incluso desde antes que yo naciera, han visto lo peor de este negocio y aún siguen aquí, son de lo mejor que Heriberto se pudo conseguir, espero cuando la justicia caiga sobre este cartel sepan cómo huir. 

—Si alguien puede es usted.

Lo dicen por mi dichosa fuga en los túneles y porque junto con Aarón fui sobreviviente de la masacre en mi casa, además de lo que pasó en Zitácuaro, en ninguna tenía oportunidad y salí, creen en mí y tienen que seguir así, si Heriberto ve que ya tengo la confianza de su gente no pondrá en duda mi lealtad.

—Solo hay que distraerlos lo suficiente para salir, Heriberto dejo allá las camionetas, si le damos recio podríamos perderlos.

Ese fue el trato, nosotros tenemos que conducir como el diablo hasta la frontera o los gringos pueden hacer de las suyas y si a mí me encarcelan aquí, ni de pedo me sueltan, ni siquiera por Cristopher.

—¿Y el patrón? —claro, por mi primo son capaces de cualquier cosa. 

—Ahí torció el rabo la puerca, ¿en dónde…?  —me detengo cuando escucho una pequeña detonación y luego empiezan a volar pedacitos de concreto desde el techo— Ya llegó, préstame tu radio —se lo busca por todos lados hasta que por fin lo encuentra tirado detrás de él—. Mocho, ¿me escuchas?

Volteo hacia arriba, aún no pueden salir al pasillo, no sin que los maten, pero desde donde están pueden ver perfectamente a Irma, o eso espero.

—Adelante, Celeste —suena tranquilo, espero no me fallé. 

—Pásame a Heriberto.

—Celeste, ¿qué fregados haces ahí? —pongo los ojos en blanco, odio sus preguntas estúpidas.

Trayéndome aquí no había muchos lugares a donde ir, ya sé que lo único que él quería de mi era que mantuviera a raya a los azules pero ya debería saber que no me gusta quedarme quieta. 

—Encontrando una manera de salir, y la única es dejando estás madres —pateo el contenedor con los insumos.

A estas alturas él también ya sabe que, o salimos nosotros o está cosa, el tráiler está en medio de la bodega y nosotros hasta el fondo, hay muchos policías aquí y a cada minuto que pasa nos quedamos sin personal.  

—Dejarlo no es una opción —esa ni él se la cree. 

Lo conozco muy bien, de sus labios jamás saldrá la orden de retirada, pero de los míos sí, eso quiere, eso necesita para poder sacarse de encima las consecuencias de esto, que collón me salió.

—No vamos a ir a la cárcel por el encargo de unos idiotas que no tienen el valor de hacer esto por si mismos —digo con firmeza la gente que está con él y al lado mío debe tener claro que fui yo quien decidió irse—. Díselo a Renardo y si él quiere quedarse a morir por eso no cuenten conmigo.  

No creo que necesite preguntarle, no está aquí y apuesto lo que sea a qué está oculto, esperando a ver si nos deja morir aquí o se mete para reclamar la victoria, claro que eso es imposible. 

—¿Y cómo chingaos pretendes salir de aquí?

Cómo siempre, armando un gran espectáculo. 

Le indico que hacer, primero se niega porque no quiere morir en una explosión, pero al asomarse y ver qué ya tengo a los gringos encima de mí se decide y yo solo le pido a Dios que lo que sea suficiente para salir de aquí. 

Recibo la advertencia para que me cubra y él apunta con una bazuca al camión y luego de eso otras dos detonaciones, toso por el humo y me ayudan a levantarme, es Heriberto llegando conmigo, las tres explosiones le dieron el tiempo suficiente para bajar por mi, poner un explosivo más y salir corriendo, vamos de la mano junto con los demás, tenemos menos de tres minutos antes que todo siga explotando, las primeras detonaciones fueron más o menos controladas, las que vienen son para no dejar más huellas aquí. 

Voy de la mano de Heriberto, ya estamos en el estacionamiento trasero cuando aparecen más agentes, después de todo Renardo no se estaba haciendo tan tonto, está en una camioneta disparando, lo tenían acorralado por eso no salió huyendo de aquí, para nuestra buena suerte porque ahora necesito su camioneta.  

Nos agrupamos esperando caber en las camionetas, hay que lanzarles otra granada para que se queden quietos, solo que no saben quién la tiene y cuando menos lo espero otra detonación más viene de la nave de la bodega, por el tamaño no explotaron los insumos y eso no importa, aprovechamos la leve distracción para empezar a subir a las camionetas y es cuando siento como una bala me atraviesa el hombro. 

—¡Celeste! —grita mi primo sin alcanzar a sostenerme.

Caigo de frente golpeándome la cara contra la camioneta, el impactó me tomo por sorpresa. Él Mocho es quien me levanta, Heriberto se quedó congelado viendo al frente, sigo su mirada y ahí está.

En Isla mujeres la oscuridad de la estancia no me permitió distinguir con claridad la crueldad en su gesto, solo podía asumir su nivel de coraje escuchándolo, pero ahora lo veo todo, ahora ya ni siquiera parece el hombre con el que viví en la ciudad. La persona que tengo delante de mí es casi desconocida, solo lo vi aquella vez que en mi papel de Celeste Villanueva le dije que conocía a su hermana. 

—Súbela a la camioneta —ordena mi primo.

Prácticamente me aviento de los brazos de mi amigo para jalar la camisa de Heriberto, obligarlo a verme a mi, ya basta de estupideces, no es gallito de pelea, lo primero es salir de aquí y ya luego, cuando Cristopher tenga las de ganar, se verán las caras. 

—No, ven conmigo, llévame tú, por favor —suplico, él me ve a los ojos y luego toca mi espalda, la mano se le llena de sangre. 

Ahora mismo no siento tanto dolor, estoy bastante despistada por las exposiciones y por el golpe que me di al caer, pero aún así sé que hacer y él también, soy la única persona que le queda, no me puede dejar morir.

Toma la decisión y sube conmigo, deja al Mocho abajo y no me da tiempo para protestar porque inmediatamente arrancan, y juro que nunca en mi vida había sentido tanto pánico de ir en una camioneta, va derrapando por todos lados, solo puedo pensar en que voy a morir, empiezo a hiperventilar, de pronto todo parece oscuro y tanto disparo que se quedó grabado en mi mente empieza a mermar mía defensas, todo me recuerda a esa noche, casi puedo sentir en mi pecho el peso de mi hermano, me falta el aire, de nuevo estoy en un ataúd.

—Sácame de aquí —suplico.

—Quédate despierta, Angélica —me pide Heriberto, solo cuando estábamos cubiertos de sangre me llama así— ¡Apúrale cabrón!

De nada sirven los gritos, pierdo las fuerzas y al brincar la camioneta me resbaló de los brazos de mi primo, él vuelve a levantarme con mucha dificultad, un rayito de luz entra y alcanzo a distinguir que está todo manchado de sangre, los brazos, la camisa e incluso el rostro, y en lo que me parece un gesto de infinita ternura toma mi cara entre sus manos y mi estúpido corazón solo puede pensar en Gerardo, así debió sostenerlo a él, sin ningún tipo de malicia, solo un amor profundo producto de la misma sangre que ahora nos cubre. 

—Encuentra a mi hermano, por favor.

Mi boca lo dice incluso antes que mi subconsciente lo entienda, sí es que puede comprender algo, porque de repente ya no estoy en la camioneta si no en la entrada de la madriguera, está vez me dejó caer sin esperar la ayuda de nadie. 

Siento un hormigueo en el brazo, no se detiene al igual que mi corazón frenético, no sé si esto era lo que quería Angélica pero si sé que debe estar pasándola mal.

Yo no falle, le di justo en dónde ella quería, solo que nunca había visto a una persona desplomarse tan rápido y tal vez es porque iba vestida de blanco pero su sangre se extendió tan rápido, que por un momento, casi corro hacia ella, casi echo a perder todo por mis sentimientos. 

Ahora mismo puedo imaginar en dónde está, se perdieron tal y como estaba previsto, no pudimos seguirles el rastro, porque mi intención era seguirla y asegurarme que estaba viva y ahora no tengo idea de cuándo podré sacarme está angustia del pecho, por lo tanto solo me queda seguir adelante intentando no pensar en lo peor y así lo hago. 

Angélica quería que Irma supiera quién la puso en la celda, León se negó pero yo no puedo ignorar sus deseos, menos ahora. Paso a la sala de interrogatorios en dónde la tienen esposada e inmovilizada de los pies, como su sobrenombre lo indica, ella es una fiera, debemos tener cuidado y estar por completo atentos.

—I’ll handle it, thanks. —digo al guardia, me deja a solas con ella— ¿Le gusta el alojamiento?

Pregunto y ella levanta la mirada a mi, está llena de rabia, nunca había sentido una mirada tan llena de sentimientos negativos en mi vida, y es que está mujer tiene motivos, todos la traicionaron el día de hoy.

El comandante Aricochea la detuvo tal y como se le pidió y para darle el golpe de gracia se burló de ella diciéndole que Heriberto la había abandonado para salvar a Angélica. 

—¡No te la vas a acabar pinche gringo! —espeta rabiosa.

—Quién no se la va a acabar es usted, está en manos de la justicia americana y el gobierno mexicano también está esperando por usted, tiene cuentas pendientes con la marina.

Todos la están pidiendo, quieren ajustar cuentas con ella pero por el momento se quedará en suelo americano, por lo menos hasta que Angélica salga de su misión. 

—Dile a Aricochea que va a terminar sin huevos por lo que hizo.

Él lo sabe, en este momento también está siendo procesado y muy pronto pagará por todo lo que hizo, solo que ella no tiene porqué saberlo. 

—¿Y que hizo el almirante? ¿Traicionarla? —sonrio, intento disfrutar este momento por Angélica— No, él por primera vez hizo algo por su país.

Y lo seguirá haciendo, está soltando la lengua esperando que su sentencia disminuya, aún así se pudrirá un buen rato en la cárcel. 

—Él no… —se detiene y me mira fijamente— Yo a usted lo conozco.

Puede ser por muchas cosas pero la más importante es mi hermana, a quien ella no se cansaba de humillar, a quien seguramente le hizo daño en sus últimos momentos de vida.

—A mí no, pero a mí esposa sí, Angélica Félix —no tengo fuerzas para mencionar a Annelise—. Dijo que pondría esa cara.

Esta roja del coraje, casi creo que va a vomitar o desmayarse. La fiera intenta levantarse y caerme encima pero esta bien sujeta.

—¡Perra traidora! La voy a matar —niego, la oportunidad se le fue para siempre. 

—No se va a poder, de ahora en adelante y hasta su juicio estará bien custodiada.

No puedo quedarme aquí para asegurarme, pero sé que no dejarán ir por ningún motivo a esta mujer, y aún más, ya no hay nadie que quiera rescatarla.

—Esa pendejita no se va a salir con la suya, terminará hecha pedazos, la encontrará en la misma carretera que a su hermana.

Tenía que hacerlo, sacar lo peor de mi.

Dirijo mi puño a su rostro y apenas me detengo a dos centímetros de su nariz, no le voy a dar el gusto. 

—No vale la pena, usted no será quien pague por eso —me doy la vuelta y salgo. 

La muerte de Annelise se la voy a cobrar a Heriberto Félix, él sangrara y lucirá las misma heridas que dejó en el frágil cuerpo de mi pobre hermana, eso lo juro por Annelise y por Angélica, a quien voy a volver a ver, eso es seguro, no morirá por una simple herida de bala, ese no es el final digno para la leyenda de la Galereña de Guanajuato.

Caigo rodeada de sus plumas, su cantó me mantiene despierta y está vez al mirar alrededor las imágenes son distintas.

Veo a una mujer llorando delante de un espejo sosteniendo un medallón dorado en sus manos, se lamenta por el pasado del cual no aprendió. Veo a una mujer tirada al pie de unas escaleras, una vez más le quitaron su razón de vivir, sin embargo está vez se levanta y pretende recuperarlo. Veo a un niño llorando de rodillas delante de su madre, ella se aleja de él, le rompe el corazón. Veo a una mujer tomando un puño de cenizas que deja ir al viento, mira a la noche delante de ella, esta empapada en sangre, llora y jura terminar con el camino que empezó. Y luego estoy yo, veo arder todo delante de mi, estoy rota y no encuentro el camino de vuelta.

Él impacto de la caída está vez es fuerte, me hace despertar, intento abrir los ojos, no tengo las fuerzas suficientes. Escucho voces a mi alrededor, al entender lo que dicen me quedo quieta. 

—Estamos en serios problemas, todo por culpa de esa mujer —es Renardo. 

—Irma no me haría eso —replica mi primo, aún cree en ella. 

—Te lo hizo, por puro despecho, por esta niña —bueno, espero que aunque me siga diciendo niña sepa que no se mete con una—. Leonzio era un estúpido pero sabía que tu querida Celeste nos llevaría a la ruina.

Aún sigo curiosa con ello, ¿cómo es que ese hombre hacia tales afirmaciones? ¿Solo era su instinto o lo sabía? Y de saberlo, ¿por qué no lo uso para salvarse de mi? ¿por qué habría de protegerme?

—¿Y tú decides creer en las pendejadas del perro traidor de tu hermano? Sé lógico Renardo, aquí él único culpable eres tú —replica Heriberto, siento que alguien se acerca y se sienta a un lado de mi. Entreabro un poco mi ojo, solo para confirmar que es mi primo—. Si te hubieses dado cuenta antes de su traición esto no habría pasado.

Eso es imposible de saber, sin embargo Leonzio con su muerte me dio a mi el empuje que me hacía falta para colarme de lleno a los asuntos de los Barbieri. 

—Leonzio no sabía nada de esta operación —contesta Renardo, ya le bajó a su intensidad. 

—Tampoco de muchas otras y ya ves, cuántos negocios te chingo… —me mira fijamente, ya no puedo seguir fingiendo que estoy dormida, me remuevo lentamente— En lugar de tratar de encontrarle algo chueco a Celeste deberías agradecerle, sin ella no habríamos salido de ahí. 

Menos mal que acepta que si hoy están aquí discutiendo gracias a mi, si mi plan hubiera fallado yo habría despertado esposada a una cama. 

—¿En dónde estoy? —pregunto.

Heriberto me levanta en brazos con mucho cuidado para poderme sentar bien en la cama, me siento extraña, no me trataba así desde que era una niña, aparto la mirada de él y veo al frente, el cuarto en dónde me encuentro tiene vistas a la playa, está cayendo el atardecer, así que por lo menos estuve un día fuera de combate. 

—Regresamos a Sonora —responde Heriberto. 

—¿Cómo están los demás? —sigo con la mirada a Renardo, hoy se ve muy hostil. 

—Tuvimos solo algunas pérdidas, no te preocupes por eso —asiento, no me ha respondido lo que quiero saber y tampoco es necesario.

El Mocho entra a la habitación con una bandeja en las manos, seguramente trae mis medicinas, asiente al verme, él está bien y es todo lo que necesito, deja la bandeja sobre el buró y yo trato de acercarme a la orilla de la cama, pero tanto mi amigo como mi primo se adelantan a inmovilizarme.

—Patrona, no puede moverse —me dice el Mocho, me entrega una pastilla para luego sostenerme el vaso. 

—No se va a romper, su herida no fue de gravedad —aclara Renardo. 

Imagino que mi recuperación no le hace ninguna gracia, me quiere ver muerta, pero no se le va a hacer, por lo menos no mientras él siga respirando. 

—Gracias, Mocho —digo cuando deja el vaso, le indico que salga, por ahora estoy bajo la protección de mi primo y por eso me voy a permitir ser temeraria—. Señor Barbieri, ¿qué tiene? ¿Por qué discutían?

Volteo a ver a mi primo, él niega, pero Barbieri no se va a callar, lo que quiera que su mente maliciosa está pensando, por mi salud.  

—Irma nos traicionó y dudo que estuviera sola.

Un ataque medio directo, está bien, aunque medio despistada puedo con él. 

—¿Y cree que yo la ayude?

—La única que ha estado en contacto con la policía eres tú, estás casada con un agente de la DEA.

Ese reproche en él es nuevo, lógico sin duda alguna, sin embargo con eso no va a sacar nada, yo interprete bien mi papel de mujer abusada por la autoridad. 

—Con todo respeto, no mame —digo y casi puedo jugar que Heriberto sonríe—. Mire, a mi Irma me cae como patada en el estómago, siempre ha tenido conocimiento de eso y en cuanto a mi desafortunada unión con ese policía tiene que saber que fue en contra de mi voluntad y a base de amenazas, aún tiene a mi hermano y casi me mata… No tengo porque cooperar con dos de las personas que más daño me han hecho en la vida —sin querer una lágrima se me escapa del ojo, eso le dará más dramatismo al asunto—. Y no se hagan tontos, yo siempre les advertí que esa mujer se traía algo.

—¿Y por qué siempre contra ella? ¿Qué le sabías? —parece perro detrás de un pedazo de carne.

—Nada, solo los hechos, ha intentado deshacerse muchas veces de mí —ya después y poco a poco hablaré con Heriberto de lo que pasó en Zitácuaro—. Yo soy leal a este cartel, a mi familia, yo no hice nada y tampoco tengo porque decírselo, lo demostré cuando me quedé callada y soporte lo indecible por Heriberto. 

Parece resignarse a que no hay por donde atacar, yo no voy a moverme ni un centímetro de la posición que opte, tanto él, como Heriberto pronto van a tener que resignarse a que Irma fue la rata traicionera, aunque aún me queda un obstáculo más, Alfonso. No espero convencerlo, jamás lo creerá y por lo tanto tengo que sacarlo de mi camino o me destruirá junto con Barbieri. 

—Y lo vas a seguir haciendo, no sólo Irma cayó, todos nuestros socios están a un paso de la cárcel —esa si es una excelente noticia, solo me preocupa que lo sepa tan pronto. 

—¿Qué? —pregunto haciéndome la loca. 

—Que en cuanto puedas mantenerte en pie vas a ir a Hidalgo, la bóveda ya no es segura.

Que deliciosa información, hasta siento que ya voy agarrando fuerzas. 

—¿Y por qué no va usted si muchos tanates? —espero me entienda, aún me lamento por no aprender italiano, insultarlo en su lengua me haría más feliz— A mi no va ordenar como si fuera un gatillero cualquiera. 

—Puede, ya localizo a Aarón y no te dirá en dónde está si no traes el oro —amenaza Heriberto, ya decía yo que no sé podía quedar tan sedito detrás de mí.

Mi mente trabaja a mil por hora, pienso en lo que debo hacer, necesito una solución rápida, porque según mi plan debería ser Cristopher quien incaute el oro, si yo voy a sacarlo, tendría forzosamente que entregarlo y sería catastrófico, les daría una salida, sin embargo creo que hay una cosa que puedo hacer, una que me pondría en evidencia. Ni modo, la vida es un riesgo, me la voy a jugar, después de todo es imposible que ellos sepan en dónde está —o estará— Aarón.

—Pues siendo así… —inhalo y exhaló bruscamente, aún no me acostumbro a que usen a mi hermano en mi contra— Voy a ir más que encantada, ¡Mocho! —no tarda en aparecer, debe estar haciendo camping en la puerta—. Prepara todo, quiero a mi gente lista para salir cuanto antes. 

Les voy a dejar ver su riqueza por última vez y luego todo se hundirá en el fondo del mar. 

Gracias por seguir leyendo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top