Capítulo 1
Cuatro años habían transcurrido desde los Juegos Olímpicos London 2012.
Aliya Mustafina estaba por cumplir 19. Evidentemente había dejado de ser la niña que en aquel entonces había sido.
Estaba ahí para celebrar su llamado al evento deportivo de mayor magnitud, lo cual la proclamaban como una consolidada deportista olímpica.
Y aunque en sus primeros se había presentado sin ninguna ambición, debido a su lesión, y aún así le había dado al mundo entero una grata sorpresa al ser galardonada con cuatro medallas, esta vez no quería sorpresas.
Estaba ahí para ganar, se había preparado para hacerlo. Su objetivo era salir campeona y lograr que su equipo también lo hiciera.
El equipo era lo más importante, ella incluso se atrevía a ponerlo antes que a sí misma. Quizás otros atletas no podían entenderlo, pero tenía una buena razón, y era simple. Las chicas confiaban en ella, la veían como a una gran líder, y no pensaba fallarles de ninguna manera.
Mariya era una de sus mejores amigas desde la infancia cuando habían comenzado a entrenar en el equipo junior, ahora juntas estaban viviendo sus segundos olímpicos. Anguelina, Daria y Seda, las tres de 15 años y recién ingresadas al senior, estaban viviendo la experiencia por primera vez.
Ksenia se había quedado en Moscú, pues su lesión de espalda le había impedido clasificar, pero les había deseado todo el éxito del mundo. Viktoria, por otro lado... había tenido problemas con sus padres y asuntos de la universidad. Nastia era una historia diferente, había renunciado al equipo, así sin más.
–Bien, chicas– las llamaron los entrenadores. –Tomen las llaves de su habitación, Mustafina, estás en el dormitorio uno, y Anguelina y Daria, en el 2, Mariya y Seda en el 3. Están a cargo, las dos mayores, ¿de acuerdo?–
Gustosas, las más chicas, tomaron la llave en forma de tarjeta y se encaminaron a los elevadores del hotel en la villa olímpica.
Divertida, Mariya las siguió tratando de alcanzarlas.
Sergei detuvo a Aliya.
–Eres la capitana de este equipo. Por el cielo bendito, haz que duerman temprano. Mañana empezamos con entrenamientos, tú y Mariya ya saben cómo es esto–
La gimnasta rió. Le daba mucha ternura el entusiasmo que mostraban sus compañeras más jóvenes, y podía entenderlas.
–Cuenta con eso, Sergei– se despidió de él y también de los demás entrenadores. –Descansa. Descansen todos–
–Descansa, Aliya, nos vemos mañana–
–Hasta mañana–
–Nos vemos a las 7am en el desayuno–
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El día en que darían inicio las competencias de gimnasia artística se llegó en un parpadear.
Después de haber estado una semana en concentración y arduo entrenamiento en la Arena Olímpica de Río.
El sol estaba apareciendo, y la vista era muy hermosa desde su ventana, tan hermosa que Aliya no desaprovechó la oportunidad de tomar una fotografía con su celular. Quedaría para el recuerdo.
Eran las cinco de la mañana. Todavía quedaban unas cuantas horas para que iniciara el evento, así que podía regresar a la cama y dormir un poco más, como lo hacían sus compañeras. Sin embargo se sentía muy ansiosa. Lo mejor sería que se levantara de la cama.
Tomó una ducha rápida y al salir secó su cabello con la secadora. Era una suerte que sus cuatro compañeras tuvieran el sueño tan profundo que el ruido jamás las despertaría.
Enseguida se vistió con su nuevo leotardo rojo con detalles azules y desenganchó del closet sus pants deportivos y la sudadera que la identificaban como parte del equipo de Rusia, pero sólo se colocó los pants.
Rápidamente se hizo un bun en el cabello y lo aseguró con pasadores. Anteriormente le había gustado competir con coleta, pero había descubierto que aquel peinado era mucho más práctico, y mantenía su larga melena recogida y ordenada aun durante las rutinas en las que literalmente volaba en el aire. Claro, el gel era parte importante para esa tarea. Siempre utilizaba una buena porción, y si era brilloso mucho mejor.
La parte que más estrés le causaba, pero no porque no le gustase, sino porque un pequeño error significaba arruinarlo todo, tener que remover y volver a aplicar desde el principio, era el delineado de sus ojos. Por fortuna mantuvo la calma, la respiración y pudo efectuar un buen trazo en su parpado. Colocó unos pocos brillos y el resultado le gustó.
Se miró al espejo para analizarse.
Solían nombrarla como una de las gimnastas más hermosas de Rusia y también del mundo. Poseedora de una belleza clásica y de elegante presencia, así la describían pero ella se decía que exageraban.
Habían cientos de comentarios en internet sobre varones de todas partes que la encontraban atractiva y fascinante, pero eso no cambiaba en nada la opinión que tenía sobre sí misma.
No se consideraba especialmente bella, más bien... inusual, o diferente del resto. No era rubia ni tenía ojos azules como las típicas chicas de su país. Más bien su cabello era castaño cenizo y sus ojos de un marrón que a veces parecía claro y en otras ocasiones oscuro. Sus rasgos, por otro lado, eran bastante distintivos, herencia innegable de su padre de origen tártaro. A ella le gustaba pensar que en ellos estaban plasmados la historia de sus antepasados y su llegada a la gran Rusia.
Si era bonita o no, era algo que no le importaba demasiado. El propósito por el que estaba ahí era para hacer un trabajo, y estaba determinada a hacerlo bien.
Suspiró y retiró de inmediato la mirada del espejo. Tomó la chaqueta de su uniforme, su gafete, y se colgó al hombro su maleta deportiva. Salió de la habitación con cuidado de no hacer mucho ruido. Su celular comenzó a sonar justamente cuando cerraba la puerta. Miró la pantalla y le pareció extraño ver que era su padre quien llamaba. En Moscú debía ser mediodía.
–¿Papá?– contestó y enseguida escuchó la voz de su progenitor al otro lado de la línea.
–Aliya, despierta ya. Hoy empiezan las clasificaciones así que debes estar en el estadio muy temprano. Vamos, no fuiste a descansar ni de vacaciones–
A Aliya le molestaba muchísimo cuando él daba por hecho algunas cosas sobre ella.
–Desperté hace una hora, y ya estoy lista. Las clasificaciones empiezan en dos horas. Tengo tiempo hasta para desayunar– le dijo en tono seco.
Lo escuchó resoplar con enojo.
–¿Desayunar? ¡Estás loca! Tómate un batido de proteína. Pídelo en los comedores. Con eso bastará para que resistas la jornada. No puedes echar a perder tu preparación y presentarte pasada de peso a la competencia, ni siquiera un gramo. ¡Son los Juegos Olímpicos, maldición!–
La joven gimnasta estaba acostumbrada a la dureza de su padre. Se mantuvo en silencio mientras escuchaba lo que él hablaba. Echó fuera un suspiró y rodó su mirada con fastidio. Vaya manera de empezar el día...
–Ah, y no te molestes en volver a casa sin medallas. Estoy hablando en serio, Aliya. Y más vale que sean de oro. En Londres tuviste la excusa de tu lesión, pero esta vez no aceptaré ninguna falla. Ninguna, ¿escuchaste?–
–Adiós, papá– ella colgó de inmediato.
Aquella sensación de vacío e impotencia la llenó, pero inmediatamente la alejó. No podía permitir que eso le arruinara el día. Tenía que concentrarse en lo que era importante, en dar su mejor esfuerzo, pero no porque el hombre que le dio la vida se lo estuviera exigiendo, sino por sí misma y por toda la gente que había puesto su fe en ella.
Exhaló.
La realidad era que no era nada fácil ser quien era. Una gimnasta de élite, campeona mundial y medallista olímpica. Y lo peor... hija de Farjart Mustafin.
Crecer con él como padre había sido difícil.
No había sido cariñoso con ella en ningún aspecto, ni siquiera cuando era pequeña. Controlador y autoritario era cómo mejor podía describirlo. Y quizás su mayor hater en el mundo, pues era de él de quien recibía las peores críticas. Nunca estaba satisfecho y siempre le exigía más.
Aliya y su madre vivían sometidas ante su dominio.
Años atrás, ella había intentado comprender el porqué de sus malos tratos. Entendía la parte dónde le había inculcado disciplina deportiva, pues en su juventud había sido un reconocido atleta de lucha grecorromana, y había ganado un montón de peleas, títulos y medallas, la más importante en Montreal del 76, donde había representado a la Unión Soviética antes de que esta se disolviera. Había tenido una carrera brillante y con mucho más por delante pero una lesión en la médula espinal lo había obligado a darle fin a todo. Desde entonces había vivido amargado y echando culpas a todo el mundo. Aún así había algo que su hija no había alcanzado a entender nunca... ¿Por qué se había ensañado con su familia? ¿Por qué con su esposa a la que decía amar? ¿Por qué con su única hija?
Intentó no llorar. De niña se lo había permitido, pero ahora en su inicio a la adultez no podía permitírselo más. Ella era fuerte, podía con eso.
Además en un futuro lejano o no lejano, esperaba que la vida la recompensara permitiéndole formar por su propia cuenta lo que nunca había tenido... Una familia. Su más grande sueño no tenía nada que ver con deportes, ni con gimnasia ni tampoco con juegos olímpicos, sino con encontrar el amor verdadero, y convertirse en madre. Deseaba con toda su alma tener hijos y ser para ellos la mejor mamá del mundo, junto a un buen hombre que pudiese ser también el mejor papá del mundo.
Sonaba loco, porque no tenía novio, jamás lo había tenido, ni siquiera podía gozar de tiempo libre para conocer a personas fuera del entorno que la rodeaba, pero sabía en su corazón que en algún momento lo haría, y si era necesario, abandonaría la gimnasia, no porque no la amara, sino porque habría que poner las cosas en una balanza, y con los años, una cosa empezaría a tener más peso que la otra.
Exhaló, y entonces sí se dejó de pensamientos que la distraían.
Estaba en los Juegos Olímpicos de Río 2016, y ella era Aliya Mustafina.
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En el Estadio Olímpico podía sentirse la emoción y adrenalina que generaba tal evento. El lugar completo vibraba con una energía casi palpable.
Era como si el aire mismo estuviese cargado de anticipación.
Las gradas estaban llenas de espectadores de distintas partes del mundo que gritaban emocionados, estaban divididos por secciones y todos apoyaban a las atletas correspondientes de su país. Llevaban banderas que los representaban, carteles donde habían escrito mensajes de apoyo. Y aunque los separaban sus nacionalidades, lo cierto era que a todos sin ninguna excepción los unía la misma pasión en esos momentos.
Cada rincón del recinto resonaba con una sinfonía de gritos y aplausos que creaban un coro ensordecedor de apoyo.
En la zona restringida, que eran los pasillos que daban a los accesos, se encontraba Aliya a la espera de la indicación para, junto a sus compañeras, poder iniciar el camino hacia el área de competencia. Mientras algunas calentaban, otras rezaban mentalmente. Ella en cambio permanecía simplemente de pie, realizando suaves ejercicios de respiración. Era de las penúltimas en la fila, así que alzó su cabeza para poder saludar a algunas de sus rivales que estarían compitiendo también en barras asimétricas, y a quienes conocía desde que eran niñas, pues solían encontrarse siempre en los torneos de la liga junior. Nunca se habían dirigido una sola palabra porque no hablaban el mismo idioma, pero eso no era impedimento para sonreírse, desearse suerte con el pulgar de sus manos e incluso hasta abrazarse. Quienes más le agradaban era Shang Chungsong de China, Elisabeth Seitz de Alemania, Jessica López de Venezuela, Alexa Moreno de México, Rebecca Andrade de Brasil, Beth Tweddle de Gran Bretaña, y desde luego las chicas de Estados Unidos, a quienes llamaban The Fierce Five, su favorita era Aly Raisman, desde los olímpicos de Londres, solían darse like mutuamente en sus fotos de Instagram con bastante frecuencia, además por alguna razón a los fans les encantaba verlas juntas aunque fuese solo sonriéndose a la distancia, incluso los hacían edit videos y los subían a las redes sociales, las habían llamado Rustafina, a las dos les causaba gracia, y sin duda disfrutaban competir sanamente la una contra la otra.
Entre todas se saludaron agitando la mano y se desearon suerte.
–Mustafina, ven aquí por favor– la llamó su entrenador, y ella fue hacia él inmediatamente. –¿Cómo te sientes?–
–Perfectamente, Sergei–
–Genial. La espalda... ¿te ha dado molestias?–
Algunos meses atrás se había lesionado la espalda, nada grave, pero había requerido tiempo para atenderla. Había quedado perfecta y no tenía ningún inconveniente con ella.
–Todo está bien, no te preocupes–
–Lamento mencionarlo, sólo quería estar seguro. Estás en Olímpicos, ¿comprendes que no puedo dar nada por sentado?–
Aliya asintió.
–Lo sé, pero no te preocupes. Haré mi mejor esfuerzo. Estarás orgulloso de mí–
Sergei bufó.
–Linda, yo y toda Rusia ya estamos orgullosos de ti. Tú sal ahí y haz lo tuyo con el corazón. Verás más tarde el resultado en el puntero, y estoy seguro de que tu nombre encabezará las listas–
Ambos se sonrieron. Habían congeniado bien, además Sergei era increíblemente bueno. En parte le recordaba a Aleksander.
Ella volvió a la fila, y entonces a Sergei se le acercó un viejo conocido.
–Pero mira a quién han traído los vientos de Sudamérica– bromeó. –El mismísimo Igor Petrisor– ambos hombres se saludaron con un abrazo fraterno.
Se conocían desde hacía décadas. Habían asistido a la misma academia de gimnasia en Seúl, y desde entonces se habían convertido en amigos. Amigos que con el paso de los años habían tomado caminos diferentes, cada uno en su propio país. Sergei en su natal Rusia, Igor en Rumania.
–El mismo que tus ojos ven– le respondió también contento.
–¿Ahora entrenas al equipo rumano?– lo cuestionó Sergei sorprendido.
–Desde hace unos meses– le contestó.
–Vaya, seguro salió en los blogs, pero he estado tan sumido en el entrenamiento de mi equipo que no he tenido tiempo ni de ver noticias. Enhorabuena, hermano–
–Gracias. Será un placer competir contigo como en los viejos tiempos, pero ahora de este otro lado–
–El honor será mío–
–¿Sabes?– continuó hablando Igor. –Mis chicas le temen a una de las tuyas... Aliya Mustafina–
Sergei soltó una carcajada sin presunción.
–Oh, y tienen razones para hacerlo. Aliya es de acero... De oro mejor dicho–
–Ya lo creo que lo es. Su nombre pesa en el mundo de la gimnasia y muchos dicen que es la Khorkina o la Comanecci de nuestros tiempos. Pero yo que tú no estaría tan confiado. Dicen que las estadounidenses vienen muy fuertes–
–Claro, ellas son fantásticas y les doy todo mi respeto, aunque tengo mis propias opiniones luego de ver cómo siempre son favorecidas en puntajes y cómo se hacen de la vista gorda ante errores técnicos o de precisión, o incluso en caídas, sólo por venir del país del que vienen. No hablaré más sobre eso, tan sólo diré que confío mucho en mi gente, y aún más confío en Mustafina. Ella es una inminencia, ¿sabes? Transmite lo que no todas son capaces de transmitir, ella hace con perfección, precisión y elegancia el arte de esta disciplina, y te recuerdo, esto es gimnasia artística, no gimnasia de acrobacias, si sabes a lo que me refiero, amigo– alzó las cejas sarcástico.
Igor río entendiendo su referencia. No comentó más sobre eso tampoco, era demasiado controversial, pero se concentró en el tema principal que era la gimnasta estrella de Rusia.
–La he visto. Sé que es una maravilla. Recuerdo que calificó para olímpicos desde que tenía 13 años pero no la dejaron competir porque estaba por debajo de la edad permitida–
Sergei asintió recordando aquellos años cuando había sido asistente de entrenador.
–Ah pero al año siguiente arrasó con todas en el mundial de Rotterdam, incluidas las estadounidenses a las que tanto alaban–
–Ah, fue una belleza de mundial– asintió el rumano.
–Totalmente– sonrió Sergei.
–Entonces estás muy confiado en que tu equipo estará en el pódium y se llevará todo el oro, ¿eh?–
–No– negó él. –La verdad es que no puedo estar seguro en eso, y ya te dije por qué. Sólo estoy feliz de estar aquí, de que el mundo vaya a ver a mis chicas y lo grandiosas que son– sobre todo demostrar y dejar bien en claro cómo debía ser la verdadera gimnasia artística. –Oh, creo que es tiempo de salir. Me dio gusto verte Igor, y te deseo todo el éxito, lo sabes– le dio la mano y ambos se abrazaron.
–Deseo lo mismo para ti y tú equipo, también lo sabes– le sonrió el rumano antes de marcharse.
A los adentros del estadio, podían escucharse las voces en micrófonos que realizaban la bienvenida y las presentaciones para poder iniciar con la jornada.
Las gimnastas obtuvieron entonces la señal para pasar al área, y formadas en línea como estaban, avanzaron, guiadas por el personal a cargo.
Cuando ellas aparecieron, el público estalló en un rugido de entusiasmo creando un ambiente casi mágico que a todas las embargó de emoción.
Las presentaron una por una, junto al nombre de su país correspondiente, y después dio inicio la competencia.
Todas eran atletas de alto rendimiento, pero eso no impedía que sintieran nerviosismo. La presión de representar a su nación y la preparación meticulosa para el evento generaban una sensación de adrenalina que para algunas era abrumadora.
Aliya no era de acero como presumía su entrenador, era de carne y hueso, sentía, claro que lo hacía, pero trataba de controlarlo. Con los años y la experiencia había aprendido a hacerlo.
A medida que iba acercándose su turno, iba entrando en un estado de concentración profunda. Esa era una de sus tácticas, aislarse de todo a su alrededor y adentrarse en sí misma. Razón por la que muchos medios la habían llamado diva y prepotente en distintas ocasiones. Algo totalmente lejos de la realidad. Pocos sabían que en realidad era tímida, pero confundían el poder de su intensa mirada con otro tipo de actitudes.
Por alguna razón la prensa estaba siempre sobre ella durante todo tipo de competencias, esperaban siempre verla en el tapiz, y también fuera de él, captar sus expresiones, sus emociones y por supuesto su comportamiento para con otras gimnastas.
Solían elogiarla pero lejos de hacerla sentir bien, la incomodaba ser el foco de tanta atención. Gracias al cielo en medio de las competencias tenían su propia área y no podían pasar a la zona de ejecución ni a la de calentamiento, pero una vez que terminaba iban sobre de ella para abordarla con cientos de preguntas. Ya estaba acostumbrada y trataba de responder con calma y prudentemente, pero eso no significaba que le gustara.
Aliya escuchó que anunciaban su participación primero en portugués y después en inglés. Tomó el rociador y se mojó las manos, después se dirigió hacia las barras para presentar su rutina.
Como era ya típico en ella, clavó sus increíblemente intensos ojos marrones en su objetivo de ese momento: las barras.
Esperó la señal de ejecución y entonces... su magia comenzó.
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La clasificación para la competencia por equipos comenzaría en unos minutos más.
Los equipos se encontraban esparcidos esperando la indicación de inicio. Podían escuchar por los speakers, los micrófonos anunciando los tiempos en que el evento empezaría.
Gimnastas, entrenadores y médicos esperaban alineados, unos relajados, otros no del todo.
La atmósfera era una mezcla de inquietud y emoción, un delicado equilibrio entre la calma exterior y el torbellino de sentimientos que se agitaba por dentro.
Aliya, trataba de realizar ejercicios de respiración, mientras preparaba su mente para lo que seguía. Cada segundo que pasaba parecía una eternidad para todos ahí, pero no para ella. El ruido, sumado con el eco de las voces del público que llegaba desde el pasillo se colaba por las rendijas de las puertas, pero a ella no la molestaba pues había aprendido bien a ignorar todo a su alrededor. Sin embargo en ese momento se percató de algo que no podía ser ignorado de ninguna manera.
Anguelina y Seda estaban llorando. Daria por otro lado, parecía a punto de soltarse a llorar también.
–¿Qué sucede?– les preguntó preocupada y después miró a Mariya en busca de una respuesta.
Su amiga se hundió de hombros confundida, pues tampoco entendía lo que sucedía.
–Tenemos miedo– respondió Anguelina mientras intentaba limpiar sus lágrimas con una toalla para el sudor.
Seda asintió para hacerle saber que ella sentía lo mismo. Daria mantuvo su expresión de angustia.
Aliya comprendió. Su expresión de consternación cambió a una leve sonrisa cariñosa, y su mirada se suavizó.
–Oigan, pero eso es normal. ¿Saben cómo me sentí la primera vez que me presenté en unos Olímpicos? ¡Quería salir corriendo!– no había sido tan de ese modo, pero de alguna manera debía darles la confianza que ellas necesitaban. –Diles cómo te sentiste tú, Misha–
–Madre mía, yo quería vomitar, incluso estando ya frente a los aparatos. Fue horrible, pero lo superamos bien– Mariya sonrió y chocó los cinco con Aliya. Después de todo aquellos eran recuerdos maravillosos para ambas.
–Creo que cada atleta en este y en todos los recintos olímpicos experimentaron su primera vez así como la están sintiendo ustedes, pero no creo que ninguno haya llegado hasta aquí para dejarse vencer por el miedo. ¿O qué piensan ustedes?–
Seda, Anguelina y Daria se miraron entre sí, un poco más calmadas.
–Supongo que no– respondió Seda.
Aliya fue con ellas y las rodeó con sus brazos.
–Ustedes han entrenado este deporte desde que usaban pañales, ¿cierto?– las vio asentir. –Han participado en torneos locales, nacionales, europeos y también mundiales y copas del mundo. Y no solo eso, han salido de ahí cargadas de medallas. Tengan en mente que todo lo que han logrado hasta ahora, siempre va a pesar más que el miedo. No le den el poder que no merece–
Las sabias palabras de la capitana surgieron el efecto planeado. Visiblemente, las tres adolescentes se mostraron mucho más seguras de sí mismas. Sonrieron contentas.
–Tienes razón, Musti. Gracias por siempre estar para nosotras– le dijo Anguelina mientras la abrazaba.
–Eres como nuestra mamá– rió Seda.
–Las niñas tienen razón, Aliya– le dijo entonces Mariya. –Siempre has adoptado el papel de madre para todas las que hemos pertenecido al equipo nacional, y vaya si nos has ayudado, sobre todo cuando nos hemos sentido pequeñas, tú nos has hecho ver que en realidad somos enormes. El día que tengas hijos, serás la mejor mamá del mundo–
El comentario hizo sonreír a Aliya con ternura. Nadie lo sabía, pero aquel era uno de sus más grandes anhelos, le pedía al cielo que alguna vez se lo concediera.
–Qué bueno que tú eres nuestra capitana, y no la pesada de Vika– comentó Daria con bastante sinceridad.
Ante la mención de aquel nombre, todas a excepción de Aliya, realizaron una mueca de desagrado.
Viktoria Komova era una de las gimnastas más importantes y sobresalientes de toda Rusia, había ido a los olímpicos de Londres, y aunque había ganado la plata en el completo individual, y otra más en conjunto con su equipo, lo que más había destacado de ella habían sido sus berrinches frente a la cámara al no haber logrado ningún oro. Meses atrás había estado todavía en duda su asistencia a esos juegos, y en caso de obtenerlo, lo habría hecho como capitana del equipo, pues miembros de la Federación lo habían votado así, argumentando que Aliya necesitaba concentrarse en sí misma. La cosa había sido que Viktoria no había conseguido asistir y se había quedado en Moscú mientras ellas volaban a Río.
–Qué suerte que no haya podido venir– exclamó Anguelina aliviada.
Mariya rió, pues ella y todas las demás gimnastas de Lake Round pensaban exactamente lo mismo.
Desde luego Aliya no era del mismo pensar. No le gustaba juzgar a la gente ni enemistarse con nadie.
–Vamos, chicas, no sean tan duras con ella. Quizás... sea así por alguna razón–
–Sí, que es una bruja– contestó Seda haciéndolas reír.
–¿Mus, por qué la defiendes?– le preguntó Mariya. –Vika siempre te ha tratado horrible, a ti más que a nadie–
–Sabes que yo no me tomo nada personal. Además, pienso que todas las personas tienen un trasfondo– la realidad era que no entendía la actitud de Viktoria hacia ella. Habían crecido juntas, y también habían vivido un montón de experiencias gracias al deporte que las unía. Siempre había tratado de acercársele, de ser su amiga, pero siempre fallando en el intento. –En fin, no creo que haga bien a sus mentes el que estén pensando en Vika justo ahorita. Tenemos delante de nosotras una competencia olímpica. Quiero verlas salir ahí y patear algunos traseros. Ustedes son grandiosas y estoy muy orgullosa de ustedes–
Mariya miró entonces a su capitana, sin dejar de sonreír, y sin decir palabra alguna, mientras pensaba en que la grandiosa ahí era ella. Grandiosa gimnasta, grandiosa deportista, grandiosa amiga y grandioso ser humano. Qué suertudas eran de tenerla.
–Nosotras lo estamos más de ti– le dijo Anguelina dulcemente. –La verdad es que estamos aquí por la competencia en equipos, pero las demás son tuyas. Ninguna tiene oportunidad contra ti, eres la maldita jefa, mami–
–Bueno, si vamos contra las americanas, estoy dudando en siquiera tener una oportunidad yo– bromeó Aliya.
–Musti, sólo tú puedes con ellas, eres la única que está a su nivel, y me juego las pestañas a que eres diez veces mejor, ya lo has demostrado antes en otros campeonatos. Haz trapeado el piso con ellas en distintas ocasiones, por eso tenemos nuestra fe puesta en ti–
Aliya miró a las demás, y ellas asintieron en acuerdo con lo que Anguelina había dicho. Era verdad que había vencido a las mejores gimnastas actuales un montón de veces, pero también ellas la habían vencido a ella otro montón de veces más. No debían dar nada por sentado, sino solo dar su mejor esfuerzo para superarse a sí misma. Suspiró y les sonrió.
–Agradezco la fe que me tienen, pero mejor no pensemos así. Quiero vernos a todas en el pódium, ¿de acuerdo? Pongamos a Rusia en alto–
–¡Hagámoslo!– respondieron todas emocionadas.
La indicación para salir al área de competencia fue anunciada entonces.
Entrenadores y médicos se hicieron a un lado, pues las gimnastas debían salir por equipos, en línea, una tras otra.
En cuanto lo hicieron, los aplausos del público aumentaron. Todas ellas saludaron a sus respectivos aficionados y familias que se encontraban a lo lejos en las gradas.
Las chicas trataban de sonreír y mostrarse serenas, pero la presión era palpable para cada una de ellas, como una ola invisible que bien podría empujarlas hacia el borde de sus capacidades. Por eso era una lucha contra sí mismas. Sólo las más fuertes eran quienes ganaban.
La narradora habló por el micrófono para presentarlas primero por país y después por nombre a cada una. Después explicaron la dinámica por turnos y tiempos.
Momentos más tarde pasaron a los asientos de preparación, y las primeras participantes avanzaron hacia los aparatos correspondientes para realizar sus rutinas frente al público y los jueces.
Rusia había obtenido el turno dos, así que debían estar preparadas ya.
Aliya se quitó el calzado deportivo, desabrochó su chaqueta y la quitó revelando así el leotardo azul con rojo. Le siguió el pants. Observó que a su lado, Daria mantenía una lucha con un listón en el bun de su pelo. Se acercó enseguida a ayudarla. Notó que sus manos temblaban, estaba nerviosa, claro, era imposible no sentirse así por más experiencia que tuviera, pero a ojos del mundo, su rostro reflejaba una determinación férrea. Ese era su superpoder.
Las cámaras que la enfocaban constantemente hablaban precisamente de eso, de cómo su mirada expresaba sin lugar a dudas, el propósito que tenía.
Ella siempre seguía su propio consejo. Se recordaba a sí misma todos esos años de entrenamiento, de sacrificios, sudor, lágrimas, y dolores. Pensar en el camino recorrido le daba siempre valentía para no dejar que los nervios la vencieran.
Su respiración se volvió más profunda, enfocándose en cada inhalación y exhalación como si fueran los últimos momentos de calma antes de la tormenta.
Anguelina, quien era la más joven de todas, miraba el suelo con intensidad, como si cada detalle ahí pudiera ofrecerle algún tipo de respuesta. Sentía un nudo en el estómago que no podía despejar, pero la sonrisa tranquilizadora de Aliya cuando se acercó a sonreírle, le dio un gran consuelo. A veces, la simple presencia de alguien como ella, alguien en quien confiara y a quien admirara, era todo lo que necesitaba para encontrar su centro.
Sergei, serio pero lleno de confianza, dio un último vistazo a sus pupilas.
–Recuerden– les dijo con voz baja y firme, cuando las reunió a todas en un círculo alrededor de él. –Cada una de ustedes ha llegado hasta aquí por su propio esfuerzo. Vayan ahí y recuerden siempre quiénes son. Ustedes son un equipo, son potencia en la gimnasia artística, son las mejores y el país que las vio nacer espera verlas volver como las heroínas que son–
Las palabras de su entrenador llenaron el aire con una mezcla de poder. Podían sentir el peso, la responsabilidad de estar ahí, en esa competencia, pero también sentían esa emoción de tener la oportunidad en sus manos.
Con un último aliento profundo, las cinco se abrazaron, preparadas para enfrentar el desafío con la fuerza que solo el trabajo en equipo podía proporcionar.
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La competencia por equipos había sido, como en todos los juegos, uno de los eventos más esperados y emocionantes.
Los espectadores habían sufrido, festejado y disfrutado durante la duración de la final que se había llevado a cabo un par de días después de las clasificaciones.
El equipo de Estados Unidos, liderado por destacadas gimnastas como lo eran Alexandra Raisman, Gabrielle Douglas, y la recién integrada y muy popular en los medios, Simone Biles, habían presentado rutinas dignas y de excelencia.
Rusia, dirigida por Aliya Mustafina y en colaboración con Mariya Paseka y las demás chicas del equipo, habían realizado su actuación ofreciendo la formación fuerte y experimentada, combinado con la técnica, la estética, la calidad, y la exigencia que en cada competencia demostraban.
Las americanas habían empezado con una rutina impresionante, sorprendiendo con su gran sincronización y habilidad en aparatos, acumulando puntuaciones altas y estableciéndose desde un inicio como líderes.
Las rusas por su lado, habían tenido un comienzo fuerte, aunque con desafíos. A pesar de los esfuerzos y habilidades destacados de Mustafina en sus impecables y fascinantes performances, no habían sido suficientes para alcanzar el primer lugar en el puntero. Seda había sufrido una caída en suelo al aterrizar luego de una triple pirueta mal ejecutada durante su rutina de suelo. Daria había perdido el equilibrio en más de una ocasión cuando se presentó en la viga. Ambas actuaciones habían sido calificadas como bajas y con dificultad por encima de la media.
Con una puntuación acumulada de 184.897, las estadounidenses se habían llevado la medalla de oro de manera contundente.
Rusia había terminado en segundo lugar con 176.688 puntos, llevándose la medalla de plata y algo aún más importante... Los aplausos y la admiración del público que había observado a dos niñas embargadas en llanto y con el corazón roto ante la culpa de haberle fallado a su equipo, junto a su capitana, quien no había dejado que se derrumbaran. Aliya las había mirado fijamente a ambas, y les había dicho:
–A veces es necesario perder para poder ganar. ¿No lo ven? Sé que ahorita se sienten tristes y frustradas, pero tienen que tomar esas emociones negativas y convertirlas en motivación para futuros desafíos. Superar una derrota fortalece el carácter y nos hace invencibles. Cada competencia es una oportunidad para aprender y mejorar, no solo como atleta sino también como persona. El oro esta vez, no nos pertenecía, y es así de simple, pero habrán muchas próximas veces, y entonces sí será nuestro turno, ya lo verán–
Las dos niñas se habían levantado entonces, y habían abrazado a su capitana, uniéndoseles también Mariya y Anguelina. No se habían dado cuenta de que los aplausos que escuchaban eran para ellas, y no para las americanas, quienes ya habían pasado a zona restringida para ser entrevistadas.
Llenas de orgullo, las cinco habían saludado hacia las gradas, sintiendo una gran emoción y una inmensa felicidad que ninguna fue capaz de describir.
La ceremonia de premiación se había llevado a cabo esa misma noche, y ellas habían recibido sus medallas sintiéndose contentas, también habían aplaudido genuinamente a sus rivales tras recibir las suyas, sin sentir ningún tipo de resentimiento, simplemente porque así no funcionaba el deporte.
Quedaban algunas competencias más, y ellas habían entendido ya que lo importante no era el reconocimiento del público ni el ganar primeros lugares, sino hacer bien las cosas, hacerlas con el corazón, y dejar huella.
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Aliya había clasificado en las primeras posiciones para la final de barras asimétricas, la cual se llevó a cabo al día siguiente en el estadio.
Un murmullo colectivo que transformó en una ola de expectación cuando se anunció la entrada de las gimnastas finalistas.
El importante evento estaba a punto de comenzar, y pendía de un hilo, el destino de la actual campeona rusa, quien había dominado en los juegos pasados.
Luego de las presentaciones, y obteniendo el último turno, Aliya avanzó al área de calentamiento. Mostrando su expresión distante y su fuerte mirada, puso total atención a las rutinas de las demás chicas. Permanecía en calma, pero cada respiración que echaba fuera, cargaba con emociones tan intensas que la tenían a flor de piel.
Detrás de ese momento estaban sus años de sacrificio y preparación, todo lo que había entrenado hasta desmayarse del cansancio, todo lo que se había esforzado, perfeccionando cada movimiento, desarrollando y puliendo sus habilidades, asegurando además una condición física excepcional que incluía fuerza, resistencia, flexibilidad, agilidad, coordinación; alcanzando así niveles que antes le habían parecido inalcanzables.
El tiempo avanzaba y se acercaba su momento.
Luego de la participación de Canadá, el narrador portugués anunció a la siguiente y última, seguido de un segundo narrador que traducía todo al inglés.
–¡De la Federación Rusa, Aliya Mustafina!–
–Campeona de Londres 2012, conocida por su impecable técnica y su valentía en las competiciones. Ha sido una competidora feroz a lo largo de su carrera y hoy busca dejar su huella en estas barras asimétricas– continuaron las televisoras.
Las palabras de elogios, por los medios de comunicación ahí presentes, eran algo que se había ganado a lo largo de los años.
En el público, los espectadores contuvieron la respiración. Estaban todos alineados en la misma expectativa. Cada uno de ellos sabía que estaba a punto de presenciar una rutina que podría pasar a la historia de la gimnasia artística y de los Juegos Olímpicos.
Las demás gimnastas, observaban desde la otra zona, intercambiaron miradas cargadas de respeto y nerviosismo. Mantenían una actitud profesional pero no podían evitar admirar la habilidad y la elegancia de la rusa. Habían competido muchas veces antes en mundiales y en copas del mundo, pero la familiaridad no disminuía la tensión de la competencia.
Aliya que ya había humedecido sus palmas llenas de tiza, se acercó al área de ejecución en silencio, muy consciente de que todas las miradas del lugar, estaban puestos sobre ella. Clavó sus ojos marrones en las barras. En la soledad de su mente, repasaba la rutina una y otra vez, visualizándola con la precisión de un maestro. Sabía que el escenario le exigiría lo mejor de sí misma y aún más. Su corazón latía con fuerza, pero su cerebro era sabio, su cuerpo también lo era.
Luego de tensos momentos, escuchó la señal que le daba luz verde. Con respiración profunda, se lanzó en un impulso tan elegante como poderoso, y en el momento en que sus manos tocaron las barras, la atmósfera se transformó.
Realizó enseguida una serie de giros y despliegues que dejaron a todos sin aliento. Cada movimiento calculado, cada transición entre una y otra fluía con una gracia que parecía desafiar las leyes de la física. Sus giros y balanceos eran tan precisos que el tiempo parecía estirarse en su presencia.
El estadio estaba en absoluto silencio, nadie perdía detalle. Imposible perder detalle, pues no eran capaces de dejar de mirarla.
A medida que la rutina avanzaba, ella demostraba por qué era una de las mejores del mundo, y por qué iba a pasar a la historia.
Todo en ella fue perfecto, su ejecución impecable.
Cuando llegó el momento culminante de su rutina, la gimnasta se preparó para el salto final. En un instante que parecía suspendido en el aire, desempeñó un salto con una perfección sublime, sus movimientos tan calculados que el aterrizaje fue etéreo.
La multitud estalló en vítores y aplausos, una avalancha de energía inundó el lugar.
Sus rivales observaron desde la zona de calentamiento, aplaudieron con la intención de honrarla. Aunque la competitividad siempre sería intensa, el talento y la habilidad de aquella gimnasta en cuestión eran innegables. Cada una de ellas comprendía la magnitud de lo que acababan de ver y cómo ese momento podría definir el resultado de la competencia. Algunas incluso lo supieron desde ese instante, habían perdido, Rusia había ganado, así sin más. Su digna representante había superado sus propios límites y había realizado hazañas que merecían el oro por completo.
Con la respiración entrecortada y el sudor en su frente, Aliya realizó su distinguida y pulcra inclinación ante los espectadores, como siempre que terminaba su presentación.
La expresión de su rostro había cambiado, ya no era de fría determinación sino que sonreía, sonreía de alivio y de satisfacción, contenta por lo realizado.
Había dado lo mejor de sí misma, el aplauso ensordecedor del público y de los jueces, y la admiración que observó en los rostros de sus colegas gimnastas confirmaron que su actuación había sido, efectivamente, extraordinaria. Se apresuró entonces hacia su entrenador.
Sergei la recibió con un abrazo lleno de orgullo.
–Tú no eres de este planeta– le dijo mientras la levantaba del suelo y la abrazaba.
Aliya tomó su maleta y sacó su uniforme deportivo para ponerse encima del leotardo rojo que llevaba.
Su puntaje apareció entonces en pantalla, proclamándola en el primer lugar de la lista.
La emoción se intensificó.
¡Había ganado el oro en Juegos Olímpicos!
¡Por segunda ocasión, cielo santo!
Aliya y su entrenador volvieron a abrazarse, también los demás entrenadores, su médico, todos ahí a su alrededor.
Pronto le entregaron la bandera rusa para que llevara a su espalda cuando avanzó a saludar a la afición que la aclamaba.
En ese instante, en el calor de las circunstancias y la emoción del logro obtenido, ella se permitió disfrutar del reconocimiento y el orgullo que venían con haber hecho historia al alcanzar la gloria olímpica dos veces consecutivamente en la misma competencia.
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Nota: los diálogos de este capítulo y hasta nuevo aviso son como si fuera RUSO. Lo subrayado es como si fuera INGLÉS.
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