21
Advertencia.
En este capítulo habrá violencia física y abuso, se recomienda discreción.
∆•∆•∆
—¡Me importa un carajo si es o no tu hijo! ¡No voy a criar a ningún bastardo de alguna de tus amantes! —grita la señora de la casa a la par que lanza su cuchara de madera hacia su marido.
El hombre cubre al muchacho en sus brazos, un pequeño de no más de diez días, quien llora desconsolado.
—Entiende que no tiene a donde ir, mujer —explica el hombre.
—¿Me interesa? No. Ya tengo suficientes hijos y no voy a criar los de una prostituta —le apunta con una espátula, una mirada seria.
—¡No es de ninguna prostituta!
—¡No me importa!
—Mujer, el niño se quedará, tú decides si por las buenas o por las malas.
—Por ninguna de las dos —declara la mujer azotando su mano contra la mesa antes de caminar rápido hacia fuera de la cocina.
Sin embargo el hombre no se permite.
La sujeta del brazo con demasiada fuerza. Mientras la mujer araña el brazo de su cónyuge para safarse, él coloca al bebé que sigue en llanto en la mesa.
Esto antes de comenzar a golpear a la mujer sin piedad, de manera bárbara.
Los gritos de dolor y las súplicas llenan la habitación y los alrededores.
Unos enormes ojos violeta observan tanta violencia desde la puerta entre abierta. Nota la sangre de su madre caer al suelo después de un puñetazo a la nariz por parte de su padre.
De pronto su hermana mayor, Yekaterina, le toma de la mano y le aparta de la puerta, empujando hasta el sótano, en donde se encuentra la menor de los hermanos, una pequeña de mirada tierna, clara, con cabello rubio que llega hasta los hombros.
—Hermano, hermano —se levanta con cuidado, llendo a abrazar a su hermano mayor.
—Vanya —le llama la mayor mientras Ivan abraza a su hermana—. Te he dicho que cuando madre y padre pelean debemos venir al sótano —le riñe, con una voz maternal, casi como un arrullo, mientras le acaricia la albina melena.
—Quería ver al bebé —se excusa.
—Yo también quiero verlo —declara la pequeña Natalia.
La mayor les mira con verdadera tristeza, abraza a ambos entre los gritos de su madre, soltando una ligera lágrima que termina por caer en el cabello de su hermanito.
—También quiero verle... más que nada espero que esté bien —confiesa al escuchar estruendos de dolor femenino matizados con el llanto del niño que ella ha engendrado.
Los tres hermanos se abrazan, incluso juegan cartas en búsqueda de concentrarse en algo que no sean los gimoteos desgarradores.
Más tarde que temprano escuchan un fuerte estruendo, pero los gritos de su madre han parado, solo persiste el llanto del bebé el cual es sileciado poco tiempo después.
La mayor le pide a sus hermanos que se queden ahí en lo que ella sube, asegurándose que la pelea haya concluido.
Un grito de su padre llamando a los tres muchachos no les deja más opciones que subir corriendo. La triada se encuentra con su padre y el pequeño, ahora calmado con su mamila, en la sala de estar.
El padre les sonríe con su bigote grisáceo y la barba un poco manchada de sangre.
—Muchachos, les presento a su nuevo hermanito —anuncia, mostrando al pequeño en sus brazos.
Los dos menores se le acercan, mirando a la criatura con ternura y curiosidad.
Yekaterina por su parte no se acerca, se limita a mirar al retoño de reojo.
Mientras los dos chiquillos observan a la criatura, su padre se dedica a mantener sus ojos de predador en su hija mayor, la que se revuelve incómoda.
—¿Qué nombre tiene? —pregunta Natalia oliendo al bebé.
—No le he puesto uno —confiesa el hombre.
—¿Y madre? —pregunta el muchacho de mirada violeta.
—Ella... Por el momento se encuentra indispuesta —le explica, mientras su mirada avanza de reojo hacia la puerta entre abierta de la cocina, donde se alcanza a ver el cuerpo desfallecido de la mujer, con el labio roto, que, aunque sigue respirando,lo hace con demasiada dificultad. Apenas será capaz de levantarse por la inmensa cantidad de moretones en su maltrecho cuerpo.
El padre, sin culpa, sin remordimiento, se acerca con el pequeño en brazos hacia la primogénita.
Ella le mira.
—¿Por qué no le pones nombre tú, mi niña? —le permite, con su voz grave, entregándole al niño para que ésta lo sujete en brazos.
Ella lo hace, abrazando a su hijo con ansia y ternura.
—Raivis — susurra ella.
El hombre frunce el ceño con desagrado.
—¿Por qué un nombre tan feo? —pregunta con tono asqueado.
La niña abraza a su retoño de manera protectora.
—No es feo, solo es... Extraño.
El padre prefiere no discutir con esa niña tan insolente. Después de todo, es su hijo de quien está decidiendo el nombre.
—Bueno, Raivis es su nuevo hermanito —pone una mano sobre el hombro de Ivan, quien le mira con los ojos enormes propios de la infancia—. Ivan, como el futuro hombre del hogar debes saber usar un hacha.
Los ojos violetas se iluminan, pues su padre no suele hacerle mucho caso de por sí.
El hombre le indica que vaya por dos hachas al cobertizo, que irán por madera para construir una cuna, regalo de nacimiento al recién llegado, Ivan porsupuesto, le sigue sin chistar.
El tiempo no perdona, cual líquido vital, es imposible contenerlo entre las manos, escurre y se pierde ante nuestros ojos, sin que podamos hacer nada al respecto.
Inexistente entidad que es diferente para cada ser viviente, es relativo como todo en la vida. Fluye sin maldad, pero a su vez, tiene la fuerza de destruir vidas. La vida y la muerte se sientan desde sus tronos, como amigas que son, a mirar a los seres humanos, víctimas de su amigo el tiempo, aquel que los cambia, presas eternas del pasado. Inconscientes del presente, soñadores del futuro.
Los años pasan sin prisa pero a una velocidad olímpica, los niños en la casa crecen. Las pelean no paran y lo único que es constante es la mirada de odio de la pobre madre hacia el niño bastardo, concebido fruto del pecado y no del amor, que sin embargo posee todo el amor de su verdadera madre.
Aunque la adoptiva lo odia. Lo detesta y desprecia.
Le sirve menos comida a propósito, cosa que se ve remediará cuando Yekaterina le da la mitad de la suya, para que su pequeño no crezca desnutrido. A pesar de sus esfuerzos por mantener a Raivis sano, la verdad es que una niña a sus trece años no está lista para ser madre.
Ni siquiera biológicamente.
El pequeño nació prematuro y casi mata a Yekaterina al venir al mundo, por ello es más pequeño que un niño normal de su edad, de hecho su padre dice que no alcanzará si quiera el metro y medio de estatura.
La madre de Yekaterina, Ivan y Natalia tiene unos ojos azules, tan azules que se confunden con el violeta, ojos que han heredado sus niñas, Ivan por su parte tiene los ojos de inconfundible tonalidad amatista, como su progenitor.
Sin embargo el niño tenía los ojos de un azul extraño, casi como el reflejo del mar virgen que besa a la playa más blanca, azul limpio, que los celos le ciegan para notar que son parecidos a los de su hija Yekaterina, solo que en un tono más claro.
No soporta esos ojos, pupilas que le recuerdan el adulterio de su marido.
—¿Te sigues viendo con esa zorra? —inquiere mirando su plato de comida, su esposo le mira con una ceja levantada, sin sorprenderse o si quiera inmutarse de que no es un buen tema para la mesa.
—Sí y creí que ya había quedado más que claro que no te importa —sanja el tema, regresando a sus alimentos.
La mujer clava su tenedor el la humilde mesa de madera, se levanta con ira, dispuesta a salir a la nieve para respirar y calmarse, harta.
El hombre no le da menor importancia, le lanza una mirada a sus hijos que deja claro el que no quiere hablar del tema.
Y poco a poco la paciencia de la pobre mujer se agotaba, golpe tras golpe su cordura se perdía y con cada paliza se desvanecía su santidad mental.
Hasta que llegó el día fatídico.
La mujer, luego de ser violada como ya era recurrente y con la sangre aún escurriendo por su entrepierna, avanzaba con sus piernas, delgadas, desnutridas, temblorosas, a punto de doblegarse, hasta la habitación de su único hijo varón; Ivan.
Sus manos están destrozadas, tanto por el frío como por los golpes, heladas, manos de vieja en una doncella de no más de treinta y nueve.
Abre la puerta, la cual rechina, alertando al menor de una presencia ajena.
—Vanya... Mi niño —le despierta con suavidad, peinando los platinados cabellos hacia atrás.
Los ojos violeta se abren de golpe. Mirando a su madre enseguida sin mover su cabeza.
—¿Madre? —pregunta mientras se incorpora en la cama.
La oscuridad no le permite ver los hematomas en el rostro de su madre, ni el rastro de sangre que adorna su nariz.
—Mi niño, necesito un favor —le explica, sin dejar de acariciar el cabello de su hijo—. ¿Podrías hacerlo por Mami?
—¿Qué favor? —pregunta curioso, feliz de sentirse necesitado.
La madre sonríe, dejando ocultos por el manto de la noche a sus dientes rojos de sangre.
—Quiero que este sea nuestro secreto... ¿Podrás guardar el secreto?
Ivan asiente, tratando de encender la luz de su alcoba sin que su madre se lo permita.
—Escuchame, hijo querido...
"Mañana, al alba, enviaré a tus hermanas por leche y huevos..."
"... Antes de que ellas vuelvan y mucho antes de que tu padre regrese del trabajo; tomarás a Raivis y lo convencerás de ir a jugar al bosque..."
"...Llévatelo a lo más profundo, donde aulla el lobo y ni siquiera los pájaros se atreven a trinar..."
"... Ahí, tomarás su cuello con ambas manos, apretarás muy fuerte y sin importar cuanto lloré, cuanto suplique, cuanto sufra, tú no podrás soltarlo hasta que deje de respirar, hasta que se quede profundamente dormido..."
"... Cuando su corazón se haya detenido, lo dejarás en el suelo y lo cubrirás con nieve y hojas..."
"... Volverás a casa por la puerta trasera, yo te estaré esperando ahí. Vamos a decir una pequeña mentira, les diremos a todos que estabas preparando la cena conmigo..."
"... Sí haces esto tal como te lo he indicado, la primera nevada de noviembre esconderá el cuerpo del bastardo, los lobos y ratas se lo comerán antes de que el invierno termine. Así nadie tendrá que volver a verlo. ¿Podrías hacer este pequeño favor por mamá?"
Las dos hermanas regresan con su cesta, tal y como ha pedido su madre.
Natalia sube de inmediato a su habitación para buscar su muñeca de trapo y jugar con sus hermanos antes de la cena.
Yekaterina, ya una muchacha de dieciocho primaveras avanza a la cocina, dejando la leche en el refrigerador, mirando a su madre que prepara sopa de pescado mientras tararea.
Yekaterina le sonríe, apunto de ir al segundo piso, en busca de su pequeño, un niño de cinco años y medio, apenas conociendo el mundo.
Nota a su hermana que corre por los pasillos abriendo todas las puertas. Ella va directo al cuarto de su hijo, encontrando dicho vacío.
Un frío le recorre la médula.
—¿Natalia? —llama aún con la mano en la puerta de la habitación.
La chiquilla voltea, mostrando que le está haciendo caso.
—¿Dónde está Raivis?
—No lo sé —mira hacia todos lados—. Lo estoy buscando para jugar, tampoco encuentro a Ivan.
Yekaterina se asusta, corre escaleras abajo, buscando por cada rincón de la casa sin encontrar a su adoración.
Se le escapan un par de lágrimas por la preocupación, la angustia le mata de a poco. Termina por regresar a la cocina.
Ivan ya se encuentra ahí.
—Madre —llama con pánico.
La aludida voltea con una sonrisa.
Ivan no se atreve a mirarla, está cortando el pan.
—¿Has visto a Raivis? ¿Te dijo a dónde iba? —cuestiona, con esa preocupación que solo una madre podría sentir.
—No, aunque escuché el sonido de la puerta principal, espero que fueran ustedes porque si no...
A Yekaterina se le hiela la sangre, con lágrimas en los ojos y sin tomar su abrigo si quiera, se lanza al frío de la tormenta invernal, gritando desesperada el nombre de su hijo, buscando en cada rincón donde ese pequeño pueda esconderse.
Sus lágrimas parecen congelarse ante la inclemencia del clima.
Su padre va llegando del trabajo, en su auto.
Nota a su hija dando vueltas en su lugar, gritando hasta desgarrar el nombre de su pequeño.
Baja del automóvil tomando a su hija de los hombros, la sacude esperando que recupere la razón.
Sin embargo la dama no puede, grita y llora desesperada por no encontrar a su hijo.
×××
—¡Tiene cinco años por Dios! ¿Cómo mierda se pudo perder ante tus ojos? —reclama el hombre, dándole un empujón a su esposa, ésta se recarga en la mesa para no caerse. Le mira con furia.
—¡Yo no lo hice!
—¡Pues parece demasiada coincidencia! ¡Confiesa de una vez, piruja malnacida!
—¿confesar? —suelta una insana carcajada—. ¡Pero si yo no hice nada!
Se gana una bofetada la cual no puede acabar con sus carcajadas.
Más golpes, patadas, puñetazos, azotes.
Ella sigue insistiendo que no hizo nada.
De hecho esas terminan siendo sus últimas palabras, antes de que el hombre azote la cabeza de su cónyuge contra el piso, rompiendo el cráneo de esta, la cual termina muriendo por ello y por una hemorragia interna.
El padre no deja de maltratar a su mujer, o más bien, al cadáver de su mujer hasta que tiene una epifanía.
Claro, ella no hizo nada. Pero entonces alguien más lo hizo.
Toma un cuchillo, no muy grande, pero lo compensa al ser afilado, pesado.
Camina por toda la casa, con el arma en mano, hasta que logra encontrar a su víctima, escondida en su habitación.
—Ivan —le llama, en un tono bastante calmado.
El muchacho termina por salir de su armario.
Se encuentra frente a frente con su progenitor.
—¿Sí, padre? —susurra.
—Un pajarito me contó... —lo rodea, caminando en círculos al rededor de él—. Que hiciste algo muy malo.
Ivan no responde, no lo mira, no reacciona.
—Y yo creo en la justicia. Creo que los castigos son la forma correcta de educar a los hijos —coloca las manos en los hombros de su hijo, quien se tensa, sabiendo que se aproximan los azotes—. Hiciste algo muy malo, por lo que mereces un castigo igual de grande.
Ivan intenta liberarse, con un brutal forcejeo, pero un niño de apenas once años no puede defenderse, tampoco liberarse.
—Cuéntame ¿Por qué lo hiciste? —susurra con su voz rasposa a causa de el alcohol y los puros.
—¡Yo no quería! —asegura mientras las lágrimas salen sin control de sus ojos amatistas.
—¿Cómo lo hiciste?
El infante recuerda cada instante del atentado con sumo detalle en si cabeza, llora al recordar las palabras de su madre.
—En... En el cuello yo... —apenas y puede hablar por el llanto.
—¡Lo descuartizaste! —le acusa, revelándose el arma en su espalda.
—No, ¡No! ¡Yo no...! —su padre no lo deja hablar, lo toma del cuello de la camisa antes de darle un golpe en la nariz, tan fuerte que hace escapar algunas gotas de sangre de la misma.
A Ivan no le da tiempo de recomponerse, su padre le clava el cuchillo en el cuello.
—Sabes lo que dicen ¡Ojo por ojo! —, Sentencia.
El líquido caliente se derrama a una velocidad angustiante, manchando el cuello del menor.
El hombre sujeta el cuchillo comenzando a jalar hacia el próximo extremo del cuello de si hijo.
Se atraganta comenzando a ser incapaz de respirar.
Es un dolor punzante se hace presente al momento que se separa la piel, un ardor inimaginable que atraviesa sus nervios y hace tensar sus músculos.
La sangre ya no sabe a donde chorrear. El piso ya es un charco del vital líquido mientras los jadeos del niño se esfuman de a poco por la falta de aire.
—¿Él lloró así? ¿Él sufrió como tú? —le pregunta con gritos el hombre aunque ya presupone la respuesta.
Ivan en un acto de supervivencia toma las manos de su padre tratando de separarlas con toda la fuerza que tiene.
Lo logra vagamente, pues el hombre continua cortando, sin dejar que el niño lo aparte.
Pero esa era la estrategia, distraerlo para patearlo con fuerza, así lo hace, por lo que el mayor se aparta dolido.
Ivan se arrastra lejos de su progenitor, aleja el cuchillo de su cuello, sosteniéndole en sus manos con horror.
El padre no tarda mucho en recuperarse y correr hacia su hijo con furia.
El menor pone el cuchillo en posición, como si estuviera apuntando al estómago, el hombre nota esto por lo que pone sus manos a la altura del estómago para interceptar el cuchillo.
Justo antes de que le pueda quitar el cuchillo al niño este lo eleva de modo que la punta se clava en el ojo ajeno.
El hombre suelta un grito de dolor infernal haciéndose para atrás del sufrimiento, oportunidad que Ivan usa para utilizar sus últimas fuerzas y salir de su habitación.
Corre lo más que puede con destino a la habitación de sus hermanas, sin poder gritar por ayuda.
Sin embargo eso no va a ser necesario, los gritos del padre son suficientes para alertar a las muchachas.
Ambas salen de la habitación encontrando a su hermano en el suelo, moribundo y chorreando sangre.
Yekaterina se aproxima a él, se quita los pantalones para intentar detener la hermorragía con desesperación.
Natalia mira todo desde atrás, es por esto que puede ver a una figura ensangrentada tratar de cruzar el pasillo rumbo a sus hermanos pero antes de llegar a ellos desfallece con un estrépito.
La más pequeña grita don pánico.
Ivan se desmaya, pero Yekaterina no le deja en paz hasta que está segura de que su hermano sobrevivirá.
Lo pone en sus piernas mientras Natalia de le acerca con miedo.
La mayor observa el cadáver de su padre, pero no se pone triste. Se asoma en sus labios una diminuta sonrisa.
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¿Por qué no te pasas por mis otras historias? apuesto que os gustarán.
Gracias por leer.
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