Capítulo 12

Travis había sido un niño feliz... Demasiado feliz.

Había sido afortunado, se decía constantemente. Recordar su infancia siempre lo hacía sonreír.

Vivir en aquella granja a las afueras de Cleveland junto a sus padres y su hermano era parte de sus mejores memorias. Un pequeño rincón del mundo en donde cada día era una nueva aventura, desde el amanecer con el canto de los gallos y el suave murmullo de los animales que anunciaban el comienzo de la jornada. El sol se alzaba por las mañanas sobre campos de maíz que parecían interminables. El aire fresco, impregnado del aroma de la tierra y el heno, despertaba los sentidos y llenaba de energía.

Ahí, él y Jason habían forjado una vida sencilla pero rebosante de felicidad.

Los días habían transcurrido con una rutina que sin saberlo, llegarían a convertirse en los más gratos recuerdos. El delicioso desayuno que su madre les preparaba para que los dos crecieran grandotes y muy fuertes como tanto les había dicho. Pancakes, huevos revueltos, salchichas humeantes y tocino, todo acompañado de jugo de naranja recién hecho.

Luego de desayunar, los dos hermanos Keith se vestían rápidamente y salían de casa con sus mochilas siempre listas para la expedición.

La escuela para ellos era un lugar divertido, lleno de amigos y aprendizaje. Jugaban en el recreo y aprendían a multiplicar y a dividir en clase.

Escuchar el timbre que anunciaba la salida les llenaba de entusiasmo, pues sus padres les habían permitido regresar solos, así que el camino de vuelta a casa siempre era de lo más emocionante. Y lo mejor era siempre encontrar a mamá esperándolos en la entrada para darles un amoroso abrazo y llenarlos de besos a ambos.

Con la luz del atardecer a sus espaldas, y siempre y cuando hubiesen terminado la tarea a tiempo, Travis y Jason corrían por los caminos de tierra, sus risas resonaban en el aire fresco como si fuesen carreras, exploraban el río y todos los alrededores de aquello que llamaban hogar, andaban en bicicleta pero también les gustaba jugar videojuegos en su Nintendo cuando el clima no les permitía salir, su favorito era Super Mario Bros.

La hora de cenar era también de sus cosas favoritas. Después de que su madre los mandara a bañar para eliminar así toda la tierra y mugre de sus infantiles cuerpos, bajaban al comedor donde ya se encontraba su padre recién llegado de una larga jornada de trabajo. Los cuatro juntos convertían la cena en un festín de historias y risas. Y cuando se llegaba el momento de ir a la cama, el hombre al que llamaban papá tomaba su guitarra y les cantaba Blackbird de The Beatles, cosa que hacían desde que eran bebés, y que siguió haciendo hasta el último de sus días.

Los dos niños llenos de ilusiones habían agradecido al cielo por los padres que les habían tocado. Eduard y Donna Keith, los más ejemplares, los más nobles, los más cariñosos. Los habían educado con todos los valores y el amor para que un día se convirtieran en hombres de bien.

Así, Travis y Jason se regían siempre por medio de la educación que les habían dado papá y mamá. Era por esa razón que habían crecido siendo seres humanos honestos y de buenos sentimientos, con el objetivo claro de que vivir se trataba siempre de esforzarse y hacerlo todo bien, de hacer las cosas con el corazón. De no mentir, no engañar, y no sacar ventaja. De respetar a las mujeres fuesen cuales fuesen las circunstancias.

Además habían crecido viendo cómo su padre amaba y honraba a su madre. Mejor ejemplo de hombría, no hubiesen podido haber tenido.

No habían sido una familia rica, pero no les había faltado nada esencial, y lo más importante, habían sido muy, muy, muy felices.

Al menos hasta que la desgracia sucumbió sus vidas aquel terrible día en que muchas cosas cambiaron.

Una mala inversión lo había cambiado todo. Eduard había apostado todos u patrimonio con la esperanza de que en el futuro tendrían mejor vida, sus hijos mejores oportunidades. Lamentablemente al poco tiempo el negocio había fracasado dejándolo con un montón de deudas y una casa hipotecada. El banco prácticamente los había dejado en la calle. A partir de entonces el dinero había empezado a escasear al grado de que había días en que no tenían siquiera para comprar alimentos. El pequeño Travis y su hermano Jason habían sido testigos de cómo una profunda depresión les arrebataba a su progenitor, quien finalmente había decidido terminar con el problema dándose un balazo en la frente, y otorgándoles así a su familia la oportunidad de cobrar el cuantioso seguro con el que vivirían sin preocuparse más por sobrevivir.

Con todo y aquella pesadilla, Donna y su admirable resiliencia habían luchado día a día con la finalidad de sacar a sus hijos adelante. Y aunque no había sido fácil, cuando la tristeza la llenaba y le era imposible ser fuerte, entonces Travis y Jason lo habían sido. Así, con el paso del tiempo, los tres habían podido superar la adversidad juntos.

Su mudanza a Nueva Jersey se dio justo un año después de la tragedia. Para Donna había sido primordial alejarse de los malos recuerdos, quedarse con los buenos, y lo único que se le había ocurrido había sido un nuevo comienzo para ella y sus dos muchachos que estaban a muy poco tiempo de convertirse en adolescentes. Fue en su nuevo hogar donde al entrar a la secundaria se decidieron por uno de los tantos deportes que había para elegir. El football, cosa que se convertiría en la más grande pasión de los hermanos Keith, llevándolos a desarrollar habilidades deportivas y un sentido del esfuerzo y la perseverancia que los había convertido en atletas de alto rendimiento y los había conducido años después a la Universidad de Princeton.

En 2011 Jason había sido elegido en el draft por los Eagles de Philadelphia, y dos años después, los Rebels de Chicago a Travis.

A partir de ese momento se había dedicado a jugar football, otorgándole grandes victorias a su equipo en su posición de ala cerrada, y ganando increíbles experiencias que seguro recordaría con cariño cuando fuese viejo.

Travis tenía hecha ya su vida en aquella ciudad de Illinois, donde residía el equipo para el que jugaba y el que representaba. Vivía solo con su perro Larry, y estaba ya acostumbrado a eso pero viajaba muy seguido a Philadelphia para visitar a Jason y a su cuñada Kylie, aunque el lugar al que más viajaba era siempre Nueva Jersey donde su madre seguía viviendo y ahora también su abuelo Richard.

Seguía siendo un hombre muy familiar, que buscaba siempre a su familia, pero también se dedicaba a disfrutar su vida.

No todo se basaba en jugar football, también estaba la parte de la fama, el dinero y las mujeres. Era todo un ícono en la NFL, y gracias a su personalidad extrovertida y arrolladora, era conocido en muchos lados y los medios solían asediarlo, lo invitaban a programas de televisión, a estaciones de radio, y siempre estaba de fiesta en fiesta. Estaba por demás decir que todo el mundo quería ser su amigo, pues era bien sabido lo divertido y gracioso que era.

También era conocido por ser un conquistador, eso no lo negaba. Solía salir con mujeres, montones de ellas, todas atractivas y con finta de modelo. Se divertía y satisfacía sus necesidades de hombre, teniendo siempre en mente algo que le había dicho su madre...

–No lastimes a ninguna–

Las mujeres con las que se enredaba estaban más que de acuerdo en que sólo era pasar el rato. Travis jamás les mentía.

Él no era hombre de relaciones serias, al menos no de momento. Incluso había olvidado la última vez que había tenido una novia.

Tenía 34 años y en el fondo sabía que algún día querría sentar cabeza. Hablar de matrimonio e hijos le parecía todavía algo lejano, pero no estaba cerrado a la posibilidad.

Podía decir que su vida era perfecta en esos momentos. Vivía en un penthouse increíble, coches caros, muchos de ellos, dinero para gastarse en tres vidas, y el mundo lo consideraba un ídolo, chicos y grandes, y lo mejor de todo era que se había ganado cada cosa haciendo lo que más le apasionaba que era jugar football.

Travis podía decir que lo tenía todo, pero la realidad era que existía por ahí una mujer viviendo a millones de kilómetros de él, que había conseguido robarle la paz. Una mujer que no salía de su mente ni de noche ni de día... Aliya.

El entrenamiento de ese día había sido pesado. Estaba por demás cansado. Se había dado una ducha rápida, había cenado un baguette de pavo con un Sprite helado sin azúcar, y después se había encerrado en su habitación para dormir y poder descansar, sin embargo sabía bien que, al igual que otras noches, no conseguiría cerrar un ojo.

Tomó su iPad y entonces abrió la aplicación de Youtube. No hizo falta que escribiera su nombre, pues en el buscador aparecía ya como primera opción.

En cuestión de microsegundos los videos fueron desplegados. Torneos de gimnasia, competencias internacionales, clips cortos, edits de sus fans, e incluso eventos completos.

Iba a tener un fin de semana muy ocupado, pues pensaba verlos todos. Ah ya ansiaba verla, pero eso iba a dejarlo para más tarde, y de preferencia en su televisión así tendría una imagen de mayor tamaño para apreciar bien toda la belleza que ella poseía.

Se dirigió entonces a Google y ahí continuó leyendo su biografía que había dejado inconclusa por cuestiones de tiempo.

Hasta ese momento lo que sabía de ella se basaba en que era una gimnasta de élite rusa, campeona mundial en su disciplina, campeona olímpica por dos veces consecutivas. Tenía 24 años, exactamente diez menos que él.

¡Joder! Pero quería saberlo todo.

Había nacido en un pueblito para después mudarse a Moscú una vez que fue seleccionada por la Liga Junior de gimnasia y después pasar a convertirse en Senior, ahora era una consolidada atleta muy reconocida y respetada en su país, a pesar de ser tan joven.

Tenía ascendencia tártara, por parte de su padre, lo que explicaba lo oscuro de su cabello y los rasgos tan exquisitos y diferentes a lo habitual.

Su padre había sido campeón olímpico en Montreal del 76, en lucha grecorromana representando de la Unión Soviética antes de que esta se disolviera. Había sido él su más grande influencia deportiva, pero había fallecido algunos años atrás.

Mientras leía más y más, se sentía mayormente interesado, sin embargo una desagradable sensación lo llenó cuando leyó sobre la pausa en su carrera luego de sus últimos Juegos Olímpicos. ¿La razón? Su boda con un tal Alexey y el nacimiento del hijo de ambos.

–¿Qué? ¡No! ¡No! ¡No! ¡Nooo!– Travis tuvo que ponerse en pie mientras negaba. –¡Mierda, no!–

Saberla casada y madre fue un duro golpe que para nada había esperado. Aquella fue quizás la primera vez que sentía su corazón romperse por una mujer, y fue un sentimiento horrible.

La decepción y frustración lo llenó. Una presión en su pecho le calentó la sangre y lo hizo rabiar. Soltó la tableta electrónica dejándola caer sobre la cama, y se llevó ambas manos a la cara mientras caminaba por la habitación.

No podía creerse el giro que había dado la situación. Literalmente habían transcurrido solo horas desde su encuentro con ella, desde que la había visto abordar ese avión que la llevaría de vuelta a Rusia momentos después de que se besaran con desesperación y locura. Se negaba a aceptar que la mujer estuviese unida en matrimonio a alguien más, que le perteneciera a otro... ¡Maldición, no!

Logró tranquilizarse y entonces se dijo que las cosas eran como tenían que ser.

Miró de nuevo su iPad, y estuvo a punto de mandarlo todo al carajo, no seguir leyendo más porque ya se sentía lo suficientemente miserable, sin embargo hubo una parte de él que terminó accediendo. Curiosidad, quizás, pero gracias a eso se encontró con la parte que hablaba de su divorcio.

Entonces una luz de esperanza regresó a su pecho, a su corazón. ¡Gracias al cielo! El matrimonio con aquel imbécil no había durado ni siquiera un año, y eso lo alegró profundamente. Aliya era libre, y ese fue el motivo de su gigantesca sonrisa.

Fue ahí cuando se dio cuenta de lo ridículo de su situación. La mujer en cuestión y él ni siquiera estaban en el mismo continente. Aunque la preciosa gimnasta estuviera divinamente soltera, ¿eso en qué le beneficiaba? ¿Qué planeaba hacer? ¿Ir a buscarla a Rusia?

Travis exhaló y volvió a sentarse sobre la planicie de su cama y continuó con su ardua lectura.

Aliya se había ausentado de las competencias y de la gimnasia en general después de su proceso de separación con su exmarido, cayendo así en una delicada depresión que por poco había acabado con su carrera. Sin embargo más adelante hablaba sobre su regreso triunfal y las victorias obtenidas hasta entonces. Leer ese otro dato sobre ella, también lo puso muy feliz sin entender por qué.

–Es una campeona...– susurró convencido de eso.

Más tarde se dedicaría a ver todas sus competencias, y no perdería detalle alguno.

Tomó su celular y la buscó en Instagram.

Ver fotos de ella mucho más personales, causó una aceleración en sus latidos.

Empezó a verlas una por una, la mayoría eran de entrenamientos o eventos importantes. Todas las publicaciones estaban escritas en ruso, por lo que no entendía ni un poco, pero por fortuna tenía ahí el botón traducir. Sus favoritas, y en las que desde luego oprimió el ícono del corazón fueron las selfies.

–Es tan bonita...– se dijo.

¿Bonita? ¡Era preciosa! Ella miraba fijamente a la cámara, y se sentía como si lo estuviese mirando a él.

Sus ojos eran increíbles, no conseguía olvidarlos, y dudaba de su capacidad para lograrlo. Incluso estaba seguro de que esa noche soñaría con ellos.

Habían más fotografías con amigas y compañeras de equipo, en los entrenamientos, en el café, en el centro comercial, turisteando en otros países... En todas se veía hermosa.

Travis sonrió y frunció el ceño más que interesado, cuando se encontró con fotografías del que debía ser su hijo. Un pequeño rubiecito muy lindo y bastante simpático. Tenía grandes ojos azules. Se parecía a ella, y no pensaba discutirlo.

Afortunadamente no había ni una sola foto del tipejo con el que se había casado y después divorciado. Aquello significaba que Aliya había borrado todo rastro de él.

–¡Aaaaah, me encanta! ¡Esta mujer me encanta!– gritó, dejó el celular de lado y se echó de espaldas al colchón mirando hacia el techo.

Larry comenzó a ladrar pues se había asustado con el estruendoso grito de su amo, de inmediato se subió a la cama, moviendo la colita y buscándolo para ser acariciado.

Riendo, Travis lo tomó en brazos y lo miró con fijeza.

–¿Tú crees que estoy loco, Larry?–

El perrito ladró aún más y se removió graciosamente.

–Bueno, pues si no lo estoy aún, de poco en poco terminaré por enloquecer–

Y no mentía.

Aliya Mustafina lo estaba haciendo perder la razón.

Lo terrible del caso era que lo único que tenía de ella era su imagen en una pantalla, y el recuerdo de sus besos con la sensación de su cuerpo pegado al suyo.

Tomó su celular para ver de nueva cuenta su fotografía. Entonces soltó un suspiro.

–¿Volveré a verte de nuevo, hermosa duquesa de Rusia?–

●●●●●

¡Los Rebels de Chicago!

Aliya frunció el ceño ante el grito de su amiga, sin entender de qué demonios estaba hablando.

Recién habían terminado un entrenamiento extra, y las dos se habían quedado recostadas en el tapiz para recuperar aire y energías.

Mariya llevaba un buen raro silenciosa y con su celular en las manos, pero de un segundo a otro había cambiado de la tranquilidad a la euforia.

¿De qué hablas? ¿Qué es eso de los Rebels?

La rubia la miró con gran emoción mientras la sonrisa en su rostro se hacía más y más grande.

Musti, habló del grandote que conociste en Los Ángeles hace unas semanas. Yo sabía que lo había visto en alguna parte. ¡Es un jugador famoso de la NFL!

Los nuevos datos que su amiga le dio dejaron a Aliya perpleja.

Su primera reacción fue arrebatarle el celular para ver por ella misma.

El artículo tenía como encabezado Travis Kelce gran fanático de la gimnasia artística. El texto hablaba de que el jugador de los Rebels de Chicago había sido visto ese fin de semana en Los Ángeles disfrutando de la Copa del Mundo, aplaudiendo impresionado mientras miraba con atención la competencia, y tomándose fotos con los fans que lo reconocían, siendo siempre amable con cada uno de ellos.

¡Cielo santo, Musti! ¡Ese adonis fue a buscarte! ¡Fue solo para verte!– Mariya brincaba de la emoción. –¡¿Se vieron ese día?! ¡¿Hablaron?! ¡¿De qué hablaron?!

¿Hablar? Ariana enrojeció. No habían hablado mucho. Habían ocupado el tiempo besándose con tanta pasión y ardor que su cuerpo casi había encendido en llamas.

La impresionante reacción la había dejado en shock. Aún lo hacía. Jamás había sentido nada parecido, y eso era lo que la tenía tan consternada.

No podía olvidarse de aquel beso, tampoco de aquel hombre que ahora tenía nombre y apellido.

Travis Keith, quien había ido a buscarla, quien la había tomado entre sus brazos y la había besado como nunca nadie lo había hecho antes.

No, no hablamos. No nos vimos en ningún momento

¡Ay ajá! ¡Dime la verdad! ¡¿Intercambiaron números?! ¡Estás mensajeando ahora mismo con él, ¿cierto?!

¡No! No intercambiamos números, caray. Tu mente puede inventarse muy buenas novelas, ¿eh?

¿Entonces cómo te explicas su presencia en La Copa?

Aliya se hundió de hombros fingiendo desinterés.

Quizás sólo es muy fan de la gimnasia y ya, no precisamente de las gimnastas

Mariya soltó una carcajada larga.

Bueno, por la manera en que se estaban besando cuando bajé a buscarte al bar... yo diría que ese Travis es más que un fan tuyo–

Esta vez Aliya enrojeció en serio.

¿Por qué Misha tenía que mencionarlo? Quizás no recordaba los besos del bar, pero recordaba bien los que se habían dado en el aeropuerto. Tan bien que no podía olvidar al hombre con el que había compartido ese íntimo momento, la fuerza de su grande y musculoso cuerpo contra el suyo, el cómo sus manos la habían sostenido cada vez más cerca...

¡Woooow, sí que es famoso! ¡Tiene 7 millones de seguidores en Instagram! ¡Ve!– Mariya le mostró el celular.

Aliya observó el perfil y no pudo evitar sentirse ridícula al recordar esa mañana en que le había pedido que no dijera nada sobre su borrachera... ¡Hasta le había ofrecido dinero!

Seguro cuando le pedí que no le contara a nadie que me había visto borracha, se quedó pensando que... ¡Que soy una tonta! ¡Qué vergüenza!– Aliya sentía ganas de darse topes contra la pared.

Su amiga rió a carcajadas porque a su parecer ese momento había sido épico.

Tranquila, Musti, de igual modo estás en Rusia y él está al otro lado del hemisferio. No es como que volverás a verlo... ¡OMG! ¿Pero y si se le ocurre venir hasta aquí a buscarte solo porque se quedó muy, muy enamorado de ti?– Mariya se mostró emocionada ante esa posibilidad. –¡Sería como una novela de amor! ¿Te imaginas? ¡Yo no me la perdería por nada del mundo!

Aliya cerró los ojos y negó. Eso era algo que nunca sucedería.

¿Un hombre como aquel, volviéndose loco de amor por ella al grado de seguirla hasta otro continente? Sí, claro, eso no pasaba en la vida real. Misha era demasiado fantasiosa, demasiado romántica y soñadora. Necesitaba aterrizar los pies sobre la tierra. Ella lo había hecho ya hacia algunos años, gracias a su ex marido.

Bueno, pero ya deja de fisgonear en sus fotos. No se te vaya a escapar un corazón y entonces sabrá que lo estuvimos buscando

Tranquila, yo soy experta en fisgonear sin que se me escape ningún corazón, pero además si eso pasara no creo que se fije, recibe miles y miles de corazones, seguro el nuestro se perdería entre tantos... ¡Wow, sí que es gigante, ve la diferencia de alturas con Jimmy Fallon! ¡Vaya macizo! Tiene justo esa pinta de bravucón, capaz de patearle el trasero a un luchador profesional–

Aliya puso atención en la foto que Mariya le mostraba. No le costó nada estar de acuerdo con lo último que había dicho. Travis Keith parecía gritar a los cuatro vientos «Ni se te ocurra joderme». La mirada penetrante y la mandíbula dura parecían todavía más inclementes por la sombra de la barba. Todo él destilaba poder letal. La intimidaba demasiado, y de verdad esperaba no volver a topárselo nunca más en la vida.

Aliya le hizo entonces una señal con la mirada a Misha, pues vio que Oleg llegaba corriendo directamente para abrazarla.

¡Mamiiiiii!

¡Mi amor!– ella se inclinó para recibirlo con brazos abiertos. Una vez que llegó, lo alzó en brazos y lo abrazó con todo su amor.

Detrás de su hijo llegaban Seda y Gelya quienes habían estado jugando con él en la cancha de fútbol.

¡Oleg tiene demasiada energía! Casi tanta como Seda– bromeó Anguelina y todas rieron.

Bueno, el peque me metió seis goles, así que creo que él es mucho más enérgico– respondió la morena, quien verdaderamente lucía cansada, aún así sonreía.

Aliya se negó a soltar al pequeño, y le llenó la carita de un montón de besos. Era la mamá más amorosa del mundo.

Gracias por cuidarlo y jugar con él toda la tarde. Prometo recompensárselos

Seda y Gelya negaron prontamente.

No agradezcas, Musti, Oleg es nuestro mejor amigo. Amamos jugar con él

Ya sabes que nos encanta, Musti. No nos debes nada

El corazón de Aliya se sentía muy agradecido con ellas por querer tanto a su Oleg, y por ser de ayuda. Su expresión se los dijo.

Gelya y Seda le sonrieron. Luego colocaron una mano en su hombro para hacerle saber que no estaba sola.

Te queremos, hermana mayor– le dijeron antes de marcharse. –¡Adiós, guapo!– también se despidieron de Oleg, quien agitó una manita sonriéndoles adorablemente.

Creo que yo también debo marcharme, es tarde, y seguro querrás descansar con este precioso– Mariya se puso en pie y le dio un tierno beso a su sobrino en la cabecita. –Descansa, Musti. Mañana nos vemos para seguir hablando de tu V. I. K. I . N. G. O.– deletreó la palabra para no decirla frente al pequeño y después le guiñó un ojo.

Aliya no pudo evitar reír ante las ocurrencias de su amiga.

Estás loca– le dijo y enseguida la vio marcharse.

La rutina que Aliya y Oleg tenían ahí en Lake Round no era muy diferente a la de sus vidas en Moscú o en Yegórievsk. Antes de que oscureciera, su hijo ya estaba bañado y con la pijama puesta. Cenaban algo práctico y después se iban a la cama, donde ella le leía un cuento.

¿Qué cuento quieres que te lea hoy, mi amor?– le preguntó amorosa.

Oleg negó.

No, quiedo cuento, mami

Aliya frunció el ceño.

Su pequeño amaba que le contara historias.

¿Entonces quieres dormir sin cuento?

No, mami, domid no– le hizo un puchero.

Los ojitos azules que la miraban la derretían de amor. Se suponía que debía ser una madre estricta, pero a veces simplemente no podía.

¿Por qué no quieres dormir, Oleg?

Quiedo ved la luna– el rubiecito se bajó de la cama con rapidez y se acercó al taburete con vista hacia la ventana. –¡Mami, es la luna! ¡Yo te quiedo complad la luna!

Aliya rió sorprendida.

¿Me quieres comprar la luna?– no pudo evitar reír. Oleg a veces sacaba ideas muy graciosas e inesperadas.

Lo vio asentir contento.

Tú me disdte mi cado, yo te doy la luna–

Divertida y conmovida con la situación, Aliya entendió que en vista de que ella le había obsequiado aquel carro a control remoto, ahora él deseaba obsequiarle la luna. ¡Era tan ocurrente!

Se acercó a él y le acarició la cabecita, peinándole el cabello y colocando los mechones largos justo detrás de sus orejas.

Pero la luna está muy alta. Yo no la necesito. Te tengo a ti y eres toda la luz de mi vida

Oleg insistió.

Mami, es tuya

Su corazón de madre se le apretujó de amor. Era el niño más hermoso de todo el universo, tenía un corazón enorme para lo pequeño que era.

No le estaba resultando difícil para nada el tener que criarlo sola. Lo estaba haciendo con todo el amor del mundo y no le significaba ningún sacrificio. Para ella su hijo lo era todo.

Aún así no dejaba de doler lo que alguna vez había soñado, la ilusión que siempre había tenido de formar a su familia. Familia que había logrado tener aunque hubiese sido poco tiempo. Familia que Alexey se había encargado de romper.

Había veces en que se sentía culpable de no poder ofrecer a su hijo la estabilidad y seguridad que significaba una familia. Desde luego todavía cargaba con la culpa de haberle elegido a un padre al que ni siquiera le importaba, que ni siquiera lo llamaba, que se había olvidado por completo de él.

No podía entenderlo. Oleg era la cosita más preciosa del mundo. Todo el mundo quería tenerlo cerca, todo el mundo lo amaba. ¿Por qué su propio padre lo rechazaba entonces?

Exhaló. Si se ponía a pensar en eso en ese momento terminaría rompiendo en llanto.

No podía llorar más. No por alguien de tan poco valor como lo era Alexey Zaytsev.

●●●●●

Thanksgiving era una celebración importante en Estados Unidos, y desde luego lo era para los Keith.

El día había sido bastante ajetreado para Travis. Por la mañana se había visto obligado a cumplir con un par de compromisos laborales, jugando su parte del evento. Apenas terminó, corrió a su departamento a tomar su pequeño equipaje y se lanzó al aeropuerto pues tenía ya su boleto que lo llevaría Nueva Jersey, y luego de aquello, le había costado demasiado encontrar un taxi que pudiese llevarlo a la casa familiar.

Abrió la puerta y apareció en el comedor con el corazón acelerado, la adrenalina recorriendo su cuerpo. Aún y con los pulmones llenos de aire, consiguió sonreír al encontrar la mesa llena, la risa de su madre llenando el ambiente con esa calidez ya familiar.

Donna se levantó de su asiento, sus ojos brillando de emoción.

–¡Travis, cariño! Pensé que no llegarías a tiempo para la cena– exclamó, abrazándolo maternal y amorosamente.

–Sabes que no me perdería tu cena de Acción de Gracias, mamá– no había poder en el mundo que hubiese podido detener su llegada a casa.

–¡Mira quién decidió aparecer!– Jason se acercó para abrazarlo también. –Estaba a punto de empezar a devorarlo todo, sin ti–

–¡Totalmente creo en lo que dices!– respondió Travis dando unas cuantas palmadas al robusto estómago de su hermano.

–Nadie iba a devorar nada sin ti, Trav– le aclaró Kylie, su cuñada entre risas. –Qué bueno verte– lo abrazó con ese cariño de hermana que le tenía desde que lo conocía.

Travis la apreciaba del mismo modo.

–Kylie, te ves genial el día de hoy. Jason parece un vagabundo a tu lado– bromeó recibiendo un golpe en las costillas de su parte.

Ambos rieron y comenzaron a juguetear. Fuera de las bromas que solían gastarse entre ambos, y del humor pesado con el que se llevaban, se querían demasiado, cuando estaban juntos parecían dos niños pequeños riendo y peleando por cosas infantiles y muy tontas.

Travis dejó de jugar con su hermano para poder ir con su abuelo, quien lo miraba desde la cabecera de la mesa.

–¿Cómo estás, abuelo?–

–¿Yo? Cada día más guapo, ¿no lo ves, muchacho?–

Richard Sheridan había sido sin duda un hombre muy atractivo y la vida lo había tratado bien al envejecer pues seguía teniendo aquel porte de hombre imponente y esa chispa traviesa en la mirada aun y cuando llevaba años postrado en su silla de ruedas. Solía ser siempre bromista y muy alegre, tenía un peculiar sentido del humor, y sin duda sus dos nietos disfrutaban de estar con él.

Soltando una carcajada, Travis asintió.

–Desde luego que lo veo, abuelo. Pareces George Clooney–

–¿George Clooney? ¡Está muy feo!–

De nuevo Travis rompió a reír. Su abuelo nunca cambiaria, pero nadie quería que cambiara.

Cuando tomó asiento, en medio de las risas y todo el amor, sintió que a pesar de la intensidad de aquel día de locos, todo había valido la pena. La familia siempre sería su mejor equipo.

La cena había sido un festín. Donna demostraba siempre su amor hacia los suyos por medio de la cocina, y los resultados eran siempre los más deliciosos. Para la ocasión tan especial no había sido distinto. Un jugoso y dorado pavo relleno de carne y almendras, que había llenado la casa entera con su espectacular aroma, guarniciones para complementar el plato principal, puré de papas cremoso, suave y esponjoso, aderezado con mantequilla servido junto a una exquisita salsa gravy. Gratinado de col rizado y queso. Pan de ajo, y un montón de estofados más. Además el pastel de calabaza humeando, acompañado de helado de vainilla.

Caído el anochecer, Donna y Kylie se habían quedado en la mesa tomando una taza de café y mirando los catálogos de interiores para la remodelación que harían de la sala apenas empezara el año nuevo.

Los tres hombres de la familia se encontraban en la sala mirando el tradicional juego del día, Packers de Green Bay vs Bengals de Cincinnati.

El abuelo Rick se había quedado dormido hacía ya casi una hora, tenía la boca abierta y roncaba graciosamente. Desde luego Jason y Travis no habían desaprovechado la oportunidad de tomarle fotografías.

–Veo a Kylie mucho más animada. Me da gusto por ella, y también por ti– Travis dio un largo sorbo a su cerveza.

Por un momento se habían olvidado del abuelo, de las bromas e incluso del juego de football. Aunque parecía que todo era juego para ellos, había momentos en que sus charlas se tornaban serias y emotivas. El cariño entre ellos era muy grande.

Jason mostró una sonrisa tranquila pero triste a su vez.

–Lo sé. El último examen médico que nos hicimos... Ya sabes, le afectó demasiado, pero por fortuna lo ha sabido superar. Podrá parecer frágil pero es una mujer muy fuerte–

–Yo nunca he pensado que es frágil. Para soportarte todos los días, debe ser muy fuerte–

Jason le lanzó un cojín en medio de una risilla.

Travis lo esquivó.

–Eres un idiota–

–Ahora hablaré en serio. Kylie es muy fuerte, y tú también, además son las dos personas más buenas que conozco. Estoy seguro de que la vida los recompensará un día de estos. Tendrán a un hijo hermoso, y será el más afortunado por tenerlos como padres. No perdamos la fe–

Jason miró a su hermano menor, su hermanito, aunque ciertamente era unos cuantos centímetros más alto, y llamarlo así siempre resultaba ridículo.

–No perderé nunca la fe– aseguró. –Voy por la vida tratando de ser optimista, creo que todo marcha mejor así. ¿Sabes quien me enseñó eso? Tú, gran tonto. Tú me enseñaste a encontrar siempre el lado bueno, aun cuando la situación sea mala, o muy mala–

A Travis se le inundaron los ojos de lágrimas, pero no las derramó. Se contuvo. Aún así se sentía demasiado emotivo. Los dos sabían bien por todo lo que habían pasado desde que eran niños. Quizás esa era la razón de que fuesen tan unidos.

Alzó su cerveza para que la chocaran como señal de brindis, o algo parecido a eso.

–Salud– le dijo, y entonces ambos le dieron un sorbo a sus respectivas botellas.

–Hay algo que quiero contarte– le dijo Jason entonces.

–Sabes que soy todo oídos, Jas–

–Dejaré a mi equipo–

Travis frunció el ceño. Dejar a su equipo significaba que firmaría con otro.

–¿Con qué equipo firmarás?– le preguntó.

Jason negó.

–Con ninguno. Estoy planeando mi retiro. Creo que... lo anunciaré empezando el año–

Travis arqueó las cejas sorprendido. La noticia le sorprendía, pero como siempre no haría otra cosa que apoyar a su amado hermano.

–¿Lo has pensado bien?–

–Lo he pensado por mucho tiempo. Ha llegado mi hora–

Travis bebió lo último que quedaba en su botella de Corona, y después se inclinó para tomar eso.

–Pues doblemente salud– alzó la cerveza. –Sabes que estoy contigo siempre, y si ahora quieres dedicarte a barrer calles o vender hamburguesas, te apoyaré–

Jason rió fuertemente.

–Te digo que eres un gran tontote– los dos rieron. Tener el mismo sentido del humor era una bendición, algo más que los había mantenido en aquella unión tan especial y única que tenían. –Los de ESPN me han ofrecido trabajo como comentarista en su programa estelar. Los llamaré mañana temprano para decirles que lo tomaré. Entonces tendré que dejar Philadelphia y mudarme a Nueva York, aunque te soy sincero, todo el tiempo extraño la tranquilidad de Jersey. Este es el lugar al que anhelo volver algún día–

–Eso es genial, Jason. Los de ESPN tendrán al mejor y más experto del football. Serás la sensación en el canal, no tengo ninguna duda–

–Gracias por apoyarme siempre, Travis–

–Siempre, hermano, siempre, siempre lo haré. Pase lo que pase–

Jason lo sabía. Lo sabía a la perfección.

Su hermanito era siempre el más alegre, divertido, el más ocurrente, juguetón, y en todos lados el alma de la fiesta, tenía un carisma natural que iluminaba en cualquier lugar al que iba. Su risa era contagiosa, su energía inagotable. Tenía esa capacidad de convertir situaciones ordinarias en celebraciones, y de hacer que todos a su alrededor se sintieran cómodos, entretenidos y sobre todo preparados para morirse de la risa por alguno de sus ingeniosos comentarios. Todo un imán de la diversión. Pero aún y con todo aquello, Jason tenía un montón de cosas más que decir sobre él, cosas de mayor valor. Era auténtico, firme a sus convicciones, honesto y sobre todo leal. Una sólida roca que jamás se doblegaba cuando algo no le parecía correcto o cuando presenciaba una injusticia. Se lo decía a menudo, pero no estaba de más decírselo.

–Estoy muy orgulloso de ti, Travis–

–Yo lo estoy de ti, Jasi, mi amor– lo siguiente que Travis hizo fue ponerse en pie, tomar la cara de su hermano con ambas manos, y tratar de besarle la áspera mejilla cubierta de barba a la fuerza.

Otro jugueteo entre ambos, que no detuvieron sino hasta que su madre apareció.

–Jason mi cielo, Kylie quiere que saludes a sus padres en videollamada. Ve, anda– lo apuró.

El mayor de los Keith se puso en pie y acudió a su esposa que lo esperaba en la cocina.

Donna miró a su padre totalmente perdido en los brazos de Morfeo y negó riendo. Después miró a su hijo menor.

–Quiero hablar contigo, cariño. ¿Podemos?–

–Desde luego que sí, mamá. ¡Cielos! Tú puedes hablar conmigo cuando tú quieras. Sabes que puedes decírmelo todo–

Ella le sonrió con gran amor.

–Solo es... una preocupación que siento. Te noto un poco raro, mi vida–

Travis frunció el ceño.

–¿Cómo raro, mamá?– deseó saber. Él se sentía perfectamente normal.

–Te veo diferente. ¿Acaso... hay alguna mujer por ahí?–

Ah, era eso. Travis sonrió. Se sentía normal, era cierto, pero también era verdad que desde aquella noche en que había conocido a Aliya, nada había vuelto a ser igual, al menos no sus pensamientos, no su corazón.

Se sintió ahora nervioso y balbuceó un poco.

–Eh... no, no–

Donna entrecerró los ojos y miró a su vástago. Si alguien lo conocía era ella. No había manera de que la engañara.

–Es una mujer– afirmó. –Ah, y no te atrevas a negarlo–

A Travis no le quedaba más remedio que admitirlo.

–De acuerdo, me descubriste. Yo... conocí a una chica, una muy hermosa y especial– suspiró.

–¿Y puedo saber por qué tienes esa carita al decirlo?– a Donna no podía escapársele nada. Había captado la mirada apagada de su hijo en cuanto había mencionado a la chica hermosa y especial.

–Es alguien imposible para mí, mamá. Vive al otro lado del mundo–

Donna lo comprendió.

–¿Es extranjera?–

Travis exhaló y asintió.

–Es una rusa preciosa– no puedo evitar evocar su imagen, traerla de vuelta a su mente, lugar de donde no había conseguido irse todavía.

–Estás enamorado, mi amor–

Él se hundió de hombros. Verdaderamente no sabía qué responder a eso.

–No estoy seguro, mamá. La vi un par de veces solamente. Solo sé que me encanta y que no puedo dejar de pensar en ella, que me desgarra el pecho pensar en lo lejos que está y en que no tengo oportunidad de volver a verla aunque sea una vez más–

Su mamá detuvo entonces sus quejas alzando una mano con delicadeza.

–Travis, creo que debes saber una cosa... Los amores, cuando están destinados a ser, serán. Es así de sencillo–

¿Amor? Pensó el ala cerrada entonces. El estómago se le encogió.

No podía decir que era amor. No se había enamorado nunca antes. Lo que no podía negar era que había amado los besos ardientes que le había dado, y los cuales tampoco podía olvidar.

–Mamá...–

–No hace falta que digas más, cariño. Lo he entendido. No sabes si la amas, pero créeme, lo sabrás un día de estos. Y si en verdad es amor, el destino se encargará de juntarlos. El amor no conoce fronteras. Graba en tu mente esa última declaración porque es verdad–

Travis solo pudo pensar en que si minutos antes se había sentido confundido con respecto a Aliya, después de esa charla con su madre lo estaba mucho más.

¡Peculiar día de Acción de Gracias!

●●●●●

Eran las diez de la noche en Rusia y aquella parte de Europa. Oleg seguía despierto y se suponía que no debería. Era un poco tarde a comparación de su hora habitual así que Aliya debía hacer ya que durmiera pero no tenía idea de qué hacer para lograrlo.

Le había leído ya tres cuentos y no había tenido éxito.

Oleg estaba acostadito, una sábana de Paw Patrol lo cubría.

Ella le acariciaba la cabeza y el cabellito rubio porque le encantaba sentirlo, porque le recordaba a cuando era un diminuto bebito que podía cargar en sus brazos, y porque esperaba que el masaje capilar fuese a ayudarlo a quedarse dormido en cualquier momento.

Mami...– la llamó.

Oleg, hora de dormir, mi amor

Mami– el rubiecito insistió llamándola. –¿Papi no vive con nosotos?

La pregunta dejó a Aliya helada. No había esperado que su hijo le preguntara algo así, algo referente a su progenitor. No había esperado que el pequeño estuviese pensando en eso precisamente a esas horas de la noche cuando estaban por dormir.

Se enderezó un poco para poder mirarlo. Él no parecía triste, sino más bien curioso ante ese hecho.

¿Por qué preguntas eso, Oleg?

El papi de Biok vive en su cadsa

– asintió Aliya. –El papá de Biekov vive con él, pero eso es porque su familia es diferente. No es como la nuestra, mi amor

¿La nuesta es cómo, mami?

La nuestra se forma por ti y por mí

¿Abu Yeli?–

Abu Yeli también, mi amor. Abu Yeli es mi mamá, y es tu abuelita

Oleg asintió como entendiéndolo todo. Volvió a recostarse en la cama y no volvió a preguntar nada relacionado. La respuesta de su madre lo había dejado satisfecho.

Cuando por fin se quedó dormido, Aliya lo cubrió bien con las sábanas y entonces salió de la habitación silenciosamente. Tomó su celular y marcó directo a Yegórievsk.

Yelena atendió la llamada.

Mamá, lamento llamarte a esta hora, pero no podía esperar a mañana

Tranquila, cielo. No estaba dormida. Fui a visitar a tu tía Yuliya. Literalmente voy entrando a casa. ¿Cómo está todo por allá? ¿Cómo está Oleg?

Estamos bien, mamá. No te preocupes. Bueno, estoy un poco preocupada por Oleg

¿Por qué? ¿Qué sucede?

¿Lo notaste raro la semana que estuvo contigo en el pueblo? Hace un momento estuvo haciéndome preguntas sobre... sobre Alexey, e hizo algunas comparaciones con su amiguito Biekov y su padre

Bueno, pero no tienes que preocuparte por eso, hija. Es natural que pregunte, sobre todo tomando en cuenta lo inteligente y lo curioso que es. Raro sería que no preguntara, ¿no crees?

Aliya se lo pensó con lógica esta vez.

–Pues sí, supongo que tienes razón, pero... no pude evitar sentirme mal por escucharlo decir eso. Me rompe el alma pensar en que... Oleg no tiene a un padre que vea por él, en que el suyo no lo quiere y por eso lo abandonó

Oleg te tiene a ti, Ali. Con eso basta y sobre. El amor que tú le das es suficiente. Además no te olvides de todas las otras personas que lo amamos, y mira que somos muchas. Oleg está rodeado de cariño, es un niño sumamente amado. ¿Por qué habría de echar en falta a su padre? Y peor tomando en cuenta lo desgraciado que es– sin duda la vida les había hecho un favor al mantener a Alexey lejos y desinteresado de ellos.

Aliya asintió porque las palabras de su madre eran completamente ciertas. A Oleg no le hacía falta nada. Ella lo amaba y estaba dispuesta a darlo todo por él, a protegerlo con uñas y dientes. Conforme fuese creciendo iba a ir entendiendo cómo es que eran las cosas pero mientras tanto se encargaría de que no notara más ninguna ausencia.

Se dijo entonces que pronto le cumpliría aquello que le había prometido, que era llevarlo a Disneyland, Paris. Sí, en cuanto tuviese tiempo lo haría.

Gracias por ayudarme a ver las cosas como son, mamá. Siempre digo que es fácil ser madre soltera, pero la verdad es que no lo es. Lo he logrado únicamente porque te tengo a mi lado

Yo siempre estaré con ustedes, hija. Este fin de semana viajaré a Moscú para poder verlos. Ya los extraño muchísimo

Nosotros te extrañamos a ti. La distancia siempre es triste

Calla, mi cielo. La distancia en este caso es un pequeño sacrificio que estás haciendo. Yo soy la más feliz de verte alcanzar tus metas, tus sueños. Y te aseguro que mi nieto también está contentísimo por eso

Aliya sonrió.

Todo lo hago por Oleg, mamá. Y también por la promesa que le hice a papá antes de que muriera

También debes hacerlo por ti, hija

Yo siempre amaré la gimnasia, pero ya soy mamá. Mis prioridades han cambiado. Ganar medallas está ahora en segundo lugar, el primero lo ocupará siempre mi hijo

No me cabe duda de que eres la mamá más dedicada en su labor, Aliya, y eso es admirable, cariño, pero deberías tener también tiempo para ti, para tus aspiraciones personales, no solo en la gimnasia sino también fuera de ella. Ah, el cielo sabe cuánto deseo volver a verte enamorada, con esa sonrisa llena de ilusiones que tenías antes

La joven gimnasta negó de inmediato.

Eso no pasará de nuevo, mamá. Lo siento. Yo ya no creo en el amor, es más ni siquiera creo en los hombres. Todos son iguales

Eso no es verdad. Todavía quedan hombres buenos. Y tú deberías de darle la oportunidad a uno de ellos de conocerlo y dejar que te conozca. Podría surgir algo muy bonito

Aliya soltó el aliento. Ese era un tema de su total desinterés.

Bueno, mamá, quizás sea cierto y quede uno que otro buen hombre en el mundo, pero yo no pienso perder el tiempo poniéndome a buscar uno. ¡Ni hablar!– tenía mil cosas en las cuales debía concentrar. El Mundial de Gimnasia en puerta, la clasificación para los Olímpicos, y Oleg principalmente. No tenía tiempo para estar desperdiciada en hombres.

Yelena no puedo contener su risa. Sin duda alguna su hija seguía siendo terca y obstinada como cuando había sido pequeña.

Ah, no te preocupes por eso, Ali. Tú no tienes que buscar nada. Estoy segura de que... de algún modo u otro, él te encontrará

A Aliya le dio entonces un vuelvo.

¿De qué demonios hablaba su madre?

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