12

Suena el teléfono de Matthew, lo toma rápidamente, contesta, histérico creyendo que es la policía, se lleva una decepción tremenda al notar que la voz que susurra un "¿Matty?" es la de Francis.

—Ah... Francis Hola —contesta desilusionado.

—Matthew, Cher, ¿Cómo estás? ¿Comiste hoy?

—Ah... Sí... —miente—, en cuanto me sienta más fuerte iré a la pastelería a trabajar de nuevo, gracias por la paciencia, Francis.

—Ah no, Matthew, por eso ni te preocupes.

—Te lo agradezco.

—No llamaba por eso. Matthew, querido ¿Qué tan dispuesto estarías a salir de casa?

—¿Hay noticias? ¿Debemos ir a la comisaria? —pregunta con ilusión y una voz más animada, el de la barba se muerde el labio.

—No exactamente... Verás, es Arthur.

—¿Le pasó algo?

—Sí... bueno, no estoy seguro, no contesta mis llamadas, no me abre la puerta, y eso no sería raro por esa facha que intenta mantener de que me odia, pero lo raro y preocupante es que no se ha aparecido en la oficina por semanas, no lo despiden porque es el jefe... pero con lo que a él le gusta trabajar... Solo sé que está vivo gracias a la música rock que ese escucha salir de su ventana. Matthew, no puedo saber si está bien... —se muerde el labio queriendo no soltar esta información, pero es que está desesperado—, ese cejón me preocupa.

El canadiense respira con dificultad.

—¿Por qué me cuentas esto?

—Porque necesito tu ayuda. A mí no me escucha, pero estoy seguro que a ti sí. Iremos a visitarle.

—Yo... no estoy seguro de que pueda servir de apoyo...

—Por favor... si todo sale mal prometo compensarte de una manera especial ¿Sí? Di que sí por favor...

Matthew suspira, responde de manera afirmativa en una especie de susurro, mientras las ramas secas de árboles muertos acarician el vidrió de su ventana.

-xOx-

Ya en el auto de Francis el canadiense observa compulsivo las calles en busca de una cabellera rubia unida a unos ojos azules llenos de vida, con esperanza de encontrar a su hermano. Francis le mira con tristeza, sabiendo que no va a encontrar nada, pero dejándole hacer.

Llegan a la casita de muñecas que pertenece al inglés, se escucha desde ya "Imagine" de John Lennon. Francis hace como que no escucha y va a tocar la puerta.

—Arthur —grita— ¡Deja pasar! ¡No voy a burlarme de ti, te lo juro!

Lo único que obtiene por respuesta es un "And the world will be as one", de la voz de John Lennon.

—¡Arthur! ¡Esta es la última vez que te lo pido! ¡Abre la maldita puerta de una puñetera vez! —se puede escuchar cómo se desgarra la garganta en un grito tan brutal. El menor le mira preocupado, le abraza un poco al notar que nadie contesta y la canción cambia a "Eleanor Rigby" de The Beatles.

—¡Mira cejón con mal gusto! —comienza a vociferar ahora con un tono ronca de garganta destrozada—, ¡No vengo porque me importes! ¡Matthew ha venido! ¡Quiere verte! Sabe por lo que estás pasando ¡No me dejes entrar a mí si no te da la gana! ¡No me hables si no te sale de los huevos! ¡Pero no dejes a Matthew solo en esto!

Los ojos verdes de pronto paran su llanto, sus labios dejan de seguir el ritmo con monotonía, se levanta de la cama y tras un mareo logra bajar las escaleras envuelto en las sabanas, al escuchar sus pasos por las escaleras el francés piensa que venirse a romper la garganta ha valido la pena. Le sonríe al pequeño canadiense, cada día más delgado.

Arthur duda si abrir o no abrir por momentos, mira de nuevo por el lente de su puerta, la cara del americano le golpea directo en el corazón, dándole ganas de llorar, de abrazarlo y contarle un cuento de hadas con el final más feliz en la historia de los finales felices. Solo por eso abre la puerta. El francés le mira, sonríe aún más y susurra un quedo "Te vez tan horrible como siempre", el inglés no le hace caso y corre a abrazar al canadiense. Llora levemente sobre su pecho, maldiciéndole por ser tan alto, mas, amándole por estar ahí.

Francis sonríe satisfecho creyendo que después de una plática el británico regresará a su vida normal. Se le ensombrece la mirada al notar que los ojos de su pequeño Matthew se humedecen. Arthur berrea soltando lagrimas gordas y grandes, tan enormes como su dolor y tan trágicas como su pena, Matthew llora junto a él hasta que el peso de los dos les gana a ambos que se han estado subalimentando si no que no comiendo directamente.

Francis lea ayuda a levantarse. Entran a la casa, Arthur le lanza una fulminante mirada a Francis, quien entiende, suspira y se larga a fumar al patio.

El inglés sube las escaleras hacia su cama esperando que el menor le siga.

Ya en su cama se acomoda dejándole un poco de espacio al buen niño.

—¿Tú querías venir? —cuestiona el inglés.

—Quería saber cómo estabas. Veo que no muy bien —acepta su lugar en la cama sentándose en él.

—Con más carne en los huesos que tú eso es notable —puntualiza—. ¿Saben algo de tu hermano? —el canadiense niega, a Arthur se le empañan de nuevo los ojos y desvía la mirada abrazando sus piernas dentro de las sabanas—. Oh, ese malagradecido... —sus lágrimas caen sin compasión, el americano lo nota por las sabanas que comienzan a humedecerse—, ese tonto, tonto, enorme tonto... tontito... Alfred...

Se abraza más a sí mismo, comenzando a llorar descontroladamente, con la respiración agitada y balbuceando.

Matthew se alarma, se arrastra por la cama hasta abrazar al bulto lloriqueante que es el inglés. Este se le acurruca sollozando más bajo.

—¿Crees que fue mi culpa? — cuestiona en un susurro el de ojos verdes.

—No. Es... —se detiene antes de adjudicarse la culpa—. Nadie tiene la culpa.

—Pero él me admiraba tanto... me quería y yo... yo le trataba horrible, le decía que era un idiota, que lo es, pero tal vez no debí decírselo en la cara tantas veces —murmura sollozando.

—Él sabía que no lo decías enserio... —trata de reconfortarle abrazándolo.

—Ivan... él dice que es mi culpa. Me lo explica cada vez, creo que está furioso conmigo, realmente me cree el culpable —explica, aunque es un poco exagerado decirlo así, pues después de echarle ml culpas le da cumplidos ¿por qué? ¿Qué he de saber yo? —. Sabes que Ivan es realmente honesto... no miente.

—Lo sé, pero... no deberías dejar que te diga eso, en todo caso la culpa es solo mía.

—Matt tú eras su mejor amigo, no podías hacerle daño alguno, aunque quisieras.

—Me pregunto... ¿Quién podría hacerle daño? Solía ser ruidoso, molesto, pero no una mala persona, nunca una mala persona —murmura con su delicada voz.

—¿Quién? —se separa del abrazo para mirarle a los ojos—, Alfred huyó. Nadie le hizo nada... oh ¿Crees que alguien le haya influenciado para irse? —el canadiense niega suavemente con la cabeza—. ¿Entonces?

—¿Recuerdas cuando Alfred tenía apenas quince?

—¿No fue ayer?

—Parece... Le regalaste un suéter bordado en su cumpleaños y a mí un rompecabezas, aunque ya no éramos niños exactamente.

—Lo recuerdo, yo mismo bordé ese suéter. Siguen siendo unos mocosos para mí, aunque estén más altos que yo —resuelve con nostalgia—. ¿Por qué me recuerdas esto?

—A Alfred le fascinó suéter, nunca te lo dijo, ni a ti ni a nadie, pero era muy apegado a él, incluso el año pasado cuando fuimos de campamento a Texas lo traía en su mochila, aunque en Texas no le iba a servir de nada. Cada vez que íbamos a Canadá lo llevaba. Siempre. No lo sacaba de la mochila, o lo usaba debajo de la chaqueta sin que pudiese verse, pero lo llevaba.

—Así que eso de que no le gustó fue una idiotez suya.

—Sí, pero ese no es el punto. Mantenía el suéter en mi repisa, para decir que era mío en caso de que alguien viniera y lo encontrara —disculpen, pero es un suéter realmente horrible, al más puro estilo inglés, nada estético—, sigue en la repisa.

—Dices que... —se humedece los labios, el americano le devuelve una mirada seria.

—No se fue por su cuenta, se hubiese llevado el suéter.

—God! —el inglés casi salta de la cama, mirando al menor con desesperación—, hay que contarle esto a la policía, tienen que saber que el dictamen es incorrecto.

—Lo hice, les dije que conocía a mi hermano. No se llevó ni el PSP ni el Nintendo, nada, solo su teléfono, además, estoy seguro que al menos un comic debía llevarse, pero todos están intactos. Le conté esto a la policía, pero me dijeron que era un asunto de nula relevancia, me ignoraron completamente —suspira derrotado.

—No ¡No! Tienen que volver a abrir el caso, esto es una pista importante, no huyó de casa ¡Lo secuestraron! —grita histérico, comenzando a vestirse para ir desde ya a la comisaria.

—Es lo más probable, por eso dejó la mayoría de sus cosas... sin embargo también cabe la posibilidad de que se haya ido para... —muerde su labio antes de susurrar con voz cortada—, suicidarse.

—¡No vuelvas a decir eso muchacho!

—Es algo que pudo haber pasado...

—¿Pero se llevó una buena cantidad de dinero y ropa, cierto? También unas de esas muñecas que coleccionan ustedes.

—Figuras de acción, sí, todo lo que estaba a la vista en su mesita de noche y dentro de los cajones de la misma, su reloj, su lámpara de noche, bolígrafos, el estuche de sus lentes... —reflexiona.

—¿Lo ves? ¿Qué clase de persona se llevaría una muñeca del Superman ese si lo que piensa es suicidarse? ¿De qué le sirve tanto dinero si vas a morir? Entiendo que se llevara el arma, pero... —es interrumpido.

—No se llevó el arma —recuerda, atando los cabos, con los ojos bien abiertos—, su pistola está en casa, debajo de la cama... donde sólo él sabe dónde está —es la primera vez que le da importancia a ese hecho, el inglés termina de ajustarse la corbata, su mirada se dirige a su acompañante, este está pensando, notando que Alfred no pudo irse solo, su hermano era una persona extremadamente capitalista con un enorme amor a las cosas materiales, ni por más deprimido que esté podría separarse de su invaluable colección de cómics, o de sus latas de Coca-Cola coleccionables, ni de sus figuras coleccionables, no, ni de sus trofeos de deportes.

Sin mencionar que el listo del ruso olvidó llevarse su documentación, así que más allá de Estados Unidos no podía ir.

Matthew le comentó esto a la policía, pero ellos lo justificaron con que Alfred seguro ya poseía alguna documentación falsa.

—Vamos, Francis trajo esa carcacha que él llama auto ¿no? La policía debe enterarse de esto —apresura el inglés.

—Ya lo saben, yo testifiqué, además que no tenemos pruebas de que realmente sea un secuestro, no han realizado ninguna llamada de extorción si quiera...

—¿Acaso debemos esperar a que lo hagan? Tu hermano está allá fuera, en las garras de quien sabe quién ¡y me vienes a decir que esperemos una puta llamada se extorción? —recrimina con furia.

—La policía no te va a creer, Arthur —el mencionado bufa con rabia.

—Bien ¿Cuál es tu plan, genio?

—Yao y Kiku saben mucho de informática, pueden ayudar a buscar en internet a Alfred.

—¿Internet? ¡Eso pude hacerlo yo!

—Mercado negro, para ser especifico...

—¡Eso pude hacerlo yo! —el americano levanta una ceja—. Vamos, no me veas así, yo en mi adolescencia también me drogaba.

Matthew lo mira muy sorprendido por unos instantes hasta sacudir la cabeza, retomando su punto.

—Bien, si no nos han pedido dinero por Alfred es que lo están vendiendo o...

—Violando.

—Cortando en pedacitos...

—Vendiendo por partes...

—Tal vez está como prisionero...

—Rápido, dame la computadora, tenemos que empezar a buscar. No, espera, mi anti-virus es una mierda, seguro no puedo abrir páginas especiales sin que la máquina explote.

—Kiku le instaló un buen antivirus a Ivan una vez. Aún debe tenerlo seguramente.

—¿Qué estamos esperando entonces? —sale de su habitación y enseguida se escucha su grito—. ¡Rana de mierda, enciende el auto, tenemos que ir a casa del loco del vodka!

Al escuchar como Arthur baja las escaleras el canadiense salta de la cama para acompañarlo.

-xOx-

Alfred se encuentra en el comedor, devorando su ración de sopa de pescado, que sí que le ha gustado.

—Hoy no quiero dormir en el sótano —se aventura a confesar.

—No puedo dejarte dormir arriba.

—Puedo dormir en el sofá.

—No.

—Vamos, dude, ¿por qué no?

—Podrías escapar, y quiero a mi novio conmigo, no escapando.

—No me escapo, lo prometo, no le mentiría a mi novio —ya no le molesta llamarlo así. Pero sí está mintiendo, con su carita de perrito adorable.

—Tendría que romperte las piernas y amarrarte los brazos para asegurarme que no vas a huir —muy en serio.

—Ugh no. Me gustan mis piernas funcionando, gracias.

—Entonces no creo que pueda dejarte durmiendo fuera del sótano.

Alfred frunce el ceño, porque odia dormir en el sótano, hace frío que cala en los huesos. Un escalofrío le recorre de arriba abajo, pues ha tenido una idea.

—Los novios duermen juntos —suelta a la desesperada. Al ruso se le iluminan los ojos.

—¿En serio quieres dormir conmigo? —pregunta ilusionado.

—Pues... sí, sólo dormir ¿Ok? Si solo es eso —traga saliva—, sí quisiera dormir contigo.

—Tendría que amarrarte a la cama igual.

—Pervertido —niega con la cabeza, aunque sonríe de lado levemente—. Aun así, eso es mejor que el romperme las piernas ¿No te parece? —le coquetea.

—Hubiese sido más divertido —admite culpable, con un ligero rubor sobre sus tersas mejillas.

—¡Aun lo estás pensando! —le acusa con una sonrisa.

—Да —admite, tremendamente sincero.

—¡Tonto! A mí me gustan mis piernas.

—A mí también —se relame los labios de manera obscena, el americano le lanza un trozo de pan para que se comporte.

—Eres un descarado. ¡Me gusta usarlas!

—Pero si no pudieras usarlas sería más fácil cuidarte y tendría que cargarte a todos lados, como me gusta —cuidado Alfred, porque si está considerando romperte algunos huesos.

Nervioso, el rubio mira a todos lados en busca de ayuda, admirando con horror al ruso, quien en sus ojos violeta hay un preocupante destello con ganas de desquitarse en el frágil cuerpo americano, debilitado por el hambre.

—Si no tuviese mis piernas...

Comienza con ansias, se levanta de la silla caminando lentamente hacia el ruso, haciendo todo el esfuerzo posible para que el movimiento de sus piernas sea muy marcado. Se para justamente enfrente del de ojos violeta, se humedece los labios y sin pensarlo (para no arrepentirse) besa a Ivan, beso bien dado, suave, solo como una probadita, el ruso abre los ojos solo para cerrarlos, perdiéndose poco a poco en el beso, intentando hacerlo más intenso y salvaje, mas, el americano no se lo permite.

Cuando el rubio recuerda lo que estaba intentando probar se separa suavemente, mirándole a los ojos, relamiendo sus labios de nuevo, de manera inconsciente.

—Sin piernas no podría hacer cosas como esas —el ruso asiente idiotamente—. ¿Aun tienes ganas de romperme las piernas, los brazos o lo que sea? —Ivan niega vehemente con cara de bobo —bien.

Pero quien con fuego juega termina por quemarse entre llamas salvajes que destruyen cuando tratan de acariciar.

—Más —pide, no. Exige el albino. Alfred le mira con una ceja levantada.

—¿Más qué?

—Más de eso —se levanta de su silla tomando con fuerza las muñecas del estadounidense y le planta un beso, intenso desde ya.

—Ivan... —trata de separarse de primeras, moviéndose con desespero entre el cuerpo del ruso, para finalmente rendirse al beso.

El europeo va caminando lentamente con intenciones de llegar a su habitación, pero termina chocando con el sofá dejándose caer sobre él con el americano en sus piernas, baja sus manos hasta sostenerle de la cadera, Alfred aprovecha la libertad en sus brazos para abrazarle del cuello, ambos perdidos en el beso.

Ivan, muy cuidadoso de evitar cualquier posición donde el de ojos azules pueda someterle y escapar, gira, dejando a su acompañante pegado al sillón, continuando con un beso más intenso, el americano le acaricia la nuca mientras el ruso, contento trata de acariciarle los muslos. Ambos bastante inmersos en lo que están haciendo son detenidos abruptamente por el aporreo repentino de la puerta, Alfred se separa asustado y al ruso casi se le para el corazón.

—¡Ivan! ¡Soy yo, Arthur! ¡No vengo a lo de siempre, ábreme!

—¡Arthur! —exclaman al unísono el ruso y el americano, el albino con angustia y el rubio con alegría.

—Alfred —susurra el ruso con ceño fruncido—, escúchame, voy a confiar en ti. Confiaré en ti porque eres mi héroe y creo en tu valor ¿Entiendes?

—¿Qué hace Arthur aquí? —pregunta en susurro también, más su pregunta no obtiene respuesta.

—Alfred, debes ir al sótano, no salgas, por favor, quédate ahí, Arthur no puede saber que estás aquí.

—pero esta podría ser la última vez que le veo —se justifica.

—Sé que quieres verle, pero por ahora no puedes, quédate en el sótano, no importa lo que escuches, no salgas, no hagas ruido, Alfred si haces esto por mí... ¡Te dejaré verle! Después te lo prometo. Después de un viaje a Arapaho, te dejaré ver a Arthur, a Matthew y a quien tú quieras, pero ahora, baja al sótano y haz lo que te digo.

Alfred podría gritar por ayuda, Arthur reconocería su voz sin problema y no importaría si el ruso le mata a golpes porque ya sabrían quien lo mató y se haría justicia, justicia, todo lo que Alfred pedía.

Debía luchar, era su oportunidad de escapar, de tener su ansiada libertad, casi podía sentirla en los labios, quería salir de ahí, era momento de dejar al ruso.

Este se levanta para dejar que el americano se desplace al sótano.

Los ojos azules le miran, los violetas le devuelven la mirada, se ve en el reflejo de sus ojos, se ve cautivo, acabado. Más en esa puerta, la voz detrás de la misma, en ella ve esperanza, da un paso hacía la puerta, alertando al ruso.

Vacila dando otro paso, pero esta vez con dirección al sótano, sin dejar de mirar la puerta, sin dejar de admirar su libertad, hasta que por fin decide lo que va hacer, decisión que le costará más de lo que ganará, lo sabe, pero también sabe que no le quedan muchas oportunidades. Comienza a correr hacia la puerta de su destino.

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Gracias por leer. ¿te gustó?  ¿Quién quiere  capítulo nuevo mañana?

Recuerden que entre más votos y comentarios me inspiran más a escribir, los amo.

Tengo problemas con esta historia, siempre  intento corregir todos los "-" cambiarlos por  "—", pero por razones desconocidas cofcof gaypad cofcof  a los pocos días de remplazados los guiones, vuelven al guión corto horrible, así que lamento eso...

En fin, ya que estamos en comerciales, recuerden compartir esta historia así como leer mis demás historias, están buenas, no lo digo yo, lo dice la ciencia.

Los adoro. 

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