15

Alfred se deja caer sobre la blanca nieve en el suelo, moviendo brazos y piernas con la intención de formar una angelical silueta, siempre bajo la atenta mirada de Ivan.

Termina, reposa sus rodillas sobre la nieve admirando su obra.

— Tenía planeado venir un fin de semana con Matt aquí —comenta el americano, algo dolido de las caderas, por lo que se recuesta de nuevo—. ¿Por qué decidiste venir aquí?

El albino se limita a sonreír, entre sus labios se derrama el terrible veneno de la malicia, sutilmente oculto tras el infantil rostro del ruso.

Dude,  a veces das mucho miedo cuando sonríes de esa forma — Comenta el nativo —. Ya en serio ¿Por qué justamente aquí?

—Me faltan algunos papeles para salir  del país y es muy laborioso conducir hasta Rusia —responde con algo más de sinceridad.

El rubio ríe pensando que es una broma, Ivan levanta las cejas ante la risa, y aún así la considera adorable.

—Pasar tiempo conmigo realmente está mejorando tu sentido del humor.

El ruso se levanta del tronco en el que estaba sentado, directo a abrazar sin aparente razón a Alfred.

El rubio se tensa por menos tiempo del que una persona cuerda lo haría y le devuelve el abrazo con necesidad.

—¿Me quieres? —pregunta el ruso con una voz infantil, sin soltar el abrazo.

Alfred duda, vacila en sus pensamientos, mirando al horizonte nevado que tiene enfrente con miedo y a la vez con un cálido latir en su pecho. ¿Lo quiere? Se pregunta, sin recordar el maltrato, pasando por alto el cautiverio, viendo solo lo que Ivan quiere que vea termina por sonreír, cerrando los ojos, dejándose a la locura.

—Te quiero.

Ivan sonríe, sinceramente, entusiasmado.

Se separa un poco de su amante, sin soltar los hombros, ahora huesudos, de este.

—¿Dejarías que nos separaran?

—Yo ... —y lo duda, pues sabe que esa pregunta dibuja una línea entre él y su libertad.

—Alfred —le nombra con seriedad al notar como el americano no dice lo que desea—. Tú no puedes vivir sin mí —afirma.

—Pero yo...

—Shh. No puedes ¿Quién te alimenta?

—Tú —suelta con voz débil pero seguro de la respuesta.

—¿Quién te lava?

—Tú.

—¿Quién es el único hombre de tu vida?

—Tú —no vacila para decirlo, solo desvía la mirada, pero está convencido de lo que dice.

—Entonces ¿Qué crees que pase si te alejas de mí? —susurra, con firmeza.

—Yo moriría —asegura con los ojos abiertos, dándose cuenta de aquella mentira.

El captor sonríe maligno, acaricia la pálida mejilla de su contrario antes de cargarlo como saco de papas para llevarlo a la habitación de hotel.

—Me gusta cuando me dices cosas bonitas —asegura infantil —. Debemos ir al hotel ya, hoy volvemos a casa.

Alfred ríe cuando le carga, ya acostumbrado y no vamos a negar que le gusta la altura.

—Eso es triste, aquí es lindo, tiene más canales que tu tele cavernícola.

—Pero tengo una sorpresa para ti en casa.

—¿Sorpresa? — voltea la cabeza para mirarle, aunque sólo puede ver su nuca—. ¿Qué tipo de sorpresa? —Pregunta ilusionado.

Ivan no responde, solo sonríe.

∆•∆•∆

—Iremos a ver a tu hermano —suelta el ruso como si fuera cualquier cosa.

Alfred abre los ojos y la boca en una expresión de sorpresa absoluta.

—A... ¿A Matthew? —Le cuestiona con atenta mirada, el europeo asiente con una sonrisita.

Alfred saltaría de felicidad si tan solo tuviera la energía para hacerlo, en lugar de eso solo mueve las piernas muy emocionado mientras se abraza a sí mismo en su asiento de la camioneta.

—Pero hay reglas —comienza con parsimonia una explicación, Alfred le mira, emocionado aún, pero un amargo regusto le sube por el esófago quemándole; angustia, miedo—. No puedes decirles que te salvé.

—Oh —el americano arruga la nariz pensando que, la palabra correcta es "secuestro" pero está bien, tiene sentido y no es tan falso—. ¿Algo más?

—Tendras que decirle que irás a vivir conmigo.

—¿Qué? —cuestiona el rubio algo disperso—. Pero ya vivo contigo y ... Pues dices que él no hizo el esfuerzo por buscarme ¿Por qué querría decir viviendo conmigo? —vacila, con su voz triste, pues le sigue doliendo el recordar tales mentiras.

Aunque está conduciendo, Ivan levanta su mirada hasta los azules ojos del cautivo, dedicándole una mirada repleta de sentido.

—Te va a mentir —suelta directo. Alfred baja la cabeza, con tristeza, Ivan regresa la vista al camino—, todos te mentiran.

—Entonces yo... —es interrumpido sin consideración alguna.

—No. Ellos dirán que te buscaron, que llamaron a la policía, a la televisión, a la radio, a los periódicos, que gastaron mucho dinero en tu búsqueda, mucho tiempo gritando tu nombre por las calles, dirán que te extrañaron, que les importabas. Pero mienten.

Las palabras matan y estas, estas eran dagas ardientes, afiladas, punzantes, que se adentraban con tortuosa lentitud en el pecho del cautivo, atravesando su corazón, derramando sangre llena de esperanza, dejando únicamente el  amargo jugo de la desilusión.

—¿Por qué? ¿Por qué mentirían?—le pregunta con voz quebrada.

—¿Tú admitirías que no buscaste a tu amigo? ¿Qué disfrutaste el abandono de tu hermano? ¿Qué te reíste de la desaparición de tu camarada? —le cuestiona en respuesta con dureza en el tono. Los ojos azules dejan escapar lágrimas.

A la tercera lágrima, da una fuerte respiración y se limpia las lagrimas, obligándose a dejar de llorar.

—No... —responde con un nudo en la garganta.

Ivan le mira de reojo, sonríe.

—Por eso no debes creerle nada —frena en un semáforo—. Y una cosa más.

Alfred voltea a mirarlo, demasiado tarde para notar las grandes manos rusas rodeando su cuello. En pocos segundos, el americano se encuentra sin aire, asfixiado, los violetas orbes le observan serio.

—Te mataré, a ti y a todos si me contradices en algo ¿Oíste?

Alfred asiente frenético con la cara prácticamente morada, el semáforo cambia e Ivan le suelta.

∆°∆°∆

Matthew da vueltas en su cama, uno de los múltiples días que falta al trabajo por desgane, el peluche de oso polar, que ahora reposa en la cama del desaparecido estadounidense le mira con tristeza.

El canadiense se levanta, dispuesto a tomar un baño largo para no pensar en nada. Camino al baño, su celular comienza a sonar.

Matthew levanta las cejas extrañado, pues nadie, nadie, nunca, le llama. Supone que es el banco o su casero, pero como es un joven muy educado contesta igualmente.

Antes de que pueda decir algo del teléfono sale una voz chillona, con alegres lágrimas en su cortada voz.

—¡Hermano! —exclama.

El canadiense se paraliza, con el corazón latiendo fuerte pero sin poder creerlo del todo.

—¿Quién habla? —inquiere con voz moderada en un susurro.

—¡Yo! —responde al instante, con un grito—. Alfred, tú hermano.

Matthew se calla.

Un silencio reflexivo, tan dulce como la miel, alegre como el canto del ruiseñor y apacible como el viento que peina al pasto de la pradera.

Una lágrima resbala por la mejilla canadiense, Matthew se  sienta sobre la cama de la pura impresión.

—Alfred... —es lo único que suelta en un tono de felicidad y alegría absoluta.

—Así es— Suelta una de sus inconfundibles carcajadas —. ¿Dónde estás? ¿Quiero ir a verte?

—¿Vienes? —Abraza el teléfono—. Estoy en casa... ¿Pero tú dónde estás? ¿Qué te pasa? ¿Por qué...? —es interrumpido.

—Eso no importa. Iré a casa ¿Vale? Llego como en...  —mira a Ivan, quién le indica cuánto falta para llegar—,cuarenta y algo minutos.

—oh...—mira el reloj con una sonrisa, pensando que su hermano le explicará todo una vez que llegue—. ¿Crees que pueda venir Arthur y Francis y bueno... Quien pueda venir a esta hora? —le cuestiona pensando que es un día laboral y que tal vez muchos de los amigos del estadounidense no podrán llegar.

El cautivo guarda silencio. Tapa con su mano el micrófono del teléfono antes de mirar a su captor con sus dientes clavados en su labio.

—¿Pueden estar más personas en casa cuando vea a mi hermano?—pregunta con un susurro y temor D una negativa.

El ruso sonríe asintiendo a la petición, pensando que mientras más invitados al circo mayor el éxito de la función.

—¡Sí! —contesta inmediatamente después de recibir respuesta —. Diles a todos que vengan.

∆•∆•∆

Arthur llega corriendo, bueno, ha llegado en auto, pero ha corrido hasta la puerta de casa de los americanos. Segundos después llega Francis detrás de él, con algo más de calma.

Matthew abre la puerta, algo desilusionado de que no sea su hermano pero les recibe con una sonrisa.

—¿ya llegó?—le pregunta el inglés con la respiración agitada.

El canadiense niega con la cabeza con desilusión, aún así les invita a pasar.
Arthur se deja caer en el sillón agotado, Matthew le mira, sus ojos violetas giran levemente al francés, preguntando con la mirada sobre lo que le pasa al de ojos verdes.

—Teniamos un terrible papeleo, horrible, no sabes lo que tuvimos que hacer para poder salir del trabajo a esta hora.

—Hasta en los peores momentos, Alfred se las arregla para ser inoportuno—comenta Arthur ahora más calmado.

Matthew sonríe, ni siquiera les ofrece bebidas, ya tenía preparado el té y el café para ambos. Mientras ellos se lo toman, el canadiense comienza a preparar chocolate caliente para él y su hermano.

Francis cuelga el teléfono.

—Era Gilbert, dice que no le han dejado salir del trabajo pero ya de escapará para venir —sonríe.

—¿No Antonio ya estaba en camino?  van a juntar a su trío de imbéciles.

—Oui —Hace una maliciosa mueca de sonrisa.

Matthew llega a la sala sentándose.

—Invitaron a mucha gente —hace notar el canadiense, quién solo invitó a esos dos.

—Tu hermano no es un don nadie, todos estábamos preocupados, es reconfortante que dé señales de vida.

Pasa el tiempo, tocan la puerta, Matthew respira de nuevo.

Inmediatamente Arthur corre a la puerta, abriéndola desesperado, pero se queda sin aire, absolutamente paralizado al notar que no es Alfred quien está en la puerta, es Ivan.

Arthur frunce el ceño automáticamente.

—No recuerdo haberte llamado —le ladra enojado.

—Sí me llamaste —responde el ruso tan tranquilo.

—Sí, pero no para esto —le replica nervioso—. Además no viniste cuando sí era para eso porque estabas con tu nuevo "novio" —le reclama con un evidente tono de asco en la última palabra—, a pesar de que según tú estabas enamoradísimo de Alfred ¿No?

—Lo estoy.

—Ah, ¿Y tu novio de juguete qué opina de eso?

—Creo que está muy feliz por ello.

Arthur levanta una ceja sin entender, el ruso voltea a su camioneta, estacionada cerca de la casa. Le hace un gesto a ella y de la misma sale un chico rubio, que de no ser por el mechón rebelde qie se alza en su partido Arthur jamás hubiese podido reconocer.

Matthew que observaba todo desde atrás se queda paralizado, el corazón le late con fuerza de tristeza y de alegría.

El inglés aparta de un empujón al ruso para acercarse al americano que está cruzando el jardín.

—¡Arthur! —grita Alfred con felicidad.

Matthew corre también.

El inglés se le planta enfrente y lo toma de las mejillas.

—¿Qué mierda te pasó? —le cuestiona casi en un reclamo, yo no le culpo. ¿Quién podría? El americano está flaco como un palo.

Alfred levanta la ceja y antes de que pueda contestar su hermano le abraza llegando por fin hasta él.

—¡Alfred!— Exclama llorando de dicha, el estadounidense le sonríe, llorando un poco también, respondiendo el abrazo con toda su fuerza, que ahora es más bien poca.

Francis saluda al ruso en la puerta, viendo la escena desde lejos.

—Por un momento, un largo momento, creí que jamás te volvería a ver, hermano —confiesa el canadiense sin querer soltar el abrazo, aunque ahora no puede soportar el sentir los huesos de su hermano mientras le abraza.

Alfred se traga un "yo también", igual o menos deseoso de terminar el abrazo.

—¡Santo Dios! —exclama el Francés cuando por fin ve bien a Alfred—. ¿Pero qué te pasó? Estás mas flaco que este inútil cuando se drogaba —señala a Arthur.

Este reclama pero eso no es importante ahora.

—Ah... ¿Tú crees? —es lo único que responde el aludido.

—¿Dónde estuviste? —esta vez le cuestiona su hermano.

Antes de que pueda responder, un acento ruso surge del silencio.

—En las montañas.

—¿Montañas? —pregunta el canadiense sin entender.

—No te creo. Alfred no es de vivir en montañas —indica el inglés.

El estadounidense hace por responder pero vuelve a ser interrumpido por el mismo acento de Moscú.

—Vivía de hotel en hotel, lo encontré a punto de matarse saltando de una montaña.

A Matthew se le congela la sangre, Mir a su hermano con una tremenda preocupación y llora con mas fuerza, el nudo en su garganta no le deja más que lanzar un susurro al aire.

—¿Por qué?

—Eso no importa, creo que todos podemos intuir porque —venenoso, el ruso vuelve su mirada al inglés—. Lo que importa es que le salvé.

—¿Es cierto, Alfred? —inquiere el inglés cada vez más enfadado.

—Sí —suelta con un hilo de voz el cautivo, odiando, odiandose con todo su swr por tener que mentirles a sus amigos.

—Después Alfred y yo nos hicimos novios y pasamos días enteros haciendo el amor —suelta el ruso sin mostrar pudor o vergüenza.

Alfred se sonroja como si fuese suficiente confirmación de lo que el ruso acába de decir, los tres rubios restantes se quedan en total estado de shock.

—Hay chocolate para ti en la cocina —suelta el americano norteño después de un rato de incómodo silencio, sin querer creer al testimonio soviético y con ansias de cambiar de tema.

—Awesome! —exclama, incómodo también pero con hambre—. Somos muchos, deberíamos pedir una pizza—extraña la pizza—, oh, y unas hamburguesas, con papas, y hotdogs, Y tacos, muchos tacos, oh, Y comida china, ¡Com sushi! Y quizá pollo frito, oh oh, y un pastel enorme de chocolate de postre ¡Con helado!

∆•∆•∆

¡La espera ha sido larga pero más larga es..!

Perdón, pero por suerte ahora está historia está toda escrita y tendrá un ritmo de actualización contante, Viernes de Inquebrantable

¡Siiiií!

Amo, AMO, sus comentarios.

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No olviden leer mis otras historias, son de hetalia y sé que te encantarán.

Gracias por leer.

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