28
Kiku corre con fuerza hasta donde Francis se encuentra. Este alarmado se acerca y entra en pánico al no ver a Arthur.
—¡Francis-san! —alude el japonés.
—Kiku... ¿Dónde está Arthur? —inquiere con nervios.
—¡Se quedó adentro! ¡Apresúrate y llama una ambulancia!
El francés no lo piensa, torpe de nervios saca su teléfono marcando a emergencias. La llamada no es extensa, puesto que ya tienen su referencia.
Kiku intenta romper la cerca para obtener un trozo contundente de madera.
—¿Qué es lo que haces? —le cuestiona Francis con los nervios de punta.
—Entraré, pero no sin un arma.
—No, solo debemos esperar a que llegue la policía y...
—No conozco el estado de Arthur-san, Matthew-kun necesita ayuda urgente, sus labios estaban desbordando de sangre, no pueden esperar a que llegue la ambulancia, debo ayudarlos ahora —explica rápidamente el japonés.
Francis muerde su labio, desearía poder aspirar el tóxico de su cigarrillo, pero en lugar de ello solo suspira con fuerza.
—Debemos ayudarlos —se incluye en el plan. Kiku no pone objeción alguna, se lo permite.
Logra romper la madera, le entrega la tabla mal cortada y repleta de astillas al francés.
—Hace esgrima ¿No es así? —pregunta de manera retórica el asiático, dejando en claro como quiere que utilice dicha tabla.
—Lo hacia en la universidad —hace ya varios años, pronuncia el francés con las manos temblando.
Kiku salta sin ningún problema la cerca ayudando al europeo a hacer lo mismo.
Es entrando a la cocina que el Japonés decide hacerse con un cuchillo, el más afilado que logró encontrar.
Ambos caminan por la casa del ruso intentando hacer el menor ruido posible, Kiku guía al francés por la morada hasta donde sabe que están cautivos los americanos.
Cosa rara el que Ivan no se presente a evitarlo.
Con ayuda del francés logra dejar libre la trampilla para que está se abra.
Los ojos violeta del canadiense se cierran ante la repentina luz, pero cuando se acostumbra a la misma logra notar unos cabellos que no son pálidos, si no negro azabache.
La esperanza nace de nuevo en su ser al ver que un fuerte acento francés clama su nombre.
Francis baja las escaleras del sótano con ansia, Kiku se queda vigilando que Ivan no venga, con el corazón en un hilo pues no escucha nada, no escucha a Arthur.
—Matthie, ¿Cómo? ¿Estás bien? ¡Que digo! Claro que no... Oh Matthie —comienza a hablar en un rápido francés que Denota los nervios y el terror del europeo al ver el cuerpo del canadiense destruido, deshecho.
—Ayuda a Alfred, no tenemos mucho tiempo —susurra en el idioma galo, pues quiere salir de aquí lo más pronto posible pero se niega a hacerlo sin su hermano.
—Ya viene la ambulancia, solo resiste un poco más —tiene a bien recordarle con una caricia. En eso nota la presencia de Alfred, en la cual no había reparado—. ¡Por el Dios de los fetiches! ¡Alfred! ¿Qué te pasó? —Grita al notarle encadenado del techo.
—¡No es un fetiche! —se defiende, primeramente—. ¿Qué hacen todos ustedes aquí? —cuestiona enfadado—. Primero este traidor y ahora ustedes, panda de mentirosos.
Matthew baja su débil mirada ante tal acusación.
—¿De qué hablas? —le cuestiona Francis.
—No intentes mentirme, sé lo feliz que te pusiste cuando desaparecí, lo feliz que se pusieron todos —les mira con odio... Dolido—. Creí que me querían ¡Pero ni siquiera pagaron el rescate! ¡No abrieron el caso con la policía! ¡A ninguno de ustedes les importó!
Los ojos azules de Alfred comienzan a llenarse de lágrimas, Francis mira a Matthew confundido,el canadiense no le mira. El europeo vuelve su mirar al enojado rostro estadounidense.
—¿De qué diablos estás hablando, Alfred?
—No te hagas el inocente, sé lo que hicieron mientras no estaba, lo que dijeron y lo mucho que disfrutaron —les reclama con una voz fuerte, demasiado, pero cortada.
Kiku es capaz de escuchar por fuera del sótano.
—Pero nosotros...
—¡Cállate! ¡Hipócrita! ¡Todos ustedes son unos hipócritas! —grita de tal manera que las lágrimas se escapan de sus ojos inyectados en furia.
—Es inútil —masculla Matthew—. Ivan le ha llenado la cabeza de odio y de mentiras, igual que lo hizo con Arthur.
Francis frunce el ceño ante esas palabras.
—¿Por qué todos le creen a ese imbécil? —grita enojado el francés.
—Sus palabras son extraños versos que flotan en el aire como el aroma de las flores, de una forma tan penetrante que solo se puede cortar con el poder de una kanata y la determinación de un guerrero —suelta de forma muy pasional el japonés.
Todos los presentes le miran confusos.
—Sí... —Francis se vuelve a Alfred —. El punto aquí es que Ivan es un mentiroso, ¡Todos lo saben! ¡Tú lo sabes!
—¡No! —le grita en respuesta—. Lo único que sé es que Ivan Es el único que me cuido cuando nadie más lo hizo, el único que se ha preocupado por mí y no solo eso, si no que es la única persona que de verdad me ama.
Francis le da una cachetada, fuerte, que emite un sonido seco.
—¿Cómo puedes insultar de ese modo al amor?
El canadiense mira a su hermano y luego a Francis sin entender del todo lo que pasa.
—El amor es sentir, es vivir, tienes que dar lo que recibes, querer como te quieren. No esa mierda que Ivan te ha hecho creer —le sermonea.
—¡Él me ama! Me procura, me adora como ninguno de usted ha hecho nunca —Alza la voz, cegado por la furia y enterrado en lo que suele llamar querer
—Alfred, tarado, dime, explícame a mí y a tu hermano como llegaste aquí — exige, sabiendo que no ha sido de la manera más ortodoxa, en la espera de que eso le abra los ojos.
—Yo... —lo piensa —, llegué aquí en... Llegué porque... —reflexiona que no tiene claro en qué momento llegó, ni siquiera sabe cómo, tiene vagos recuerdos de los primeros días, pero no de la razón de su estancia, en esos ayeres todo lo que lo mantenía en esta casa era la violencia de Ivan—. Ivan me trajo aquí —atina a decir con su orgullo en vilo.
—¿Y cómo te trajo?
—¿A ustedes que les importa? —reolica agresivo al notar que no tiene respuesta ante esa pregunta.
—¡Te secuestró, Alfred!
—¿Y qué si lo hizo? —si pudiera se abrazaría a sí mismo, claro que las cadenas se lo impiden—. Me trajo aquí porque quería protegerme de su hipocresía, de su traición y a ninguno de ustedes les pareció importar.
—¿Disculpa? —pregunta incrédulo el europeo—. Nos tenías a todos con el alma en un hilo, Gilbert gastó todos sus ahorros en financiar tu búsqueda, Lovino movió cielo, mar y tierra con sus contactos, Mathias hizo una campaña, Kiku te hizo varios reportajes, Yao nunca dejó de buscarte, ¡Arthur! Él recorrió cada callejón de este asqueroso país solo para encontrar lo más mínimo de tu rastro y tú hermano... ¡Matthew dejó de comer! ¡Lloró! !Te buscó como un demente! ¡Todos estuvimos buscándote sin descanso! Así que no tienes ¡Ningún! Derecho de pronunciar tales calumnias.
Las palabras retumban.
Son como una bola de demolición que azotan contra su realidad.
Todo lo que ha sufrido le ha grabado en el cerebro todas esas mentiras.
Aún no tiene valor de ver a su hermano por creerle un traidor, no quiere ver la realidad, pues está es extraña, es tan diferente de lo que le han planteado ya...
—Escuchate, tú, defendiendo a ese...
—Ese asqueroso comunista... —recuerda como solía llamarlo cuando no eran más que enemigos.
Matthew sonríe un poco, quizá realmente logre recordar, quizá aún pueda razonar.
— ¡Eso es! ¡Así es como le llamabas! Porque eso es, ¿No notas que te lavó el cerebro? —apremia Francis.
—¡Como el MK ultra! —grita Matthew.
—¡Igual que el MK Ultra! —Alfred tiene una epifanía. Le has dado al clavo, Matthew, solo un americano puede entender la paranoia conspirativa de otro americano—. Jesús F. Christ...
Francis no logra entender de todo de lo que están hablando... Pero mientras haga reaccionar a Alfred, está bien.
—Ivan... Me tomó por la fuerza —razona el estadounidense.
—Se le llama secuestro y tú bien sabes que es un crímen.
—Pero él... Él me cuidó y realmente nunca abusó de mí.
Francis masajea el puente de su nariz fastidiado ante el tan eficiente lavado de cerebro que Ivan hizo en el menor.
Suspira.
Por suerte es el hombre que menos incómodo se siente ante la desnudez ajena. Comienza a dar vueltas al rededor de Alfred mirándole meticulosamente de arriba hacia abajo, da varias vueltas hasta quedar de vuelta frente a él.
—¿Qué es esto y cómo pasó?—le cuestiona acariciando un queloide en su cuello.
—Ivan... Ivan cortó mi cuello.
—Mon ami, he participado muchas veces en juegos de sadomasoquistas, de los más extremos que puedas imaginar, y jamás me han herido de esta manera tan brutal —cuenta.
—No, no fue durante el sexo es que...
—Adivinaré. Es muy irascible ¿Me equivoco? Y cada que se enoja... Pasa esto —señala un moretón en rojo sobre el antebrazo impropio.
Alfred se toma su tiempo, pero termina asintiendo.
—Y lo que hay en tus nalgas es su semen ¿O no?
El estadounidense se sonroja de la vergüenza.
—No, querido, no lo digo como un reclamo. Una pregunta ¿Te preguntó si querías tener sexo?
—¡Claro! —responde inmediatamente, sin dejar espacio a pensar. Aunque cuando lo hace se da cuenta que no, en realidad nunca hubo una conversación previa—. La verdad es que no recuerdo tan bien...
—Lo obligó —confiesa el canadiense, quien fue testigo y claro que recuerda, quizá necesite años de tratamiento psicológico para olvidarlo.
—Te obligó —el francés decide tomar la versión de Matthew—. El amor no obliga, Alfred.
Un silencio llega, solo se escucha el aire acondicionado, tan fuerte como siempre, tan disfuncional como todas las veces.
—Estás diciendo que...
—No es amor. Nosotros, tus amigos —le muestra a Matthew—, tu familia, nosotros te amamos, eres parte de nuestra vida.
Los ojos de Francis son violetas también, pero no se ven como los de Ivan, en el violeta galo no hay frío, no hay sed psicópata de sufrimiento, hay una extraña calidez a la que Alfred ya no está acostumbrado.
Rompe en llanto, esto es demasiado para él.
Francis trata de secar sus lágrimas lo mejor que puede. En ese instante Kiku se asoma de nuevo.
—No es por apresurarlos... Pero me pone algo nervioso no saber el paradero de Arthur-san —les recuerda.
Francis mira a Alfred.
—¿Qué dices, hijo? ¿Vienes con nosotros? —inquiere, no como esas preguntas que solo tienen una respuesta, si no como una real, una que sí le está pidiendo su opinión.
Alfred tiene a mal recordar cada Caricia, cada dulce beso, la sonrisa sincera del ruso, el tacto de sus labios, el calor que desprende su cuerpo cuando hacen el amor...
¿Hacen el amor?
Cada palabra, los versos eternos de amor, tan especiales por lo escondidos que están entre...
¿Insultos?
Las comidas juntos, los abrazos y todas las risas.
Él lo amaba.
Ellos se amaban, era obvio.
¿Lo era?
—Debo pensarlo —da como respuesta final.
Matthew si pudiera se palmearía la frente.
Francis aprieta los dientes, pero trata de verse lo más calmado y fresco que puede.
—¡Bien! —lo cual no es mucho—. Por lo menos permíteme que te ayude con esas cadenas fetichistas.
—¡Que no es fetiche! —pero termina por aceptar la ayuda—. Aunque Ivan se llevó la llave...
Francis se lo piensa un rato y termina en una conclusión que no le va a gustar mucho al estadounidense.
—Escucha, hay una forma, pero puede que te duela —creo que Matthew se tensa más con ese comentario que el mismo Alfred.
—¿Qué es?
El galo prefiere ahorrarse explicaciones.
Busca algo que le sirva de banco, encontrando una caja maltrecha de madera.
Se coloca sobre ella de tal modo que ahora está a mayor altura que el americano, toma su mano y aprieta con toda su fuerza, dislocando el pulgar de Alfred, este grita ante el dolor pero es efectivo, su mano ahora es libre.
No se detiene, hace el mismo proceso con la otra mano. Alfred cae al suelo, pues sus piernas débiles no pudieron sostenerle.
—Fuck! —se queja ante el dolor.
El europeo le ignora, busca ropa para que se ponga.
∆•∆•∆
¿Por qué no visitan mi Instagram? Con esto de la cuarentena estoy publicando diario. Wup wup
¿Cómo que te aburres? Es porque no estás leyendo mis otras historias ¡Hazlo! Sería un gran apoyo
Espero de todo corazón que estén bien y que les este gustando mi historia.
Gracias por leer.
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