26

Es inútil. No hay manera en la que el estadounidense pueda liberarse, mucho menos llegar hasta su hermano.

Puede escuchar unos pasos.

Rápidamente eleva su mano para que el ruso no note que una de sus manos está suelta.

Tal como lo predijo, pronto llega Ivan. Alfred le mira con sus ojos empapados de lágrimas.

—Tenemos visita —hace notar como si el cuerpo inerte en el área no fuese una evidencia contundente de ello.

—¿Qué le hiciste? —le grita con odio.

—se cayó de las escaleras —es menester resaltar que él no se está adjudicado la culpa de ello.

—¿Está muerto? —cuestiona el americano al ver que el ruso se acerca al cuerpo de su hermano.

Ivan sujeta con seguros las muñecas de Matthew, aprovecha la cercanía para aproximar su oído al pecho ajeno, escucha sus latidos, por suerte.

—Debe despertar pronto —hace notar el europeo ahora sujetando sus tobillos.

Alfred respira, por lo menos no está muerto. Cierra los ojos con cansancio.

Pero no están así por mucho tiempo. Se abren de golpe al sentir una caricia en su mejilla, sus ojos azules miran a los violeta, que ahora están paralelos a los suyos.

La caricia en tan cuidadosa, pero en los orbes violetas está la mirada de un despiadado depredador.

Alfred no tiene tiempo de preguntar cuando los labios europeos ya están sobre los suyos. Aprieta los propios en gesto de desagrado a la par que aprieta con fuerza los ojos.

Pero esto no le ayudará con la mano de Ivan, que se escabulle hasta su cadera, con claras intenciones de llegar a los genitales.

El rubio, como reflejo, baja su mano para impedir que el ruso le toque.

Gran error.

Ivan se detiene, no porque entienda que Alfred está incómodo con su toque si no porque ambas manos de su cautivo deberían estar en las cadenas. Le mira confuso.

Alfred nota esto y esconde su mano.

—Aun quieres escapar — deduce el mayor.

—¡No! —grita desesperado, no porque realmente no quiera, si no ante la frustración de que Ivan se haya enterado.

El ruso está atónito.

No mira a su prisionero.

Su mirada cae, perdida.

Eso hasta que la determinación y depravación ahogan sus venas, su corazón bombea enojo aunque su cara no lo refleja.

Camina hasta el lavabo tan precario que se encuentra en el sótano, sus pasos casi son inaudibles por los gritos americanos y el desesperado sonido de las cadenas al chocar.

En un pequeño cuenco adquiere agua. Con los pasos lentos y pesados llega hasta donde el inconveniente Matthew.

Toma la rubia cabellera de este jalándola bruscamente para dejar a la vista su cara, donde tira el agua.

Tarda un par de segundos en recobrar el conocimiento. El canadiense tose y apenas puede ver, sin sus gafas y ante el mareo, lo que sí logra hacer es escuchar, escuchar los chillidos de su hermano.

—¡Matthew! —alude Alfred con cariño.

Ivan  sujeta de nuevo la muñeca de Alfred a las cadenas.

—¿Al? —cuestiona el de Canadá, con la boca pastosa y un dolor horrible en todo su cuerpo que apenas le deja hablar.

Aún viendo borroso puede identificar a su hermano.

Así como a una figura robusta que arranca las ropas del mismo.

—¡No! ¡Ivan, detente! —suplica el estadounidense al imaginarse que el ruso desea humillarle dejándolo desnudo.

Ojalá solo fuera eso.

Los gritos desesperados de Alfred comienzan a angustiar de sobremanera a Matthew. Entrecierra los ojos para ver con más claridad, groso error. Nota la desnudez de su hermano y no solo eso, si no la cercanía de Ivan.

Las manos del secuestrador acarician con líbido las caderas de Alfred. Este tiembla. Su piel se eriza.

—¿Qué intentas? —cuestiona en un susurro temeroso.

—Quiero hacerte el amor —responde sin ápice de recato pero demasiada insana locura en el brillo de sus ojos. Su lengua se aproxima al cuello de su cautivo, lame un poco antes de morder.

Alfred se niega a base de gritos.

Se mueve bruscamente en una inútil búsqueda de su libertad. Siente su garganta desgarrar.

Matthew intenta liberarse, pero los huesos rotos no le dejan moverse más de unos centímetros. Mucho menos le permiten tener la fuerza suficiente para romper los seguros.

A Ivan esto le da más o menos igual. Ignora los gritos, continúa su camino de besos salvajes hasta llegar al miembro ajeno, el cual no muestra ni la más mínima señal de exitación.

Las cadenas chocan ante los movimientos erráticos del cautivo creando fuertes sonidos de impotencia.

—¡Déjalo! —suplica el canadiense.

No recive más que una maligna mirada, justo en el segundo que sus pantalones se abren con un sonido característico, pero ahora, aterrador.

Alfred empuja su pelvis hacia atrás, sabiendo bien lo que sigue, queriendo evitarlo.

El eslavo contrarresta este movimiento tomándole de los muslos y alzando los mismos, dejando su entrada accesible a la vez que el estadounidense pierde movilidad.

Las manos del ruso son frías, grandes, fuertes, con dedos gruesos de uñas cortas y mal arregladas. Esas manos demoníacas recorren las nalgas del americano, quien llora sin poder hacer nada por evitar el futuro tormento.

Los dedos entran sin piedad. Alfred grita de dolor.

Matthew cierra los ojos con fuerza, sin querer ver, pero no puede evitar escuchar.

El grito es especialmente lastimero en cuanto entra el miembro de Ivan.

—Odio esto, te odio... —solloza Alfred.

El Vaivén incrementa a la par del sufrimiento ajeno. No solo físico, es una humillación.

—¿Por qué haces esto? —grita Alfred, no sé si preguntando al cielo o a Ivan, solo esperando respuesta de quien la tenga.

—Tu  hermano necesitaba saber su lugar —contesta dando una estocada brusca.

Matthew abre los ojos de golpe al ser aludido.

Los ojos llorosos de Alfred miran confusos a su abusador.

—¿De verdad quieres saber que pasó allá arriba? —susurra al oído de Alfred.

Este asiente frenético.

—Tu querido hermano —lo señala—, vino hasta aquí, a nuestra casa, sabiendo que tú no estarías, se sentó en nuestro sofá y comenzó a desnudarse —miente.

—¡No es verdad! —se apresura a decir  Matthew.

Alfred mira con horror a ambos.

—No —susurra, sin querer creerlo —. Matthew no haría eso.

—¿No? —pregunta retórico—. A mí no me sorprende.

Continúa el asqueroso movimiento, se aceleran las estocadas, con mayor fuerza, una tras otra.

—¡Nunca haría algo así! —grita el canadiense como no suele gritar. De manera desgarrante, fuerte, claro.

—El invisible hermano de Alfred Jones —comienza a explicar, con un tono serpenteante—. No más que una sombra, sintiéndose inferior toda la vida, hasta que desapareciste.

Alfred queda devastado.

Mira a su hermano en espera de que sea mentira.

La lengua de Ivan se pasea por el oído ajeno para aproximarse a susurrar;

—Cuando te fuiste él dejó de ser "invisible", ya no era el hermano de Alfred, ahora era Matthew. Alguien —sonríe al sentir al americano temblar entre sus garras, lo que significa miedo, significa que ha caído en su red de mentiras—. Pero de repente volviste a la vida de todos. No era su plan continuar sin nombre, necesitaba destruirte de alguna manera.

—¡Cerdo! —berrea con odio el canadiense hacia el eslavo— ¡Miente! ¡no le creas!

—él sabía de lo mucho que me amas —sostiene el pálido rostro del estadounidense entre sus manos—. Lamejor maneras de destruirte psicológicamente es acostandose con el amor de tu vida.

—¡Miente!

El cautivo ya no sabe que es lo que le duele más; si el ultraje, el abuso que ha recibido su cuerpo y su mente o la traición tan malintencionada de su hermano. No puede creerlo, no quiere creerlo, pero termina por hacerlo.

Llora, desolado.

—Te creo —susurra con una voz tan tenue y quebrada que solo Ivan puede escucharle, entre los gritos de Matthew resuena el pesar del secuestrado—. Bésame —suplica.

Al canadiense se le seca la boca.

Hace esfuerzos más salvajes por liberarse, todos inútiles.

No le queda más que presenciar la horrorosa y morbida imagen de la persona que más ama, su hermano menor, siendo ultrajado por un depravado, tal como Ivan quería que pasara.

El acto está por consumar cuando se escuchan unos gritos que llaman a ambos americanos.

Ivan se detiene isofacto.

Matthew reconoce la voz.

El ruso saca su miembro del interior del americano mirando hacia arriba, donde se pueden sentir pisadas.

—¡Aquí estamos! —grita con fuerza el canadiense, hacia el techo.

Ivan le mira con furia y le patea en el estómago, ahora el canadiense apenas puede respirar.

Un halo de luz se asoma en los bordes de la trampilla. Alguien arriba ha descubierto que existe una trampilla.

El secuestrador entra en pánico, pero rápidamente formula un plan.

∆•∆•∆

No me gusta este capítulo.

Gracias por leer.

Y mucha suerte a todos los que hacen próximamente su examen para la universidad.



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