6

Iván instalaba un sistema de sonido en las paredes del lúgubre sótano.

— Es para que puedas escucharme. Podremos comunicarnos aunque no esté en el sótano. —

Ya habían pasado dos meses desde aquella fatídica noche donde a Alfred le fue arrebatada la libertad.

Estaba recostado en las colchas que acutuaban como su cama observando con atención cada movimiento del ruso.

—Bien, creo que está listo.—Se alejó un poco del aparato. —Vamos a probarlo ¿Da?—

Caminó con aparente prisa  hasta las escaleras saliendo del sótano. Alfred quedó solo de nuevo, envuelto en sus pensamientos, comenzó a temblar de miedo, cada vez que Iván se iba in agudo terror inundaba al americano, sus dedos se tornaban helados, le invadía la incertidumbre, tal como un pequeño cervatillo que alejan de su madre.
Iván durante estos meses se encargó de destrozarle poco a poco la mente.
Aunque un poco de su razón aún se conservaba la mayoría había sida consumida por esos interminables días en soledad, con un hambre atroz que no le permitía si quiera consiliar el sueño, solo, sin saber que día es, sin saber si el reloj marca las 12:00 del día o de la noche.

La presencia del ruso lo apasiguaba, la intensa mirada amatista le hacía sentir ... Protegido. Después de todo Iván era quien le entregaba la comida, era quien le traía agua caliente para lavarse, quien se preocupaba lo suficiente como para instalar un aparato sólo para hablar más seguido, aquel que le decía como había estado el clima, el mismo que cuidaba su higiene, el único que le traía colchas, nadie más que él se había tomado el tiempo de preguntar por su estado. Estar lejos de ese hombre lo inquietaba.

Era algo en demasía ilógico si tomamos en cuenta que ese hombre es el mismo causante de todas sus penurias, de su frío, de su hambre, de su sueño. Claro que no había nadie que pudiera explicárselo al pobre, su sentido común estaba cada día más debilitado.

Con la mirada apagada se enredó entre las colchas, así eran sus días ahora. Mezclado con las colchas esperando que Iván regresara mientras divagaba sobre sus series favoritas, aún las recordaba y estaba impaciente por ver un capítulo de alguna. Pensar sobre que al volver habría una nueva temporada de esa serie que veía con Kiku lo esperanzaba. Lograba distrerse de su morbida situación pensando en como se sentaría con Kiku frente al televisor para ver serie, en como dejaría ganar a Matthew en Mario Kart para ver su sonrisa, en la cara de enojo absoluto de Arthur cuando lo viera después de tanto pero sobre todo, el pensamiento que más esperanza le brindaba era imaginar como Iván era brutalmente llevado ante la justicia obteniendo su merecido castigo. Sin embargo últimamente ese pensamiento comenzaba a producirle pavor. ¿Qué haría si no se encontraba el ruso cerca?

—¡Alfred!- Se escuchó la voz de Iván a través de las bocinas del aparato- ¿Puedes escucharme?

El corazón le comenzó a latir de manera acelerada. Una pequeña descarga le recorrió desde el pecho hasta la punta de los pies y con ella una sonrisa pequeña ¿Era felicidad? No había razón para sentir algo así en en esas circunstancias pero su sonrisa no paraba de crecer, era felicidad, de eso no hay duda. La verdadera cuestión era...¿Por qué la sentía ahora?
Se acercó apresurado hasta la instalación.

—Sí, puedo escucharte.— Respondió al instante.

—Отлично.—Exclamó en su lengua natal confundiendo al americano.

Volvió al sótano. Alfred continuaba frente al aparato, no se había movido de ahí. Iván se acercó a él.

—Funciona, podremos hablar más ¿Estás feliz?—

Alfred asintió,  entre menos aislamiento más  feliz estaría.

—Sólo pude notar un defecto. Parece tener un falso que proboca un fallo de audio, en pocas palabras hace sonidos extraños cada tanto. Espero que no te sean molestos, trabajaré para arreglarlo, todo el día si es necesario.—

—No es necesario que malgastes tu tiempo en mí.— Respondió bajando la mirada, sin duda el encierro le había hecho mal a su autoestima.

—Ya sé que no es necesario ¿Te das cuenta de lo mucho que me estoy esforzando por ti?—Usaba un tono sermoneante.

—Lo noto...—

—Más te vale.—

Un amargo sentimiento invadió a Alfred. No sentía correcto el esfuerzo del ruso.
Iván se acercó lentamente  hacia el rubio para acariciarle la cabeza.
Las frías manos lograron estremecer al secuestrado robandole un leve sonrojo.

La Sanidad mental de ambos disminuía cada momento.

Por su parte el ruso se sentía feliz incluso con tener a Alfred en esas condiciones.

El toque del ruso seguía seguía siendo incómodo pero era mejor que estar solo,  si para permanecer acompañado debía ser tocado por el ruso  Estaba dispuesto a aceptarlo. Quién sabe, tal vez si se dejaba tocar y acariciar  Iván le tendría más confianza, le dejaría salir del sótano para dar su ataque final e idear un plan para escapar.

La mano de Iván recorrió desde la punta de esos rubios cabellos hasta su mejilla.

—Estás helado.—

Comentó con aire de preocupación y pareciendo tan indiferente al mismo tiempo.
El Americano no sabía que responder, se limitó a acariciar sus brazos para indicar que, efectivamente, hacia un frío de infierno.

—Ven aquí.—Ordenó abriendo los brazos.

Alfred le miró, ahora aceptaba su contacto, era verdad, pero aún así él no lo tocaba, se dejaba tocar. Si podía evitar el contacto lo haría.

Sabía que desafiar al ruso no era algo que sonase lógico en su condición sin embargo no deseaba abrazarlo, no lo haría, no correría a sus brazos como él quería, no le daría completo gusto.
Simplemente se quedó en su lugar sin mover más que sus ojos que miraban finamente al ruso. Este de inmediato se dio cuenta; Alfred no le abrazaria. Suspiró pesadamente, apoyó su mano en su pierna para poder levantarse.

"Que se muera de frío" pensó.

—Entiendo.— Se limitó a decir antes de emprender su camino a las escaleras dispuesto a salir de ahí.

Alfred se alarmó, no quería volver a estar solo, sobretodo porque el ruso nunca le decía cuando volvería.

—No te vayas.— Terminó rogando en su desesperación.

Iván sonrió con maldad, continúo subiendo las escaleras sin gota de culpa ignorando la petición.

—Debo hacerlo. Ya es hora que vaya a trabajar, ya sabes, para tener dinero. Últimamente tengo que trabajar más horas, al parecer tengo un inquilino que come demasiado.— Por supuesto que esto era mentira, Alfred no comía mucho, (de hecho lo que comía era insuficiente) mucho menos hacia horas extra, sólo era para hacer sentir mal al americano.

Alfred bajó la mirada aceptando que el ruso tenía cosas que hacer, debía irse.
Iván le miró, se conmovió un poco por aquella melancólica mirada.

—Volveré, cuando el reloj marque las diez de la noche.— Dicho esto salió sin más de aquel lúgubre y húmedo lugar.

El rubio se preguntó como sabría si marcaban las diez de la noche puesto que no tenía idea si el sol brillaba o si la Luna se lucía galante con todas las estrellas en el cielo.

Dentro de ese pequeño cuarto sabía poco del exterior, sus paredes le asfixiaban, la humedad de las mismas le incomodaba y la simplicidad del lugar lo ahogaba.
Tenía poco con lo que distraer su cautiva mente.
Sabía que su cordura pendiade un hilo, ponerle nombre a su reloj era una locura ¿O era la forma de librarse de ella?

—Tony...— Ese era el nombre que había desidido ponerle al reloj.—Ya falta poco para ejecutar mi plan. Por fin le patearé el trasero a ese estúpido. Saldremos de aquí, Tony, no te muevas tan inquieto, Tony, por favor, para ya de llorar, te estoy diciendo que pronto estaremos lejos de aquí en un McDonald's pidiendo nuestra Coca-Cola bien fría...Por favor  para tu llanto.—  Suplicaba sin notar siquiera que amargas lágrimas rodaban por su mejilla.

En la parte superior de la casa Iván escuchaba cada palabra del Americano gracias a aquél aparato conectado a un viejo teléfono. Río levemente por las ocurrencias del Americano. Estaba ansioso por tener citas con él, aunque fuese en un asqueroso McDonald's no le importaría. Pero sabía muy bien que aún no era tiempo de eso, el cautivo continuaba resistiendose. Para doblegar su frágil mente el ruso debía pensar en algo, ya lo haría en su trabajo.
Antes de salir de la casa decidió revisar su celular, hace algún tiempo aquellos preocupados por el paradero de Alfred habían creado un chat conjunto para comunicar cualquier dato sobre la terrible situación, precisamente tenía un mensaje de este grupo, el autor era Matthew:

"He regresado de Denver, nadie lo ha visto siquiera, Consulte todos los sitios de renta, revisé los barrios bajos y los puentes, no está por ninguna parte de esa ciudad, tengo miedo de que se haya ido más lejos."

Iván río, pobre Matthew gastando todas sus fuerzas tratando de encontrar a su hermano.
Matthew era menor que Alfred, él había nacido en Canadá, pero nadie negaba que podrían ser gemelos.
Era bastante apegado a su hermano ya que no solía ser sociable a tal grado que la gente lo llegaba a olvidar o simplemente no le hacía caso. Sólo unos cuantos notaban su existencia, una más reducida cantidad de personas lo incluía en sus planes, entre esas personas se encontraba su hermano, quien siempre le presentaba gente, lo invitaba a fiestas,  le enseñaba buena música, siempre lo animaba, era su mejor amigo, su única familia desde que sus padres murieron en un accidente automovilístico. Gracias a Alfred el canadiense no pensaba en sus padres con dolor, aprendió a aceptar que ya no estaban sin que eso le afectara de más. Todo por el apoyo de su hermano.
Y ahora de nuevo su felicidad había sido arrebatada, se sentía vacío, estuvo a punto de dejar su trabajo un par de veces pero siempre era detenido por suerte.

Iván dejó el teléfono en su bolsillo antes de salir de esa enorme pero vacía casa. Perteneció por mucho tiempo a su familia, era más vieja de lo que aparentaba. Por eso estaba tan destrozada con paredes húmedas, ventanas frágiles, chimenea llena de ollín que ya era parte de los ladrillos y lo peor de todo, lo más molesto; Un aire acondicionado averiado que no hacia más que enfriar toda la casa.
En tal deplorable estado cualquier persona con sentido común habría vendido la propiedad huyendo de ahí lo más que se pudiera, pero Iván no.

Su apego a la casa era más fuerte que las molestias que le causaba. Después de todo en esa casa había fallecido su amada madre. Cuyo cuadro continuaba adornando el salón principal.

Mientras conducía rumbo a aquella oficina asfixiante se le ocurrió el plan perfecto para que Alfred se apegara a él. No haría horas extra pero vaya que llegaría tarde a casa.

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Gracias por leer

Gracias a Tere, sin ella mi celular seguiría en la escuela y no hubiese podido escribir este capítulo. Teresa eres una heroína ♡

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