Capítulo 8
¿Qué ponerse? ¿Cuál era el protocolo a seguir? No tenía idea de absolutamente nada. Gabriela llevaba sus buenos cinco minutos sentada en la cama viendo hacia el enorme vestidor.
- ¿Princesa...? –se atrevió Salma por fin a interrumpir.
- ¿Sí? - contestó distraída.
- Su Alteza vendrá en 25 minutos por usted.
- Lo sé ¿Qué debería ponerme?
- Algo elegante Princesa, es una cena de estado.
- ¿Perdón? –ella suponía que se trataría de una cena íntima con León y su suegro, donde le conocería, le sometería seguro a un interrogatorio y ya estaba nerviosa por ello, pero ahora resultaba que habría muchos más pares de ojos observando. Tragó saliva y sintió latir una vena en la frente, se levantó y fue al espejo casi esperando ver la vena a punto de saltar.
- Es su bienvenida oficial con altos mandos del país, diplomáticos y...
- Ya, ya entendí. Así que debo ir vestida tradicional ¿no? –dijo dándose la vuelta para ver a la chica.
- El rey ha decretado que no.
- ¿En serio?
- El Príncipe León me dio todas las indicaciones cuando usted aun dormía. El rey quiere que se sienta cómoda en su primer día en Palacio, así que puede ir vestida de gala al estilo occidental.
- Eso es... muy amable de su parte.
- El rey seguro está muy interesado en conocerla Princesa.
- ¿Y eso por qué?
- Nadie había podido... nunca... eh, ¿empiezo peinándola?
- Habla Salma. –dijo Gabriela algo divertida por el azoro de la muchacha.
- El rey está feliz de que su hijo se haya casado. –dijo de manera neutra.
- Ya veo, nadie había podido cazar al esquivo León ¿verdad? –Gaby rio al ver teñirse las mejillas de rojo de Salma. –Ese León aun no creo haya sido cazado... -murmuró.
- ¿decía señora?
- Nada, nada ¿eres rápida? No tenemos mucho tiempo. Quiero algo formal y elegante para todo. Empecemos con el peinado. –ocho minutos después Salma daba los últimos toques al peinado. –No entiendo porque León no dijo nada acerca de una cena de estado.
- Al parecer el rey lo decidió así de último momento mi señora. Vi correr a las doncellas encargadas del comedor. Escuché que decían que era cosa de último minuto.
- Bien. -suspiró. - ve por mi vestido, el que consideres apropiado. –consideraba que Salma sabia más sobre las normas y la etiqueta del Palacio que ella. Con manos temblorosas empezó a maquillarse, gracias a la práctica lo hizo en poco tiempo.
- Aquí está señora. –anunció Salma.
- Creo que eso no.
- ¿Por qué?
- ¡Lleva los hombros al descubierto!
- Sí, pero...
- Voy a ofender al rey con eso, además...
- Lo envió el Príncipe León, expresamente para esta noche.
- Está loco de remate. – con manos aun temblorosas buscó su móvil y le marcó a su ahora flamante esposo metiéndose en el baño pues pensaba gritarle un poco. - ¿Me mandas un vestido escandalosamente llamativo para mi primera cena aquí? –increpó de inmediato.
- Hola a ti también. –escuchó su suave voz y gruñó. Él tranquilo y ella a punto de un ataque de nervios.
- Ya me has oído ¿Por qué...?
- Nadie va cuestionarte nada Gabriela. –siguió hablándole con suavidad.
- Lo dudo. Sabes bien que es mi primera noche aquí, con tu padre, el rey de un país con normas y leyes diferentes, conservadoras y... ¿me hablas así de suave para calmarme? No soy uno de tus caballos purasangre ¿sabías?
- Lo sé. – y ella gruñó al escuchar su tranquilidad, y bufó al percibir que en su voz además había un tinte divertido. – sigue así y volveré a desaparecer.
- No, no lo harás. No puedes.
- No puedo llevar ese vestido. –gimió derrotada.
- Sí puedes, te he dicho que queremos entrar más a la modernidad. En la cena habrá gente de nuestro gobierno, pero no los más conservadores, se ha invitado a los que abrazan la idea de actualizarnos con rapidez. Habrá más extranjeros que locales, por eso el vestido. Llego en cinco minutos, apresúrate querida. –y colgó para más fastidio y desesperación de Gabriela.
- ¡Salma! El vestido. – se lo puso. Se vio de cuerpo completo y emitió varias respiraciones para calmarse. Si algo malo pasaba, asesinaría a León. Salma le pasó una cajita que contenía dos pendientes largos. Contenían la imagen de una pequeña bailarina estilo camafeo y eran rematados por pequeñas gemas. Eran preciosos.
- Son de platino y las piedras son pequeños rubíes. –le informó la chica.
- Son bellos.
- Regalo del rey, Princesa.
La puerta de las habitaciones se abrió de improvisto y ella de reojo vio a León que entraba y a Salma salir. Siguió observando su reflejo en el enorme espejo. Él se puso tras ella sin dejar de observarla.
- Eres tan hermosa. –dijo con los ojos chispeantes.
- Los halagos no te llevarán a ninguna parte. –espetó ella. Se quedó sin aliento cuando él aun detrás, la rodeó con sus brazos y miró la imagen de ambos así en el espejo.
- Quizás debamos cancelar la cena y anunciar que nuestra noche de bodas la pasaremos a solas.
- Técnicamente esta no es nuestra noche de bodas. ¿En serio no está demasiado provocador este vestido? –preguntó aun insegura por el atuendo.
- La verdad absoluta Gabriela es que provocas lleves lo que lleves. –dijo acercando su rostro a su cuello y besándola con delicadeza.
- ¿Aunque fuera un saco de papas? –preguntó burlona.
- Lo que sea. –dijo él sin dejar de depositar pequeños besos.
- Para. –estaba nerviosa, pero esos besos le ponían peor. La hacían recordar lo que pasaría una vez que estuvieran a solas en sus habitaciones, algo para lo que su mente aún no estaba preparada. Su cuerpo, al parecer sí. Preparado y ansioso. -–Tenemos que irnos. Se alejó de su agarre y observó atentamente a León vestido de etiqueta. – Tampoco tú irás tradicional. –dijo ella en voz baja - ignorando los rápidos latidos de su corazón al verlo tan guapo.
- No. Mi esposa así se sentirá más cómoda.
- Eso espera ella. –sonrió un poco más relajada.
Él le ofreció el brazo y comenzaron su camino a uno de los salones principales. León mientras le explicaba algunas cosas referentes a la edad del palacio, que artistas habían pintado los murales e incluyó anécdotas graciosas que la relajaron aún más. Odiaba y amaba la capacidad que él tenía para saber lo que ella necesitaba y para dárselo en el momento justo ya fuera dentro y fuera de la cama. Sin darse cuenta habían llegado a otra ala diferente.
- Aquí son las habitaciones del rey. Tendrás una audiencia con él antes de entrar a la cena.
- ¿Qué? –graznó ella. - ¿Audiencia?
- Lo harás bien. –dijo él dirigiéndola a la puerta poniendo su mano en la espalda y dándole un leve empujoncito.
- A veces te odio. –le dijo ella.
- ¿Sólo a veces?
Ella le ignoró y escuchó como era anunciada.
- La Princesa está aquí, Su Alteza. –dijo el que custodiaba la puerta. Escuchó un potente adelante y con paso firme Gabriela entró.
No tenía tan claro que hacer. Pero tampoco era tonta, se acercó con lentitud, pero sin detenerse. Vio al rey sentado en un cómodo sillón y le dirigió una profunda reverencia. Esperaba suprema suntuosidad y le sorprendió la sencillez de la habitación, enorme pero confortable y sencilla. La de ella era mucho más lujosa comprobó algo asombrada. El rey la miraba con curiosidad. Era un hombre mayor, de unos 70 años. Pelo plateado y si bien, la habitación era normal, el hombre no. Irradiaba majestuosidad y sabiduría.
- Acércate. –le dijo y ella lo hizo.
- Su Alteza, es un placer al fin conocerle. –se calló de pronto. –lo siento, sé poco sobre etiqueta y protocolo. Debí hablar hasta que usted me dijera ¿verdad?
- No. Claro que no. Eres mi hija ahora, puedes hablarme cuando así lo desees. –Gabriela se descubrió sintiendo algo cálido y confortable en el pecho.
- Me halagan sus palabras.
- Siéntate aquí. – le mostró otro sillón al lado.
- Esperaba cojines en el piso. –dijo ella sin poder detenerse. Lo vio sonreír y notó que el color de sus ojos lo había heredado León.
- Mi hijo te llevó al desierto ¿no es así? Allí hay cojines y alfombras en el piso por montones. Aquí también se acostumbran, pero a mi edad no es tan sencillo tanto sentarse como levantarse del piso.
- Entiendo. Disculpe mi indiscreción.
- No, no. No te disculpes. Todo es casi nuevo para ti. Puedes preguntar, se entiende que no sepas muchas cosas. Quiero que te sientas a gusto y cómoda aquí.
- Debo decir entonces, que este vestido fue idea y regalo de su hijo. Esperaba presentarme con algo menos.... Llamativo. – el rey soltó una suave risa.
- León me dijo que no importaba lo que te pusieras, que eres una mujer que llama demasiado la atención. Compruebo ahora al verte, que es absolutamente cierto.
- Me halaga, pero creo que su hijo a veces exagera.
- Podemos culparlo de muchas cosas, pero nunca de exagerar. Créeme. Y bueno, ahora mismo he dicho que compruebo que sus palabras son ciertas ¿Me estás llamando exagerado? –inquirió serio. Ella dudó por un segundo su respuesta. Pero, no por nada había enfrentado hombres temibles en el mundo de los negocios.
- Para nada, Su Alteza. –repuso ella de inmediato. - Sin embargo, debo añadir que me temo que sé que León es su hijo favorito, por lo que quizás tenga cierta tendencia a creer lo que él le diga. –el rey sonrió complacido al escucharla. Parecía que estaba pasando una especie de test.
- También dijo que no te amilanabas fácilmente. Y es cierto, ¿ves cómo mi hijo no miente?
- ¿Me estaba poniendo a prueba señor?
- Claro que no. –dijo aparentando sorpresa.
- Adelante, pregunte. Sé que se muere por hacerlo. – el rey abrió los ojos sorprendido.
- Eres directa.
- Me dijo que era su hija ahora. ¿una hija no puede decir lo que piensa o cree a su padre?
- Mmmm, juegas muy bien con las palabras a tu favor. –y empezó a reír.
- Imagino que hay cosas que quiere saber. - añadió ella sonriendo y mucho más tranquila y relajada.
- Las hay. Pero tenemos una cena que atender. Deben conocerte algunas personas. Ya tendremos mucho tiempo para hablar, espero me dediques algo de tu tiempo.
- Estaré encantada. –dijo sincera.
- Vamos.
Soltó una risita al ver a León pasear inquieto frente a la habitación.
- Cualquiera diría que iba a someter a tu esposa a alguna clase de tortura. –le dijo su padre.
- Bueno... -empezó León y les sonrió a ambos. – veo que has sobrevivido a mi padre.
- Pintas el asunto de manera terrible. Tu padre ha sido encantador. –le regañó ella.
- Mira, pero si ya te defiende.
- Ella a ti no te defendió mucho. –dijo el rey y Gabriela abrió los ojos sorprendida para luego soltarse a reír.
- ¿Me aclaras eso? –le dijo León con el ceño fruncido.
- Después, tengo hambre. –le contestó Gabriela.
- Yo también. –dijo su ahora suegro y la guío ignorando a su hijo. –Dime, Gabriela.
- ¿Sí?
- ¿Cómo sabes que León es mi hijo favorito?
- Es un secreto a voces, no ha hecho mucho por ocultarlo al parecer.
- Eso me temo. Aun así le he exigido mucho, como si fuera el heredero.
- Espero haber satisfecho todas tus demandas padre. –dijo el aludido caminando ahora ya al lado de Gabriela.
- Lo has hecho la mayoría de las veces. Si tan solo hubieras nacido unos años antes...
- Sabes que estoy a gusto así. Creo que puedo ayudar más sin la presión por gobernar el país.
- ¿Su Majestad? – Dijo Gabriela aprovechando la pausa que surgió y que percibió algo tensa.
- Dime.
- Puedo hacerle preguntas yo también verdad.
- Depende. –interrumpió León de inmediato.
- Me dirigía a mi suegro no a ti.
- Y es una falta de respeto que hables por mí. –reprendió el rey a su hijo.
- Pero ella puede hablarme como guste por lo que veo. –dijo medio divertido.
- Bueno, ahora es tu esposa y sabes que nunca he sido de la idea de coartarlas. Sí, Gabriela –dijo al ver el rostro interesado de su nuera. – tenemos costumbres muy arcaicas y han funcionado por siglos, seguimos muchas de ellas aun. Y con muchas no estoy de acuerdo. La madre de León me abrió los ojos a tantas cosas y se lo agradezco, porque lo hizo con muchísima paciencia.
- ¿Ella era de Durban?
- Solo su padre, su madre era inglesa. Así que por ello su educación no fue tan tradicional. Por eso tampoco León es tan tradicional.
- ¿Usted cree? Me pareció muy tradicional cuando...
- Gabriela. –interrumpió León de nuevo. –hemos llegado.
- Déjala que hable.
- Solo una cosa... suele hacerle regalos a su hijo ¿no es así?
- Claro.
- Por cierto, agradezco los pendientes. Son hermosos.
- Me alegra te gustaran. –sonrió.
- Entre esos regalos ¿Hubo alguna vez un harén? –soltó ella, era demasiado pronto preguntar, hacia escasos minutos que había conocido al rey, su suegro. Sin embargo, la conversación había dado pie a ello y no había podido resistirse. Vio al rey abrir los ojos sorprendido.
- Gabriela... por Dios. –espetó León.
- ¿Qué no sería por Alá? –le espetó ella a su vez.
- Es un país cristiano. –gruñó su marido.
- Querida, no tengo idea de lo que dices. El último harén lo tuvo mi abuelo. Y aunque se pueden tomar múltiples esposas, la práctica cayó en desuso conmigo. La madre de León se casó conmigo cuando enviudé. ¿Qué clase de broma le has hecho a esta niña? –dijo molesto a su hijo.
- No es tema para tratar frente al salón donde nos esperan como cien personas. –dijo León mirando con intensidad a Gabriela, quien se había puesto pálida al escuchar la respuesta del rey.
- Simplemente tenía una duda, una duda tonta.
- Tranquila, es normal. – le contestó su suegro palmeando con afecto su mano. El rey fue anunciado y entró. Ellos quedaron a la espera de ser anunciados también. Gabriela seguía en silencio.
- Di algo. –pidió León.
- Me mentiste, una mentira sobre otra. Debió ser divertido ¿cierto?
- No fue así.
- Preferiste que creyera eso para que tuviera claro que lo nuestro no pasaría de ser una aventura. –le dijo en voz baja, controlando su genio que amenazaba con estallar.
- ¿Te recuerdo que me casé contigo?
- Solo soy un triste juguete para tu maldita diversión.
- Gabriela... esto, lo hablaremos.
- Vete al diablo...
Escucharon como eran anunciados.
- Su Alteza Real el Príncipe Asad Khan Al Rached Zani Al Ahmad y la Princesa Gabriela Khan...
Ella no terminó de oír todos los títulos y apellidos que ahora tenía por matrimonio. Se sentía la marioneta de León. Un títere en un extraño y absurdo juego. Quería irse de allí, de inmediato, pero las puertas fueron abiertas y vio decenas de personas que les dieron una gran reverencia. No podía correr ahora, el coraje la sacó de la desesperación por huir. Tuvo que poner su mano sobre la de él, deseó poder enterrar sus uñas en esa palma. Sin embargo, levantó el rostro y esbozó una sutil sonrisa. Fue presentada a mucha gente, quienes deseosos de su atención le hacían reverencias y halagos mientras la felicitaban por su reciente boda. Día de porquería pensaba ella durante el interminable desfile. A lo lejos una mujer le dio una senda reverencia y le lanzó una sonrisa cargada de maldad, en otras circunstancias se hubiera sorprendido, quizás le hubiera afectado encontrar una antigua enemiga. Pero no esta vez, cuando se sentía confusa y helada de rabia. Fueron dirigidos a la enorme mesa y fue sentada a la izquierda del rey, León estaba a la derecha por lo que lo tenía enfrente. No le dirigió la mirada ni una sola vez. La mujer de hacia unos momentos había quedado al lado de León.
- Amal no vi que le dieras tus respetos a la princesa. –dijo el rey y la mesa guardó silencio.
- Querido tío. – dijo la mujer con voz melosa. –No quería quitarle más de su precioso tiempo, ha de estar cansada y seguramente quería ya pasar a la mesa, ¿no es así princesa?
- Me encuentro bien, pero gracias por tu preocupación.
- Bienvenida, te doy mis respetos Princesa. –dijo con todo un despliegue de falsa bondad.
- Gracias. –dijo Gabriela a su vez, devolviéndole la falsa sonrisa. Amal era bella, negros ojos, negros cabellos y negra el alma. Pensó que no volvería a verla en la vida. Ilógico si se tomaba en cuenta lo pasado hacia unas horas, volvía como esposa de León, puesto que Amal siempre deseó ocupar, por lo que había sido ella quien le había ayudado a escapar. Estaba casi segura de que si no se hubiera ido, ella se habría encargado de aniquilarla. Era más débil Amal pensó Gabriela, ahora era una mujer herida. Que se desate el infierno.
Espero actualizar más seguido. Feliz fin de semana.
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