20

—Hijo... ¿Suyo? —el canadiense no termina de entender.

La ucraniana solo asiente tristemente.

—¿Por qué Ivan dice que es su hermano entonces? —verdaderamente sorprendido.

—Nuestro padre... Les hizo creer eso —explica.

El canadiense se deja caer sobre el sillón en el que estaba, pasándose una mano por el pelo, sin entender.

—¿Por qué su padre haría algo así?

Yekaterina se incómoda de manera demasiado obvia. Suspira, sin querer realmente revivir eso. Pero después frunce el ceño.

Esos recuerdos la han estado persiguiendo todos estos años y a todo el que se lo ha contado nunca le ha creído, piensa que es momento de sacarlo, que ya es hora de que alguien le crea.

—Porque era su hijo —suelta. Matthew la mira con los ojos abiertos, sin querer creerlo.

—Era...

—Padre... No es la mejor persona del mundo. Él era codicioso, maligno. Madre por otra parte era una mujer dulce, pero que en el fondo sentía ambición y tristeza —comienza a narrar.

El americano la escucha atentamente, ahora más intrigado e incluso, sintiendo pena por la pobre mujer en frente de él.

—Ella se casó demasiado joven. Padre siempre fue un mal hombre, golpeaba a madre, de una manera horrible. Siempre me aseguraba de que mis hermanos no lo vieran, pero todo era siempre violencia, no puede evitarlo todas las veces, los tres crecimos oyendo los gritos de auxilio de nuestra madre.

—Suena horrible —compadece el menor.

Ella asiente, lento y con melancolía.

—Él me violaba. Lo hacía desde... Desde que tengo memoria. Me decía que no le dijera a Madre y nunca tuve el valor de contárselo a mis hermanos —confiesa, mientras una lágrima se le escapa, la primera de muchas que siempre se hacen presentes cuando cuenta está historia.

Matthew se levanta y le trae un pañuelo, a la vez que se sienta junto a ella, consolándole lo mejor que puede.

Ella se calma finalmente, aún con los ojos llorosos continúa.

—Tenía once años cuando me dejó embarazada —susurra—. Lo ocultó de mi madre y me hizo mentirle a mis hermanos. Cuando el pequeño nació... Padre lo arrebató de mis manos y...

—Si es muy incómodo no tiene que contarme... —compadece el canadiense, quien se siente terrible por Yekaterina y quiere partirle la cara a su padre, a la vez que se pregunta porqué y cómo es que Ivan logra guardarse tanto.

—No, no, está bien, no es bueno que no le cuente a nadie —se limpia los ojos—. Le llamé Raivis. Padre le dijo a mi madre que lo había adoptado, mi madre siempre creyó que era hijo suyo con otra mujer, pero no dijo nada, cuidó de mi pequeño como otro de sus hijos. Ella nunca notó mi amor maternal hacia él. Ivan era el más contento "¡Por fin un hermano!" Solía decir —recuerda sonriendo.

—Oh... Eso lo explica. Entonces ¿Ahora Raivis vive con usted? —pregunta Matthew inocente.

Ella niega con la cabeza, limpiando sus ojos de nuevo.

—Él falleció —solloza.

—Oh... Perdone, lo siento —comienza a disculparse desesperado.

—No, no te preocupes... Fue hace ya tanto... Mi niño era un bebé aún y yo... La verdad es que no sé cómo murió. Pero desde ese día Ivan cambió. Padre decía que había muerto de frío. Pero algo me dice que él mentía. Mi hermana estaba muy asustada, se volvió más callada.

—Lo siento...

—Padre se volvió más violento también. Un día mi madre llegó a nosotros con el labio y un brazo rotos, nos pidió que la matáramos.

—Pero no lo hicieron... —ruega el de anteojos.

—Nosotros... No, no podíamos arriesgarnos —desvía la mirada, pensando que ha hablado de más.

Busca cambiar de tema, de tantas maneras que Matthew se lo permite, comprando por fin la nata para dejarla ir, después de todo es tarde ya.

La dama se retira, sintiéndose un poquito mejor, pues ahora alguien sabe eso que se ha estado guardando, pero lo más importante es que no le ha culpado.

Liberada. Avanza por las calles hasta el hogar.

El canadiense se va a la cama. Sin saber qué pensar al respecto de todo esto.  Lo cierto es que el ruso había tenido una infancia bastante... Ruda.

Y su hermana un sufrimiento que nadie merece.

Abraza su almohada pensando en su hermano, último pensamiento antes de irse a dormir, decidiendo que definitivamente lo irá a visitar el sábado.

×××

Ivan está cambiando el vendaje del americano, que contra todo pronóstico ha bajado de peso, por la dieta líquida que ahora tiene que llevar.

El amante del vodka hace como que no lo nota, acariciando el cabello ajeno.

—Te quiero —susurra el ruso.

Alfred apenas y mueve un poco las pupilas, mirando al ruso, pues no quiere responder a ello, ya no sabe cómo responder a eso.

Ivan le proporciona un suave beso en los labios, labios rotos, resecos, rojos por la hinchazón, en un tono carmesí que al europeo le parece especialmente delicioso.

—¿Cómo quieres comer hoy? —le pregunta a sabiendas que no hay muchas alternativas.


Alfred no contesta, sabiendo perfecto que su opinión no será tomada en cuenta de cualquier modo.

—Mira, hoy te he traído pure de papa, le he agregado mucha leche para que no se te haga difícil tragarlo —le comenta enseñándole el plato con la comida dentro, se ve caliente que despide vapor.

Los ojos de cielo lo mira, no con hambre, sin sentimiento alguno.

A Ivan realmente le importa poco que no haya respuesta, se dispone a darle de comer con una cuchara, del plato a la boca.

Y es que no puede ser de otra manera puesto que las muñecas del americano se encuentran atrapadas en un grillete oxidado, el cual se sostiene de una cadena del techo, dejando sus manos en alto.

Sus brazos adolecen por estar en alto tanto tiempo, la circulación es escasa y hace horas, incontables y cansinas, que no logra sentir sus manos.

Sin importar cuántas lágrimas caigan de los ojos azules, el mayor no lo deja bajar los brazos.

—Huele delicioso —incita, esperando que Alfred abra su boca como siempre, para poder alimentarle.

Pero este no lo hace, solo le mira, con las pupilas pequeñas, con la mirada perdida.

—Alfred... —apremia, con la cuchara llena de puré asqueroso que sabe más a leche que a patata.

El cautivo no contesta.

—Alfred... Sé que es doloroso comer incluso agua, yo también pasé por lo que tú estás pasando  —el americano levanta las cejas con ese comentario.

Ivan sonríe al notar esa reacción. Con cuidado se quita de a poco la bufanda que siempre adorna su cuello.

La blanca bufanda cae sobre el suelo helado, el ruso se señala la cicatriz que sobresale de su cuello, bastante más grande que la del americano.

Es de un rosado pálido que resalta sobre la albina piel del europeo, al ser un queloide, se nota como resalta, el volumen que está tiene, casi como si fuera plastilina mal pegada en el cuello del ruso, pero la textura y severidad no dejan duda de que es una cicatriz bastante real.

Ivan la señala desde donde comienza hasta donde encuentra fin, debe dar un pequeño giro a su  cuello para que se alcance a ver completa.

El rubio abre los ojos hasta que estos le arden de la pura impresión, pensando que, la herida que tiene le duele demasiado, no puede ni imaginar cuánto debió sufrir el ruso con la que esa cicatriz pretende.

—Co... ¿Cómo? —pregunta con un hilo de voz el americano.

Ivan parpadea sin esperarse ese cuestionamiento. Le mira y sonríe regresando sus ojos al piso sin querer explicarle.

—Es una historia muy fea, no me gusta contarla —confiesa con un ligero sonrojo—. ¿Qué obtendré de ti si te la cuento?

Alfred piensa que, realmente no tiene nada que darle, nada que no le haya dado, ni nada que él no le haya arrancado ya.

No responde, pues continúa pensando y concluyendo que, en realidad no es que quiera saberlo con locura, prefiere no saberlo y no darle nada, mas, Ivan ya tiene que puede darle.

—¡Ya sé! Si te lo cuento me querrás de nuevo.

"What the Fuck?" Piensa Alfred.

—Sí, nada de golpes, lloriqueo y palabras feas, me querrás de nuevo, dormiremos juntos, me abrazarás, veremos Neflis juntos, pasearemos, comeremos comidas raras, haremos el amor como siempre, habrá besos y me dirás qué me quieres. Justo como era antes.

El americano no dice nada pero, está muy en desacuerdo.

—Es un trato justo —concluye el ruso.

Alfred comienza a pensar.

Realmente ¿Tiene otra opción? Es decir... ¿Cuándo le soltará Ivan si no?

¿Cuánto tiempo le mantendrá atado y solo en el asqueroso sótano? Seguro podía liberarse si acepta a el trato.

Pero también, aceptar significa darle su dignidad, entregarle su integridad, estar a merced absoluta de ese psicópata.

Ese psicópata que le estaba mirando con unos ojos ahogados de tristeza, casi cristalizados, casi.

Ivan le acaricia la mejilla con  suavidad. No se puede negar que se ha puesto melancólico al recordar cómo es que le amaba.

El menor aprieta los ojos, toma aire antes de dar su veredicto.

—Acepto — suelta con su voz cortada y débil.

Al europeo se le iluminan los ojos. Una perturbadora sonrisa se hace presente en tan mounstro  rostro a la vez que, sin pensar en el dolor ajeno se acerca a abrazarle liberando un gemido ahogado de dolor de su contrario.

Se separa y sienta en el suelo.

—Pero aún no puedo confiar demasiado en ti —le recuerda como una explicación del porque libera sus manos.

De hecho le parece atractiva la forma en que las costillas del americano sobresalen por la posición de sus brazos y como el abdomen desnudo de su prisionero muestra las lentas contracciones propias de la respiración.

—Bien, entonces ponte cómodo —y no lo dice con sarcasmo... El idiota—. ¿Por dónde empiezo?



∆•∆•∆

LAMENTO MUCHO el retraso. Y no avisar sobre todo...

En fin ¿Qué tal?

Comparte esta historia con todos tus amigos, les guste o no Hetalia, o mejor, introducelos al mundo de Hetalia con esta historia, muajajaja.

Sus comentarios me llenan de vida, los leo todos.

Pasen por mis otras historias para esperar al viernes siguiente.

Los amo

Gracias por leer.

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