Prólogo

Hay personas que nacen vinculadas al deporte, ellas no lo saben, pero todo indica en su entorno, que será precisamente el deporte, el hilo conductor de sus vidas...

Fue en Julio de 2012, en la ciudad de Londres, Inglaterra, sede de los Juegos Olímpicos de aquel año cuando el mundo entero conoció a Aliya Mustafina. Joven gimnasta de 15 años, que apareció representando a la Federación Rusa, de la cual nadie pudo olvidar su nombre ni su cara.

Una de las atletas que con su habilidad, destreza, carisma, belleza y delicadeza consiguió tener toda la atención en ella.

Había llegado a la ciudad londinense, preparada para enfrentarse a un evento deportivo de tal magnitud, pero sin tener ninguna ambición, así lo habían declarado a la prensa después de tan grande acontecimiento.

La realidad era que la todavía niña, había tenido una lesión bastante grave en el campeonato Europeo de gimnasia artística en Berlín, un año anterior; ruptura de ligamento cruzado anterior izquierdo. Y había sido tan severo que habían tenido que intervenirla quirúrgicamente, advirtiéndole que la recuperación sería larga y tediosa. Incluso le habían dicho, que corría el riesgo de no poder volver a practicar gimnasia nunca más, tal y como le había ocurrido a su colega de Estados Unidos Rebecca Bross, sólo algunos meses antes.

En aquel 2011, se había perdido del Mundial y unas cuantas competencias nacionales, todo con la incertidumbre de si podría volver a hacer lo que tanto amaba. Pero después de dicha operación, y contra todo pronóstico, a los tres meses Aliya había vuelto a sus entrenamientos concentrándose en ejercicios que no fueran de impacto para su rodilla, a los seis meses había empezado a saltar, y a los ocho había obtenido luz verde para volver a las competencias, y así lo había hecho.

Además había obtenido su pase a olímpicos, y ahí el sueño se había hecho realidad, sin siquiera tener idea de que sucedería, de que podía suceder, porque tenía todo para lograrlo, aún sin saberlo.

Su entrenador había tenido sentido mucha inseguridad en un inicio. Su preocupación había sido que su gimnasta empezara a temerle a las competencias, a aumentar su dificultad, a desempeñarse en el mismo nivel que antes, o incluso temor a los elementos que ya dominaba. No había querido arriesgarse y le había dicho que se limitaría a competir sólo en dos disciplinas. Viga de equilibrio y barras asimétricas. Ah, pero aquel necio no había entendido que para miss Mustafina el límite era el cielo.

Ella no había sentido miedo, ni siquiera un poco. Había ido ahí con un único objetivo, y ese era ayudar a su equipo a subir al pódium. Cosa que había conseguido, desde luego. Gracias a sus participaciones, el equipo nacional de Rusia, que había estado a poco del colapso, había conseguido colgarse las medallas de plata en el completo, siendo galardonadas con un subcampeonato, por detrás de Estados Unidos.

Al día siguiente, y sorpresivamente, o quizás ya no tanto, Aliya había ganado bronce en el completo individual. ¿Cómo no dejarla participar si sus puntajes habían sido los mejores en el de equipos? El Comité le había exigido al entrenador que la dejara competir, lo cual él agradeció profundamente.

Días después, se había proclamado la campeona absoluta en barras asimétricas, ganando la presea de oro y escuchando así el himno de su natal país en la ceremonia de premiación.

Para la última competencia, una de sus compañeras se había negado a participar en suelo, y entonces la encargada de suplir la presentación había sido Aliya, por supuesto. Antes de salir a competir, le había dicho a su médico que no se preocupara, sólo saldría, bailaría un poco y regresaría. ¡Vaya si había regresado! Lo había hecho con otra medalla de bronce.

¿Cómo es posible? Se habían preguntado los expertos. ¿Cómo era posible que hubiese alcanzado tantas victorias a un año de la lesión tan grave que había sufrido?

Porque su mente superó a su cuerpo, y de eso están hechas las leyendas.

Entonces se había convertido en la gimnasta con más medallas en London 2012, y a su vez la atleta, no nadadora, con más medallas.

La determinada y testaruda jovencita lo había logrado.

Una persona con carácter difícil, pero con todas las cualidades y rasgos de personalidad que definen a los campeones.

La habían proclamado entonces como la nueva Nadia Comanecci, pero ella había negado tal título.

–Soy Aliya Mustafina– les había dicho con su exquisito acento ruso.

Y entonces había regresado a Rusia como una heroína que había conseguido llevar a su país a lo más alto del pódium.

El presidente Vladímir Putin la había invitado al Kremlin, a ella y a todo el equipo de deportistas, y ahí le había entregado un importante galardón, llamado la Orden de la Amistad.

El Comité Olímpico la había sorprendido meses después, llamándola la atleta del año.

Así había transcurrido aquel significativo e inolvidable año para Aliya. Concediendo entrevistas para importantes canales televisivos nacionales e internacionales, viendo cómo su número de seguidores en Instagram aumentaba drásticamente cada día que pasaba, recibiendo cartas y un montón de regalos de sus fans.

Sin embargo no todo había sido felicidad. En medio de tanta alegría, Aleksander Aleksándrov, su entrenador de toda la vida, había muerto en un accidente automovilístico y había hecho lo que le había prometido que no haría, la había dejado sola. Él, a quien ella amaba como a un padre, se había marchado para no volver más. Y la pobre Aliya había tenido pasado su momento de gloria, mientras vivía el duelo de aquella perdida, sin decirle a nadie cómo se sentía, sin poder desahogarse, porque no había sido capaz de hacerlo, ni siquiera de asimilarlo.

Por fortuna había terminado siendo cierto lo que tanta gente solía decir... el tiempo lo cura todo.

Los años habían transcurrido, y la muerte de su mentor había dejado de doler de poco en poco.

Se sentía recuperada y muy preparada para enfrentarse a aquel nuevo desafío. Los Juegos Olímpicos de Río 2016, e iba hacerlo de la mano de Sergei Starkin, su nuevo entrenador.

Cuando el avión proveniente de la ciudad de Moscú, y con destino a Río de Janeiro aterrizó en suelo brasileño, Aliya quitó sus audífonos y se dio cuenta de que se había perdido en sus propios recuerdos y pensamientos durante las últimas horas.

Miró por la ventanilla y vio la pista de aterrizaje, después a sus amigas y compañeras de equipo que gritaban emocionadas y cantaban mientras tomaban sus cosas para poder bajar.

–¿Lista, Mustafina?– le preguntó Sergei al tiempo que le entregaba su gafete de identificación para los juegos.

Ella lo tomó y lo miró, miró su fotografía y su nombre escrito en alfabeto latino.

Exhaló y sonrió.

–Sí...– respondió contenta. –Estoy lista–

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Me gustaría mucho leer comentarios si es que me estás leyendo aquí, y te ha gustado lo que va de esta historia :)

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