30
La nieve es extraña, no puedo más que compararla con suaves rocas de agua, las cuales congelan más rápido que un parpadeo.
Alfred cae sobre esta sustancia. Puede sentir a su ropa humedecer.
Kiku rápidamente le ayuda a levantarse, toma su mano para alejarse de la puerta.
Los europeos junto a Matthew están refugiados debajo de un árbol, dónde reside una piedra que, aunque cubierta de nieve, le sirve a Matthew como asiento.
Alfred no tiene abrigo, tiembla por el tiempo atmosférico, parece como si el día fuese más frío de lo que Denver está acostumbrado.
Arthur se deja caer sobre la nieve, cansado, con mucha hambre.
Los árboles no tienen hojas, se han caído por el frío. Las ramas están secas, algunas bañadas de nieve, pero a los ojos de Arthur todas son hermosas, pues ahora todos sus amigos están bien.
No solo eso, él abandonó su culpa en aquella casa. Ya no se siente pesado por la misma. Ahora comprende que no, no fue su culpa el que Alfred se fuera, no fue su culpa la depresión del mismo, ni todo lo que sufrió, de lo único que es culpable ahora es de la liberación del americano, aunque se sentía mal por el estado de salud de Matthew, ya no estaba vacío. Era feliz.
El canadiense le pide a Francis ayuda para despojarse de su chamarra. El europeo le ayuda con extremo cuidado, pues parece que todo el cuerpo del menor estuviera roto.
Matthew ofrece su prenda a su hermano menor, siempre cuidando de él, con todo su amor. Alfred sale de su trance para aceptar la chamarra y ponerla sobre sus hombros.
Una risa muy fuerte comienza a ser escuchada, es de Arthur, que se carcajea después de tanto estrés, muy contento. Kiku le mira sonriendo cálidamente.
Sonidos de sirenas se escuchan a lo lejos entre el silencio del bosque y los suspiros cansados de los presentes.
La mayoría respira con calma al sentir las ambulancias y autos de policía en la cercanía.
Kiku se mueve hasta estar al lado de Francis, con su noble sonrisa.
—Francis-san —alude, el rubio le mira curioso —. Gracias por cerrar la puerta, no sé que sería de Alfred y de mí si no, fue muy astuto de su parte.
Francis le mira consternado, voltea hacia Matthew con rostro de "¿Fuiste tú?" El menor menea su cabeza negando.
Es entonces que la mirada del galo regresa al nipón.
—No cerré ninguna puerta —le hace saber.
Kiku le mira algo desconsolado, pero ahora está seguro de quién lo ha hecho. Avanza hasta donde Kirkland.
— Arthur-san, usted nos ha salvado a Alfred y a mí, gracias por ello —le agradece con todo su corazón y adrenalina, pues realmente sintió miedo al tener a tremendo psicópata tan solo a una puerta de distancia.
—De nada, de nada —expresa el inglés muy contento —. ¿Pero qué hice? —inquiere después de pensar en sus acciones y no encontrar nada particularmente heroico.
—Poner seguro a la puerta —explica el japonés.
Los ojos verdes le miran por unos segundos, parpadeando lento y tratando de recordar, sin lograrlo.
—No cerré ninguna puerta —Asegura Arthur.
Alfred seguía temblando, ya no de frío, ahora de ansia.
Podía sentir las manos de Ivan rodeando su cuello, son frías, pero al igual que el hielo queman. Arde en su piel al momento de ser estrangulado, castigado por la terrible falta que cometió.
Kiku se lo piensa, ahora sabiendo que nadie ha sido. ¿Por qué estaba cerrada la puerta? Era algo que no cuadraba.
No. Ivan ya no podía castigarle, ahora era libre, libre para hacer todo lo que quiera, lejos de Ivan.
En estos momentos las cosas que no son del todo lógicas significan algo.
Lejos de Ivan... Sin él. Sin su querer, iba a extrañar esos momentos de paz, donde él le leía libros de astros y el espacio con ese chistoso acento ruso, con su voz infantil y aguda, juntos. Alfred recuerda las manos de Ivan recorrer su cabeza con dulzura.
—Algo raro sucede —atina a decir Kiku mientras la ambulancia se encamina por la nieve hacia ellos.
Pero no, ningún amor merece el maltrato al que estaba sometido, aunque aún sintiese que fuese su culpa, Alfred no quería pasar hambre nunca más en su vida. Solo de recordarlo un fuerte dolor invade su cuerpo, víctima de la severa gastritis que el hambre y estrés habían provocado.
Alfred nunca más quería pasar frío, ni sentir dolor.
Alfred era un héroe, los héroes se recuperan de este tipo de cosas.
Francis hace señales a la ambulancia para que traten a Matthew. Arthur está a punto de ir por Alfred para que también le den atención médica.
—Al menos ya no puede hacerle daño a nadie.
Ese comentario entra como una flecha en la cabeza del estadounidense, puede sentir la punta de la flecha destruir su cráneo para atorarse en su cerebro.
Era cierto, Ivan no podía dañar a nadie más. ¿O sí?
—Tony —masculla Alfred, tan bajo que nadie le escucha.
No era un reloj solamente, al menos no en la psique dañada de Alfred, podía dejar todas sus cosas, incluso a él mismo, pero debe salvar a Tony.
Deja caer sobre la nieve el abrigo de su hermano antes de correr hacia la maldita casa de Ivan.
Corre con todas sus fuerzas y rapidez.
Los demás pueden escuchar sus pasos, pero están algo ocupados con el papeleo médico, exepto Matthew, quien ya está en la camilla, con el ángulo perfecto para ver la silueta de su hermano alejarse hasta entrar en la morada del bastardo ruso.
Grita, desgarrando su garganta y sintiendo un intenso dolor en los pulmones, pero es tarde, su única familia ya entró en dicha casa.
Es cuando Kiku conecta todo, ninguno de los presentes había cerrado con llave la puerta, Ivan no había querido entrar. ¿Por qué?
El japonés corre después del grito canadiense, era obvio, era todo un plan, Ivan sabe algo que ellos estaban ignorando.
Arthur corre también, pero cae sobre la nieve ante su debilidad física, aún con ello trata de arrastrarse gritando desesperado el nombre de Alfred.
Alfred, por su parte, se movía desesperado hasta que logró llegar al sótano. Bajo las escaleras corriendo, fue ahí cuando logró ver a su amigo, a Tony, su fiel compañero.
—Te prometí que iba a salvarte, soy un héroe —exclama mientras toma al reloj en sus manos.
Se da la vuelta para salir de ahí, mas, una negra figura se alza frente a él, con una tubería en mano, misma que azota contra la cabeza del americano dejándolo inconsciente. El reloj cae al suelo, se rompe.
Kiku entra a la casa, pero no sabe a donde ha ido, revisa la puerta, aquella que creyó cerrada, abierta.
—Lo sabía— se culpa en su idioma natal.
No escucha ruido alguno, por lo que no tiene la menor idea del paradero de Alfred.
Ahora lo entendía, Ivan los dejó escapar, no por tonto, si no porque él deseaba eso, no quería a nadie que no fuera Alfred.
Una enfermera de primeros auxilios intenta tranquilizar a Matthew, quién grita desesperado a la policía, pues está siendo testigo de como la camioneta blanca de Ivan se arranca y avanza por el precario camino forestal.
Ivan se toma el lujo de sonreír.
Matthew no podrá jamás olvidar esa sonrisa, cargada de malignidad, pero sobretodo victoriosa, pues lo había logrado, la Policía no entendía los berridos desesperados del canadiense, solo lograron ver la camioneta irse con un asesino psicópata al volante y un hombre mentalmente destrozado, inconsciente en la parte trasera del transporte.
~
La camioneta de Ivan fue encontrada en lo que se tiene registrado como un presunto accidente automovilístico.
En lo profundo de un risco, se dice que cayó después de que el conductor perdiese el control.
La misma contenía sogas, un machete, pedazos de polietileno y envases vacíos de comida chatarra, pero ningún cuerpo.
Era obvio que ambos habían sobrevivido, pero la policía no logró encontrar su rastro.
La casa de Ivan fue inspeccionada de igual manera. Cada día, los peritos encontraban nuevas cosas que los horrorizaban cada vez más. Comenzaron con la ropa de mujer, la cual estaba por toda la casa.
Yekaterina no paraba de llorar, se fué del país sin poder soportarlo, los rumores afirman que ahora vive con su hermana Natalia.
Los perros policías encontraron dos cuerpos en el patio de tan horrenda casa.
Había sangre de años por todas partes, en la habitación principal, más que nada.
En afán de tal vez encontrar a Alfred F. Jones la policía revisó los alrededores, el bosque, encontrando, el cuerpo de un infante, la nieve y el frío lo habían mantenido mejor que los cadáveres del jardín, pero por desgracia, nadie pudo identificar a la criatura.
Hay tantas cosas que se han dicho.
Las personas de internet han hecho Miles de videos y artículos sobre el caso de Alfred F. Jones, el juicio fue televisado y la leyenda del salvaje psicópata, Ivan Braginski, viviría eternamente por lo horrible de sus actos.
¿Cuánto a pasado desde entonces?
Matthew ha perdido la cuenta.
Pero hoy es viernes, hoy ha salido temprano del trabajo, ya está oscuro, sin embargo, conduce al hospital mental para visitar a Arthur, mientras sus lágrimas empañan sus anteojos. Extraña a su hermano, pero sobre todo, se lo ha comido la culpa con los años. No tiene idea de como sigue viviendo.
Sin embargo, de algo está seguro, su hermano fue débil a las dulces palabras de Ivan, ni su mente, ni su corazón, probaron ser Inquebrantables.
∆•∆•∆
Este es el último capítulo
Pero la próxima semana se subirá el epílogo.
Gracias por leer, espero que te haya gustado.
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