CAPÍTULO 3
VIKTOR
Come back for me-Jaymes Young
No he dormido ni siquiera un minuto sabiendo que vería a Sierra de nuevo después de varios días sin saber nada de ella. El sueño que tuve me inquietó y ahora no puedo sacármelo de la cabeza. La imagen de ella deshaciéndose entre mis dedos, esa piel de color ceniza resquebrajada y sus ojos, sus malditos ojos grises mirándome recriminatorios. No es sorprendente que en cuanto llego a las puertas de la villa Amery, salto de mi caballo y me precipito hacia las puertas. No necesito que ningún sirviente me guíe, sé perfectamente a donde dirigirme. Mis pies han recorrido el mismo camino durante semanas enteras con una esperanza que se desinfla cada maldita vez.
Esta vez no es muy diferente, Ciro está apoyado contra la puerta de los aposentos de Sierra. Corrección: los aposentos provisionales de Sierra. No veo el momento de llevarla conmigo de vuelta.
—Espero que tus esfuerzos tengan mejor resultado esta vez, no veo la hora de pasar tiempo de calidad con ella.
El cuero de mis guantes cruje cuando cierro los puños con fuerza.
—Deja de provocarme. —advierto.
—¿Lo estoy haciendo? —replica alzando una ceja.
Los pasos torpes y apresurados de Silas hacen que me distraiga por un momento de mi furia y es posiblemente eso lo que evita que comience una pelea. Ciro no supone realmente un rival, su fuerza no puede hacer frente a la mía, el problema es el conflicto que eso levantaría con el resto. No creo que sea el momento de hacer surgir un conflicto interno, aunque cada vez veo más imposible evitarlo. Es cuestión de tiempo que haga un movimiento que haga saltar las alarmas. Sierra es mía, lo es desde el momento en que mis ojos se posaron en ella, tal vez incluso desde que inhaló su primer aliento y no voy a dejar que ellos ni los Tratados me digan a donde pertenece.
—Veo que has traído al hermano. —Ciro hace un gesto de reconocimiento con la barbilla. —Que considerado por tu parte.
Literalmente, le gruño. No puedo evitar que mis instintos más animales y primitivos salgan a la superficie. Paso por su lado, con Silas siguiendo mis pasos y antes de que Ciro diga algo más que intente acabar con mi paciencia, cierro la puerta con fuerza. Clarissa y Naida se llevan la mano al corazón tras el susto y reprimen un grito al verme.
—Tu hermana está allí. —Señalo con el mentón hacia la habitación que se encuentra al cruzar la pequeña sala de estar. —Tienes unos minutos.
—Pero...
—Sin peros.
Desde aquí podré escuchar a la perfección todo lo que Silas diga y ante cualquier sonido sospechoso, no tardaré en estar junto a él. No me fio en absoluto, menos ahora que sé que no hay lazos fraternales que los unan de verdad. Dirijo un último vistazo en la dirección en la que ha desaparecido y camino hacia el encuentro de las doncellas de Sierra.
—¿Alguna novedad? —susurro en la mente de ambas sin esfuerzo.
Comparten una mirada significativa antes de que la más adulta, Clarissa, garabatee unas cuantas palabras sobre una hoja de papel. Mantenemos la comunicación de esta manera, a expensas de evitar oídos curiosos o, mejor dicho, la capacidad auditiva de Ciro. No quiero que sepa más de lo necesario.
Veo lo que ha escrito, frunciendo el ceño.
—¿Estáis seguras? —susurro de nuevo en sus mentes.
Ambas asienten al unísono.
Si lo que dicen es cierto, puede que haya aún algo de esperanza. Aseguran que Sierra ha tenido sueños, se ha movido y hablado en ellos y aunque no parezca gran cosa, ninguna de las víctimas del Quiebre ha mostrado la capacidad de soñar, mucho menos hablar entre sueños. Una vez más, Sierra demuestra ir en contra de todo lo que conozco.
—¿Y él? ¿Se está acercando demasiado a ella?
Clarissa escribe de nuevo sobre el papel informándome de que Ciro visita a Sierra un par de veces al día, siempre manteniendo las distancias, o al menos intentando ser el caballero que yo no soy. Sé que eso no durará mucho si Sierra consigue volver de ese estado catatónico. Es imposible que se resista a ella, al olor silvestre de su sangre, al calor rabioso de su mirada. Ni siquiera yo pude.
Asiento y dudo durante unos instantes, sintiendo que la siguiente pregunta no es algo propio de mí, pero que, por alguna especie de lealtad o compromiso a Sierra, debo hacer.
—¿Vosotras estáis bien? ¿Os trata adecuadamente?
No pueden ocultar el asombro en sus ojos cuando estos se abren expresivamente. Les lleva un rato salir del estupor y asentir. Asiento de vuelta y me alejo, dejando que prosigan con lo que sea que hacen cuando no están junto a Sierra. Camino por la pequeña sala de estar, recorriendo los metros escasos que me separan de sus aposentos. Cuando estoy a punto de cruzar el umbral, tomo una bocanada de aire, mentalizándome de que mi pesadilla no es real. Aun así, cuando miro hacia su cama, espero ver su piel gris y resquebrajada.
Silas sostiene su mano y la mira fijamente mientras ella mira hacia el techo, ajena a él y a todo lo que la rodea. No hay rastro de mi pesadilla, al menos no la que temía encontrar, pues que Sierra esté ahí postrada ya es una pesadilla en sí misma de la que no puedo escapar.
—Clarissa y Naida te prepararan un té mientras esperas. —digo a modo de despedida.
Sé que quiere replicar por la forma en que frunce los labios y me mira con reproche, pero sabe bien que nada que diga me hará retractarme. Veo como deja un beso sobre su frente y tengo que apretar los dientes con fuerza para no apartarlo de un empujón. Nunca he sentido este sentimiento por nadie y tengo que tomarme un momento para intentar hundir esta sensación bien hondo.
Una vez nos quedamos solos ella y yo, me siento en el borde de la cama y aparto un mechón rebelde de su mejilla, rozando con los nudillos su piel que desde ese día ha dejado atrás su calor. Si alzara su labio superior, ¿encontraría colmillos? Según las doncellas no, al parecer algo en Sierra lucha por esconder su naturaleza.
—Me han dicho que has hablado en sueños. —digo dentro de su mente, escuchando mis propias palabras rebotar en las paredes vacías que son ahora su cabeza. —¿Tanto me odias que no me regalas el sonido de tu voz? Antes no eras capaz de quedarte callada en mi presencia, siempre tenías algo que decir, siempre deseabas contradecirme. ¿Quieres un secreto? Esperaba con ansias esos momentos. Cuando todo el mundo se dedica a lamer el suelo por el que pasas, encontrar a alguien como tú, es refrescante. Claro que yo no me conformo con que seas una bocanada de aire fresco. Lo quiero todo, así que te traeré de vuelta y lo robaré, Sierra. Tus lágrimas, tus sonrisas, tus palabras, tus caricias, tus gemidos. Todo.
Guardo silencio un buen rato, sabiendo que no voy a obtener respuesta y aún así guardo una pequeña esperanza. Cansado de esto, me pongo manos a la obra. Intento aplicar las cosas nuevas que he descubierto, recito pequeños cánticos que Evanora ha preparado para mí, por si algo de esto surtiera efecto. Uno tras otro, los pongo en práctica, sin conseguir resultados. Aprieto con fuerza la mano de Sierra, cuyos dedos están más delgados. Veo la bolsa de suero conectada a su brazo que no parece ser suficiente para mantenerla en su peso normal. Está más delgada, desapareciendo poco a poco en estas sábanas. Tal vez no es eso lo que necesita.
En un impulso, clavo los colmillos en mi muñeca y dejo que unas gotas de sangre goteen sobre sus labios entreabiertos. Observo como las gotas resbalan por el interior del labio hasta meterse en su boca. Si mi corazón latiera, posiblemente se detendría ahora mismo. Para el ojo humano podría pasar inadvertido el pequeño movimiento que hacen sus pupilas y el ligero movimiento de su garganta, no obstante, lo veo. Lo veo con total claridad y una sonrisa pequeña tira de mis comisuras.
Dejo que más gotas golpeen y se deslicen entre sus labios y cada vez observo algún pequeño detalle que delata que hay algo ahí, algo a lo que no puedo acceder, pero que mantiene a Sierra en alguna parte. Un Quebrado no soñaría y mucho menos comería, están condenados a morir poco a poco y ni ellos mismos pueden salvarse, aunque quieran. Es una muerte lenta, prolongada y segura. No sé cuanto tiempo ha pasado para cuando creo que ha bebido suficiente sangre. Me inclino sobre ella, mirando sus ojos grises y perdidos mientras mis labios bajan hasta los suyos. Pruebo el sabor de mi propia sangre sobre sus labios, los cuales no dudo en lamer lentamente con el fin de borrar cualquier rastro de lo que he hecho. Ciro no tiene que saberlo.
El beso dura más de lo que el resto creería adecuado y sin retirarme del todo, susurro contra sus labios:
—Debe ser una broma del destino que seas tú de todo el mundo la clave para salvarnos. Tú, que me odias, que odias tanto lo que soy. Ojalá poder decir que ahora somos iguales, pero no es así. Eres tan extraordinaria...
—Tal vez un beso la traiga de vuelta, como en los cuentos de hadas.
Lejos de alejarme o mostrar sorpresa, me tomo mi tiempo para separarme de ella y enfrentar a Ciro. Su cara no muestra ninguna señal de que nos haya oído o prestado atención a lo que susurraba. Aun así, permanezco alerta.
—¿Qué quieres?
—Resultados. —responde encogiéndose de hombros. —Aunque ya veo que no voy a obtener lo que quiero hoy, me conformaré entonces con que te marches.
Rozo una vez más el contorno de la cara de Sierra y bebo de su imagen todo lo que puedo. Me parece ver sus mejillas más coloridas y sus labios más llenos. Haciendo uso de todo el tiempo del mundo, me levanto de la cama y me yergo sobre mis hombros. Me cercioro de que mi ropa no esté arrugada y me muevo con rapidez hasta estar frente a frente con Ciro. Mi nariz roza la suya mientras clavo mi mirada en esos ojos rosados.
—Te crees gran cosa ahora que tienes a Sierra en tu poder, pero te garantizo que eso acabará y todas tus faltas de respeto te saldrán claras. Te aferras a los Tratados de mis padres ahora, pues recuerda bien mi apellido y los insultos que diriges a él. Ni tú ni todos los miembros del Consejo podrán librarte de mi furia si deseo acabar contigo.
—Solo habla tu miedo. —responde con altanería. —Porque sabes que cuando ella vuelva en sí, no querrá saber nada de ti. Eres su peor pesadilla.
—¿Crees que tú eres muy diferente?
—Déjame que te diga algo. —Inclina su rostro aún más hacia el mío. —Nuestra naturaleza no es lo único por lo que te odia, es todo lo que significaste. La arrancaste de su hogar, la encerraste en la jaula que es tu castillo y la condenaste a estar sola y ser repudiada. No solo eres el vampiro que la compró, eres su ruina.
—Nunca he engañado a nadie pretendiendo ser lo contrario y ella lo sabe.
Dibujo lentamente una sonrisa que deja a la vista mis colmillos y me aparto de él, no sin antes volver a mirar el cuerpo de Sierra en la cama. Cruzo la sala de estar, viendo a las doncellas conversar entre murmullos con Silas, quien levanta la vista nada más sentir mi presencia en la habitación. Con un gesto le indico que salga y con otro les hago saber a las doncellas que volveré pronto y espero que puedan contarme más sobre esos sueños que atormentan a Sierra. En cuanto llego al pasillo, mi cuerpo choca con otro y espero encontrar el rostro asustado de alguna de las sirvientas de Ciro, no el rostro de Aeron seguido de su saciador, Walter.
—¿Qué haces aquí?
—Tengamos unas palabras. —dice Aeron sujetando mi hombro.
Veo a su saciador desaparecer en la dirección de la que vengo. No sé si me gusta que esté cerca de ella.
Dejo que me siga sujetando del hombro mientras nos lleva a un rincón apartado de oídos curiosos, aunque esto hace poco cuando somos vampiros y tenemos el oído refinado. Suelta un suspiro, como si estuviese cogiendo valor para enfrentarse a mí. Reconozco que no es el mejor momento para tratar conmigo, no cuando estoy tan irascible. Aunque, pensándolo bien, siempre he tenido un temperamento volátil.
—¿Qué quieres decirme?
—¿No hay nada que me quieras decir tú? —replica.
—No, que yo sepa.
Resopla, casi burlonamente, antes de mirarme de nuevo con una mueca en los labios.
—Hace un mes desapareciste, con hombres y barcos; y regresaste con muchos de ellos muertos. —Levanta una ceja y cruza sus brazos. —No creas que no estoy al tanto de lo que sucede, puede que no sepa los detalles, pero sé que lo que sea que hiciste, nos ha costado hombres. Diluidos leales a nosotros han muerto por tu causa, una causa que ninguno de nosotros conoce.
—Son mis Diluidos, yo les pago, así que me pertenecen.
—Tienes razón, sin embargo, deberías pensar mejor cuando nuestra situación es tan delicada. Los Diluidos rebeldes aumentan y no podemos darnos el lujo de perder ni uno solo, por no hablar de que la muerte de cualquier Puro es algo impensable.
—¿Ah sí? —Revelo mis colmillos en una sonrisa mordaz. —¿Pensaste en la vida de Ciro cuando el Consejo, incluido tú, aceptasteis que me robara a mi saciadora?
—Ya has visto lo que dicen los Tratados, está en su derecho de ser recompensado por los daños que le ocasionaste. Ojo por ojo, Viktor.
—Y diente por diente. —sentencio. —Vosotros me habéis causado ahora un daño a mí, tal vez debería coger mi compensación por mí mismo. ¿Qué me dices de Walter?
—Es solo una humana, Viktor, puedes tener a tantas como quieras.
—Creo que ha quedado claro con tu respuesta que no todos los humanos son iguales. Sierra es lo mismo que para ti Walter, ¿o me equivoco? ¿Su sangre no es más exquisita? ¿Tus ojos acaso no pueden dejar de seguirlo por la habitación? Tus sueños se vuelven profundos cuando duermes a su lado, ¿verdad? ¿Qué pasaría si te lo arrebata? ¿Cuántos hombres llevarías a la muerte por recuperarlo?
Mis palabras presionan una y otra vez y mi cuerpo responde en consecuencia, arrinconando a Aeron contra la pared hasta que su pecho y el mío se rozan.
—Si ella significase lo mismo que Walter para mí, no le hubieses hecho lo que has hecho, Viktor. —Traga saliva. —Tú no quieres a nadie, lo sabes de sobra. No sientes como el resto.
—Te equivocas. —Agarro su cuello con mi mano y el cuero no impide que sienta su piel fría como el mármol. —Siento mucho más.
Aprieto con mayor fuerza y es el quejido detrás de mi espalda lo que me hace soltar mi agarre. Walter me mira con ojos de cervatillo asustado y no intenta disimular su alivio cuando me alejo de Aeron. Corre hacia él, pero este se recompone deprisa y le hace un gesto para que se mantenga lejos. No sé por qué intenta guardar las distancias, todos sabemos que su relación ha pasado los límites de lo físico con el pasar de los años. Clavo mi mirada una última vez en él, con desafío aparente y la promesa de cobrarme todo esto algún día.
Desde hace un mes el Consejo intenta hablar conmigo, Aeron es el más insistente, pero no tengo ganas de escuchar ninguno de sus problemas ni inquietudes. No cuando hay otras cosas que consumen mis pensamientos. Fuera de la mansión me espera Silas, ya montado en su caballo. Si no fuese por él, correría hasta casa y llegaría en apenas unos minutos. En cambio, montamos en caballo durante prolongadas horas, llegando al castillo en plena noche cerrada.
No me detengo a hablar con nadie, desmonto del caballo, dejando que uno de los sirvientes lo lleve hasta los establos. Ignoro cualquier mirada que recae sobre mí mientras entro en el castillo y me dirijo directamente hacia las mazmorras. Los guardias se sorprenden ante mi presencia, sin embargo, intentan disimularlo. Mis botas hacen el ruido suficiente como para que mi cautiva despierte de su sueño.
Ragna está sentada sobre su camastro, con las rodillas contra el pecho y la barbilla apoyada en ellas.
—No pareces contento.
—Cállate.
Hago un gesto para que uno de los guardias me tienda las llaves de la celda. La meto en la cerradura y la giro bajo su atento escrutinio.
—¿No lo escuchas? —pregunta con una voz demasiado alegre para mi gusto.
Entro en el interior donde la oscuridad no es impedimento para ver las gotas de sangre seca que manchan los harapos que hace un mes conformaban un precioso vestido. El collar que rodea su cuello y la ata a la pared tintinea cuando inclina la cabeza para mirarme, estudiándome con curiosidad.
—¿No escuchas los cantos, Viktor?
—Cierra tu maldita boca.
Busco en la oscuridad mi látigo de púas.
—Ya veo que no consigues traerla de vuelta. —canturrea. —Tal vez ella no quiera volver, no cuando sabe que le espera la eternidad contigo, eso si sobrevivís, claro.
Hago crujir en el aire el látigo, soltando una amenaza con él, y agarro su mandíbula entre mis manos. Presiono con tanta fuerza que puedo sentir los dientes debajo de sus mejillas.
—Quien no sobrevivirá serás tú si no te callas ahora mismo.
—No me matarás, mi muerte no te corresponde. —sonríe a pesar de mi agarre. —¿No escuchas los cantos?
—¿Qué cantos? —pregunto siguiéndole el juego al fin.
—Los cantos de guerra. Ya están aquí, vienen a por mí.
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