Capítulo 5
De regreso en Lake Round, todo parecía haber marchado conforme al plan. Sin embargo apenas entraron a los condominios, fue que a Mariya se le ocurrió revisar su celular.
Tati: Nos descubrieron!!! 😭😭
Ksenia: Sergei lo sabe todo!! Estamos seguras de que fue la perra de Viko, pero no sabemos cómo lo supo! 😡 😡 😡
Tati: Nos mandaron a nuestras habitaciones. Lo siento mucho, no pudimos hacer más 😪😔 Tienen que estar preparadas para cuando regresen
Para Mariya y Aliya fue demasiado tarde. Antes de que la primera pudiese advertirle, ya estaba Sergei frente a ellas, mirándolas con seriedad y de brazos cruzados.
–Paseka, a tu habitación. Mustafina a mi oficina–
–¡Sergei, yo soy igual de culpable!– Mariya no estaba dispuesta a dejar que Aliya cargara con toda la culpa.
–A tu habitación– repitió el entrenador sin inmutarse.
–¡Pero fue mi idea, te lo juro!– insistió la chica.
Sergei estaba perdiendo la paciencia, pero se mantuvo firme.
–Misha, haz lo que dice. Yo estaré bien– le dijo Aliya, y entonces se inclinó para decirle algo más, cerca del oído. –Se lo diré ya mismo–
Ante eso, Mariya entendió. Bajó la cabeza frente a su entrenador, y después se fue directo a los dormitorios.
La oficina de Sergei era un pequeño cuarto en el edificio principal del Centro de Entrenamiento. Tenía un escritorio, una televisión conectada a su computadora en donde revisaba de cerca y con precisión las rutinas de sus chicas, detalles específicos, técnicas y todo acerca de la ejecución, en busca siempre de mejorías. Las paredes estaban repletas de medallas y fotografías de sus mejores años en aquel deporte, cuando en vez de entrenador había sido competidor. Y también un montón de recuerdos con el equipo nacional, a quien entrenaba desde hacía cuatro años.
Estar ahí, para cualquiera de las gimnastas bajo su tutela, significaba que tenían problemas, pues no solía llevarlas por ninguna otra razón.
Aliya tomó asiento frente al escritorio y tragó saliva.
Sergei se sentó en silla y la miró.
–Lo menos que puedo hacer, Mustafina, es darte el derecho a que me expliques lo que pasó. Te brincaste una regla importantísima de este centro, que es el registro de salidas, y lo que es peor, saliste por un destino clandestino– se había enterado porque Komova había acudido a él para contárselo. No iba a mencionarlo, pues era lo bastante inteligente para darse cuenta de que la chica sólo lo había hecho para perjudicar a quienes consideraba enemigas. –Yo te conozco, y conozco tu forma de actuar. Por eso imagino que si hiciste algo como esto... tuvo que haber sido por un motivo importante. Necesito que me lo digas, y solo así podrás evitar un castigo con la Federación–
–Yo...– empezó a hablar Aliya. Respiró hondo tratando de reunir el valor. –No era mi intención causar problemas. Te lo juro–
–Lo sé, por eso estoy esperando una explicación–
La gimnasta cerró los ojos y negó para sí misma. Decidió ser directa.
–Sergei... Estoy embarazada– lo dijo sin más.
Su entrenador abrió los ojos con verdadero impacto. Tuvo la esperanza de haber escuchado mal, pero no tenía tana suerte.
–¡¿Qué?!– se levantó de inmediato de su silla y estaba ya bastante alterado. –No, no, Aliya, por favor no bromees con esto–
Ella mantuvo su mirada en el suelo.
–Nunca bromearía con algo así–
Él comprendió entonces la magnitud de la situación.
Tuvo que sentarse de nueva cuenta pues de pronto se sintió mareado
–Pe...pero... ¿Cómo...cómo?– le costó poder formular una pregunta. –¿Por qué no me lo dijiste antes?– sentenció. –¡Maldición, Mustafina! ¡Se viene el Mundial! ¡Se viene la Copa y los Europeos! ¡¿Pensaste al menos en los Olímpicos?!–
–Acabo de enterarme. Por eso salí de aquí sin decirle a nadie–
Sergei necesitó de tiempo para asimilar la impactante noticia. Se recargó sobre el respaldo de su silla, y alzó su cabeza hacia atrás, tratando de calmarse.
Cuando se había enterado de que su gimnasta estrella tenía una relación con aquel muchachito, no le había hecho en gracia de ninguna forma. Lo primero que había pensado había sido que él la distraería de lo que era importante, de los entrenamientos, de las competencias, pero no había imaginado que las cosas se irían a los extremos.
–Grítame si es lo que deseas hacer– le dijo Aliya con pesar. –Soy muy consciente de que te he decepcionado, de que decepcionaré a todos los que han estado conmigo durante toda mi carrera. De verdad no tengo palabras para pedir perdón, y aceptaré que me odien de ahora en adelante. Yo... yo trataré de seguir adelante con mi hijo. Quizás nadie pueda entenderme, pero amo a mi bebé más que a nada. Ya no me importa perderlo todo, si lo tendré a él–
Las palabras de la joven le llegaron al entrenador a lo más profundo. Su semblante había cambiado. La miraba con preocupación pero también empatía y emotividad.
–Pues sí, tengo muchas ganas de gritarte furioso– admitió encogiéndose de hombros. Nadie podía culparlo por ello. –Pero... ¿De eso a decepcionarme? ¿Odiarte? No, Aliya. Yo jamás estaría decepcionado de ti, jamás podría odiarte. Te quiero como a una hija... Bueno, como a una hermana– bromeó. –Lo último que deseo es que sientas que no te apoyaría en esto. Yo... estoy contigo, lo sabes. Por eso necesito saber cuál es tu plan. Me queda claro que tendrás a tu hijo, ¿pero cómo piensas manejarlo? ¿Ya has pensado en eso?–
Aliya se limpió las lágrimas que habían resurgido ante la respuesta de su entrenador. Era maravilloso, y agradecía el tenerlo en su vida. Sin duda un gran amigo, un hermano como él se había llamado.
–La verdad es que no– admitió. –Por ahora mi prioridad era decírtelo, y decírselo a la Federación mañana a primera hora. Ahora es imposible que asista a ningún entrenamiento, así que... tendré que empacar mis cosas y marcharme. Después seguirá hablar con Alexey, y... con mis padres. No tengo idea de qué seguirá después pero... afrontaré cualquier cosa que venga–
–Ahora mismo arreglo una reunión con la Federación. Yo estaré contigo en ese momento. En cuanto a lo demás... Mucha suerte– le deseó. –Por otro lado, discúlpame si sientes presión de algún modo, pero necesito preguntártelo... ¿Qué pasará con la gimnasia?–
Aliya vaciló por un instante.
–Bueno... lo que es un hecho es que los siguientes ocho meses no podré entrenar ni hacer ningún tipo de ejercicio de impacto–
–No me refiero a eso, Aliya. Me refiero a qué pasará después. Por favor no me digas que piensas dejarlo. No te lo permitiré– Sergei fue claro.
La gimnasta sonrió.
–Jamás querría dejarlo– aseguró. –La gimnasia es todo para mí. Y aunque ahora mi hijo es más importante que todos y todo... No es mi deseo abandonar todo por lo que he trabajado–
–Te ha costado tanto... No sería justo para ti ni para nadie que lo abandonaras. Tampoco sería justo para tu bebé. Se merece a una madre que luche por sus sueños, ¿no lo crees? Hazlo por él. Será el niño o la niña más orgulloso de su mamá, puedo verlo–
Aliya ahogó entonces un sollozo. La llenaba el corazón imaginar a su pequeño.
Sorbió sus lágrimas, y asintió.
–Encontraré el equilibrio– prometió. –No abandonaré mis sueños. Lo haré por mi hijo–
Sergei también había empezado a llorar. Había sido inevitable. Estaba demasiado conmovido, pero también aliviado.
–Te espera un futuro brillante, como gimnasta y como madre. Vas a lograrlo. Y todos estaremos ahí para apoyarte–
Para Aliya, era maravilloso no sentirse sola.
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La reunión a puerta cerrada con la Federación Rusa, muy temprano en la mañana, había durado aproximadamente una hora.
Sergei había empezado a hablar, pues había ido en serio al decirle que iba a apoyarla en todo.
Luego de soltarles la noticia de su inesperado y sorpresivo embarazo, con palabras, les había recordado a cada uno de los ejecutivos, el trabajo arduo, los éxitos y reconocimientos logrados así como el legado que su mejor gimnasta de la época actual, había conseguido alcanzar, convirtiéndose en figura icónica y contribuyendo a posicionar al país como potencia mundial dentro del deporte. Por lo que apoyarla en circunstancias como aquella, era una cuestión de reconocimiento, agradecimiento y respeto a su carrera, pero también una inversión a futuro, pues siendo tan joven y estando tan dispuesta a regresar una vez que diera a luz y estuviese preparada, seguiría trabajando duramente para superarse a sí misma y seguir obteniendo resultados que los enorgullecieran.
Además... ¿El equipo nacional de gimnasia artística sin Mustafina? ¡Eso no podía ser posible!
Afortunadamente los directivos habían estado de acuerdo con él.
No deseaban perder a una atleta de su nivel, a una gimnasta con capacidades únicas en el mundo.
Estaban más que dispuestos a apoyarla y a respaldarla.
Si ella le había dado tantas satisfacciones a Rusia, entonces Rusia la apoyaría ahora que más lo necesitaba.
Aliya mantendría el sueldo del que gozaba como deportista de élite durante todo el tiempo que estuviese ausente, manejándolo como permiso de maternidad además de que ampliarían los beneficios de su seguro médico, no solo para ella sino también para su bebé. Las condiciones eran simples. La primera y más importante, debía regresar una vez que su hijo cumpliera sesenta días de nacido. La segunda, debía atender llamados cuando la solicitaran en eventos nacionales como jurado en la liga Junior.
Ella había accedido a todo, sintiéndose feliz de saber que la parte económica y médica de su nueva vida, estaría cubierta en su totalidad. Y también contenta de que solicitaran su ayuda para los eventos juveniles e infantiles, pues de haber estado completamente alejada de la gimnasia, probablemente habría caído en depresión.
Al salir de la sala de juntas, Aliya y Sergei se habían abrazado, ella con gratitud, él con cariño. Luego se habían despedido.
Aliya se había reunido con sus amigas, quienes le habían hecho el favor de empacar todas sus cosas.
Con lágrimas en los ojos le entregaron su maleta.
–Ali, te vamos a extrañar montones– Mariya corrió a abrazarla.
–Este lugar no será lo mismo sin ti– secundó Ksenia.
–Oh, pero aguardaremos con emoción tu regreso. Sobre todo porque para entonces ya tendrás a nuestro hermoso sobrinito o sobrinita– le dijo Tatiana conmovida pero contenta.
–Lo importante aquí es que tú estés bien, y también Musti baby– Ksenia le tocó el vientre y le sonrió.
Tatiana y Mariya también se acercaron.
Compartieron entonces un último abrazo como despedida. Les causaba tristeza verla irse pero sabían que estarían cerca todos los fines de semana que fueran a Moscú a visitarla.
–¿Hablarás hoy con Alexei?–
Aliya soltó un suspiro.
–Sí, y también con... con mis padres. Pienso que Alexey amará a este bebé tanto como yo, y mi mamá igual, pero... le temo a mi papá. Querrá matarme–
–Mucha suerte, Ali–
–Gracias. Voy a necesitarla. Supongo que ha llegado el momento de demostrarle que ya soy una mujer adulta– ahora más que nunca debía hacerlo. Después de todo iba a convertirse en madre.
–Pues estamos contigo–
–Eso no lo dudes–
–No lo dudes nunca, Musti–
–Jamás lo dudaría– les sonrió Aliya.
Las amigas se abrazaron una vez más en un silencioso pacto de apoyo y solidaridad, conscientes de que el camino por delante sería complicado, pero decididas a enfrentar el desafío juntas.
Limpiándose las lágrimas, la gimnasta estrella tomó el aza de su maleta y salió entonces del Centro de Entrenamiento de Alto Rendimiento de Lake Round.
Afuera, su flamante BMW, mismo que había ganado con su esfuerzo en Río de Janeiro, la esperaba.
Conduciría una hora y media o dos, dependiendo del tráfico, pero el silencio de la carretera la ayudaría a prepararse mentalmente para lo que le esperaba.
Soltó un suspiro.
–Bien, bebé... Estamos juntos en esto– le habló a su vientre. No pudo evitar sonreír.
●●●●●
Dmitri Zaytsev estaba furioso.
Alexey tuvo que alejarse a distancia el celular del oído, pues sintió que de pronto podría reventársele el tímpano.
Aún así se dio el tiempo de rodar los ojos irritado.
Sabía que enfrentar a su padre era solo cuestión de tiempo, por lo que dicha llamada no le sorprendía en lo más mínimo, pero sí le fastidiaba y bastante.
–¡¿Pero quién te has creído que eres?! ¡¿Eh?! ¡Hace diez horas que debías estar en Nueva York, maldición! ¡¿Por qué no abordaste el maldito avión?!–
–Pensé que el mensaje había sido claro, padre. Pero si te quedó alguna duda, te lo vuelvo a repetir. No iré a Nueva York– declaró insolente.
Casi podía imaginarse la cara de su progenitor. Debía estar echando humo por todos lados. Nada nuevo aún así. Lo recordaba siempre furioso, y la mayoría de las veces había sido a causa de él.
–¡¿Pero cómo te atreves a desafiar mi autoridad?! ¡Alexey Dmitrievich Zaytsev, más te vale que no estés hablando en serio! ¡Serás imbécil!–
Alexey se hundió de hombros despreocupado.
–Tómalo como quieras. Me quedo en Moscú y punto. No puedes obligarme a ir contigo, ya no soy un niño–
–¡Pero si todo el tiempo actúas como si lo fueras!– le recriminó Dmitri. –¡Te has dedicado a ser estúpido, borracho e irresponsable!–
–¡No me llames así!– Alexey odiaba recibir insultos de parte de su padre. Desde niño los había recibido y lo odiaba. Lo odiaba con todo su ser.
–¡Te expulsaron del equipo de fútbol, abandonaste tu carrera universitaria estando a punto de terminarla! ¡No haces más que irte de fiesta y arruinar tu futuro! ¡Claro que eres un estúpido, borracho e irresponsable!–
Alexey ya estaba bastante enfadado también.
–¡Pues sabes qué, papá! ¡Lo que opines de mí me tiene sin cuidado! ¡Nunca te he importado! ¡Sólo te importan tus malditos negocios, y no pienso ir a meterme a tu dichosa empresita americana y perder mis mejores años siendo tu títere! ¡Olvídalo, viejo!–
–Evidentemente el único estúpido aquí fui yo, por creer que merecías una oportunidad, pero ya veo que sigues siendo el mismo inmaduro de siempre. Ojalá cuando te des cuenta de tu error, no sea muy tarde, Alexey–
–¿Error?– rió. –Ya, claro. Más bien estoy haciendo lo que considero mejor para mí–
–Pues veremos si te irá tan bien sin el dinero que deposito a tu cuenta mensualmente, sin las tarjetas de crédito, sin los autos, sin tu membresía al club campestre, y sin todos los beneficios que tenías hasta el día de hoy, sólo por ser mi hijo–
Las facciones de Alexey se endurecieron al escuchar todo aquello.
–No lo harías... ¡¿Piensas dejarme en la calle?!–
–Ya eres un hombre, ¿o no? Pues arréglatelas como puedas. A partir de hoy olvídate de todo lo que ya te mencioné–
–¡Pues adelante, hazlo! ¡No me importa!– claro que le importaba, pero no iba a mencionárselo. Aquella era una guerra ya.
–Veremos cuánto aguantas...–
–Sí, sí, ya– en tono grosero, y enfurecido, Alexey terminó la llamada y lanzó el celular al suelo del vehículo.
Trató de tranquilizarse, pero no pudo lograrlo, no hasta que con sus manos golpeó el volante de su auto.
Los minutos transcurrieron y para su fortuna Aliya apareció.
Llevaba esperándola ya bastante tiempo, y ella bien sabía lo que odiaba esperar. Sin embargo no pensaba reclamarle nada, al contrario, la convencería de irse a pasear por ahí, a algún hotel cercano.
Sonrió en cuanto la vio salir de su auto luego de estacionarlo frente a la casa de sus padres.
Al verlo, ella inmediatamente fue hacia él adentrándose en el asiento copiloto.
Aliya no pensaba bajar su equipaje ni entrar a su casa y ver a sus padres todavía. Si ellos veían su auto estacionado, tendrían que esperar para que les explicara. Primero debía hablar con Alexey.
–Ah, no sabes las ganas que tenía de verte– él la abrazó y la besó con un tanto de urgencia. La atrajo hacia sí, tomándola de la cintura. –¿Quieres que vayamos a un hotel o a mi casa?–
La gimnasta negó y se alejó de su agarre. Su expresión era de completa seriedad.
–No, Alexey. Te dije que necesitaba hablar contigo–
Aquello era cierto. Por eso habían quedado en verse. Por eso ella estaba en Moscú un miércoles por la mañana. Su novio ni siquiera se había dignado en preguntarle el motivo.
Alexey mostró su expresión de enfado. Encendió el motor y dio marcha. La molestia le duró muy poco, pues de inmediato pensó en que después de que ella dijera lo que tenía que decir, podía seguir con su plan inicial. Sentía muchas ganas de desahogar su tensión por la discusión con su padre, y qué mejor que metido entre las piernas de su hermosa novia. ¿De algo tenía que servir, o no?
No avanzaron mucho cuando aparcó cerca de un parque. En la acera de enfrente se encontraba una cafetería.
–Vamos. Ahí podremos hablar de lo que sea que quieras decirme–
Aliya negó.
–Prefiero más privacidad. ¿Podemos quedarnos en el auto?–
A Alexey le pareció extraño.
–¿Tan delicado es?– cuestionó confundido.
–Sí–
Él resopló todavía fastidiado. Suficiente había tenido con lo de hacía un rato. Sólo esperaba que no fuese a tratarse de alguna tontería emocional, de esas con las que a veces lo molestaba.
En silencio volvió a encender el auto pero sólo para mantener la calefacción y que no fuese a filtrarse el gélido frío de Rusia que ya comenzaba a sentirse.
Se recargó en el asiento y miró hacia el frente.
–Bien. ¿De qué quieres hablar?–
Aliya a su lado, también miraba al frente, su mente estaba llena de pensamientos contradictorios sin entender por qué. Sus manos, que siempre habían estado seguras en las barras de gimnasia, temblaban ahora ligeramente, ahí dentro del coche de su novio.
Decidió entonces no irse con rodeos.
–Alexey... estoy embarazada–
Él la miró en automático.
–¡¿Qué?!– se quedó congelado.
Aliya continuó sin mirarlo. No repitió lo que había dicho porque sabía que él había escuchado bien. Se mantuvo quieta esperando a que dijera algo, a que tuviese alguna reacción.
Alexey regresó a su asiento y clavó su mirada de nueva cuenta en el exterior. Sus pensamientos fueron entonces un torbellino pero no fue capaz de decir nada todavía.
Los minutos transcurrieron y el silencio se hizo incluso ensordecedor.
En su mente se estaba reproduciendo la escena en que Begoña, aquella ardiente mujer polaca que había conocido en el verano del 2010 y con la que había vivido un montón de fogosos encuentros.
–Al fin te encuentro. Alex. Me costó un mundo poder encontrarte–
–¿Qué demonios haces aquí, Begoña?– a él no le había agradado para nada verla en la entrada de su casa ahí en Moscú. Lo sucedido entre ambos había sido casi dos años atrás. Además por aquel entonces, había detestado la idea de repetir amantes, así que esa mujerzuela no tenía nada que pudiese interesarle.
–Alexi, por favor– le había suplicado. –Necesito hablar contigo. Mira... es tu hija. Se llama...–
–¡¿Te volviste loca?!– la había interrumpido con rudeza. –¡Largo de aquí, Begoña! ¡No me interesa cómo se llame tu hija! ¡Olvídate de que sea mía! ¡Olvídate de mí!–
La realidad había sido que esa niña de escasos meses de nacida, era igualita a él. Probablemente Begoña había dicho la verdad, y en efecto era hija suya, pero... Había tenido 17 años. ¿Quién podía culparlo de haberse desentendido de la situación con toda una vida por delante?
No sentía remordimientos ni ningún tipo de culpa sobre eso.
Borró tales pensamientos rápidamente. Debía concentrarse en el presente.
–¿Estás segura?– finalmente habló. Su voz todavía cargada de incomodidad.
Aliya había posado sus ojos ahora en él. Aquellos eran unos ojos marrones llenos de vulnerabilidad, pero también de determinación. Brillaban con luz propia. Cada latido de su corazón era visualizado en el cristal de su iris.
Esa mirada limpia y honesta lo hacía sentirse casi como un cretino. Casi. Pero la verdad era que Alexey Zaytsev no tenía escrúpulos.
–Estoy segura. Ya lo he confirmado con un médico. Y antes de que digas algo... Voy a tenerlo, y no me importa nada más–
De nueva cuenta Alexey necesitó de un momento. Se echó hacia atrás en el asiento, procesando todo lo que estaba aconteciendo. No lo sorprendía aquel embarazo. Se la había estado follando sin un maldito condón con todo propósito. El plan original había sido largarse lejos antes de que su noviecita pudiese verle siquiera el polvo, pero estaba ahí, frente a ella, manteniendo aquella significativa conversación. La reciente pelea con su padre todavía golpeaba en su mente. La amenaza de dejarlo en la calle, todo parecía entrelazado con esa nueva realidad.
–¿De verdad quieres tenerlo?– cuestionó secamente. La pregunta sonó más como una demanda.
Aliya bajó la mirada.
–Sí. Me estoy viendo obligada a pausar mi carrera en la gimnasia, pero eso ha dejado de importarme. Estoy feliz de saber que viene en camino, lo voy a amar muchísimo–
–¿Qué quieres que te diga, Aliya?– él no tenía idea. Decirle que convertirse en padre a sus 23 era algo horroroso a su criterio, estaba descartado por supuesto. Su tono fue una mezcla de duda y resignación.
A punto de soltarse a llorar, la gimnasta se hundió de hombros. Un nudo se formó en su garganta. Amaba a su bebé, pero también amaba al hombre que lo había procreado junto a ella. Pero por primera vez pensaba en la posibilidad de tener que elegir. No tenía duda de a quién elegiría, pero le rompía el corazón. Su novio no había mostrado alegría ni nada parecido.
La ansiedad la llenó.
–Me gustaría que fueras honesto– su voz casi se quebró pero Aliya se esforzó en mantenerla firme. –No negaré que la idea de formar una familia a tu lado me llena de mucha ilusión porque te amo muchísimo, pero si no es lo que tú quieres, yo... yo lo entenderé. No te obligaré a nada–
Alexey la miró fijamente, sintiendo una creciente presión en su pecho.
Pensó en las noches de fiestas y excesos que disfrutaba casi a diario, el estilo de vida al que estaba acostumbrado. ¿Cambiar toda aquella diversión por un hijo? ¿Por responsabilidades que nunca había siquiera considerado?
Una total pesadilla. Sin embargo...
¿Había un sin embargo en aquella situación?
Sí, sí la había. Era Aliya.
Se había acercado a ella para librarse de la tiranía de la odiosa de Viktoria, y también porque llevársela a la cama era algo que había deseado hacer desde el momento en que la vio. Pero tenía que aceptar que a pesar de ya haber logrado su cometido, le seguía gustando muchísimo, le agradaba estar con ella. Era inteligente y graciosa de algún modo. Además lo hacía sentir especial. Nadie le había demostrado tanto amor como ella. Sumándole a todo eso lo mucho que le gustaba tenerla desnuda.
Entonces el pensamiento apareció como un rayo veloz en su mente. Podía utilizar esta nueva situación a su favor.
Quizás tener un hijo a lado de una mujer así no era tan mala idea. Ya no le desagradaba tanto como al inicio. Es decir, un pedazo de hombre como lo era él tenía que dejar descendencia, ¿o no? Un mini Alexey, igual de atractivo y listo. Además... Esa carta sería muy poderosa cuando buscara a su abuela para pedirle ayuda. Se pondría muy contenta y la conmovería en cuanto se enterara de que tendría un bisnieto. Seguro estuvo de que ella era capaz incluso de cederle el poder de todos sus bienes. Estaba ansioso por verla y contarle. En definitiva su vida de mirrey no acabaría. Su padre y su maldito dinero podían irse a la mierda.
Trató de contener su emoción y se giró en el asiento para mirar fijamente a su novia. La tomó de las manos.
–Princesa...– le dijo suave y cariñoso. –Creo que podemos lograrlo. Podemos intentarlo juntos. Tengo muchas ganas de formar una familia contigo–
–¿Hablas en serio, Alexey?–
–Nunca he hablado más en serio, lindura. Casémonos cuanto antes. Me muero porque seas mi esposa, y tener a nuestro hijo con nosotros–
Los ojos de Aliya brillaron con lágrimas de alivio y esperanza. Sus emociones desbordándose en una mezcla de felicidad y sorpresa. Ella se inclinó hacia él, su corazón latía con fuerza. Lo abrazó. No podía sentirse más feliz. Sin lugar a dudas su sueño estaba convirtiéndose en realidad.
Alexey la rodeó con sus brazos y le sonrió tratando de ocultar el tinte de estrategia. Sus pensamientos seguían calculando los ángulos. El mostrarse como un marido y un padre ejemplar sin duda cambiaría mucho las cosas.
Aunque claro, sería solo eso. Pura imagen. No pensaba renunciar a las fiestas ni a las mujeres.
Pero eso Aliya no tenía por qué saberlo, y su abuela menos que nadie.
Casi podía saborear la fortuna de la gran Svetlana Myartseva. Ese niño que venía en camino era la clave para asegurar su futuro. Su minita de oro, pensó.
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Alexey esperó con impaciencia a que Viktoria se dignara a responder la llamada.
–Al fin atiendes. Supongo que estabas muy ocupada siendo la segunda mejor gimnasta del mundo–
Ninguno de los dos desaprovechaba nunca la oportunidad de molestarse. Su relación de primos se basaba en hacerse rabiar mutuamente. Así había sido desde niños. Quizás por eso nunca se habían hecho cercanos.
–Cállate, idiota. Seré la número uno muy pronto. Que no te quede duda de eso– respondió Viktoria al otro lado de la línea.
–Pues quizás se te cumpla a final de cuentas. Llamo para darte la gran noticia... Vas a ser tía. El plan te salió tal y como querías– la voz de Alexey no cargaba ninguna emoción de felicidad. La ambición desde luego estaba implícita. No contaría a su prima lo que planeaba hacer con la abuela de ambos. No quería que estropeara nada, y tampoco que metiera sus narices en sus asuntos.
–¿Estás hablando en serio?–
–Muy en serio, Vikita. Aliya tiene un mes de embarazo. Te dije que mi carga era poderosa– se jactó.
Viktoria emitió una exclamación de asco.
–Nunca dejarás de ser un cerdo–
–Nop– asintió él con descaro, mientras reía.
Viktoria también parecía feliz. En verdad lo estaba. No podía creer que hubiese ocurrido.
–Ahora lo entiendo todo– dijo casi extasiada. –Vi a Aliya irse esta mañana con maletas, pero nadie ha comentado nada. Supongo que la están protegiendo, sobre todo esas estúpidas amigas suyas. ¡Es una noticia increíble! Tengo que felicitarte, primito. No eres tan inútil como pensaba. Has cumplido con tu parte, así que considérate libre. Ya puedes ir corriendo a Nueva York antes de que esa idiota empiece a hacerse cuentos de jugar a las casitas y el felices para siempre–
–De hecho no pienso irme. Ya se lo dejé en claro a mi papá. Me quedo en Moscú, y fíjate que me han dado ganas de jugar a la casita con Aliya–
–¿A qué te refieres, asno? ¿No serás tan idiota de...–
–¿De enamorarme de ella?– rió Alexey. Y entonces lo pensó. –¿Y si fuera así qué? Es guapa, es lista, es educada, me ve como a un dios y estoy seguro de que será buena ama de casa. La esposa trofeo perfecta para un hombre de negocios tan importante como yo–
Viktoria rompió a reír.
–Eres un completo imbécil– se burló. –¿De verdad te enamoraste de esa tarada?–
–Me casaré con ella. ¿Eso te dice algo?–
–Sí, que no tienes ni una pizca de cerebro. Además eres un cretino y un mujeriego. Jamás podrás ser un hombre de familia–
–Piensa lo que quieras, Viko. Me importa un bledo tu opinión, pero no te preocupes, sigues estando invitada a mi boda. Espera la invitación–
Viktoria continuó riendo, y sin más colgó.
Lo que hiciera o no hiciera su primo, la tenía sin cuidado. Aunque le agradaba bastante la idea de que se convirtiera en el amado maridito de Aliya. Sin duda Alexey lo echaba a perder todo. Era tan inmaduro y tan estúpido que todo lo que tocaba lo arruinaba. No dudaba ni tantito que arruinaría la vida de esa tonta. Su vida, su corazón y su carrera deportiva.
No podía estar feliz. Aplaudió emocionada consigo misma, con lo inteligente que era.
Caminó saltando de alegría hasta los dormitorios y se topó de frente precisamente con el resto de las chicas que tampoco le agradaban. No dudó en molestarlas.
–¿Pero por qué esa cara? Deberían estar contentas, ¿no? ¡Vamos a ser tías!– claramente Viktoria no lo decía con genuina emoción, sino con completa burla.
Tatiana, Ksenia y Mariya la miraron consternadas.
–¿Tú cómo sabes eso?– Misha fue hacia ella, molesta. Según Sergei, la Federación deseaba manejar la situación de Aliya con toda la discreción.
Por fortuna Tatiana la detuvo.
–Tranquila, defensora de mamás. Nadie me ha pasado información. Te recuerdo con Alexey es mi primo. Toda la familia estamos contentísimos por él– desde luego era mentira. Su familia era de todo, menos unida. Dudaba siquiera que sus tíos, los padres de Alexey, fuesen a molestarse en felicitarlo.
–Oh, y seguro estás contentísima, ¿no? Ahora que Musti estará fuera de competencia, pensarás que por fin tendrás tu oportunidad de ser la mejor gimnasta de Rusia– le dijo Mariya con evidente sarcasmo.
–Bueno, alguien tiene que ser la mejor, ¿no es así? Y te aseguro que ni tú, ni las otras tontas tienen oportunidad de serlo. Creo que la única con las suficientes capacidades para ocupar ese lugar se llama Viktoria Komova, y esa soy yo–
–¿De verdad crees que puedes ocupar el lugar de Aliya? ¡Sólo en tus sueños, Viko!– se burló Ksenia.
–¿Sueños?– inquirió Viktoria. –La realidad es esta, niñas. Y mejor será que la acepten. Su adorada Mustafina se ha ido de Lake Round y del equipo nacional, y quizás ni siquiera regrese–
Tatiana negó de inmediato.
–Veo que ni siquiera te contaron bien– replicó Tatiana muy segura. –Para tu información, Aliya se ha ido de Lake Round sólo mientras pase su embarazo. Cuando su bebé tenga dos meses regresará a los entrenamientos y seguirá siendo la capitana del equipo, y también la mejor gimnasta actual de Rusia, de Europa y del mundo entero–
La nueva información no le cayó para nada en gracia a Viktoria. ¿Cómo que Aliya tenía ya pactado su regreso? Aquello no era parte del plan. No pudo ocultar su expresión de sorpresa y disgusto.
–Oh, y para que sepas, la Federación ha sido bastante considerada con ella, y no podía ser de otra forma, siendo una de las atletas actuales– Mariya sonreía al verle la cara a aquella envidiosa.
–Aliya prácticamente sólo esta de permiso por maternidad. Pero mantendrá su sueldo, su seguro médico, y por seguro, también su lugar aquí– Ksenia también lo disfrutaba y no dudó en añadirle más sal a la herida, solo para molestarla.
–Además seguirá participando en torneos y cosas por el estilo. Será jueza en distintas competencias de la liga junior– continuó Tatiana. –Como te darás cuenta, la Federación se negó a dejarla ir, e hizo de todo para asegurarla–
Viktoria se mantuvo en silencio, sintiendo la furia recorrerla.
Sentía tanta ira que ni siquiera pudo pensar en una contestación.
Sencillamente se largó de ahí, rabiando y maldiciendo su maldita suerte.
Aún así se dijo, que aunque Aliya regresara, ella le llevaría aproximadamente un año de ventaja, y debía aprovecharlo al máximo.
Aquello ya era personal.
●●●●●
Aliya entró a su casa con la maleta rodando tras su espalda.
Luego de que Alexey la llevara de vuelta, ella había ido directo a su auto para sacar sus cosas, decidiendo quedarse ahí un rato más, sentada en el asiento del conductor, y pensando en mil cosas.
La felicidad que sentía de saber que Alexey estaba tan contento como ella, y que juntos formarían una hermosa familia, se había visto de pronto abrumada ante la idea de que antes de que todo eso pasara, debía enfrentar a Farjat Mustafin.
Y aunque prefería masticar clavos antes que adentrarse en aquella confrontación, sabía que no tenía otra opción.
Debía hacerlo por su bebé, por Alexey, y también por ella misma.
Se había llegado el momento finalmente, y aunque no sabía cómo terminaría la situación, de una cosa estaba segura y era que por amor, era capaz de todo.
En cuanto cruzó la sala, sus padres la miraron con sorpresa. No era nada común verla llegar antes del fin de semana, y mucho menos con equipaje, siendo ahora más que el habitual.
–¿Qué estás haciendo aquí, Aliya?– Farjat que había estado pasando su tarde tranquilamente mientras bebía una taza de su té favorito y leía un libro sobre historia antigua, se puso en pie en cuanto la vio.
Algo no le pintó bien, y su expresión endurecida se lo hizo saber a su hija.
–¿Está todo bien, cariño?– Yelena fue hacia ella para darle un beso en cada mejilla como saludo de bienvenida.
Aliya que permanecía tensa ante la atenta mirada de su progenitor, consiguió mostrar una leve sonrisa para su madre.
–Sí, mamá. Tranquila. No ha ocurrido nada malo–
–Si no ha ocurrido nada malo, ¿entonces por qué demonios no estás en Lake Round entrenando?– cuestionó Farjat en tono duro.
La joven gimnasta tomó aire en una inhalación. La tensión era palpable en el aire. Se sentía atacada por la ansiedad.
> Vamos, tienes que ser valiente. Tienes que ser valiente< se repetía su mente a cada instante.
–He dejado Lake Round, papa– le informó y mantuvo el rostro en alto.
Farjat no perdió los estribos todavía.
–¿Por qué?– le preguntó con una calma que desde luego no sentía. Estaba furioso.
–Porque estoy embarazada– la voz le tembló pero se obligó a sí misma a permanecer firme.
Las palabras resonaron en la habitación como un trueno en un cielo despejado.
Yelena ahogó un gemido de angustia y sorpresa.
Aquellos ojos tártaros de Farjat, que había heredado a su hija, normalmente eran fríos y calculadores. En ese momento se encendieron con una furia que se desbordó de ellos.
–¡¿Qué has dicho?!– rugió. Su voz potente hizo temblar las ventanas. Las manos que habían estado relajadas sosteniendo el libro, ahora se crispaban en puños. De primera cuenta se negó a creerlo, pero transcurridos los segundos entendió que no se trataba de ninguna broma.
Aliya tragó saliva, sintiendo cómo su corazón latía desbocado, y se vio obligada a repetir las palabras.
–Estoy embarazada, papá. Voy a tener un bebé. Y quiero que sepas, que ambos lo sepan– miró también a su callada madre. –Que voy a tenerlo. No me importa lo que digan. Amo a mi bebé y también al papá de este bebé. Ya no soy una niña. Soy una mujer adulta, y he tomado mi decisión–
El rostro de Farjat estaba contorsionado por una mezcla de incredulidad y rabia.
–¡¿Cómo te atreviste a hacer esto, Aliya?! ¡Eres una gimnasta de élite, maldición! ¡¿Cómo pudiste?! ¡¿Cómo pudiste?!– fue hacia ella entonces y la tomó de los hombros para sacudirla. –¡¿No pensaste en tu carrera?! ¡¿En tu futuro?! ¡¿En todo lo que hemos hecho por ti?!– La voz de Farjat aumentó en intensidad con cada palabra, y sus ojos chisporroteaban de furia. Sus palabras eran como golpes, cada una dejando una marca profunda en el alma de Aliya, que hasta entonces había dejado la culpa y el remordimiento en el último lugar de sus emociones.
–¡Farjat!– por primera vez, Yelena decidió entrar en acción. Por sorprendente que esto fuera. Fue hacia su marido y hacia su hija, e intentó separarlos. –¡No la lastimes! ¡Está embarazada!–
Farjat la soltó pero seguía enfurecido. Miró a su esposa y le gritó.
–¡Ya sé que está embarazada, maldición! ¡Te dije! ¡Te dije que ese maldito noviazgo no le convenía! ¡Ahora lo ha arruinado todo!–
–¡Basta, papá!– reaccionó Aliya de una vez. Las lágrimas brillaban en su rostro pero también la determinación. –¡No vine aquí buscando tu apoyo o tu aprobación! ¡Eso se acabó! ¡Este bebé es lo más importante que tengo ahora, y pienso ponerlo por encima de todo! ¡Solo he venido por mis cosas! ¡Me largo de aquí para poder vivir mi vida!–
Farjat estuvo a punto de replicarle. Sin embargo no alcanzó a hacerlo. De repente se llevó una mano al pecho, un gesto tan inesperado que Aliya y Yelena se detuvieron en seco, con el corazón en la garganta.
La furia en el rostro del patriarca se convirtió en una expresión de dolor y sorpresa. Todo él tembló. Su cuerpo se desplomó en el suelo. De un momento a otro, las fuertes emociones le empezaban a cobrar un precio devastador.
–¡Papá!–
–¡Farjat!–
Aliya corrió a su auxilio, con los ojos desorbitados por el miedo. Se arrodilló junto al cuerpo que se sacudía, tratando de hacer algo pero sus propias manos temblaban de terror.
Yelena se apresuró a tomar el teléfono para llamar a una ambulancia.
–¡Resiste, papá! ¡Por favor, resiste!– las lágrimas caían ahora sin control.
●●●●●
En medio de su agonía, Farjat Mustafin había pedido verla.
Ella estaba ahora ahí, junto a aquella cama de hospital en donde él yacía muriéndose de poco en poco.
Su respiración entrecortada y débil, cada aliento le costaba más que el anterior. Iba perdiendo las fuerzas. Sus ojos perdían la vida.
Aliya que no había dejado de llorar, ahogó un gemido de angustia aún más grande en la garganta. Sus lágrimas caían sin cesar. Un torrente incesante que se mezclaba con el sonido entrecortado de su respiración. Su corazón estaba destrozado, la culpa y el arrepentimiento se entrelazaban en su pecho, a medida que el peso de sus decisiones recientes se derramaba en sollozos ahogados. El anuncio de su embarazo y su decisión de abandonar la gimnasia y también su casa, había desencadenado una furia explosiva en su padre, un estallido de ira que había sido demasiado para su corazón envejecido.
Podía recordarlo todo aún. El temblor en su voz al confesar que estaba embarazada. Farjat, siempre el hombre de expectativas inquebrantables, había reaccionado con una furia incontrolable, su rostro se había enrojecido, y había lanzado palabras que perforaban el alma. Su desesperación había sido plasmada en un grito que lamentablemente había atravesado los límites, y lo que había sido una tormenta de ira se convirtió en un ataque al corazón fulminante.
Ahora, él estaba al borde del abismo, su vida se desvanecía lentamente, y Aliya no podía más que aferrarse a su mano fría y temblorosa, tratando de encontrar algún consuelo en el contacto, aunque sabía que el tiempo se agotaba. Cada segundo parecía estirarse, como si el universo entero estuviera suspendido en una agonía silenciosa, mientras el hombre que le había dado la vida luchaba por sostenerse a sí mismo, por mantenerse en el mundo que se le escapaba.
Con una fuerza que parecía provenir de lo más profundo de su ser, Farjat logró abrir los ojos, sus miradas unidas en un encuentro de desolación. Su voz, rasposa y débil, apenas era un susurro, pero cada palabra estaba cargada de una tristeza inmensa.
–Aliya– la llamó. –Lo siento... Lo siento tanto...–
Ella sollozó más fuerte mientras escuchaba la penosa voz de su padre. Aquellas palabras que parecían casi imposibles de creer.
–Papá, yo lo siento– respondió la gimnasta. –Yo nunca quise que esto pasará... Te juro que nunca quise...–
–Esto no es... no es tu culpa– Farjat se esforzó para seguir hablando. Verdaderamente lo hacía. Tenía que decirlo. No podía irse sin hacerlo. –Yo sólo quería que fueras... que fueras la mejor. ¿Y sabes qué?– tosió. Le dolía demasiado. Le costaba demasiado. Su pecho se elevaba pero no lo suficiente. Siempre volvía a caer. –Desde hace tiempo lo eres. Lo hiciste... te convertiste en lo que yo no pude...–
Aliya no podía creerse que su papá estuviese llorando. Lo escuchaba, lo miraba. Estaba dentro de un shock.
–No me quiero ir sin pedirte... perdón por...– más tos. –...por lo duro que fui. No supe ser un... padre para ti, y... y lo lamento. Siempre te amé... siempre estuve orgulloso de ti... Me duele tener que irme y... y no habértelo demostrado nunca...–
–¡No! ¡Papá, no! ¡No te mueras! ¡Por favor, papá, no te mueras!– Aliya estaba suplicándoselo. Se lo suplicaba con toda su alma.
–Ha llegado mi hora, hija...–
–¡Noo! ¡No, papá!–
–Me iré en paz... sabiendo que pude hablar contigo... Lo único que lamento es... es que no podré conocer a... a mi nieto... Cuídalo, Aliya, cuídalo mucho, dale todo... tu amor, hazlo un... un gran ser humano...–
–Papá...–
–Dile a tu mamá que la amo... y que por favor me perdone–
Farjat no dijo una cosa más. Sus últimas palabras se desvanecieron en un susurro final, su cuerpo entró en completa relajación, su alma se despidió de este mundo con un último aliento que pareció llenar la habitación de una calma que no podía ser más cruel.
El silencio que siguió fue el más absoluto de los silencios, el tipo de quietud que parecía aplastar a Aliya, como si el vacío dejara una marca indeleble en su corazón.
Un segundo más tarde, ella se desplomó sobre la cama, gritando y sollozando, abrazando el cuerpo inerte con una desesperación sin fin. Su llanto se volvió un grito roto, una liberación desgarradora
Cuando el médico entró para hacer lo correspondiente, le pidió a la joven que saliera, luego de darle sus condolencias.
Llena de esa fortaleza que la caracterizaba, Aliya sorbió sus lágrimas y aceptó lo que le pedían.
Volvió a la sala de espera donde la esperaba su madre.
Apenas llegó a ella, la abrazó y se soltó a llorar de nueva cuenta.
Yelena supo entonces que el marido, al que tanto había amado, y temido, se había ido ya.
No había más que hacer. Solo abrazar a su hija. Tan solo eso.
Las dos lloraron. El dolor fue uno solo. La inmensidad de su tristeza también.
El abrazo entre ellas fue todo menos un simple gesto de consuelo. Era una amalgama de dolor crudo y amor incondicional, una desesperación compartida que parecía unirlas en su sufrimiento.
Aún y con todo eso, ambas sintieron una especie de liberación. Lo entendieron bien.
Se tomaron de las manos, pero entonces alguien más apareció.
–¡Aliya!–
Era Alexey.
Él fue hacia su novia para abrazarla.
Ella se hundió en aquel abrazo.
–Gracias por estar aquí–
–Eres mi futura esposa, y vamos a tener un hijo. Tenía que estar aquí– Alexey la rodeó con sus brazos, y mientras lo hacía, miró a su suegra. –Lamento lo de su marido–
Yelena le agradeció.
–Gracias, muchacho–
–También vine porque necesitaba dar la cara y dejar en claro que... yo responderé por Aliya y por el bebé que tendremos–
●●●●●
Un mes más tarde, Aliya y Alexey contrajeron matrimonio en una hermosa ceremonia, justamente en una de las capillas más importantes de Moscú, y junto a amigos y familiares.
Para la joven gimnasta y futura madre, aquel fue uno de los días más felices de su vida. Sintiendo realmente que estaba viviendo el más grande y divino sueño.
Estaba sucediendo. Se había casado con el amor de su vida. Tendría a su bebé en los brazos en unos cuantos meses más. No podía ser más feliz.
Además se sentía hermosa. Jamás se había sentido más hermosa. El vestido blanco que portaba le otorgaba esa magia.
El mejor día de su vida... repitió contenta.
Su madre, sus amigas, Sergei y la gente importante que la habían acompañado a lo largo de su carrera deportiva, estaban ahí, todos celebrando su inmensa felicidad.
Los padres de Alexey no se habían presentado, por el contrario, pero en medio de la recepción, le habían regalado una llamada amenazándolo con que dejara de comportarse como un niño. Había fallado como hijo, pero le advertían que no se le fuese a ocurrir fallar ahora como esposo y padre.
–En verdad no puedo entender qué es lo que vio esa niña en ti. Más vale que no lo eches todo a perder, como todo lo demás. Estoy dispuesto a negociar contigo, y ver por el bienestar del niño...–
–Para su información ya maduré– le respondió a su progenitor con total enfado. –Y como dije antes, no te necesito ni necesito tu dinero. ¡De mi mujer y de mi hijo me haré cargo yo!– entonces le colgó.
Le tomó unos cuantos instantes deshacerse de la furia. Inhaló y exhaló un par de veces, después consiguió regresar su sonrisa de recién casado.
Bastante oportuno, pues justo en ese momento se acercó su abuela.
–Luces tan guapo, mi querido Alexey– Svetlana miraba a su nieto con orgullo. Para nadie era un secreto que de entre todos sus nietos, él era su favorito.
–Abuela, tu luces guapísima. Y no podía ser para menos. Estamos en mi boda– le contestó Alexey mientras le besaba ambas mejillas.
Svetlana lucía pulcra y elegante como siempre. Aquella noche en especial, parecía espectacular.
–Lo sé, mi cielo. Por eso quiero entregarte esto. Considéralo un regalo de nupcias–
Alexey imaginaba de qué se trataba.
Durante aquel último mes había estado trabajando bien a aquella mujer.
Si bien era cierto, que Svetlana no se dejaba manipular por nadie, justamente él era su punto débil. Su preciado nieto.
Cuando terminó de abrir el sobre, y leyó los documentos, la sonrisa en su cara era gigantesca. Volvió a guardar los sobres y de inmediato fue de nuevo hacia su abuela para plantarle un beso más.
–Te prometo que no te defraudaré– le dijo, y mientras lo hacía, apretó con sus dedos aquella magnifica carta poder donde le cedía el manejo de todos sus negocios. Iba a cuidar ese papel mejor que a su propio hijo. Río para sí mismo.
Svetlana sonrió satisfecha. Se fijó después en que la bonita novia se acercaba.
–Los dejo. Felicidades de nuevo– la anciana besó la mejilla de Aliya, y enseguida se marchó.
Alexey abrió los brazos para recibir a su nueva esposa.
–La fiesta se estaba poniendo aburrida sin ti–
Él rió.
–Lo lamento, dulzura. Mi padre llamó, y después me entretuve un poco con mi abuela, pero ahora sí soy todo tuyo–
La hizo reír.
Aliya se alzó para besarlo.
–Estoy tan feliz, Alexey–
–También yo–
–Muero de ganas por empezar nuestra vida juntos–
–Ya ha empezado, Aliya. Nos amamos, y tendremos a nuestro hijo–
–¿Puedo confesarte algo?– le pregunto Aliya.
–Claro que sí, princesa. Suéltalo– sonrió coqueto.
–Al inicio... tuve miedo de que fueses a rechazar a nuestro bebé–
Alexey bufó. Su rostro se arrugó en una mueca de incredulidad.
–¿Rechazarlo? ¡Jamás!– no estaba siendo del todo sincero, pero ella no tenía por qué saberlo. Continuó sonriendo, se inclinó para besarla una vez más. –Fui el más feliz cuando me diste la noticia–
–¿De verdad?–
–¡Pero claro!– asintió. –¿Y sabes qué me hará aún más feliz? Cuando me digas que será un niño–
Aliya se quedó pensativa entonces.
–¿Y qué pasará si es niña?– ella no deseaba pensar que Alexey fuese a quererla menos por ese motivo.
Él se inclinó de hombros.
–Eso no pasará, amorcito. Esto que tienes aquí...– le tocó el vientre posesivamente. –... será varoncito. Todo un Zaytsev–
Aliya se olvidó de lo que había pensado, y miró a su esposo con ternura.
–Te amo, Alexey, y amo al mini Zaytsev–
–Yo también los amo, princesa. Seremos muy felices los tres, ya lo verás–
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