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Desde una distancia razonable, Ivan, un hombre ruso, observaba a Alfred F. Jones, uno de sus "amigos", más bien dicho alguien de su grupo de amigos.

Ese grupo se había formado hace años, estaban juntos más por costumbre que por gusto.

Ivan sólo se llevaba bien dentro del círculo con Yao, su amigo de la infancia. Los demás sólo eran personas sin importancia.

Excepto Alfred.

Alfred: alguien impulsivo, nunca piensa antes de hablar, sé cree un héroe cuando sólo es un perdedor, ruidoso, con desórdenes alimenticios, su amor por la cultura pop es enfermizo ¿una persona demente? No, sólo es alguien tonto.

Siendo Alfred una chatarra ¿porque tantos amigos? ¿Cómo llegó a tener tanto dinero? ¿cómo puede ser tan feliz?

No lo es. E Ivan lo ve, él sabe lo podrido que Alfred está por dentro, bueno, lo supone.

Sin dejar de mirar a tan raro ser, Ivan lentamente tomó su caso, lo llevó hasta sus labios y bebió su contenido; Chocolate caliente. Algo irónico si se considera el tamaño y la fuerte mirada del hombre.

Yao logra notar que su masivo compañero no despega la vista de Alfred. No se sorprende, es algo que lleva tiempo ocurriendo.

—En serio, tendría muchos clientes, digo, yo sí pagaría nueve dólares extra por el tamaño Jumbo, si McDonalds lo tuviera —decía Alfred levantando un poco el tono de su aguda voz.

—Nueve dólares de sobrepeso — Respondió Arthur, su compañero Inglés—. Deberías cuidar más tu dieta ¿Quieres que te recomiende alguna?

-Espero que no sea la dieta de los scones...-Mencionó su atractivo compañero frances; Francis.

—¿De qué dieta estás hablando?—Preguntó con cierto enfado Arthur.

—En la dieta de los scones sólo puedes consumir scones —responde el francés.

—¿Eso no terminaría por engordarte?

—¡Por supuesto que no! Por que preferirás no comer nada antes que comer esos scones—Explica el francés en tono burlón.

Con notable enfado el inglés decide anunciar su retirada, un simple movimiento para tomar su chaqueta y sale de la cafetería con total indignación.

Francis después de unos minutos decide dejar el local. Se despide de forma coqueta antes de salir.

Yao nota una perfecta oportunidad para que Ivan y Alfred tengan una charla a solas así que tomando su saco sale de la cafetería después de una cálida despedida.

La mirada de Ivan comenzaba a ser más notoria e incómoda para el americano que ante el incómodo silencio decide que dejar la cafetería es lo mejor.

—Bueno, Ivan, me marcho —Anuncia con una sonrisa.

—Quédate.

Esa petición recorrió la columna de Alfred como un escalofrío. Letra por letra el acento ruso de su acompañante recorría sus nervios y venas.

—Pero si ya todos se han ido.

—No los necesitamos.

—Pero somos un equipo ¡Necesitamos estar juntos!

—Sé que sales con Arthur de vez en cuando, vas de antro con Francis, visitas a extraños paisajes con Yao ¿por qué no tomar un lindo café conmigo al menos una vez?

—Bueno, casi no hablamos mucho —sin valor para decirle que es porque no cae en su gracia.

—Hablemos.

—Yo... No sé de que podríamos conversar...

Ivan tampoco sabía de que podían conversar, se llevaban cuatro años de diferencia, no podían hablar de programas de la infancia.
Ivan decidió romper el silencio preguntando sobre astronomía, compartían ese particular interés por el espacio.
Conversaron desde innovación tecnológica hasta antiguos descubrimientos. Saltaron del presente al pasado y del pasado al futuro sin embargo en aquella mesa de aquel café se respiraba un aire incómodo.

Alfred disfrutaba hablando de astronautas, pero no con Ivan.
Siempre han tenido notables diferencias. Alfred sabía que Ivan era una persona bastante enferma, realmente no es el tipo de persona con la que se juntaria, en el pasado le hacía diversas bromas, más que nada juegos de palabras por el teléfono para intentar romper el hielo. Ivan no respondía para nada bien a estas bromas, Alfred había aprendido, a la mala, que Ivan no es el tipo de persona con la que debes meterte, por eso procuraba estar lo más lejos posible de él.

-Mira la hora-Sugirió nervioso el Americano.

Iván se limitó a girar para ver la hora pero sin decir nada sobre ella.
Regresó la vista a su compañero, Iván no sentía incomodidad alguna, realmente disfrutaba que Alfred respondiera a sus comentarios, había algo en ese horror de persona que le agradaba, Iván suponía que cada vez de Alfred sonreía era una vil mentira.
Hasta el momento, Iván no sonreía más que por compromiso, realmente no tenía razones para hacerlo. Pero desde que se dio cuenta que Alfred tampoco lo hacía en serio, que todos sus sentimientos positivos no eran más que mentiras una juguetona sonrisa se dibujó en los labios de Iván.

-¿No crees que es tarde?-Alfred insistía.

Un suspiro de Iván fue su rendición, bajo la cabeza, sus ojos quedaron inmersos en la complejidad de su chocolate caliente, algo frío ahora.

-Sí, supongo que debes irte-soltó con melancolía en un tono rasposo, dolido.

-Deberíamos, irnos, no te querrás quedar aquí sólo.

-¿Me estás invitando?- Que esperanza.

-¿qué? Oh no, no, no es eso a lo que me refería-Que desilusión- Tengo cosas que hacer...-. Que mentira.

El rostro de Iván no podía ser más triste
Sus grandes ojos reflejaban una melancolía grave.

Alfred no es un mal chico, no es un insensible, se sintió conmovido, culpable.
¿cómo iba a cargar con esa melancolía?

-Pero podemos salir otro Día...-Dijo en tono consolante, cual madre que le promete a su niña una muñeca aún sabiendo que sin un centavo para comer su muerte es inminente.

La mirada de Iván enseguida tomo brilló de nuevo y con una genuina sonrisa asintió ante la invitación.

"Oh Alfred, ¿En qué te has metido?" Se repitió Alfred en su cabeza.

Iván sólo podía verlo alejarse, notaba como su despeinado cabello rubio se movía con cada paso que daba, como su chaqueta, al ser tan gruesa le impedía mover mucho los brazos. Mientras más lo observaba más crecía su obsesión por él.

Sentado en esa cafetería descubrió un sentimiento fuerte que se aferró a su corazón, dolía pero era ese dolor placentero, esa emoción tan fuerte que le hacía perder todo juicio.
Sólo pensaba en Alfred, lo acababa de notar, quería estar a su lado.
Quería que Alfred lo tratará tal y como trata a Arthur, quería que riera a su lado tal como lo hace con Francis. Quería todo de Alfred tal como lo tuvo alguna que otra suertuda muchacha de antro.
Alfred F. Jones, Alfred F. Jones, Alfred F. Jones, sólo en él podía pensar Iván.

Cuando el objeto de su deseo había desaparecido de su vista tomó su chocolate, salió del local y camino sin rumbo por aquellas calles familiares pero no conocidas. Quería quitar a Alfred de su cabeza.
Quizá es porque su mente estaba llena de dolor y su corazón tan oscurecido de tragedia que encontraba en aquel tibio algo de consuelo.

Suspiró.

Sus botas posaban firme en la acera, su bufanda cubría su cuello así como su mueca de disgusto.

Llegó hasta una alejada calle irreconocible, perdido.
Se dispuso a buscar un taxi que lo llevará hasta su triste casa.

-¿Iván?

Una voz familiar le llamo.
Un aire de calidez maternal recorrió dese la punta de sus dedos a la punta de su nariz. Su hermana estaba justo en frente de él.

-¿Qué haces aquí Iván?-pregunta con cierta preocupación.

-Me he perdido ¿Hermana, tú he haces aquí?

- Trabajo cerca de aquí en una panadería, la casa de nuestros padres no está tan lejos como crees ¿sigues viviendo ahí?

-Да-que significa "sí" responde intentando no quebrarse, no le gusta que le resaltaran que aún se encuentra en ese infierno.

Siendo buena su hermana, siempre amable aunque algo torpe decide ayudarle a llegar a su destino. A pesar de ser hermanos ella nació en Ucrania mientras que Iván era de Rusia.
Decidieron mudarse a esta ciudad por negocios de su padre.

Caminado por las solitarias avenidas ambos llenaban el silencio con preguntas, hace mucho que no se veían ni comunicaban, la familia estaba muy rota.

Al llegar a la casa tan odiada por ambos la dama con algo de resentimiento pregunta:

-Oh Hermanito ¿cómo es que soportas seguir aquí?

-He intentado todo por irme, pero no puedo, no puedo dejar a madre.

La ucraniana se alertó aún más, pero no dijo nada, sabía que lo que había pasado había roto a su familia y sus dos hermanos aún siguen afectados por ello, no los culpa, sólo trata de comprenderlos.

-¿Gustas entrar?-Pregunta amable Iván, desesperado por aliviar su soledad.

-Iván...- sus ojos se cristalizan, rápidamente da la vuelta-. Sabes que no podría...Hasta luego hermanito.

Con todo su pesar sale de ahí.
Iván avanza hacia la gran puerta de madera, al entrar a aquella desolada casa se siente un nostálgico olor a tabaco para pipa, Iván toma el último sorbo de chocolate helado. Sin cenar si quiera se mete en la cama; la imagen de Alfred se le presenta como una ilusión fugaz.

-Sal de mi mente o tendré que tenerte-Le susurraba al aire.

Oh que enfermiza obsesión a nacido en tan quebrado ser.

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Gracias por leer



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