Epílogo
Alfred despierta de un sueño muy agitado con un grito.
-¿Alfred? -cuestiona Ivan, su pareja, desde su pequeña cocina, deja lo que está cocinando para ir a ver a su querer -. ¿Qué sucede?
-Tuve ese sueño de nuevo -le explica el americano, haciéndose pequeño sobre el colchón.
Ivan se sienta a la orilla del lecho dejando una suave caricia en la mejilla de su amado.
-¿El sueño dónde eres el capitán América? -inquiere el ruso.
Alfred suelta una risilla.
-No, ese no -niega con la cabeza, gatea sobre el colchón para acurrucarse junto a Ivan.
-¿Qué sueño entonces? -se le repega al americano, tiene frío.
-Va a sonarte muy raro -advierte el estadounidense-. En el sueño tú me encadenabas, todos los días, me golpeabas y hacías sangrar, de repente llegaron Arthur, Matthew, Kiku y Francis, venían por mí y tú casi los matas a todos para evitar que yo escapara.
-¿Te ibas a escapar?
Alfred baja el tono de su voz, se pira un poco del agarre del ruso con vergüenza.
-En mi sueño, logró escapar junto con ellos y la policía te lleva preso.
-Oh -con tristeza, Ivan hace una mueca de desconsuelo.
-¡Pero no lo haría! -asegura Alfred abrazando el brazo de su pareja-. Jamás te dejaría, ningún maltrato sería suficiente para dejar de amarte -jura.
Ivan le mira nada convencido, sus ojos violeta pálido lucen asesinos, su expresión es de desaprobación.
-Si ellos vivieran por tí ahora ¿Irías con ellos? -cuestiona en un tono serio, repelente.
-¡No! -muy seguro el americano.
El ruso sonríe.
Pero su sonrisa es siniestra.
Se levanta, admira su pequeña casa.
-¿Quieres salir un rato? -le pregunta a su amado.
-¿Con este frío? -cuestiona Alfred renuente, abrazando su cobija.
-Sentir lo helado de allá afuera hará más acogedor el calor de dentro -el ruso camina, haciendo resonar sus botas toscas por la madera del suelo hasta llegar a la puerta, la abre, se cuela en aquel recinto una salvaje brisa helada -. ¿Vienes?
El estadounidense se lo piensa por un segundo, hace mucho que no sale, el invierno en Siberia era algo horroroso, el frío era de quemar.
Tuvo que ponerse demasiada ropa invernal para poder salir. Los vientos soplaban con vigor, llevando aire gélido a cada rincón.
Ivan toma su hacha, útil para esta vida extrema, pero no la lleva para defensa, no carga con ella para obtener leña.
Sus dedos bailan sobre la madera del arma, su amado está de espaldas.
Casi siente las lágrimas congelarse al momento que salen de sus ojos, Ivan llora, llora porque se siente traicionado.
Alfred le ha prometido que no se iría, sin importar quien viniese por él.
Pero Ivan sabía que esto era una mentira, porque ya en el pasado, en otro continente, en su mansión de Denver, eso ya había pasado y Alfred se había ido una vez. Ya jamás le permitiría volver a irse.
Jamás.
Alza el hacha para tomar impulso.
Le cortará las piernas, pues sin ellas, será totalmente dependiente de él, será suyo, puramente suyo.
Los gritos de dolor son ahogados bajo el sonido de la nieve siendo acariciada por las rápidas ráfagas de viento.
La blancura de la nieve es reemplazada en granate, manchas de sangre horribles, que escandalizarían a cualquiera, son cubiertas por vírgenes copos de nieve, dejando la mancha cada vez menos visible, ocultando aquel crímen.
Pedazos de carne se enfrían, inmóviles, ahora que les falta su cuerpo.
Primera de múltiples mutilaciones que vendrían a raíz de la paranoia, Ivan nunca más dejaría escapar a su tesoro, al amor de su vida.
Así se pierden los gritos de dolor, en la nieve invernal de Siberia, Rusia.
En el mundo existen todo tipo de personas, extrañamente todas obran bien.
Sí, obran bien para ellos mismos y cuando no lo hacen, suelen beneficiar a otros.
Robar es hacer el bien para el ladrón, quien con ello alimenta a su familia.
Matar está bien para quien mata.
Perder un billete en la calle es bueno, no para ti, si no para quien se lo va a encontrar.
Secuestrar fue bueno, eso se repite Ivan mientras besa a su cautivo.
Todo tiene una razón de ser.
Ivan nunca ha hecho nada malo, desde su retorcida perspectiva.
Para Matthew por otra parte... No, no fue bueno.
Ahora es capaz de entenderlo. Si Iván hubiese querido pudo haberlos matado a todos, pero sería perder tiempo.
Todo ese tiempo que ellos tuvieron para escapar sin tener indicio alguno de la presencia del ruso es el tiempo que él utilizó para guardar sus papeles y pertenencias en su camioneta.
Gracias a ello estuvo listo para huir justo cuando llegó la policía.
Gracias a ello pudo tomar un vuelo a quien sabe donde sin que nadie sospechara.
El último avistamiento había sido en el aeropuerto.
Matthew llora, sin querer aguantar más su patética vida.
El ser humano es débil. No respira bajo el agua, no aguanta altas presiones, necesita mucho oxígeno, pero, sobre todo, se enferma fácil.
La gripa llega con el calor y con el frío, la comida que inventaron los mata, los enferma de tantas maneras que es casi imposible escapar de ello, deben cuidar su agua o se enfermarán, cólera, salmonella, fiebre, sin embargo, la enfermedad más mortal en el ser humano es el amor.
El amor infecta.
El amor consume.
El amor mata.
El amor, tan tóxico, tan pútrido de Ivan hacia Alfred se ha convertido en una historia escrita en sangre, que se narra ente labios partidos, se sujeta con cardenales y se recita entre llanto.
Gracias por leer hasta el final.
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